Horacio Kalibang o Los Autómatas
Horacio Kalibang o Los Autómatas
Horacio Kalibang o Los Autómatas
1879
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HORACIO KALIBANG
ó
LOS AUTÓMATAS
POR
EDUARDO L. HOLMBERG
BUENOS-AIRES
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1879
HORACIO KALIBANG
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o
LOS AUTOMATAS
I.
—Así he oido decir más de una vez; pero desde que conocí
el hecho, con su aterradora realidad, he llegado á
comprender que existen fenómenos extraños, que la ciencia
humana no explica y que talvez no podrá nunca explicar.
—Mi tio!
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—Y qué? ¿Te imaginas, por ventura, que pueda ser otra
cosa? ¿Qué, sinó un mequetrefe, es el que niega las
verdades reveladas al hombre por su contraccion y
aplicacion incesantes al estudio de la Naturaleza, aceptando
una necedad, como la que acabas de manifestar? ¿Crées,
acaso, que mis canas son de ayer? ¿Has pretendido
sospechar que hablas con un religioso, fanático, que vá á
admitir tus preocupaciones á título de creencias ó de fé? Nó,
Hermann, nó; estás muy equivocado. Pero ¿porqué no
sirves al Mariscal? Y tú, Luisa, ¿has perdido el paladar,
despues de lo que has oido? Kasper, pásame aquel jamon.
Capitan! Rhin?
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era posible comenzar de otra manera, porque al penetrar en
el recinto en que aquella conversacion se desarrollaba, en
ese mismo momento, desmentía el Burgomaestre Hipknock
á su sobrino el Teniente Hermann Blagerdorff, y, fiel
retratista, no he podido hacer otra cosa que tomar, sin
antecedentes, las palabras consignadas.
II.
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llamamos corazon humano, su cabeza goza del más etéreo y
divino de los vacíos.
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El Mariscal es un personaje tremendo: tiene todo el color y
temperatura de un sol poniente, en la nariz,—y en el
vientre, todas las dimensiones de un elefante bien educado.
Engulle como un Palmípedo y bebe como una tromba. El
Capitan Hartz, el Párroco de la aldea, Kasper, Secretario del
Burgomaestre, y su esposa, el Maestro de escuela, y el
Director de la parada más próxima, con su señora, y, frente
al dueño de casa, su compañera.... he ahí el conjunto
brillante, reunido en casa del Burgomaestre.
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—Nada de eso; es una de tantas preocupaciones de mi
sobrino.
—¿Cómo así?
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del fuego, salta en la fuente, como si tambien hubiera
perdido la gravedad? Fritz bebe, hijo, bebe.
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—Excelentísimas las pase Vd., Sr. Kalibang,—balbuceó mi
pariente el Burgomaestre, al ver que los lábios del recien
llegado se movian de idéntico modo al pronunciar cada una
de las sílabas de aquellas palabras,—tome Vd. asiento.
—Mi tio!
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—A no ser—repitió Kasper,—que el señor Kalibang sea
hueco, ó lleve piés de platino.
—Qué?
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Sonreí.
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—Son emociones, Fritz, emociones de otro género, que se
traducen en notas destempladas. No sé si me comprendes,
pero ya sabes que el exceso de impresion tiene que
transformarse de algun modo. Yo canto, aquel rie, otro
llora.....
—Yo tiemblo....
—Yo como.....
—Bravo!
—Otra!
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—Bis!
III.
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Providencia es un mito, no se preocupa de ningun pueblo.
Todas las formas de gobierno son buenas, cuando los
gobernantes no son unos tontos, pero hay congregaciones
que prefieren á tales gobernantes, para pantallas de sus
maquinaciones.
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puede dedicar á sus obligaciones oficiales, á su familia que
ama, ó á sus tareas científicas.
IV
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A los pocos pasos, volvieron á detenerse.
V.
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El Burgomaestre acababa de levantarse.
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mejor que á él podría pedir un juicio sobre algunos de mis
trabajos.
Oscar Baum
Fabricante de autómatas.»
VI.
—Muy buenos dias, pariente—dije al ver á Hipknock, en el
comedor de su casa, momentos despues;—¿qué
acontecimiento motiva esta llamada?
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—¿Qué acontecimiento? lee esta carta.
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—Entónces estoy ciego, porque no he podido reconocerlo.
—Para servir á Vd. ¿Es con el señor Baum con quien tengo
el honor de hablar?
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sus piernas, por no sé qué movimiento de resorte, se
desprendió de su cuerpo y cayó al suelo.
—Es mi opinion.
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—Qué es el cerebro, sinó una gran máquina, cuyos
exquisitos resortes se mueven en virtud de impulsos mil y
mil veces transformados? ¿Qué es el alma, sinó el conjunto
de esas funciones mecánicas? La accion físico química del
estímulo sanguíneo, la trasmision nerviosa, la idea, en su
carácter imponderable é intangible, no son sinó estados
diversos de una misma materia, una y simple en sustancia,
inmortal y eternamente indiferente, al obedecer á la
fatalidad de sus permutaciones, que producen un infusorio,
un hongo, un reptil, un árbol, un hombre, un pensamiento,
en fin.
—Música!..... Baile!
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—Fritz! vas á salir tú de autómata,—me dijo el
Burgomaestre.
—Defiende tu pecho.
—Pintura!—dijo Baum.
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Uno de ellos llevaba, en la mano, paleta con colores,
pinceles y tiento, y sentándose frente al caballete, ya pronto,
comenzó á copiar á su compañero, con toda la precision de
un artista consumado. Terminado el cuadro, salieron del
taller.
—Pero eso.....
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—Ahora, señor Burgomaestre Hipknock, ¿tiene Vd. alguna
duda respecto de la habilidad de nuestro constructor?—
preguntó.
—Mucho!
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Al llegar á casa del primero, me despedí de él.
VII
Poco tiempo despues, la casa del Burgomaestre Hipknock
se llenaba de gente, para festejar un gran día de familia.
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—Amigos mios! permitidme una pregunta: ¿hay entre
vosotros algun autómata? decídmelo, por favor!
Nadie lo sabía.
Decía así:
Al leer esta carta, las lágrimas corrian por las mejillas del
Burgomaestre.
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Cuando su hija Luisa, ya esposa de Blagerdorff, se
despedía, la dijo estas palabras al oido:
—Serás feliz, hija mía, porque hay algo grande y noble que
vela por tí. Tendrás hijos, si obedeces, como todo el mundo,
al automatismo orgánico—yo seré el más feliz de los
abuelos, ya que soy el más desgraciado de los primos—y
cuando tenga un nieto, que será mi gloria y mi encanto, yo
sabré decirle, y si muero, díceselo tú:—«Hijo mío, antes de
esparcir los aromas que broten de tu corazon, examina con
cuidado sí no es un autómata la copa que los recibe.»
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Ignacio Rodríguez
Aleator
1. ↑ https://es.wikisource.org
2. ↑ https://creativecommons.org/licenses/by-
sa/3.0/deed.es
3. ↑ https://www.gnu.org/copyleft/fdl.html
4. ↑
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