CONTEXTO HISTÓRICO DEL ANTIGUO TESTAMENTO - Samuel Pagán
CONTEXTO HISTÓRICO DEL ANTIGUO TESTAMENTO - Samuel Pagán
CONTEXTO HISTÓRICO DEL ANTIGUO TESTAMENTO - Samuel Pagán
La primera sección del libro de Génesis (caps. 1–11). se denomina comúnmente como
la historia primitiva o «primigenia», y presenta un panorama amplio de la humanidad,
desde la creación del mundo hasta Abraham. El objetivo es poner de manifiesto la
condición humana en la Tierra. Aunque al ser humano le corresponde un sitial de honor
por ser creado «parecido a Dios mismo» (1.27),. su desobediencia permitió la entrada
del sufrimiento y la muerte en la historia. La actitud de Adán, Eva, Caín y sus
descendientes, y las naciones que quisieron edificar «una ciudad y una torre que llegue
hasta el cielo» (11.4), afectó adversamente los lazos de fraternidad entre los seres
humanos y, además, interrumpió la comunión entre éstos y Dios. En ese marco
teológico va a desarrollarse la historia de la salvación; es decir, los relatos que destacan
las intervenciones de Dios en la historia de su pueblo.
En la segunda sección del libro de Génesis (caps. 12–50) se presentan los orígenes del
pueblo de Israel. El relato comienza con Abraham, Isaac y Jacob; continúa con la
historia de los hijos de Jacob (Israel)—José y sus hermanos—; prosigue con la
emigración de Jacob y su familia a Egipto, y finaliza con la vida de los descendientes de
Jacob (Israel) en ese país. En la Biblia, la historia del pueblo de Dios comienza
esencialmente con los relatos de los patriarcas y matriarcas de Israel.
Los antecesores de Abraham fueron grupos arameos (Gn 25.20; 28.5; 31.17–1820,24;
Dt 26.5) que en el curso del tiempo se desplazaron desde el desierto hacia la tierra fértil.
En la memoria del pueblo de Israel se recordaba que sus antepasados habían emigrado
desde Mesopotamia hasta Canaán: de Ur y Harán (Gn 11.27–31) a Palestina.
Aunque los detalles históricos de ese peregrinar son difíciles de precisar, ese período
puede ubicarse entre los siglos XX-XVIII a.C. Esos siglos fueron testigos de
migraciones masivas en el Próximo Oriente Antiguo, particularmente hacia Canaán.
De acuerdo con los relatos del Génesis, los patriarcas eran líderes de grupos
seminómadas que detenían sus caravanas en diversos lugares santos, para recibir
manifestaciones de Dios. Posteriormente, alrededor de esos lugares se asentaron los
patriarcas: Abraham en Hebrón (Gn 13.18; 23.19); Isaac al sur, en Beerseba (Gn 26.23);
y Jacob en Penuel y Mahanaim (Gn 32.2, 30), al este del Jordán, y cerca de Siquem y
Betel, al oeste del Jordán (Gn 28.10–19; 33.15–20; 35.1).
Desde la época de José (ca. siglo XVII a.C.) hasta la de Moisés (ca. siglo XIII a.C.), no
se tienen amplios conocimientos sobre el pueblo de Israel y sus antepasados. Durante
esos casi cuatrocientos años, la situación política y social del Próximo Oriente Antiguo
varió considerablemente. Los egipcios comenzaron un período de prosperidad y
renacimiento, luego de derrotar y expulsar a los hicsos, pueblo semita que había llegado
del desierto. Durante todo este tiempo, Palestina dependía políticamente de Egipto. En
el Mediterráneo no había ningún poder político que diera cohesión a la zona.
Mesopotamia estaba dividida: la parte meridional, regida por los herederos del imperio
antiguo; la septentrional, dominada por los asirios, quienes posteriormente resurgen
como una potencia política considerable a partir del siglo XIV a.C.
Los hicsos gobernaban Egipto (1730–1550 a.C.) cuando el grupo de Jacob llegó a esas
tierras. Cuando los egipcios se liberaron y expulsaron a sus gobernantes (1550 a.C.),
muchos extranjeros fueron convertidos en esclavos. La frase «más tarde hubo un nuevo
rey en Egipto, que no había conocido a José» (Ex 1.8) es una posible alusión a la nueva
situación política que afectó adversamente a los grupos hebreos que vivían en Egipto.
Estos vivieron como esclavos en Egipto aproximadamente cuatrocientos años. Durante
ese período, trabajaron en la construcción de las ciudades de Pitón y Ramsés (Ex 1.11).
Los descendientes de José no eran las únicas personas a quienes se podía identificar
como «hebreos». Esta expresión, que caracteriza un estilo de vida, describe a un sector
social pobre. Posiblemente se refiera a personas que no poseían tierras y viajaban por
diversos lugares en busca de trabajo. El término no tenía en esa época un significado
étnico específico. Durante ese período, diversos grupos de «hebreos», o de «habirus»,
estaban diseminados por varias partes del Próximo Oriente Antiguo. Algunos vivían en
Canaán y nunca fueron a Egipto; otros salieron de Egipto antes de la expulsión de los
hicsos.
El éxodo: Moisés y la liberación de Egipto (1500–1220 a.C.)
Tres tradiciones fundamentales, que le dieron razón de ser al futuro pueblo de Israel y
que contribuyeron al desarrollo de la conciencia nacional, se formaron entre los siglos
XV-XIII a.C.: la promesa a los patriarcas; la liberación de la esclavitud de Egipto; y la
manifestación en el Sinaí. En la Escritura estos relatos están ligados en una línea
histórica continua, desde los patriarcas hasta Moisés. Este último es la figura que enlaza
la fe de Abraham, Isaac y Jacob, la liberación de Egipto, el peregrinar por el desierto y
la entrada a Canaán.
Luego del enfrentamiento con el faraón, Moisés y los israelitas salieron de Egipto. Esta
experiencia de liberación se convirtió en un componente fundamental de la fe del
pueblo de Israel (Ex 20.2; Sal 81.10; Os 13.4; Ez 20.5).
Tradicionalmente, la fecha del éxodo de los israelitas se ubicaba en ca. 1450 a.C.; sin
embargo, un número considerable de estudiosos modernos la ubican en ca. 1250/30 a.C.
El faraón del éxodo es posiblemente Ramsés II, conocido por sus proyectos
monumentales de construcción.
Cuando el pueblo salió de Egipto, cruzó el mar Rojo (Ex 14.21–22). Se celebra ese paso
en la historia del pueblo como una intervención milagrosa de Dios (Ex 14–15). Al grupo
de hebreos que salió de Egipto se añadieron grupos afines. El peregrinar por el desierto
se describe en la Biblia como un período de cuarenta años (una generación), bajo el
liderazgo de Moisés. Es difícil de establecer con exactitud la ruta del éxodo.
Luego de la muerte de Moisés, Josué se convirtió en el líder del grupo de hebreos que
habían salido de Egipto (ca. 1220 a.C.). Según el relato de la Escritura, la conquista de
Canaán se llevó a cabo desde el este, a través del río Jordán, comenzando con la ciudad
de Jericó (Jos 6). Fue un proceso paulatino, que en algunos lugares tuvo un carácter
belicoso y en otros se efectuó de forma pacífica y gradual. La conquista no eliminó por
completo a la población cananea (Jue 2.21–23; 3.2).
El período de los jueces puede estimarse con bastante precisión entre los años 1200 y
1050 a.C. A la conquista y toma de Canaán le siguió una época de organización
progresiva del territorio. Ese período fue testigo de una serie de conflictos entre los
grupos hebreos—que estaban organizados en una confederación de tribus o clanes—y
las ciudadesestado cananeas. Finalmente, los antepasados de Israel se impusieron a sus
adversarios y los redujeron a servidumbre (Jue 1.28; Jos 9).
El libro de los Jueces relata una serie de episodios importantes de ese período. Los
jueces eran caudillos, es decir, líderes militares carismáticos que hacían justicia al
pueblo. No eran gobernantes sino libertadores que se levantaban a luchar en momentos
de crisis (Jue 2.16; 3.9). El cántico de Débora (Jue 5) celebra la victoria de una
coalición de grupos hebreos contra los cananeos, en la llanura de Jezreel.
Los filisteos—que procedían de los pueblos del mar (Creta y las islas griegas), y que
fueron rechazados por los egipcios ca. 1200 a.C.—se organizaron en cinco ciudades en
la costa sur de Palestina. Por su poderío militar y su monopolio del hierro (Jue 13–16; 1
S 13.19–23), se convirtieron en una gran amenaza para los israelitas.
A fines del siglo XI a.C., los filisteos ya se habían expandido por la mayor parte de
Palestina; habían capturado el cofre del pacto o de la alianza, y habían tomado la ciudad
de Silo (1 S 4). Esa situación obligó a los israelitas a organizar una acción conjunta bajo
un liderato estable. Ante esa realidad se formó, por imperativo de la política exterior, la
monarquía de Israel (1 S 8–12).
David fue ungido como rey en Hebrón, luego de la muerte de Saúl. Primero fue
consagrado rey para las tribus del sur (2 S 2.1–4) y posteriormente para las tribus del
norte (2 S 5.1–5). En ese momento había dos reinos y un solo monarca.
El reino de Judá subsistió durante más de tres siglos (hasta el 587 a.C). Jerusalén
continuó como su capital, y siempre hubo un heredero de la dinastía de David que se
mantuvo como monarca. El reino del norte no gozó de tanta estabilidad. La capital
cambió de sede en varias ocasiones: Siquem, Penuel (1 R 12.25), Tirsa (1 R 14.17;
15.21, 33), para finalmente quedar ubicada de forma permanente en Samaria (1 R
16.24). Los intentos por formar dinastías fueron infructuosos, y por lo general
finalizaban de forma violenta (1 R 15.25–27; 16.8–9, 29). Los profetas, implacables
críticos de la monarquía, contribuyeron, sin duda, a la desestabilización de las dinastías.
Entre los monarcas del reino del norte pueden mencionarse algunos que se destacaron
por razones políticas o religiosas (véase la «Tabla cronológica» para una lista completa
de los reyes de Israel y Judá). Jeroboam I (931–910 a.C.) independizó a Israel de Judá
en la esfera cúltica, instaurando en Betel y Dan santuarios nacionales para la adoración
de ídolos (1 R 12.25–33). Omri (885–874 a.C.) y su hijo Ahab (874–853 a.C.)
fomentaron el sincretismo religioso en el pueblo, para integrar al reino la población
cananea. La tolerancia y el apoyo al baalismo (1 R 16.30–33) provocaron la resistencia
y la crítica de los profetas (1 R 13.4). Jehú (841–814 a.C.), quien fundó la dinastía de
mayor duración en Israel, llegó al poder ayudado por los adoradores de Yavé.
Inicialmente se opuso a las prácticas sincretistas del reino (2 R 9); sin embargo, fue
rechazado después por el profeta Oseas debido a sus actitudes crueles (2 R 9.14–37).
Jeroboam II (783–743 a.C.) reinó en un período de prosperidad (2 R 14.23–29). La
decadencia final del reino de Israel surgió en el reinado de Oseas (732–724 a.C.),
cuando los asirios invadieron y conquistaron Samaria en el 721 a.C. (2 R 17).
La destrucción del reino de Israel a manos de los asirios se efectuó de forma paulatina y
cruel: En primer lugar, se exigió tributo a Menahem (2 R 15.19–20); luego se redujeron
las fronteras del estado y se instaló a un rey sometido a Asiria (2 R 15.29–31);
finalmente, se integró todo el reino al sistema de provincias asirias, se abolió toda
independencia política, se deportaron ciudadanos y se instaló una clase gobernante
extranjera (2 R 17). Con la destrucción del reino del norte, Judá asumió el nombre de
Israel.
El imperio asirio continuó ejerciendo su poder en Palestina hasta que fueron vencidos
por los medos y los caldeos (babilonios). El faraón Necao de Egipto trató
infructuosamente de impedir la decadencia asiria. En la batalla de Meguido murió el rey
Josías (2 Cr 35.20–27; Jer 22.10–12)—famoso por introducir una serie importante de
reformas en el pueblo (2 R 23.4–20)—; su sucesor, Joacaz, fue posteriormente
desterrado a Egipto. Nabucodonosor, al mando de los ejércitos babilónicos, finalmente
triunfó sobre el ejército egipcio en la batalla de Carquemis (605 a.C.), y conquistó a
Jerusalén (597 a.C.). En el 587 a.C. los ejércitos babilónicos sitiaron y tomaron a
Jerusalén, y comenzó el período conocido como el exilio en Babilonia. Esa derrota de
los judíos ante Nabucodonosor significó: la pérdida de la independencia política; el
colapso de la dinastía davídica (cf. 2 S 7); la destrucción del templo y de la ciudad (cf.
Sal 46; 48), y la expulsión de la Tierra prometida.
Los babilonios permitieron a los exiliados tener familia, construir casas, cultivar huertos
(Jer 29.5–7) y consultar a sus propios líderes y ancianos (Ez 20.1–44). Además, les
permitieron vivir juntos en Tel Abib, a orillas del río Quebar (Ez 3.15; cf. Sal 137.1).
Paulatinamente, los judíos de la diáspora se acostumbraron a la nueva situación política
y social, y las prácticas religiosas se convirtieron en el mayor vínculo de unidad en el
pueblo.
Ciro, el rey de Anshán, se convirtió en una esperanza de liberación para los judíos
deportados en Babilonia (Is 44.21–28; 45.1–7). Luego de su ascensión al trono persa
(559–530 a.C.) pueden identificarse tres sucesos importantes en su carrera militar y
política: la fundación del reino medo-persa, con su capital en Ecbatana (553 a.C.); el
sometimiento de Asia Menor, con su victoria sobre el rey de Lidia (546 a.C.); y su
entrada triunfal a Babilonia (539 a.C.). Su llegada al poder en Babilonia puso de
manifiesto la política oficial persa de tolerancia religiosa, al promulgar, en el 538 a.C.,
el edicto que puso fin al exilio.
El edicto de Ciro—del cual la Biblia conserva dos versiones (Esd 1.2–4; 6.3–5)—
permitió a los deportados regresar a Palestina y reconstruir el templo de Jerusalén (con
la ayuda del imperio persa). Además, permitió la devolución de los utensilios sagrados
que habían sido llevados a Babilonia por Nabucodonosor.
Con el paso del tiempo se deterioró la situación política, social y religiosa de Judá.
Algunos factores que contribuyeron en el proceso fueron los siguientes: dificultades
económicas en la región; divisiones en la comunidad; y, particularmente, la hostilidad
de los samaritanos.
Esdras fue esencialmente un líder religioso. Además de ser sacerdote, recibió el título de
«maestro instruido en la ley del Dios del cielo», que le permitía, a nombre del imperio
persa, enseñar y hacer cumplir las leyes judías en «la provincia al oeste del río Éufrates»
(Esd 7.12–26). Su actividad pública se realizó en Judá, posiblemente a partir del 458
a.C.—el séptimo año de Artajerjes I (Esd 7.7)—; aunque algunos historiadores la ubican
en el 398 a.C. (séptimo año de Artajerjes II), y otros, en el 428 a.C.
La época del dominio persa en Palestina (539–333 a.C.) finalizó con las victorias de
Alejandro Magno (334–330 a.C.), quien inauguró la era helenista, la época griega (333–
63 a.C.). Después de la muerte de Alejandro (323 a.C.), sus sucesores no pudieron
mantener unido el imperio. Palestina quedó dominada primeramente por el imperio
egipcio de los tolomeos o lágidas (301–197 a.C.); posteriormente, por el imperio de los
seléucidas.
La época del Nuevo Testamento coincidió con la ocupación romana de Palestina. Esa
situación perduró hasta que comenzaron las guerras judías de los años 66–70 d.C., que
desembocaron en la destrucción del segundo templo y de la ciudad de Jerusalén.
Samuel Pagán
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