Una mujer de 53 años desarrolló un delirio de celos hacia su marido después de recibir una carta anónima que afirmaba que él tenía una relación con otra mujer más joven. El psicoanálisis reveló que la mujer en realidad estaba enamorada de su yerno y que su delirio era un mecanismo de defensa para racionalizar este amor prohibido y descargar la culpa.
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Una mujer de 53 años desarrolló un delirio de celos hacia su marido después de recibir una carta anónima que afirmaba que él tenía una relación con otra mujer más joven. El psicoanálisis reveló que la mujer en realidad estaba enamorada de su yerno y que su delirio era un mecanismo de defensa para racionalizar este amor prohibido y descargar la culpa.
Una mujer de 53 años desarrolló un delirio de celos hacia su marido después de recibir una carta anónima que afirmaba que él tenía una relación con otra mujer más joven. El psicoanálisis reveló que la mujer en realidad estaba enamorada de su yerno y que su delirio era un mecanismo de defensa para racionalizar este amor prohibido y descargar la culpa.
Una mujer de 53 años desarrolló un delirio de celos hacia su marido después de recibir una carta anónima que afirmaba que él tenía una relación con otra mujer más joven. El psicoanálisis reveló que la mujer en realidad estaba enamorada de su yerno y que su delirio era un mecanismo de defensa para racionalizar este amor prohibido y descargar la culpa.
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Un joven oficial, al regresar a la casa con una breve licencia, me pidió que
tomara bajo tratamiento a su suegra, que, viviendo en las más dichosas
condiciones, se amargaba la vida y la amargaba a los suyos a causa de una idea disparatada. De ese modo conocí a una dama de unos 53 años, bien conservada, de naturaleza simple y afable, que sin resistirse me dio el siguiente informe: Vive en el campo, en feliz matrimonio con su marido, quien dirige una gran fábrica. Todo le parece poco para encomiar el amoroso cuidado que él le dedica. Casada por amor treinta años antes, desde entonces ninguna nube, ni querella, ni ocasión de celos. Ya bien casados los dos hijos, el marido y padre, movido por un sentimiento de deber, no quiere darse todavía descanso. Hace un año ocurrió lo increíble, incomprensible para ella misma: le llegó una carta anónima donde se le denunciaba que su virtuoso marido mantenía relaciones amorosas con una muchacha joven, y ella le prestó crédito en el acto; desde entonces quedó destruida su dicha. Más en detalle, lo ocurrido fue aproximadamente como sigue: Tenía una mucama con quien conversaba quizá demasiado de cosas íntimas. Esta muchacha perseguía a otra con una hostilidad animada directamente por el odio; ello se debía a que esta última había progresado mucho más en la vida, sin ser de mejor cuna. En lugar de entrar a trabajar en servicio doméstico, se había procurado una formación en asuntos de comercio, ingresó en la fábrica y, a causa de la falta de personal producida por el llamamiento a filas de los empleados, fue promovida a un buen puesto. Ahora vivía en la propia fábrica, tenía trato con caballeros y aun se hacía llamar señorita. La que se había quedado atrás en la vida estaba naturalmente dispuesta a decir todo el mal posible de su antigua compañera de escuela. Un día conversaba nuestra dama con su mucama acerca de un señor anciano que habían recibido en la casa, y de quien se sabía que no vivía con su mujer, sino que mantenía una relación con otra. Ella no sabe cómo fue que de pronto dijo: “Para mí sería lo más terrible enterarme de que mi buen esposo tiene también una relación”. Al día siguiente recibió por el correo una carta anónima que, con escritura disimulada, le comunicaba eso mismo que ella, por así decir, había conjurado. Extrajo la conclusión – probablemente acertada – de que la carta era obra de su maligna mucama, pues señalaba como la amada del marido precisamente a esa señorita a quien la sirvienta perseguía con su odio. Pero aunque se percató enseguida de la intriga y en su lugar de residencia había vivido sobrados ejemplos de la poca fe que merecían tales cobardes denuncias, aconteció que esa carta la hizo derrumbarse al instante. Presa de una terrible emoción, envió de inmediato por su marido para hacerle los más acerbos reproches. El hombre rechazó riendo la imputación e hizo lo mejor que podía hacer. Llamó al médico de la casa y de la fábrica, quien puso todo su empeño en calmar a la desdichada señora. El ulterior proceder de ambos fue también enteramente razonable. La mucama fue despedida, pero la supuesta rival no. Desde entonces, una y otra vez, la enferma pareció tranquilizarse a punto tal de no dar más crédito al contenido de la carta anónima, pero nunca radicalmente ni por mucho tiempo. Bastaba que oyera nombrar a esa señorita o que la encontrara por la calle para que se le desencadenase un nuevo ataque de desconfianza, dolor y reproches. He ahí, pues, la historia clínica de esa honrada señora. (pp. 228, s.) [Tras explicar ¿qué actitud adopta el psiquiatra frente a un caso clínico así? (pp. 229, s.), Freud pasa a exponer el desempeño psicoanalítico.]
hora bien, ¿puede el psicoanálisis desempeñarse mejor? Sí, por cierto;
A espero mostrarles que aun en un caso así, de tan difícil acceso, es capaz de descubrir algo que posibilite la comprensión más directa. Primero, les ruego que atiendan a este pequeño detalle: fue la propia paciente quien provocó esa carta anónima que sirve de apoyo a su idea delirante, cuando, el día anterior, dijo a la intrigante muchacha que su máxima desventura sería que su marido mantuviera una relación amorosa con una muchacha joven. Sólo entonces concibió la servidora la idea de enviarle la carta anónima. La idea delirante cobra así una cierta independencia de la carta; ya antes había estado presente como temor – ¿o como deseo? – en la enferma. Ahora agreguen ustedes algunos pequeños indicios más que sólo dos sesiones de análisis han brindado. La paciente se comportó con mucha renuencia cuando se la exhortó a comunicar, tras el relato de su historia, sus ulteriores pensamientos, ocurrencias y recuerdos. Aseveró que nada se le ocurría, lo había dicho todo, y trascurridas dos sesiones fue preciso interrumpir realmente el ensayo con ella, pues había proclamado que ya se sentía sana y estaba segura de que la idea enfermiza no reaparecería. Lo dijo, desde luego, sólo por resistencia y por angustia frente a la prosecución del análisis. Pero en esas dos sesiones había dejado caer algunas observaciones que permitieron una interpretación determinada, y aun la hicieron inevitable; y esta interpretación echa una luz fulgurante sobre la génesis de su delirio de celos. Había dentro de ella un intenso enamoramiento por un hombre joven, ese mismo yerno que la instó a buscarme en calidad de paciente. De este enamoramiento, ella no sabía nada o quizá muy poco; dada la relación de parentesco existente, esta amorosa inclinación podía enmascararse fácilmente como una ternura inocente. Tras todas las experiencias que hemos recogido en otras partes, no nos resulta difícil una comprensión empática {einfühlen} de la vida anímica de esta decente señora y honrada madre de 53 años. Un enamoramiento así, que sería algo monstruoso, imposible, no pudo devenir conciente; no obstante, persistió y, en calidad de inconciente, ejerció una seria presión. Alguna cosa tenía que acontecer con él, algún remedio tenía que buscarse, y el alivio inmediato lo ofreció sin duda el mecanismo del desplazamiento, que con tanta regularidad toma parte en la génesis de los celos delirantes. Si no sólo ella, una señora mayor, se había enamorado de un hombre joven, sino también su anciano marido mantenía una relación amorosa con una joven muchacha, entonces su conciencia moral se descargaba del peso de la infidelidad. La fantasía de la infidelidad del marido fue entonces un paño frío sobre su llaga ardiente. Su propio amor no le había devenido conciente, pero el reflejo de él, que le aportaba esa ventaja, ahora se le hizo conciente de manera obsesiva, delirante. Todos los argumentos en contra no podían, desde luego, dar fruto alguno, pues sólo se dirigían a la imagen reflejada, no al modelo a que aquella debía su poder y que acechaba inatacable en lo inconciente. (pp. 230, s.) Sigmund Freud, “16ª conferencia. Psicoanálisis y psiquiatría”, en “Conferencias de introducción al psicoanálisis” [1916-17], en Obras completas, traducción de José Luis Etcheverry, Buenos Aires, Amorrortu, 1996, tomo XVI, pp. 223 – 234.