La conquista del imperio inca comenzó cuando Pizarro y Almagro organizaron expediciones a lo largo de la costa del Pacífico en la década de 1520. En 1532, Pizarro capturó al inca Atahualpa en Cajamarca y ejecutó a Atahualpa a pesar de un gran rescate. Luego, los españoles marcharon hacia Cuzco y establecieron colonias. Sin embargo, el inca Manco Inca lideró dos grandes rebeliones indígenas en un intento por expulsar a los invasores, a
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La conquista del imperio inca comenzó cuando Pizarro y Almagro organizaron expediciones a lo largo de la costa del Pacífico en la década de 1520. En 1532, Pizarro capturó al inca Atahualpa en Cajamarca y ejecutó a Atahualpa a pesar de un gran rescate. Luego, los españoles marcharon hacia Cuzco y establecieron colonias. Sin embargo, el inca Manco Inca lideró dos grandes rebeliones indígenas en un intento por expulsar a los invasores, a
La conquista del imperio inca comenzó cuando Pizarro y Almagro organizaron expediciones a lo largo de la costa del Pacífico en la década de 1520. En 1532, Pizarro capturó al inca Atahualpa en Cajamarca y ejecutó a Atahualpa a pesar de un gran rescate. Luego, los españoles marcharon hacia Cuzco y establecieron colonias. Sin embargo, el inca Manco Inca lideró dos grandes rebeliones indígenas en un intento por expulsar a los invasores, a
La conquista del imperio inca comenzó cuando Pizarro y Almagro organizaron expediciones a lo largo de la costa del Pacífico en la década de 1520. En 1532, Pizarro capturó al inca Atahualpa en Cajamarca y ejecutó a Atahualpa a pesar de un gran rescate. Luego, los españoles marcharon hacia Cuzco y establecieron colonias. Sin embargo, el inca Manco Inca lideró dos grandes rebeliones indígenas en un intento por expulsar a los invasores, a
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Garavaglia y Marchena
DIOSES Y DEMONIOS: LA CONQUISTA DE LOS ANDES
PRIMER ACTO: CAJAMARCA
Dentro de las ciudades ya conquistadas, o sea el caribe y centro América, el rumor de la existencia de un inmenso y riquísimo imperio situado aguas debajo de la mar del sur (pacifico) mantenían en inquietud a aventureros, navegantes, encomenderos, pobladores, etc. En 1522, un tercio marino llamado pascual de Andagoya armo un pequeño navío se empeñó en navegar hacia el sur a lo largo de la costa del pacifico. Andagoya costeo doscientas millas sin encontrarse con algo que pudiera interesarle, salvo nuevos datos sobre el país del Perú. Las noticias propagadas por el marino a su retorno a panamá encendieron enseguida los ánimos de la gente. Dos de los vecinos y encomenderos de Panamá, Francisco Pizarro y Diego de Almagro, compraron en 1524 el barco de Andagoya. Pizarro y Almagro emprendieron por mar la ruta del sur, pero los resultados de esta expedición fueron de nuevo decepcionantes. No encontraron nada parecido al fabuloso imperio que buscaban y, sobre todo, no trajeron de panamá cosa alguna que justificara la inversión realizada. No obstante, en 1526, empeñando sus últimos bienes, organizaron una segunda expedición. Perú efectivamente existía y se hallaba en algún lugar de aquellas impresionantes montañas que veían desde la costa. Recalando en diferentes puntos hallaron la rica ciudad de Tumbes, que formaba parte del imperio inca, y allí desembarcaron. Otros dos desembarcos confirmaron aquella magnitud, riqueza y refinamiento que, según todos los indicios, poseía la cultura andina. En 1529 firmaron la correspondiente capitulación con la corona para continuar el descubrimiento y población de aquel avizorado mundo del Perú al que llamaron “la nueva Castilla” por las “ciudades y castillos de piedra” que decían en el habían. Capitulación en la que se incluía la promesa del cargo de gobernador y capitán general de aquellas tierras para Pizarro si llevaba a cargo la conquista. Almagro se le concedía el mando en una fortaleza en Tumbes y una declaración de Hidalguía, y a Hernando Luque un obispado, a Ruiz pilto mayor. Almagro tuvo que aceptar quedarse temporalmente en Panamá para organizar un grupo de refuerzo mientras el resto de la hueste, al mando del mayor de los Pizarro, partía hacia el Perú. 1530. La expedición desembarco en la actual costa ecuatoriana. Después de un duro camino por tierra, llego a las Tumbes incaica que ya conocían, de la que solo hallaron ruinas y donde obtuvieron noticias de que la ciudad había sido asolada por una guerra en la que se hallaban empeñados los dos grandes señores de aquella tierra: dos hermanos emperadores, Huascar y Atahualpa, enfrentados entre sí por el trono del Perú y en la que se empreñaban la vida de miles de hombres en sus ejércitos respectivos. Se fundó el primer asiento europeo en aquellas tierras: San Miguel de Piura, continuando el resto de la marcha hacia el corazón de las montañas, hacia el Tawantinsuyu en 1532. El pequeño grupo de blancos invasores que penetró en el interior del espacio andino encontró una coyuntura que en todo les beneficiaba y de la que supieron aprovecharse al máximo. La dificultad de la conquista como también los constantes alzamientos que sacudieron el imperio prueba el descontento y el estado de insumisión, de los pueblos del norte, contra el poder imperial cuzqueño que lo consideraban extranjero. La llegada de los primeros españoles debió suponer para muchos de estos caciques una posibilidad de librarse de los incas. Pizarro supo aprovechar esta situación estableciendo alianzas con algunos caciques y curacas más importantes. Los Cañaris y los Huancas, resultaron fundamentales para engrosar la expedición. La falta de cohesión en el seno del Tawantinsuyu, se habían agudizado con la muerte del inca Huayna Cápac. A su muerte, la guerra de sucesión se extendió por el tawantinsuyu. Sus dos hijos Huascar y Atahualpa, cusqueño y quiteño. En lo último de la batalla cuando ya a punto de proclamarse vencedor Atahualpa, un grupo de barbudos iniciaban el ascenso en los contrafuertes andinos. La actitud de Atahualpa, bastante confiado ante los invasores, sus temores sobre una posible relación de los blancos con el retorno del viejo dios andino Viracocha y, sobre todo, la falta de unidad que minaba el imperio, precipito y favoreció el triunfo momentáneo e inesperado de los castellanos. Una vez prisionero de estos, el inca declaró que los había dejado entrar hasta Cajamarca porque eran muy pocos y, en consecuencia, no podían representar ningún peligro. El objetivo de los castellanos era la captura del inca, lo que consiguieron tras un vendaval de fuego y sangre. Una vez se vio prisionero, Atahualpa, inseguro de su suerte en manos de aquellos, advirtiendo desde un principio el extremado interés por los metales preciosos, ofreció a los invasores un extraordinario rescate a cambio de su vida y libertad. El rescate de Atahualpa fue llegando hasta Cajamarca como un formidable rio de metal procedente de los más remotos confines del imperio. El último episodio de la tragedia de Cajamarca fue el asesinato de Atahualpa. El pretexto, el supuesto avance desde el norte del general Rumiñahui, al mando de 2 mil soldados, el 26 de julio de 1533, Atahualpa, acusado de traidor, fue ejecutado en la plaza principal. Desde Cajamarca, las huestes Pizarristas partieron hacia la gran ciudad de cuzco, Pizarro corono como inca a Túpac Hualpa, un niño hermano menor de Huascar. Las etnias Huancas y jaujas, se convirtieron en aliados incondicionales de los castellanos, a los que veían como vencedores del incario. Se produjo la muerte del niño Túpac por causas que son poco claras. Una vez más Pizarro, supo aprovechar la situación en beneficio propio y acuso a un general famoso que le resultaba una amenaza, también se posicionó al lado de alguien fuerte, el joven Manco Inca, quien precisamente estaba colaborando cada vez más decididamente con él. El pacto fundamental se llevó a cabo en jaquijahuana, entre Francisco Pizarro y el príncipe Manco, por el cual la hueste Pizarristas y el propio Manco con su importante ejercito entrarían a cuzco. El saqueo de cuzco fue la culminación de una invasión motivada por el deseo de obtener a cualquier precio riquezas y poder. Después de la coronación de Manco como nuevo inca se fundaron ciudades de españoles del Cuzco y Lima, se procedió al primer reparto de encomiendas, etc. A finales de 1534, la conquista del Perú incaico parecía culminada. Las entradas hacia territorios aun no ocupados era cada vez más frecuentes y con un mayor número de voluntarios que, atraídos por las noticias de los dos repartos efectuados, llegaban al Perú en busca de más oro. El joven Manco era el nuevo inca de un imperio agonizante. SEGUNDO ACTO: LA GUERRA DEL CUZCO Y LA SUBLEVACIÓN DE GONZALO PIZARRO La aparente estabilidad duro poco. A comienzos de 1535, de la gobernación de Nueva Toledo, situada al sur del imperio incaico y que correspondía a Almagro según las capitulaciones firmadas, tuvo origen la intensificación del conflicto ya latente entre Pizarristas y Almagristas. La salida de Almagro hacia chile al mando de una formidable expedición, y con un notorio apoyo financiero del propio Pizarro con tal de sacárselo de la capital, devolvió de momento la calma a la ciudad. Paralelamente, las iniquidades que fueron cometiendo en la expedición de Almagro hacia chile, unidas a la falta de respeto que algunos de los españoles asentados en el Cuzco demostraba públicamente hacia el inca, hicieron que Manco tomara la decisión definitiva de ponerse al frente de su pueblo para expulsar de Perú a los invasores, ahora que Pizarro se había marchado hacia lima y que Almagro iba camino a chile. Tras un primer intento frustrado, que acabo con la prisión y tortura del inca, este pudo escapar y organizar, en 1536, una importante rebelión indígena que se extendió por todo el territorio y que culminó con el cerco de los españoles en el cuzco por parte de las tropas incaicas mandadas por el propio Manco. Pero los españoles, siguieron contando con la incondicionalidad ayuda de los tradicionales enemigos del incario. Las escaramuzas, batallas y hechos de guerra fueron tan numerosos como las pérdidas humanas. La ciudad fue atacada por sus antiguos dueños con una lluvia de piedra envueltas en algodón y previamente calentadas, que al estrellarse con los techos de paja de los edificios provocaron un inmenso incendio que prácticamente destruyo la antaño gloriosa capital incaica. No pudieron expulsarlo A partir de este nuevo fracaso, el curso de la rebelión cambió decididamente a favor de los castellanos con la llegada de varios grupos de españoles de distintos lugares. En 1537, almagro llego al cuzco, llevando un importante ejercito indígena que le acompañaba en su expedición hacia chile, rompiendo el cerco del cuzco, y los que quedaron se retiraron a cerros cercanos. La pretensión de Almagro sobre la ciudad incaica, en el sentido de que pertenecían a su jurisdicción, desató una cruenta guerra entre conquistadores que duraría más de 15 años. En 1538, Hernando Pizarro encabezo la invasión del territorio Almagristas y consiguió llegar hasta la capital imperial, en una campaña que culmino con una aplastante victoria. Almagro fue capturado y condenado a garrote. Mientras tanto, el inca Manco, organizó la segunda gran rebelión indígena de este periodo. La represión de esta rebelión fue aún más sangrienta que la anterior. Pero la violencia y las insolidaridades entre unos y otros no habían acabado porque los viejos conquistadores también estaban heridos de muerte, en 1541, francisco Pizarro era asesinado. El hijo mestizo de Almagro, conocido como Almagro el mozo, fue nombrado gobernador de Perú. Un gobernador, Vaca de Castro, nombrado por el emperador Carlos V, derrotó a los Almagristas. Almagro el Mozo fue detenido y ajusticiado en el mismo lugar donde lo fuera su padre enterrado junto a el. El hermano más joven de Francisco, Gonzalo Pizarro, había sido nombrado en 1539 gobernador de quito, a finales de 1532, llegaron al Perú las noticias de que el emperador había promulgado las famosas leyes nuevas que recortaban considerablemente el poder de los conquistadores y, sobre todo, su control sobre la población indígena. Los primeros y antiguos conquistadores no estaban dispuestos a ceder lo que consideraban suyo con pleno derecho por haberlo ganado, afirmaban, en tan larga guerra. El encargado de poner en práctica en Perú las leyes Nuevas por mandato de Carlos V fue Blasco Núñez de Vela, le llevó a su derrota y muerte en 1546. En medio de esta otra desastrosa guerra se descubría Potosí y Manco moría apuñalado por la espalda a manos de Almagristas traidores que habían obtenido de él refugio y protección. En 1547, tras el fracaso del primer virrey, se acercaba a las costas peruanas un clérigo llamado Pedro de las Gasca. Venido de ligero equipaje, menos armas y pocos soldados, pero Carlos V, cansado de conflictos de Perú, habían delegado en él algo fundamental: la suprema autoridad para castigar a los traidores, pero también para conceder el perdón y la gracia real a todos los conquistadores rebeldes que pasasen a las filas del rey, más la no aplicación de las referidas leyes nuevas en sus aspectos más controvertidos. Gonzalo Pizarro quedó pronto casi solo y, enfrente de él, arracimándose como si todos fueran realistas de pronto, los que hasta entonces habían sido sus amigos y aliados. Gonzalo fue ejecutado. Los nuevos pobladores que iban llegando aseguraban la lealtad al rey, los que recibieron encomiendas y prebendas antaño pertenecientes a la vieja generación de conquistadores, se erguían ahora victoriosos sobre las ruinas de un tiempo que murió o desapareció con tanta virulencia como había comenzado. Todavía quedaba el núcleo de Vilcabamba, con el último inca alzado tras sus míticos bastiones. En 1572, el virrey Toledo declaro la guerra a fuego y sangre. Concluía así el tremendo período de las conquista de Perú. Si los pueblos indígenas habían sido vencidos, los viejos conquistadores habían sido también derrotados. Una nueva generación se alcanzaba con el poder. TERCER ACTO: EL CAMINO DEL NORTE. LAS TIERRAS DE EL DORADO. Las rutas de penetración en el territorio conocido poco después como el nuevo reino de granada fueron varias, así como los grupos que realizaron su ocupación. Buscaban Cundinamarca en la suposición de que en el interior de aquel inmenso territorio habría de hallarse el mítico Dorado. Sebastián de Belalcázar ambicionaba como tantos otros una gobernación propia. En 1533 tuvo que acelerar su marcha cuando recibió notificaciones des desembarco, aún más al norte y en la costa ecuatoriana, del capitán Pedro de Alvarado. Para mayor complicación, una tercera expedición Diego de Almagro. Pero para llegar hasta donde Alvarado estaba desembarcando, Sebastián de Belalcázar y sus huestes debían atravesar el área de Tomebamba, la capital incaica del norte, donde esperaban hallar una férrea oposición. Sin embargo, la resistencia no fue tan dura como suponían, porque una vez más la división reinaba entre los indígenas. Poco después, los tres grupos invasores que habían entrado en el norte andino a la búsqueda del preciado metal amarillo y de una gobernación propia, se daban cita en Riobamba. Alvarado renunció a sus derechos de conquista sobre el territorio quiteño a cambio de cien mil pesos de oro por su equipo bélico y sus barcos, y los hombres e indígenas que le habían acompañado podían quedarse ahora bajo las órdenes de Almagro y Belalcázar. Este último, todavía al mando de unos quinientos hombres, más los cañaris, fue nombrado por Almagro por Almagro teniente gobernador, encargándosele continuar la conquista del territorio norteño. La legalidad parecía cubierta. Los europeos alcanzaron uno de sus objetivos fundamentales: la ciudad de quito. A principios de diciembre de 1534, Belalcázar fundo definitivamente San Francisco de quito. A la guerra le sucedió una intensa actividad expansiva y pobladora. Las primeras expediciones fueron organizadas hacia el occidente para asegurar la salida al pacifico. Otras se orientaron hacia el centro y el sur de la sierra ecuatoriana. En 1539, Francisco Pizarro nombró a su hermano Gonzalo, en el Cuzco, gobernador de quito. Gonzalo reunió en el cuzco 200 hombres, gastando más de 60 mil ducados. Una vez en quito, el nuevo gobernador acabó de organizar la expedición, a la que se sumarían otros cien aventureros, y cuatro mil indios, se unieron a la entrada una veintena de hombres y varios centenares de indígenas acaudillados. Solo regresaron 80 hombres exhaustos, no encontraron el Dorado. En dirección al norte, partió en incombustible Sebastián de Belalcázar con algunos de sus principales hombres, en un último y frenético intento por encontrar el etéreo El Dorado. Casi deshecho, Belalcázar se vio obligado a regresar a quito y allí organizo una segunda expedición hacia el norte, tierra de muy grande noticia en oro y piedras. En 1538, un nutrido grupo constituido por 200 españoles y 5000 indios. Esta expedición llevaría a Belalcázar y a su hueste hasta el corazón de la sabana de Cundinamarca, donde, lamentablemente para él, otros europeos se le habían adelantado y reclamaban sus derechos por haber llegado primero. Con Jiménez de Quesada, Nicolás Federmann tuvieron que negociar entre los 3 por posesión del territorio. La ruta desde la costa del caribe hacia las sabanas andinas fue emprendida posteriormente a la conquista de Perú. La cada vez mayor afluencia de españoles en busca de grandes depósitos de oro impulso finalmente a los castellanos asentados en Santa Marta y luego en Cartagena a tratar de alcanzar el reino del Dorado subiendo el rio Magdalena. En 1535, Carlos V mando a varios, entre los que estaba Gonzalo Jiménez de Quesada, a que encontraran una ruta que, desde el Caribe, siguiendo las sierras, les condujese hasta los codiciados tesoros de Perú. Comenzaron a ascender el rio y luego abandonaron el cauce del rio y subieron sierra arriba hacia el este. En 1537, llegaron a la capital Zipa (Bogotá). Quesada utilizo en provecho propio las desavenencias existentes entre los diversos grupos locales, pactando con unos, luchando con otros y, sin duda, engañando a los más con futuras prebendas y distinciones, para consolidar su posición. Una vez sometido los señoríos de Bogotá, tuvo que aprestarse a establecer nuevos pactos: ahora con dos veteranos conquistadores que se aproximaban a la sabana cada uno por una ruta diferente. A uno de ellos ya lo conocemos, Sebastián de Belalcázar, procedente del sur; el otro, el alemán Nicolás Federmann, quien venía desde la costa tratando de encontrar también, tras los llanos y las ciénagas, el codiciado reino de Perú. Federmann (se desconocimiento de la geografía le hizo pensar que Venezuela estaba muy próxima al Perú) encabezó con 300 hombres en 1537 una expedición que tanto se internó en el río que llegó hasta las sabana de Bogotá a través de los llanos. Una vez fundada Santa Fe de Bogotá y constituido su primer cabildo, los tres conquistadores decidieron marchar a España para dirimir ante Carlos V la posición legal de cada uno de ellos en la nueva provincia. El fallo real no beneficio a ninguno de los tres, pues el favorecido fue Alonso Luis de Lugo, flamante gobernador de Santa Marta. La decisión real parece integrarse en el proceso de sustitución de los viejos conquistadores por una nueva generación de recién llegados. CUARTO ACTO: EL CAMINO DEL SUR. CHILE. Tras la ocupación del cuzco por los castellanos en 1535, el socio de Francisco Pizarro, Diego de Almagro, partió a la conquista de Nueva Toledo, las tierras situadas al sur de la gobernación de Pizarro; casi obligado se fue por el mismo Pizarro, que a todo trance deseaba sacarlo de la capital imperial. Almagro, olvidando por un momento sus cada vez mayores diferencias con su socio, pactó con él la conquista de chile, la que sin duda caía dentro de su gobernación meridional, y hacia allá marchó sin aguardar la autorización. A la llamada de Almagro acudieron, en su mayoría, los menos favorecidos en la recién conquista del territorio peruano. El resultado fue la constitución de una imponente hueste compuesta por unos 5oo hombres y, sobre todo, 12000 indos al mando de Paullu, hermano de Manco Inca. Muchos indígenas, en efecto, huyeron de sus poblados para salvarse del reclutamiento forzoso, mientras los señores locales y curacas de las regiones por donde pasaban se mostraban indignados con las continuas exigencias de oro que el propio Paullu les imponía a requerimientos de los españoles. La resistencia de los grupos locales fue en general escasa y poco organizada. El auténtico enemigo de esta entrada fue el medio físico, sobre todo en los pasos más altos de la cordillera, donde murieron tantos indios como españoles a causa del frio y el hambre. La inexistencia de un botín similar a los ya repartidos en anteriores entradas, unida a la confirmación oficial de Almagro como gobernador y adelantado de la Nueva Toledo motivo su regreso al cuzco, capital a la que ahora consideraba suya, y más sabiéndola sitiada. No solo no se habían cubierto las expectativas de la expedición, sino además volvían con una visión decepcionante de la recién descubierta tierra: al parecer, ya no existía más tesoros de Atahualpa; el Dorado desde luego no estaba en chile, y muchos menos en Tucumán; y una entrada realizada más al sur hasta el rio Itata encontró mucha hostilidad por parte de los grupos locales. De vuelta al Perú, y tras los cruentos acontecimientos de las guerras civiles, la mayor parte de la gente de Almagro, una vez muerto su líder, decidió huir y volver a probar fortuna en otras entradas. Cuatro años después de la entrada de Almagro, Pedro de Valdivia abandonó su desahogada posición de encomendero en Perú para intentar la incierta, conquista del territorio chileno. Valdivia siguió hacia el sur hasta encontrar valles fértiles, en uno de los cuales fundó en 1541 Santiago de la Nueva Extremadura. A partir de aquí y hasta 1598, los españoles se empañarían en un esfuerzo bélico largo, difícil y, en cierta medida, bastante estéril, puesto que la ocupación del territorio no pasó de unas pocas fundaciones y de unos cuantos repartos de indios; logros bastantes efímeros para las expectativas iniciales. Chile se convertiría a su vez en el foco de organización de otras entradas a espacios aun al margen del proceso de conquista. En 1551, llegaría a la provincia de cuyo, en la actual Mendoza, Argentina. Una segunda corriente de expansión llegaría hasta Tucumán. En chile, los viejos conquistadores se vieron sometidos a un desgaste permanente, en una guerra larga, costosa y, desde luego, perdida de antemano con sus viejos y caducos métodos bélicos, y con una financiación dependiente única y exclusivamente de la buena voluntad de los ya vecinos-encomenderos, en muchos casos obligados a mantener y ganas una lucha por la supervivencia.