CB MC 1.1. Del Evangelio Los Evangelios
CB MC 1.1. Del Evangelio Los Evangelios
CB MC 1.1. Del Evangelio Los Evangelios
GENERALIDADES
Los cuatro evangelios canónicos son el resultado del itinerario de transmisión y de
relaboración del material relativo a Jesús y a sus interpretaciones, que partió del Evangelio
como anuncio oral y siguió con varios intentos parciales de su puesta por escrito. El plural
evangelio, en efecto, refleja la pluralidad objetiva de los escritos, pero no se puede perder
de vista el hecho de que son solamente formulaciones narrativas del único εὐαγγέλιον
[euanghélion] originario1.
Los cuatro escritos son anónimos y los nombres corrientes de los cuatro evangelistas se
deben a una tradición que se originó en el siglo II. En lo que concierne a Marcos y Mateo
aparece ya atestiguada por Papías de Hierápolis hacia el 129, información reportada por
Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica:
«El anciano decía también lo siguiente: Marcos, que fue el intérprete de
Pedro, puso puntualmente por escrito, aunque no con orden, cuantas
cosas recordó referentes a los dichos y hechos del Señor. Porque ni había
oído al Señor ni le había seguido, sino que más tarde, como dije, siguió
a Pedro, quien daba sus instrucciones según sus necesidades, pero no
como quien compone una ordenación de las sentencias del Señor. De
suerte que en nada faltó Marcos, poniendo por escrito algunas de
aquellas cosas, tal como las recordaba. Porque en una sola cosa puso
1 ROMANO PENNA, La Formación del Nuevo Testamento en sus Tres Dimensiones, Editorial Verbo Divino,
Cinisello Balsamo (MI), 2012, pp. 97.
cuidado: en no omitir nada de lo que había oído y en no mentir
absolutamente en ellas»2
«Mateo ordenó en lengua hebrea los dichos del Señor y cada uno las
interpretó [tradujo] conforme a su capacidad»3
En su obra Contra las Herejías, alrededor del 180 d.C., Ireneo de Lyon (130-202 d.C.) utiliza
la genial expresión «τετραµορφο εὐαγγέλιον» [tetramorpho euanghélion], es decir, el
«evangelio cuadriforme»:
«Los Evangelios no pueden ser ni menos ni más de cuatro; porque son
cuatro las regiones del mundo en que habitamos, y cuatro los
principales vientos de la tierra, y la Iglesia ha sido diseminada sobre
toda la tierra; y columna y fundamento de la Iglesia (1Tim 3,15) son el
Evangelio y el Espíritu de vida; por ello cuatro son las columnas en las
cuales se funda lo incorruptible y dan vida a los hombres. Porque, como
el artista de todas las cosas es el Verbo, que se sienta sobre los
querubines (Sal 80[79],2) y contiene en sí todas las cosas (Sab 1,7), nos
ha dado a nosotros un Evangelio en cuatro formas, compenetrado de un
solo Espíritu. Como dice David, rogándole que venga: «Muéstrate tú,
que te sientas sobre los querubines» (Sal 80[79],2). Los querubines, en
efecto, se han manifestado bajo cuatro aspectos que son imágenes de la
actividad del Hijo de Dios (Ap 4,7): «El primer ser viviente, dice [el
escritor sagrado], se asemeja a un león», para caracterizar su actividad
como dominador y rey; «el segundo es semejante a un becerro», para
indicar su orientación sacerdotal y sacrificial; «el tercero tiene cara de
hombre» para describir su manifestación al venir en su ser humano; «el
cuarto es semejante a un águila en vuelo», signo del Espíritu que hace
sobrevolar su gracia sobre la Iglesia.
Los Evangelios, pues, concuerdan con estos [símbolos], sobre los cuales
Cristo descansa. Uno de ellos, según Juan, narra su real y gloriosa
generación del Padre, diciendo: «En el principio existía el Verbo, y el
Verbo estaba ante Dios, y el Verbo era Dios: todas las cosas fueron
hechas por su medio, y sin él nada ha sido hecho» (Jn 1,1-4). Por tal
motivo, este Evangelio nos llena de confianza: ésta es su característica.
El Evangelio según Lucas, ya que tiene rasgos sacerdotales, comenzó
Cuando Marcos redactó por primera vez un amplio relato sobre la vida pública de Jesús
(no se interesa por su nacimiento) dio cuerpo a una composición literariamente nueva de
la que es difícil encontrar paralelos formales en la antigüedad. De hecho, el término
«evangelio» no calificaba a ningún género literario, puesto que, como ya se ha dicho,
significaba un simple anuncio oral. Por eso se plantea el problema de saber de qué modo
deben clasificarse nuestros evangelios.
Los evangelios no son obras maestras de la literatura, ni por la lengua ni el estilo, aunque
muchas de sus páginas consiguen por un efecto seguro por su sencillez o solemnidad. Ya
su anonimato los diferencia de la gran literatura la que (con la excepción, por ejemplo, de
los poemas homéricos) se afirman con fuerza sus autores, por general vinculados a alguna
escuela o a algún mecenas.
La gran noticia, procedente de Dios y anunciada por Jesús, tiene como centro de gravedad
la persona de Cristo, y muy particularmente el misterio de su pasión y de su muerte y
resurrección. Durante más de treinta o de cuarenta años existió el evangelio sin los
evangelios. En este período, la palabra "evangelio" no pertenecía todavía al terreno
literario. Cuando era utilizada nadie pensaba en un o en unos libros llamados así. Hablar
del evangelio era hablar de algo vital y teológico, de algo que no era leído, sino vivido en
la confrontación personal con el misterio de Cristo. Período interesante, que lleva en su
misma entraña la amonestación constante a no hacer del cristianismo una religión del
libro ni a reducirlo a una ideología, por luminosa que ella pudiera ser.
Pablo predicó el evangelio sin haber leído los evangelios. Cuando éstos fueron puestos
por escrito, Pablo había redactado ya todas sus cartas. Pablo no leía los evangelios, sino
que vivía y anunciaba el evangelio. Lo único que él leía eran los libros del A. T. Era la
única Biblia que él tenía. Por eso no podía pasar sin ellos. Le eran tan necesarios como el
abrigo para el invierno: "Procura venir pronto... Cuando vengas, tráeme la capa, que me dejé en
Tróade, así como los libros, sobre todo los pergaminos" (2Tim 4, 13).
La necesidad imperiosa que siente Pablo de aquellos libros, que pide a Timoteo, nacía de
lo que nosotros hemos afirmado ya. Su confrontación personal con Cristo y con su
misterio le exigía colocar aquella gran novedad, que él comenzó a vivir desde el
acontecimiento de Damasco, dentro del plan divino de la salvación. Necesitaba recurrir
al A. T. para entender y profundizar la realidad cristiana.
Una vez establecidas las diferencias entre el evangelio y los evangelios es conveniente
poner de relieve la conexión existente entre ellos. Uno y otros tienen el mismo origen. El
evangelio surgió con la resurrección de Jesús. A partir del momento en el que los primeros
discípulos adquieren la total certeza de que el Crucificado vivía, comienza la
proclamación del evangelio: vosotros le disteis muerte; Dios lo resucitó. Esta fue la
proclamación esencial, el evangelio, el kerigma original. Y este fue también el punto de
partida del nacimiento de los evangelios. Cierto que fueron puestos por escrito muchos
años más tarde. Pero fue la resurrección la que hizo que, con Jesús, resucitase también su
pasado. La resurrección de Jesús resucitó el pasado de Jesús; hizo revivir el recuerdo de
lo que él había dicho y hecho. Paradójicamente, el final de su historia fue el verdadero
comienzo de la misma. Uno y otros tienen la misma finalidad. Tanto el kerigma-
proclamación como los evangelios escritos pretenden llevar a los oyentes y a los lectores,
respectivamente, a la fe en Jesús en cuanto Señor. El apóstol Pablo lo dice así: "Tanto yo
como ellos —los demás apóstoles— esto predicamos y esto habéis creído" (1 Cor 15, 11).
La mejor conexión entre el evangelio y los evangelios fue la que hicieron aquellos
primeros cristianos al completar el nombre de Jesús con el título de Cristo. Así resultó
Jesucristo. Estas dos palabras unidas, Jesús-Cristo, constituyen una de las primeras
fórmulas confesionales del cristianismo de los orígenes. Al unirlas en un solo nombre
quieren decir lo siguiente: Jesús es el Cristo, el portador de la salud, el Mesías anunciado,
la culminación y el cumplimiento último de las promesas, la plenitud de la
esperanza. Jesucristo es, de este modo, el evangelio. Pero este evangelio, esta salud y
realización de la promesas es Jesús de Nazaret. No se trata de algo ahistórico, atemporal
y mítico. Es una figura histórica concreta cuya vida, al menos hasta un cierto límite, puede
ser reconstruida; cuya enseñanza puede también, de algún modo, ser perfilada; cuyas
acciones fueron vistas y fiscalizadas. Jesucristo es, de este modo, los evangelios.
Los evangelios recogen las tradiciones sobre Jesús, sus palabras y hechos, discursos y
discusiones con sus adversarios... Tengamos en cuenta, no obstante, que todo esto
comenzó a hacerse después de la resurrección y gracias a ella. La resurrección de Jesús
resucitó su pasado. Pero no es sólo eso. Ese pasado fue reconstruido desde el presente,
desde la fe en Cristo resucitado. Y este presente, el Cristo resucitado, influyó en la
reconstrucción del pasado. Dicho de otro modo: los discípulos y ministros de la
palabra no se limitaron a repetir el pasado de Jesús, sino que lo actualizaron y lo
interpretaron a la luz de la resurrección. Todo el pasado de Jesús fue visto desde el prisma
de la resurrección; todas las tradiciones anteriores quedaron marcadas con la impronta
del kerigma. Esto es lo que queremos decir y explicar con el título "los evangelios desde
el evangelio": los evangelios fueron escritos desde el evangelio.
c) Queremos decir que la presentación del kerigma lleva consigo una serie de
cuestiones, sin resolver las cuales se hace prácticamente imposible la decisión. No
es suficiente para el oyente de la buena noticia oír que "Cristo murió por nuestros
pecados y resucitó para nuestra ,. justificación" (Rom 4, 25). El encuentro ofrecido
al hombre con lo que llamamos el kerigma cristiano no acalla sus interrogantes
ulteriores. Al contrario. Un acontecimiento de estas dimensiones y
características provoca múltiples interrogantes de forma inevitable. ¿Quién es ese
Cristo muerto y resucitado? ¿Dónde nació y quiénes fueron sus padres? ¿Dónde
vivió y cómo se ganaba la vida? ¿Dónde estudió y qué enseñaba? ¿Cómo encajó en
la sociedad en que vivió y cuál fue la reacción de sus oyentes ante sus enseñanzas?
¿Qué actitud mantuvo ante los puritanos y ante los marginados de la sociedad?
¿Qué pretensiones demostró en su predicación y qué concepto tenía del hombre?
¿Era cerrado o abierto, inmovilista o progresista? Y si era una persona tan
extraordinaria, ¿por qué murió de manera tan ignominiosa y sin que nadie
defendiese su causa? ¿Por qué no se acompañó de personas más importantes que
apoyasen de manera eficaz su movimiento?
5. CRISTALIZACIÓN DE LA FE CRISTIANA
Cuando los evangelios fueron puestos por escrito, el evangelio tenía tras de sí una larga
historia: una historia de, al menos, cuarenta años. En este período se había recordado lo
que Jesús había dicho y hecho, se había interpretado el hecho de Jesús a la luz del A. T.,
se habían deducido las exigencias morales que tal hecho imponía, se habían hecho las
inevitables adaptaciones exigidas por los nuevos partidarios que el cristianismo iba
logrando. Fue un tiempo de tan profunda reflexión y maduración de la fe, que ninguna
época posterior en la historia de la Iglesia se le puede comparar. El esquema siguiente,
con la consiguiente explicación, puede ayudarnos a valorarla:
Jesús (en el origen de la tradición)
evangelio anunciado
Apóstoles-ministros de la palabra
evangelio transmitido
Comunidades cristianas
evangelio vivido
Evangelios
evangelio escrito