Alfonso Costafreda La Poesia Como Fin de

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Alfonso Costafreda: La poesía como fin del canto.

Alfonso Costafreda, poeta fundamental en la generación poética de los 50; quizá el menos
conocido, precisamente por ser su figura la más tangencial de todo el grupo poético, por haber
desarrollado una carrera bastante breve y fuera de todo mercantilismo, y por ser su poesía una
muestra, atípica dentro de la generación de los 50, de raíz simbolista. Cuando lo que se estaba
persiguiendo era una poesía de tipo más confesional, más intimista; rasgos que vamos a
encontrar también en la figura de Costafreda, pero en menor medida que en las obras de sus
compañeros de generación.

Costafreda nace en Tárrega, Lérida, en 1926. Realiza estudios en Madrid donde conoce a Carlos
Bousoño, que le pondrá en contacto con Vicente Aleixandre, más tarde se desplaza a Barcelona
a finalizar sus estudios de Derecho y entra en contacto mediante el poeta Jaime Ferrán con el
grupo de Barcelona: Jaime Gil de Biedma, José María Castellet, Alberto Oliart y Gabriel
Ferrater. Se agrupan alrededor de la revista Laye, que empieza a publicarse en Barcelona en
torno al año 50. Si bien Laye era un espacio donde los poetas tenían un espacio reducido para la
creación, con la pauta de un poema al mes, donde Costafreda publica la separata Ocho poemas,
o donde Jaime Gil de Biedma publicó “Según sentencia del tiempo”.

Es decir, se había forjado el grupo ya en torno a estas colaboraciones y a la revista, pero


también gracias a las aulas de Derecho, y a la reiterada visita de ciertos bares; el grupo de
Barcelona, que servirá después para crear el Grupo de Colliure, que reuniría a los poetas en
febrero de 1959, en la ciudad donde murió don Antonio veinte años antes.

Costafreda fue precoz, fue el primero de su generación en publicar, Nuestra elegía, fue
publicado en 1949, habiendo recibido el premio Boscán. Del contacto de Costafreda con
Aleixandre, frecuentando su casa en Velintonia, y cuya amistad le valió al resto de poetas de
Barcelona para acercarse a Madrid y entrar en contacto con las corrientes poéticas de la
posguerra española.

Como he dicho antes, la visita a Colliure fue el detonante para que apareciese la “Colección
Colliure”, donde publicaron entre otros: Goytisolo, A. González, J. A. Valente, Gil de Biedma,
Alfonso Costafreda o Carlos Barral.

Su primera obra, Nuestra elegía, procede del discurso social, de la que el mismo poeta dice que
él nunca utilizaba el yo, sino el nosotros, es decir, la voz colectiva que afecta a todos, es una
especie de: el poeta canta para todos, de poesía más abierta, de carácter colectivo, menos
intimista, poesía, que en un principio iba a rechazar el tono confesional de sus compañeros de
generación.

Ya vemos este tono en el primer poema que abre el libro:

“y todo el dolor
acaba.”

El poeta espera que esa España nefasta acabe pronto, cuanto antes, el franquismo es algo que
iba a mermar su resistencia física y mental, declarando más adelante que no volvería a pisar
España hasta que no acabase el régimen, y así fue como pasó, excepto un breve periodo de
indecisión casi al final de su vida.

La poesía de Costafreda se instala en el discurso poético simbolista, su poesía está plagada de


símbolos: la palabra, la raíz, el árbol. Tiene una concepción romántica de la poesía, espera todo
de ella, esa va a ser la base de ulteriores problemas vitales. Su vida se mezcló en gran medida
con su poesía. El poeta, a lo Rimbaud, ocupa el lugar de Dios, desacraliza lo creado, para
destruirlo y volver, él mismo, a crearlo nuevamente, pero con nuevos parámetros de
importancia.

Los problemas con los que se encuentra Costafreda en su creación son la palabra y los límites;
la palabra como elemento creador de todo discurso poético, y material cotidiano con el que
trabajar para transmitir el mensaje, pero la palabra también como obstáculo que le impide
vislumbrar la realidad a la que quiere llegar. En una especie de problemática mística: las
palabras se quedan cortas en el decir, por ello, el discurso creador debe ser simbólico. No estoy
afirmando que Costafreda sea un poeta místico, pero sí que hay un elemento común en cuanto a
la construcción del lenguaje y del discurso con la mística. Las palabras no le valen a Costafreda.

«Al principio las palabras son:

piedras preciosas para el sentido,

diamantes de realidad.

Más adelante, se convertirían en :

Una palabra, por ejemplo, el mar...

y pondré la distancia necesaria

entre el mar y cualquier

adjetivo tenaz que corriera en su búsqueda.

[...] Avanza, avanza hacia ese mar,

y que sean tormentas tus interrogaciones,

y vientos y delirios, amor al fin,

y no cesa de andar y correr y destruye

a tu paso la red que te impida ser libre.»

Donde el poeta muestra la necesidad de hablar del mar como libertad, pero al mismo tiempo de
la enunciación del objeto poético, se convierte en algo prisionero, que no debe ser ni siquiera
adjetivado, se produce una paradoja entre libertad creativa y los límites que se crean al enunciar
ese símbolo, por lo tanto el símbolo se convierte en algo finito, en lo contrario de lo que quería
decir. De ahí la agonía poética de Costafreda. La poesía permite enunciar la libertad, pero
enclaustra al ser mencionada.

En el último libro de Costafreda, Suicidios y otras muertes, llega a dudar de la existencia del
propio lenguaje. Costafreda, se hace una reflexión sobre la existencia después de pasar gran
parte de su vida residiendo en Suiza, él, al final de su trayectoria, creía más en los matices, en
las expresiones de la gente que en la sintaxis:

«¿Hay acaso un lenguaje? Ponlo en duda,

que te juzguen, condenen, desconozcan,

amigos no te quedan ni palabras.

[...] e intentas encontrar en el hastío

patéticos y breves

instantes de sensualidad.»

El lenguaje va a ser siempre una preocupación en la vida y en la obra de Costafreda, porque su


poesía es algo altamente comprometido con su mensaje y su forma de estar en el mundo.

Vemos una transformación en sus obras, desde Nuestra elegía hasta Suicidios y otras muertes,
en la primera, la voz social, el eco y la preocupación por la situación política de la España de la
posguerra. Es un deseo de acabamiento, un deseo y una esperanza para que todo cambie. Así
plasma la situación política y la realidad del país:

«Sordos, los combatientes sobre la tierra avanzan

pegados a la sangre del hermano caído;

el frío de los muertos y el calor de la tierra

atraviesan su cuerpo como un largo quejido.

En el mundo oscurece. Todo es noche.

Sobre mi mano abierta de poeta

caer siento la lágrima del fruto.»

La persona gramatical y poética coinciden, el canto se dirige a una gran masa, en este momento
la poesía debe ser escuchada, debe denunciar el momento de injusticia tras la lucha fratricida, el
canto es una elegía por los que han caído; ese momento no debe volver a repetirse.

Si bien el primer libro muestra esa influencia de la poesía social, también lo es que Costafreda
no era ajeno a las polémicas que se estaban desarrollando en torno a la generación de los
cincuenta, hablo de la polémica que se mueve en torno a la poesía como comunicación, o a la
poesía como medio de conocimiento, enunciado éste que fue defendido por la mayoría de los
poetas del 50; empezando por Carlos Barral. El poema se convierte en algo diferente, ya no es
comunicación, es un acto de creación, un acto que desvela la realidad, ya no es un simple acto
comunicativo, que trasvasa un pensamiento, donde el lector permanece pasivo ante el discurso
creado por el poeta. El poema se convierte ahora en un espacio donde residen y pasan
conceptos, teorías, recuerdos; con un cambio sustancial en el lenguaje poético, un lenguaje más
convencional, que puede adoptar unas cotas de intimismo antes desconocidas en poesía, con un
regusto irónico en el contenido, y la aparición de fórmulas intertextuales, o una incipiente
ampliación de horizontes poéticos, la ampliación a otros poetas extranjeros, sobre todo, ingleses
y franceses. La influencia de Eliot es fundamental en la obra de muchos autores de los 50,
influencia que llegó a España gracias a las lecturas de Cernuda y la depuración de Gil de
Biedma en el grupo del medio siglo.

Pueden verse en estos poetas posturas más irónicas, como en Gil de Biedma, actitudes
reflexivas en lo concerniente al horizonte poético, como en Valente, tesis que cambian los
poemas como espacios en construcción, lo meta poético en Ángel González; actitudes
románticas de rechazo a lo anterior, aprendido de Cernuda y que se puede ver en la obra de
Costafreda, que debe mucho al 27 en ese sentido. De ahí que la poesía de los 50 sea tan
diferente de la anterior, el poema es un campo abierto para la experiencia personal de los
autores, con una sólida formación intelectual, que van a plasmar en sus poemas todas estas
preocupaciones estéticas, porque querían hacer de la poesía algo diferente. Ahí se puede
enmarcar la poesía de Costafreda, una dedicación completa a su poesía, a la reflexión de lo
poético, unos altos ideales poéticos que no se ven en absoluto correspondidos de no ser por el
primerizo y quizá demasiado temprano premio Boscán, que dieron carta de naturaleza a un
Costafreda que confiaba en lo poético, pero que según avanzaba el tiempo fue descubriendo que
la situación en España era peor de lo que se esperaba, y que su concepción de la poesía no era la
deseada de él como poeta. La no inclusión en el libro de Castellet, Veinte años de poesía
española, le sirvieron para darse cuenta de que su intento poético había fracasado y que su
concepción le debía casi más al pasado poético de este país que a las nuevas tendencias de sus
compañeros. Como he dicho anteriormente, una poesía que parte del simbolismo y que nace del
silencio poético, del poeta que se sabe fracasado.

Desde el cuarenta y nueve al setenta y cuatro del pasado siglo, solo publica tres libros de
poemas, exceptuando la separata de Laye ,“Ocho poemas”, que después será incluido en el libro
Compañera de hoy, libro de carácter más conciliador consigo mismo y concesión a la poesía,
que aparecerá en el año sesenta y seis. Poemario donde se ensayan fórmulas más cercanas al
tono de los poetas de los cincuenta, un tono coloquial, que parece proceder de la experiencia, y
que confía en la expresión de lo amoroso, del descubrimiento de la Amada o del Eterno
Femenino, como única posibilidad de actuación de un mundo que sigue siendo igual de gris, en
el caso de España, o igual de mecanizado, como en el caso de Suiza. De muestra el bellísimo
poema “ Todo lo que tememos”, de ecos salinianos, en un concepción romántica del mundo, de
reflexión sobre el amor y las circunstancias que envuelven la propia vida que marcan lo que
existe de lo que no existe; lo que ha dejado huella a través del recuerdo, invocación que procede
del pasado y que sirve al sujeto poético para reflexionar sobre la tentativa vital como una nueva
esperanza, un nuevo espacio, recordemos la iniciativa neorromántica de la que procede
Costafreda y la concepción de la poesía como un acto religioso donde el poeta toma la forma de
Dios encarnado en el poema, la palabra y sus límites para este poema que se acerca al amor sin
ironías, pero con convencimiento, obstinado, vital, una actitud casi extraña en Alfonso
Costafreda, que impregna sus composiciones de un pesimismo sostenido, pero que se desgaja de
la impronta personal y vital que hemos explicado más arriba.

«No sé de dónde vienen

tu risa, tu alegría,

en qué instante aprendiste

a mirar frente a frente

todo lo que tememos.

A mirarlo en los ojos

como si nada hubiera

que temer

y tu mirada

hubiese descubierto

entre tanto desorden

un principio de luz.»

Donde se ve un Costafreda plenamente consciente de las capacidades organizativas del amor


ante tanto caos, un principio de cosmogonía, que se transmuta en la capacidad amorosa del
mundo y la bondad del mismo. Ante tanta fealdad aparece el principio de luz, que se opone
platónicamente a la oscuridad que aparece en el libro, composiciones como “Otras noches”, o
“De noche en noche”. Donde todo lo que habita es miedo, dolor, desesperanza e incertidumbre;
vemos un desplazamiento hacia el miedo en la obra de Costafreda, porque el último libro ya se
instala definitivamente en la desesperanza del que sabe que el camino que queda por recorrer es
breve.

Suicidios y otras muertes es un alegato en defensa de la libertad de elegir cuándo morir. Son una
serie de poemas dedicados a poetas que dejaron este mundo agostados por los golpes de la vida,
porque su concepción creativa se había agotado, o porque no tenía nada que ver con nadie,
estremecedores son los poemas dedicados a Sylvia Plath, a Paul Célan, el dedicado a la muerte
de su querido amigo Gabriel Ferrater, o los versos de Cesare Pavese: “Vendrá la muerte y tendrá
tus ojos.”

Son textos estremecedores, que están al límite de la vida, pero llevándola a la poesía, que se
convierte de igual manera en una experiencia última, en una poesía por delante de los cánones
de creación, que flirtea con la muerte, porque ya no hay nada que temer; la muerte como un acto
creativo que lucha en contra de la mediocridad:
G.F.

«Opongo

a toda la retórica y vacía

y humillante

poesía

hispánica actual,

la obra viva, aún más viva ahora,

de un gran poeta catalán ahora destruido.»

Con un concepto medieval de la muerte, la vida verdadera empieza más allá de la muerte,
cuando morimos, sobre todo si has tenido una vida plena dedicada a la creación, como es el caso
del gran poeta catalán Gabriel Ferrater, cuya obra Les dones i els díes, fue de una influencia
principal, no tanto en la obra de Costafreda, pero sí en la actitud vital.

En pocos casos se funden de tal manera creación/pasión; la pasión por la literatura llevada hasta
sus últimas consecuencias. Si todo lo que el poeta ha intentado poéticamente ha fracasado, qué
se puede perder, de ahí el dolor que habita las páginas de este libro sin igual en la literatura
española. Caso premeditado del que ya no puede demostrar nada, la muerte como tema de su
libro, pero la muerte real, el símbolo se hace palabra. Costafreda como símbolo de su creación,
en una pequeña inmortalidad del difícil mundo literario que no recoge heridos. La poesía hecha
palabra, el verbo desvelado, la auténtica esencia de la poesía se establece en estas páginas, ahora
no parece que el sujeto poético encuentre dificultades con el lenguaje poético, la poesía se ha
desvelado completamente, el poeta ocupa su lugar creador, la vida tiene sentido en la
realización de la muerte:

“No hay otra forma de vivir”

Para alcanzar la libertad no dudes

En desprenderte de todo, de todos.

Vida que se supiera al borde del abismo.

Todo lo perderás,
y aunque te pierdas a ti mismo,

náufrago serás y luz del día.

Todas estas circunstancias convierten a Costafreda y a su poesía en un poeta contrario a toda


corriente, su radical originalidad, lo hacen un ejemplo raro de poeta comprometido con la poesía
y con la vida, sus ansias de superar lo poético siguiendo una tradición extranjerizante mediante
la muerte como único salvoconducto. Su entrega a la poesía, su concepción poética alejada de
presiones, la no inclusión en antologías grupales, el desencuentro con Gil de Biedma, el exilio
laboral en Suiza, y la distancia sentimental con otros poetas, lo convierten en un poeta de
factura muy diferente en una generación que marcó el camino a seguir para generaciones
posteriores, que permitió el resurgir poético de una España que experimentaba cambios en un
periodo demasiado largo en la Historia española reciente.

Su poesía es una muestra breve y valiente, que, si bien no ha creado escuela, se mueve entre los
parámetros establecidos por la generación de los 50, y que se pueden ver en sus tres libros,
desde la influencia más social de Nuestra elegía, pasando por los ecos neoplatónicos de
Compañera de hoy, hasta el testamento vital del libro póstumo Suicidio y otras muertes.

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