La Pedagogía y Su Vocabulario - Teoría. Brailovsky

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LA PEDAGOGÍA Y SU VOCABULARIO

PEDAGOGY AND VOCABULARY

Daniel Brailovsk1
1
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) Argentina , email:
[email protected]

Resumen
Se propone un análisis acerca del lugar y los sentidos de la teoría en la investigación
social. Partiendo de la idea de que teorizar es, entre otras cosas, crear un vocabulario,
nombrar la realidad desde una perspectiva pertinente en algún sentido, se analizan a partir
de esta imagen algunos procedimientos, modos de nombrar, y se reconocen aspectos
epistémicos y políticos de la producción teórica.
Palabras clave: Método de Investigación - Análisis Conceptual - Teoría

Abstract
An analysis is proposed about the senses of the theory in the social research. It is
suggested that theorizing consists, between other things, in creating a vocabulary in order
to name reality from a certain perspective. From this point of view, theoretical procedures
are analyzed and it is recognized a range of epistemic and political issues of the theoretical
production.
Key words: Research Method - Concept Analysis - Theori

Como citar: Brailovsk D. (2017) “La pedagogía y su vocabulario” Voces de la


Educación. 2 (1) pp. 52-62

Fecha recepción: 13 de Mayo Fecha aceptación: 15 de mayo

Voces de la educación Año 2 Volumen 1


ISSN 2448-6248 (electrónico) ISSN 1665-1596 (impresa)
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La pedagogía y su vocabulario

Teorizar es nombrar
Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí
que sólo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie,
ni yo,
me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.
Tal vez sea por estoque pensar en un hombre
se parece a salvarlo.

Roberto Juarroz

¿Qué es la teoría? ¿Qué significa “teorizar” o “conceptualizar” un hecho? Teorizar un


objeto de conocimiento es, de alguna manera, ponerlo en relación con las ideas, los
valores, los principios que lo hacen digno de existir, desarrollarse, crecer y valorarse. En
el mundo académico se suele llamara a este procedimiento hacer un marco teórico. Y se
trata de una tarea que se enfrenta a un abanico de sentidos. La teoría es a veces vista como
un reglamento (lo que guía para la acción), o como una escritura sagrada (donde los
autores son venerados como dioses paganos), o como una herramienta (que se usa, se
aplica), o como un vocabulario (porque nos “da letra”, nos sumerge en una jerga
elaborada). La teoría es a veces pensamiento que ordena la experiencia, la sistematiza, la
vuelve más operativa. Es argumento, es justificación. Puede ser también una suerte de
código ético. La teoría se entiende a veces como una gimnasia o entrenamiento
intelectual. Y otras veces, por qué no, como el ejercicio de la sospecha, la interrogación,
la duda, porque nos ayuda a no naturalizar la realidad cotidiana.

Cuando leemos investigaciones en el campo de las ciencias sociales nos enfrentamos a


propuestas teóricas que consisten básicamente en sistemas de palabras, edificados para
entender la realidad: nombres que se dan a las cosas, donde las “cosas” son hechos tan
dispersos y heterogéneos como fenómenos del orden de la acción, el discurso, la
representación, el afecto o la disposición de los objetos y los cuerpos en el tiempo y el
espacio. Estos nombres ordenan la realidad y ayudan a entenderla, la iluminan con una
metáfora, distinguen entre sus partes o la ponen en relación con otras cosas. Las
expresiones que usualmente se emplean para hablar de la teoría remiten a la forma en que
el hecho, la cosa, se vuelve aprehensible porque adquiere una forma – modelo, esquema,
estructura – o porque se formula en términos rigurosos – proposición, definición, axioma
– o porque se sacan a la luz sus propiedades, las reglas que lo rigen, los modos en que se
inscribe en un sistema de objetos. En todos los casos, sin embargo, la operación teórica
básica consiste esencialmente en poner palabras sobre esa realidad, jugándose en esa
suerte de “bautismo público” una serie de cuestiones del orden técnico, pero también
social y político.
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Conceptualizar a la escuela como terreno de ejercicio de cierta “violencia simbólica”, por
ejemplo, sugiere unas disposiciones muy diferentes de las que surgen de definirla como
ámbito de “socialización secundaria”. Los nombres que damos a las cosas hablan de
nuestra relación con el mundo. De hecho, la pregunta por el procedimiento de
conceptualización (esto es, por el criterio con que estos nombres que ordenan son
elegidos y utilizados para entender algo) surge cuando una teoría nos emociona por su
elocuencia, o nos indigna porque la creemos injusta con la realidad, o nos inquieta por su
cortedad de miras, o nos desorienta por su complejidad, o nos entusiasma (o nos asusta)
por sus implicancias, o nos seduce como vehículo de acceso a las distintas “tribus”
académicas que las sostienen como estandarte. Por lo general, juzgamos a las teorías
según algunos de estos parámetros, además de por su consistencia o su racionalidad.

Los nombres que se da a las cosas se inscriben en las batallas eternas y siempre
cambiantes entre distintas cosmovisiones acerca del mundo. En el caso de la pedagogía y
la teoría educativa, como en otros campos, estas cosmovisiones se dirimen entre distintos
criterios y supuestos de base empleados para justificar los modos de construir, distribuir
o legitimar las valiosas experiencias a las que da lugar el acceso a la educación. Por eso,
porque se trata de una batalla constante entre puntos de vista, intereses e ideologías, en el
mundo educativo un mismo hecho empírico, una misma cosa, puede ser, según desde
donde se la nombre: innovadora o disruptiva, según se califique a la diferencia como
progreso o como transgresión; emancipadora o antipedagógica, según se valore una
propuesta de acción desde su efecto de cambio (aún transgrediendo los métodos), o desde
su ajuste a los métodos (dejando en segundo plano la cuestión de sus efectos); eficaz o
neoliberal, según se valore el resultado inmediato como evidencia de desburocratización
y capacidad de reforma, o como prueba del divorcio entre la acción y sus utopías más
trascendentes; socializadora o conductista, según se vea a la integración del sujeto a la
estructura como un abrazo cultural necesario o como una domesticación irreflexiva;
promotora de la autonomía o laissez faire, según se juzgue la libertad desde el
compromiso o desde la desresponsabilización; secuenciada o dirigista, según el
establecimiento de “etapas” se reconozca como un ordenamiento o como una imposición
limitante; concientizadora o adoctrinante, según el sentido – crítico o subyugante – que
se asigne a la ideología… y la lista podría seguir en forma extensa.

Teorizar es nombrar. Nombrar públicamente y a conciencia, y asumir así un lugar


simbólico dentro de un sistema amplio de opciones disponibles, ya que todo bautismo
supone la asunción de algún tipo de herencia. Finalmente, a las cosas se les pone algún
nombre, y a grandes rasgos llamamos a eso “conceptualizar”. Lo que me interesa hacer
aquí es indagar en este procedimiento y en algunas de sus variaciones. Para eso,
comencemos por revisar algunos ejemplos de nombres dados a las cosas para entenderlas.
Estos ejemplos han sido recopilados en forma más o menos intuitiva a partir de una
revisión amplia de distintos papers de estudios educativos. Los he ordenado
arbitrariamente en cuatro grupos, por semejanza: aunque en todos los casos se trata de
acciones que genéricamente consisten en nombrar, hay diferencias que a primera vista
son evidentes y que han servido para esta primera tentativa de reunirlos. Ya veremos qué
se trae esa intuición clasificatoria, y si vale la pena seguirla a donde nos lleve.

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Estos primeros grupos de operaciones que consisten en nombrar, son los siguientes:

1
 Reconocer entre factores externos y factores internos.
 Reconocer entre elementos generales y particulares.
 Ordenar a partir de dimensiones “genéricas” como: social, política, económica,
cultural. O bien: teórica, práctica. O bien: regular e irregular; central y periférico;
hegemónico y disruptivo; etc.
 Nombrar variantes de una situación según el grado de frecuencia con que ocurre algo:
esporádico, recurrente, sistemático, etc.
 Reconocer períodos o etapas “genéricos”: inicio, desarrollo, cierre.

2
 Reconocer una cosa como susceptible de inscribirse dentro de un campo disciplinar y
de ser nombrada entonces con palabras pertenecientes a ese campo y sus jergas
técnicas.
 Reconocer una cosa como susceptible de ser nombrada con una palabra que ya ha sido
elevada al status de teoría en investigaciones anteriores (“capital cultural”, “zona de
desarrollo próximo”, etc.).

3
 Reconocer algún grado de relación de causa-efecto entre dos cosas.
 Reconocer una cosa como factor explicativo de otra.
 Reconocer una cosa como obstáculo o facilitador respecto de otra.
 Reconocer y “denunciar” un malentendido respecto de una cosa, a la que
habitualmente se reconoce erróneamente como causa, explicación, obstáculo o
facilitador respecto de otra.
 Rehacer, restituir información circundante. Poner algo en contexto para hacer visibles
sus aspectos no evidentes.

4
 Designar nombres a cada una de las variantes reconocibles que se dan dentro de
relaciones, perfiles de personas, desempeños, rasgos, etc.
 Designar períodos, etapas y poner un nombre a cada una según sus características.
 Identificar ciertos “relieves” dentro de una situación de relaciones y nombrarlos a
partir del significado que, creemos, le otorgan los actores.
 Resignificar términos cotidianos usados por los actores (lo que en antropología suele
llamarse “términos nativos”) como categorías teóricas.
 Reconocer y nombrar tensiones o polos entre los que se dirimen las personas, los
hechos, las representaciones, etc. juzgando estas polaridades eficaces para
comprender sus acciones o sus ideas.
 Describir escenas significativas desde la elocuencia de una percepción sensible.

Una primera observación que puede hacerse a estas agrupaciones es que el acto teórico,
así entendido, puede diferenciarse de otras formas cotidianas de “nombración” por el
status que le otorga su rigor, por su adscripción institucional, por su carácter público, por
su inscripción en unas específicas circunstancias de enunciación. En ese sentido, los
trabajos de Foucault (1997) ofrecen pistas muy sólidas para dar consistencia a tales
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circunstancias. Se ha propuesto además desde la ciencia sociológica que la realidad
experimentada por los sujetos no es “ateórica”. Las clásicas formulaciones de Giddens en
sus Nuevas reglas del método sociológico son un referente importante de esta idea.
Afirma Giddens que la ciencia social “se ocupa de un universo que ya está constituido
dentro de marcos de significado por los actores sociales mismos, y los reinterpreta dentro
de sus propios esquemas teóricos, mediando el lenguaje corriente y técnico” (1987:165).
Está allí sugerida la idea de que teorizar es nombrar, y se afirma que esa operación
nombrante ha de considerar los nombres que las personas ya han asignado a las cosas.
“Esta doble hermenéutica”, sigue Giddens, “es de una considerable complejidad (…), y
hay un continuo deslizamiento de los conceptos construidos en sociología, mediante el
cual se apropian de ellos los individuos para el análisis de cuya conducta fueron
originalmente acuñados, y por consiguiente tienden a convertirse en rasgos integrales de
esa conducta (…)” (Ibíd.)1.

Ahora bien, si la realidad experimentada por los sujetos no es ateórica ¿qué tipo de teoría
comporta? La pregunta sugiere una cualidad esencial, que hace al carácter científico de
la operación nombrante, y que reside en el carácter voluntario, en la aspiración explicativa
de esos términos en vistas a una nombración pública que sea aceptada o reconocida como
pertinente. Cuando Sarlo (1994) describe en forma minuciosa, profunda y sensible la
experiencia de pasear por un shopping center, por ejemplo, dice algunas cosas que de
hecho podrían ser dichas por un transeúnte: en el shopping se pierde la noción del tiempo,
es fácil perderse, se banalizan las huellas arquitectónicas de los edificios antiguos sobre
los que muchas veces se emplazan, se desdibuja y complejiza el sentido de lo público. Un
transeúnte diría simplemente: “¡Qué tarde se hizo, aquí parece que no pasa el tiempo!”,
o “¿Y a esto lo llaman colonial?”, y se estaría refiriendo a fenómenos muy próximos a
los que Sarlo teoriza. La diferencia reside en que Sarlo dice todo esto apelando a una
actitud epistemológica que se acompaña de cierto orden, cierta elocuencia y cierto
vocabulario, expresivos de sus aspiraciones de nombrar esa realidad en el sentido
fundante que estamos otorgando a dicha operación: el sentido de “hacer teoría”.

Hacia la teoría de instauración

Los cuatro grupos de procedimientos presentados párrafos atrás reúnen elementos cuya
agrupación es en sí misma una tarea analítica, aunque no conceptual. Los he puesto juntos
porque intuyo que van juntos, que tienen cosas en común. Procedo, como dice el
diccionario, a la distinción y separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer
sus principios o elementos. Pero aún no los he nombrado.

El concepto llegará para poner estas agrupaciones bajo unas palabras que actúen como
rótulos, y que les permitan formar parte de un texto. Y el texto, su construcción, modelará
un relato sobre las cosas y sobre los nombres que damos a las cosas. Por eso, porque no
es un relato sino la herramienta o la materia del relato, esto es, porque está antes y
alrededor del relato, es que al construir el texto nos formulamos cuestiones del orden
teórico en forma más nítida y precisa que al presentarlo oralmente, y las atravesamos de
otras que articulan la teoría con su exposición, del orden de: ¿qué debo preguntar para
poder responder con esta idea?

1
Un desarrollo minucioso e interesantísimo acerca del lugar de la teoría en la antropología puede hallarse en Guber, R.: El salvaje metropolitano. Bs.
As.: Paidos, 2004.
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Un primer ensayo de conceptualización de estos grupos de procedimientos puede partir
de su originalidad para nombrar. Los grupos 1, 2 y 3 utilizan palabras que, ya sea porque
pertenecen a un conjunto de términos más o menos genéricos (social, práctico, externo,
etc.) o bien porque se inscriben en una teoría previa, no surgen totalmente de la
imaginación creativa del investigador, sino que se toman de un baúl de palabras
preexistentes y de uso más o menos corriente. El grupo 4, en cambio, designa palabras
cuya fuente es el universo extenso del lenguaje, y es el propio teórico el que las escoge,
adecua y aplica a las cosas. Siguiendo esta pista, podríamos hablar de una “teoría de
certificación” y una “teoría de instauración”. La primera constata o certifica que el status
de una cosa corresponda a un determinado nombre de entre los que ya existen como
“títulos”, y por eso puede decirse que es “de certificación”. La segunda, por su parte,
reconoce la necesidad o la conveniencia de crear un nuevo título, un nuevo léxico, e
instaura la palabra como categoría para asignar a la cosa. Dentro de la teoría de
certificación, además, podrían reconocerse tres variantes: dimensiones de análisis, marco
teórico y relaciones, que se corresponden con los grupos 1, 2 y 3 respectivamente.

Otro modo de conceptualizar estos grupos de procedimientos puede consistir en


ordenarlos secuencialmente. Es razonable suponer que para llegar a construir “teoría de
instauración” sobre una cosa es más o menos imprescindible conocerla bien, y que ese
conocimiento previo necesario ha de consistir, en parte, en intentar leerla desde un marco
de dimensiones, relaciones y teorías. Las dimensiones ordenan y aportan coordenadas
para el análisis, las relaciones ofrecen vectores de organización que dan complejidad al
abordaje al establecer la “valencia” de cada elemento (en el mismo sentido que los
elementos químicos tienen una valencia que determina sus propiedades de relación con
otros elementos) y las teorías dan cuenta de recorridos más específicos que puede seguir
la tarea. Quizás sólo después de pasar por esas etapas puede llegar a proponerse un
sistema teórico original, de “instauración”. En este caso, los nombres de nuestros cuatro
grupos de procedimientos podrían ser acuñados bajo la forma de cuatro etapas en la
producción de teoría, como: a) procedimientos de ordenamiento y contextualización, b)
procedimientos de valencia, c) procedimientos de aplicación de teoría previa y d)
procedimiento de teorización propiamente dicha, correspondientes a los grupos 1, 2, 3 y
4, respectivamente.

Nombrar es un acto político

A esta altura surge una inquietud. Estas propuestas de delimitación sobre los
procedimientos de conceptualización partieron de una preocupación del orden vivencial
ideológico y político, pues ya en los primeros párrafos de este escrito dejé ver la intención
de develar el carácter subjetivo de toda teoría. Luego, sin embargo, los ensayos de
conceptualización de los procedimientos, guiados por una intuición inicial, otorgaron este
razonamiento un tono casi positivista. Aparecieron clasificaciones, denominaciones
genéricas, tipologías. Y la inquietud es: ¿se trata de cuestiones inconciliables? ¿Debemos
elegir entre un abordaje analítico y uno políticamente inspirado?

Claramente, no. La cuestión se dirime mucho menos entre el análisis y la ideología, que
no son en absoluto incompatibles, sino entre lo que la teoría produce a nivel explicativo
y lo que produce a nivel político. Las preguntas que se abren ante esta distinción son del
orden de: ¿qué posiciones políticas pone de relieve tal conceptualización? ¿Qué procesos
deja relegados? ¿Los intereses de qué actores hace visibles? ¿Cómo se posiciona en los

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debates históricos? Y también: ¿En qué bases más o menos consistentes, más o mnos
fundadas, se sostiene tal posición teórica?

Tomemos los dos ensayos de conceptualización de los procedimientos agrupados párrafos


atrás y abordemos brevemente un análisis a la luz de estas preguntas. En el primer caso,
al nombrarlos como “teoría de certificación” y “teoría de instauración”, puede decirse que
se demarcó una línea sensible a otras distinciones, como por ejemplo la tensión
producción / reproducción. También puede reconocerse allí una oportunidad para abordar
cuestiones como la legitimidad del saber científico, pues por un lado los términos
genéricos “social”, “económico”, etc. aparecen investidos de una “falsa naturaleza” que
su conceptualización como procedimientos certificantes invita a revisar, pero también
porque la instauración es una forma de conquista, de colonización por medio de la
palabra. El segundo ensayo – en que se reconocen cuatro etapas en la formulación teórica
- invita más bien a abrir el debate hacia el funcionamiento de las tradiciones académicas
o bien hacia cuestiones puramente epistémicas: en la idea de la aplicación de teoría previa
como un paso intermedio o en la denominación “valencia” para las relaciones entre
elementos teóricos hay llamados posibles a la reflexión dentro de esa esfera, más técnica,
de los debates.

Un ejemplo de texto clásico de la sociología que ha calado hondo en la investigación


educativa servirá para poner a discusión algunas aristas de este carácter político de la
teoría. Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron escribieron juntos La reproducción a
comienzos de los 70’. El uso de conceptos de aquella teoría se hizo habitual, intenso y
frecuente en el ámbito educativo y llegó a convertirse - además y a la vez que en un
instrumento de análisis de la realidad - en un estandarte de la investigación crítica. Para
muchos investigadores, nombrar a Bourdieu es un modo de presentar una credencial
identitaria, y representa no sólo (a veces ni siquiera) una perspectiva de análisis, sino
también una señal acerca del tipo de relación entre la teoría y la política que se anticipa
para los nombres que se decida finalmente poner a las cosas.

En una entrevista que Passeron concedió al argentino Denis Baranger en 2004, relata
algunos pormenores del trabajo compartido de escritura de ese libro, y pone en evidencia
el delicado e intenso proceso de negociación de las palabras justas que nombrarían esa
realidad. Vale la pena reproducir la cita del relato de Passeron:

“Compartíamos este análisis; pero Bourdieu quería al mismo tiempo que la ciencia
sociológica fuera una ciencia como las demás… Escribimos juntos esta frase, y
lo que hago aquí es la autocrítica de mi consentimiento a un adjetivo del texto,
pero recuerdo que nos llevó noches y días en los que la retorcíamos en todo los
sentidos. Una ciencia como las demás, o sea como la Física o la Química, tal como
Bachelard había descrito su epistemología. La frase en su estado actual reza: La
Sociología es una ciencia como las demás (…) que se enfrenta apenas a más
obstáculos que las demás; (…) y batallamos hasta que yo acepté agregar un
adjetivo: más dificultades sociales para ser una ciencia como las demás. En otras
palabras, si tomamos los textos de apoyo citados en El Oficio Del Sociólogo,
dónde explicábamos que la práctica del sociólogo está sitiada, parasitada por los
ideólogos, los periodistas, los políticos, y otros, y que esta es la única razón de sus
dificultades científicas, entonces nos vemos llevados a pensar que la
Epistemología podría ser útilmente remplazada por una Sociología de la
Sociología; esto es lo que afirma la conclusión” (Baranger, 2004).
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Decir y mostrar que aquella empresa teórica fue políticamente comprometida desde el
comienzo, de todos modos, es sencillo porque este carácter era asumido por los autores y
resultaba objeto sistemático de reflexión. Lo que vale la pena destacar es que si toda
conceptualización interviene sobre la realidad a ambos niveles - el del análisis intrínseco
que demanda consistencia, método, rigor, y el de las implicancias políticas, que demanda
algún grado de compromiso con el marco social en que la teoría se produce y se usa –
también demanda alguna independencia epistemológica entre ambas. Esto es: tal vez no
sea oportuno tomar decisiones metodológicas que atañen a la validez de un razonamiento,
por ejemplo, en base a argumentos más políticos que lógicos, ni se debería interpretar los
datos desde el ideal utópico al que podrían ser útiles sin antes someterlos al necesario
rigor de los procedimientos de análisis. Pero tampoco deberían elegirse las grandes
avenidas de la teoría sin hacer ejercicio de la sensibilidad política que las hace necesarias
o de los fines a los que podrían servir las conclusiones a que éstas conduzcan.

Establecida la distinción entre los dos niveles, y destacada la relevancia de una


articulación coherente entre ambos, nos queda finalmente la tarea de retomar las
preguntas iniciales y volver a pensar las distinciones entre teoría de certificación y teoría
de instauración, y las distintas etapas de la construcción teórica. La idea de una “teoría
de certificación” que aplica a la realidad categorías preexistentes, ya sea como estructuras
naturalizadas o bien como teorizaciones creadas y legitimadas por corrientes específicas
de estudio, invita a pensar más profundamente en la idea de marco teórico. Es un principio
aceptado que el marco teórico da un encuadre conceptual al problema que se investiga.
Enmarcar teóricamente un objeto de conocimiento supone elegir algún conjunto más o
menos ordenado de coordenadas interpretativas ya existentes que le den un sentido y
resulten útiles para el abordaje que se llevará a cabo. No se considera que esta elección
forme parte de los “resultados” o las “conclusiones” de una investigación, aunque desde
los planteos que he volcado aquí puede decirse que en algún sentido constituye un gesto
teórico más nítido que el propio hallazgo de resultados empíricos susceptibles de
ordenamiento. Enmarcar teóricamente es, de hecho, elegir nombres para las cosas. Para
que este procedimiento resulte viable resulta necesario un mínimo contexto de tradición
de estudio del problema desde alguna o algunas disciplinas. Y todo marco teórico es
también de alguna manera un modo de inscribir la investigación en un paradigma. Por
ello es razonable afirmar que cuantos más antecedentes de investigación existen sobre un
objeto y cuanto más éstos se circunscriben a una disciplina constituida, más sencillo es
elaborar un punto de partida sólido, ordenado y de funcionamiento fluido.

Es además un axioma de la investigación que ningún hecho o fenómeno de la realidad


puede abordarse sin una conceptualización previa, en el sentido de que la teoría no se
construye desde la nada. Dichas herramientas enmarcan el objeto, lo hacen más
comprensible, más nombrable, y lo ponen bajo la luz de teorías que lo incluyen y lo
abarcan. Enmarcar teóricamente es entonces ponerle palabras al problema, y usar esas
palabras para describirlo o explicarlo eficazmente. Un marco teórico, en ese sentido, es
un marco de ordenación lógica y a la vez de léxico y en algún sentido, de elocuencia.
Teorizar a partir de un marco previo demanda entonces perfeccionar el léxico.

Desde la perspectiva de las implicancias políticas, elegir un sistema teórico como


escenario es elegir también ciertos interlocutores y ciertos antagonismos. En ese sentido,
la prevención oportuna es la que alerta sobre el marco teórico devenido en “marco
doctrinario”: se supone que esta teoría previa debe ampliar y no restringir las
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posibilidades de estudio del tema. Enmarcamos teóricamente como una ayuda para pensar
el problema, y no como una forma de no tener que pensarlo, y esa es una de las principales
razones que justifican esta reflexión sobre el lugar y la relevancia de la teoría en la
investigación.

Tras repasar una serie de asuntos pertinentes a las preguntas ¿Qué es la teoría? ¿Qué
significa “teorizar” o “conceptualizar” un hecho? se ha esbozado aquí la idea de que
teorizar es un acto de soberanía sobre la realidad (sobre una realidad) y que consiste
básicamente en nombrarla. Antes y alrededor de esta operación de instauración, hemos
analizado algunas muestras de acciones analíticas, ordenadoras o jerarquizantes y dimos
cuenta además del carácter político de esta operación. Finalmente, nombrar es expresión
de una teoría, pero también lo es de la cosmovisión poética desde la que se aborda ese
acto de instauración. Los límites entre esta nombración pública y eficaz que pretende ser
la teoría desde este enfoque y la nombración poética, elocuente y precisa a su modo, son
por cierto difusos. Vale la pena entonces concluir con la bella referencia al respecto que
utiliza Lew Vigotsky en las últimas líneas de Pensamiento y Lenguaje: “La conciencia se
refleja en una palabra como el sol en una gota de agua. Una palabra es a la conciencia lo
que una célula viva al conjunto de un organismo, lo que un átomo al universo. Una palabra
es un microcosmos de la conciencia humana”.

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Bibliografía

Baranger, D.: “De El oficio del sociólogo a El razonamiento sociológico. Entrevista a


Jean-Claude Passeron”, Revista Mexicana de Sociología, año 66, núm. 2, abril-junio,
2004, México.

Giddens, A.: Las nuevas reglas del método sociológico, Buenos Aires, 1987.

Sarlo, B.: Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y. videocultura en la


argentina, Buenos Aires: Ariel, 1994

Vigotsky, L.: Pensamiento y lenguaje, Buenos Aires: Paidós, 1995

Foucault, M.: La Arqueología del Saber, México D. F., siglo veintiuno editores, 1997.

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* Daniel Brailovsky es un pedagogo argentino, doctor en educación, docente
universitario y de formación docente, autor, entre otros, de La escuela y las cosas. La
experiencia escolar a través de los objetos (Homosapiens, 2012), Estrategias de escritura
en la formación. La experiencia de enseñar escribiendo (Noveduc, 2014) y El juego y la
clase: Ensayos críticos sobre la enseñanza post-tradicional (Noveduc, 2011), de donde
se retoman las cuestions tratadas en este artículo. Su libro más reciente, es: Didáctica del
nivel inicial en clave pedagógica (Noveduc, 2016). Director del proyecto
www.nopuedonegarlemivoz.com.ar

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