Juan Francisco de Leon

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 14

JUAN FRANCISCO DE LEÓN, UN PERSONAJE OLVIDADO POR LA

COLECTIVIDAD VENEZOLANA CONTEMPORÁNEA

Como memoria del 30 de septiembre de 2013, se dedica el presente artículo a un


personaje histórico que, a pesar de ser de notable importancia debido al impacto que tuvo
en su época, en la actualidad se trata de un personaje desconocido para la colectividad
venezolana, con algunas excepciones halladas en un puñado de personas que intentan
rescatarle del olvido histórico. Su nombre es Juan Francisco de León, y aunque sobre su
persona se sabe muy poco, se han realizado esfuerzos notables para que los aspectos más
resaltantes de su vida no se perdieran a lo largo del tiempo. Sus orígenes los expone
Romero (2009) de la siguiente manera:

Juan Francisco León había nacido en la Isla de Hierro, Canarias, en 1692. Fundó la villa de
Panaquire, en Barlovento, donde se aplicó a la agricultura, especialmente al cultivo del cacao,
con dedicación de modesto hacendado. Compartía estas labores con las del Teniente de
Justicia de Panaquire, por derecho de fundador poblador. El 2 de abril de 1749 se le presentó
don Martín de Echeverría, un vasco con la noticia de que estaba destituido y era su
reemplazante (p. 19).

Para comprender mejor lo que esto implica, es importante tomar en cuenta el


contexto histórico en el que se encontraba Juan Francisco de León, siendo el mismo
escenario de las conocidas reformas coloniales impuestas por la dinastía de los Borbón de
España, la cual aporta diversos cambios tanto en las relaciones entre la metrópolis y las
colonias en América, como en la vida colonial ya acostumbrada al problema del
contrabando; respecto a este contexto, de donde surge la Compañía Guipuzcoana, Brading
(1990) expone lo siguiente:

Un elemento importante del renacimiento del comercio español durante las décadas de
mediados de siglo lo aportó la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, que Patiño había
establecido en 1728 con derechos exclusivos de comercio entre San Sebastián y Venezuela.
Autorizada a contar con guardacostas para acabar con el contrabando, en 1729 la Compañía
estaba equipada con no menos de ocho barcos de guerra y levantó un pequeño ejército tras la
ruptura de hostilidades con Gran Bretaña. A partir de entonces, la curva de exportaciones
subió notablemente, con embarques de cacao que se multiplicaron por más de tres entre los
años 1711-1720 y la década de 1760 (p. 104).
Dentro de este contexto, es necesario recalcar que dentro de sus territorios
coloniales la Corona “arrendaba sus derechos de monopolio, derechos que algunas veces
abarcaban regiones enteras, aunque éstas normalmente eran zonas que el gobierno había
sido incapaz de desarrollar” (Macleod, 1990). Así mismo, este contexto se haya sumergido
dentro de la contienda bélica entre el Imperio Español y el Reino Unido, siendo el Mar
Caribe escenario de la Guerra de los Nueve Años (1739-1748), también conocida como la
Guerra de la Oreja de Jenkins, la cual estaba a su vez enlazada a la macro-coyuntura de la
Guerra de Sucesión Austriaca, en el período 1740-1748; respecto a los efectos del conflicto
en América, Brading (1990) expone lo siguiente:

La Guerra de los Nueve Años (1739-1748) supuso un cambio en el desarrollo del comercio
colonial. La destrucción de Portobelo llevada a cabo por Vernon acabó con las posibles
esperanzas de hacer revivir la flota de Tierra Firme. Y, desde entonces, todo el comercio
legal con las islas del Caribe y con Sudamérica se hizo con «registros», barcos aislados que
zarpaban con licencia desde Cádiz. Tan importante como esto fue que se abriera la ruta del
cabo de Hornos y se permitiera a más barcos desembarcar en Buenos Aires. Con la fuerte
caída de los precios, el comercio europeo con todo el virreinato peruano creció,
incorporándose Chile y la zona del Rio de la Plata al comercio directo con España. De hecho,
puesto que la flota inglesa no tuvo demasiado éxito en su bloqueo, los años de la guerra
fueron testigos de cierta expansión. El otro gran beneficio que trajo consigo la guerra fue el
fin del comercio autorizado con otras potencias. Por el tratado de paz de 1750 la Compañía
de los Mares del Sur renunciaba al «asiento» y al derecho a un mercante anual a cambio de
un pago de 100.000 libras. Por lo menos, después de cuatro décadas, España había recobrado
el ejercicio sin restricciones de su monopolio comercial sobre el imperio americano (pp. 103-
104)

Observando ambas circunstancias, es posible notar de inmediato su conexión en la


medida en que la guerra, la supresión del asiento y la creación de la Compañía
Guipuzcoana apuntaban al fortalecimiento de la presencia española en las costas de la
provincia de Venezuela donde, “con la progresiva disminución del precio del cacao, la
Compañía, para evitar la reducción de sus ingresos, forzó a los propietarios de las
plantaciones a incrementar la producción” (Mörner, 1990). Aquí es donde la presencia de
Juan Francisco de León adquiere suma importancia, en la medida en que se enfrenta contra
la Compañía Guipuzcoana, al afectar ésta el desenvolvimiento de la vida colonial en el
valle de Panaquire y en el resto de la costa venezolana. A continuación, se expone su poco
conocida pero importante historia.
Figuras 1 y 2: Tras la Guerra de Sucesión Española (1701-1725), la casa dinástica de Borbón establece su
reinado en los dominios españoles, tanto en Europa como en los territorios de ultramar. A la izquierda: Felipe
V de Borbón. A la derecha: Fernando VI de Borbón. Fuente: Real Museo del Prado.

La fundación de Panaquire:

Una de los aspectos por los cuales Juan Francisco de León empieza a tomar
relevancia en la vida colonial venezolana, es su participación directa en la fundación del
poblado de Panaquire, cuyo nombre recibe del valle donde se encuentra asentado desde el 4
de marzo de 1734. Casi un año antes, el 18 de abril de 1733, León y otros canarios
emprenden la iniciativa de explorar el valle de Panaquire, aunque tuvieron ciertas
dificultades para lograr adquirir la autorización del Gobernador debido, entre otras cosas, a
las presiones de los vizcaínos quienes, tras la creación de la Guipuzcoana, adquirieron cada
vez más poder e influencia en la Caracas colonial. Desde un principio, los ideales y los
intereses de canarios y vizcaínos estaban encontrados antagónicamente entre sí, y ello se
reflejaba incluso en cómo las autoridades coloniales debían actuar en la zona en cuestión a
favor de la metrópolis, en aquel momento gobernada por Felipe V de Borbón; respecto a
esto, Yegres (2009) expresa lo siguiente:

Era una intención económica con intereses diferentes: los canarios emprendedores
empeñados en amasar fortunas mediante las actividades agropecuarias, y los vizcaínos con el
propósito de controlar toda actividad productiva: compra, venta y comercialización del cacao,
sin otro limite que sus propios intereses y sus desmedidas ambiciones de aprovecharse del
trabajo y del esfuerzo de otros (pp. 2-3).

Además, la sociedad colonial de la provincia de Venezuela estuvo bajo una


situación de poca vigilancia por parte de las autoridades centrales antes de que la casa
dinástica de Borbón asumiera el trono español. Tras haberse firmado los tratados de Utrecht
(1713) y de Viena (1725), se consolida el ascenso de la casa Borbón en la metrópolis,
iniciando una serie de reformas que transformaron la vida de España y sus colonias
ultramarinas; sin embargo, la vida de la sociedad colonial en la provincia de Venezuela aún
mantenía como fuerza profunda el problema de la ausencia del control de Madrid, el cual
estuvo vigente durante el reinado de los Habsburgo y permitió la aceptación del
contrabando en las colonias. Respecto a esta situación, Yegres (2009) expone que:

El bajo Tuy era el punto de referencia, pues, figuraba como una de las rutas importantes para
el contrabando de cacao que realizaban nativos y pequeños productores de la zona con los
holandeses, ingleses y franceses, cuyas naves se acercaban muy a menudo a las costas
barloventeñas. Las autoridades coloniales tenían ideas contradictorias: ampliar el cultivo de
cacao en la región, podría significar el desarrollo y crecimiento del contrabando, o podría
suceder lo contrario: controlar el ilícito negocio a través de la presencia de buenos súbditos
de su majestad el rey de España. El asunto quedaba ahora a la disposición de la seguridad o
discreción de distintas mentalidades e intereses variados: los canarios dueños de las
plantaciones; españoles peninsulares y criollos que aspiraban lucrase (sic) con el negocio; los
negros que representaban la fuerza de trabajo esclava; algunas familias indígenas que
también habían perdido su libertad y, finalmente, comerciantes ilegales que con sus barcos
cargados de “lencerías y otras cosas”, en periódicas incursiones, se llegaban hasta las
desembocaduras del Tuy, aprovechando la falta de vigilancia por parte de las autoridades
españolas, en todas las costas del litoral central venezolano. La extensión boscosa y desierta
era apropiada para el comercio ilícito, en la que el concepto de legalidad estaba radicalmente
ausente (p. 3).

Así, es posible observar que el antagonismo entre canarios y vizcaínos en la


provincia de Venezuela, durante los primeros años del mandato Borbón, no sólo se
encontraba en la idiosincrasia de cada grupo en esta contienda, sino que también se
encontraba en el hecho de que uno de estos bandos carecía del apoyo de las autoridades
centrales y de la normativa emanada de éste, mientras que el otro lo adquiría totalmente.
Figura 3: Sede de la Compañía Guipuzcoana, ubicada en La Guaira. Fuente: Banesco.

La rebelión de Juan Francisco de León:

Aquí parte, pues, la coyuntura por el cual se caracteriza este extraordinario, aunque
poco conocido personaje. La rebelión en cuestión es el resultado de la pugna existente entre
los vascos y los canarios, los cuales buscaban ejercer el control del sistema político y
económico de la provincia de Venezuela, además de erigirse como la clase dominante en la
sociedad colonial local. La motivación principal que llevó a cabo esta rebelión fue el hecho
de que “León comerciaba con los holandeses con gran desahogo” (Amezaga, 2005), lo cual
constituía un caso de contrabando para la Compañía Guipuzcoana, entre cuyos accionistas
figuraba el propio rey de España, quien “se muestra partidario de conceder su permiso a La
Compañía para la navegación con registro a Caracas, Venezuela, de dos navíos por año, de
40 o 50 cañones cada una, con el fin de corsear en aquellas costas” (Amezaga, 2005). Ello
hacía de este enfrentamiento, entonces, un ataque frontal a la propia Corona. Respecto a
esto, Amezaga expresa lo siguiente:
Como León se mostraba reticente con La Compañía y más que dispuesto a colaborar con los
intereses de la oligarquía criolla y contrabandear con el holandés malicioso, los de La
Compañía, irritados, movieron al gobernador, Juan Francisco Castellanos, que ejerció su
cargo desde el 12 de junio de 1747 hasta un 1° de diciembre de 1749, y con clásica
contundencia vasca que no deja espacio para la diplomacia, decidieron destituirle para
nombrar en su lugar a Martin Echeverría, fiel funcionario. Esto desencadenó los
acontecimientos (pp. 194-195).

Este movimiento de parte de los vizcaínos desencadena, efectivamente, una serie de


alzamientos que empiezan con “una revuelta espontanea de hombres y mujeres indignados
de su pretensión” (Amezaga, 2005), y que luego encontraría cierta organización como
rebelión campesina de parte del propio Juan Francisco de León y su hijo Nicolás, quien a su
vez recibe apoyo de aborígenes Caribe. Junto a éstos, señala Amezaga (2005), se le unieron
los holandeses y la oligarquía caraqueña:

León recibe ayuda para su guerra campesina de los holandeses de Curazao así como armas y
barcos de los terratenientes caraqueños, de algunos comerciantes y artesanos que llegaron,
incluso, a pagar el pasaje de un yerno de León, Juan Álvarez de Ávila, para viajar a Madrid y
solicitar al rey español, entonces Fernando VI, que sucede a Felipe V desde 1746, la
abolición de La Compañía, expuestas las quejas y agravios en un memorial (p. 195).

El apoyo que León recibe para materializar su rebelión es considerable, aunque eso
no le exime del hecho de que “confió demasiado en la justicia de su causa; creyó demasiado
en las promesas de los opresores y cometió el error de hacer a éstos dispensadores del
remedio que pudo poner él mismo con sus armas” (Baralt, citado en Amezaga, 2005). A un
cierto punto, la rebelión adquiere cada vez mayor fuerza, observándose un episodio clave
del mismo en la propia ciudad de Caracas, allí donde “una abigarrada muchedumbre,
armada de machetes, lanzas, escopetas y palos tocando tambores y con banderas
borgoñesas llegadas de contrabando, llegó a los aledaños de Caracas” (Uslar, citado en
Yegres, 2009), siendo tal muchedumbre impulsada no por ambiciones de poder, sino por la
necesidad de ser escuchados. La toma de Caracas es realizada el 19 de abril de 1749,
sesenta años antes de la formación de la Junta de Reconocimiento de los Derechos de
Fernando VII, y al consecuente rechazo del Capitán General Vicente Emparan.
Esta fase de la rebelión fue clave, además, por el hecho de que Juan Francisco de
León, junto a otros hacendados, trabajadores libres y esclavos, e incluso algunos
aborígenes, provenientes de los valles del Tuy, Barlovento, Aragua, Valencia,
Barquisimeto, San Felipe, Guanare y Barinas, intentaron presentarse antes las autoridades
establecidas en Caracas para “asumir una posición de defensa de lo nacional frente a
quienes representan otros intereses, otra autoridad, otra manera de pensar, otra nación”
(Yegres, 2009), recordando una vez más las diferencias existentes entre canarios y
vizcaínos reflejada en la hostilidad de los hacendados y la Compañía. Además de esto, debe
incluirse el hecho de que el propio León denunció el hecho de que la Compañía actuaba de
manera contraria a los compromisos adquiridos con la Corona, “no solamente no
impidiendo el comercio ilícito, sino también, cometiéndolo y con tanto exceso que en
ningún tiempo (…) se ha comerciado tanto con el extranjero” (citado en Camacho, s/f).

Figura 4: Smugglers (Los Contrabandistas), de George Morland (1793). Una de las realidades sociales
vigentes en todo el continente americano durante el siglo XVIII fue el contrabando colonial, un mal que
afectaba económicamente a las metrópolis europeas, aunque permitían el florecimiento económico de las
provincias coloniales. Fuente: Royal Museums Greenwich.

También es necesario considerar que un factor importante que propició el


surgimiento de la rebelión fue la propia conducta comercial de la Compañía Guipuzcoana,
la cual hizo provecho de su propia naturaleza monopólica para imponer condiciones que
favorecieran sus propios intereses, sin medir el perjuicio que le causaba a los habitantes de
la Provincia de Venezuela, habiendo ello alimentado aún más, a su vez, el contrabando
contra el cual la propia Compañía lucharía en principio. Respecto a esto, Camacho (s/f)
expone y cita lo siguiente:

Para ese año la Compañía mantuvo la provincia, especialmente a Caracas, en “suma escasez
y necesidad (…) de las ropas, frutos y efectos que de los reinos de España necesitan sus
habitantes, para el más moderado vestuario y de los bastimentos (…) como el pan, vino y
aceites”. Agrega otro documento: “es dudoso en que haya habido año en que la (…)
compañía haya traído de España, ni la decima parte de las ropas que se necesitan”. Al
problema de la carencia de algunos artículos de consumo básico, debe agregarse los elevados
precios con los cuales eran vendidos los productos por parte del monopolio. El Cabildo
caraqueño mencionaba el “continuo y sucesivo” incremento de precios con los cuales
especulaba la Compañía.

La rebelión de Juan Francisco de León fue efectuada dentro del periodo 1749-1752,
teniendo qué enfrentarse a las mayores capacidades ofensivas de la Compañía
Guipuzcoana, ya que además de contar con los recursos económicos y militares ofrecidos
por la Corona, también contaba con su propia fuerza armada, cuya magnitud “significaba
para el Estado contar con unos 700 guipuzcoanos armados, dispuestos a proteger el orden
público y las costas del contrabando, de modo efectivo” (Amezaga, 2005). Observando con
detalle el proceso que desemboca en la rebelión, es posible hallar la coyuntura inicial de la
misma en el nombramiento de Martin de Echeverría, tal como la expone Acuña (2001) a
continuación:

A principios de marzo del año 1749 el Gobernador de la Provincia, Luis Francisco


Castellanos, a solicitud del entonces Factor Principal de la Compañía Guipuzcoana Juan
Manuel Goyzueta, nombra al vizcaíno y dependiente de la propia compañía, Martin de
Echeverría, como Cabo de Guerra y Teniente Justicia de las poblaciones de Panaquire y
Caucagua. Esta designación desplazaba a Juan Francisco de León y al Juez de Comisos de
Caucagua de sus cargos. Con el nuevo nombramiento se reunía en una sola persona ambos
puestos, con la intención de ejecutar la aniquilación del contrabando de cacao en esa zona de
la desembocadura del rio Tuy, que se había convertido en una salida habitual para los
productores de aquel anhelado fruto, parajes que se encontraban sin control terrestre por parte
de los funcionarios de la Compañía.
[…] La primera insurgencia de Juan Francisco de León se dio precisamente por no aceptar al
nuevo funcionario enviado por el gobierno central de la provincia, alegando que tal
designación era propiciada por los directivos de la Compañía Guipuzcoana. Además, Juan
Francisco de León y sus compañeros hacendados, verían lesionados sus intereses de
comercialización del cacao, al tener qué estar sujetos a las restricciones imputadas por los
funcionarios de la Compañía. De esta forma se procedió a alzar una protesta al Gobernador
Castellanos en Caracas, por medio de cartas con la finalidad de dejar sin efecto la
designación de Martín de Echeverría, las cuales no fueron respondidas, incitaron a de León
para que iniciara su marcha a la capital a ser oído (pp. 61-63).

La rebelión empieza en Panaquire el 2 de abril de 1749, pocos días antes de la


marcha a Caracas. Justamente, en dicho lapso de tiempo León logra extender la protesta a
diversas poblaciones de Barlovento, reuniendo un contingente que, si bien no se conocen
las cifras exactas, “al llegar a Caracas después de haber atravesado muchas poblaciones en
el trayecto, se llegaron a juntar al insurrecto entre unas 6.000 y 8.000 personas armadas”
(Acuña, 2001). Frente a una fuerza tan avasallante en cantidad, la cual difícilmente podría
ser aplacada por las autoridades coloniales e incluso por el contingente armado que poseía
la Compañía Guipuzcoana, el Gobernador de la Provincia convoca a los Cabildos secular y
eclesiástico, junto a los Prelados de las Religiones, para así nombrar “Diputados que
salieran al camino, detuvieran a León, y le hicieran las proposiciones que juzgaran
oportunas” (Acuña, 2001), declarándose Cabildo abierto cuya duración ocurrió en el lapso
abril-agosto de ese año.
Con los ánimos enardecidos, tanto de los rebeldes como de los miembros de los
Cabildos, el Gobernador ofreció la salida de los factores y los dependientes de la
Guipuzcoana, cuestión que, aun habiendo calmado los ánimos de los insurrectos en un
primer momento, no tuvo efectividad ya que éstos se dieron cuenta que los vizcaínos “sólo
estuvieron navegando por el mar durante seis días para despistar a los insurgentes y a los
pobladores en la capital” (Acuña, 2001), por lo que la insurrección se extiende hacia La
Guaira, donde el Gobernador se había retirado clandestinamente. La rebelión vuelve a ser
dispersada en agosto de ese año, y al mes siguiente llega a la provincia don Francisco
Galindo Quiñónez, quien era para ese momento Oidor de la Real Audiencia de Santo
Domingo, quien procuró resolver el asunto sin resultados, debido a que “la Compañía
Guipuzcoana gozaba de privilegios especiales y los tribunales de Indias no eran aptos para
deliberar en sus asuntos” (Acuña, 2001).
Tal situación desembocaría en una segunda insurrección por parte de los seguidores
de León, al punto que se logra la sustitución del Gobernador de la Provincia, pasando el
cargo a manos de Julián de Arriaga, encargado especialmente “de llevar a cabo la
pacificación de la insurrecta Provincia, ya que en España habían dado crédito a los
informes de Castellanos, y suponían que toda la Provincia de Venezuela estaba en armas
contra su Rey” (Acuña, 2001). El nombramiento de Arriaga fue acompañado por el
mandato real de conceder garantías a la Compañía y establecer normas de convivencia que
conllevaran a la pacificación de la Provincia, permitiendo el regreso de los factores y
dependientes de la Compañía, además del ingreso de naves canarias a los puertos, y la
compraventa de víveres a precios ajustados a la recíproca conveniencia. Todos aceptaron
las condiciones del mandato real excepto los vizcaínos, cuyos intereses monopólicos fueron
mermados, por lo que promueven el traslado, exitoso, de Arriaga a España (Acuña, 2001).
Mientras Arriaga asumía la Presidencia de la Casa de Contratación de Indias, Felipe
Ricardos es nombrado Gobernador de la Provincia de Venezuela, favorecido notablemente
por la influencia de los directivos vizcaínos en España. Esto conllevó a que las hostilidades
en la provincia se reanudaran, dado que “Felipe Ricardos restableció los anteriores abusos
de la Compañía y comenzó a perseguir a los que se había señalado como adversarios de
ésta” (Acuña, 2001); León y sus partidarios reaccionan con desagrado frente a Felipe
Ricardos, de tal manera que deciden invadir nuevamente Caracas para “someter al
Gobernador, finiquitar definitivamente a la Compañía y entregar el mando de la Provincia
al Teniente de Gobernador y Auditor de Guerra Domingo de Aguirre y Castillo, con quien
en los anteriores levantamientos habían tratado como mediador” (Acuña, 2001). Respecto a
este nuevo episodio de rebeldía, Acuña (2001) expone que:

Esta nueva insurrección contra la restitución de los abusos y arbitrariedades de la Compañía


amparados bajo el Gobernador Ricardos, se desarrolló hacia mediados de julio de 1751, y
como las anteriores fue dirigida por don Juan Francisco de León. El Gobernador Felipe
Ricardos estaba preparado ante cualquier situación irregular y afrontó enérgicamente la
gravedad de los sucesos. Al contrario de sus antecesores funcionarios reales, Luis Castellanos
y Julián de Arriaga, les hizo frente con su fuerza militar traída especialmente, levantó tropas,
encarceló y deportó sospechosos, persiguió sin tregua a los rebeldes, les cortó toda
posibilidad de concentración y terminó por pasar por horca a muchos de ellos (pp. 68-69).

En la fase de declive de la rebelión, Juan Francisco de León se halló sin el apoyo de


los terratenientes que le acompañaron en las revueltas anteriores, habiendo acatado las
instrucciones del Rey, por lo que dependió exclusivamente del apoyo holandés, radicado en
los contrabandistas cuyas balandras se apostaban en la desembocadura del Tuy para
comerciar con la población local. Para explicar mejor esta última fase, Castillo (1983)
expone lo siguiente:

Cuando el 15 de agosto estallaba la revuelta de Juan Francisco de León en Panaquire, y se


extendía con violencia a Caucagua y otros lugares barloventeños, el sorprendido Gobernador
Ricardos se vio obligado a echar mano de todos los recursos a su alcance. Aun cuando estaba
esperando una resistencia esforzada a sus medidas de asedio, la reacción sobrepasó todas sus
previsiones. Pensaba poder aprisionar a León sin más conmoción que la estrategia diseñada,
y sin mayor lucha que la puramente local de un asalto al reducto faccioso. Sin embargo, los
hechos se le escaparon de las manos y estuvo a punto de perder la partida, de haber tenido
por delante un contrincante decidido a la acción (p. 473).

Así, se observa en las acciones de Ricardos una escalada de fuerza que


posteriormente terminaría avasallando la revuelta de León en los valles del Tuy, pudiendo
su derrota “ser atribuida a su temor reverencial al nombre del Rey, a su cobardía, o a una
fracasada estrategia de emboscada al enemigo” (Castillo, 1983). Independientemente de
cuál haya sido el motivo real de su derrota, lo cierto es que el cambio de actitud de León
frente a sus oponentes ocurrió luego de haber notado la presencia de Don Antonio Díaz
Padrón, quien era Teniente de Guarenas en ese momento, y quien fuera a enfrentar a León
con soldados del Rey, provocando que los hombres de León terminaran huyendo de tal
amenaza (Castillo, 1983). Así mismo, Castillo (1983) afirma lo siguiente:

De todos modos, tan pronto se inicia la retirada, todo se convierte en una medrosa
desbandada de esa gente colecticia que le acompañaba. Aquello se transforma en un sálvese
quien pueda avivado por los rumores de venganza y de ferocidad enemiga, que acrecentaba el
espanto de los fugitivos. Todos quieren escapar de lo que consideraban una muerte próxima,
y unos se esconden en los montes cercanos, y otros como León y demás cabecillas, buscan
refugios más seguros. No obstante hay un grupo grande que sigue al Jefe.
Los atacantes, que en los primeros momentos no conocían la amplitud de la derrota
leonística, actuaron con marcada prudencia. Díaz Padrón se detuvo por cuatro días en
Caucagua saboreando sus laureles, y el Capitán Flores con sus tropas se mantuvo en
Chuspita. Entretanto envían patrullas y descubiertas a recorrer los campos cercanos, hacen
prisioneros y recogen el botín de algunas armas y unas bestias mulares (p. 485).

León y su hijo Nicolás primero huyen de Barlovento gracias a una balandra de


bandera holandesa, pero luego se entregarían voluntariamente para enfrentar una condena
de prisión en España y, al mismo tiempo, “la exteriorización formal de una justicia
represiva” (Castillo, 1983), significando esto la imposición de una pena infamante que
fungiera de ejemplo para quienes osaran cometer delitos de traición al Rey, estableciendo la
pena en auto de 5 de febrero de 1752. Respecto a esto, Castillo (1983) expone dicha pena
de la siguiente manera:

Dispuso así que fuese derribada y destruida la casa de habitación, que Juan Francisco de
León tenía en la Plaza de Candelaria de esta ciudad [Caracas]. Su solar arrasado fuese regado
y sembrado de sal, y en la parte del frente que daba a la Plaza, se pusiera una columna de
piedra o de ladrillo de altura regular, y en ella una tarjeta de metal.
Dicha tarjeta tendría una inscripción que dijera: “ser aquella la justicia mandada a hacer por
Su Excelencia en nombre del Rey Nuestro Señor, por haber sido el amo de aquella casa dicho
Juan Francisco de León, pertinaz y rebelde traidor a la Real Corona de Nuestro Soberano, y
que por ello se hizo reo a que le derribasen las casas, se le sembrasen de sal y pusiese este
epígrafe para perpetua memoria de su infamia” (p. 552).

Mientras la ejecución de la pena infamante tomaba forma, entre la formulación en


auto y la aprobación de tal providencia por parte del Rey, esta última realizada el 27 de
junio de ese año, Juan Francisco de León, su hijo Nicolás y otros implicados principales
cumplían su cautiverio en la Cárcel Real de Cádiz. A este punto, la muerte de Juan
Francisco de León era próxima, tal como revela Castillo (1983):

La dura prisión en que gemían aquellos hombres no acostumbrados al encierro, la ausencia


de su tierra, la separación del núcleo familiar, trabajos pasados en la revuelta, y la
enfermedad de viruelas que hizo presa en ellos, pronto hicieron mella en la gastada
humanidad de Juan Francisco de León. El 2 de agosto de 1752 se extinguía oscuramente su
vida, en el hospital Real de la Gaditana ciudad. Sus huesos se sembraban bien lejos de
aquella Patria informe, que intuía en su querencia al terruño de Panaquire (p. 582).

Luego de la muerte de Juan Francisco de León, el 25 de septiembre de ese año se da


fe del derribo de la casa de León, registrado el hecho por el Escribano Francisco Castrillo,
quien incluyendo en su descripción la presencia de la placa metálica con la inscripción
antes expuesta, la colocación de la columna y la siembra de sal (Castillo, 1983), busca
perpetuar la pena infamante dictada por el Gobernador Ricardos y aprobada por el Rey
Fernando VI de Borbón.

Un icono de inspiración independentista ampliamente olvidado:


El 30 de septiembre de 1811, a las 5 de la tarde, se produce una ceremonia
reivindicativa relatada por Don Rodulfo Vasallo, quien en ese momento fue Diputado
Director de Obras Públicas del Cuerpo Municipal de Caracas, y a su vez fue el solicitante,
ante el Poder Ejecutivo, de la facultad para demoler con toda solemnidad el símbolo de
ignominia erigido en el solar de la casa de habitación de Juan Francisco de León (Gaceta de
Caracas, citado en Castillo, 1983). Si bien en la actualidad tal fecha no hace ruido en la
memoria histórica del venezolano común, ni en los textos propios de la educación
obligatoria venezolana, cabe destacar que en los tiempos de la Primera República la figura
de Juan Francisco de León se constituyó como un icono del ideario independentista
venezolano, al punto que la ceremonia reivindicatoria de su nombre y su dignidad fue
asistida por muchas personas, quienes vitoreaban el sentimiento independentista.
El proceso de reivindicación del nombre de Juan Francisco de León, sin embargo,
no se manifestó como una coyuntura espontanea, sino que más bien se trató de un proceso
que empezó con la liberación de Nicolás de León y su regreso a la Provincia de Caracas en
1773, quien al año siguiente representaría al Gobernador Don José Carlos de Agüero,
aprovechando su cercanía para plantear la reivindicación de su padre. Posteriormente, la
euforia independentista de 1811 es la que impulsa no sólo a esta ceremonia, sino también a
la preservación de la memoria de tan particular personaje, evitando así de que cayera en el
más absoluto olvido. He allí por qué esta publicación es dedicada especialmente hoy.
Ahora bien, la preservación de la memoria histórica de Juan Francisco de León en la
actualidad se ha visto notablemente reducida, siendo un personaje de interés más para los
historiadores especializados en la vida colonial venezolana, que para el resto de la sociedad
venezolana. La interrogante, en este caso, se plantea de la siguiente forma: ¿hace falta otra
coyuntura específica para que este personaje quede grabado en la memoria histórica de la
colectividad venezolana? Lo más probable es que haga falta más que una coyuntura
específica para poder lograrlo.

También podría gustarte