Base Del Liderazgo Biblico
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TESTaMENTO
desafíos pastorales
en deuteronomio
lección 01
BaSES BIBlICaS
DEl lIDERaZgO
BASES BI BL I C AS D EL L I D ER AZ GO . Lec c i ón 01
cepto «hoy» es central también. El libro de Deuteronomio Captura con el «hoy» a cada nueva ge-
neración del pueblo de Dios, no importa en qué momento histórico se encuentre (Dt 5.1-5, RV60):
Llamó Moisés a todo Israel y les dijo: Oye, Israel, los estatutos y decretos que yo pronuncio hoy en
vuestros oídos; aprendedlos, y guardadlos, para ponerlos por obra. Jehová nuestro Dios hizo pacto
con nosotros en Horeb. No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros
todos los que estamos aquí hoy vivos. Cara a cara habló Jehová con vosotros en el monte de en
medio del fuego. Yo estaba entonces entre Jehová y vosotros, para declararos la palabra de Jehová;
porque vosotros tuvisteis temor del fuego, y no subisteis al monte.
Obviamente, al hablar del «hoy», también se hace referencia al pasado y al futuro. Dt 8.1 (DHH)
es un buen ejemplo de eso:
Pongan ustedes en práctica los mandamientos que yo les ordeno hoy, para que así puedan vivir y
llegar a ser un pueblo numeroso, y conquisten este país que el Señor prometió a sus antepasados.
Dt. 18.15-18 (RV60) no solo llama profeta a Moisés, sino que lo hace paradigma de todo profeta
que Dios levantara en el futuro.
Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis confor-
me a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a
oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera. Y Jehová me dijo:
Han hablado bien en lo que han dicho. Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú;
y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.
Como tal, mantiene viva la memoria histórica del pueblo, narra eventos del pasado y los interpreta
a la luz de la situación presente del pueblo—, exhorta, advierte, enseña, interpela, promete,
amenaza…
Moisés quería hacer lo que sabía que no podría ocurrir (Dt. 1.37), además sabía qué era lo que Dios
quería que hiciera (Dt. 1.38). Por eso en su oración evita empezar con la petición, sino que arranca
con la “alabanza”, el deseo de manipular. Además, indica que la falta de respuesta positiva a la
oración no era su culpa, sino la del pueblo (Dt. 3.26). Sin embargo, Dios insiste en lo que ya Moisés
sabía de antemano.
Sal. 90.3-11: La respuesta de Moisés a Dios. A partir de lo que Dios le respondió en Dt. 3.26b-28,
Moisés le ora a Dios con una mezcla de frustración, confusión y dolor profundo. Claro, Moisés no
_ podría hacer otra cosa, sino quejarse con Dios por lo que le hacía. Cómo podía Dios pagarle de esa
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a Dios para pedirle tratos especiales y favores; ¡tenía las credenciales! Además, Dios lo apreciaba
más que a cualquier otra persona:
Óiganme bien. ¿Por qué se atreven a hablar mal de Moisés? Ustedes saben que cuando yo quiero
decirles algo por medio de un profeta, le hablo a este por medio de visiones y de sueños. Pero con
Moisés, que es el más fiel de todos mis servidores, hablo cara a cara. A él le digo las cosas claramen-
te, y dejo que me vea (Nm.12.6-8, TLA).
En Sal. 90.3-11, Moisés le dice a Dios: «Señor, no te comprendo. La forma en que me tratas me
deja confundido. Esperaba otra respuesta tuya, pero ahora entiendo que frente a ti, todo ser hu-
mano no puede esgrimir privilegio alguno, ni «pedigrí» alguno, ni credenciales, ni nada. Somos
simple y llanamente, individuos enviados a la muerte, ¡a ser convertidos en polvo!». Cuando la
voluntad humana no se vuelve una con la divina, ¡nada!, ¡absolutamente nada cuenta ante Dios!
¿Qué lección aprendió Moisés?: «Moisés no ores por ti, cambia la dirección de tus prioridades, no
pierdas tiempo en lo que no es mi voluntad, dedícate a lo que te dicho que hagas.
Sal. 90.12 Un cambio de 180 grados—la segunda respuesta de Moisés a Dios. Con este versículo,
Moisés ya no pide las cosas según su voluntad. Lo que ahora quiere es que su modo de pensar
coincida con la voluntad de Dios. Por ello se muestra un cambio tan radical en la manera de
hablarle a Dios en Sal. 90.13-17. Ya no es queja ni dolor, sino una simple y sencilla petición: Con-
viértete a nosotros (v. 13); es decir haz realidad tu promesa: Voy a estar contigo (Ex. 3.12). Báñanos
con tu esplendoroso «YO-ESTOY-CON-QUIEN-YO-DECIDA-ESTAR».
Dt. 9.26—10.10: ¡La graduación! Este texto de Dt. muestra que Moisés aprendió muy bien la
lección; se «graduaba» de la academia de la oración. Por supuesto que Moisés tenía que pasar el
examen; y la prueba que Dios le pone no fue nada fácil—¡vaya manera de probarlo!—Escuchen
bien lo que Dios le dice a Moisés:
Me he dado cuenta de que este pueblo es muy terco. ¡Déjame destruirlo, para que nadie vuelva a
recordarlo! Pero a ti, te pondré por jefe de un pueblo mucho más fuerte y grande (Dt. 9.13-14, TLA).
¡Qué pastor de hoy no estaría contento de recibir una propuesta divina de este tipo ante una iglesia
malagradecida y pasiva!: «¡Ya no te preocupes más por esa iglesia, déjame destruirla, te voy a dar
una mejor congregación, más cariñosa, más solidaria, más obediente, más agradecida!».
Si Moisés le había puesto una zancadilla a Dios (Dt. 3.23-25), ahora Dios se la pone a Moi-
sés. Pero Moisés ya había aprendido la lección, y dejó a un lado su ego y su voluntad, así que
consideró a su pueblo—con todas sus fallas y pecados—como su prioridad y su práctica de
oración también cambió. Ya no era la de petición y falsa adoración, tampoco la de la queja y
frustración, sino la de intercesión:
Yo estuve en el monte Horeb cuarenta días y cuarenta noches, como la primera vez. Allí estuve
orando a Dios para que no los destruyera, y él me escuchó, pues no los destruyó. Al contrario, me
pidió que me preparara y los guiara a conquistar la tierra que él prometió dar a los antepasados
de ustedes (Dt 10.10-11, TLA).
¡Qué cambio! Si en Dt 3.26 Moisés dijo «Dios no me escuchó», aquí las palabras son diferentes:
«Dios me escuchó» (Dt 9:26-28, TLA):
Dios mío, no destruyas al pueblo que sacaste de Egipto con tu gran poder. Es tu pueblo. Recuerda
que Abraham, Isaac y Jacob siempre te fueron fieles y te obedecieron en todo. Olvídate de que este
pueblo es terco; olvídate de su pecado y de su maldad. Si lo destruyes, los otros pueblos van a pensar
que no pudiste llevarlo hasta la tierra que le prometiste. También van a pensar que tú no lo quieres,
y que lo sacaste al desierto para destruirlo por completo. Esta gente es tu pueblo; es el pueblo que
con tu gran poder sacaste de Egipto.
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altanero y demandante, sino el humilde («me postré delante de Dios»), preocupado por el otro no
por sí mismo, solidario e intercesor. En esta oración, Moisés también habla de las hazañas y logros
de Dios, pero ya no para moverlo a actuar en favor de sí mismo, sino para ayudar al otro, al pueblo.
Qué se espera del pastor en Deuteronomio
Que sea en primer lugar «siervo de Dios», libre de toda visión egoísta y «personalista» de la mi-
sión. Moisés, Josué, David, los profetas, Jesús y Pablo llevaron con «orgullo» ese título. Y fue un
título difícil de «conseguir». En el libro de Josué, fue Dios quien denominó a Moisés como «su
siervo», y no fue sino hasta el final de la vida y ministerio de Josué que, por fin, a él se le llamara
así (Jos. 24.29)—y no es accidental el hecho de que ese título adjudicado a Josué se citara en el
capítulo que más habla de «servicio» fiel y leal a Dios y a nadie más. Pablo, más de una vez se vio
obligado a defender ese título; y fue en la carta a los Gálatas que lo hizo con toda pasión: Pero lejos
esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. . . De aquí en adelante nadie me
cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús (Gl. 6.14, 17, RVR-60).
¡Servicio! No posiciones de poder y culto a la meritocracia. Jesús marcó bien claro este aspecto
importante de la misión en Marcos 10.42-54 (DHH): Como ustedes saben, entre los paganos hay
jefes que se creen con derecho a gobernar con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir
su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande
entre ustedes, deberá servir a los demás, y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser
el esclavo de los demás. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir
y dar su vida en rescate por una multitud.
Moisés creyó en algún momento de su ministerio que el «servició» le traería dividendos y pri-
vilegios o premios. La respuesta de Dios en Deuteronomio 3.26-28 y la oración de Moisés en el
Salmo 90 no dejan lugar a dudas de lo que Dios tiene en mente. El líder no vive para sí, ni para
lograrse un «nombre», un «mejor puesto» o «un premio». Vive para el servicio de Dios en la
entrega solidaria para la salvación y vida plena de aquellos por quienes fue llamado. En todo
momento, ¡hasta en las terquedades y necedades del pueblo, su rebeldía y pecado!, el líder es
llamado a una solidaridad vicaria.
Jesús lo definió así (Jn. 10.10-15, TLA):
Cuando el ladrón llega, se dedica a robar, matar y destruir. Yo he venido para que todos ustedes
tengan vida, y para que la vivan plenamente. Yo soy el buen pastor. El buen pastor está dispuesto a
morir por sus ovejas. El que recibe un salario por cuidar a las ovejas, huye cuando ve que se acerca
el lobo. Deja a las ovejas solas, porque él no es el pastor y las ovejas no son suyas. Por eso, cuando el
lobo llega y ataca a las ovejas, ellas huyen por todos lados. Y es que a ese no le interesan las ovejas,
sólo busca el dinero; por eso huye. Así como Dios mi Padre me conoce, yo lo conozco a él; y de igual
manera, yo conozco a mis seguidores y ellos me conocen a mí. Yo soy su buen pastor, y ellos son mis
ovejas. Así como el buen pastor está dispuesto a morir para salvar a sus ovejas, también yo estoy
dispuesto a morir para salvar a mis seguidores.
En segundo lugar, el pastor vive de acuerdo con Palabra de Dios. Aquello que aseguró la pre-
sencia de Dios en la vida de Moisés y de Josué fue la sujeción de ambos a la Palabra de Dios. En el
Sinaí y durante su misión como líder y libertador de los hebreos, Moisés recibió de Dios las «pala-
bras» que iban a conformar la vida de un líder y de un pueblo en justicia, libertad y unidad. Por
eso, cuando Moisés murió, Josué escuchó de Dios estas palabras (Jos. 1.7-9, TLA):
Sólo te pido que seas muy fuerte y valiente. Así podrás obedecer siempre todas las leyes que te dio
mi servidor Moisés. No desobedezcas ni una sola de ellas, y te irá bien por dondequiera que vayas.
Nunca dejes de leer el libro de la Ley; estúdialo de día y de noche, y ponlo en práctica, para que ten-
gas éxito en todo lo que hagas. Yo te pido que seas fuerte y valiente, que no te desanimes ni tengas
_ miedo, porque yo soy tu Dios, y te ayudaré por dondequiera que vayas.
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y la vida del líder y el pueblo se ejecutan unidos a la Palabra de Dios (Dt. 8; Sal 1.2-3; 119). El mis-
mo Jesús, en los momentos más cruciales de su vida y ministerio dio el ejemplo de vivir y enseñar
de acuerdo con la Palabra de su Padre. Cuando fue tentado no usó sus propias palabras, sino las
de la Biblia (Lc. 4.1-13). Cuando se sintió desamparado de su propio Padre, hasta en su lamento y
clamor no dependió de sus palabras, sino las de la Biblia (Mt 27.46). Finalmente, cuando tuvo que
afirmar su presencia en medio de sus seguidores y para traerlos de nuevo al camino correcto de la
fe, Jesús dedicó la mayor parte del trayecto a Emaús exponiendo la Palabra de Dios (Lc. 24.25-32).
Aprendiendo a envejecer, aprendiendo a morir (Dt. 34.1-12. Desde el punto de vista del liderazgo,
varios son los puntos dignos de resaltar aquí. En primer lugar, sólo después de su muerte se le
llama a Moisés «siervo de Yavé» (v. 5; más de 40 veces se le llama así en la Biblia); lo mismo pasará
con Josué (Jos. 24.29). Con esto, el deuteronomista parece afirmar que ese título solo se gana
después de completada la tarea y cuando Dios marca ese final. ¿Por qué será así? Porque ese
título, tal como señala Claus Westermann, no tiene tanto el sentido de «estar sometido, sino de
pertenecer al Señor y estar protegido por él. . .». Tal como se ha señalado en el primer ensayo de
esta seria, lo que marca la vida y ministerio del líder, lo que asegura su éxito, no es otra cosa más
que la certeza de la presencia continua de Dios con él.
En segundo lugar, se afirma que la muerte de Moisés fue resultado de una orden de Dios. ¡Hasta
en su muerte, Moisés estuvo sujeto en obediencia a Dios! (v.5). Ya Dios había indicado que Moisés
no iba a entrar a la Tierra prometida, y tanta era su voluntad al respecto, que hasta muerto, Dios
quería estar seguro que Moisés no entraría a Canaán. Por eso, Dios mismo lo enterró y no reveló
el lugar del entierro. De esa manera, nadie de los presentes iba a sentir la tentación de tratar de
mantener al líder con el pueblo, para asegurar su subsistencia. ¡No, Dios no quería que nadie
convirtiera a Moisés en ídolo o talismán!
En tercer lugar, el texto afirma con toda claridad que en el momento de su muerte, Moisés estaba
sano y que se mantenía en energía y vitalidad (v. 7). Moisés bien pudo haberle argumentado a
Dios: «Señor, pero si todavía puedo seguir como líder del pueblo, déjame seguir un tiempo más.
Mírame, estoy completamente sano y fuerte, ¿por qué quieres que termine mi ministerio y vida en
el momento en que más fructífero y capaz soy?». Pero Dios quería enseñarle a Moisés, al pueblo
y a todo líder que Dios levantara en el futuro, «que una empresa, una misión, puede ser más larga
que la vida de un hombre longevo. Que no basta poner en marcha y guiar la empresa, sin que hace
falta poner en marcha sucesores que la continúen y la rematen».
El final del capítulo 34, versículos 10-12, marca el final del libro y de la opinión que Dios tuvo de
ese su siervo que aprendió, no sin dificultades, a convertirse en protagonista de la misión de Dios:
(1) no hubo profeta alguno que pueda comparase con Moisés en lo que respecta a su comunión
íntima con Dios; (2) nadie como Moisés logró tanto en la misión que Dios le encomendó; (3) nadie
causó tanta influencia en la vida del pueblo de Israel, hasta el día de hoy como Moisés. Y lo que
más sorprende de esta evaluación es que no surge de labios de Moisés, sino de la «boca» de Dios.
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