Trabajo de Alfredo Grande
Trabajo de Alfredo Grande
Trabajo de Alfredo Grande
Introducir implica habilitar en cada uno de nosotros nuevos contenidos. Nuevas ideas, o
al menos, nuevas formas de pensar ideas tan viejas como el mundo. Para que esto sea
posible, tenemos que liberar espacio en nuestra fosilizada mentalidad. Nuestro cerebro
se ha endurecido, acostumbrado a escuchar viejas cantinelas, en cantinas o resto bar,
según gustos y posibilidades. Pero ante cualquier texto, cualquier discurso, cualquier
idea debemos aceptar, y pienso que incluso con alegría, que algo nos será introducido.
Como no hay violación, no será necesario relajarse y al principio, tampoco será posible
gozar. “Mejor malo conocido que bueno por conocer” sentencia la cultura represora en
su refranero de la resignación y el sometimiento. Lo bueno por conocer requiere ser
introducido, y la mayoría de las veces es por la cabeza. Sin embargo, la cultura
represora sigue sosteniendo que la letra con sangre entra. No se trata en estos casos de
introducir, sino de perforar. Martilleo de la cabeza, para que todos queden como el
dibujito de Geniol, que, por las sorpresas que te da la vida, ha vuelto a la consideración
colectiva. Coscorrones, tirones de orejas, gritos destemplados, mortificación del
tímpano, modalidades diversas de los que perforan y taladran sin que el decibelaje
disparado los controle. ¡Cuantas clases, seminarios, posgrados, maestrías, terciarios, han
sido torturas psicológicas apenas encubiertas!. Para no mencionar las evaluaciones,
exámenes, algunos mas parecidos al submarino seco que al diálogo socrático. Por eso la
decisión teórica y política de una introducción penetrante supone la convicción, que no
es íntima sino pública, que no es mejor malo conocido que bueno por conocer. Lo no
conocido es simplemente un estadio preparatorio al conocimiento. Pero la cultura
represora propone que lo bueno por conocer sea un rumbo a lo desconocido, con lo cual
la aventura del conocimiento termina siendo una abeducción en un plato volador
alienígena. Es lo mismo que el horror a la hoja en blanco, cuando puedo asegurar que es
mucho mas horrorosa algunas hojas escritas (papers, como se dice hoy) Por lo tanto, si
aceptamos que es mejor lo no conocido aunque al principio nos parezca malo, que lo
conocido aunque siempre nos haya parecido bueno, podemos introducir en forma
penetrante el concepto de sexualidad represora.
Freud en un escrito señala: “algo que nunca habríamos sospechado: un inconciente
represor” En el nivel convencional, lo inconciente es lo reprimido. Pero el desalojo de
ideas, representaciones, afectos, que la represión supone, era pensada como conciente.
“¡No debo hacerlo, no debo pensarlo, no debo quererlo, bueno, lo hago pero una sola
vez!” La buena razón se impone sobre la mala pasión. Siempre el corazón tuvo razones
que la razón no entiende. Pero Freud hace un salto de una teoría de la evidencia, hacia
una teoría de la inferencia. Reprimido y represor, ambos inconscientes. Pelea de titanes
de las cuales el Yo nada sabe. Aunque como buen burrito, tiene carga y es mentira que
no la siente. De lo contrario, no habría tanta publicidad de analgésicos y
antinflamatorios. “El dolor para y a la larga o a la corta, usted también” seria un texto
en un imposible sinceramiento televisivo. Asociar represión con algo exterior al sujeto
es, para decirlo de alguna manera, obvio. Los mandamientos vienen de arriba, los
carteles nos prohíben escupir en el piso, cuando hay escaleras nadie se hace cargo si el
ascensor se desploma, etc. Esta tópica de la represión es necesaria, pero no suficiente.
La cultura represora se perfecciona cuando el sujeto (sujetado) se prohíbe a si mismo,
1
pero no sabe que lo hace, y además siente que ejerce su plena libertad. “Hago lo que se
me canta”, ignorando que desafina, que las partituras son pocas y berretas, y que los
instrumentos a disposición son de una precariedad lamentable. Cada uno tiene el mundo
feliz que se merece. Por eso el concepto de “inconciente represor” permitió reformular
la teoría psicoanalítica, inaugurando la segunda tópica: ello, yo y superyo. A los efectos
de esta presentación, definiré al Ello como una tierra del nunca jamás, donde todos los
deseos permanecen siempre iguales. No hay crecimiento, si por crecimiento entendemos
someterse al tabu del deseo que la cultura represora impone. El Yo es un inquilino con
aviso de desalojo. Sufre la “vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Pero a
diferencia del bronce que sonríe, cada día no canta mejor. El “Yo” es, según Freud,
siervo de tres amos (el Ello, el Superyo y la Realidad) y eso que no conocía la
flexibilización laboral ni tampoco las diversas formas de la banalización. El Superyó
amerita pensar una definición sui gneris: mezcla nada rara de cura y de policía que
todos tenemos adentro. Su afición mas sostenida: castigar, culpabilizar, condenar. Todo
en ausencia del acusado, en decir, sin que el sujeto sea conciente de todo ese mecanismo
infernal montado en su mente. ¿Qué hice yo para merecer esto? Nada, pero no interesa.
El superyo castiga el deseo, mucho menos el acto. Pecar es desear el placer. El superyo
combate la sexualidad yoica, que, alimentada por la usina pulsional del Ello, quiere
descarga. Quiere placer. Quiere ser feliz, aunque sea un poco mas. El embarazo no
deseado y la penalización del aborto, el castigo divino del sida, y otras tantas formas de
supliciar los cuerpos y los placeres, constituyen las formas mas conocidas de la
sexualidad reprimida. Las religiones son el territorio donde germinan todas las formas
de castigo de la sexualidad. Digo todas las religiones, desde las mas lights hasta las
fundamentalistas. Todo esto es padecimiento cotidiano para todos, algunos enferman,
otros no. Pero a pesar del día internacional del orgasmo celebrado recientemente (al cual
cada uno festejó como pudo) la sexualidad sigue siendo el hada que muchas veces no es
invitada. Como sigue siendo cierto que “dime que blasonas y te diré de que careces”, el
exhibicionismo nos informa de la recarga permanente, pero nada dice de la calidad de la
descarga. Porque las condiciones objetivas de la vida cotidiana no son, para millones de
personas, aquellas que habilitan al discreto encanto del goce compartido. En otras
palabras: la sexualidad mantiene el estatuto de reprimida. El neoliberalismo y
neoconservadurismo pusieron las cosas en otro lugar, peor que el anterior. Pero las
cosas nunca quedan en el lugar que uno las deja. La sexualidad reprimida, mas allá de
las veleidades sesentistas, fue objeto de un nuevo acto psíquico y político. Esta
verdadera “operación masacre” consiste en que el superyó y la prolongación social que
Freud denominó masas artificiales1, además de reprimir a la sexualidad, reprimen con
la sexualidad. La vida siempre nos da nuevas sorpresas. La moral y la moralina se
encargaron de aplastar la espontaneidad placentera. Pero advirtieron que la relación
costo-beneficio era mas favorable si en vez de reprimir a la sexualidad, la corrompían.
La sexualidad acusada siempre de corromper la moral y las buenas costumbres, fue
corrompida por los mecanismos de sometimiento y dominación. La sexualidad y la
erotización se pusieron al servicio de todos los mercados posibles. La publicidad
erotizada es el profeta del único dios verdadero: el lucro. La concepción amplificada de
la prostitución habilitó la fetichización de los cuerpos en una escala impensable.
Fetiche: la parte que reina sobre el todo. Y el dios verdadero se impone por la razón
sensible de la televisión, o por la razón insensible de la trata. La trata no de blancas pero
si blanqueada de muchos programas llamados de entretenimientos y la trata clandestina
1
Freud designa como masas artificiales una multiplicidad aparente. Toma como paradigmas la Iglesia
(católica) y el Ejército (prusiano) Lo artificial es que todos responden a Uno. Por lo tanto la masa
artificial amputa la singularidad: es todos para el Uno. (Papa, general, Caudillo, etc)
2
que incluye el secuestro, la tortura y la reducción a servidumbre de las mujeres
prostituidas. Pero también de niñas, niños, adolescentes. La pedofilia y la pornografía en
una escala industrial, desmienten el carácter patológico de los que tienen esas
conductas. La pornografía y muy especialmente la infantil, son las industrias culturales
de la decadencia capitalista. Son todas astillas del mismo palo, a saber: lucro y poder,
fuente de toda razón y justicia. Por lo tanto, los amos del universo resolvieron que el
único bien que se puede distribuir es la sexualidad y que todos puedan tener su
cuotaparte de placer. Naturalmente, mientras la contraprestación monetaria esté
presente. La masturbación sigue teniendo mala prensa, especialmente porque sigue
siendo gratuita. Por ahora. Alguien va a tener la idea de poner un código de barras en
los genitales y se debitará en forma automática en la tarjeta de crédito/débito. Al menos,
acumulará millas para viajar. La idea de una sexualidad represora es extraña al sentido
común. Pero es una necesidad teórica y un imperativo político. La liberación sexual
sigue siendo necesaria. Pero los represores aprenden rápido, mas rápido que nosotros.
Cuando la Casán, que es Moria, inventó su programa “A la Cama con Moria”, nadie
pudo encamarse en el sentido mas provocativo del término. Yo nunca pude ir, pero no
creo que sea fácil pensar conectado a esa fuente visual de estímulos intensos. Y este es
otro aspecto importante: la sexualidad reprimida ataca al pensamiento. La sexualidad
represora también. La primera por culpa; la segunda por excesivo nivel de carga. La
sexualidad represora es traumática. En todos los sentidos posibles: mental, corporal,
vincular, social. En Pascualino Siete Bellezas, la capa del campo de concentración le
obliga al protagonista a fornicar con ella para salvar su vida. Giancarlo Gianini, con una
galería antológica de expresiones, mostraba el sufrimiento indecible del mandato de
gozar. Sobrevivió, humillando su cuerpo. Vale la pena aclarar que la capa era algo asi
como Anita Ekberg construido por el Dr. Frankestein. Un monstruo. Pero fue la primer
señal que la sexualidad podía ser el instrumento de una refinada tortura. Insisto: no
estoy hablando de la sexualidad de Pascualino, sino de la sexualidad represora de la
dueña de la vida del prisionero. El acoso sexual, especialmente en el ámbito laboral, es
también una forma de expresión de la sexualidad represora. Freud escribió: placer para
un sistema, displacer para otro. La sexualidad es represora para un sistema (el
hegemónico) y es reprimida para otro sistema (el dominado) Puede haber pactos
perversos entre ambos. Sería el caso del consentimiento para prácticas corruptas,
aunque siempre conviene desconfiar del “si de las niñas”, especialmente cuando están
en situación de extremo desamparo. Mas que un si es una simple estrategia de
supervivencia, que no habilita el remanido “si lo hace es porque le gusta”. Pero todo
sistema perverso sobrevive porque sostiene el beneficio primario del victimario
(diferentes plusvalías de poder) y el beneficio secundario de la victima (las sobras del
banquete, las gotitas del derrame) Es importante señalar que la sexualidad represora se
sostiene en la denominada “mente hétero”. Monique Witting señala que “asi la mente
hétero continua afirmando que el incesto, y no la homosexualidad, es su principal
prohibición. Asi, cuando es pensada por la mente hetero, la homosexualidad no es otra
cosa que otra heterosexualidad”2 Por supuesto, cuando hablamos de cultura patriarcal
hablamos de esto, pero es importante señalarlo porque el facilismo y el oportunismo de
género transforman la lucha contra el patriarcado en un combate entre mujeres y
varones. No pienso que haya forma de evadir los mandatos de la sexualidad represora
desde la matriz simbólica de la alteridad mujer varón. La heterosexualidad es funcional
al orden represor, porque sostiene una praxis reproductiva y monogámica. No dije
discurso, porque sabemos que lo dicho y escrito, no siempre se transporta al implacable
laboratorio de la vida cotidiana. Cuando nos mantenemos neutrales ante los sopapos que
2
Monica Wittis. La mente Hetero. En Rompiendo Silencios. Revista Virtual de cultura lésbica.
3
un padre le da a su hijo, o desconfiamos de los relatos de niñas y niños abusados,
estamos sosteniendo la sexualidad represora. La conocida expresión del “enano
fascista” (que a veces me preocupa mas por enano que por fascista) también tiene en
segunda acepción “estar modelado por los parámetros sexuales de la cultura represora”.
O sea: a dios rogando y con el sexo dando, y dando y dando estímulos permanentes,
intensos y distorsivos que propician la erotización de todo, para luego castigar las
conductas impropias, al decir de Bill, que es Clinton. El concepto teórico y político de
sexualidad represora permite pensar desde otro lugar las formaciones sexuales del
neoliberalismo. Ya no se trata de hacer el amor y no la guerra, sino que las guerras
también son amorosas, también son eróticas, también son comerciales, también son de
primeras marcas contra el resto del mundo, también son los hiper, los super y cada
góndola es una trinchera vertical con latas, sachets, botellas, plásticos. El imperialismo
de las marcas registradas, incluye la marca de los cuerpos y los rostros que erotizan los
productos. Si la sexualidad reprimida fabricaba culpa , la sexualidad represora fabrica
triunfos maníacos sobre el represor. Es confundir el turismo, que es la antropología de
los idiotas, con el conocimiento de otros países y otras costumbres. No casualmente, una
de las formas mas blanqueadas de sexualidad represora es el turismo sexual, donde los
del mercado común europeo, aprovechan las ventajas que los países subdesarrollados
ofrecen para el mas común de los mercados. La pornografía se dispara, pero Romina
sigue presa. El aborto criminalizado, la juventud masacrada, las viejas y viejos
asesinados, empobrecidos, olvidados. La liberación sexual es también liberación política
y social. Confundir el auge de la sexualidad represora con hegemonía del deseo, es una
confusión mortal. Es lo mismo que confundir consumo con consumismo. 3 La sexualidad
represora entroniza un mandato: a coger que se acaba el mundo. Una negación maníaca
mas, de la cual el Vadinho de “Doña Flor y sus dos maridos” pudo dar trágico
testimonio. Algo debe quedar claro: desde el paradigma de la sexualidad reprimida,
hasta un escote, un preservativo, un beso negro o gris, son instrumentos del demonio.
Nuestro interlocutor no son los sectores mas reaccionarios, enemigos mortales del
placer, del cuerpo y del amor. Nuestros interlocutores son los mercaderes de los templos
de la posmodernidad, donde todo se territorializa para traficar mercancías sexuales. A
esto denomino la concepción amplificada de la prostitución. 4 Puede existir la objeción
por parte de los sectores mas beneficiados por la trata, que este concepto de la
sexualidad represora es otra de las formas de la moralina. En realidad, los que seguimos
sosteniendo que una moral sin dogmas es posible, no deberiamos preocuparnos por ese
cuestionamiento. Sin embargo, yo me preocupo. Y aca se abre un tema apasionante que
es el análisis de la implicación. Es decir: ¿por casa como andamos? Que decimos, que
contamos, que compartimos de nuestra propia sexualidad, incluso con nuestras parejas?
De la doble moral sexual cultural que Freud analizara ¿cuántos estamos exentos? Pensar
sobre sexualidad represora no nos coloca en ningún lugar de neutralidad erótica.
Podemos hacer moralina sin saberlo, y es bueno estar advertido. Sin embargo, sostengo
que pensar en estas cuestiones, y que solo podemos pensarlas porque estamos
implicados en lo que pensamos, intentamos una ética 5 de la liberación. “Solo saben los
que luchan”, y al menos luchamos antes que todas las formas de la naturalización nos
disequen en vida. Recuerdo que en mi lejana infancia le pregunté a una de mis tías
porque los duraznos al natural venían en lata. “De la naturaleza a su mesa” no me
parecía posible, porque nunca había visto un árbol con latitas en vez de hojas. A los 6
3
En el consumo se consumen objetos. En el consumismo se consume consumo.
4
Recientemente un funcionario de Macri reconoció el problema. Si el bueno critica es malo, si el malo
aplaude es peor.
5
La ética es la relación no contradictoria entre sujetos en un campo histórico dado. Al menos es lo que
creo haber aprendido de León Rozitchner.
4
años mi tía me convenció con: ¡callate y comé! Ahora no me convencen tan fácil. En mi
primer libro empecé a pensar el tema de la sexualidad represora. Y si bien el concepto
quedó en letargo, comenzó a tener una nueva vida cuando empecé a acercarme a la
problemática del ASI (abuso sexual infantil). El concepto adquirió mayor densidad, y de
esa densidad dan cuenta las diferentes contribuciones de los autores de este libro. La
publicidad, el trabajo en los tribunales de familia, la concepción patriarcal del sujeto, la
temática trans, el sida como castigo divino o peste rosa, el denominado síndrome de
alienación parental, la pornografía, la trata, son los campos de intervención teórica y
política donde el concepto adquiere coherencia, consistencia y por lo tanto credibilidad.
La sexualidad represora es una de las formas mas ocultas de lo que denomino modo
superyoico de producción de subjetividad. Y por eso necesita ser pensada, para poder
intervenir en su reconstrucción histórico-cultural. Y también porque cuando se pretende
que otro mundo es posible, es bueno saber hacia donde estamos apuntando.
Después de todo, pensar es delirar un poco.