Arte (Iván) de Yasmina Reza

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ARTE, de Yasmina Reza

Iván.- Superdramático, problema insoluble, dramático… Las dos consuegras quieren


figurar en la participación de boda. Catalina adora a su madrastra, que casi la ha criado;
quiere que conste en la participación. Lo quiere, pero la madrastra no concibe, y es
normal, la madre murió, no figurar al lado del padre. Yo odio a mi madrastra y no la quiero
incluir en la participación. Pero mi padre no quiere estar si ella no está, a menos que la
madrastra de Catalina no esté tampoco, cosa absolutamente imposible. He sugerido que
no figure ningún pariente, al fin y al cabo ya no tenemos veinte años, podemos comunicar
nuestro enlace e invitar a la gente los dos solitos. Catalina se puso histérica,
argumentando que eso era una bofetada para sus padres, que pagaban a precio de oro la
recepción, y de manera especial para su madrastra, que se había sacrificado tanto por
ella sin ser su hija. Terminé por dejarme convencer, totalmente en contra de mi voluntad.
Por agotamiento acepto, pues, que mi madrastra, a la que odio, que es una cerda, figure
en la participación. Llamo a mi madre por teléfono para decírselo. Le digo: “Mamá, lo he
intentado todo para evitar esta situación pero no hay otra manera de resolverlo. María
Luisa debe figurar en la participación”. “Si María Luisa figura en la participación”, me
contesta mi madre, “yo no quiero estar”. Le digo: “Mamá, te lo suplico, no empeores más
las cosas”, y ella me dice: “¿Cómo te atreves a proponerme que mi nombre navegue a la
deriva, en solitario, sobre el papel, como el de una mujer abandonada, debajo del de
María Luisa sólidamente amarrado al patronímico de tu padre?”. Yo le digo: “Mamá, unos
amigos me están esperando, te voy a colgar, ya hablaremos de todo esto mañana con
más tranquilidad”. Ella me dice: “¿Y por qué tengo que ser yo siempre el último mono?”
“¿Pero qué dices , mamá?, tú no res la última mona” “Claro que sí, cuando me dices que
no empeore más las cosas quiere decir claramente que las cosas ya son, que todo se ha
organizado sin consultarme. Todo se trama a mis espaldas, la abnegada Mercedes tiene
que decir siempre amén a todo”. “Y además”, me dice ella -la guinda-, “por un
acontecimiento del que todavía no entiendo la urgencia”. “Mamá, unos amigos me
esperan” “Sí, sí, siempre tienes algo mejor que hacer, todo es más importante que yo,
adiós” Y cuelga. Catalina, que estaba a mi lado, pero que no había oído nada, me dice.
“¿Qué dice?” Yo le digo que no quiere figurar en la participación si figura María Luisa y
que es normal. “Yo no hablo de eso, ¿qué dice sobre la boda?” “Nada” “Mientes” “Que no,
Cati, te lo juro, no quiere figurar en la participación al lado de María Luisa”. “Llámala de
nuevo y dile de mi parte que cuando se casa el único hijo se debe aparcar el amor propio”
“Podrías decirle lo mismo a tu madrastra” “Eso no tiene nada que ver.”, exclama Catalina,
“Soy yo, yo, quien exige de todas todas su presencia, no ella, la pobre, tan delicada. Si
supiera los problemas que provoca me suplicaría que ni la mencionara en la participación.
Vuelve a llamar a tu madre”. Vuelvo a llamarla, hipertenso, con Catalina pegada a mi lado
escuchando. “Iván”, me dice mi madre, “hasta hoy has llevado tu vida de la manera más
caótica posible, y ahora, porque de pronto pretendes desarrollar un proyecto de actividad
conyugal, me veo en la obligación de tener que pasar toda una tarde toda una noche con
tu padre, un hombre al que no veo desde hace diecisiete años y ante el que no pienso
exhibir ni mi papada ni mis circunferencias, y con María Luisa, quien, dicho sea de paso,
acaba de descubrir el bridge”. Mi madre también juega al bridge. “Sí, sí, el bridge. Lo he
sabido por Félix Perolari. Que María Luisa juegue al bridge no lo puedo evitar, pero en la
participación de boda, ese objeto por excelencia que todo el mundo recibirá y analizará,
quiero aparecer yo sola.” Catalina, que sigue escuchando con la oreja pegada, me hace
una mueca de desdén. Yo digo: “Mamá, ¿por qué eres tan egoísta?” “Yo no soy egoísta.
No soy egoísta, Iván. ¿No irás tú también a decirme como la señora Herminia esta
mañana que tengo el corazón de piedra, que en la familia todos tenemos el corazón de
piedra, dixit la señora Herminia esta mañana, total porque me he negado -ha perdido
totalmente el juicio- a pagarle mil ochocientas la hora sin darla de alta, y ella va y
aprovecha para decirme que en la familia todos tenemos una piedra por corazón,
precisamente ahora que acaban de implantarle un marcapasos a mi pobre Andrés, al que
por cierto no le has mandado ni una miserable postal… Sí, claro, eso a ti te hace reír, a ti
todo te da risa. No soy yo la egoísta, Iván; aún te queda mucho que aprender de la vida.
Anda, mi niño, vete, vete con tus amiguitos…”

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