Taller Esp
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(…) —¡Carajo! —gritó—. Macondo está rodeado de agua por todas partes. La idea de un
Macondo peninsular prevaleció durante mucho tiempo, inspirada en el mapa arbitrario que
dibujó José Arcadio Buendía al regreso de su expedición. Lo trazó con rabia, como para
castigarse a sí mismo por la absoluta falta de sentido con que eligió el lugar. «Nunca
llegaremos a ninguna parte», se lamentaba ante Úrsula. «Aquí nos hemos de pudrir en vida sin
recibir los beneficios de la ciencia». Esa certidumbre, rumiada varios meses en el cuartito del
laboratorio, lo llevó a concebir el proyecto de trasladar a Macondo a un lugar más propicio.
Pero esta vez, Úrsula se anticipó a sus designios febriles. Predispuso a las mujeres de la aldea
contra la veleidad de sus hombres, que ya empezaban a prepararse para la mudanza. José
Arcadio Buendía no supo en qué momento, ni en virtud de qué fuerzas adversas, sus planes se
fueron enredando en una maraña de pretextos, hasta convertirse en pura y simple ilusión.
Úrsula lo observó con una atención inocente, y hasta sintió por él un poco de piedad, la
mañana en que lo encontró en el cuartito del fondo comentando entre dientes sus sueños de
mudanza, mientras colocaba en sus cajas originales las piezas del laboratorio. Lo dejó terminar.
Lo dejó clavar las cajas, sin hacerle ningún reproche, pero sabiendo ya que él sabía, porque se
lo oyó decir en sus sordos monólogos, que los hombres del pueblo no lo secundarían en su
empresa. Sólo cuando empezó a desmontar la puerta del cuartito, Úrsula se atrevió a
preguntarle por qué lo hacía, y él le contestó con una cierta amargura: «Puesto que nadie
quiere irse, nos iremos solos». Úrsula no se alteró. —No nos iremos —dijo—. Aquí nos
quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo. —Todavía no tenemos un muerto —dijo él—.
Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra. Úrsula replicó, con una
suave firmeza: —Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero. José
Arcadio Buendía no creyó que fuera tan rígida la voluntad de su mujer. Trató de seducirla con
el hechizo de su fantasía, con la promesa de un mundo prodigioso, pero Úrsula fue insensible a
su clarividencia. —En vez de andar pensando en tus alocadas novelerías, debes ocuparte de tus
hijos —replicó—. Míralos cómo están, abandonados a la buena de Dios, igual que los burros.
José Arcadio Buendía miró a través de la ventana y vio a los dos niños descalzos en la huerta
soleada. Algo ocurrió entonces en su interior; algo misterioso y definitivo que lo desarraigó de
su tiempo actual y lo llevó a la deriva por una región inexplorada de los recuerdos. Mientras
Úrsula seguía barriendo la casa que ahora estaba segura de no abandonar, él permaneció
contemplando a los niños con mirada absorta y exhaló un hondo suspiro de resignación. —
Bueno —dijo—. Diles que vengan a ayudarme a sacar las cosas de los cajones.
A. visionario, puesto que comprende las maneras en que Macondo logrará el desarrollo.
C. dócil, porque tiene en cuenta la opinión de otros sin importar su propia voluntad.
D. alocado, pues se deja llevar por ideas aligeradas sin reflexionar en torno a ellas.
* En el texto quien grita “¡Carajo! Macondo está rodeado de agua por todas partes” es
A. el narrador.
B. José Arcadio.
C. el autor.
D. Úrsula.
* Al inicio del texto, se hace uso de los puntos suspensivos (…) para
B. expresar la omisión de una parte de un texto que ha sido transcrito de manera literal.
C. sorprender al lector del texto con acciones inesperadas que vendrán en este extracto.
D. interrumpir la narración para insertar un inciso aclaratorio del autor del texto.
* De acuerdo con las acciones de las mujeres en el texto, se puede concluir que Úrsula es
Unos quinientos años antes de la era cristiana se dio en la Magna Grecia la mejor cosa que
registra la historia universal: el descubrimiento del diálogo. La fe, la certidumbre y las tiranías
abrumaban el orbe; algunos griegos contrajeron, nunca sabremos cómo, la singular costumbre
de conversar. El diálogo es uno de los mejores hábitos del hombre; sin embargo, aún algunos
polemizan con el aplomo de quienes ignoran la duda. La polémica es inútil, estar de antemano
de un lado o del otro es un error, sobre todo si se la ve como un juego en el cual alguien gana y
alguien pierde. El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa que la verdad salga
de boca de uno o de boca de otro. Yo trato de olvidar los muchos prejuicios que tengo, y
aprendí en el Japón aquel admirable hábito de suponer que el interlocutor tiene razón. Uno
puede estar equivocado, puede estar tan equivocado como uno el interlocutor; pero en todo
caso, lo importante es ser hospitalario con las opiniones ajenas y posiblemente adversas a las
que profesa uno. Jorge Luis Borges
La dialéctica erística es el arte de disputar de modo que uno siempre tenga razón por medios
lícitos e ilícitos, pues la verdad objetiva de una proposición y su aprobación por parte de los
contendientes y oyentes son dos cosas distintas. ¿Cuál es el origen de esto? Nuestra vanidad
congénita, especialmente susceptible en la capacidad intelectual, no quiere aceptar que lo que
sostuvimos como verdadero resulta falso, y que lo verdadero sea lo que sostuvo el adversario.
Estamos inducidos y casi obligados a la deslealtad en el disputar. Por regla general, quien
entabla una disputa no aspira a la verdad sino a defender su propia tesis a través de cualquier
medio. Por ello, cada uno se esforzará para que triunfe su tesis, aun cuando en el momento le
parezca falsa o dudosa, y hará uso de los recursos de argumentación que tenga a la mano, que,
gracias a su astucia y malicia, ha aprendido de la experiencia cotidiana en el arte de disputar.
Arthur Schopenhauer
B. actividad inútil.
* En el enunciado del texto de Schopenhauer, “Por regla general, quien entabla una disputa no
aspira a la verdad sino a defender su propia tesis...”, la partícula subrayada
A. enfatiza en lo dicho.
B. expresa condición.
C. presenta un efecto.
D. denota oposición.
* En el extracto de El arte de tener siempre la razón, el segundo párrafo tiene como finalidad
presentar un argumento
A. por analogía, pues se toma un caso o ejemplo específico para establecer una relación de
semejanza con otros ejemplos.
C. para ejemplificar, ya que ofrece uno o más ejemplos específicos en apoyo de una
generalización.
D. de causa, puesto que se pretende explicar por qué sucede una cosa a partir de la afirmación
de otra.
* Mientras Schopenhauer dice que las personas son astutas y maliciosas cuando defienden sus
propias tesis,en el texto de Borges el participante plantea que un diálogo debe ser