Experiencia y Testimonio
Experiencia y Testimonio
Experiencia y Testimonio
1
Arboleda, Carlos. Experiencia y Testimonio. UPB. 2011.
2
Ibidem., p, 91
3
Ibidem., p, 27
circunda a un individuo y le toca hacer para ir alcanzando metas de un sentido o de otro que
exige la vida.
La experiencia más que un hacer práctico es un vivir en libertad y disfrutar de lo que
compone la vida, sin degradar el sentido del término; se encuentra en las experiencias un
crecimiento de la persona y de lo que no hay duda es que ahí se manifiesta Dios, ahí se va
haciendo presente en la vida del hombre, desde su nacimiento hasta su muerte va
mostrándose a sí mismo y de la misma manera lo asiste y vive en comunión con él.
Para hablar de las experiencias en una perspectiva espiritual hay que purificar la
concepción tanto de la experiencia mística como la concepción que se tenga de Dios. Ello
sin duda influye profundamente, tanto que por un lado puede logar una vivencia sana de
Dios en el amor o lograr algo nada positivo que se convierte en una frustración y perdida de
entusiasmo de vivir una experiencia divina y trascendente con Dios.
Desde lo que se ha dicho sobre la mística y como se entiende en la actualidad, ella puede
verse como una vivencia antigua que hoy no tiene nada de validez porque no es algo
práctico y demostrable, se queda más al margen de lo mágico y por ende no es algo
necesario para la actualidad. Por el mismo sentido, a Dios se ha empezado a ver como un
ser desconectado de la realidad, lejos del hombre, que todo lo condena y pone leyes que
coartan la libertad que Él mismo había dado al hombre. Desde estas concepciones no se
puede abordar a Dios y hallar un resultado para el individuo y su comunidad. Se deben
recuperar sentidos, no volviendo a las mismas vivencias pasadas; reproducir lo que ya se
hizo, sino en el ahora, con fundamento en lo pasado, aportar a la actualidad valores,
sacando imágenes erradas para poder vislumbrar la tranquilidad y el disfrute de una
contemplación y la libertad y felicidad que da Dios.
La mística sana; es decir, no una experiencia vivida por sentimentalismos o sugestión o
llevada a una superficialidad carente de verdad, en otras palabras, una patología; es un
crecimiento de comunidad. Sin duda alguna hacer un llamado a la mística es abrir más lo
ojos, la mente, el corazón, es recuperar algo que se ha perdido “la capacidad de impresión”.
Al estar acostumbrados día a día ver aparecer nuevas cosas en todos los campos de las
ciencias, ver hechos tanto buenos como malos cotidianamente, realizar acciones
monótonas, todo se convirtió en normal y es algo más de un costal de elementos que no le
producen al individuo ninguna sensación y si lo logra no deja de ser algo momentáneo.
Cómo no reconocer a la mística tan grande aporte a la poesía, narración, arte, ya que es el
único medio por el cual se puede comunicar lo experimentado, medio por el cual se hace
tangible el don que Dios quiere revelar. Por eso, la mística tiene su valor comunitario, ella
se abre a los demás, no se queda en un acto intimista. “Quien ha tenido esa experiencia la
comunica. Es su deber imperioso ser testigo de que ha sido elegido y ha sido llamado. No
por deber ni por imposición sino por su carácter difusivo, el amor impele a la acción
testimonial.”4 Ahí es donde se fundamenta y hace verdadera.
Lo anterior, por un lado, motiva a que personalmente cada uno se abra a experiencias en
Dios o lo otro, que se va a enfatizar a continuación, ser testimonio de Dios y querer
mostrarlo a otros. Es un encuentro tan grande al que no se puede callar y sería inconcebible
no querer comunicarlo. “Os anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también
vosotros estéis en comunión con nosotros”. (1 Jn 1, 3)
Como lo expresa el Concilio Vaticano II, Dios en su sabiduría es quien se revela a los
hombres y revela los designios de su voluntad, se tiene acceso a Él y por lo mismo es
invitado el hombre a vivir una experiencia con Dios y quien experimenta un amor tan
grande ¿cómo no lo va a comunicar? Acá ya se empieza a delimitar la experiencia, se decía
anteriormente que no se puede reducir una experiencia espiritual a un acto religioso, eso
está claro; pero, por lo mismo, se debe clarificar que el acto religioso, en la propia religión
es donde se lleva a cabo tales experiencias, en la liturgia de la eucaristía, de la palabra,
actos de piedad y de devoción. Ellos se convierten en lugares privilegiados y no es que en
otros espacios no exista la experiencia de Dios o que fuera de una religión no se puedan
sentir, no. Es la conexión de la persona (cuerpo, alma y espíritu) con el acto exterior que
permite encontrarse y vivir experiencias diferentes a las que se está acostumbrado.
Todo esto es ya la respuesta del hombre, unos dedicados a comunicar vivencia de Jesucristo
y otros que intentan vislumbran, sentir y vivir a Dios. Es una respuesta a actuar con
convicción, es el motor que lleva a abrirse y encontrarse con más personas que también
merecen vivir una experiencia divina. Se convierte en una ética cristiana, un obrar en el que
se vive y siente “…es una unidad dinámica de experiencia, testimonio, comunidad y
enseñanza.”5
El hombre es tocado por Dios, alimenta su ser y al darle sentido a su vida lo hace actuar en
favor de Él y ese actuar en Él no es más que donarse a los Otros, ser un testigo que anuncie
las grandezas de Dios, que comunique a Dios con santidad; lo hace ser pastor activo,
pendiente de los sufrimientos de todos los que lo rodean sin importar sus diferencias; y lo
hace ser capaz de comunicar con Palabras la obra y voluntad de Dios, todo un Dios que en
definitiva será un ser integral.
4
Ibidem., p, 40
5
Ibidem., p, 119