Pozzo Método en Teología Sistemática

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MÉTODO

TEOLOGÍA FUNDAMENTAL
SUMARIO: 1.1 Modelos principales de la historia de la teología; 1.2 Reflexión
sistemática;
(G. Pozzo).

1.1 Modelos principales de la historia de la teología


1.1.1 El periodo patrístico y el ideal sapiencial
1.1.2 La teología escolástica en la Edad Media
1.1.3 Teología postridentina y manualista
1.1.4 Indicaciones y perspectivas del Vat. II
1.1.5 La época posconciliar
1.2 Reflexión sistemática
1.2.1 Fundamentos de la doctrina del método teológico: “revelación”
1.2.2 Punto de partida del procedimiento teológico
1.2.3 Momento positivo de la teología “auditus fidei”
1.2.3.1 Sagrada Escritura
1.2.3.2 Tradición Eclesial
1.2.3.3 Mediación del magisterio en el conocimiento teológico
1.2.4 Momento reflexivo de la teología “Intellectus Fidei”
1.2.4.1 Intellectus fidei y filosofía
1.2.4.2 Intellectus fidei y síntesis teológica
1.2.4.2.1 Función especulativa
1.2.4.2.2 Función explicativa
1.2.4.2.3 Función actualizadora

1. TEOLOGÍA SISTEMÁTICA
PREMISA. Exponer el problema del "método" de una disciplina cultural o
científica significa considerarla no directamente en sus contenidos, sino en su
aspecto formal y estructural. La doctrina del método teológico se propone,
pues, exponer los fundamentos y los presupuestos del conocimiento teológico a
fin de destacar el valor de las afirmaciones sobre la reflexión teológica en
general y sobre la que atiende a cada uno de los contenidos específicos de la fe.
Si la teología se define como reflexión crítica, metódica y sistemática de la fe de
la Iglesia, la reflexión sobre el método tiene como objeto el estudio de las
normas, criterios y operaciones que realiza el teólogo para desarrollar
correctamente su actividad teológica.
Hay que ser consciente de que la teología ha acompañado siempre la vida de la
Iglesia a través de los siglos de su historia, presentándose de varias maneras,
sacando su imagen de las exigencias y del bagaje cultural que van surgiendo en
la vida concreta de la Iglesia y del ambiente histórico-cultural de la época. Esta
variabilidad de la imagen de la teología dentro de la invariabilidad del mensaje
y del dato de la revelación/fe, está determinada no solamente por las diversas
categorías culturales empleadas por la teología para reflexionar sobre el
contenido de la predicación de fe, sino también por la multiplicidad de los
métodos que utiliza esta teología para establecer el modo de aproximación a la
comprensión y al estudio del misterio de la revelación/fe.
En este sentido resulta útil e importante considerar -aunque sólo sea de forma
sintética- las figuras y los modelos históricos de la metodología y de
la episteme teológica, no sólo para insertar la presente exposición sobre la
doctrina del método teológico dentro del contexto histórico-teológico global,
sino también porque a través del conocimiento de la génesis histórica de los
modelos principales de la episteme teológica se puede comprender mejor el
sentido y el valor de la propuesta metodológica actual.

1.1 MODELOS PRINCIPALES EN LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA


1.1 El período patrístico y el ideal sapiencial.
Teniendo como objeto los primeros siglos del pensamiento cristiano, la
patrística destaca el choque de la revelación cristiana, primero con el judaísmo
y luego con la cultura filosófica griega y latina. Se puede considerar la patrística
como el momento "fontal" de la teología, que en el encuentro/ choque con la
cultura griega y latina exalta la novedad de Jesucristo y la consistencia
especulativa vinculada también a la incidencia práctica del mensaje cristiano
frente a las diversas corrientes filosóficas y religiosas de la época. Les falta a las
obras de los padres el carácter propiamente "sistemático", mientras que
aparece constante el planteamiento estructuralmente bíblico histórico-salvífico y
la atención dirigida a buscar en el significado de los textos bíblicos la diversidad
de los niveles de profundidad que reflejan para el creyente, más allá de todo lo
que pueda exhibir el dato puramente filológico. Otro elemento característico de
la reflexión teológica patrística es la dimensión sapiencia y la vibración teologal
y espiritual del pensamiento de los padres, orientado a incrementar la
edificación de la propia vida interior y de la existencia cristiana del prójimo. En
Occidente fue determinante el ideal y el ejemplo de Agustín. Para el obispo de
Hipona, el intellectus fidei en sus dos variantes (credo ut intelligas -teología-
e intelligo ut credas -filosofía-) están al servicio del ejercicio mismo de la
bienaventuranza y de la contemplación cristiana. El mismo amplio uso de la
dialéctica y de la filosofía neoplatónica en función de la ilustración de los
misterios de la fe se ponen siempre al servicio de la consideración histórico-
salvífica de la religión cristiana en el orden concreto de la salvación.
1.1.2 La teología escolástica en la Edad Media.
La gran escolástica del siglo XIII, y especialmente santo Tomás de Aquino, puso
de manifiesto los límites de la reflexión patrística y de la teología monástica de
la primera Edad Media, sobre todo en el terreno de la elaboración ontológica y
metafísica de los datos de la revelación. Para superar la orientación ecléctica de
los padres, la teología escolástica buscó un instrumento filosófico que fuese
orgánicamente homogéneo con la lógica del pensamiento cristiano.
Las Summae medievales son entonces la expresión de un repensamiento
sistemático de los datos de la fe orientado a la construcción de una síntesis
teológica. Sin querer negar la diversidad de planteamientos y de opciones
teológicas de las diversas escuelas medievales (baste recordar, p.ej., la escuela
dominicano-tomista y la escuela franciscano-bonaventuriana), se pueden
recordar los dos rasgos principales que califican a la episteme y a la
metodología teológica de los escolásticos: 1) el hecho de que la profundización
de los datos de la fe, sacados de la Escritura, de la tradición, de la enseñanza
de los concilios y de la vida de la Iglesia, mediante la confrontación con el
aparato conceptual del pensamiento filosófico -especialmente el aristotélico- se
convierte cada vez más en el lugar prioritario de la teología; 2) el hecho cada
vez más decisivo de que el paradigma del trabajo técnico es asumido por el
concepto aristotélico de "ciencia", y la aceptación de que la "ciencia" primera es
la metafísica.
Este carácter unitario y metafísico de la teología escolástica hizo crisis por la
fragmentación del saber gracias al nominalismo filosófico de la escolástica
tardía (siglo XIV) y a la aparición de la ciencia moderna y de su relativo método
inductivo.
1.1.3 La teología postridentina y manualista.
Después del concilio de Trento, y para recobrar un terreno común entre todas
las escuelas de teología católica en la lucha contra el protestantismo, surge el
llamado "método dogmático" en conexión con la disciplina llamada "teología
dogmática". El núcleo de la reflexión teológica es precisamente el que ofrecen
las definiciones dogmáticas del magisterio. El procedimiento sigue un orden de
explicación que implica diversos momentos: enunciación de la tesis dogmática,
exposición de las opiniones, pruebas positivas derivadas de la autoridad de la
Escritura, de los padres, de los concilios; pruebas sacadas de la argumentación
teológica, soluciones de las dificultades y corolarios para el crecimiento de. la
vida espiritual. Al lado de este factor se pueden recordar otras dos
características de este planteamiento metodológico: la orientación al sistema y
la organicidad del discurso, y la organización de la teología en enciclopedias.
La teología manualista, que en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX se
desarrolla en las escuelas teológicas, tiene como base los factores precedentes,
presentando, por tanto, unas características que podemos resumir así: 1) la
preocupación dominante se debe a la voluntad de elaborar pruebas racionales
apologéticas, en reacción contra las corrientes racionalistas del pensamiento
moderno; hay que subrayar el uso apologético de las fuentes de la revelación
(la Escritura y la tradición) para sostener las intervenciones doctrinales del
magisterio; 2) se tiende a yuxtaponer de forma más bien extrínseca
la auctoritas y la ratio, es decir, los datos de la fe y las exigencias de la
reflexión racional; 3) finalmente, la teología manualista eleva de hecho la
autoridad del magisterio al primer puesto en la escala de las diversas
autoridades, precisamente en el sentido de que se refiere directamente a las
declaraciones del magisterio y no a la revelación contenida en la Escritura y en
la tradición.
La evolución de la situación eclesial y el desarrollo de las investigaciones
modernas relativas a la naturaleza y al método de la teología ofrecieron la
ocasión para reestructurar las líneas de la metodología teológica y proponer una
remodelación de los estudios teológicos.
1.1.4 Indicaciones y perspectivas del Vaticano II
El pensamiento del Vaticano II sobre la naturaleza y el método de la teología se
señala en Optatam totius 16. Partiendo del concepto renovado de "revelación",
tal como lo expone la Dei Verbum, se comprende el sentido y el alcance de la
renovación del método teológico. El decreto OT enseña que la Escritura es el
punto fundamental del procedimiento, bien porque el desarrollo de los temas
bíblicos está en la base de las verdades que hay que profundizar, bien porque la
Escritura es "el alma de la teología" (DV 24). Las normas conciliares indican que
hay que asumir luego la voz de los padres de la Iglesia y el desarrollo histórico
del dogma, entendido como recorrido necesario para comprender la clarificación
del dato revelado. Por consiguiente, las definiciones dogmáticas son el punto de
llegada de un largo camino de fe dentro de la vida y del pensamiento de la
Iglesia y el punto normativo para comprender el mensaje revelado. Viene a
continuación el momento "especulativo" de la teología, que consiste en ilustrar
lo más posible los misterios salvíficos de la fe, teniendo en especial
consideración el ejemplo de santo Tomás de Aquino. Finalmente, es tarea de la
teología mostrar la continuidad entre el anuncio bíblico, la historia de fe, la
reflexión especulativa y la liturgia, la piedad cristiana y la edificación de la
Iglesia. En este contexto el concilio invita a "buscar, a la luz de la revelación, la
solución de los problemas humanos, a aplicar sus eternas verdades a la
mudable condición de la vida humana y a comunicarlas de un modo apropiado a
sus contemporáneos" (OT 16).
En conclusión, la exposición conciliar, sin querer imponer un esquema rígido al
método teológico, señala algunas orientaciones metodológicas esenciales, que
no pueden soslayarse, e invita a la reflexión teológica a pensar de manera
orgánica y unitaria los principios fundamentales de la centralidad de Cristo en el
misterio de la salvación, la atención antropológica, la finalidad pastoral y
espiritual.
1.1.5 La época posconciliar
En el período posconciliar se dibujan múltiples figuras de teología, que implican
igualmente una pluralidad de planteamientos metodológicos que vamos a
mencionar sin entrar en la valoración de sus méritos, sino sólo para dar una
información -ciertamente no exhaustiva- que complemente nuestra breve
exposición histórica:
1.1.5.1 Figura antropológico-trascendental. El "giro antropológico" en
teología lleva a considerar la reflexión sobre el hombre como horizonte, hilo
conductor y ángulo visual de todo el saber teológico. En particular, algunos
autores (p.ej., Rahner) introducen el método trascendental para fundamentar el
saber teológico y precisar las condiciones de posibilidad del sujeto para pensar
y tematizar una posible revelación de Dios.
1.1.5.2 Figura hermenéutica. Este planteamiento teológico se muestra
especialmente atento a los problemas del lenguaje, de la interpretación y de la
reformulación de las doctrinas de fe que signifiquen y digan al hombre
contemporáneo la palabra de salvación.
1.1.5.3 Figura ortopráctica. En este modelo epistemológico, la "praxis"
constituye el criterio de interpretación de la revelación y de verificación del
sentido de la palabra revelada. La figura ortopráctica de teología conoce varias
formas de expresión (teología política, teología de la liberación, teología del
desarrollo, etc.).
1.1.5. Otras figuras. Algunos autores hablan también de un modelo
prospectivo de "teología narrativa" y de "teología escatológica", de "teología
estética".
La presente exposición sobre el método teológico intenta quedarse en la
perspectiva del Vaticano II y articular una reflexión sistemática sobre la
metodología teológica, considerando en primer lugar los fundamentos del
método teológico y describiendo sucesivamente su procedimiento, sin la
pretensión de entrar en el análisis de problemas específicos, prefiriendo ilustrar
las grandes líneas de la estructura orgánica del saber teológico.

1.2. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.


1.2.1 Fundamentos de la doctrina del método teológico.
En el origen constitutivo de la teología está la revelación, fuente de los
contenidos teológicos y fundamento de sus certezas. El concepto de revelación,
presente en el lenguaje filosófico y en la experiencia religiosa, se precisa de
forma absolutamente única si se refiere a Jesucristo. En efecto, el
acontecimiento de Jesucristo se comprende como la definitiva
automanifestación de Dios y como la revelación plena e insuperable de la
verdad última del hombre y de la historia. El acontecimiento de Jesucristo,
entendido en su singularidad única e irrepetible, se sitúa como principio de un
saber dentro de la perspectiva de una nueva ciencia distinta de las demás. La
revelación de Dios en Jesucristo no es solamente un principio de transformación
y de conversión de la existencia, sino también (precisamente por eso) la clave
de interpretación para comprender el sentido último del hombre y de la
realidad. Sobre este presupuesto se basa la teología. La relación
revelación/fe/teología es, por tanto, una relación de implicación mutua, en el
sentido de que el acontecimiento de la revelación, en correlación con la
respuesta-aceptación de la fe, es el principio constitutivo de la teología. La
doctrina sobre el método teológico, aunque debe respetar las reglas de un
procedimiento riguroso y disciplinado desde el punto de vista intelectual, no
puede olvidarse del principio específicamente teológico, que tiene una función
básica y normativa para la misma metodología, es decir, la realidad del hombre,
creyente y teólogo, que acepta el don del amor y de la verdad de Dios y se
convierte al evangelio de la salvación. Por tanto, de este fundamento resulta
que sólo la fe en la autorrevelación de Dios en Jesucristo establece el horizonte
de comprensión adecuado a la realidad que tiene que exponer la teología. Así se
indica también el punto de intersección entre la vida y la actividad teorética,
entre la experiencia y la reflexión, y se identifica al mismo tiempo el
presupuesto que hace posible al creyente la traducción de sus exigencias
intelectuales en un procedimiento correcto y orgánicamente estructurado.
Las consideraciones expuestas anteriormente manifiestan, por consiguiente,
que no es posible hacer una correcta y auténtica teología católica,
metodológicamente disciplinada, más que en el presupuesto -que al mismo
tiempo es también un principio formal- de que la raíz del saber teológico,
precisamente por ser un saber, es el saber de la fe, entendido como
conocimiento e inteligencia de la revelación de Dios en Jesucristo (Jn 1,14; 1Cor
1,2; cf. también DV 5). Ciertamente, la teología en cuanto logos humano está
en sí misma abierta estructuralmente a las adquisiciones de la filosofía, de las
ciencias y, en general, de todos los instrumentos lógicos, hermenéuticos,
teóricos que el pensamiento humano descubre y utiliza. Desde el punto de vista
metodológico, esta apertura significa que la teología tiene que estar siempre
atenta a las solicitaciones de las formas de la cultura y del saber de la
conciencia histórica, así como a la evolución y el perfeccionamiento de los
instrumentos lingüísticos, lógicos, críticos, para realizar el encuentro entre fe,
Iglesia, pensar teológico, por una parte, y las instancias de la cultura
contemporánea por otra. Pero es igualmente necesario que la elaboración del
método teológico considere el-hecho de que la teología es "ciencia de la fe", por
lo cual parece imposible comprender los modos originales y peculiares de
la racionalidad de la teología mientras no se considere y se respete
la estructura veritativa de la fe misma, con sus propios criterios de verdad y de
autenticidad. En particular, la unidad propia y básica del conocimiento/ saber de
la fe es la revelación de Dios realizada en Jesucristo y la Iglesia como el lugar
en donde se realiza la memoria actual del acontecimiento de Jesucristo.
La conclusión es que la elaboración del método en teología no puede
constituirse sólo o principalmente a partir de los criterios y de las normas
operativas comunes a las otras ciencias, sino que tendrá que observar ante
todo los principios normativos que se derivan del saber de la fe, asumiendo las
aportaciones y los medios críticos propios de las formas del saber metafísico,
histórico, hermenéutico, etc. De esta manera la teología estará en disposición
de satisfacer tanto las exigencias de organicidad, sistematicidad, logicidad y
unitariedad del pensamiento, como igualmente las exigencias del saber de la fe.
1.2.2 El punto de partida del procedimiento teológico.
La cuestión metodológica preliminar de toda ciencia es la individualización del
objeto y la formulación exacta de la pregunta, a la que se intentará responder
con medios adecuados. En general, toda pregunta nace de un hecho o de un
fenómeno ya conocido en cierto sentido, pero que exige ser conocido de forma
más profunda y precisa. De este modo el sujeto constituye el elemento
conocido y el predicado constituye el elemento todavía no plenamente sabido,
que representa el objeto de la investigación.
El objeto de la teología es la vida y la doctrina de fe de la Iglesia en su
referencia a la revelación de Dios uno y trino y la pregunta es: ¿Qué significa y
cómo puede interpretarse y hacerse comprensible la doctrina de la revelación
de Dios en Cristo atestiguada por la fe y por la predicación de la Iglesia?
En esta pregunta el sujeto es la misma comunidad eclesial, cuyo contenido
doctrinal es conocido, aunque no necesariamente justificado y comprendido, de
forma refleja y crítica. El predicado es la necesidad precisa de comprender la
vida y el pensamiento de la Iglesia en su apelación a la revelación y al misterio
de Dios; se obtiene proyectando en el plano de la reflexión científica, metódica,
sistemática, la experiencia y el patrimonio de las doctrinas de fe de la Iglesia.
En otras palabras, el punto de partida de la teología sistemática es la toma de
contacto con la experiencia concreta de la vida de fe eclesial; es decir, con los
motivos a través de los cuales la Iglesia repropone en la historia el
acontecimiento cristiano en sus elementos doctrinales cognoscitivos (fides quae
creditur) y con los modos por los que la comunidad de los creyentes vive
interiormente y se apropia existencialmente el acontecimiento cristiano (fides
qua creditur). Bajo este último aspecto es importante subrayar la dimensión
personal del hacer teología, que expresa la apropiación interior y personalizada
de la fe, reflejada también en la manera de llevar el trabajo teológico, aun
cuando esta dimensión personal no tenga que conducir a una subjetivización y
a una concepción de la teología esencialmente, como una autobiografía del
teólogo. Además, la realidad de la fe vivida por la Iglesia es siempre también
una realidad provocada. En efecto, tanto por la exigencia psicológica del
individuo, que advierte el impulso de satisfacer -también en el aspecto
intelectual su deseo de conocimiento, como por los cambios y fermentos
culturales que objetivamente ponen en cuestión las afirmaciones y las
convicciones de la fe, la tarea de la teología no consiste sólo en constatar la fe
de la Iglesia, sino que se define como esfuerzo por justificar el contenido de la
fe a partir de las fuentes de la fe misma, por presentarlo en su continuidad
histórica y en su desarrollo a lo largo de los siglos, por explicarlo en el contexto
de la revelación, por aclararlo ilustrando su alcance y su actualidad existencial e
histórica, para que el hombre de todos los tiempos pueda comprender el
sentido de su vida y su destino último.
Aclarado el punto de partida del procedimiento sistemático de reflexión, se
perfila la doble tarea fundamental de la teología en el aspecto metodológico:
1) la teología debe verificar el vínculo entre la fe actual de la Iglesia y el
acontecimiento salvífico definitivo de Jesucristo, como revelación
insuperable de la verdad y de la caridad de Dios, esta primera tarea
fundamental puede designarse como auditus fidei, y expresa la función
positiva de la teología;
2) en un segundo momento la teología tiene que saber responder a las
exigencias y desafíos del pensamiento y de la cultura actual, haciendo
comprensibles a la inteligencia humana los contenidos de la fe, mostrando
la eficacia práctica y existencial del mensaje cristiano, llevando a
una síntesis orgánica cada vez más profunda de las verdades reveladas;
esta segunda tarea fundamental de la teología puede llamarse intellectus
fidei y expresa la función reflexiva y actualizante de la teología.
1.2.3 Momento positivo de la teología: «auditus fidei».
El objeto de la teología positiva es el resultado de la toma de conocimiento de la
vida y de la doctrina de la Iglesia. La formulación de la pregunta es: ¿Cómo se
puede verificar y probar que la doctrina de la Iglesia proviene de la revelación
de Cristo?
Conviene precisar que no se trata propiamente de poner en duda lo que el
conocimiento de fe me da como cierto, sino de elaborar la aproximación crítica
al dato de fe. La fundamentación y la clarificación del vínculo entre la conciencia
de fe de la Iglesia y el principio de la revelación se obtienen mediante el estudio
del testimonio normativo de fe, autorizado para transmitir la enseñanza de
Cristo por estar formado de unos testigos oculares y auriculares de la vida
histórica de Jesús que culminó con el acontecimiento pascual. Este testimonio
quedó fijado por escrito en el NT y tiene, por tanto, un carácter fundacional
para la fe de las generaciones sucesivas. Sin embargo, este testimonio
normativo es vivido, transmitido e interpretado por la Iglesia posapostólica. La
tradición eclesial es precisamente la transmisión-interpretación-explicitación-
actualización fiel y viva del testimonio de la fe apostólica. Todo el pueblo de
Dios está comprometido en esta "tradición" según una variedad de tareas, entre
las que destaca de modo singular la función del magisterio de la Iglesia, con su
función de autenticar la interpretación y la comprensión del mensaje revelado.
Este oficio magisterial adquiere una importancia y un significado irrevocable en
las declaraciones y en las definiciones dogmáticas.
Consideremos ahora en particular las fuentes del conocimiento teológico y su
uso en la teología positiva.
1.2.3.1 La Escritura. El uso del testimonio de la Escritura en el método
teológico supone el conocimiento de loquees la Escritura, de quién es su autor y
del sentido en que la Escritura es palabra de Dios. Supone además el
conocimiento de la problemática y del empleo del método histórico-crítico en la
hermenéutica de la Biblia.
De todas formas, es oportuno recordar el principio de que la Escritura como
palabra de Dios (palabra inspirada) no es simplemente un fenómeno histórico-
literario más o menos comprensible con los criterios que se utilizan en cualquier
escrito del pasado, sino que constituye en sí misma un acontecimiento que se
sitúa en el proyecto de la revelación histórica de Dios. Por tanto, la Escritura,
aunque se la puede describir en términos de investigación histórico-crítica, es
esencialmente un hecho que hay que atribuir plenamente a la iniciativa de Dios,
que trasciende en sus contenidos religiosos y doctrinales las dimensiones de la
naturaleza y de la cultura del hombre. Se comprende entonces que, cuando los
textos del magisterio hablan de la Escritura, unan este tema al de la tradición y
al del magisterio; que goza del don de interpretar auténticamente y de exponer
fielmente la palabra de Dios que confió Cristo y el Espíritu a los apóstoles. (DV
9).
A la luz de estas premisas se pueden señalar algunos tipos fundamentales de
uso de la Escritura en la argumentación de la teología positiva:
- El uso del dato bíblico como argumento escriturístico. Bajo este aspecto la
teología sistemática encuentra en la Escritura, con la confirmación de la
exégesis crítica, la prueba que justifica la proveniencia de la revelación de la
doctrina de fe que se predica actualmente (p.ej., la verdad de que el Espíritu
Santo se confiere en el bautismo).
- El uso del dato bíblico como fundamento escriturístico. En este caso, el dato
bíblico, comprendido y aclarado exegéticamente, ofrece solamente una parte o
bien una base de partida para justificar que una determinada doctrina proviene
de la revelación. Pueden distinguirse dos casos: a) en el primero el lector
moderno, gracias a los resultados de la exégesis, puede ver que una parte de la
verdad de la fe predicada está contenida formal y explícitamente en la Escritura
(p.ej., la verdad de que, según Pablo, nadie puede salvarse del pecado y de la
muerte sino por la muerte y resurrección de Cristo; el concilio de Trento,
interpretando Rom 5, indica la dirección exacta para comprender plenamente el
mensaje paulino y para evitar interpretaciones reductivas sobre la doctrina del
pecado original); b) en el segundo caso está el problema de señalar en qué
medida está presente una verdad enseñada por la Iglesia en el testimonio
bíblico (p.ej:,la noción de sphraghís -sello-, aunque se encuentra en la
Escritura, no significa directamente lo que la Iglesia interpretará luego con la
doctrina del "carácter" sacramental). En otras palabras, puede haber doctrinas
de fe que la Iglesia enseña dogmáticamente y que encuentran en la Escritura
tan sólo un fundamento o base de partida que queda explicitado y comprendido
plena y correctamente en la tradición.
- Finalmente, se considera el caso en que la Escritura no diga nada formalmente
explícito ni técnicamente formulado sobre una doctrina de fe. En esta situación
la exégesis no está en disposición de evidenciar el sentido de la doctrina ni el
punto de partida por donde empezó el camino de explicitación. En
consecuencia, el lector creyente y el teólogo tendrán que recurrir a la tradición
(p.ej., el dogma de la asunción de María). Pero esto no significa que haya
algunas verdades de fe no contenidas en la Escritura entendida como Palabra
de Dios, sino que significa que la relación entre revelación, Escritura y tradición
tiene que tener en cuenta este elemento, es decir, que no es suficiente el
conocimiento de la Escritura para comprender la palabra de Dios. Para la
determinación última y decisiva de los contenidos revelados hay que recurrir
siempre a la tradición (la liturgia, el sentido de fe del pueblo de Dios, la
predicación autorizada y auténtica del magisterio).
En conclusión, podemos resumir diciendo que los diversos usos de la Escritura
en el método teológico suponen siempre el resultado de la exégesis histórico-
crítica, dirigida a averiguar el sentido literal y directo del texto bíblico; pero
superan dicho resultado en cuanto que el empleo del dato bíblico en la
argumentación de la teología positiva tiene siempre necesidad de la tradición,
según los modos explicados, para comprender el significado y el contenido de la
doctrina revelada.
Además, la teología sistemática deberá tener en cuenta otros dos criterios
fundamentales en el uso del dato bíblico: a) el criterio de la unidad de la
Biblia (cada una de las afirmaciones debe ser leída ulteriormente en el conjunto
global del mensaje de la Escritura); b) el criterio cristológico (lo que se lee en la
Biblia no es algo completo en sí mismo, sino que ha de leerse junto con aquel
en el que se cumplió todo, Cristo Señor. Es Cristo el que nos conduce a la
verdad profunda y plena de las imágenes bíblicas).
1.2.3.2 La tradición eclesial. Suponiendo las adquisiciones de la
autocomprensión de la Iglesia sobre el concepto de tradición (DS 1501; 3007;
3886), nos limitamos a recordar que, según el Vaticano II, la tradición
transmite la palabra de Dios a través de los apóstoles y de sus
sucesores integre (en su totalidad) hasta hoy (DV 9). Recoge no solamente la
predicación oral, sino también los ejemplos de la vida de Cristo y el testimonio
de la liturgia. Además, la experiencia espiritual, la predicación doctrinal y el
estudio de los fieles son los elementos que provocan el progreso de la tradición
en la comprensión de la revelación (DV 8). En lo que atañe el uso de los datos
de la tradición en el método teológico, habrá que distinguir previamente
algunos niveles en la interpretación de los documentos de la tradición.
• El nivel de la interpretación filológica consiste en establecer el sentido del
texto en su estructura literal y gramatical.
• El nivel de la interpretación histórica intenta fijar lo que quiso decir el
autor en el contexto global de sus escritos y de su pensamiento.
• El nivel de la interpretación dogmática pretende aferrar el sentido
trascendente encerrado en los documentos de la tradición.
No se puede olvidar el hecho de que en el testimonio humano e histórico de los
documentos de la tradición puede estar encerrado un contenido de verdad
procedente de la revelación garantizado por la asistencia del Espíritu. Por estos
motivos el uso que hace la teología del dato de la tradición no puede prescindir
del magisterio, que en la tradición es el órgano adecuado para señalar y fijar el
sentido dogmático del testimonio o afirmación doctrinal.
Precisamente en este nivel se encuentra un problema capital para el método
teológico. Se observa efectivamente que la tradición propone ciertos contenidos
de verdad en nociones y palabras tan sólo a partir de cierta época. Se constata
en este aspecto que la mayor parte de la predicación de fe actual -
lingüísticamente hablando- no proviene directamente de Cristo y de los
apóstoles. La cuestión que se plantea es la de cómo explicar este hecho y las
consecuencias que esto tiene para el método teológico correcto.
La respuesta a esta pregunta es que el cambio de atención, en relación con los
múltiples aspectos del misterio de la fe, es condición necesaria para
comprender la introducción de nuevos términos en la predicación doctrinal de la
Iglesia (cf, p.ej.=, el concepto de homoousios o el concepto
de transubstantiatio, o el concepto de carácter sacramental, etc.).
Se llega entonces a la siguiente clarificación. La Iglesia transmite durante cierto
período de tiempo un contenido revelado sin formularlo técnicamente. El
resultado de la introducción de nuevas palabras o formulaciones para expresar
siempre el mismo contenido revelado es el conocimiento más reflejo, más
conscientemente detallado de la misma verdad de fe que estaba presente en la
conciencia viva del pueblo cristiano de un modo preconceptual, prerreflejo y
quizá también genérico. En el paso de la conciencia vivida al conocimiento y
formulación reflejos entra siempre y necesariamente también el magisterio, que
es el único capaz de garantizar en última instancia que este paso y esta llegada
a la formulación conceptual se lleva a cabo sin manipular ni alterar el mismo
contenido revelado.
Así pues, para la argumentación probativa de la teología positiva resulta
necesario tener en cuenta los desplazamientos de acento y los cambios de
atención sobre los múltiples aspectos de los misterios de la fe. Sólo así es
posible dar razón de la explicitación y de los análisis-desarrollos históricos de la
tradición eclesial.
Finalmente, es importante para el método teológico subrayar la distinción
entre tradición doctrinal de fe y tradición teológico-cultural cristiana. Esta
distinción permite no confundir el dato perteneciente a la fe común de la
Iglesia, atestiguado por la vida litúrgica, la experiencia espiritual y la
predicación dogmática del magisterio con el elemento perteneciente a las
convicciones y opiniones teológicas y culturales, que también está presente en
la historia del pensamiento cristiano. Es verdad que de hecho se advierte
muchas veces una trabazón entre los dos elementos; pero es necesario que la
teología llegue a una adecuada distinción entre lo que pertenece a la tradición
de fe, garantizada por el magisterio, y lo que pertenece a modelos y
perspectivas intelectuales históricamente condicionados y no ligados
esencialmente al l depósito de la fe. Esto, por otra parte, no significa soslayar el
valor educativo y metodológico de los pensadores y teólogos (sobre todo de los
padres y doctores de la Iglesia) que han recibido un reconocimiento particular
por parte de ¡apropia Iglesia. En este contexto se pueden mencionar algunas
características fundamentales de los autores cristianos que hay que tomar en
especial consideración: la ortodoxia de su enseñanza, la santidad de su vida, el
reconocimiento por parte de la Iglesia y la capacidad de abrir la razón humana
a la comprensión del advenimiento de la revelación.
1.2.3.3 La mediación del magisterio en el conocimiento teológico. La
afirmación de que existe una relación intrínseca entre el ministerio de la
predicación de la palabra verdadera (cf. Tit 1,9; 1Tim 1,10; 4,6; 2Tim 4,3) y la
sucesión apostólica conduce a considerar el tema específico del magisterio y el
uso de sus documentos en el método teológico.
1.2.3.3.1 Función de los documentos del magisterio; significado y valor. El
significado del magisterio en la Iglesia tiene que comprenderse en orden a
la verdad de la doctrina cristiana. Los documentos del magisterio, por
consiguiente, no son algo extrínseco o superpuesto a la verdad cristiana, sino
que expresan el meollo de la verdad misma. El servicio a la verdad salvífica que
rinde el magisterio va en favor de todo el pueblo cristiano, llamado a ser
introducido en la libertad de la verdad.
El objeto de la enseñanza del magisterio es la palabra de Dios en toda su
amplitud; el ámbito de competencia del magisterio es por tanto la verdad
revelada (DS .3018). El modo con que el magisterio ejerce su función es
sustancialmente doble:
a) Existe un modo solemne y extraordinario, cuyo resultado son los enunciados
dogmáticos irreformables por sí mismos, y no por el consentimiento de los fieles
(DS 3074).
b) Existe otro modo ordinario, cuyo resultado no es tanto una formulación
definitiva de una doctrina ni la garantía de que -un contenido pertenece a la
revelación, sino que se trata más bien de transmitir auténticamente la sustancia
del mensaje cristiano en sus aplicaciones a la vida pastoral de la Iglesia.
Por lo que se refiere a las definiciones dogmáticas, el carisma veritatis del
magisterio atañe a la posibilidad de declarar infaliblemente que el contenido de
fe es revelado, con el presupuesto de que semejante contenido estuvo siempre
presente en el depositum fidei, aunque de forma no refleja ni formulada
técnicamente. El concilio Vaticano I, en la fórmula de definición dogmática de la
infalibilidad pontificia (DS 3015; 3017), incluyó también deliberadamente la
posibilidad de que la Iglesia defina doctrinas sin proponerlas necesariamente
como reveladas divinamente. Estas doctrinas, si la Iglesia las propone de modo
definitivo, tienen que ser aceptadas y reconocidas firmemente, aunque no se
les deba un asentimiento de fe divina. Por tanto, puede entrar como objeto de
definiciones irreformables, aunque no reveladas divinamente, todo lo que se
refiere a los misterios de la salvación de una forma tan vinculada a ellos que no
sea posible el anuncio eficaz de las verdades reveladas sin unas aclaraciones
doctrinales sobre semejante objeto. Por ejemplo, entra en este terreno de
competencia lo que se refiere a la ley moral natural, a los praeambula fidei a los
llamados facta dogmatica, como la legitimidad de un concilio, de un pontífice, la
canonización de los santos, etc.
Por lo que se refiere a la predicación del magisterio ordinario en materias de fe
y de moral, la enseñanza de la Iglesia (cf. LG 25) recuerda que su finalidad es
la de conducir a los fieles a la iniciación de los misterios centrales de la
salvación a través de los diversos instrumentos de la acción pastoral, litúrgica,
catequética. Esta predicación, aun siendo auténtica, no intenta proponer de
modo definitivo una enseñanza doctrinal, que por tanto no es de suyo
irreformable. Por consiguiente, a las enseñanzas del magisterio ordinario no se
les debe un asentimiento de fe ni un asentimiento irrevocable, sino el obsequio
religioso del entendimiento y de la voluntad. En cuanto "religioso", no se basa
en motivaciones puramente racionales, sino en la singularidad reconocida de la
función del papa y de los obispos de exponer y predicar -con la autoridad
conferida por Cristo mediante la sucesión apostólica- los contenidos de la
doctrina y de la vida cristiana. Hay que señalar igualmente que, al ser textos de
suyo no irreformables, es legítimo que la competencia teológica profundice y
desarrolle críticamente el pensamiento del magisterio; sin embargo, también
para los documentos del magisterio ordinario la praesumptio veritatis le
compete al magisterio, ya que el carisma veritatis se le ha dado por Cristo al
magisterio, mientras que los teólogos reciben de la Iglesia el oficio de enseñar.
En cuanto al valor de las definiciones doctrinales, y particularmente de los
dogmas, se trata de tener presente que los enunciados dogmáticos indican lo
que la Iglesia advierte como no compatible con la inteligencia correcta de la
revelación. Las declaraciones del magisterio no pretenden expresar
positivamente la totalidad del misterio de la fe; sin embargo, constituyen una
positividad irrenunciable para la conciencia creyente, ya que por un lado niegan
la herejía, que es siempre una ruptura o una reducción de la globalidad del dato
de la fe, mientras que por otro impulsan y orientan a la teología para que
estudie deforma cada vez más profunda el mensaje de la salvación,
salvaguardándolo de comprensiones erróneas o reductivas.
1.2.3.3.1 Uso de los documentos del magisterio y criterios de
interpretación. Señalaremos a continuación los criterios y los principios
generales de la interpretación de los textos doctrinales del magisterio, a fin de
establecer su uso correcto en el método teológico.
1. Ante un documento magisterial hay que determinar primeramente la
intencionalidad de la enseñanza, distinguiendo entre el contenido doctrinal
inteligible y las formas o esquemas argumentativos e ilustrativos que dependen
de perspectivas teológicas condicionadas históricamente. Este criterio es una
aplicación coherente de la declaración del Vaticano I, que, aun consciente del
progreso de la Iglesia en el conocimiento de la verdad revelada (DS 3020),
enseña que "hay que mantener para los sagrados dogmas el sentido declarado
una vez por todas por la Iglesia" (DS 3020). Esta enseñanza fue confirmada por
el papa Juan XXIII en la inauguración del concilio vaticano II: "Es preciso que
esta doctrina cierta e inmutable... sea explorada y expuesta de la forma que
requiere nuestra época. En efecto, una cosa es el depósito de la fe, o sea, las
verdades contenidas en nuestra venerable doctrina, y otra distinta el, modo de
su enunciación, pero siempre con el mismo sentido y significado" ("AAS" 54
[19623 792; cf también GS 62). La declaración Mysterium Ecclesiae, recogiendo
esta enseñanza, precisa que el papa habla aquí del depósito de la fe, que hay
que identificar con las verdades contenidas en dicha doctrina, y de las verdades
que deben conservarse en el mismo sentido y sigue la declaración: "Está claro
que el papa admite que el sentido de los dogmas puede ser conocido por
nosotros, y que es exacto e inmutable... La novedad que se recomienda, en
consideración a las exigencias del tiempo, se refiere sólo a los métodos de
investigación, de exposición y de enunciación de la misma doctrina en su
sentido permanente" (Mysterium Ecclesiae, 5). El documento declara además
que "las fórmulas dogmáticas del magisterio de la Iglesia fueron aptas desde el
principio para comunicar la verdad revelada y siguen siendo adecuadas para
comunicarla a quien las comprenda rectamente" (ib). Esto no significa que no
puedan encontrarse otras fórmulas que integren y expliquen las ya fijadas, pero
"tendrán que ser aprobadas por el magisterio e indicar el mismo significado de
forma más completa" (ib). Como comentario de esta enseñanza se puede
puntualizar que las fórmulas dogmáticas propuestas y definidas por la Iglesia
expresan de forma objetiva y determinada (y, por tanto, no
aproximativamente) el aspecto o el contenido de las verdades reveladas al que
se refieren. Aunque las fórmulas dogmáticas en cuanto tales no son el objeto
último de la fe, ya que la fe se dirige a la realidad misteriosa y trascendente de
Dios (articulus fidei non terminatur ad enuntiabile, sed ad rem), sin embargo,
no son el resultado de una representación subjetiva y puramente histórica y
mudable de los misterios de la revelación.
2. Hay que distinguir entre los diversos grados de certeza y de obligatoriedad
con que el magisterio intenta comprometer su propia autoridad doctrinal. Una
cosa es la definición dogmática y otra la indicación pastoral o la exhortación o la
norma disciplinar.
3. Es preciso distinguir en un documento los presupuestos esenciales de una
definición dogmática (o sea, los que una vez negados, se niega también el
contenido de la definición) y los presupuestos no esenciales, que pertenecen a
elementos contingentes derivados de las convicciones culturales de una época.
4. Finalmente, es menester llamar la atención sobre el problema de la distinción
entre el contenido o significado de un dogma y su formulación conceptual. En
este sentido se constata en el desarrollo doctrinal de los temas de la fe una
transición o cambio lingüístico desde las nociones bíblicas a las nociones
contenidas en el dogma (cf. el homoousios del credo niceno). Esto se explica
porque una doctrina bíblica puede expresar un contenido revelado en términos
narrativos o mediante una expresión figurada. Semejante doctrina bíblica puede
exigir una explicación en un contexto histórico cambiado y puede postular una
separación entre el contenido doctrinal y la expresión figurada, a fin de aferrar
su significado profundo y auténtico. Esta separación se ha verificado de hecho
en la historia de la tradición, y el magisterio ha propuesto algunos contenidos
revelados de una forma figurativa, del mismo modo que en la Biblia, y otros
contenidos revelados en una forma conceptual propia y técnicamente
elaborada. El paso de la locución figurada a la conceptual propia se puede
definir como un proceso de interpretación de la fe. Pero en este caso el
contenido, que es siempre un elemento intelectual, permanece inalterado y
puede ser reconocido por el entendimiento y ser comunicado a través de la
palabra humana.
Primera conclusión. La reflexión sobre el uso de las fuentes de la revelación y
de los documentos del magisterio ha-puesto de relieve que la Escritura, la
tradición y el magisterio exigen siempre una relación y una referencia recíproca.
El uso del dato bíblico necesita de la tradición y del magisterio, ya que sólo
estos últimos pueden orientar en la comprensión plena y auténtica del mensaje
del texto bíblico. Por otra parte, la comprensión de la tradición exige el
conocimiento de la Escritura, ya que la tradición supone y depende del
testimonio neotestamentario original. El uso de los textos magisteriales tiene
que tener siempre en cuenta el contexto más amplio de la tradición, en el que
se coloca la declaración magisterial. Y a su vez la doctrina de la Iglesia de hoy
ilumina el horizonte interpretativo en el que debe ser comprendido
correctamente el sentido del mensaje bíblico y eclesial.
En conclusión, la teología prueba que las doctrinas de fe provienen de la
revelación en la totalidad e integridad del uso de las fuentes del conocimiento
teológico (Escritura, tradición y magisterio). Sin esta totalidad no se puede
elaborar una argumentación válida, ya que sin el cuadro global que ofrece el
testimonio de la Escritura, de la tradición y de los documentos del magisterio no
es posible ver cómo y en qué nivel se inserta una verdad de fe en el conjunto
de la revelación. La historia de fe, entendida como la unitotalidad de Escritura-
tradición-magisterio hasta la predicación de fe actual, permite conocer los
matices y la acentuación de algunos aspectos de la verdad cristiana que dan
razón de las explicitaciones y de las puntualizaciones dogmáticas relativas a la
organización de los contenidos revelados que pertenecen al depositum fidei.

1.2.4 Momento reflexivo de la teología "intellectus fidei":


El resultado de la acogida critica de las fuentes de la fe es la verificación de la
pretensión de verdad de la doctrina de fe, en cuanto que proviene de la
revelación. Por consiguiente, el objeto de la teología reflexiva es la doctrina y la
vida de la Iglesia en cuanto que se derivan de la revelación o se refieren a
la revelación. Así pues, la teología en el momento reflexivo supone siempre la
verdad de la fe y supone su fundamentación crítica en el principio de la
revelación. Para formular la pregunta a la que tiene que responder la teología
reflexiva, se considera la relación entre los datos teológicos y el pensamiento
humano. Son tres principalmente las exigencias que hay que tener en cuenta:
a) la exigencia de ilustrar especulativamente el contenido de fe, teniendo
presentes las dudas y dificultades que suscita la razón o la experiencia
humana;
b) la exigencia de mostrar la coherencia intrínseca del discurso de la fe
con vistas a una síntesis teológica, que postula la estructura orgánica del
pensamiento y de la doctrina cristiana;
c) la exigencia de la actualidad de la verdad de fe, a fin de destacar la
importancia existencial y práctica de los misterios de la fe y su capacidad
de dar respuesta a las esperanzas profundas del hombre y de la cultura
en el momento histórico particular en que se vive.
A estas tres exigencias se añade la oportunidad de que, en el camino de
profundización intelectual de la fe, la teología descubra algún elemento que no
haya sido explicitado o esté aún sin formular ni aclarar reflexivamente. El
trabajo explicitativo de la reflexión teológica es en este sentido una aportación
relevante y creativa para toda la Iglesia, empeñada en profundizar y penetrar
cada vez más en la comprensión de los misterios de la fe.
Sobre la base de estas consideraciones introductorias se puede subdividir el
plan metodológico de la teología reflexiva en las siguientes especializaciones
funcionales: función especulativa, función explicitativa y función actualizadora
del intellectus fidei.
Antes de examinar en particular estas funciones, conviene considerar algunas
premisas generales de índole epistemológica, que se refieren a la estructura
específica del intellectus fidei.
En efecto, la teología sistemática, como intellectus fidei, tiene la tarea de,
asumir las categorías y el bagaje cultural de las diversas épocas históricas para
proponer una exposición de los contenidos de fe que esté en disposición de
sostener las exigencias científicas y teoréticas del pensamiento humano y para
satisfacer la exigencia de la síntesis teológica de los misterios de la fe.
La asunción de las categorías conceptuales procedentes del ámbito cultural y
teorético del pensamiento plantea objetivamente el problema de
la confrontación entre teología y filosofía. Aunque no entra en la finalidad de
este artículo la exposición de las relaciones entre filosofía y teología (Teología y
filosofía), indicaremos sucintamente los principios orientativos para el uso de la
filosofía en el procedimiento especulativo del intellectus fidei y presentaremos a
continuación el criterio metodológico básico para la construcción de la síntesis
teológica.
1. "Intellectus fidei" y filosofía. Para un uso correcto del saber filosófico en el
ámbito de la reflexión especulativa teológica será necesario tener en cuenta los
siguientes principios y orientaciones de fondo:
a) El principio-base lo da el hecho de que la revelación manifiesta la verdad de
Dios en Jesucristo, y consiguientemente exige y postula que la fe como
aceptación/ respuesta a la revelación sea también inteligencia y reconocimiento
verdadero deja identidad de Jesucristo revelador del misterio del Padre y Logos
de Dios. La fe como fides que implica la adhesión fiducial/existencial/ personal a
la palabra de Dios revelada en Cristo. La fe como fides quae, es decir, como
reconocimiento de la revelación, implica la existencia de una doctrina (doctrina
revelada) y de un obrar en conformidad y adecuación con la verdad de Cristo:
b) La doctrina revelada exige estructuralmente que la razón humana esté
rectamente ordenada a la verdad y sea capaz de conocer a Dios a partir de la
realidad creada (DS 3004, 3005; DV6) y de aprender los principios de la vida
moral. Por tanto, la recepción/transmisión de la revelación por parte de la
Iglesia exige afirmaciones de alcance metafísico universal, esto es, que el
hombre es capaz de verdad, de enunciar afirmaciones verdaderas, de escoger
libremente el bien. Tales implicaciones metafísicas de valor universal y objetivo
se derivan esencialmente de la doctrina revelada.
c) La fe (fides quae), en cuanto reconocimiento y adhesión a la revelación,
posee intrínsecamente la cualidad de ser un modo legítimo de "saber". Por
consiguiente, la fe no adquiere de fuera su racionabilidad, ni existe ninguna
separación o extrañamiento entre "fe" y "saber", entre "fe" y "razón", aunque la
fe y la razón se distinguen sin confundirse.
d) Del correcto planteamiento de las relaciones entre la fe y la razón se derivan
ciertas implicaciones para la relación entre teología y filosofía en el método
teológico:
— cuando la fe intenta comprenderse a sí misma de forma crítica y refleja (fides
quaerens intellectum), exige la teología. Por tanto, el origen de la teología es el
saber de la fe. Pero para desarrollar su tarea crítica y especulativa, la teología
necesita también de la filosofía. Cuando la fe/ teología se encuentra con el
ambiente cultural humano, es decir, con una "razón culta", necesita categorías
filosóficas que sean coherentes con las exigencias de la fe. Puesto que por su
naturaleza la filosofía tiene la pretensión de dar una interpretación de la
totalidad de lo real, la fe de la Iglesia exige poder disponer de una razón
filosófica que capte la verdad de Dios, del hombre y del mundo de forma que la
doctrina revelada pueda confirmar esas afirmaciones y. elevarlas al plano de la
revelación. Este fue, por lo demás, el esfuerzo que realizaron los grandes
maestros del pensamiento teológico (Agustín, Anselmo, Tomás de Aquino,
Buenaventura, Escoto...);
— no se trata de imponer a la teología un sistema filosófico particular ni de
absolutizar un modelo determinado de pensamiento, sino de afirmaren línea de
principio la posibilidad y la necesidad de un pensar filosófico recto y
verdadero que corresponda a las exigencias de la fe;
— en este contexto se comprende la oportunidad de la apelación del mismo
Vaticano II a santo Tomás de Aquino como valor y ejemplo que imitar y
considerar, sin interpretar esta apelación en sentido exclusivo y excluyente.
En esta perspectiva, el intellectus fidei no es la aplicación de una filosofía
técnica a la comprensión de la doctrina revelada. El intellectus fidei no depende
de una autocomprensión filosófica. Por otra parte, las filosofías no son
"indiferentes" para el intellectus fidei. Las categorías filosóficas pueden ser
utilizadas según la conveniencia de la fe, con tal que sean coherentes con las
exigencias de la misma verdad revelada. En conclusión, será oportuno tener
presentes los siguientes elementos:
Primero: La índole científica del intellectus fidei es intrínseca a su misma
naturaleza, y la función de la filosofía no consiste en poner orden dentro de un
dato (la fe) que en sí mismo fuera desordenado y estuviera privado de unidad
intrínseca. La función del intellectus fidei es propiamente la de hacer aparecer
un orden, una armonía lógica, que es intrínseca a la misma doctrina revelada.
Segundo: El uso de las categorías y de los modelos filosóficos constituyen un
medio a través del cual el intellectus fidei puede mostrar la inteligibilidad de la
revelación y profundizar especulativamente en el misterio de la fe en orden al
diálogo y a la confrontación con la autocomprensión filosófica del hombre y de
la cultura del tiempo.
Tercero: En cuanto que la doctrina revelada contiene e implica esencialmente
presupuestos metafísicos y principios gnoseológicos universales, que expresan
las estructuras permanentes del ser y del pensamiento (creaturalidad del
hombre, capacidad de la mente humana de conocer la verdad y de obrar el
bien, capacidad del lenguaje humano de expresar contenidos, revelados, etc.),
esa doctrina exige un pensamiento filosófico que sea coherente y compatible
con las exigencias de verdad de la revelación/fe.
2. "Intellectus fidei" y síntesis teológica. La reflexión sobre el misterio cristiano,
dirigida a profundizar y a penetrar progresivamente en la comprensión del
depositum fidei, solamente puede realizarse cuando se integra y se coloca
constantemente en el conjunto global de la doctrina de la salvación, que es la
medida y la regla de toda investigación y de todo replanteamiento particular.
De este modo, la teología reflexiva sale al encuentro de la exigencia de una
síntesis teológica.
A este propósito es conveniente poner de manifiesto el principio epistemológico
de la analogía de la fe, que pertenece a la estructura epistemológica de la
propia teología. Este principio dice que la investigación especulativa de cada
uno de los contenidos de la verdad ha de realizarse en el sentido de señalar las
relaciones y las conexiones entre las verdades de la fe, ya que sólo de este
modo puede llegarse a la determinación del significado de cada misterio y a una
síntesis orgánica de los temas doctrinales que son objeto de reflexión y de
sistematización. El fundamento de este principio se indica en la enseñanza del
Vaticano II, concretamente en su doctrina de la jerarquía de verdades: "Al
comparar las doctrinas, recuerden (los teólogos) que existe un orden o
jerarquía en las verdades de la doctrina católica, ya que es diverso el enlace de
tales verdades con el fundamento de la fe cristiana" (UR 11).
Así, la misma Mysterium Ecclesiae afirma que "existe ciertamente un orden y
una especie de jerarquía de los dogmas de la Iglesia, dado que es distinto su
vínculo con el fundamento de la fe. Pero esta jerarquía significa que unos
dogmas se basan en otros como principales y son iluminados por ellos. Pero
todos los dogmas, al estar revelados, deben ser creídos con fe divina” (ME 4).
Esta enseñanza constituye una base epistemológica fundamental para la
elaboración de la síntesis teológica, ya que la teología puede penetrar en el
significado de cada una de las verdades de fe solamente cuando se establece
debidamente la relación de unas con otras, teniendo en cuenta la referencia
"jerárquica" al fundamento de la fe, que es la revelación de Dios realizada
definitivamente en Jesucristo. Así pues, el principio de la analogía de la fe es
una regla fundamental para una correcta metodología teológica en el ámbito
del intellectus fidei.
Establecidas estas premisas epistémicas generales, ilustraremos ahora
brevemente las funciones específicas en que se articula la teología reflexiva,
con sus diversos métodos:
a) La función especulativa. La respuesta a las objeciones de la razón. Hay que
distinguir fundamentalmente dos tipos de objeciones. El primero es la
insinuación de que existe una contradicción entre la verdad de la fe y la verdad
de la razón. En ese caso la teología procederá exponiendo el sentido exacto de
la afirmación de fe para evitar malentendidos sobre el significado del enunciado
y eliminar así las aparentes contradicciones, que no existen en realidad si se
comprende bien el enunciado. Posteriormente, la teología, frente a las
dificultades, tendrá que probar con instrumentos lógicos que es falso el
razonamiento humano que crea ver una contradicción entre la fe y la razón. El
presupuesto epistemológico de la imposibilidad de la contradicción procede del
hecho de que existe una homogeneidad sustancial entre el orden de la creación
y el orden de la salvación (I Analogía), por lo que el Dios que revela una verdad
de fe es el mismo Dios que creó la razón humana. La segunda provocación por
parte de la razón humana es el intento de querer racionalizar y demostrar la
verdad de fe, reduciéndola a una verdad de pura razón y negando así el
carácter revelado y absolutamente gratuito de la verdad de fe en cuestión. En
este caso, la razón humana podría ser usada para mostrar con los solos medios
de la reflexión la evidencia intrínseca de la verdad de fe. La teología procederá
argumentando la imposibilidad de una evidencia intrínseca de la verdad de fe
(p.ej., el misterio de la Trinidad de Dios) por la sola razón, en cuanto que el
objeto en cuestión trasciende necesariamente la capacidad filosófica del
hombre.
La respuesta que sugiere la racionabilidad de la fe. Hay que distinguir dos
actitudes posibles para el creyente: la primera es la de querer
hacer comprensible la verdad de fe revelada a través de la comparación con
la realidad y la experiencia humana; la segunda es la de intentar proponer una
argumentación razonada para hacer surgir el sentido positivo del mensaje de fe
para la realización de la existencia humana:
— el método de la comparación: sobre la base del presupuesto de que existe
una homogeneidad sustancial entre el orden de la creación y el orden de la
salvación, aunque haya siempre una diferencia cualitativa intrascendible
(analogía), se puede concluir que existen ciertas semejanzas entre las verdades
de fe y las verdades naturales en cuanto a la posibilidad de una comprensión de
las primeras. El procedimiento teológico pone en relación una o varias verdades
de fe can una o varias verdades de orden natural y racional (p.ej., la analogía o
semejanza que ve Agustín entre la vida interna e íntima de la Trinidad y la vida
y estructura del alma humana, que se distingue en las facultades de la
memoria, el entendimiento y la voluntad). Está claro que el razonamiento
teológico confía su apoyo y su plausibilidad a la capacidad de la inteligencia
humana de sostener sus tesis, no estando inmunizada en este caso la razón
humana de posibles errores y aproximaciones, que acechan continuamente a su
investigación. En el terreno especulativo, la teología no posee más fuerza que la
que expresan las razones que consigue identificar y las argumentaciones que es
capaz de producir;
— el método de la correspondencia: se quiere sugerir el valor de la doctrina
presuponiendo su verdad intelectual. El presupuesto de este método es la
convicción de que la verdad cristiana es "propter nos homines et propter
nostram salutem", es decir, una verdad salvífica. Así pues, la teología
especulativa intenta elaborar una propuesta teorética que ofrezca motivos
válidos para hacer sensata la experiencia cristiana. En concreto, se trata de
mostrar que los problemas fundamentales de la vida del hombre (el
sufrimiento, la muerte, la aspiración al autocumplimiento personal...) no son
creados por la revelación y que tales problemas no crean la respuesta de la
revelación. Pero la razón teológica está en disposición de mostrar que la
problemática radical de la existencia histórica del hombre encuentra en la
revelación cristiana la respuesta sensata y el cumplimiento definitivo.
b) La función explicitativa. No se trata en esta perspectiva de hacer inteligible el
significado teológico de un contenido doctrinal ni de responder a las objeciones
de la cultura humana. El objeto específico es la percepción de un argumento o
aspecto del misterio que esté aún sin formular en palabras y nociones técnicas
precisas. A1 comienzo de este procedimiento no se conoce todavía su
naturaleza y su importancia en el plano doctrinal. Sin embargo, hay elementos
que sugieren y apelan a la conciencia del teólogo para que identifique con
mayor precisión un tema de fe (p.ej., el esfuerzo de la reflexión de Agustín por
formular técnicamente la noción de “pecado original”).
Sintéticamente es posible indicar el siguiente camino metodológico en la función
explicitativa de la teología. Al principio existe la persuasión en la Iglesia de que
en la fe católica no puede haber contradicciones entre las verdades de fe. Así
pues, relacionando una o varias verdades de fe con el fundamento y centro de
la revelación, a saber: el acontecimiento Cristo, se puede ver el motivo que
impulsó al creyente a descubrir el problema no resuelto todavía con fórmulas
técnicas precisas. Así pues, este método actúa en dos niveles. En primer lugar,
se trata de descubrir la realidad temática que formular, lo cual ocurre de
ordinario mediante una intuición. En segundo lugar, se lleva a cabo un proceso
de explicitación para llegar a la formulación del contenido cristiano que
explicitar. Solamente el magisterio de la Iglesia ofrece la garantía de que la
explicitación teológica corresponde a la verdad de la revelación. Pero la teología
constituye un momento necesario para llegar a la organización de la verdad
revelada, presente implícitamente en el depositum fidei.
La reflexión explicitativa de la teología consigue aclarar las nociones y los
aspectos revelados, no mediante un proceso lógico-deductivo, sino a través de
una intuición del misterio en cuestión que se desarrolla mediante la relación
establecida entre el problema por aclarar y el conjunto de las verdades de la
salvación ya conocidas, especialmente en relación con el misterio de Cristo.
c) La función actualizadora. La teología es consciente de que existe una
vinculación intrínseca entre la exigencia de hacer comprensible la verdad de la
fe a la inteligencia humana explicitando el patrimonio de la revelación y la
exigencia misionera de anunciar el evangelio a los hombres de todos los
tiempos y lugares. Esta última exigencia representa la instancia actualizadora
de la teología, que tiene que recobrar y renovar su propia conciencia misionera,
basada en la persuasión de proponer una verdad y un valor universales y
salvíficos. En coherencia con este objetivo, la teología tendrá que estar atenta a
las sensibilidades, a los instrumentos más eficaces y al lenguaje en los cuales y
a través de los cuales está llamada a expresar sus propias reflexiones. Desde el
punto de vista metodológico es esencial recordar dos principios: 1) la teología
debe saber distinguir los contenidos doctrinales de carácter definitivo y las
ilustraciones o esquemas argumentativos que se utilizan para presentar dichos
contenidos; estos últimos son siempre relativos y contingentes, mientras que
los primeros son inmutables; 2) hay que distinguir entre la tarea de la
actualización "científica" y la tarea de la actualización "práctica". La teología
sistemática satisfará a la finalidad pastoral y actualizante en la medida en que
sepa ser científica y eclesial, esto significa que la teología es actual en la
medida en que es simplemente ella misma y no en la medida en que se
convierte en algo distinto. La teología cumplirá con su función actualizadora en
el sentido de hacer comprender objetivamente la realidad de la revelación/ fe,
asumiendo todas las adquisiciones teóricas y prácticas de algún modo válidas
que le presenta el horizonte del pensamiento humano actual. Por consiguiente,
no se trata para la teología de renunciar a las exigencias rigurosas de su
método teológico, siguiendo de forma acrítica y apresurada las modulaciones de
la cultura contemporánea, sino de asimilar con un discernimiento crítico, a
partir del juicio de la fe, las perspectivas de lectura de la realidad que le sugiere
y reclama la historia de. los hombres en camino hacia la búsqueda de la verdad.
Reflexión final. Es tarea de la metodología teológica actual intentar llegar a una
unidad más profunda entre los diversos aspectos de la investigación teológica,
que necesariamente tienen que diferenciarse en el procedimiento del trabajo
teológico. El primer aspecto de esta unidad orgánica es la convergencia
profunda de la función positiva y reflexiva de la teología. En efecto, estas
funciones convergen en la medida en que son expresiones de un único
conocimiento superior, es decir, el saber de la fe. Se puede añadir además que,
en la doctrina del método teológico, el momento "positivo" y el momento
“reflexivo” no se subordinan el uno al otro, sino que se muestran coordinados
por caminos distintos hacia un conocimiento más adecuado del objeto en
cuestión. Por el contrario, estos dos momentos están subordinados a la fe, que
los usa como instrumentos para desarrollar y profundizar la comprensión del
mensaje divino revelado. Por otra parte, la teología positiva y la teología
reflexiva no son nunca extrañas a la tradición viva de la Iglesia. Por
consiguiente, la unidad entre la fe, la Iglesia y la teología le garantiza a esta
última su legítima autonomía en su procedimiento científico, coordinando sus
resultados hacia un único fin, que es la introducción del hombre en el
conocimiento y en la vida íntima del misterio de Dios, que se ha revelado
definitivamente en Jesucristo como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
BIBL.: ALEAROJ., La teología frente al magisterio, en R. LATOURELLE y G.
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