Juan Francisco de Leon
Juan Francisco de Leon
Juan Francisco de Leon
Juan Francisco León había nacido en la Isla de Hierro, Canarias, en 1692. Fundó la villa de
Panaquire, en Barlovento, donde se aplicó a la agricultura, especialmente al cultivo del cacao,
con dedicación de modesto hacendado. Compartía estas labores con las del Teniente de
Justicia de Panaquire, por derecho de fundador poblador. El 2 de abril de 1749 se le presentó
don Martín de Echeverría, un vasco con la noticia de que estaba destituido y era su
reemplazante (p. 19).
Un elemento importante del renacimiento del comercio español durante las décadas de
mediados de siglo lo aportó la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, que Patiño había
establecido en 1728 con derechos exclusivos de comercio entre San Sebastián y Venezuela.
Autorizada a contar con guardacostas para acabar con el contrabando, en 1729 la Compañía
estaba equipada con no menos de ocho barcos de guerra y levantó un pequeño ejército tras la
ruptura de hostilidades con Gran Bretaña. A partir de entonces, la curva de exportaciones
subió notablemente, con embarques de cacao que se multiplicaron por más de tres entre los
años 1711-1720 y la década de 1760 (p. 104).
Dentro de este contexto, es necesario recalcar que dentro de sus territorios
coloniales la Corona “arrendaba sus derechos de monopolio, derechos que algunas veces
abarcaban regiones enteras, aunque éstas normalmente eran zonas que el gobierno había
sido incapaz de desarrollar” (Macleod, 1990). Así mismo, este contexto se haya sumergido
dentro de la contienda bélica entre el Imperio Español y el Reino Unido, siendo el Mar
Caribe escenario de la Guerra de los Nueve Años (1739-1748), también conocida como la
Guerra de la Oreja de Jenkins, la cual estaba a su vez enlazada a la macro-coyuntura de la
Guerra de Sucesión Austriaca, en el período 1740-1748; respecto a los efectos del conflicto
en América, Brading (1990) expone lo siguiente:
La Guerra de los Nueve Años (1739-1748) supuso un cambio en el desarrollo del comercio
colonial. La destrucción de Portobelo llevada a cabo por Vernon acabó con las posibles
esperanzas de hacer revivir la flota de Tierra Firme. Y, desde entonces, todo el comercio
legal con las islas del Caribe y con Sudamérica se hizo con «registros», barcos aislados que
zarpaban con licencia desde Cádiz. Tan importante como esto fue que se abriera la ruta del
cabo de Hornos y se permitiera a más barcos desembarcar en Buenos Aires. Con la fuerte
caída de los precios, el comercio europeo con todo el virreinato peruano creció,
incorporándose Chile y la zona del Rio de la Plata al comercio directo con España. De hecho,
puesto que la flota inglesa no tuvo demasiado éxito en su bloqueo, los años de la guerra
fueron testigos de cierta expansión. El otro gran beneficio que trajo consigo la guerra fue el
fin del comercio autorizado con otras potencias. Por el tratado de paz de 1750 la Compañía
de los Mares del Sur renunciaba al «asiento» y al derecho a un mercante anual a cambio de
un pago de 100.000 libras. Por lo menos, después de cuatro décadas, España había recobrado
el ejercicio sin restricciones de su monopolio comercial sobre el imperio americano (pp. 103-
104)
La fundación de Panaquire:
Una de los aspectos por los cuales Juan Francisco de León empieza a tomar
relevancia en la vida colonial venezolana, es su participación directa en la fundación del
poblado de Panaquire, cuyo nombre recibe del valle donde se encuentra asentado desde el 4
de marzo de 1734. Casi un año antes, el 18 de abril de 1733, León y otros canarios
emprenden la iniciativa de explorar el valle de Panaquire, aunque tuvieron ciertas
dificultades para lograr adquirir la autorización del Gobernador debido, entre otras cosas, a
las presiones de los vizcaínos quienes, tras la creación de la Guipuzcoana, adquirieron cada
vez más poder e influencia en la Caracas colonial. Desde un principio, los ideales y los
intereses de canarios y vizcaínos estaban encontrados antagónicamente entre sí, y ello se
reflejaba incluso en cómo las autoridades coloniales debían actuar en la zona en cuestión a
favor de la metrópolis, en aquel momento gobernada por Felipe V de Borbón; respecto a
esto, Yegres (2009) expresa lo siguiente:
Era una intención económica con intereses diferentes: los canarios emprendedores
empeñados en amasar fortunas mediante las actividades agropecuarias, y los vizcaínos con el
propósito de controlar toda actividad productiva: compra, venta y comercialización del cacao,
sin otro limite que sus propios intereses y sus desmedidas ambiciones de aprovecharse del
trabajo y del esfuerzo de otros (pp. 2-3).
El bajo Tuy era el punto de referencia, pues, figuraba como una de las rutas importantes para
el contrabando de cacao que realizaban nativos y pequeños productores de la zona con los
holandeses, ingleses y franceses, cuyas naves se acercaban muy a menudo a las costas
barloventeñas. Las autoridades coloniales tenían ideas contradictorias: ampliar el cultivo de
cacao en la región, podría significar el desarrollo y crecimiento del contrabando, o podría
suceder lo contrario: controlar el ilícito negocio a través de la presencia de buenos súbditos
de su majestad el rey de España. El asunto quedaba ahora a la disposición de la seguridad o
discreción de distintas mentalidades e intereses variados: los canarios dueños de las
plantaciones; españoles peninsulares y criollos que aspiraban lucrase (sic) con el negocio; los
negros que representaban la fuerza de trabajo esclava; algunas familias indígenas que
también habían perdido su libertad y, finalmente, comerciantes ilegales que con sus barcos
cargados de “lencerías y otras cosas”, en periódicas incursiones, se llegaban hasta las
desembocaduras del Tuy, aprovechando la falta de vigilancia por parte de las autoridades
españolas, en todas las costas del litoral central venezolano. La extensión boscosa y desierta
era apropiada para el comercio ilícito, en la que el concepto de legalidad estaba radicalmente
ausente (p. 3).
Aquí parte, pues, la coyuntura por el cual se caracteriza este extraordinario, aunque
poco conocido personaje. La rebelión en cuestión es el resultado de la pugna existente entre
los vascos y los canarios, los cuales buscaban ejercer el control del sistema político y
económico de la provincia de Venezuela, además de erigirse como la clase dominante en la
sociedad colonial local. La motivación principal que llevó a cabo esta rebelión fue el hecho
de que “León comerciaba con los holandeses con gran desahogo” (Amezaga, 2005), lo cual
constituía un caso de contrabando para la Compañía Guipuzcoana, entre cuyos accionistas
figuraba el propio rey de España, quien “se muestra partidario de conceder su permiso a La
Compañía para la navegación con registro a Caracas, Venezuela, de dos navíos por año, de
40 o 50 cañones cada una, con el fin de corsear en aquellas costas” (Amezaga, 2005). Ello
hacía de este enfrentamiento, entonces, un ataque frontal a la propia Corona. Respecto a
esto, Amezaga expresa lo siguiente:
Como León se mostraba reticente con La Compañía y más que dispuesto a colaborar con los
intereses de la oligarquía criolla y contrabandear con el holandés malicioso, los de La
Compañía, irritados, movieron al gobernador, Juan Francisco Castellanos, que ejerció su
cargo desde el 12 de junio de 1747 hasta un 1° de diciembre de 1749, y con clásica
contundencia vasca que no deja espacio para la diplomacia, decidieron destituirle para
nombrar en su lugar a Martin Echeverría, fiel funcionario. Esto desencadenó los
acontecimientos (pp. 194-195).
León recibe ayuda para su guerra campesina de los holandeses de Curazao así como armas y
barcos de los terratenientes caraqueños, de algunos comerciantes y artesanos que llegaron,
incluso, a pagar el pasaje de un yerno de León, Juan Álvarez de Ávila, para viajar a Madrid y
solicitar al rey español, entonces Fernando VI, que sucede a Felipe V desde 1746, la
abolición de La Compañía, expuestas las quejas y agravios en un memorial (p. 195).
El apoyo que León recibe para materializar su rebelión es considerable, aunque eso
no le exime del hecho de que “confió demasiado en la justicia de su causa; creyó demasiado
en las promesas de los opresores y cometió el error de hacer a éstos dispensadores del
remedio que pudo poner él mismo con sus armas” (Baralt, citado en Amezaga, 2005). A un
cierto punto, la rebelión adquiere cada vez mayor fuerza, observándose un episodio clave
del mismo en la propia ciudad de Caracas, allí donde “una abigarrada muchedumbre,
armada de machetes, lanzas, escopetas y palos tocando tambores y con banderas
borgoñesas llegadas de contrabando, llegó a los aledaños de Caracas” (Uslar, citado en
Yegres, 2009), siendo tal muchedumbre impulsada no por ambiciones de poder, sino por la
necesidad de ser escuchados. La toma de Caracas es realizada el 19 de abril de 1749,
sesenta años antes de la formación de la Junta de Reconocimiento de los Derechos de
Fernando VII, y al consecuente rechazo del Capitán General Vicente Emparan.
Esta fase de la rebelión fue clave, además, por el hecho de que Juan Francisco de
León, junto a otros hacendados, trabajadores libres y esclavos, e incluso algunos
aborígenes, provenientes de los valles del Tuy, Barlovento, Aragua, Valencia,
Barquisimeto, San Felipe, Guanare y Barinas, intentaron presentarse antes las autoridades
establecidas en Caracas para “asumir una posición de defensa de lo nacional frente a
quienes representan otros intereses, otra autoridad, otra manera de pensar, otra nación”
(Yegres, 2009), recordando una vez más las diferencias existentes entre canarios y
vizcaínos reflejada en la hostilidad de los hacendados y la Compañía. Además de esto, debe
incluirse el hecho de que el propio León denunció el hecho de que la Compañía actuaba de
manera contraria a los compromisos adquiridos con la Corona, “no solamente no
impidiendo el comercio ilícito, sino también, cometiéndolo y con tanto exceso que en
ningún tiempo (…) se ha comerciado tanto con el extranjero” (citado en Camacho, s/f).
Figura 4: Smugglers (Los Contrabandistas), de George Morland (1793). Una de las realidades sociales
vigentes en todo el continente americano durante el siglo XVIII fue el contrabando colonial, un mal que
afectaba económicamente a las metrópolis europeas, aunque permitían el florecimiento económico de las
provincias coloniales. Fuente: Royal Museums Greenwich.
Para ese año la Compañía mantuvo la provincia, especialmente a Caracas, en “suma escasez
y necesidad (…) de las ropas, frutos y efectos que de los reinos de España necesitan sus
habitantes, para el más moderado vestuario y de los bastimentos (…) como el pan, vino y
aceites”. Agrega otro documento: “es dudoso en que haya habido año en que la (…)
compañía haya traído de España, ni la decima parte de las ropas que se necesitan”. Al
problema de la carencia de algunos artículos de consumo básico, debe agregarse los elevados
precios con los cuales eran vendidos los productos por parte del monopolio. El Cabildo
caraqueño mencionaba el “continuo y sucesivo” incremento de precios con los cuales
especulaba la Compañía.
La rebelión de Juan Francisco de León fue efectuada dentro del periodo 1749-1752,
teniendo qué enfrentarse a las mayores capacidades ofensivas de la Compañía
Guipuzcoana, ya que además de contar con los recursos económicos y militares ofrecidos
por la Corona, también contaba con su propia fuerza armada, cuya magnitud “significaba
para el Estado contar con unos 700 guipuzcoanos armados, dispuestos a proteger el orden
público y las costas del contrabando, de modo efectivo” (Amezaga, 2005). Observando con
detalle el proceso que desemboca en la rebelión, es posible hallar la coyuntura inicial de la
misma en el nombramiento de Martin de Echeverría, tal como la expone Acuña (2001) a
continuación:
De todos modos, tan pronto se inicia la retirada, todo se convierte en una medrosa
desbandada de esa gente colecticia que le acompañaba. Aquello se transforma en un sálvese
quien pueda avivado por los rumores de venganza y de ferocidad enemiga, que acrecentaba el
espanto de los fugitivos. Todos quieren escapar de lo que consideraban una muerte próxima,
y unos se esconden en los montes cercanos, y otros como León y demás cabecillas, buscan
refugios más seguros. No obstante hay un grupo grande que sigue al Jefe.
Los atacantes, que en los primeros momentos no conocían la amplitud de la derrota
leonística, actuaron con marcada prudencia. Díaz Padrón se detuvo por cuatro días en
Caucagua saboreando sus laureles, y el Capitán Flores con sus tropas se mantuvo en
Chuspita. Entretanto envían patrullas y descubiertas a recorrer los campos cercanos, hacen
prisioneros y recogen el botín de algunas armas y unas bestias mulares (p. 485).
Dispuso así que fuese derribada y destruida la casa de habitación, que Juan Francisco de
León tenía en la Plaza de Candelaria de esta ciudad [Caracas]. Su solar arrasado fuese regado
y sembrado de sal, y en la parte del frente que daba a la Plaza, se pusiera una columna de
piedra o de ladrillo de altura regular, y en ella una tarjeta de metal.
Dicha tarjeta tendría una inscripción que dijera: “ser aquella la justicia mandada a hacer por
Su Excelencia en nombre del Rey Nuestro Señor, por haber sido el amo de aquella casa dicho
Juan Francisco de León, pertinaz y rebelde traidor a la Real Corona de Nuestro Soberano, y
que por ello se hizo reo a que le derribasen las casas, se le sembrasen de sal y pusiese este
epígrafe para perpetua memoria de su infamia” (p. 552).