Crisis 98

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INTRODUCCIÓN

La muerte temprana de Alfonso XII, el 26 de noviembre de 1885, abrió paso


a la Regencia de su esposa Mª Cristina de Habsburgo (1885-1902). Durante este
periodo se consolidó el sistema canovista y se produjo una importante
liberalizació n del régimen gracias a una legislació n avanzada: Ley de Asociaciones
(1887), Có digo civil (1889) y establecimiento del jurado y del sufragio universal
(1890); sin embargo la prá ctica del caciquismo siguió presente en la vida política
españ ola y la oposició n al sistema se hizo patente con la recuperació n de los
partidos republicanos, el nacimiento de los partidos nacionalistas y la organizació n
del movimiento obrero, que aunque estuvieran fuera del sistema , cada vez se
hacían má s importantes.
La Regencia tuvo que afrontar la primera gran crisis del sistema: la crisis del
98, que se identificó con las guerras de independencia de las ú ltimas colonias
(Cuba, Puerto Rico y Filipinas) y que supuso no solo la pérdida de éstas sino la
primera crítica seria del sistema por parte de políticos e intelectuales.

1 .CONTEXTO INTERNACIONAL

Para entender la crisis del 98, debemos enmarcar el proceso de


independencia de las colonias españ olas no só lo dentro de las crisis internas que
sufre Españ a (inestabilidad política hasta 1874 y carencia de una política colonial
clara) sino dentro del contexto internacional, del momento marcado por el nuevo
imperialismo protagonizado por los países má s desarrollados (Gran Bretañ a,
Francia, Alemania, Estados Unidos y Japó n). Estos países ven en el dominio de
nuevos territorios la ú nica posibilidad de consolidar el sistema capitalista y su
prestigio en el mundo.
Territorios de Á frica y de Asia será n apetecidos por los países europeos que
está n realizando su segunda revolució n industrial; Gran Bretañ a y Francia
dominará n gran parte de los dos continentes y solucionará n diplomá ticamente sus
diferencias. En América, la influencia econó mica de Estados Unidos se hace sentir
en el sur del continente y en la zona del Caribe; en los añ os 60 del siglo XIX deseará
también el dominio político. Las guerras de independencia de Cuba le brindan una
oportunidad que
no desaprovechará n.
Españ a, una potencia de segundo orden, queda fuera de cualquier reparto
colonial importante (la política españ ola fue claramente aislacionista “de
recogimiento”). Su preocupació n en esos momentos fue: mantener sus ú ltimas
colonias en ultramar, especialmente Cuba a la que la unían lazos econó micos y
culturales muy fuertes e intervenir en el norte de Á frica.

2 . LAS GUERRAS COLONIALES

2.1 LAS COLONIAS ANES DE 1895


Tras la pérdida de la América continental en el primer tercio del s. XIX, los
restos del imperio españ ol se reducían a: las islas de Cuba y Puerto Rico en el
Caribe y a las Filipinas en el Pacífico.
En la segunda mitad del s. XIX se iniciará el proceso de independencia de
estos territorios, un proceso al que los diferentes gobiernos no supieron darle
solució n. La gran preocupació n de los gobiernos del Sexenio Democrá tico (cuando
se inició la primera guerra de independencia de Cuba) y de los gobiernos de la
Restauració n fue mantener a toda costa la soberanía sobre Cuba, Puerto Rico y
Filipinas, en vez de promover soluciones políticas de cará cter autonomista que
satisficieran las demandas de la burguesía criolla (que se sentía relegada en la
toma de decisiones sobre sus islas)
La primera Guerra de independencia cubana (1868-78) finaliza con la Paz
de Zanjó n, pero esto no significó la solució n del problema, sino su aplazamiento. El
tratado prometía unas nuevas condiciones políticas y administrativas, el fin de la
esclavitud y una amnistía. Sin embargo el cumplimiento de lo pactado se hizo
lentamente, la esclavitud só lo fue abolida en 1886 y las primeras tentativas de
dotar a Cuba de instituciones de gobierno autonomistas llegaron tarde, en 1893.
Desde 1878, los exiliados cubanos, entre ellos José Martí apuestan por la
independencia. Esta tendencia se organiza en la isla en torno a los amnistiados de
la guerra y en EE.UU. en torno al Partido Revolucionario Cubano fundado por el
poeta e intelectual cubano José Martí en 1892 defensor de una repú blica
independiente cubana. La independencia contará con muchos apoyos tanto en
ciertos sectores sociales cubanos como en los EE.UU. que veía el fin del imperio
españ ol como una posibilidad para extender su influencia política en la zona.
Los intereses econó micos de EE.UU. en la isla eran muy importantes y las
compañ ías azucareras y la opinió n pú blica respaldaban la ayuda america na a
los cubanos. Primero fue un apoyo diplomá tico, presionando al gobierno españ ol
para que abandonara la isla; después de 1891 cuando la ley de aranceles prohibió a
los cubanos el comercio libre en la zona (el comercio del azú car con EE.UU. era
mucho má s importante que con Españ a: el 91% del azú car se exportaba a EE.UU.)
se convirtió en un apoyo material a los insurgentes.

2.2 LA SEGUNDA GUERRA DE INDEPENDENCIA CUBANA

Los problemas seguían pendientes y los proyectos autonomistas defendidos


por Antonio Maura – ministro de Ultramar en 1893 en el gobierno de Sagasta- no
salían adelante en las Cortes. A esta situació n de poco entendimiento político se
unió un fuerte malestar social provocado por la caída del precio del azú car. Un
sector de los cubanos ven como una salida la sublevació n contra Españ a.
La guerra se iniciaba el 25 de febrero de 1895, el levantamiento fue
organizado desde el exilio por José Martí, Má ximo Gó mez y Antonio Maceo que
regresaron a la isla. De nuevo el levantamiento comienza en el este con el grito de
Baire. Martí muere en los inicios de la guerra (mayo de 1895) y la direcció n queda
en manos de Antonio Maceo que organiza el primer gobierno provisional. Las
fuerzas rebeldes (los mambises), bien organizadas cuentan con el apoyo popular y
con la ayuda velada de EE.UU., que envía regularmente armas que la marina
españ ola es incapaz de interceptar. El ejército españ ol, por el contrario tuvo que
enfrentarse no só lo a la guerrilla sino a la manigua (selva), a las lluvias y a las
enfermedades. Españ a envía de nuevo a Martínez Campos para pacificar la isla. Su
política de
concesiones y su negació n a utilizar medidas represivas no contó con el apoyo de
la oligarquía cubana partidaria de la guerra; por ello es sustituido por el general
Valeriano Weyler en 1896. Este reforzó el ejército y para desmoralizar a la
guerrilla inicia una política de concentració n de campesinos (ancianos mujeres y
niñ os) en lugares determinados y vigilados por guarniciones españ olas (centros de
internamientos deciviles). Estas fuertes medidas represivas fueron condenadas
por EE.UU. que desde 1896 preparaba desde la prensa una posible intervenció n en
la isla para acabar con el conflicto y salvaguardar los intereses de las familias
norteamericanas asentadas allí.
Los motivos de los estadounidenses para intervenir en el conflicto y
expulsar a los españ oles de Cuba eran de cará cter econó mico y estratégico Su
proyecto de dominio de la zona era obstaculizado por una Cuba españ ola; de la
misma forma quería intervenir en la zona del Pacífico, tenían intenció n de penetrar
en los mercados chinos.
Los americanos habían iniciado negociaciones para comprar la isla y en
1896 el presidente William McKinley vuelve a intentarlo, pero el gobierno españ ol
lo rechazó . Presionado por algunos sectores y por la prensa americana intervendrá
de forma directa en la guerra.
En diciembre de 1896 muere en combate Antonio Maceo, se vislumbra un
pronto final pues sin este líder indiscutible se podría negociar la paz, conceder la
autonomía y evitar la intervenció n de EE.UU. Sin embargo, la lucha prosigue y los
rebeldes se hacen cada vez má s fuerte en la zona occidental. En 1897 se concede la
autonomía, pero esta llega muy tarde. Los cubanos só lo desean la independencia y
la intervenció n de EE.UU. no se haría esperar.

2.3 LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA DE PUERTO RICO Y FILIPINAS

Entre 1896 y 1897 también se produjeron rebeliones en Filipinas y Puerto


Rico por no atender a sus peticiones autonomistas En Filipinas el movimiento
separatista estuvo liderado por José Rizal, líder de la Liga Filipina. Se controla
rá pidamente la insurrecció n después de la detenció n y fusilamiento de su líder; en
1897 llegan a unos acuerdos, rotos posteriormente por el sector radical de
independentistas (Katipunan). En Puerto Rico, la actividad del movimiento fue
muy escasa.

LAS CONSECUENCIAS

La crisis del 98 ha sido un hecho fundamental que ha marcado la historia de


Españ a; un acontecimiento que obliga a una reflexió n profunda sobre nuestro país.
En 1898 se bajaba el teló n de una época que había periclitado sin tener previsto
como abordar la siguiente situació n: que Españ a había dejado de ser un Imperio en
el que se reconocían todas las partes, para pasar a ser solamente una nació n en la
que no todos se reconocían.
La pérdida del imperio de ultramar fue considerada un desastre tanto
militar como diplomá tico, sobre todo porque desde la prensa y los pú lpitos se
había propagado desmedidamente la creencia en la superioridad militar españ ola.
A pesar de ello, la derrota no provocó ningú n cambio político.
Una de las primeras consecuencias fue la formació n de una corriente de
opinió n muy amplia a favor de la regeneració n de Españ a. Una regeneració n que
habría de acometerse en todos los ó rdenes, desde el político al social, pasando por
el econó mico e intelectual.
Las consecuencias del desastre a medio plazo fueron relevantes:
a) La vieja presencia en ultramar se trató de sustituir con una mayor atenció n
al norte de Á frica. El africanismo sustituyó al colonialismo ultramarino y al
recogimiento diplomá tico. Pero es evidente que Españ a pasa de ser una
potencia mundial con territorios en los cinco continentes, a pequeñ a
potencia regional.
b) Se abrió un gran debate sobre los defectos que padecía la nació n españ ola y
las medidas que había que adoptar para remediarlos. Este era el mensaje
del regeneracionismo, que rechazaba el sistema político y social de la
restauració n al considerarlo una lacra para el progreso de Españ a o en el
caso de los má s extremos, un símbolo fiel de la decadencia moral y
espiritual de Españ a. Entre sus representantes má s ilustres cabe señ alar a
Unamuno, Joaquín Costa y Á ngel Ganivet. El regeneracionismo tuvo una
vertiente literaria, la generació n del 98, que dio nuevos impulsos a la vida
intelectual y política del país en las primeras décadas del siglo XX.
c) La coyuntura favoreció el viraje hacia el proteccionismo econó mico, que
había comenzado unos añ os antes con el arancel de 1891.
d) El resentimiento de los militares hacia los políticos, que los habían utilizado
haciéndoles perder la guerra; la oposició n política no rentabilizó la derrota.
e) El crecimiento de un antimilitarismo popular. La circunstancia de que el
reclutamiento pudiera evitarse pagando una cantidad en metá lico, y el
espectá culo de la repatriació n de los soldados heridos y mutilados,
incrementó el rechazo al ejército entre las clases populares. El movimiento
obrero hizo campañ a contra ese reclutamiento injusto, lo que provocó , a su
vez, la animadversió n de los militares hacia el pueblo y las organizaciones
obreras.
f) La emergencia de los nacionalismos, la otra vía alternativa de la identidad
españ ola tras la pérdida del imperio. De igual forma surge un
republicanismo distinto del que había tenido lugar durante el Sexenio.
g) El surgimiento del obrerismo organizado y el deterioro del orden pú blico.
La defensa del mercado interior, así como la aplicació n de medidas propias
de un nacionalismo econó mico fueron las consecuencias má s duraderas de la crisis
del 98, ya que se prolongaron hasta el Plan de estabilizació n de 1959, durante la
dictadura franquista.

MOVIMIENTO OBRERO
El movimiento obrero surge de la Revolució n industrial como consecuencia de la
falta de derechos que los trabajadores tenían en las fá bricas. Se inició en Inglaterra.
Al no existir todavía ningú n tipo de control los trabajadores se veían expuestos a
jornadas de trabajo de má s de doce horas en fá bricas insalubres, bajo una estricta
disciplina, sin seguridad ante enfermedades, accidentes, despidos o jubilaciones,
con salarios muy bajos y los niñ os trabajaban (siendo uno de los objetivos má s
atractivos para los empresarios porque sus salarios eran sustancialmente
inferiores).
En los primeros decenios de la industrializació n se produjo una degradació n de las
condiciones de vida de los trabajadores:
a) Aumento de la jornada laboral.
b) Pérdida salarial.
c) Generalizació n del trabajo infantil.
d) Negació n ante la ayuda econó mica para enfermedades, paro forzoso o vejez.

MOVIEMIENTO OBRERO ESPAÑ OL

El movimiento obrero en Españ a, al igual que en el resto de Europa, tiene su origen


en las consecuencias sociales y las políticas liberales devenidas de la revolució n
industrial. Tiene su cuna en Cataluñ a, recibirá su impulso de los nú cleos
industriales y mineros. Sin embargo, es preciso no olvidar, que la realidad
socioeconó mica en el caso españ ol es distinta al de los países industrializados de
Europa occidental, ya que la masa proletaria de nuestro país es de proletariado
rural en esta época.

La palabra clave para entender el movimiento obrero es asociació n. El proletariado


comprende que só lo puede afirmar sus derechos mediante una acció n colectiva, ya
que carece de una situació n econó mica estable y está indefenso si comparece
aislado frente al empresario, por lo que la estrategia es la asociació n. En los
orígenes del movimiento obrero españ ol, conviene distinguir entre las actitudes
espontá neas que brotan del proletario españ ol y el influjo de teorías y doctrinas
que proceden de fuera del país, también hay que tener en cuenta el limitado
nú mero de efectivos del proletariado industrial en nuestro país. EL factor del
movimiento obrero guarda relació n con la tipología de los conflictos, ya que es el
ó rgano de formació n y expresió n de la conciencia colectiva, a la vez que el
instrumento de practica histó rica del movimiento obrero y, en general, de los
trabajadores.

Las condiciones de trabajo estaban basadas en la producció n a destajo, salarios


mínimos de subsistencia, el ritmo de trabajo lo imponía la maquina, el trabajador
perdió el control sobre el proceso productivo. En el campo de las ideas de la
cuestió n social, entraron en nuestro país, provenientes de la ideología de los
socialistas utó picos de Europa, quines consiguen que sus ideas tengan especial
arraigo en una clase media (socialista utó picos españ oles), que se caracterizaba
por mostrarse abiertos a las nuevas corrientes, y tener un espíritu critico de la
sociedad en la que viven.

PRIMERAS ACCIONES
Debemos situarles en el reinado de Isabel II y finales del reinado de su padre
Fernando VII. Durante esta etapa el movimiento obrero va a estar relacionado con
dos cuestiones bien diferentes. Desde el punto de vista de las acciones llevadas a
cabo hay que indicar que inicialmente las actuaciones son individuales y a veces
con un cierto cará cter desesperado y poco eficaces. En la mayoría de las ocasiones
esta relacionado con lo que el movimiento ingles denomina ludismo (palabra que
procede de Vet Ludd, que fue quien promociono estas ideas de luchar contra la
maquina. Murió en la horca). Son acciones que van contra la maquina, a la que
responsabilizan, los obreros, del paro. Estas acciones de destrucció n de maquinas
está n documentadas en Alcoy (Alicante) y Barcelona, contra la introducció n de la
maquina de vapor; pero las má s radicales son en 1854 en Barcelona contras las
Selfactinas, movimiento que llego al incendio y destrucció n de algunas fabricas.

El ludismo como practica violenta estaba mal encaminado y resulto perjudicial


para la clase obrera, el enemigo no era la maquina sino el empresario. A partir de la
década de los 40, en el movimiento obrero se toma conciencia de que para
defender sus objetivos es preciso unirse. Sin embargo la asociació n sindical estaba
prohibida por ley y era contraria a las teorías econó micas dominantes partidarias
de la libertad má s absoluta en las relaciones econó micas. Por eso las primeras
sociedades obreras aparecen como sociedades de ayuda y socorro mutuo, como la
fundada en Barcelona en 1840 como Sociedad de Protecció n Mutua de Tejedores
de Algodó n.

Estas mutuas se inspiran en el gremio, es decir, se organizan por oficios, incluso


dentro de la misma fá brica, lo que favorece la debilidad de las mismas, incluso
llegando a producirse enfrentamientos entre ellos.

Son organizaciones apolíticas y corporativas, con el tiempo estas asociaciones


obreras se irá n inclinando hacia una Repú blica y el programa republicano. En
realidad, estas entidades sirven para paliar en alguna medida las difíciles
condiciones de vida, los afiliados pagan una cuota, así el dinero recaudado se
utiliza en los momentos de la huelga, cuando se cae en paro, enfermedad, etc......

En la misma medida irá n surgiendo entidades que favorecen la adquisició n de


alimentos o entidades obreras relacionadas con la promoció n de la cultura. Las
primeras asociaciones culturales será n los Coros Clavet, surgidos en Barcelona por
J.A. Clavet.

Aparecen asociaciones de prensa obrera, ateneos, y son conocidos los locales para
reuniones obreras.

ANARQUISMO Y MARXISMO
El anarquismo y el marxismo son las dos ramas principales en las que se ha
dividido histó ricamente el movimiento socialista. Ambas han realizado una crítica
al sistema capitalista oligá rquico y han buscado una alternativa para sustituir a
éste. Las relaciones entre anarquistas y marxistas no han sido siempre fá ciles
puesto que pese a compartir su crítica hacia el capitalismo, en especial el
anarquismo, han manifestado visiones diferentes manteniendo varios puntos de
discordia. Para Karl Marx las ideas de Pierre-Joseph Proudhon eran, segú n su
opinió n, las propias de la pequeñ a burguesía francesa de su época. Asimismo Mijaíl
Bakunin se enfrentó con Marx en los debates de la Primera Internacional por la
cuestió n del derecho de herencia. Para el primero era imprescindible su abolició n,
para el segundo era una idea secundaria pues la abolició n de la propiedad privada
de los medios de producció n llevaría implícita la desaparició n de la herencia.

SIMILITUDES Y DIFERENCIAS
SIMILITUDES

1. El objetivo comú n: la liberació n de la clase trabajadora.

Tanto el marxismo como el anarquismo parten de la situació n en que se


encuentran los trabajadores, de la desigualdad tan tremenda que hay entre estos y
la burguesía, y proponen una sociedad mucho má s justa en la que todos los
hombres sean iguales.

2. La eliminació n de la sociedad burguesa y el sistema capitalista.

Las dos ideologías obreras van a encontrar siempre enfrente a un enemigo comú n:
la burguesía, que, como es ló gico, no va a tolerar que los obreros trasformen la
sociedad ya que ello conllevaría su propia desaparició n. La ú nica solució n posible
para cumplir el objetivo de liberar a la clase trabajadora es eliminar la sociedad
burguesa y el sistema capitalista, en este punto está n de acuerdo, en lo que no
estará n será en los métodos para acabar con el capitalismo.

3. La propiedad colectiva de los medios de producció n.

Otro paralelismo entre marxistas y anarquistas es que, una vez que se haya
producido la liberació n de la clase trabajadora tras el fin del capitalismo, la
propiedad de todos los bienes sería colectiva y por tanto quedaría abolida la
propiedad privada, uno de los principios bá sicos de la burguesía y el liberalismo
político. De todas formas también en este tipo de propiedad colectiva habrá
diferencias de matices entre las dos propuestas obreras.

DIFERENCIAS
Hasta ahora hemos visto las coincidencias entre las dos corrientes, pero es mucho
má s lo que les separa que lo que les une, haremos un recorrido por distintos
aspectos para subrayar cuá les son esas diferencias en el modo de entender la
política, la ideología, la economía, la sociedad...

1. Diferencias desde el punto de vista político.

a) La participació n en la vida política.

Dentro de la sociedad liberal y burguesa Marx admite como legítimo la


participació n en la vida política a través de la formació n de partidos obreros y su
actuació n en el juego electoral. Marx sabe que ganando las elecciones se pueden
hacer muchas cosas, pero tampoco tiene grandes esperanzas en que de esta
manera se transforme la sociedad ya que la burguesía seguirá conservando
importantes parcelas de poder.

Por el contrario los anarquistas no participan en política, consideran injusta la


sociedad burguesa y participar en política sería aceptar ese marco. Otra diferencia
importante es que no se van a organizar nunca en partidos políticos, el cauce de
actuació n anarquista será a través de sindicatos anarquistas.

b) Los medios para acabar con el capitalismo.

Los marxistas son partidarios de que los obreros organizados tomen el poder
político a través de una revolució n, es la forma que ha tenido la burguesía de
acceder al poder, y una vez el proletariado en el poder se establecerá la dictadura
del proletariado para desmontar el sistema capitalista y como transició n hacia la
sociedad sin clases en la que todos los hombres será n iguales.

Los anarquistas critican y atacan al Estado y a toda autoridad, piensan que el


Estado ha generado el capitalismo y son dos aliados eternos, que el poder impone
desigualdad y coarta la libertad del individuo. El objetivo no es conquistar el poder,
con lo que no se conseguiría nada, sino destruir el poder, el Estado, como fuente de
todos los males.

c) Los protagonistas.

Para Marx serían los obreros los que acabarían con el capitalismo por tener una
mayor conciencia de clase, casualmente podían contar con otros aliados como el
campesinado, pero el protagonista fundamental debía ser el proletariado.
Los anarquistas, sin embargo, piensan que la eliminació n del capitalismo y la
sociedad burguesa sería llevada a cabo por los campesinos, y en su modelo
alternativo de sociedad proponen una vuelta al campo, en el panorama de la II Rev.
Ind. esto supone un idealismo.

d) Alternativa de sociedad tras la caída del capitalismo.

La dictadura del proletariado será inevitable para los marxistas, en esta fase
transitoria debe existir un Estado fuerte, autoritario y centralizado para acabar con
los restos del capitalismo.

La postura anarquista será radicalmente opuesta, van en contra del Estado y por
tanto éste tiene que desaparecer, no se trata de sustituir a la burguesía por los
trabajadores en el poder, sino eliminar el poder, el Estado y la autoridad como
fuentes de desigualdades entre los hombres. Su propuesta es la de una sociedad
dividida en comunas o células anarquistas que espontá neamente se federarían
para coordinarse en algunos asuntos de interés general pero sin que existan
estados, ejércitos ni fronteras.

2. Diferencias desde el punto de vista econó mico.

a) La importancia de la economía.

Segú n Marx el papel de la economía es determinante, ya veíamos có mo la


economía mueve la Historia y genera el marco jurídico, político e ideoló gico. Marx
propone una sociedad productiva donde los medios de producció n estén en manos
de los trabajadores y da una gran importancia al desarrollo industrial como base
de la economía.

Los anarquistas, quizá debido a su carga idealista, no dan tanta importancia a la


economía, y en consonancia con el protagonismo que debe tener el campesinado
consideran que la agricultura deberá ser la base de la nueva sociedad.

b) La propiedad colectiva y su gestió n.

Ya hablá bamos en la primera parte del tema que los dos movimientos está n de
acuerdo en que tras el capitalismo debe abolirse la propiedad privada y que la
nueva forma de propiedad será la colectiva, pero en la manera de entender esa
propiedad colectiva también hay diferencias. Los marxistas dicen que la propiedad
debe ser colectiva pero en manos del Estado mientras exista la dictadura del
proletariado. Los anarquistas prefieren una forma de colectividad má s directa, que
sean los miembros de las distintas comunas los dueñ os y propietarios, no el
Estado, porque no creen en él, sino los trabajadores.
3. Alguna diferencia desde el punto de vista social.

En los dos casos encontramos en sus propuestas una sociedad de hombres iguales
tras la desaparició n del capitalismo, sin embargo, en la manera de entender esa
igualdad también hay diferencias. Los marxistas anteponen los derechos colectivos
de una comunidad o Estado, a los derechos individuales de las personas. Los
anarquistas reniegan de los derechos de un colectivo y se centran en los derechos
individuales de cada uno de los integrantes de la nueva sociedad.

4. Diferencias desde el punto de vista ideoló gico e intelectual.

a) El aná lisis del sistema capitalista.

De entrada diremos que el marxismo presenta un contenido intelectual muy


organizado y estructurado, su ideología es coherente, y de ella se deriva una
manera de entender todos los aspectos de la vida y la propia Historia. El
anarquismo no tendrá , ni mucho menos una carga intelectual tan profunda, y ese
será uno de los reproches que Marx hará a Bakunin, Marx dirá que el anarquismo
es puro voluntarismo desprovisto de cualquier aná lisis científico. Las ideas
anarquistas está n dispersas y no forman una doctrina sistematizada como el
marxismo. En ese orden de cosas al analizar el sistema capitalista vemos un
estudio científico y racional del mismo por parte de los marxistas; la visió n
anarquista es mucho má s irracional, nace de la voluntad de acabar con él
capitalismo má s que de una necesidad real de acabar con él.

b) La religió n.

Las dos ideologías son ateas. Las dos subrayan la alianza que hay entre la Iglesia y
la burguesía, el entendimiento entre Estado e Iglesia ... Marx dijo que la religió n es
el opio del pueblo con ello se mostraba en contra de algo que coarta o limita la
libertad del hombre y en su ideología los marxistas se mostrará n ateos y su futura
forma de estado será atea. Los anarquistas expresará n de una forma má s ambigua
su postura ante la religió n, que va desde las ideas de Bakunin si Dios existiera
habría que hacerlo desaparecer hasta una cierta tolerancia de los distintos cultos,
en este sentido se muestran má s ambiguos y flexibles que los marxistas.

5. Las diferencias en los métodos de actuació n.

Hemos señ alado como tienen los dos movimientos un objetivo comú n: la
liberació n de la clase trabajadora, sin embargo los medios para llegar a ese
objetivo son muy distintos.
Marx no rechaza la participació n en el juego parlamentario burgués, pero su
principal objetivo es que el proletariado se haga con el poder a través de una
revolució n, esa revolució n debe estar perfectamente organizada y, siendo realistas,
los marxistas reconocen que es imposible que se pueda dar en todos los sitios a la
vez, en cada país se producirá la revolució n cuando las circunstancias lo permitan.

Bakunin propuso en el seno de la I Internacional, y esto fue un motivo de


enfrentamiento con Marx, que las revoluciones deberían estar coordinadas y
serían simultá neas en todos los países.

Junto a la revolució n como medio para llevar a cabo la eliminació n del capitalismo
los anarquistas proponen otros métodos como el terrorismo, las insurrecciones...
casi todas estas acciones será n condenadas por Marx, el terrorismo por
considerarlo pueril y las insurrecciones por prematuras y descoordinadas.

MÉ TODOS DE LUCHA
Las tendencias relacionadas con el movimiento obrero ofrecían resistencia a la
autoridad de diferentes modos así; aquí tenemos una lista de los métodos má s
comú nmente usados:
 Ludismo Es un movimiento en contra de las má quinas, ya que se veían
como la causa motivo de los problemas de los obreros: bajos sueldos,
despidos...
 Cartismo El cartismo consistió en un movimiento en Inglaterra que trató de
presionar al parlamento mediante la recogida de firmas en apoyo a
determinadas cartas donde se reivindicaban ciertos derechos.
 Diá logo social
 Negociació n colectiva
 Resistencia civil
 Desobediencia civil
 Sociedades de correspondencia
 Sindicalismo
 Sindicalismo marxista
 Anarcosindicalismo
 Sindicalismo revolucionario
 Sindicalismo corporativista
 Parados en lucha
 Protestas
 Huelgas
 Manifestaciones
MARXISMO Y ANARQUISMO EN ESPAÑ A
Los orígenes del anarquismo españ ol se remontan a la visita que en 1868 hizo el
italiano Giusseppe Fanelli, un hombre de la internacional, a varias ciudades,
Barcelona, Madrid, Valencia, principalmente. Había triunfado la Gloriosa
revolució n que destronó a Isabel II, y abría un periodo constituyente que permitía
la libertad de reunió n y asociació n como en ningú n otro período anterior de la
historia contemporá nea de Españ a. En enero de 1869 se constituyó un nú cleo
provisional de la AIT en Madrid, compuesto, entre otros, por el zapatero y luego
cantante de zarzuela Francisco Mora, el grabador Gonzá lez Morago y el tipó grafo
Anselmo Lorenzo. Igual hicieron en Barcelona el tipó grafo Rafael Farga Pellicer, el
médico Gaspar Sentiñ on y dos estudiantes andaluces, García Viñ as y Trinidad
Soriano, junto a otra secreta de la Alianza.
En aquel tiempo republicanismo y movimiento obrero caminaban estrechamente
unidos y la prensa republicana servía como cauce de las reivindicaciones de los
trabajadores. Así, personajes como Pi i Margall - difusor de Proudhon - o Fernando
Garrido conectaron con los primeros internacionalistas. Ya al congreso de la
Internacional de Bruselas del añ o 1868 había asistido el catalá n Marsal Anglora,
maquinista, bajo el seudó nimo de Sarro Magallá n, y un añ o después, al de Basilea,
irían Farga Pellicer y Gaspar Sentiñ on.
En 1870, en el primer Congreso Obrero Nacional, quedó constituida oficialmente la
Federació n Regional Españ ola - FRE - de la AIT. Las gestiones de Fanelli habían
dado su fruto y la mayor parte de aquellos primeros dirigentes aceptaron las tesis
bakuninistas, especialmente el apoliticismo, aprobadas sin dificultad. La prensa
obrera empozó a difundirlas a través de La federació n de Barcelona, o La
solidaridad de Madrid.
En el III Congreso de la FRE en diciembre de 1872, celebrado en Có rdoba, la
mayoría bakuninista se vincula a la Internacional surgida de Saint-Imier,
sustituyéndose el Comité Federal, tachado de centralista, por una Comisió n
Federal, que residiría hoy en Alcoy.
Sagasta, primer ministro de Amadeo de Saboya, ordenó a los gobernadores civiles
la disolució n de la internacional acusada de se la utopía filosofal del crimen. Era la
consecuencia del triunfo del Gobierno en el Congreso de los Diputados ante una
interpelació n sobre la ilegitimidad de la Internacional. Si embargo, el fiscal del
Tribunal Supremo, Eugenio Díez, dirigió una circular a las audiencias en la que
interpretaba que, de acuerdo con la constitució n, no podía perseguírsela.
En 1873, durante la I Repú blica, se produjo la insurrecció n de Alcoy protagonizada
por los trabajadores textiles y dirigida por los internacionalistas. Pedían la
disminució n de la jornada de trabajo y aumento salarial. Los hechos se
precipitaron cuando una delegació n de obreros fue tiroteada al salir de
entrevistarse con el alcalde, quien resultó apaleado por la muchedumbre y varios
edificios incendiados.
Con la reinstalació n de la monarquía borbó nica en la persona de Alfonso XII en
1875 la Internacional fue estrechamente vigilada y perseguida, al igual que el resto
de Europa y América. Disperso el movimiento obrero tras el congreso de Veviers,
los anarquistas quedará n arrinconados y entrará n en un periodo de recomposició n
y enfrentamientos ideoló gicos.
Ciertamente, Españ a no se encontró entre los países de Europa má s utilizados por
Marx y Engels para el desarrollo de sus investigaciones, tanto en terreno
econó mico como político. Naturalmente esto obedece a hechos materiales, pues en
Españ a, tanto la gran burguesía políticamente, así como el desarrollo del
capitalismo, se encontraban mucho má s atrasados que en países como Inglaterra y
Francia, países fundamentales para el estudio marxista de las relaciones de
producció n econó micas y políticas má s avanzadas.
No obstante para Marx y Engels, algunos acontecimientos histó ricos y políticos en
la historia de Españ a son del má ximo interés, y el marxismo no podía
menospreciarlos ni tan siquiera mínimamente.

EL DIA INTERNACIONAL DEL TRABAJO


Se conmemora el día internacional de la clase trabajadora en memoria de los
trabajadores anarquistas asesinados en Haymarket, Chicago, tras luchar en
reivindicació n de la jornada laboral de 40 horas semanales. Ese día, sindicatos y
partidos obreros de todo el mundo celebran mítines y manifestaciones.

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