El Mundo Al Que Predicamos

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SALVADOR DELLUTRI

EL MUNDO AL QUE PREDICAMOS

UNA EXPOSICION CONCIENZUDA DE LAS DIVERSAS


CORRIENTES FILOSOFICAS ENTRE LAS QUE EL
EVANGELIO ACCIONA

CONTIENE UN ESTUDIO PROGRAMADO POR LA

FACULTAD
LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS
TEOLÓGICOS
"i Todos los caminos conducen a Dios», «El hombre es la medida de
todas las cosas», «Dios ha muerto», «No se puede confiar en la
Biblia», son frases que a diario se escuchan. ¿Cuáles son las
corrientes del pensamiento moderno que conducen a tales
conclusiones? ¿En qué manera podemos como cristianos enfrentar tales
supercherías?
Es imperativo que conozcamos las diversas manifestaciones culturales y
religiosas de aquellos que tratan de opacar al Evangelio de Jesucristo, y
estar «siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y
reverencia ante todo el que os demande razón...» (1 Pedro 3.15).

Salvador Dellutri expone en una manera esclarecedora esas corrientes


opuestas al Evangelio, sus puntos débiles y sus aspectos negativos. Y
destaca a la Palabra de Dios como el factor decisivo del saber humano.

El Autor
Salvador Dellutri es un pastor argentino cuya trayectoria como evangelista
y conferencista es reconocida en toda América. Pastorea la pujante Iglesia
de la Esperanza, en San Miguel, Buenos Aires; y desarrolla una labor
periodística destacada en radio y televisión.
Incansable investigador y autor de libros de estudio, además de novelista,
Dellutri es un fraterno colaborador de esta Facultad Latinoamericana de
Estudios Teológicos.
EL MUNDO

AL QUE

PREDICAMOS

SALVADOR DELLUTRI

FLET
1998 LOGOI, Inc. Miami, Florida Todos los derechos reservados
Contenido
PRÓLOGO .......................................................................................................................... 5
CAPÍTULO I....................................................................................................................... 7
ORÍGENES DE OCCIDENTE; LA HERENCIA HEBREA ..................................................... 7
CAPÍTULO 2 .................................................................................................................... 12
ORÍGENES DE OCCIDENTE: LA HERENCIA GRIEGA ................................................... 12
CAPÍTULO 3 .................................................................................................................... 20
El Hombre De Occidente ....................................................................................... 20
CAPÍTULO 4 .................................................................................................................... 28
RENACIMIENTO HUMANISTA Y LA REFORMA PROTESTANTE...................................... 28
CAPÍTULO 5 .................................................................................................................... 37
CRECIMIENTO DEL HUMANISMO................................................................................... 37
CAPÍTULO 6 .................................................................................................................... 45
El Hombre Del Siglo XX ......................................................................................... 45
CAPÍTULO 7 .................................................................................................................... 53
LOS PROBLEMAS DEL HOMBRE MODERNO .................................................................. 53
CAPÍTULO 8 .................................................................................................................... 60
El Hombre En Busca De Sentido ........................................................................ 60
CAPÍTULO 9 .................................................................................................................... 69
El Mandato Autoritativo ......................................................................................... 69
Apéndice A .................................................................................................................. 76
La Posmodernidad ................................................................................................... 76
Apéndice B .................................................................................................................. 82
Una Perspectiva Más Amplia De La Postmodernidad ................................. 82
PRÓLOGO
Hace casi dos mil años, en un oscuro rincón del Imperio Romano moría
crucificado un reo acusado de sedición Sus seguidores se dispersaron
impotentes ante la decisión de las autoridades judías y romanas de dar fin a
lo que fueron tres años de incesante prédica.
Cincuenta años después, la doctrina del crucificado había trascendido las
estrechas fronteras de su pueblo, y su mensaje se difundía por todo el
imperio arrastrando multitudes. Ni la razón ni la fuerza pudieron contra el
empuje de la nueva fe que terminó por minar el imperio; y se constituyó en
el fundamento de lo que se dio a conocer como «Cultura Occidental y
Cristiana». Ninguna civilización anterior tuvo la dinámica de esta, ni su
respeto por la dignidad humana, la justicia y la libertad.
Hoy esa cultura está en crisis. Este siglo se ha lanzado a un experimento
que nunca antes el hombre intentó. Deslumbrado por las engañosas
lumbreras de una libertad sin límites, el hombre occidental trata de edificar
un mundo sin fe trascendente y sin valores absolutos.
En el horizonte de su historia comienzan a emerger nuevamente, con
distinta indumentaria, los viejos dioses paganos que huyeron en retirada,
vencidos Por el Cristo resucitado. Los ídolos que permanecieron encerrados
en salas de museos parecen volver a cobrar vida. Los antiguos vicios del
paganismo, antes condenados severamente, emergen otra vez y se
defienden como baluartes de una «nueva moral», más flexible, comprensiva
y permisiva que la anterior.
El problema de la culpa comienza a resolverse «científicamente» a través de
modernas «religiones seculares» que confiesan y absuelven a los hombres
en nombre de la modernidad de sus doctrinas. El modelo familiar es
cuestionado y modificado, la dignidad del hombre es continuamente
menoscabada.
Se calcula que 50.000.000 de vidas son segadas anualmente antes de
nacer, la función maternal es considerada inferior y la mujer pide el derecho
a ser como el hombre. La religión es cada vez más relegada a lo formal, al
punto que los hombres recurren a ella como un elemento, folklórico.
Por contraste, avanzan incontenibles el ocultismo, el hinduismo, el
islamismo y todo culto esotérico. La tecnología y el avance científico se
utilizan en forma ambivalente: Destruyendo y defendiendo a la vida en una
contradicción que no resiste el menor análisis racional.
Paralelamente aumentan la angustia y el «sinsentido» de la vida que hacen
brotar todo tipo de adicciones, violencia y desenfreno, consecuencia de un
creciente mercado del desaliento que se agiganta progresivamente.
Occidente está en crisis. Y tras esa crisis individual se ven afectadas las
instituciones —familia, iglesia., gobierno—, que participan del mismo mal.
¿Qué le sucede a nuestra cultura occidental? ¿Qué sucede con nuestra
civilización? ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Cuál será el resultado de este
alocado experimentó?
Para los cristianos las preguntas se multiplican. ¿Cuál es el rol que tenemos
que desempeñar? ¿Cómo comunicar un mensaje de esperanza a una
generación que cierra sus oídos a lo espiritual? ¿Qué responsabilidad le cabe
al cristianismo en esta crisis?
Frente a nosotros está el mundo al que debemos predicar. ¿Cómo hacerlo?
¿Cuáles son los interrogantes de este hombre? ¿Cómo ha forjado esos
interrogantes? ¿Cómo expresa su necesidad? ¿Cuáles son sus preguntas?
Tenemos que detenernos a analizar la crisis de nuestra cultura y entender
cuáles son los interrogantes del hombre moderno para ser eficaces en la
comunicación.
Los cristianos tenemos las respuestas. Necesitamos, embargo, conocer las
preguntas.
CAPÍTULO I

ORÍGENES DE OCCIDENTE; LA HERENCIA HEBREA

Es difícil definir qué es eso que llamamos «Mundo Occidental», y


mucho más lo es determinar su nacimiento. En el devenir del tiempo
las culturas se desarrollan, consolidan y modifican hasta alcanzar su
madurez, y son muchos los factores convergentes que determinan su
crecimiento y expansión.
La nuestra, sin embargo, no sería lo que es si no fuera por el aporte
de dos pueblos de la antigüedad, diferentes y antagónicos, que
constituyen las raíces de nuestra civilización: los hebreos y los
griegos.

La Herencia Hebrea

«Jehová te ha escogido para que seas un pueblo único de entre todos


los pueblos que están sobre la tierra» (Deuteronomio 14.2). Así se
expresaba Dios acerca de su pueblo, y así lo entendieron los hebreos
siempre, en todas las circunstancias: Un pueblo único y especial.

La Concepción Monoteísta

La particularidad de la cultura hebrea parte de su Dios. El Dios de los


hebreos es uno especial, diferente a los dioses que adoraban los otros
pueblos.

I. Es un Dios espiritual
El Dios de los hebreos no puede representarse materialmente. El
mandamiento es claro: «No te fiarás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra» (Éxodo 20.4)
Dios es Espíritu, y esta concepción se opone a la imaginería politeísta
que concibe siempre la morfología divina ligada a las formas de la
naturaleza.

II. Es un Dios con carácter


«Es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y
vuestros pecados» (Josué 24.19). El carácter de Dios es
perfectamente definido. Lejos está de los dioses caprichosos y
arbitrarios del paganismo. El Dios de los hebreos está definido
éticamente, y demanda esa definición a sus seguidores de manera
insistente.
III. Es un Dios que se revela

«Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová


vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra
en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla» (Deuteronomio
6.1)
La ley de Dios no es verbal, es escrita. En ella yace la demanda ética
de Dios, pero incluye también la historia de los orígenes del universo,
y del hombre, su protohistoria. Poco hay para investigar: Todo está
revelado. La ocupación fundamental del hombre es cumplir con las
demandas prescritas en esa ley.
Los hebreos van a ser un pueblo monoteísta en medio del politeísmo,
con un Dios espiritual en medio de pueblos idólatras; con una
revelación rígida, en medio de pueblos con deidades volubles.

La Revelación De Dios

La cultura hebrea se moldea en tomo a la ley de Dios. Esta ley es


revelada, es decir, recibida en forma directa de Dios, por lo tanto es
inmutable y autoritativa.
La ley contiene demandas, promesas y castigos; su estudio será la
labor intelectual por excelencia; todo razonamiento debe ceñirse a
esa Palabra revelada de Dios. La frase «Así dice Jehová» define
cualquier discusión y derriba cualquier argumento. Todos coinciden
en que «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los
insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza» (Proverbios 1.7).
Esta ley perfecta, monolítica e inconmovible no solo tiene demandas:
también responde a los cuestionamientos más profundos del alma,
humana. El origen del hombre y del universo, el sentido y
trascendencia de la vida, la organización religiosa y la esperanza
espiritual acompañan en esta revelación a las demandas éticas.
Israel encuentra su razón de ser en las promesas dadas a Abraham,
pero se consolida como nación en torno a la ley dada por Moisés.
Durante siglos, la labor de sus sabios sería estudiar e interpretar esa
ley; la de sus caudillos y reyes ejecutarla.; y la de sus profetas
reclamar fidelidad en nombre de Dios y emitir juicios por las
desviaciones.
Lejos de constituir un conjunto de principios filosóficos, la ley de Dios
está directamente ligada a la realidad concreta de la tierra.
Los mandamientos de Dios eran para ser ejecutados en un lugar
geográfico determinado: La tierra de Israel. Esa tierra era el galardón
que Dios bendecía en los momentos de fidelidad, y asolaba en los
tiempos de apostasía. Las calamidades eran progresivas y podían
llegar hasta el destierro y la esclavitud, empero el arrepentimiento
sería correspondido por Dios con la bendición y el retorno a la
prosperidad.
Linealidad De La Historia

A todo esto se añadía la esperanza mesiánica. El advenimiento del


Mesías seria el clímax de la historia. Esta esperanza se les concede
tempranamente y se desarrolla en el tiempo, lo que les hace tener un
sentido de linealidad histórica que contrasta con las demás
concepciones.
Para el hebreo la historia se dirige a un punto definido, el hombre
está puesto en el tiempo y los sucesos progresan según los planes de
Dios hacia la manifestación final del Enviado. No ven la historia como
caótica, dialéctica o cíclica. Todo tiene un sentido y progresa hacia un
punto final donde converge la esperanza: El Mesías prometido.
Mientras la ley une a los hebreos en torno a los principios de Dios, la
esperanza mesiánica dinamiza su cultura en el tiempo y la entronca
finalmente con la eternidad. En medio de los avatares de su
existencia, la nación renace una y otra vez de sus cenizas encarnando
la expresión de Job: «Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se
levantará sobre el polvo» (Job 19.25).
La profecía fundacional será para los hebreos la que le expresó Jacob
a su hijo Judá: «No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de
entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los
pueblos» (Génesis 49. 1 0). «Siloh», palabra de oscuro origen hace
que la Septuaginta traduzca «hasta que venga la herencia plena de
Judá», pero el Targum, los escritos de Qumran y el Documento de
Damasco interpretan en forma literal como una referencia al Mesías.
El tema del Mesías va a ser ampliamente desarrollado con
posterioridad en diversas profecías, pero todas concuerdan con la
mencionada: «No será quitado el cetro», «hasta que venga», «a él se
congregarán». Ellas señalan eventos históricos futuros hacia los
cuales deviene la historia gobernada por Dios.
El profesor Etan Levine dice al respecto: «Se puede afirmar que el
Mesías fue clave en el pensamiento judío antiguo, aun cuando no se
tuvo de El una concepción unitaria. La concepción común y
predominante en el pueblo fue la de un Mesías rey, de la familia de
David, que debía darle a Israel la victoria definitiva sobre las
naciones, y establecer el reinado de la justicia, la verdad y la paz.
El Mesías era esperado en la historia, no era una esperanza para el
más allá, y esto consolidó la percepción lineal de la historia entre los
hebreos.

El Hombre, Creación De Dios

La antropología hebrea estaba como dijimos incluida en la revelación.


El origen del hombre se describe en los primeros capítulos del
Génesis. Allí aparece diferenciado de Dios, es «otra» persona, pero
fue creado a imagen y semejanza de Dios. Los propósitos del Creador
con la primera pareja humana tienen su respuesta. El hombre no es
un «ser en busca de sentido»: Su origen, sentido y esperanza están
claramente descritos.
Esto no impidió que al desarrollarse la cultura se plantearan
problemas existenciales. Job, el patriarca sufriente, pregunta: «¿ Qué
es el hombre para que lo engrandezcas, y pongas sobre él tu
corazón, y lo visites todas las mañanas?» (Job 7.17). Su profundo
sufrimiento lo llevaba al interrogante.
David también, frente a la inmensidad del cosmos, repite la pregunta:
« ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del
hombre para que lo visites?» (Salmos 8.4). Y vuelve a interrogarse
frente a la singularidad de su destino, que no alcanza a comprender:
«Oh Jehová, ¿qué es el hombre para que en él pienses, o el hijo de
hombre para que lo estimes?» (Salmos 144.3).
Pero la pregunta de Job y David, común a toda la raza en situaciones
críticas, no la expresan con la desesperación del existencialista ante
la nada, sino que la presentan delante del Hacedor. Ambos tienen un
interlocutor, más allá de ellos, que posee todas las respuestas. Si no
alcanzan a percibirla, no caerán en el «vacío existencial» o en «el
sinsentido de la vida», sino en una fe esperanzada puesta en quien
los ha creado y maneja todos los hilos de sus vidas.

El Problema Del Pecado Y La Culpa

Los hebreos tenían dentro de la revelación un nutrido conjunto de


leyes rituales. Si bien Jehová Dios era exigente en cuanto a la
conducta moral de su pueblo, tenía previsto el remedio para el
problema de la culpa y el pecado.
Dios, en el ritual, se presentaba como el Ser Santo, separado,
inaccesible a causa del pecado del hombre. Pero los animales
designados, víctimas inocentes, eran colocados en el altar por el
culpable, que ponía las manos sobre la víctima y presenciaba su
sacrificio, como acto expiatorio.
Los sacrificios humanos no entraban en el ritual. El principio de la
sustitución y el perdón de Dios por intermediación de la sangre
inocente era el camino a la paz interior
Todo se estableció de una manera minuciosa, y el hombre —cuya
conciencia le acusaba de pecado—, tenía un camino claro y definido
para reiniciar su comunión con Dios y recuperar así el equilibrio
espiritual.
Los hebreos, sin embargo, comprendían que Dios buscaba un corazón
auténticamente arrepentido: «Los sacrificios de Dios son el espíritu
quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciareis tú, oh
Dios» (Salmos 51.17).
CONCLUSIÓN

La nación hebrea se fundó sobre estos principios, sosteniendo su


condición de «pueblo elegido» en su acepción más estricta, sin
entender lo amplio de la promesa a Abraham: «Y serán benditas en ti
todas las familias de la tierra» (Génesis 12.3).
El cristianismo, nacido dentro del judaísmo, al proclamar a Jesús
como el Hijo de Dios —el Mesías prometido—, y al predicarlo a «todas
las naciones» penetra al mundo pagano, y pone en los cimientos de
nuestra cultura estos conceptos que serán vitales para el mundo
occidental.
CAPÍTULO 2

ORÍGENES DE OCCIDENTE: LA HERENCIA GRIEGA


El desarrollo de la civilización griega es totalmente distinto al de la
hebrea. Su historia tiene un dinamismo desconocido hasta entonces;
es imposible entender la cultura occidental sin tener en cuenta los
aportes de esta original civilización.
Los griegos se autodenominaban «helenos»; el título de «griegos»
fue acuñado por los romanos. Los rasgos elementales de la
mentalidad helena pueden resumirse en tres palabras: Humanismo,
individualismo y racionalismo.

El Humanismo Griego

Los griegos eran politeístas. Totalmente alejados de la concepción


religiosa hebrea; sus dioses eran profundamente humanos: Tenían
los defectos y virtudes de todos los hombres, eran el reflejo de ellos
mismos.
Estos dioses no moraban en el cielo, sino mucho más cerca: En el
vecino monte Olimpo. Esta cercanía les permitía mezclarse con los
hombres y hasta podían procrear con ellos. De la unión entre los
dioses y los hombres nacían los «héroes».
Zeus, por ejemplo, era el padre y la autoridad suprema de todos los
dioses, pero ello no impedía que se hiciera pasar por humano,
reemplazando a algún marido ausente y engendrando un «héroe»,
como en el caso de Hércules, engañando vilmente a la princesa
Alcmena.
Esta concepción religiosa era muy cómoda: No tenía exigencias
morales. Sus dioses eran pervertidos, inmorales, caprichosos. Es
más, sirven para inspirar grandes obras artísticas ya que son un
compendio de la naturaleza humana. Pero tenían un gran
inconveniente: No podían responder a los grandes interrogantes del
alma, dejaban a sus seguidores éticamente huérfanos, librados a sus
propias pasiones.
Estos dioses de factura humana, no obstante, destacaban la
confianza absoluta que tenían en el hombre y sus posibilidades.
A través de su religión se gestaba en el pensamiento griego, lo que
tan acertadamente iba a sintetizar Protagorás: «El hombre es la
medida de todas las cosas».
Esta orfandad frente a los grandes interrogantes sería un factor
desencadenante de su filosofía.

El Individualismo Griego
La sociedad griega no fue homogénea: Jamás se unieron para formar
un imperio, ni aceptaron una dinastía reinante, ni tenían castas
sacerdotales.
Atomizados en diversas ciudades, cada heleno trataba de sobresalir
en su campo de acción: los atletas, los soldados, los artesanos, los
artistas, etc., trataban de ser los mejores en su disciplina,
esforzándose por superarse y sobrepasar a los demás.
Este individualismo hizo que dentro de la misma cultura pudieran
coexistir formas tan opuestas de vida como la de Esparta y Atenas.
El énfasis en lo individual por encima de lo colectivo hizo la gran
diferencia con otras culturas orientales. La civilización china, con una
vasta extensión territorial que no puede compararse con la reducida
geografía de los griegos, consiguió consolidar una homogeneidad que
estos no podían ni imaginarse.

El Racionalismo Griego

La carencia de respuestas profundas y satisfactorias expuesta a


través de los mitos en lo referente al origen y funcionamiento del
universo, así como también la falta de una ética precisa, a la manera
de la ética revelada de los hebreos, llevó a los griegos a lanzarse a la
gran aventura de la investigación.
El universo se presentó ante sus ojos como susceptible de ser
investigado y comprendido. Los mitos acerca del origen y la marcha
del universo no resistían el menor análisis. Comenzaron entonces a
ver la naturaleza con ojos científicos y a preguntarse acerca de las
cosas prescindiendo de todo lo que no fuera racional.
Nacen así los «filósofos» o «amantes de la sabiduría» que
reflexionaban acerca del universo y la vida. Por supuesto que no
fueron los primeros en hacerlo, el hombre siempre tuvo esas
inquietudes. El rasgo característico de los griegos es que lo hicieron
en forma racional y sistemática.
Los griegos pasaron de la reflexión mítica, donde las fuerzas de la
naturaleza están personificadas en dioses, a la reflexión filosófica,
donde el pensamiento trata de penetrar racionalmente en el universo.
Por último, la reflexión pasa del universo al hombre, tratando de
investigar racionalmente acerca de los valores.
Estas tres características: humanismo, individualismo y racionalismo,
caracterizan a la cultura griega y van influir en forma decisiva en la
cultura occidental.
Habiendo resumido las características de la mentalidad griega,
analicemos el desarrollo de su pensamiento. Para ello dividiremos su
historia en tres períodos: mítico, jónico o presocrático, ático o
socrático.

Período Mítico
En el año 2000 antes de nuestra era, floreció en las islas del Mar
Egeo una brillante civilización, cuyo centro fue Creta y que servía
como puente entre las culturas del cercano oriente y Europa.
En 1400 a.C. los «aqueos», pueblos de la Grecia continental,
invadieron Creta y pusieron fin a esa civilización. Como casi siempre
ocurre, los conquistadores asimilaron una gran parte de la cultura
conquistada. Surgía así la nueva civilización griega.
Ruskin dijo: «Las grandes naciones escriben su autobiografía en tres
manuscritos: el libro de sus hechos, el libro de sus palabras y el libro
de su arte. No se puede entender ninguno de esos libros sin leer los
otros dos, pero de los tres el único fidedigno es el último».
Homero el legendario poeta griego, deja testimonio en la Ilíada y la
Odisea acerca del pensamiento en esa época. La lectura de estas
obras nos revela la concepción de la vida que tenían los griegos.
Como señalamos antes, sus dioses eran profundamente humanos,
incapaces de satisfacer las necesidades intrínsecas del alma. Pero
servían a los griegos para descargar en ellos toda responsabilidad, y
eludir él problema de la culpa personal.

Analicemos algunos párrafos de la Ilíada

En la Rapsodia II, París es acusado de raptar a Helena y causar la


guerra de Troya. Rápidamente se defiende y dice: «No me reproches
las amables gracias que me otorgó Afrodita de oro. Jamás debemos
desdeñar los gloriosos dones de los dioses, pues nos los reparten a su
gusto y no podemos elegirlos».
París no asume ningún tipo de responsabilidad, al contrario, Afrodita,
la diosa del amor, le sirve como excusa.
Los griegos utilizaban a sus dioses como la causa externa que
originaba el mal. La etimología de la palabra «excusa» es «causa
afuera». Ellos colocaban la causa fuera de sí mismos.
Agamenón se justifica en la Rapsodia XIX y dice: «A menudo los
acaenios me acusaron, aunque no causé sus males, ya que Zeus,
Moira y Erinnis —errantes en las tinieblas—, llenaron de furor mi alma
en el ágora. ¿Qué podía yo hacer? Todo lo ejecutó una diosa,
venerable hija de Zeus, la fatal Ate, que separa a los hombres».
La causa del obrar reprochable de Agamenón se encuentra en Zeus,
el dios supremo; Moira, nombre genérico de tres divinidades que
hilaban, devanaban y cortaban el hilo de la vida del hombre; y
Erinnis, la divinidad infernal que ejecutaba las órdenes de los dioses.
Ni siquiera asumían la responsabilidad de su propia cobardía. Héctor,
acusado de haber retrocedido de miedo ante Ayax, se justifica en la
Rapsodia XVII afirmando: «Nunca me asustaron ni el ruido de los
carros, ni el estruendo de las refriegas; pero el espíritu tempestuoso
de Zeus acobarda fácilmente al bravo y arrebata la victoria».
En la Odisea volvemos a encontrar el mismo planteamiento. En la
Rapsodia XI, uno de los personajes se exculpa: «Dañáronme la "mala
voluntad" de algún Dios y el exceso de vino».
Notemos el orden en que se coloca la embriaguez, luego de la «mala
voluntad» de las deidades, que quedan como causa original.
En la misma rapsodia, Tiresias le comunica a Odiseo que un dios le
guardaba rencor, irritado porque le había cegado un hijo. Odiseo le
responde: «Esas cosas las decretaron sin duda los propios dioses».
El destino del hombre parece estar ligado al capricho de los dioses, o
a la fatalidad. Los dioses instalan en el corazón de los humanos la
pasión (griego phatos, de donde deriva nuestra palabra «patología»,
enfermedad).
El hombre es poseído por un dios maligno, el «daimon», de donde
deriva la palabra «demonio», que termina por producir un crimen
objetivo, del cual la persona no es responsable. Todo pecado es
involuntario, por lo tanto no hay responsabilidad ni culpa, tal como la
concebimos hoy.
Surgen naturalmente algunas preguntas: ¿Habían los griegos logrado
cauterizar hasta tal grado su conciencia? ¿No tenían noción de culpa
personal?
De ninguna manera. En la Rapsodia I de la Odisea, los dioses se
quejan: « ¡Oh dioses! ¡De qué modo culpan los mortales a los
númenes! Dicen que todos los males les vienen de nosotros y son
ellos quienes se atraen con sus locuras infortunios no decretados por
el destino».
Paralelamente al inflexible fatalismo aparece la relación de los males
y la culpa. La idea de hombres responsables, productores de sus
propios males, culpables, se opone a la visión fatalista. Esto nos lleva
a pensar que la voluntad voluble e inflexible de los dioses son
«delantales de hojas de higuera» con que los griegos cubren sus
propias faltas y tratan de acallar sus conciencias culpables.
En Niove, una de las tragedias de Esquilo —de la que conservamos
únicamente algunos fragmentos—, puede estar la clave del problema.
En uno de sus párrafos dice: «Dios engendra en los mortales la culpa,
cuando quiere destruir totalmente a una familia».
Los elementos expiatorios que presentaba el paganismo no
alcanzaban para acallar la conciencia. Era necesaria una religión que,
ya que no tenía esos elementos, por lo menos pudiera servir de
«excusa».
Las diferencias con la cultura hebrea son muy profundas. La ética
revelada y el sistema simbólico de expiación previsto por la ley
mosaica les permitía asumir la verdad de la condición humana.
Los griegos, con dioses de elaboración humana, proyección de sí
mismos, vivían alienados de su propia realidad, insatisfechos
espiritualmente.
A medida que la cultura griega avanza, la mitología va evidenciando
sus carencias. Los griegos deben empezar a buscar otros rumbos.
Comienzan entonces a desarrollar su racionalismo.

Período Jónico O Presocrático

A la filosofía que se gesta antes de Sócrates se la denomina jónica.


Los filósofos vivían en Mileto, Éfeso, Samos, en el sur de la península
itálica, y en la isla de Sicilia.
Ellos se ocuparon del universo, y crearon conceptos que aun hoy
utilizamos: elemento, materia, forma, espíritu, átomo, etc.
El tema fundamental de reflexión era el Arkhé o principio de todas las
cosas. Pero no se referían al principio temporal no intentaban
contestar quién hizo el universo, sino de qué estaba hecho. Buscaban
el origen esencial.
La pregunta era: ¿Qué son, en su verdadero y más íntimo ser, las
cosas que nos rodean que presentan un aspecto tan variado?
Sospechaban que lo que veían era la apariencia, la corteza de las
cosas, pero tenían que contar con una esencia común. Distinguían lo
que perciben los sentidos del verdadero ser de las cosas.
Pensaban que cada cosa era algo individual en lo exterior, pero que
en lo esencial eran iguales. La esencia era lo permanente y lo exterior
lo casual y transitorio.
Tales de Mileto (624-546 a.C). Sostenía que todo lo existente había
surgido de una materia prima que era el agua, el estado de humedad.
Anaximandro de Mileto (610-545 a.C.). Hablaba de una sustancia
universal indefinida a la que llamaba Apeirón (infinito o
indeterminado).
El apeirón era de origen material, como el agua o el aire, pero
también era ilimitado e infinito, Aristóteles dirá que el apeirón es
«como lo inmortal, lo incorruptible y divino, que todo lo abarca y todo
lo dirige».
Para Anaxímenes de Mileto (585-525 a.C.), la sustancia era el aire,
de donde surge todo por condensación o dilatación: «El aire
enrarecido se torna fuego condensado, viento; después, nubes;
luego, aún más condensado, agua, tierra y piedra, y de ahí todo lo
demás». Por «rarefacción» del aire surgía el alma,
Pero fue Heráclito de Éfeso (544-484 a.C.) quien dio un paso
importante cuando señaló que el principio fundamental era el devenir.
Se preguntaba por qué si las cosas varían constantemente no
degeneran, se corrompen y desaparecen [y afirmaba: «No nos
bañamos dos veces en el mismo río»). El problema del tiempo
aparece con Heráclito.
El filósofo de Éfeso escribe: «El mundo no lo ha creado ningún dios ni
ningún hombre, sino que siempre fue y siempre será un fuego
eternamente vivo, que con medida se aviva, y con medida se
extingue».
Esta medida hace que el devenir no sea anárquico, la medida domina
y da sentido. A la ley del devenir cósmico, que se enciende y apaga
con medida, la llamó Logos.
El Logos es la razón universal, la ley eterna que rige ordenadamente
el proceso de todas las cosas.
Heráclito se aventura aún más y habla del Logos como la ley de las
costumbres, la ley moral para el hombre y la sociedad. Termina
afirmando: «Todas las leyes se nutren de la divina».
Es notable que seis siglos después, en la misma ciudad de Éfeso, el
apóstol Juan escribiera su evangelio y comenzara con estas palabras:
«En el principio era el Logos» (en español «Verbo»). Pero la
diferencia es notable: El Logos de Juan tiene lo que no logra
encontrarle Heráclito: Nombre, personalidad y carácter.
Demócrito de Abdera (siglo V a.C.) va a hacer un aporte
importante a la ciencia cuando defina el principio de las cosas
llamándolo «átomo», que describe como «corpúsculos indivisibles,
todos de la misma cualidad, aunque diferentes en su magnitud y
formas».
Pero es Anaxágoras de Clazomene (500-420 a.C.) quién llegará al
límite en la investigación cuando introduce el concepto de Nous o
Espíritu, que define como la fuerza externa que dirige todo.
Anaxágoras concibe al Nous como divino, infinito, autónomo,
omnipotente, omnisciente, y omnipresente que pone orden y finalidad
a todas las cosas.
El razonamiento de los filósofos presocráticos había llegado a su
límite. Tras las definiciones de Heráclito y Anaxágoras aparecía la
idea de un Dios único, todopoderoso, que daba sentido al universo.
Llegaron hasta donde puede arribar el pensamiento autónomo,
abrieron los grandes interrogantes, especularon hasta las últimas
consecuencias. Comenzaron una investigación y no llegaron a la
conclusión final, pero se atrevieron a preguntarle al universo. La
respuesta tendría que venir de arriba.

Período O Filosofía Ática O Socrática

Con Sócrates (470-399 a.C.) asume la dirección filosófica el Ática o


la metrópoli, es decir Atenas. Comienza el período más brillante de la
filosofía griega que estará jalonado por tres nombres: Sócrates,
Platón y Aristóteles.
Sócrates no deja ningún testimonio escrito, todo lo que sabemos de
él se lo debemos a su discípulo Platón.
Sócrates no analizaba el universo, no le interesaban las
especulaciones de los filósofos anteriores. Enfoca la filosofía hacia el
hombre. Pasa de las preguntas acerca de la naturaleza a los
interrogantes respecto a cómo debernos vivir.
Adoptó la frase «Conócete a ti mismo» con la que se publicitaba el
oráculo de Delfos, para convenirla en el lema de su filosofía, que era
un examen incesante de su persona y de los demás, reconociéndose
ignorante, y buscando los valores morales.
Sin revelación divina, la búsqueda de los valores debía hacerse por un
proceso analítico al que llamó mayéutica (obstetricia), consistente en
reiteradas interrogaciones que llevarán a una reflexión más profunda
y al descubrimiento de los universales o eido (idea. representación,
imagen. De allí toma el nombre el vocablo «idealismo»).
Platón plantea claramente cómo era el método socrático. Sócrates,
por ejemplo, preguntaba: « ¿Qué es la virtud?» Las respuestas eran
diversas. Algunos respondían: «Cuando un gobernante sabe mandar,
hacer bien a los buenos, y mal a los enemigos; cuando es reflexivo,
prudente, valiente, es virtuoso.»
Sócrates replicaba: «Esos son ejemplos de virtud, pero en todos ellos
late lo esencial, una forma común». Y trataba de encontrar esa forma
que era el universal.
Platón (427-347 a.C.) su discípulo, perteneciente a la aristocracia
ateniense, comienza donde termina Sócrates. Define a los valores
como absolutos, intangibles, inmutables, eternos. En la realidad los
ve desfigurados, errados, desviados, pero entiende que tienen una
misma esencia. Por eso Platón habla de una esfera de entidades
ideales: Allí están el bien, la justicia, el hombre, la belleza, etc., todos
perfectos. Los hombres aspiramos a alcanzarlos.
Tuvo que explicar, entonces, de dónde se originaba nuestro
conocimiento de esos valores ideales que tanto nos esforzábamos,
por alcanzar. Explica luego que en una existencia anterior habíamos
visto estas entidades o ideas en los dioses y que ahora teníamos la
reminiscencia de ellas.
El famoso mito de las cavernas, que desarrolla en La República ilustra
su filosofía: Los hombres son como prisioneros amarrados frente a la
pared de una caverna, no pueden volver la cabeza porque están
encadenados. Detrás de ellos van pasando todos los objetos. No
pueden verlos, pero observan las sombras que producen en la pared
que tienen en frente. Un gran fuego a sus espaldas proyecta esas
sombras. Los prisioneros creen que la realidad es la sombra que
tienen delante. Pero la realidad es inalcanzable, está detrás de ellos.
Si pudieran volverse verían la verdadera realidad.
Para Platón el hombre ve solo imágenes deformadas e incompletas de
la realidad, y tiene que decidirse a mirar, buscar la verdad, penetrar
en el mundo de las ideas, contemplar los arquetipos.

La conclusión es la siguiente:
«En los últimos límites del mundo inteligible yace la idea del bien, que
se percibe con dificultad, pero no podemos llegar a percibirlo sin
arribar a la conclusión de que es la causa universal de cuanto existe
de recto y bueno; que en el mundo visible crea la luz y el astro que la
dispensa; que en el mundo inteligible, engendra y procura la verdad y
la inteligencia; y que, por lo tanto, debemos tener fijos los ojos en
ella para conducirnos sabiamente, tanto en la vida privada como en la
pública» (La República, Libro VII).
Platón ha partido de la idea y llega a intuir una presencia perfecta,
más allá de todas las cosas visibles. Es notable que en ocasiones
habla con el lenguaje politeísta, popular en su tiempo, pero en otras
ocasiones se refiera a Dios como si fuera único.

CONCLUSIÓN

Los griegos habían comenzado un proceso intelectual de


descubrimientos morales. Partieron negando la culpa personal y la
responsabilidad, pero iniciaron un camino guiados por la única
revelación que tenían a su alcance: Las cosas creadas. En este
camino de búsqueda llegaron a los linderos del conocimiento
autónomo. «Verdad, virtud, bien, bondad», fueron palabras
incorporadas a su vocabulario. Pero no pudieron concretarlas en su
realidad cotidiana.
Nos legaron una herencia importante, aunque defectuosa. Algo
faltaba.
CAPÍTULO 3

El Hombre De Occidente

La civilización occidental reconoce la doble herencia de las culturas


griega y hebrea. La comparación de esas culturas demuestra que son
muy pocas las cosas que tienen en común.
Su concepción del hombre, la historia, la religión, la ética no solo son
diferentes, son antagónicas.

La Diferencia Fundamental

El origen de esta diferencia yace en la misma base sobre la que se


desarrollan estas culturas: Mientras los hebreos fundamentan su
pensamiento y su vida en la revelación escrita de Dios, indiscutible,
permanente y perfecta; los griegos van a la deriva de sus
razonamientos.
Son dos formas de pensar diferentes: El hebreo razona, pero siempre
con un punto de referencia permanente: La ley escrita. Ella es el
patrón, la vara de medir, con que evalúa su propio razonar.
En el principio de su libro, luego de la creación, se habla de la caída
del hombre. Esa caída lo afecta en todos los niveles, y sabe que aun
su pensamiento y consecuentemente todos sus razonamientos son
afectados por el pecado.
La única forma de evitar el error es sujetando el pensamiento al Libro
de Dios, donde está la verdad. Toda su vida, por lo tanto, estará
referida a esa revelación de Dios: La Biblia.
El griego, huérfano de revelación escrita, no tiene patrón para su
razonamiento. Su pensamiento es totalmente autónomo. Esa
autonomía está regida por la lógica.
Es por eso que con Aristóteles (384-322 a.C.) la lógica se
transforma en ciencia. A sus escritos lógicos los llamó Organon que
significa «instrumento», y los tituló así porque consideraba a la lógica
como el medio apropiado para alcanzar la verdad.
Por lo tanto, desprendidos de toda norma externa, sujetos solo a los
mecanismos de su razonamiento, los griegos se lanzaron a esa
búsqueda de la verdad.
No es que con su racionalismo se hayan desprendido de toda
religiosidad, Platón escribe sobre la piedad y Aristóteles sobre la
oración, pero el Dios que llega a concebir Aristóteles no es más que el
motor de la creación.
El problema se suscita con los planteos éticos. Para los hebreos la
ética es sólida: Está claramente establecida en la «Ley Revelada».
Los Diez Mandamientos no dejan lugar a dudas.
Pero la ética de Aristóteles no deja de ser endeble. Ante la pregunta:
¿Cuándo es bueno el hombre? Aristóteles responde: «Cuando procede
como hombre inteligente, como lo exige la recta razón. Esta se halla
presente siempre que nuestro proceder es "bello", el cual es bello
cuando observa el justo medio entre lo demasiado y lo demasiado
poco».
¿Cómo pueden estas dos culturas encontrarse en la historia? ¿Cómo
pueden llegar a ser el fundamento del mundo occidental? Falta la
acción renovadora y purificadera del cristianismo.

El Advenimiento De Cristo

«Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo,


nacido de mujer y nacido bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
adopción de hijos» (Gálatas 4.4).
Muchas son las interpretaciones que se han dado a la frase «cuando
vino el cumplimiento del tiempo» y todas son válidas.
Era «el tiempo» porque el Imperio Romano al extenderse convierte a
gran parte del mundo antiguo en una «aldea global», que permite el
desplazamiento de los hombres de un pueblo hacia otro, facilita las
vías de comunicación, unifica la lengua, establece un orden común,
etc.
Era «el tiempo» porque los relojes proféticos de Dios apuntaban a ese
momento, y la hora señalada estaba establecida en la antigüedad.
Pero también era «el tiempo» porque se habían abierto todos los
interrogantes sobre el universo, la ética, la culpa, etc., el hombre
había llegado al borde de su universo y necesitaba una respuesta que
ya no podían encontrar los griegos en sus razonamientos ni los
hebreos en su religión organizada.
Por eso no es necesario que el escenario del advenimiento de
Jesucristo sea Roma o Atenas, para que alcance difusión. Basta con
que comience su ministerio en la última provincia, Galilea, del último
rincón del imperio, Israel. El mensaje se difundirá como reguero de
pólvora por los caminos imperiales.
Pero los caminos romanos no van a ser más que instrumentos,
canales, medios. El Evangelio de Jesucristo va a correr porque en
todos lados se ha generado la avidez por recibir una respuesta
espiritual profunda.
En Galilea, con galileos, Jesucristo comienza su ministerio. Cuando lo
culmine 120 galileos son los encargados de transmitir el mensaje por
primera vez. Y el Espíritu Santo desciende sobre la tierra seca de los
corazones, ávidos, necesitados, sedientos del mensaje de vida.

Crítica A La Cultura Hebrea


Todo el ministerio de Jesucristo está jalonado por una constante
crítica a la religiosidad exterior impuesta por el poder religioso.
Fariseos y saduceos fueron fuertemente censurados en reiteradas
ocasiones.
Ya Juan el Bautista, como precursor, comenzó a censurarlos con
dureza:
«Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su
bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os ha enseñado
a huir de la ira venidera?» (Mateo 3.7).
Y posteriormente el Señor Jesucristo no ahorró calificativos al
ponerlos en evidencia:
« ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!»
« ¡Ay de vosotros guías ciegos!»
« ¡Insensatos y ciegos!»
« ¡Necios y ciegos!»
« ¡Guías ciegos!»
« ¡Serpientes, generación de víboras!» (Mateo 23).
Respetuoso de la Ley de Moisés, y sujeto a ella, Jesucristo censuraba
la superficialidad religiosa que había convertido el cumplimiento del
más grande de los códigos éticos en un conjunto de preceptos
ceremoniales y rituales, y la moral en simple formalismo religioso.
«No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas, no he
venido para abrogar, sino para cumplir», clamaba Jesús en el Sermón
del Monte (Mateo 5.17). Rescataba así las bases divinas de la cultura
hebrea, pero la purificaba de toda la perversión que la decadencia
religiosa le introdujo.
No menos cáustico es al censurar a los saduceos. Aunque los fariseos
ponían el énfasis en los ritos y las ceremonias, se habían constituido
en un partido materialista que negaba importantes realidades
espirituales (Hechos 23.8).
Los acusaba de error e ignorancia: «Entonces respondiendo Jesús les
dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios» (Mateo
22.29).
Todas esas críticas evidenciaban que el hombre religioso hebreo,
máximo exponente de esa cultura, había degenerado, convirtiéndose
en un factor corrupto y corruptor. Así lo señaló el Señor
comparándolos con sepulcros:
«Sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la
verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de
huesos de muertos y de toda inmundicia» (Mateo 23.27).
«Sois corno sepulcros que no se, ven, y los hombres que andan
encima no lo saben» (Lucas 11.44).
En la primera comparación señala su corrupción, la que ocultan bajo
la fachada de santidad. Una descripción acabada de su hipocresía.
En la segunda, muestra el efecto corruptor. Son «sepulcros que no se
ven». Pisar un sepulcro era contaminante para el judío, y Jesús
compara el contacto con el fariseo como una forma inconsciente de
contaminarse.
El apóstol Pablo, al escribir a los romanos, formula un análisis crítico
del judaísmo, denunciando que la enseñanza no concordaba con las
acciones y señalando los resultados nefastos que eso tenía no solo en
ellos, sino también en quienes entraban en contacto con la cultura
hebrea:
«Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que
predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha
de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes
sacrilegio? Tú que te jactas de la lev, ¿con infracción de la ley
deshonras a Dios?
Porque como esta escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los
gentiles por causa de vosotros» (Romanos 2.21-24).
La hipocresía desbordante se evidenciaba aun en quienes no
compartían la fe de los judíos y rechazaban no solo a los religiosos,
sino también a su Dios.

Crítica A La Cultura Griega

«Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria de


Dios, incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible,
de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (Romanos 1.22-23). Con esta
apretada síntesis el apóstol Pablo define la situación espiritual de la
cultura griega.
El razonamiento caído dio tristes resultados. Los que comenzaron
buscando la verdad y la virtud, terminaron practicando la corrupción
y la mentira. Pero es más, la justificaban con sus razonamientos.
Sutilmente muestra la degradación a través de la sustitución
paulatina de sus modelos. Había comenzando entronizando al
hombre, «medida de todas las cosas», pero lentamente lo fueron
rebajando hacia la escala zoológica, degradándolo cada vez más,
quitándole vuelo, y transformándolo por último en un reptil
El pecado fundamental no fue que razonaran, sino que ejercitaran un
pensamiento autónomo, ignorando deliberadamente la autoridad de
Dios, que se mostró a ellos a través de la creación, investigada por
los presocráticos, pero que no había sido objeto de temor ni
reverencia: «Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a
Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido» (Romanos
1.21).
Los griegos, amantes de la belleza física, no titubearon en practicar
toda desviación sexual, justificándola con sus razonamientos. El
apóstol se expresa con mucha claridad sobre el tema de la
homosexualidad (Romanos 1.26-27). Pero este es solo un aspecto.
La corrupción terminó afectando a toda su cultura:
«Estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad,
avaricia, maldad; llenos de homicidios, envidias, contiendas, engaños
y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios,
injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a
los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin
misericordia» (Romanos 1.29-31).
Todo esto es consecuencia de una acción directa de Dios, que «los
entregó a una mente reprobada para hacer cosas que no convienen»
(Romanos 1.28). Los griegos alteraron su conciencia moral, y Dios
«los entregó», es decir los dejó obrar según sus perversos deseos y
se transformaron en corruptos y corruptores.

El Nuevo Hombre

Las dos culturas fueron puestas bajo el lente escrutador de Dios, y se


evidenciaron sus males. Sin embargo, el propósito redentor se
manifiesta dentro de la menos relevante en la época, la cultura
hebrea, y rápidamente se extiende por todo el mundo grecorromano.
La acción del cristianismo va a transformar la vida de los hombres por
el poder del Espíritu Santo, pero también va a cambiar la fisonomía
de toda una cultura. En términos paulinos, la obra de Jesucristo «de
ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de
separación aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de
los dos un solo y nuevo hombre...» (Efesios 2.14-15).
La pared que separaba en el Templo de Jerusalén a gentiles y judíos
era todo un símbolo de la división de las dos culturas. La cultura
hebrea encerrada en sí misma, rodeada de un fuerte muro,
impenetrable. Dentro de los muros, la ley de Dios. Afuera, los
gentiles, los herederos de la cultura vagando según sus propios
principios. Y la acción de Jesucristo destruyendo la pared intermedia
de separación, atomizándola.
Pero no es la fusión de dos culturas, sino tomar los dos hombres, con
sus características, y unirlos a Jesucristo, para que pudiese crearse
en él un nuevo hombre.
En este nuevo hombre está el arquetipo de lo que tendría que ser el
hombre occidental. Tanto la cultura hebrea como la griega hacen
aportes positivos, pero se necesita el «nuevo nacimiento» espiritual,
que no desprende al hombre de su cultura, sino que lo purifica de
todo lo pecaminoso y corrupto.

El Hombre Occidental

Como en todo proceso es difícil determinar un punto en el que se


sitúe el cambio. Por eso vamos a poner dos ejemplos.
¿Cuándo comienza a verse la semilla de lo que va a ser el hombre
occidental?
Volvamos a Sócrates. Culmina la primera fase de un proceso, y
comienza otra. El hombre se vuelve sobre sí mismo, deja de indagar
en el universo y comienza a bucear en su interioridad.
«Conócete a ti misino» va a ser la síntesis de la filosofía socrática, en
la que el alma se torna sobre sí misma, sobre su propia esencia.
Encuentra que lo más grande y digno de estudio es el hombre, y
comienza así la indagación más apasionante: El conocimiento de sí
mismo.
En ese momento despunta lo que va a ser el hombre occidental.
¿Cuándo tenemos al hombre occidental concreto?
Tomemos un episodio del libro de los Hechos de los Apóstoles que
tiene por protagonista a Pablo: Este está en Filipos, y es acusado
falsamente. Los magistrados, haciendo caso omiso de su condición de
ciudadano romano, ordenan rasgarles las ropas y azotarlo con varas
ante todo el pueblo. Posteriormente lo ponen en el cepo, el lugar de
máxima seguridad.
La sanción demagógica logra el objetivo de calmar los ánimos, pero al
otro día las autoridades ordenan soltarlo. El carcelero les dice: «Salid
y marchaos en paz».
Vale la pena transcribir la respuesta de Pablo:
«Después de azotarnos públicamente, sin sentencia judicial, siendo
ciudadanos romanos nos echaron en la cárcel, ¿y ahora nos echan
encubiertamente? No, por cierto, sino vengan ellos mismos a
sacarnos» (Hechos 16.37)
Injustamente les habían quitado la libertad. Restituírsela era para los
funcionarios reparar lo hecho. Pero tropezaron con la actitud de
Pablo.
Para el apóstol la libertad y la dignidad son parte de sus derechos, y
la ley está por encima de todos los hombres. Por eso se niega a salir
de la cárcel. Pide entonces que sé respete el derecho, se restituya la
dignidad y que los funcionarios asuman su responsabilidad. No basta
con la libertad si ella es el resultado del derecho vulnerado y la
dignidad perdida.
Ese hombre solo frente al poder, sin apoyo popular, que se levanta
para desafiar a la corrupción y exigir justicia y respeto, lo hace
porque sabe que cada hombre es la imagen de Dios y merece ser
respetado como tal, y que no hay autoridad sino de parte de Dios.
Este hombre une fe y razón en la búsqueda de una libertad digna.
Este apóstol Pablo es el arquetipo del espíritu de occidente.

El Apóstol Pablo

Pablo reúne en sí mismo características muy peculiares. Fue formado


en el judaísmo por Gamaliel —uno de los maestros más respetados
de su tiempo—, hebreo de puro linaje, comprometido con la fe de su
pueblo, militante en el fariseísmo y de conducta irreprensible
(Filipenses 3.4-6).
Sin embargo, es ciudadano romano por nacimiento y posee una
sólida formación griega. Con tuda propiedad enfrenta a epicúreos y
estoicos en Atenas y cita repetidamente a los escritores helenos.
En sus escritos puede referirse con profundo conocimiento a la
historia y a las costumbres de su pueblo, interpretando el texto
bíblico con toda pulcritud. Pero defiende sus argumentos enfrentado a
un hipotético adversario, desarrollando una apologética digna del
mejor de los intelectuales griegos.
Sube a Jerusalén y se comporta como un judío cabal. Pero lo buscan
para pastorear la iglesia en Antioquia que será el polo de desarrollo
misionero hacia occidente.
Nada de lo hebreo ni de lo griego le es ajeno. En la compañía de
ambos está cómodo. La fe y la razón conviven en él sin estorbarse, y
un profundo sentido de libertad interior impregna cada uno de sus
actos. Aun encadenado, desafía al rey Agripa a ser como él,
añadiendo «excepto estas cadenas» (Hechos 26.29).
La clave de todo eso yace en el camino a Damasco. En ese camino su
vida fue revolucionada por Jesucristo. Todo lo que para él era
estimable perdió valor frente a la excelencia del conocimiento de
Jesucristo, al que llama «mi Señor» y por quien está dispuesto a
entregar su propia vida.
Heroico en su debilidad, lleva su profesión de fe hasta el fin, y
escribe su propio epitafio: «He peleado la buena batalla, he acabado
la carrera, he guardado la fe». Sintetiza en pocas palabras la
concepción occidental de la vida: La existencia terrenal es una batalla
situada en el devenir del tiempo, donde el gran tesoro que la sostiene
y enriquece es la fe, que constituye también el motivo de la lucha.

El Espíritu De Occidente

Tres palabras pueden definir el espíritu de occidente: razón, fe y


libertad.

Razón
El hombre occidental es el primero que se desprende de los mitos y
coloca a la razón por encima de la imaginación. Emprende una lucha
por vencer sus tendencias irracionales. El camino de la razón lo lleva
a sistematizar el conocimiento, acumularlo, y como consecuencia se
desarrolla científica y técnicamente.

Fe

La fe asume una forma distinta, alejada de todas las manifestaciones


míticas paganas. Es una fe sostenida en la razón y es razonable,
nunca es irracional o antirracional sino suprarracional. La fe va —en
el hombre occidental— de la mano de la razón, sin que haya
enfrentamientos. Se acompañan como lo racional y lo suprarracional.
Libertad
Entendida como señorío, como cumplimiento del mandato edénico:
«Señoread...» La libertad no es para hacer lo que se quiere, sino lo
que se debe. Por eso es —ante todo— interior, dominio de sí mismo,
conquista de su propio yo. Una libertad que es consecuencia del
conocimiento de la verdad científica y espiritual, resultante de la fe y
la razón. Libertad que tiene a Jesucristo como Artífice y Dador
Supremo.
CAPÍTULO 4

RENACIMIENTO HUMANISTA Y LA REFORMA


PROTESTANTE
Para entender el rumbo que actualmente sigue la sociedad,
occidental, tenemos que dar un salto histórico hasta el Renacimiento.
La Edad Media estaba profundamente interesada en el destino
sobrenatural del hombre, aun cuando no en el hombre como ser
natural. Sus ojos se elevaban con insistencia al cielo, pero olvidaban
la tierra. Sus investigaciones se centraban en los misterios teológicos,
pero descuidaron lo científico. Exploraban los misterios de la fe, y se
olvidaban de investigar La naturaleza.
Las monumentales catedrales góticas desde el siglo XIII expresaban
con claridad las aspiraciones del hombre medieval. Los arcos ojivales,
terminados en punta de lanza, guían la mirada de los fieles hacia las
alturas, las torres hunden sus afiladas agujas en el cielo pregonando
la esperanza en la otra vida.
En la punta de cada una de sus agujas, inalcanzables para el ojo
humano, se colocan estatuas minuciosamente acabadas. El hombre
de hoy se preguntaría la razón de tanta perfección inaccesible en su
mayor parte al ojo humano, pero el hombre medieval tenía sus
razones: La opinión de los hombres poco importaba, lo importante
era que Dios las veía.
El trabajo de construcción se prolongaba de generación en
generación, y en cada una de ellas se daban cita picapedreros,
carpinteros, fontaneros, escultores, etc., en un trabajo colectivo que
mantenía en el anonimato a las individualidades, por descollantes que
fuesen. Es que el hombre medieval tenía una conciencia del tiempo
distinta a la del hombre moderno: Vivía con conciencia de eternidad.
Cada una de estas catedrales estaba enclavada en medio de caseríos
que no condecían con su magnificencia, y las dimensiones de sus
naves permitían albergar a toda la población, ya que no se concebía
que nadie quedara fuera en las grandes ceremonias.
Los mosaicos y pinturas medievales no respetan las proporciones ni la
perspectiva: Cristos y vírgenes desproporcionados en relación a los
otros elementos de la composición. El espacio no responde a las leyes
físicas, ni trata; de reproducir las dimensiones de las cosas de
acuerdo a lo que el ojo ve: Muestra jerarquías, responde a las leyes
sagradas del espíritu.

El Despertar Del Medioevo


Como si despertara de un largo sueño, el hombre comienza —al final
del medioevo—, a redescubrir el paisaje, la naturaleza y su propio
cuerpo.
Francisco de Asís (1182-1226), es un precursor en su contemplación
y amor por la naturaleza, es como si bajara los ojos de los dorados
cielos del arte medieval, para redescubrir la belleza que lo rodea. El
«Cántico del hermano Sol» es una muestra de lo que decimos:

Loado, mi Señor, seas por todas las criaturas


Sobre todas ellas por mi Señor hermano el Sol.
Con su lumbre y su luz nos da el día.
¡Cuan bello es y esplendoroso!
Él lleva tu representación
¡Oh Dios Altísimo!
Por el hermano viento;
Por el Aire, la Nube, las Estrellas
y por la hermana Luna seas loado Señor,
qué bellas y claras cosas en el cielo hiciste.

En este despertar hay una actitud de deslumbramiento y amor por la


naturaleza. Pero al avanzar el tiempo hacia el Renacimiento, ese
amor se transforma en deseo de dominio:
Emerge el pensamiento científico.
En los siglos XV y XVI los hombres van a poner en duda muchas
afirmaciones de la Iglesia y la filosofía escolástica. Ya no aceptarán
las cosas dogmáticamente para lanzarse a la aventura de ver,
conocer, comprobar, juzgar, medir y evaluar por sí misinos.
Las discusiones teológicas dan paso a las investigaciones científicas
porque, sin dejar de ser creyentes, entendieron que había otros
centros de interés aparte de la teología.
La Edad Media desarrolló el sentimiento comunitario del hombre, pero
ahora comienzan a surgir las individualidades. El hombre quiere
sobresalir en su sociedad, busca liberarse de trabas y prohibiciones.
Todo ello, válido en sí mismo, provoca algunos excesos y corrompe
algunas bunas costumbres.
Muchos han definido este despertar como el abandono de la visión
teocéntrica de la vida, para desplazarse hacia una perspectiva
antropocéntrica. Esto es relativamente cierto, porque tendríamos que
discutir si el hombre medieval tenía una visión teocéntrica o
eclesiocéntrica de la vida. El teocentrismo medieval no surgía de la
Biblia, sino de la enseñanza que imponía la jerarquía eclesiástica.

El Renacimiento

Como en la Edad Media no había interés por el hombre como ser


natural, en este proceso de cambio la gente dirigió su mirada al
pasado clásico. El arte griego y romano los deslumbro. El hombre
estaba allí en su dimensión natural. Comenzaron a leer las obras de
los antiguos y a reconsiderar sus artes plásticas y literarias a la luz de
lo que descubrían. Surgió entonces el interés por la geografía, la
astronomía, las ciencias naturales, etc.
Fue como si en ese despertar abrieron los ojos a una nueva realidad,
sepultada durante siglos, que ahora renacía; De allí el nombre de
Renacimiento: Renacía el espíritu griego y romano que permaneció
dormido por casi un milenio.
Los antiguos comenzaron a inspirarlos. Se construían casas, palacios,
iglesias, según los modelos arquitectónicos clásicos; comenzaron a
pintar y esculpir siguiendo los modelos griegos, reproduciendo con
precisión la anatomía, guardando las proporciones y estudiando la
perspectiva.
Es entonces cuando las figuras coaguladas del arte medieval se
ablandan: Comienzan a humanizarse, a cobrar vida y vitalidad. Los
desproporcionados cristos y vírgenes de antaño dan paso ahora a
cristos y vírgenes humanos, que se identifican, no por su tamaño,
sino por las aureolas que los coronan, y que van siendo cada vez más
difusas.
De la actitud estática del arte anterior, se pasa a las figuras vivaces,
que entran en contacto directo con quien las contempla, quien no
solo observa sino que se siente observado por las imágenes. El
hombre, en todo su esplendor, va a ser el tema recurrente de los
renacentistas.
Leonardo da Vinci (1452-1519), aconseja en sus apuntes a un artista:
«Dispón luego las figuras de hombres vestidos o desnudos de la
numera que has propuesto, sometiendo a la perspectiva las
magnitudes, para que ningún detalle de tu trabajo resulte contrario a
lo que aconsejan la razón y los efectos naturales».
Leonardo es el típico hombre del Renacimiento. Inquieto investigador,
creía que nada le era ajeno, fue: pintor, escultor, arquitecto,
ingeniero, inventor, matemático, naturalista. Pinta la Mona Lisa, la
Ultima Cena, escribe un Tratado de anatomía, diseña máquinas de
guerra para Cesar Borgia, proyecta una hélice que se considera la
anticipación del helicóptero; diseca cadáveres, trata de construir
corazones mecánicos, le practica la autopsia a una mujer encinta
para averiguar el origen de la vida; construye represas y puentes.
Sus cuadros, sutiles y etéreos, son pintados sobre rígidos esquemas
geométricos, donde se funden vida y matemática.
« ¡Quiero hacer milagros!» exclama en su diario, sintetizando las
ansias ilimitadas del hombre del Renacimiento. A través de la razón y
la investigación surge nuevamente la tentación del principio: «Seréis
como Dios...»
Cuentan que fascinado por su propia obra, Miguel Ángel (1475-
1564) exclamó, golpeándola: « ¡Habla!» Veraz o no, la anécdota
refleja el espíritu y las aspiraciones de una época.
El Humanismo Renacentista

Los humanistas fueron pensadores que, enfatizando la razón,


criticaron al clero, la Iglesia, el poder civil y las costumbres
supersticiosas legadas por la Edad Media, exaltando el pensamiento
clásico. La concepción humanista se centra en el hombre como punto
de partida para conocer a Dios, la naturaleza, la vida y a sí mismo.
Admiraban a Sócrates, porque su filosofía no se centraba en los
dioses sino en los hombres, Y atacaban duramente a la filosofía
escolástica por sus preocupaciones teológicas y su énfasis en Dios.
Los términos humanista y humanismo derivan del vocablo clásico
humanista, utilizado por Cicerón para traducir la palabra paideía que
significaba educación o cultura. Sostenían los humanistas que
aprender y educarse era propio del hombre, por lo cual su interés
primordial era la actividad intelectual.
Creían que todo lo que el hombre necesitaba saber se encontraba en
la literatura de la Grecia y la Roma clásicas, porque se dedicaban con
fruición al estudio del pensamiento antiguo.
El hombre, para los humanistas, era innatamente bueno, y si se
dejaba entrar la luz de la razón en la sociedad se acabarían los males,
de la humanidad.
El humanista más destacado fue Erasmo de Rotterdam (1446-
1536), considerado el hombre más civilizado de su época. Mediante la
ironía y la sátira criticaba al clero, la Iglesia y e] poder civil. Pensaba
que la educación y la denuncia de los males podía reencauzar a la
sociedad.
Alejado de todo fanatismo, partidario de la libertad de pensamiento,
la moderación, el equilibrio, procuraba siempre la conciliación.
Rechazaba el dogmatismo de la Iglesia medieval, pero también le
disgustaba lo que consideraba el fanatismo de los reformadores.
Quería equilibrar la investigación científica con la enseñanza de la
filosofía y la literatura, porque pensaba que de no ser así se caería en
el materialismo.
Estaba contra el belicismo y el despotismo, pretendiendo de los
hombres una conducta noble, basada en lo que llamaba la «filosofía
de Cristo».
La invención de la imprenta de tipos movibles facilitó la difusión del
pensamiento humanista, lo que despertó una profunda devoción por
las artes y las ciencias, y fomentó el método crítico basado en la
experimentación y comprobación de los fenómenos.
El humanismo valorizó al individuo e hizo que no se sintiera un
habitante accidental de la tierra, sino que se considerara un ser único
que marca cada acto de su vida con el sello de su individualidad.

La Reforma Protestante
La Iglesia con su poder centrado en Roma, era desde hacía siglos la
institución más poderosa de toda Europa. Estaba presente en cada
acto de la vida de todos los hombres: Al nacer, para darle el
sacramento del bautismo; al morir, para enterrarlo. Ningún habitante
escapaba a su omnímodo poder: reyes, príncipes, nobles, plebeyos,
sacerdotes, laicos, todos estaban sometidos a ella.
La administración de los sacramentos, la confesión auricular, los
tribunales de la Inquisición, eran herramientas útiles para mantener
su primacía.
La Iglesia era autoritaria, sacerdotal y sacramental. El clero era una
casta aparte dentro de la sociedad, tenía el poder milagroso, según
su doctrina, de convertir en la eucaristía al pan y el vino en cuerpo y
sangre de Jesucristo, milagro que repetían y administraban a los
hombres en cada misa. La Iglesia interpretaba arbitrariamente las
Sagradas Escrituras, cuya lectura estaba vedada al pueblo.
Cualquier sospecha de «herejía» ponía en marcha a los Tribunales de
la Santa, Inquisición que a través de torturas horrendas sacaban
«confesiones» a los presuntos herejes y los condenaban a formas
crueles de muerte.
Todo esto iba acompañado de innumerables abusos. Muchos clérigos
tenían conductas escandalosas, las jerarquías hacían despliegue y
ostentación de una riqueza superior a la de los reyes, los papas
tenían hijos ilegítimos, compraban y vendían cargos eclesiásticos y
dispensas. Acceder a un cargo eclesiástico era un negocio lucrativo en
el cual se cobraban los servicios sagrados como si fueran vulgar
mercadería.
La veneración de las reliquias era importante, fuente de ingreso en
las parroquias que ostentaban algún hueso u objeto relacionado con
los santos o con Jesucristo, atribuyéndoles poderes milagrosos para
atraer al pueblo. Con una falta total de escrúpulos se llegaron a
exhibir para su veneración en Europa doce cabezas de Juan el
Bautista.
Este estado de cosas hizo que muchos comenzaran a reflexionar en
cuanto a la Iglesia y el cristianismo siguiendo la corriente abierta por
el Renacimiento: Volver a las fuentes.
La fuente del cristianismo es la Sagrada Escritura por lo que su
estudio puso en evidencia que ese monstruo corrupto y corruptor
cuya cabeza estaba en Roma, poco tenía que ver con el cristianismo
enseñado por los apóstoles. Las claras verdades de la Biblia habían
sido reemplazadas por doctrinas de factura humana que le
aseguraban el poder a la religión.
Se perdió la esencia misma de la fe cristiana, liberadora del hombre,
y se volvió a instaurar el sacerdocio y el altar, convirtiendo a la
religión en un factor de poder despótico.
La Reforma no se produce por los excesos de la Iglesia, sino porque
esos excesos evidenciaban que el catolicismo medieval nada tenía
que ver con el cristianismo bíblico, por lo tanto debía ser
desarticulado.
No se pretendía una reforma de las costumbres de la Iglesia, sino un
cuestionamiento de su teología, la teoría sacramental, la autoridad
divina de los sacerdotes, las buenas obras como complemento
indispensable de la fe para alcanzar salvación.
Los reformadores rechazaban todo lo que no estuviese sancionado
expresamente en las Sagradas Escrituras, tanto en la doctrina como
en las prácticas populares, por eso se opusieron al sistema
sacramental, aunque también a las desviaciones del culto
supersticioso del medioevo expresado en la adoración a la virgen
María y las reliquias, la intercesión de los santos, la creencia en el
purgatorio, etc.
Martín Lutero (1483-1546), en octubre de 1517, da inicio a lo que
sería el movimiento espiritual más importante desde la época
apostólica, al clavar las famosas «95 tesis» contra las indulgencias,
en la puerta de la abadía de Wittenberg. En menos de cuarenta años
la reforma avanzaría en tal forma que haría pedazos el poder
absolutista papal negándole a Roma su derecho a interpretar
autoritariamente las Sagradas Escrituras, administrar sacramentos,
dar autoridad divina a sus ministros y arrogarse el derecho de
controlar, a través de sus sacerdotes, el acceso a la salvación.
Lucero alzó la bandera de la apostólica doctrina de la justificación por
la fe, desarrollada por Pablo en la epístola a los Romanos. Esta
exhumación de la doctrina archivada por la Iglesia de Roma,
comienza a devolverle al cristianismo figura primitiva.
Las dos fórmulas básales de su enseñanza serán: Sola fide (solo por
la fe) y Sola scriptura (solo las Escrituras). Partiendo de la condición
depravada del hombre, enceguecido por el pecado, solamente la
gracia de Dios puede salvarlo, y esta gracia se alcanza solo por la fe.
El hombre, por lo tanto, carece de mérito en su salvación,
correspondiendo todo a la misericordia de Dios. Las Sagradas
Escrituras son la única fuente de verdad, y deben ser analizadas
individualmente porque son fáciles de entender y la guía del Espíritu
Santo ayuda en forma individual a su comprensión.
Los reformadores negaban todo el mecanismo sacramental y el valor
de las buenas obras en la salvación, así como también la pretendida
guía del Espíritu Santo a través de la Tradición, los Papas y la Iglesia.
La convicción de los reformadores es claramente expuesta en el
discurso de Lutero ante la Dieta de Worms cuando le solicitaron su
retractación:
«Nadie puede negar ni disimular —porque la experiencia lo prueba y
los corazones píos lo lamentan— que por las leyes y la doctrina
humana del papa la conciencia de los creyentes cristianos ha quedado
enredada, gravada y torturada de la manera más horrible y
lastimosa... Si revocase estos libros, no haría otra cosa que reforzar
la tiranía de aquéllos y abrir a tal impiedad e irreligiosidad no solo la
ventana, sino también la puerta y el portón, para que más amplia y
libremente puedan hacer estragos y desencadenar su furia más allá
de lo que han podido hacer hasta ahora... Como vuestras Majestades
y vuestras Mercedes, Señores Príncipes Electores y Príncipes desean
una contestación sencilla, simple y precisa, daré una respuesta que
no tenga ni cuernos ni dientes, a saber, salvo el caso de que me
venzan y me refuten con testimonios, de las Sagradas Escrituras o
con argumentos y motivos públicos, claros y evidentes —puesto que
no creo ni en el papa ni en los concilios solos, porque es manifiesto y
patente que han errado frecuentemente y se contradicen a sí mismos
y como yo con los pasajes citados y aducidos por mí estoy convencido
y mi conciencia está ligada a la Palabra de Dios—, no puedo ni quiero
retractarme, porque no es seguro ni aconsejable hacer algo contra la
conciencia. Aquí estoy, no puedo proceder de otra manera. ¡Que Dios
me ayude! Amén».

Reacción de la iglesia papal

La reacción de la «Iglesia Romana Papal», amenazada en sus


intereses y al borde de la quiebra, no se hizo esperar. Convocó al
concilio más trascendente de su historia: el de Trento, en el año
1545.
Si bien el propósito era volver a definir las doctrinas de la Iglesia
resultó en una confirmación de los dogmas cuestionados. Se confirmó
la teoría de los sacramentos como medios indispensables de gracia, la
transubstanciación del pan y el vino en cuerpo y sangre de Jesucristo,
la sucesión apostólica del sacerdocio, la fe en el purgatorio, las
necesidades de las buenas obras para la salvación; se equiparó la
autoridad de las Sagradas Escrituras con la de la tradición
eclesiástica, se sostuvo la autoridad de los concilios.
La Iglesia de Roma se convertía así en lo que hoy es la Iglesia
Católica Apostólica Romana en forma oficial, reafirmando su vocación
absolutista, sacramentalista y sacerdotal. Ya en el sacerdocio y el
altar dejaban de ser relevantes infiltrados en el cristianismo para
convertirse en un sistema oficialmente aceptado y confirmado.
Cuando el concilio estaba culminando establecieron una comisión
para que elaborara un «índice de Libros Prohibidos», mecanismo que
se agregó a los anteriores para evitar que la libertad de conciencia
atentara contra sus aspiraciones absolutistas.
En síntesis, la iglesia papal confirmó los principios medievales y en
una actitud regresiva toma el camino hacia el pasado. Persistirá hasta
el presente suspirando por el poder perdido y luchando por volver a
la Edad Media.

Reforma Y Humanismo
Sería un grave error equiparar a la Reforma con el humanismo,
aunque muchos humanistas simpatizaron con los reformadores.
Ambas corrientes compartían algunas cosas, como su afán por
retornar a las fuentes. Pero tenemos que notar que si bien tienen la
misma intención, sus fuentes van a ser distintas y antagónicas. El
humanismo retorna a Grecia y Roma, su arte, su literatura, su
Filosofía pagana y cree hallar en el razonamiento el camino por el
cual el hombre mejora su existencia, y en la educación la forma de
transformación social.
La Reforma retorna a las Sagradas Escrituras como fuente de
autoridad absoluta, y descree del razonamiento humano, afectado por
la caída, como medio para restaurar al hombre. La gracia de Dios
hace que la sola fe en Jesucristo sea el medio de salvación y
transformación del hombre.
Para los humanistas lo esencial era el goce de esta vida y se
mantenían apáticos ante lo espiritual, pero los reformadores
menospreciaban las cosas carnales y tenían una clara visión de
eternidad.
El rechazo que los reformadores hicieron de la intermediación
sacerdotal para dar paso a una relación directa con Dios, así como la
traducción de la Biblia al lenguaje popular para que el pueblo tuviera
acceso al Texto Sagrado, eran cosas que los humanistas veían con
simpatía y aprobaban porque afirmaba el individualismo y educaba al
pueblo.
Pero muy pocos humanistas siguieron al protestantismo, porque
aunque ellos partían de la bondad innata del hombre, los
reformadores predicaban su depravación total.
El pensamiento bíblico sostenido con vehemencia por Juan Calvino
(1509-1564) de la naturaleza corrupta del hombre, incapaz de hacer
nada por sí mismo, era resistido tenazmente por Erasmo, que lo veía
incompatible con su filosofía.
Por otra parte, el espíritu ecuménico y conciliador de los humanistas
se sentía incómodo ante los frontales ataques de Lutero a la iglesia
papal y su posterior división.

Las Fuentes De Autoridad

El hombre moderno nace en este período de la historia en el que se


gestaron formas de pensamiento que siguen vigentes hoy y que
caracterizan el presente.
El humanismo, el catolicismo romano y el protestantismo están aún
vigentes, hacen sentir su efecto y por eso es necesario reconocer sus
diferencias.
Las tres líneas de pensamiento recurrieron al pasado para afirmar sus
convicciones: El catolicismo romano a la Edad Media; la Reforma al
cristianismo primitivo; y los humanistas a Grecia y Roma. De allí
tomaron sus fuentes de autoridad y dieron dirección a su
pensamiento.
La diferencia fundamental yace en las fuentes de autoridad que
reconocen, y toda discusión o diálogo entre los representantes de
estas líneas de pensamiento será estéril, a menos que comience por
acordar una fuente de autoridad común. Esto ha sido demostrado
largamente por la historia y la práctica.
El catolicismo romano tiene su fuente de autoridad en la «Tradición
de la Iglesia», a la que no solo equipara en autoridad con las
Sagradas Escrituras, sino que en la práctica es mucho más
importante y concluyente.
El humanismo tiene su fuente de autoridad en el razonamiento
humano, al que desprende de toda autoridad revelada y de toda
influencia tradicional.
La Reforma tiene su fuente de autoridad en la Sagrada Escritura,
rechaza a la tradición por equívoca y contradictoria, y niega al
razonamiento como autoridad por estar depravado por el pecado.
Cada una de estas formas de pensar se expresan de diversas
maneras en el presente, y entran en constante conflicto porque sus
reconocidas fuentes de autoridad se afirman sobre bases diferentes:
El humanismo es antropocéntrico, el catolicismo romano es
eclesiocéntrico y el protestantismo es teocéntrico, lo que los hace
irreconciliables.
CAPÍTULO 5

CRECIMIENTO DEL HUMANISMO

En los siglos posteriores al Renacimiento, la filosofía va a tomar un


rumbo distinto al de los anteriores. Siempre estuvo ligada y
subordinada a la teología, pero ahora se irá independizando, para
pensar en forma autónoma. No tendrá en cuenta las Sagradas
Escrituras como revelación de Dios, ni aceptará a priori la existencia
misma del Creador: Todo será puesto en tela de juicio y sujeto al
razonamiento humano. El antropoceritrismo crecerá hasta alcanzar su
apogeo en los siglos XIX y XX.
El racionalismo de Renato Descartes
Renato Descartes (1596-1650) inicia en forma definitiva la filosofía
moderna; es importante conocer algunos detalles de su pensamiento.
Descartes vivió siendo católico romano y murió sin renegar de su fe,
sin embargo rechazó la filosofía escolástica porque sostenía que había
pasado el tiempo del escolasticismo aristotélico que sostenía su
iglesia, y propuso una nueva base de pensamiento.
Al desechar la teología desplazó a Dios y a las Sagradas Escrituras
como fundamento. ¿Sobre qué base desarrolla entonces su filosofía?
Sobre su propio yo, autónomo e independiente.
Comienza poniendo en duda todas las cosas: la realidad del mundo,
la existencia de Dios, la veracidad de la revelación y la validez de
toda la filosofía existente.
Descartes duda aun de sus propios sentidos, a los que considera
engañosos. «Pensaré que el aire, el cielo, la tierra, las figuras, los
colores, los sonidos y todas las cosas exteriores no son sino ilusiones
y sueños... me miraré como si no tuviera sentidos, como si solo
creyera por error que poseo todo eso». En medio de esa duda
metódica surge una certeza, una cosa de la que no duda: No puede
dudar de que está dudando. De allí comienza a hilvanar su pensa-
miento: Si duda es porque piensa, por lo tanto sentencia: «Pienso,
luego existo», principio que lo hará famoso.
Renato Descartes trata de ingresar a la realidad por un camino
totalmente nuevo, y está dando así la tónica de toda la filosofía
moderna: el antropocentrismo. El hombre está en el centro como
medida de todas las cosas.
Por este camino va a abrir un tremendo abismo entre la cultura
moderna y las Sagradas Escrituras. En su correspondencia afirma:
«Querer inferir de las Sagradas Escrituras el conocimiento de
verdades que únicamente pertenecen a las ciencias humanas y que
no sirven para nuestra salvación, no es más que utilizar la Biblia con
fines para los que Dios no la ha dado en absoluto y consi-
guientemente manipularla».
Durante su vida divulgó solo parte de su pensamiento, amedrentado
por la acción de los tribunales inquisitoriales y la triste experiencia de
Galileo Galilei, obligado a abjurar de sus convicciones acerca del
movimiento de la tierra.

La Teología De Descartes

Como mencionáramos, Descartes vivió y murió como creyente. Creía


en la existencia de Dios, pero esa certeza no emanaba de las
Sagradas Escrituras, sino de su propio pensamiento. Tengamos en
cuenta que todas sus certezas se fundamentaban en el hecho de su
propia existencia.
Para conocer a Dios no puede comenzar por la Revelación Escrita, las
Sagradas Escrituras, porque las pone en duda. Tampoco puede partir
de la manifestación de Dios en la creación, porque duda de sus
sentidos, no cree que «las cosas invisibles de él, su eterno poder y
deidad se hacen claramente visibles desde la creación del mundo,
siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no
tienen excusa» (Romanos 1.20).
Para conocer a Dios parte de su yo, y razona diciendo que dentro del
hombre está la idea de ser perfecto e infinito, siendo él mismo
imperfecto y finito; por lo tanto, la idea de perfección e infinitud que
posee tiene que provenir del Ser perfecto e infinito, es decir, Dios. Y
Dios es el ser perfectísimo que la razón concibe, por lo tanto existe.
Siendo Dios perfecto y veraz uno puede estar seguro de la existencia
de las cosas materiales, porque sería incapaz de engañarlo a uno
mismo.
Notemos algo muy importante: El camino que propone Descartes
tiene al hombre y su razonamiento en el centro; el antropocentrismo
está jerarquizado por encima del teocentrismo, el sujeto es más
importante que el objeto y la libertad personal se jerarquiza por sobre
el orden cósmico. Esto hace que no abandone la fe, pero es notable
que el Señor Jesucristo no aparezca en su filosofía.

El Empirismo: Juan Locke

Paralelamente al racionalismo surge el empirismo, que tiene su


centro de desarrollo en Inglaterra. Juan Locke (1623-1704),
también dejó de lado la filosofía escolástica y se deslumbró con el
pensamiento de Descartes. Su enfoque, sin embargo, difiere del
racionalismo.
Para Locke no existen principios innatos, por lo tanto el
entendimiento humano es como una hoja de papel en blanco, en la
cual se graba todo lo que llega a través de los sentidos.
La diferencia con respecto al racionalismo estriba en que mientras
aquél enfatiza la razón, este destaca la experiencia.
La verdad se conoce a través de la experiencia sensible, y solo la
experiencia determina qué es verdad. Como la experiencia no
concluye nunca, porque siempre están entrando cosas nuevas por los
sentidos, entonces no hay verdades permanentes, eternas o
absolutas, todo está relativizado.
Nuevamente aquí tenemos al hombre como centro: su experiencia es
la que determina la verdad.
Locke va a contradecirse cuando entre en el campo de lo ético,
cuando tenga que determinar qué es bueno y qué es malo. Por un
lado, aprueba lo que llama la «ley moral natural», y la reconoce como
eterna. Pero luego se lanza a la investigación sociológica de lo que en
diferentes sociedades y épocas se estimaba como bueno o malo y
termina afirmando que «llamamos bueno a lo que puede
proporcionamos placer o aumentarlo, o disminuir el dolor».

El Siglo De Las Luces

Nos detuvimos particularmente en el racionalismo y el empirismo,


porque allí yace la semilla que florecerá en el siglo XVIII con la
Ilustración, que alcanzará su apogeo en el siglo XIX con el
positivismo y entrará en crisis en el siglo XX.
Los intelectuales del siglo XVIII pensaban que la luz de la razón debía
iluminar al hombre, sacándolo del oscurantismo religioso, y que por
ese camino alcanzaría la prosperidad material y la felicidad individual.
Parten de la idea de que, si en el orden natural existen leyes
inmutables que mantienen en equilibrio armónico todas las cosas, así
también debían existir leyes naturales que permitirían el equilibrio
social, político y económico. Por lo tanto, el conocimiento racional y
experimental de la naturaleza abriría los caminos que llevarían a
hallar las leyes que gobernarían a la sociedad.
Para eso creían necesario que el hombre gozara de mayor libertad al
pensar, por lo tanto la educación y la moral no debían estar dirigidas
por el pensamiento religioso —fuera este católico o protestante—,
porque su enseñanza se basaba en la fe y no en la razón.
Muchos de los hombres de la Ilustración eran ateos, pero muchos
otros eran deístas: Creían en la existencia de un Ser Supremo,
creador del universo, que puso en marcha la máquina de la creación,
pero cuya acción se limitó solo a eso, es decir, que no le dio sentido
ni destino. No existen para el deísta leyes morales establecidas por
Dios, ni un culto determinado para honrarlo. Dios es solo un
postulado para explicar la existencia del mundo.
Los milagros, la intervención divina en la historia, la encamación del
Hijo, la resurrección de Jesús y la redención son totalmente excluidas
del pensamiento deísta.
Voltaire (1694-1778), crítico mordaz e implacable del cristianismo,
que lo desacreditaba permanentemente, afirmaba: «Si Dios no
existiera, habría que inventarlo», dejando así en claro que lo creía
necesario únicamente como explicación original de la existencia del
universo.
El pensamiento autónomo se desarrolló velozmente alejando al
hombre occidental del Dios de la Biblia y de los principios enseñados
en las Sagradas Escrituras. Una concepción de Dios y el hombre
puramente humanista prendió en la sociedad.
Enmanuel Kant (1723-1804), criticará por igual al racionalismo y al
empirismo, sin embargo, en su filosofía, Dios seguirá siendo solo un
postulado. Sus reflexiones sobre los fundamentos de la moral se
hicieron muy difíciles: ¿Quién establece la moral? ¿Quién determina
qué es bueno y qué es malo? ¿Por qué debemos hacer el bien?
Cuando el hombre pone a Dios en el centro de su universo todas esas
preguntas son contestadas. Las normas y los principios emanan de
Dios mismo, que es quien establece qué es bueno o malo. Pero para
Kant, Dios es un postulado, por lo tanto quiere encontrar un
fundamento para la conducta que esté dentro del hombre mismo.
Los hombres, para Kant, deben actuar en tal forma que la máxima de
su acción pueda convertirse en una ley universal. A esto lo llamó
«imperativo categórico», es decir, que debe obligar al hombre sin
ninguna condición. La moral debe ser un imperativo que el hombre se
esfuerce en cumplir sobre la base de su voluntad.
Ni la gracia ni el favor de Dios, ni el perdón ni la redención entran en
la filosofía kantiana: El hombre, como centro de su universo,
extendiéndose hacia la perfección, capaz de alcanzar el cielo por sus
propios medios, es el foco de su pensamiento.
Víctor Massuh en Nihilismo y Experiencia Extrema, dice acerca de
Kant: «Participa de la fe humanista de la Ilustración: el hombre
sacará de sí mismo los actos y los caminos que lo llevarán hacia lo
alto. Su lenguaje, en consecuencia, no debe ser el de la espera del
favor de Dios ni el de la pura receptividad del movimiento
descendente de la gracia. El encuentro con ella tiene su sede en el
centro mismo de lo humano, en la intimidad normativa y genérica de
la conciencia. En la fe religiosa es el hombre quien da el primer paso,
y es imperioso que así sea. No es la gracia divina la que desciende,
sino que la experiencia moral de gracia del hombre es ofrecida a
Dios».
Al final del camino Kant ve a Dios, a un Dios suprasensible, que
considera necesario para explicar la ordenación de las cosas hacia un
fin. Pero el hombre sigue estando en el centro y es el artífice de su
salvación.
Mientras Kant desarrollaba su pensamiento en Alemania, Juan
Jacobo Rousseau en Francia (1712-1778) enseñaba que el hombre
era originalmente bueno, y la sociedad lo pervertía. Propiciaba una
vuelta a la naturaleza como una forma de recuperar la bondad.
Publicó una obra pedagógica: Emilio o la educación, donde sostiene
que todos los males del mundo son el resultado de la civilización, ya
que el hombre es bueno por naturaleza. La obra es optimista, y
explica que el camino de la educación correctamente orientada hacia
un retorno a la naturaleza perfeccionará al hombre.
En cuanto a la moral, Rousseau pensaba que no debía fundamentarse
en el entendimiento, sino en los sentimientos. Así como los instintos
eran, según su enseñanza, una guía válida para las necesidades del
cuerpo, la conciencia era una guía segura para diferenciar entre el
bien y el mal, por lo tanto el hombre debía seguir los dictados de su
conciencia. Llegó a afirmar que la conciencia era como la voz
celestial, infalible, que nos hacía semejantes a Dios.
En cuanto a la existencia de Dios sostenía que la razón nos lleva a
pensar en su existencia, pero no hay ninguna indicación en la
naturaleza acerca de la forma que debemos darle culto, por lo tanto
cada cual debe elaborar su religión según los dictados de su propio
corazón y no debe interferir en la vida religiosa de sus semejantes.
Nada de la revelación de Dios tenía valor para Rousseau, el hombre
no estaba afectado por la caída ni el pecado, su conciencia no era
susceptible de alteraciones, no creía en las conciencias sucias o
cauterizadas de las que habla el apóstol Pablo. El hombre debía
ejercer una libertad absoluta de pensamiento, independizándose de
las Sagradas Escrituras. El hombre destronaba a Dios, y la concepción
antropocéntrica crecía incontenible en la sociedad.
Es justo reconocer, sin embargo, que durante el siglo XVIII la ciencia
progresó como consecuencia de la investigación y la
experimentación: clasificaron plantas y animales, la química adquirió
su carácter científico; estudiaron y experimentaron con la
electricidad, y llevaron a cabo las primeras aplicaciones mecánicas del
vapor de agua. Eso preparó a occidente para el estallido progresista
que caracterizaría al siglo XIX.

El Siglo XIX

Es difícil resumir los cambios experimentados en occidente durante


este siglo. Los medios de transporte terrestre y marítimo se reducían
en el siglo XVII al caballo con o sin carruaje, y a las embarcaciones a
vela o remos.
Al concluir el siglo XIX había automóviles, ferrocarriles, globos
aerostáticos, aeroplanos, submarinos y barcos a vapor.

Hagamos Una Lista De Algunos De Los Inventos

1800- Primer acumulador eléctrico o batería


1801– Primer submarino: El Nautilus
1814- Primera locomotora a vapor
1821– Se establecen los principios del motor eléctrico
1826- Primera fotografía
1834- Primera cosechadora
1836- Primera hélice propulsora de barcos
1837- Se inventa el telégrafo
1845- Se patenta la rueda neumática
1851 – Se patenta la máquina de coser
1858- Se tiende el primer cable trasatlántico
1862- Se patenta la ametralladora
1876- Se inventa el teléfono
1877- Se patenta el fonógrafo
1878- Se produce luz eléctrica incandescente
1885- Se fabrica el primer automóvil de 3 ruedas
1887- Se fabrica el primer automóvil de 4 ruedas
1895 - Se descubren los rayos X
1899 - Primer barco con turbina
1900 - Primera transmisión radial
1903 - Primer vuelo de una máquina más pesada que el aire

Esto da una somera idea de los cambios profundos que se produjeron


en el siglo XIX. El mundo cambiaba en forma vertiginosa. Había
comenzado la era industrial: La máquina desplazaba al hombre, la
tecnificación acortaba las distancias, las comunicaciones se
aceleraban, se multiplicaban los vehículos, se construían canales y
tendían febrilmente vías férreas.
Un creciente optimismo iba ganando al hombre que ante el avance de
la ciencia y la tecnología creía que ya no tendría más fronteras.

El Positivismo

Augusto Comte (1798-1857), es el fundador de una nueva corriente


filosófica que exalta el saber científico: el positivismo.
Según Comte, debía prescindirse de toda reflexión metafísica y
atenerse a la observación y análisis de los fenómenos. Reconocía en
el desarrollo del pensamiento humano tres períodos:
1. Teológico: El hombre recurría a Dios para explicar los
fenómenos.
2. Metafísico: Dios era reemplazado por la naturaleza y se
investigaba a través del pensamiento abstracto.
3. Positivo: El hombre se ciñe a los hechos y los explica
estudiando las leyes que los gobiernan. Este era el último
período.

Comte se siente fundador de una nueva religión en la que los dogmas


son las leyes de la naturaleza y los científicos son los santos.
Constituye, en París, el «Concilio Permanente de la Iglesia Positiva»,
al cual todos los países civilizados deben mandar sus delegados.
Comte sustituye a Dios por el hombre, y establece un culto religioso a
su alrededor.

El positivismo se apoya en dos supuestos:


1. La ciencia es la única explicación de la realidad
El avance de la ciencia desató un ingenuo optimismo que
pensaba que toda la realidad podría explicarse y controlarse a
través de ella.
No se le reconocían límites al conocimiento humano, y la
victoria sobre algunas enfermedades, el descubrimiento del
cloroformo, la utilización de los rayos X y el estetoscopio, la
invención de la vacuna, y muchos otros avances hicieron pensar
que toda enfermedad y sufrimiento podría encontrar solución, y
muchos llegaron a pensar que aun la muerte podría ser
vencida.
Puede ser que para nuestra época, acostumbrada a las
transformaciones rápidas eso resulte incomprensible, pero si
nos situamos en lo que significaron esos avances en el siglo
pasado, nos daremos cuenta de que científica y
tecnológicamente estaban en verdad deslumbrados, y eso los
llevaba a situaciones que hoy calificaríamos de ridículas, pero
que en aquella época eran completamente normales.
El sentimiento de este período bien puede sintetizarse en la oda
con que Monti celebró el vuelo en globo de Montgolfíer:

¿Qué más te queda?


Romper también a la muerte su dardo,
y de la vida el néctar libar con Júpiter en el cielo

2. Existe un determinismo universal


Concibiendo al universo como un gigantesco mecanismo, con
leyes inmutables; conociendo la totalidad de estas leyes puede
determinarse cuál será el comportamiento futuro.
Si, por ejemplo, vemos caer un vaso de vidrio desde una mesa
al suelo, y pudiéramos determinar la aceleración, resistencia del
material, incidencia del viento, densidad del suelo, etc.,
podríamos decir exactamente en cuántos pedazos se
fragmentará y dónde caerá cada uno.
Este principio es aún más peligroso cuando se aplica a la vida
del hombre: Conociendo su herencia genética, las reacciones
químicas de su organismo, su alimentación, características
sicológicas, etc., podríamos determinar dónde va a estar usted
y que va a hacer dentro de una semana a una hora
determinada.
Basado en este principio del determinismo universal, Arthur
Conan Doyle crea su famoso detective Sherlock Holmes. El
personaje tiene un conocimiento más extenso de las cosas y
sabe hilvanarlas lógicamente, por lo tanto puede resolver
cualquier caso criminal que le presenten.

La Muerte De Dios

A fines del siglo XIX el pensamiento autónomo llega a su apogeo. El


hombre se ve a sí mismo como centro del universo.
Comenzó buscando un camino nuevo para el conocimiento, y decidió
prescindir de Dios y su revelación. Los métodos elegidos fueron la
razón y la experimentación. Todo lo que no logra a través de ellos no
lo considera válido.
Lentamente Dios fue siendo desplazado, su personalidad fue negada,
sus atributos cuestionados y sus principios ignorados. Dios debía ser
lo que el hombre podía concebir que fuera. Todo lo que no podía
atrapar con la limitada red de su conocimiento prefirió desecharlo. Se
situó así en la cima del universo; como juez absoluto determinaba
qué era la verdad y qué no lo era. El Dios Creador Omnipotente fue
reducido a la condición de un postulado que simplemente llenaba la
premisa inicial del universo.
Fue necesario entonces elaborar una moral humanista, y se llega a
crear una religión que tiene como centro al hombre.
Dios quedó reducido a una hipótesis de trabajo incómoda, aunque
necesaria. El lugar «dejado vacante» por Dios lo iba ocupando el
hombre, que crecía ante sus propios ojos y volvía a oír los reclamos
del enemigo en el jardín de Edén: «Seréis como dioses».
Cuando miraba hacia atrás, a su propia historia, se avergonzaba de
pertenecer a una raza que se inició ante un Dios Omnipotente. Sentía
que estaba dando un gran salto, desprendiéndose de la condición
humana del pasado, llegando a ser verdaderamente independiente,
adulto y capaz de construir una civilización superior. El hombre daba
paso al «Superhombre». Sin embargo, para poder consumar esa
última etapa Dios seguía estorbando. Por eso había que lanzar un
grito capaz de producir el despegue final. El profeta de ese grito fue
Federico Nietzsche (1844-1900), que decretó: «Dios ha muerto».
CAPÍTULO 6

El Hombre Del Siglo XX

En este recorrido por la historia de occidente, llegamos al hombre


actual, ese que queremos alcanzar con el mensaje salvador de
Jesucristo.
La forma de pensar del hombre moderno está profundamente
enraizada en el humanismo, tal como se desarrolló en el siglo XIX.
Pero ese humanismo no es optimista, diversos factores han incidido
para que entrara en crisis.

El Siglo Veinte

El evolucionar histórico no entiende ni responde a las demandas del


calendario, por lo tanto las fechas de iniciación y finalización de un
siglo deben fijarse según otros parámetros.
Podemos decir que el siglo XIX, con su carga de optimismo, se
prolongó hasta 1914. En ese año la ingenuidad se hace añicos contra
la realidad de la Primera Guerra Mundial.
El «superhombre», que había avanzado científica y tecnológicamente
priorizando la razón y la experimentación, y prescindiendo de Dios,
creía estar creando una nueva civilización; pero tuvo que enfrentarse
de nuevo a la dolorosa realidad de su propia barbarie.
Edward McNall Burns, en Civilizaciones de Occidente, dice: «Quizá se
pueda afirmar sin temor a errar que la Primera Guerra Mundial se
libró con ferocidad mayor que cualquier otro conflicto militar
precedente de los tiempos modernos. El empleo de gases venenosos,
ametralladoras, lanzallamas y balas explosivas cobró un precio en
vidas y en heridas horribles sin precedente ni siquiera en las
campañas más largas de Napoleón. Constituye una prueba
interesante de esa ferocidad el número de civiles muertos en las
incursiones aéreas, las matanzas, el hambre y las epidemias, superior
al de los soldados muertos en combate. Por último, esa guerra fue
única por el enorme tamaño de sus ejércitos. Unos sesenta y cinco
millones de hombres lucharon durante períodos más largos o más
breves bajo la bandera de los distintos beligerantes».
Sin embargo, a pesar de los acontecimientos, los humanistas se
negaron a ver su fracaso.
Los combatientes recibían medallas con la inscripción «Guerra para la
civilización», y se los instruía para el combate aseverándoles que
sería la última conflagración de la historia, y luego se instauraría una
civilización pacífica, justa y evolucionada.
Con este colapso del optimismo comienza nuestro tiempo.

Un Experimento Singular

Los occidentales quisieron llevar a cabo un experimento nunca antes


intentado: Edificar una civilización sin Dios y sin valores absolutos. La
característica de nuestro siglo es ignorar a Dios.
Es verdad que persiste la religiosidad, pero como un barniz externo, y
en muchos casos, tiene más connotaciones folklóricas que
espirituales. Los hombres se forman en los centros educativos
prescindiendo de Dios, la ética es profundamente humanista y se
difunden todo tipo de doctrinas ateas y anticristianas.
Ignorar a Dios tiene un precio muy alto: El ser humano pierde su
punto de referencia eterno, y no es capaz de interpretar cuál sea su
propia dimensión.
Todo fotógrafo sabe la importancia que tiene un punto de referencia.
Si está fotografiando una miniatura la coloca sobre una mano o junto
a algún objeto reconocible. El observador, por comparación, toma
conciencia de la dimensión.
Las grandes montañas no serían tales para quien las viera
fotografiadas, si no tuviesen un punto de referencia. Un automóvil o
una persona a su lado nos ubican en la verdadera dimensión de lo
que vemos.
Puede afirmarse lo mismo en relación al hombre y Dios. Dios es el
«punto de referencia» externo que tiene el hombre para comprender
su propia dimensión. Los constructores de las catedrales góticas
tenían conciencia de su propia dimensión: Lo demuestra la
inmensidad de los templos, donde el hombre se sentía
empequeñecido, pero capaz de una obra monumental si miraba hacia
Dios.
Al desplazar a Dios, el hombre queda solo frente a la naturaleza, y
experimenta lo que dijera Pascal: «Porque, al fin, ¿qué es el hombre
en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada,
un medio entre nada y todo. Infinitamente alejado de comprender los
extremos, el fin de las cosas y sus principios son para él
invenciblemente ocultos en un secreto impenetrable, igualmente
incapaz de ver la nada de donde él ha salido y el infinito de donde él
es absorbido».
G.K. Chesterton pone en boca de uno de sus personajes la
descripción de ese mismo sentimiento: «Tú sabes ahora cuál es el
verdadero sentir de un hombre respecto al firmamento, cuando se
encuentra solo en medio de él, rodeado por él... Este espacio puro,
esta pura cantidad, aterroriza al hombre más que los tigres o la
temible peste. Tú sabes que cuando nuestra ciencia ha hablado, el
universo ha quedado sin fondo».
El hombre moderno está, por lo tanto, sumido en la más oscura de
las incertidumbres acerca de sí mismo. No sabe si es un gigante,
como lo demostraría su capacidad científica, o un enano, como lo
señala su angustia y desamparo.
Se siente poderoso cuando incursiona en el espacio, pero tiembla
frente al sufrimiento y la muerte. Le fue concedida la dimensión del
espacio, y lo explora incansablemente, pero se da cuenta que le está
vedada la dimensión del tiempo que, incesante, lo desgasta hasta su
«destino final»; la muerte física.
El presente siglo quiere ser uno sin Dios, pero no ha podido ser un
siglo sin angustia.

Las Raíces Del Pasado

El hombre moderno tiene raíces que se hunden en el pasado, y son


fácilmente idéntificables en algunos hombres del siglo XIX, que a su
vez tienen representantes y seguidores en la actualidad.
No siempre estos pensadores son interpretados de manera correcta,
pero sin duda sus ideas gravitan decisivamente en el presente.

Sóren Kierkegaard (1818-1855). Teólogo y pastor dinamarqués


reaccionó contra el extremo racionalismo iniciado con Descartes, que
halló su culminación en el filósofo alemán Hegel (1770-1831).
Kierkegaard refleja en su obra la angustia, tormento y desesperación
del alma sedienta de absoluto y eternidad, que no encuentran en la
razón la forma de acceder a la paz, necesitando un salto de fe. Pero
la fe en Dios es una obediencia que exige dejar de lado todo
racionalismo.
«Dios no es una idea que se demuestre, es un ser en relación al cual
se vive», escribe con pasión, y concluye: «No se debe intentar
demostrar esa existencia, pues, si es una blasfemia negar a Dios,
peor aún es tratar de demostrar su existencia».
Kierkegaard ataca e intenta destruir el énfasis filosófico en la «idea»
que llegó a su culminación en Hegel, para destacar lo intransferible
de la experiencia personal e individual. Pone por ejemplo a Abraham
cuando va a sacrificar a su hijo Isaac, donde la fe debe pasar por
encima de todo razonamiento, incluso suspender la ética, para
«saltar» hacia Dios.
Su pensamiento fue rápidamente olvidado, pero se exhumó y
revalorizó después de la Primera Guerra Mundial. Tenemos que
destacar que fue vaciado de su contenido religioso,
descontextualizado de la experiencia personal de su autor, para
estandarizarlo y utilizarlo como arquetipo de la angustia del hombre
frente al vacío de la existencia. Mientras que Kierkegaard habla de un
salto angustioso y crítico hacia Dios, ahora se hablará de un salto
hacia el vacío y la nada.
Los existencialistas, ateos e irreligiosos, toman todos los símbolos de
los hombres religiosos, profundamente creyentes, y elaboran el
pensamiento angustioso de nuestro siglo.
Karl Marx (1818-1883). Se sintió continuador del pensamiento
racionalista y en especial de Hegel; aunque este lo aplica a las ideas,
Marx lo aplicó a la materia y la historia.
En el prólogo de El Capital, su obra principal, dice: «Para Hegel, el
mundo real no es sino la forma extrema de la "idea", y para mí, al
contrario, la idea no es sino el mundo material reflejado por la mente
humana».
Marx interpreta la historia prescindiendo de todo lo que sea ideales,
éticos y religiosos. Para él la historia se explica como una constante
lucha de clases, donde lo determinante son los bienes materiales, y el
factor detonante de todas las crisis es el problema económico.
Se reconoce ateo, y presenta una nueva concepción del mundo, el
hombre, la política y la historia.
A través de su análisis trata de convertirse en profeta y vaticina una
sociedad sin clases, hacia la que inexorablemente marcha la
humanidad, incluidos los países industrializados.
La religión, según Marx, es «el opio de los pueblos», es decir, una
forma de aletargarlos para demorar el proceso de cambio, por lo
tanto debe abandonarse todo principio religioso.
Los postulados marxistas respecto a la religión —para el pueblo
latinoamericano—, tienen relación con la realidad. El poder religioso
fue usado para mantener a los pueblos en la oscuridad, aletargarlos,
y hacerlos dependientes. Pero recordemos que el uso de la religión
como instrumento de poder y sometimiento nada tiene que ver con el
cristianismo bíblico primitivo; eso está emparentado con la decadente
iglesia medieval.
La teoría marxista se fundamenta en el materialismo histórico, del
que acabamos de hablar, y el materialismo dialéctico, según el cual la
materia es la única realidad, negando así a Dios y al hombre como
ser espiritual.
Las repercusiones del marxismo fueron importantísimas en el siglo
XX. Sus seguidores principales (Lenin, Stalin, Trotsky y otros)
produjeron con el comunismo soviético un polo político de particular
relevancia.
Los vaticinios de Marx no se cumplieron, ya que no hubo revolución
social en ninguno de los países industrializados, ni se destruyó el
capitalismo. Pero el comunismo evolucionó durante todo el siglo para
finalmente entrar en crisis. Su teoría, sin embargo, ha sido tan
importante que muchos toman la caída del Muro de Berlín, símbolo
del comunismo, como fecha para dar por concluido el siglo XX.

Carlos Darwin (1889-1882). Su obra cumbre, El origen de las


especies, revolucionó la biología. Afirmaba que no existe la
invariabilidad de las especies, sino que ellas evolucionan de
organismos más sencillos. La idea no era nueva, la esbozaron algunos
filósofos presocráticos y fue retomada por varios científicos que
precedieron a Darwin, pero este la desarrolló en forma sistemática y
completa.
Esta teoría fue adoptada por los materialistas ateos y propagada,
sobre todo en Alemania, en forma radical para «demostrar» la
inexistencia de una parte inmaterial o espiritual en el hombre. La
utilizaron para atacar al creacionismo, corno respuesta del ateísmo a
la Biblia.
Ya a fines del siglo pasado se exaltaron en tal forma los ánimos
alrededor de este tema que durante mucho tiempo fue imposible un
análisis desapasionado.
Oskar Kuhn, en La teoría de los orígenes: Hechos e interpretaciones
(1965), dice: «La teoría de Darwin, por simple y genial que a primera
vista pueda parecer, es falsa. En su tiempo fue acogida con
entusiasmo desbordado, pero no tardó en petrificarse hasta devenir
en corpus teórico cerrado y dogmático, en lugar de continuar siendo
un campo abierto a la investigación. Darwin no fue un declarado
mecanicista y, sin embargo, su teoría se convirtió en una visión del
mundo, en un medio probatorio de la doctrina materialista».
Esta siempre llevó clavada la espina de la racionalidad, y ahora se
nos presenta la oportunidad de desembarazarnos de ella. Es este un
hecho que no debemos pasar nunca por alto si queremos entender la
perseverancia obstinada con que amplios círculos defienden esta
teoría.
El evolucionismo, no ya como hipótesis de trabajo, sino como
doctrina científica, es enseñado en todos los centros de estudio
occidentales con devoción casi religiosa.
Federico Nietzsche (1844-1919). Lo hemos mencionado
anteriormente, pero vale la pena que nos detengamos en su
pensamiento. Nietzsche es un pensador alemán que preconizó la
transmutación de todos los valores, contendiendo frontalmente con el
cristianismo, al que denigraba diciendo: «El Dios de la cruz es una
maldición de la vida...» Llamó al cristianismo «la gran maldición, la
gran infamia de la humanidad». Creía que el judaísmo y el cris-
tianismo debían ser desarraigados porque exaltaban las «virtudes de
los esclavos», a las que consideraba vicios: La humildad, la
compasión, los derechos de los más débiles o incapaces.
Su famosa frase: «Dios ha muerto», quería significar que la
civilización tenía que dejar de sustentarse en ideales o esperanzas
extraterrenas. Comenzaba allí el camino hacia el superhombre, la
supervivencia de los más fuertes. En Así habló Zaratustra, dice: «Os
enseño al superhombre. El hombre es algo que debe ser superado...
¿Qué es el mono para el hombre? ¡Irrisión y penosa vergüenza! Así
también el hombre ha de ser para el superhombre vergüenza...
Habéis evolucionado del gusano al hombre, y hay de vosotros todavía
mucho de gusano... El superhombre es el sentido de la tierra. El
hombre es una cuerda tendida desde el animal y el superhombre, una
cuerda tendida sobre un abismo».
Quería destruir lo absoluto y eterno, las ideas y los arquetipos porque
eran lastres al desarrollo de la humanidad. Por eso atacaba tanto al
cristianismo como a Platón, y decía que el cristianismo no era más
que platonismo para el pueblo.
La «selección natural», de la que hablaba Darwin, debía permitirse
actuar en la sociedad humana, para que perecieran los débiles
morales, los ineptos, los pusilánimes que no saben combatir en la
vida. Sobrevivirían así los más aptos, la raza de los superhombres.
¿Cuánto del pensamiento de Nietzsche fue tomado por Adolfo Hitler y
el nazismo? Las masacres en las cámaras de gas de millones de seres
humanos, la pregonada superioridad de la raza aria, el derecho a
eliminar a los disminuidos físicos y mentales, parece ser la brutal
consumación en nuestro siglo de todo este pensamiento.
Pero Nietzsche tuvo la sagacidad de percibir la dimensión de la
catástrofe que se produce al quitar a Dios de su lugar, y alcanza a ver
la soledad, la confusión y el desamparo en que queda el ser humano,
y la titánica tarea que se está imponiendo de crear una nueva moral.
Por eso dice en La Gaya ciencia: « ¡Dónde se ha ido Dios! voy a
decíroslo: ¡Lo hemos matado vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos
asesinos! ¿Cómo hemos hecho esto? ¿Cómo hemos podido vaciar el
mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué
hemos hecho cuando hemos desatado a esta tierra de la cadena de
su sol? ¿Hacia dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿Lejos de
todos los soles? ¿No estamos cayendo sin cesar? ¿Hacia adelante, ha-
cia atrás, de lado, de todos lados? ¿Hay todavía un arriba y un abajo?
¿No erramos a través de una nada infinita? ¿El vacío no nos persigue
con su aliento? ¿No hace más frío? ¿No veis venir sin cesar la noche
más noche?»
Nietzsche sabe que quitar a Dios es producir un cataclismo de
imprevisibles resultados en el aspecto moral y existencial.
Fedor pone en boca de Iván Karamasov la afirmación más
contundente sobre el tema: «Si Dios no existe, todo está permitido».
Sin Dios la conducta humana no tiene patrones que la rijan, no existe
ética. Mientras Él está presente sabemos cómo debemos conducirnos,
qué es bueno y qué es malo. Desplazado Dios tenernos que elaborar
una nueva ética. Pero, ¿sobre qué base? No hay institución humana
con el prestigio y la fuerza necesaria para establecer una ética. Se
hará lo que las mayorías decidan.
La tolerancia a la homosexualidad, el aborto, la eutanasia, la
pornografía, etc., serán aceptados con facilidad porque se abre el
camino hacia una ética peligrosamente permisiva.

Las Respuestas Humanistas

¿Dónde halla el hombre actual respuestas sólidas para su


problemática? Librado a su razonamiento, alejado de Dios y sus
leyes, intenta responder por medio de la ciencia, la filosofía sus
interrogantes. Pero el camino del pensamiento es errático. Cuando
nuestra raza cayó, la caída nos afectó moral y racionalmente, por lo
tanto, sin una ley externa, sin la revelación de Dios el hombre irá
errabundo, aceptando todas las alternativas, probando todos los
caminos, esclavo de su propia libertad.
Antonio Machado lo expresará, bella aunque desesperadamente,
cuando escriba:
«Caminante no hay camino,
se hace camino al andar».

Esa libertad absoluta, es también la esclavitud absoluta de un hombre


condenado a la incertidumbre, pero que persiste obstinadamente en
seguir sus propios caminos, con una terquedad asombrosa.
Jean Paul Sartre (1905-1980). Filósofo existencialista francés, el
más conspicuo representante de esa corriente en su vertiente atea,
refleja esa obstinación en su obra. El drama Las Moscas tiene por
protagonista a Orestes que se enfrenta con el Dios Júpiter para
expresarle: «Extraña a mí mismo, lo sé. Fuera de la naturaleza, sin
excusa, sin otro recurso que en mí. Pero no volveré bajo tu ley; estoy
condenado a no tener otra ley que la mía. No volveré a tu natural
realeza; en ella hay mil caminos que conducen a ti, pero solo puedo
seguir mi camino. Porque soy un hombre, Júpiter, y cada hombre
debe inventar su camino».
Sartre utilizó todos los medios a su alcance para dar a conocer su
prédica. Consciente de la limitación de los tratados filosóficos
estudiados únicamente por especialistas, encontró en el teatro, la
novela y el cine caminos aptos para difundir sus ideas. A la certeza
del Señor Jesucristo que dice: «Yo soy el camino», contrapone su
filosofía de «Cada hombre debe inventar su propio camino».
En su madurez va a confesar: «El ateísmo es una empresa cruel y de
largo aliento: creo que lo he llevado hasta el fondo... desde hace diez
años soy un hombre que se despierta, curado de una amarga y dulce
locura y que no acaba de darse cuenta ni puede recordar sin reírse
sus antiguos errores y que ya no sabe qué hacer con su vida» (Las
Palabras, 1964).
Vale la pena contrastar estas amargas reflexiones con la certeza del
apóstol Pablo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,
he guardado la fe».
La respuesta a los problemas existenciales que recibe el hombre
moderno se limitan a proclamarlo libre, para luego mostrarle que la
libertad absoluta es también una forma de esclavitud.
A la pregunta ¿De dónde vengo?, la respuesta humanista pasa por la
teoría evolucionista de Darwin, con lo que el hombre que da reducido
a un grado evolucionado de la materia, despojado de toda dignidad,
grandeza y espiritualidad.
Cuando interroga acerca del devenir histórico, el humanismo
responde que lo que mueve la historia son únicamente los intereses
económicos, que prevalecen por sobre las ideas y el estado espiritual
de los pueblo.
Frente al futuro, el humanismo responde con la nada, el vacío,
produciendo una profunda angustia que no tiene respuesta individual.
« ¿Cómo debo vivir?» es el interrogante final. Erich Fromm contesta:
«Los juicios de valor y normas éticas son exclusivamente asunto de
gusto o de preferencia arbitraria... en este campo no puede hacerse
ninguna afirmación objetiva válida».
En resumen, la lapidaria definición que el hombre moderno recibe del
humanismo se sintetiza en las palabras de Sartre en El ser y la nada:
«El hombre es una pasión inútil».
CAPÍTULO 7

LOS PROBLEMAS DEL HOMBRE MODERNO

El siglo pasado finalizó con la euforia positivista y la propuesta del


superhombre. Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se
inició una difusión y consolidación popular del pensamiento
desarrollado en aquella centuria.
Las comunicaciones, que comenzaron a desarrollarse en ese siglo, se
incrementaron y perfeccionaron en este, convirtiendo al mundo en lo
que algunos llaman la «aldea global».
Todo lo que sucede en cualquier parte del planeta, es rápidamente
difundido por todo el mundo. Primero fue por medio de la palabra,
luego de la imagen. Por último, la tecnología es capaz de transmitir
los sucesos de interés general en forma directa y simultánea a todo el
mundo.
Los humanistas fueron los primeros en darse cuenta de que el acceso
a esos medios era necesario si querían difundir e implantar su
pensamiento en la sociedad.
Comenzaron entonces a laborar en dos niveles. Los filósofos
trabajaban en el nivel teórico tradicional, desarrollando el
pensamiento abstracto, pero conscientes de que difícilmente podrían
influenciar a las masas a través de estos trabajos que eran de interés
solo para los especialistas. Por lo tanto iniciaron un segundo nivel de
trabajo, para dar a sus ideas popularidad.
Como señaláramos, Jean Paul Sartre escribe una obra filosófica
importante, para especialistas: El ser y la nada. Con dificultad el
hombre común se verá influenciado por esta obra. Pero
simultáneamente escribe para el teatro: Las manos sucias, Muertos
sin sepultura, Las moscas, etc.; produce guiones cinematográficos: El
engranaje, La suerte está echada, y algunas de sus obras teatrales
son llevadas al cine con actores de resonancia popular.
Junto a estos grandes productos del pensamiento humanista, surgen
los subproductos. Dentro del mismo lineamiento se producen otras
novelas, películas, obras de teatro, de artistas que adoptan la filosofía
humanista y se encargan de difundirla.
Los grandes filósofos humanistas han penetrado con su pensamiento
en comunicadores sociales, artistas, pensadores, etc. De todos los
rincones del mundo occidental.
Los intelectuales latinoamericanos más destacados como Octavio Paz,
Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Ernesto Sábalo y otros,
están bajo la influencia de los humanistas y transmiten a nuestros
pueblos, en nuestro lenguaje, adaptadas a nuestra realidad, sus
ideas.
En este sentido los cristianos han quedado rezagados, los medios de
difusión masiva no son vehículo del pensamiento cristiano: No existen
novelistas, dramaturgos o directores de cine que estén difundiendo el
pensamiento cristiano con la fuerza, el compromiso y el alcance con
que lo hacen los humanistas.

Del Ateísmo Al Nihilismo

El ateísmo se introdujo con fuerza en la sociedad moderna. Tomó otro


nombre: «Agnosticismo». La palabra fue utilizada por T.H. Huxley en
1869, para indicar que el hombre no puede llegar a saber si Dios
existe o no. Comúnmente se utiliza para señalar que el problema de
la existencia o no de Dios es irrelevante para el sujeto.
Del «Dios ha muerto» de Nietszche, se pasó con rapidez al «Dios no
existe» o «No me interesa si Dios existe o no». El hombre iniciaba su
propio camino, independizándose de Dios, y elaborando sus propios
códigos.
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) tuvo un horror mayor que el
de la primera. No solo por la cantidad de víctimas, sino por la saña y
el poder destructivo evidenciado.
Los campos de concentración, los seis millones de muertos en las
cámaras de gas. Los experimentos científicos hechos con los
prisioneros, desnudaron nuevamente la realidad de la condición
humana.
Juntamente con eso se instaló en el mundo el temor atómico. El 6 de
agosto de 1945 estalla la primera bomba atómica sobre Hiroshima.
Hasta ese momento la máxima capacidad destructiva del hombre
alcanzaba un radio de 100 metros. Ahora, con la moderna bomba, en
un momento se destruyeron tres cuartas partes de los edificios de
una ciudad, dejando un saldo de aproximadamente 100.000 muertos.
El estremecimiento conmovió al mundo: La ciencia y la tecnología
destacaron fuerzas inimaginadas de una atemorizante capacidad
destructiva, y ya nadie podía sentirse seguro en ningún lugar del
planeta.
«El hombre comienza a vivir a la intemperie», dijo Gabriel Marcel en
Francia. La guerra armada cesó, pero dio paso a la guerra fría, donde
los contendientes, jugaban con el miedo del adversario. Los grandes
foros internacionales se veían imponentes frente al problema. El
hombre común comenzó a replantearse cuál era el sentido que tenía
vivir.
Pasa entonces del ateísmo al nihilismo. ¿Qué es el nihilismo? La
palabra viene del latín y significa «nada». Nietszche definió ese
estado: Es un proceso en el que «los valores supremos pierden su
valor» por lo cual «falta la meta, falta la respuesta a la pregunta:
¿por qué?»
Para el nihilista nada cuenta más que el instante que vive, nada hay
que merezca esfuerzos, la búsqueda tiene que quedar reducida al
placer de hoy. El hombre retorna al «Comamos y bebamos porque
mañana moriremos» (1 Corintios 15.32).
En el nihilismo el hombre no posee valores absolutos, por lo tanto
está abierto a cualquier posibilidad: Todas las conductas son
legítimas: la violencia, la homosexualidad, el aborto, la drogadicción,
etc.
El cuerpo tiene urgencias que deben ser satisfechas sin limitaciones,
todo es bueno y lo que hace la mayoría, lo que se generaliza, es
normal: Desaparecen las jerarquías.
Se exalta lo humano, aparecen «ídolos» de carne y hueso —que
pueden ser deportistas, cantantes, políticos u otros a los que se les
rinde un culto multitudinario, orgiástico—, emparentados con
experiencias religiosas.
Dentro del nihilismo, la drogadicción se transforma en un camino, un
salto hacia una «suprarealidad», un camino hacia lo sagrado.
El nihilista parece superar su instinto de conservación para ir
elaborando una filosofía de autodestrucción: Corre inconscientemente
hacia la muerte porque no encuentra el sentido de la vida.
En conversaciones mantenidas con drogadictos y homosexuales
argumenté el problema de la muerte prematura por los peligros a los
que se exponían en su promiscuidad. Fue notable la forma triste,
resignada, fatalista con que respondían. En algunos casos la angustia
existencial era tan grande que la muerte parecía una meta deseada.
Habían superado su capacidad de conservación: La vida carecía para
ellos de sentido.
Sobre la publicidad preventiva que se hacía en una gran ciudad con el
lema «La drogadicción mata lentamente» un drogadicto había
manuscrito: «Yo no tengo apuro». Más allá del sarcasmo o de una
artificial forma de desafío, la repuesta encierra para muchos jóvenes,
emergentes de una sociedad sin respuesta, una realidad triste.
Por supuesto que estos casos son extremos, pero el pensamiento
nihilista ha impregnado de diferentes formas la sociedad occidental, y
si bien no todos tienen una conciencia de muerte, es notable la
sensación generalizada de que lo más importante es vivir el hoy,
satisfacer todos los deseos y exaltar la libertad por encima de la
responsabilidad.

La Vida Sin Dios

Dios no tiene para el hombre moderno un lugar protagónico. Samuel


Morse, el 24 de mayo de 1844, realizaba la primera transmisión
telegráfica con estas palabras: « ¡Esto es obra de Dios!» No hubo
ingenuidad en esa afirmación, Morse sabía que había mucho trabajo
humano detrás de su invento, pero estaba reconociendo al Creador
su señorío.
Alguien comparó estas palabras con las de Neil Armstrong al poner
por primera vez sus pies en la luna: «Este es un pequeño paso para
el hombre, pero un paso gigantesco para la humanidad». El primer
plano era ahora ocupado por el hombre.
Podemos decir que pertenecemos a la generación de los que «no
aprobaron tener en cuenta a Dios» (Romanos 1.28). No estamos
hablando solamente de un ateísmo o agnosticismo declarado. Las
estadísticas seguirán dando en Latinoamérica una gran cantidad de
creyentes y las fiestas populares seguirán arrastrando multitudes. El
problema es otro.
Dios, para muchos, no es más importante que los dinosaurios cuyos
esqueletos se muestran en los museos de historia natural: Están allí
como parte del pasado, nos convocan periódicamente, pero no
encontramos la conexión que tienen con nuestra realidad cotidiana.
Dios no es tema cotidiano de conversación, ni sus leyes están
jerarquizadas en el corazón del hombre. Una inmensa mayoría que se
declara cristiana jamás ha leído los evangelios, y niega una gran
cantidad de las leyes dadas por Dios, prefiriendo los caminos que
sociólogos, antropólogos, sicólogos y políticos proponen al individuo y
la sociedad.
Si para los humanistas del pasado Dios era un postulado necesario
para llenar algunos vacíos inexplicables por la razón, para la mayoría
de los hombres que se dicen creyentes solo es un paliativo mítico
frente a lo irremediable del sufrimiento y la muerte. Se recurre a El
en los casos extremos, cuando los caminos racionalistas no tienen
salida.
En el medioevo el hombre era capaz de programar la construcción de
grandes catedrales, cuya realización llevaba siglos. El hombre de hoy
es incapaz de hacerlo, no entra dentro de sus esquemas mentales
iniciar una obra que dure más allá de su propia existencia. Aquello
que no pueda ver concluido no vale la pena como propuesta.
No podemos entrar a las catedrales góticas europeas sin sentir un
estremecimiento: La grandeza de la obra contrasta con nuestra
propia pequeñez. Esas piedras contienen todo un mensaje: El hombre
es pequeño, Dios es grande y su franqueza me estremece.
Martín Lutero vio ya en su época el comienzo de esta declinación, y
con palabras que parecen estar escritas en el presente dice: «El
hombre se ha desacostumbrado tanto a la presencia de Dios que ha
dejado de temerle, ya no se estremece».
Las Sagradas Escrituras dejan testimonio de este estremecimiento. Lo
vivió Jacob cuando tuvo la visión de la escalera que llegaba al cielo:
« ¡Ciertamente Jehová está en este lugar y yo no lo sabía. Y tuvo
miedo y dijo: ¡Cuan terrible es este lugar! No es otra cosa que casa
de Dios y puerta del cielo!» (Génesis 28.16-17).
También Moisés frente a la zarza que ardía sin consumirse «cubrió su
rostro porque tuvo miedo de mirar a Dios» (Éxodo 3.6); y Josué
frente al varón de la espada desenvainada «postrándose sobre su
rostro, le adoró» (Josué 5.14).
El apóstol Juan, en Patmos, al ver al Señor dice: «Cuando le vi, caí
como muerto a sus pies» (Apocalipsis 1.17).
¿Qué es este «miedo», que lleva a la postración en Dios? Es la
conmoción del espíritu frente al Creador. El hombre de hoy ignora ese
estremecimiento, no lo experimenta. Pero lo necesita, tanto como el
recién nacido requiere el llanto inicial para la vida. Esa angustia
existencial que lo aqueja está mostrando su asfixia espiritual.
Muchas veces oímos a personas que visitaron lugares donde la
majestuosidad de la naturaleza los hizo sentir empequeñecidos,
tratando de explicar sus sentimientos: «Sentí algo que no supe qué
era, que no se puede explicar...» Llegaron al borde del
estremecimiento, y lo que el cristiano expresaría como adoración y
alabanza al Creador, no encuentra en el hombre secularizado el cauce
necesario, por lo que muere al nacer.
En algunos casos esto toma ribetes de tragedia. Recordemos los
magistrales versos de la chilena Violeta Parra:

Gracias a la vida que me ha dado tanto.


Me dio dos luceros, que cuando los abro,
muy claro distingo el negro del blanco,
y en el ancho cielo su fondo estrellado,
y en las multitudes al hombre que yo amo.

La profunda sensibilidad frente a los dones recibidos pocas veces ha


sido expresada con igual belleza. Violeta Parra, sin embargo, terminó
sus días quitándose la vida.
El culto desmedido a la libertad, una libertad que reconoce cada vez
menos fronteras, termina destruyendo la responsabilidad personal.
Esta falta de responsabilidad ha creado, además, grandes problemas
ecológicos. Del panteísmo pagano, que creía que la naturaleza era
intocable, pasamos a la concepción cristiana: La naturaleza es
creación de Dios en beneficio del hombre para su uso racional.
El principio ecológico por excelencia se encuentra en los Salmos: «Del
Señor es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan.
Porque él la fundó sobre los mares y la afirmó sobre los ríos» (Salmos
24.1-2).
El uso desmedido de la libertad, desplazó a Dios del lugar que le
corresponde e hizo que el hombre se desbordara sobre la naturaleza,
comenzando una peligrosa obra destructiva. Ya no se siente un
huésped privilegiado de Dios sobre la tierra, sino un amo absoluto.
Esto está llevando a la contaminación del aire y el agua de los ríos y
mares, y a la destrucción de selvas y bosques que constituyen la
reserva de oxígeno del planeta.

El Tema De La Culpa
Queda pendiente uno de los temas fundamentales que tratamos en
los primeros capítulos al considerar la herencia hebrea y griega: La
culpa.
¿Cómo soluciona el hombre moderno el tema de la culpa? Sigmund
Freud (1856-1939), tiene una relevante importancia en este tema,
porque es quien formula la teoría del psicoanálisis.
La postura de Freud ante la religión está registrada en dos de sus
obras: Tótem y tabú y El porvenir de una ilusión. Para él, la religión
es objeto de análisis científico y busca en las raíces de la cultura los
móviles que la generaron. Reconoce el valor de la religión en el
progreso humano: «La religión ha prestado, desde luego, grandes
servicios a la civilización humana y ha contribuido, aunque no lo
bastante, a dominar los instintos asóciales. Ha regido durante
milenios y ha tenido tiempo de mostrar su eficacia».
Más adelante afirma: «La religión sería la neurosis obsesiva de la
colectividad humana y, lo mismo que la del niño, provendría del
complejo de Edipo, de la relación con el padre. Conforme a esta
teoría, hemos de suponer que el abandono de la religión se cumplirá
con toda la inexorable fatalidad de un proceso de crecimiento y que
en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de la
evolución».
Este desplazamiento de la fe se hace a favor de la ciencia y concluye
señalando: «No, nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo
sería creer que podemos obtener en cualquier otra parte lo que ella
no nos puede dar». Freud se desembaraza así de la religión y da paso
a la ciencia para los problemas de conducta.
La culpa, o «sentimiento de culpa» como lo llama Freud, será uno de
sus temas, a los que dará una solución secular, a través del
psicoanálisis. Según esta teoría el sentimiento de culpa es un
contraste entre el «yo» y el «superyo» (que es el conjunto de
prohibiciones morales aprendidas), en el cual el primero se castiga
con la autoacusación. Nos damos cuenta de lo peligroso que resulta—
para quien sigue el pensamiento autónomo y niega la religión—,
trabajar sobre estos conceptos.
Los resultados fueron que, para muchos, el psicoanálisis se convirtió
en una religión secular, donde «confesaban» sus pecados y eran
«absueltos» en nombre de ia ciencia.
El doctor Hans J. Eyusenck, profesor de Psicología en la Universidad
de Londres y director de Maudsley and Bethlem Royal Hospitals
denuncia este carácter religioso del psicoanálisis, que se implanta
como un dogma: «La crítica es la sangre vital de la ciencia, pero el
sicoanalista, y en particular el mismo Freud, se han opuesto siempre
a cualquier forma de crítica. La reacción más corriente ha consistido
en acusar al crítico de "resistencias" sicodinámicas, procedentes de
complejos de Edipo no resueltos y de otras causas similares; pero
esto no es una buena excusa». Más adelante afirma: «...la continua
hostilidad de los freudianos a toda clase de crítica, por bien
documentada que estuviere, y a la formación y existencia de teorías
alternativas, por bien fundadas que fueren, no habla demasiado bien
del espíritu científico de Freud y sus seguidores».
El carácter dogmático del psicoanálisis, sus fundamentos humanistas
ateos, y su accionar sobre el tema de la culpa lo convierten en
sumamente peligroso para el hombre occidental.
Frente a una conciencia acusadora, inflamada de culpa por el pecado,
quiso implementarse un sistema de desactivación, cuyo manejo
queda a discreción de un terapeuta, que es en definitiva quien decide
qué es lo bueno o lo malo en la conducta del paciente.
No obstante el humanismo intentaba dar respuesta al problema de la
culpa. Una respuesta «científica» con que intentó acallar la conciencia
del hombre que clamaba por el perdón de Dios.
CAPÍTULO 8

El Hombre En Busca De Sentido

En 1948, durante la posguerra, se estrenaba en París La cantante


calva, obra teatral de Eugenio Ionesco. Si bien pueden registrarse
algunos antecedentes, con ella se inicia el Teatro del Absurdo. El
público salió desconcertado; la acción no tenía nada que ver con el
título y muchos se indignaron por lo que pensaban era una descarada
burla del autor.
Pero Ionesco alcanzará su mayor profundidad con Las sillas, cuyo
argumento es, sintéticamente, el siguiente: En el escenario, que
simulaba una torre circular, viven dos ancianos que esperan gran
cantidad de invitados. Están aislados en la torre y los invitados que
van llegando son invisibles al espectador, pero los ancianos los
acomodan en las sillas y conversan con ellos como si estuvieran
presentes.
Se puebla todo el escenario de sillas, que van sofocando a los
personajes, mientras esperan a un orador que debe transmitirles un
importante mensaje. Finalmente, el orador se hace presente: A
diferencia de los invitados, este es un ser de carne y hueso, pero
sordomudo. Para subsanar el problema le acercan una pizarra, pero
para desolación de los ancianos solo escribe: «Bizcocho» y «Adiós».
Ionesco dice refiriéndose a Las sillas: «El tema de la obra no es un
mensaje, o el fracaso de la vida, ni el desastre moral de los ancianos,
sino de las sillas; es decir la ausencia de personas, la ausencia de
sustancia, la irrealidad del mundo, el vacío metafísico. El tema de la
obra es la nada».
Algo similar sucede con otro dramaturgo, Samuel Becket, irlandés,
autor de Esperando a Godot. Esta obra tiene dos protagonistas
masculinos, que se mantienen en estática actitud de espera durante
todo el espectáculo, sin que la acción avance. Solo sabemos que
esperan a un tal Godot. Finalmente baja el telón sin que sepamos
quién es Godot. Pero vale la pena transcribir una parte de los
diálogos finales:

Estragón: ¿Qué tienes?


Vladimiro: No tengo nada
Estragón: Yo me voy
Vladimiro: Yo también
(Silencio)
Estragón: ¿Dormí mucho?
Vladimiro: No sé
(Silencio)
Estragón: ¿A dónde iremos?
Vladimiro: Cerca
Estragón: ¡No, no, vayámonos lejos de aquí!
Vladimiro: No podemos
Estragón: ¿Por qué?
Vladimiro: Tenemos que volver mañana
Estragón: ¿Para qué?
Vladimiro: Para esperar a Godot
Vladimiro: Nos ahorcaremos mañana (tiempo). Salvo que venga
Godot.
Estragón: ¿Y si no viene?
Vladimiro: Nos habremos salvado
Vladimiro: ¿Vamos entonces?
Estragón: Vamos
(No se mueven)
Telón final

Hay una quietud, un estatismo, una imposibilidad de hacer nada, y un


«sin sentido» que irritó en su momento a los críticos, pero sigue
conmoviendo a los espectadores.
¿Quién es Godot? Ni siquiera se sabe si existe o no, si viene o no,
tampoco se sabe para qué viene. Pero su ausencia es la protagonista
del drama. Ausencia que aplasta la acción y las posibilidades de los
protagonistas.
La angustia, la ausencia de mensaje, la ausencia del personaje
principal del drama humano, la ausencia de Dios se hace cada vez
más visible en las manifestaciones artísticas de posguerra. Pero
aparece otro elemento importante: esa ausencia le quita todo sentido
a la vida y las cosas que la rodean.

El Sentido De La Vida

El grito triunfal del positivismo: «Dios ha muerto», se transformó en


un gemido angustioso: «El hombre ha muerto». Esta «muerte del
hombre» nada tiene que ver con su vida biológica, se refiere a la falta
de sentido de la existencia. Esta carencia de sentido y significado es
el problema fundamental del hombre actual.
Víctor Frankl dice que hoy el hombre «carece de un instinto que le
diga lo que, ha de hacer, y no tiene ya tradiciones que le indiquen lo
que debe hacer: en ocasiones no sabe siquiera lo que le gustaría
hacer. En su lugar, desea hacer lo que otras personas hacen
(conformismo) o hace lo que otras personas quieren que haga
(totalitarismo)... Este vacío existencial se manifiesta sobre todo en un
estado de tedio. Podemos comprender hoy a Shopenhauer cuando
decía que, aparentemente la humanidad estaba condenada a vagar
eternamente entre los dos extremos de la tensión y el aburrimiento.
De hecho, el hastío es hoy causa de más problemas que la tensión y,
desde luego, lleva más casos a la consulta siquiátrica... El vacío
existencial se manifiesta enmascarado con diversas caretas o
disfraces. A veces la frustración de la voluntad de sentido se
compensa mediante una voluntad de poder, en la que cabe su
expresión más primitiva: la voluntad de tener dinero. En otros casos
en que la voluntad de sentido se frustra, viene a ocupar su lugar la de
placer. Esta es la razón por la que la frustración existencial suele
manifestarse en forma de compensación sexual y así, en los casos de
vacío existencial, podemos observar que la libido sexual se vuelve
agresiva».
Ionesco, Beckett y muchos otros interpretaron desde su mirador
intelectual la problemática del hombre moderno. Víctor Frankl,
discrepando con Freud, indica que las neurosis sexuales proliferaron a
causa del vacío existencial. Pero la realidad descarnada que nos
rodea evidencia cotidianamente el drama de un hombre que no
encuentra el sentido de su vida.
La falta de sentido de la vida lleva a una búsqueda de satisfacción y
placer que desemboca en prácticas autodestructivas.
La dependencia de las drogas, sean psicofármacos o alucinógenos,
que crece tanto en los países desarrollados como subdesarrollados,
tiene una explicación última en el profundo desaliento y la carencia
de sentido para la propia vida. En algunos casos esta dependencia se
manifiesta como alcoholismo, una práctica cada vez más extendida
en occidente. Curiosamente muchas de las fiestas religiosas de
Latinoamérica terminan en orgías y borracheras, testimoniando la
vaciedad de la religión practicada.
El sexo se ha descontextualizado, en la búsqueda desmedida de
satisfacción y placer a través de la sexualidad, se transgreden las
normas morales, cayendo en aberraciones increíbles:
homosexualidad, travestismo, sadomasoquismo, espectáculos
pornográficos, prostitución, pornografía infantil, etc.
Se accede al matrimonio con la actitud egoísta de buscar satisfacer
las necesidades personales de trascendencia y sentido de la vida, lo
que lleva a exigir de la institución matrimonial una función para la
que no fue creada. A la manera de la samaritana que dialogó con
Jesús, los «muchos maridos» o las «muchas mujeres» denuncian una
insatisfacción profunda que no se puede saciar en el matrimonio o el
sexo, porque es de origen espiritual.
El dinero, los bienes materiales, son para otros una forma
socialmente aceptada de canalizar su búsqueda de significado y
sentido de la vida. En otros casos la persecución de notoriedad y
fama es la meta tentadora en la que buscan satisfacción.
En medio de esta vorágine el tema de la muerte está vedado. Es un
tema tabú, no se debe mencionar, la sola mención es temida como
una convocatoria. En una sociedad hedonista, que busca
«alegremente» el placer, la muerte no tiene cabida. Pero es la triste
realidad a la que no encuentra respuesta en el hombre moderno.
El Silencio De Dios

¿Qué piensa ahora el «hombre muerto», acerca de Dios? Una de las


indagatorias más interesantes sobre el tema la realizó el director
cinematográfico sueco Ingmar Bergman, un hombre atormentado,
criado en el protestantismo y profundamente preocupado por indagar
sobre el diálogo entre el hombre y Dios.
En una serie de películas que comienza con El séptimo sello, en 1956,
y concluye con Persona, en 1966, analiza esta relación. Los títulos
son sugestivos: El séptimo sello se relaciona en Apocalipsis con un
gran silencio; otra película de la serie es El silencio; y la última,
Persona, a la que vamos a referirnos, gira en tomo al silencio.
Es la historia de una actriz, Elizabeth, que sorpresivamente enmudece
en medio de una actuación teatral. Para su curación es aislada en una
casa junto al mar, acompañada por una enfermera llamada «Alma»
(el nombre es todo un símbolo). La acción es la lucha de dos
voluntades: Alma buscando comunicarse, utilizando todos los
recursos, desde la ternura a la agresión, y Elizabeth impenetrable en
su obstinado silencio.
Una noche, Alma es despertada por Elizabeth y conversan. Al
levantarse, por la mañana, Alma busca la confirmación del diálogo y
vuelve a tropezar con el cerrado silencio de Elizabeth, lo que la deja
perpleja. Finalmente Alma encara a Elizabeth y le intenta hacer
repetir: « ¡Nada! ¡Siempre Nada!» Balbuceante Elizabeth dice:
«Nada». Luego Alma hace sus valijas y se va dejándola sola.
La película concluye sin la palabra «Fin», en un final abierto: Alma
inicia un nuevo camino.
El tema de Persona es la lucha por la comunicación, por la respuesta.
El protagonista es el silencio indoblegable de Elizabeth, que asume a
Alma en la perplejidad, la confusión y la angustia.
El tema del silencio de Dios, que Bergman iniciara con El séptimo
sello, donde un caballero medieval trata de tener certezas sobre el
más allá, y que, a pesar de su duda, busca a Dios; se resuelve en
Persona, donde se da por entendida la existencia de Dios, pero
también la imposibilidad de la comunicación.
Dios guarda silencio, dice Bergman, un silencio obstinado frente a
nuestra desesperación. A veces parece que hablara, pero nunca
tenemos certeza.
Y lo que el hombre moderno busca es certeza, una certeza que venga
de la comprobación científica.
No le interesa que Dios haya hablado en el pasado a través de la
revelación escrita o de Jesucristo. Lo que le importa es tener una
comprobable palabra personal en el presente. Esta búsqueda, que el
hombre común sintetiza en la antigua frase: «Si no veo, no creo», es
la negación del camino de la fe.
La actitud de Pilatos, frente al silencio de Jesús, cuando dijo: ¿A mí
no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que
tengo autoridad para soltarte? (Juan 19.10), es la misma del hombre
de hoy. Pilatos no tuvo en cuenta lo que Jesús había hablado y hecho,
quería que le resolviera su problema. No le interesaba evaluar la
trayectoria de Jesús, quería una solución inmediata y Jesús no
respondía.
El hombre de hoy quiere un Dios utilitario, que le dé certezas de su
presencia más allá de la fe, que solucione sus problemas inmediatos,
y si no lo hace, lo relega a un segundo plano.
Escuchamos las preguntas del hombre de nuestra tierra: « ¿Qué hace
Dios ante tanta miseria? ¿Qué hace Dios mientras miles de niños
mueren de hambre? ¿Qué hace Dios frente a la opresión y la
violencia? ¿Por qué no actúa Dios ante la injusticia?», detrás de todos
esos interrogantes lo que está diciendo es: «Dios guarda silencio».
Y sin embargo, Dios ha hablado, pero sobra soberbia y falta humildad
para escucharlo.

Los Caminos Oscuros

La búsqueda de respuesta y sentido, dio lugar, en la segunda mitad


del siglo XX a la apertura hacia otros caminos: hinduismo, budismo,
ocultismo, voluntarismo, etc.
Si se nos permite la generalización diríamos que el hombre occidental
ha pasado de la fe al racionalismo materialista para saltar finalmente
a la irracionalidad.
El hinduismo ha penetrado a través de diversas manifestaciones: la
gimnasia yoga, el movimiento «Haré Krishna», la meditación
trascendental, la Nueva Era, etc.
Oriente ve ahora a occidente como un campo misionero importante:
Los occidentales encuentran en el orientalismo una posibilidad de
búsqueda y un paliativo a su angustia.
La doctrina de la reencarnación, donde la vida no se extingue, sino
recomienza constantemente, tiene un singular atractivo para quien
sufre por su intranscendencia. El yoga, que se presenta como
gimnasia relajadora y mejoradora de la personalidad, despierta
interés en los incautos, que no perciben el trasfondo religioso que se
agrega posteriormente.
La meditación trascendental, con un disfraz científico, trata de
mejorar los niveles de descanso, aliviar las tensiones y solucionar los
problemas de la vida a través del «vacío mental».
Para evitar la complejidad del hinduismo en su forma original, la
Nueva Era presenta las mismas propuestas, pero occidentalizadas, y
penetra así con más facilidad. Cuenta para ello con personas
famosas, que sin reparo promocionan estas nuevas doctrinas,
pretendiendo que no tienen nada que ver con religión.
Resurge también el ocultismo a través de la proliferación de
horóscopos, cartas astrales, tarot y todas las formas tradicionales de
adivinación. A través de esto se va introduciendo una visión fatalista
de la vida: El carácter se determina por el signo zodiacal, y el futuro
por la posición de los astros. La astrología se ha convertido en un
medio importante para justificar errores y eludir la responsabilidad
personal.
Paralelamente recrudecen las doctrinas voluntaristas, enseñando que
el éxito, el desarrollo de la personalidad y el equilibrio interior se
logran sabiendo poner fe en uno mismo. Su literatura se difunde
profusamente en todos los idiomas, para todas las edades: Juan
Salvador Gaviota; Tus zonas erróneas; Yo estoy bien, tú estás bien;
60 horas que transformarán su vida; son algunos de sus títulos.

Algunas Reflexiones

Esta intromisión de viejos caminos, que pretenden entrar como


novedad en occidente, merecen algunas reflexiones.
Las propuestas, por su contradicción, afirman la desorientación del
hombre occidental respecto a sí mismo. La astrología, ampliamente
difundida a través de todos los medios, afirma el fatalismo de la vida
humana: Todo aparece predeterminado, el hombre solo puede
indagar y reconocer, pero no modificar, lo que los astros, en su
soberanía, han determinado. El ser humano es un juguete del
destino, movido por los hilos invisibles de los astros.
Pero, al mismo tiempo, las doctrinas voluntaristas ponen todo el
énfasis en las posibilidades del hombre, en sus capacidades para
determinar el destino. El hombre es dueño y artífice de futuro.
Los mensajes contradictorios muestran el grado de desorientación al
que se llega cuando, alejándose de Dios, los hombres pierden el
punto de referencia eterno. Por otra parte sorprenden algunas de las
manifestaciones. Los que siguen las doctrinas voluntaristas niegan
que tengan un contenido religioso. Sin embargo tienen un dios y un
plan redentor: El hombre es su propio dios y su propio redentor, en él
reside todo el poder para salvarse.
Las doctrinas voluntaristas afirman: «Di en tu corazón: Yo soy mi
propio redentor. ¿Quién está por encima de mí? ¿No me he liberado
yo mismo por medio de mi cerebro y mi cuerpo?» Esta es la síntesis
descarnada. Pero la cita no pertenece a ningún libro que enseñe el
voluntarismo. Es un párrafo de la Biblia Satánica, utilizada por la
Iglesia Satánica que tiene su sede en los Estados Unidos. Vale la pena
reflexionar sobre esto.

Las Constantes De Nuestro Tiempo

El sexo y la violencia parecen ser las constantes de nuestro tiempo.


Son ingredientes imprescindibles en cualquier espectáculo que quiera
tener éxito masivo, y progresivamente los consumidores demandan
más audacia de los productores.
El sexo ha sido totalmente descontextualizado: Mientras se exalta la
sexualidad se denigra el matrimonio, ámbito en el que Dios la colocó.
Es que matrimonio significa responsabilidad, mientras que sexo
significa placer. Dentro del marco matrimonial, la gratificación del
placer está incluida en la asunción de responsabilidades. Pero la
tendencia actual de buscar el placer y eludir la responsabilidad,
transforma al matrimonio en una carga no deseada.
Esa filosofía imperante es propagada por la revista Playboy, cuya
difusión alcanza a todos los países occidentales. Más allá de la
pornografía, su director responde y publicita una filosofía de vida
según la cual «el placer no necesita justificación».
Abre así la posibilidad de buscar al placer por el placer misino, sin
vínculo alguno con la responsabilidad. Para los seguidores de esta
filosofía el gran peligro es crear afectos, porque eso liga a las
personas, despierta la responsabilidad por el otro, por lo tanto debe
ser eludido: El placer tiene que ser el único objetivo de la relación
sexual.
Se transforma así al «otro» en un simple objeto, que existe en la
medida que pueda «darme» placer. Pero acabado el placer no hay
nada vinculante. El sexo, desprendido del afecto, tal como se predica
en esta filosofía de gran arraigo en las nuevas generaciones, no solo
atenta contra la ley de Dios, sino que destruye el concepto de
«prójimo».
La palabra «amor» ha sido vaciada de su contenido; para muchos es
sinónimo de cópula, por lo que hablan de «hacer el amor». Esta
forma de vivir la sexualidad crea mayor angustia, lo que encierra al
hombre en un círculo vicioso: Mas angustia, más búsqueda de placer
que vuelve a generar más angustia.
La búsqueda se transforma en desenfrenada y comienzan a saltar
todas las barreras de normalidad, para buscar mayor placer. Por este
camino se aceptan todas las formas de desviación sexual, ya que hay
un solo objetivo.
Alguien ha señalado que el «Pienso, luego existo» de Descartes, se
ha transformado hoy en «Copulo, luego existo», una afirmación
moderna de la existencia.
La violencia, paralelamente, tiene un atractivo especial: Aparece
como una solución rápida a los problemas humanos. El camino de la
violencia pasa por encima de la racionalidad. Al esta agotarse y
descubrir el hombre su limitación, establece su propia verdad a
través de la fuerza.
Si los positivistas crearon una novela policial tradicional, donde una
mente sagaz unía racionalmente las pistas para dar con el criminal,
los agnósticos de la primera mitad del siglo XX crearon la Novela
Negra o policial, donde la violencia prima sobre la racionalidad; y la
justicia no se alcanza por los medios normales, sino por la acción
directa, violenta y, muchas veces, al margen de la legalidad.
La violencia se llegó a transformar en ideología: El fin justifica los
medios. Así se acepta todo tipo de violencia y violaciones de los
derechos de los demás, pensando únicamente en los fines.
La sensación de intrascendencia, la limitación de la vida, la
desesperación de pensar que lo único válido es el presente,
desemboca finalmente en un hombre que hace un culto y una
ideología de su propia violencia. No debe extrañarnos que habiendo
negado los valores absolutos se levanten antivalores para ocupar el
lugar de aquellos.

CONCLUSIÓN

En una iglesia colonial latinoamericana se llevaba a cabo una de las


fiestas tradicionales. Veía entrar a los fieles cumpliendo con los
sacrificios que se habían propuesto para alcanzar algún favor de Dios.
Rodillas desolladas, espaldas sangrantes, pesadas cadenas
aprisionando los tobillos y una expresión profunda de angustia en los
rostros.
Tal vez superficialmente parezca que esto no tiene nada que ver con
Ingmar Bergman. Sin embargo, la angustia intelectualizada del sueco
y la angustia supersticiosa del promesante dicen lo mismo: «Nuestro
Dios está en silencio, obstinadamente mudo, y estamos haciendo lo
posible para que hable, que responda a nuestras necesidades
inmediatas».
En otra plaza latinoamericana veo otra manifestación de fe, alguien
con mucho fervor, promete a quienes se acerquen con fe a Dios la
solución de sus problemas personales y la prosperidad. No lo sabe,
pero está ofreciendo al pueblo un dios incansablemente buscado: El
que soluciona los problemas del presente, que son los únicos que
importan. Escucho atentamente, no hay una sola mención al pecado,
el arrepentimiento o el castigo eterno. Es un dios que ofrece
únicamente bendiciones. Un dios hecho a la medida del hombre de
este siglo, que poco tiene que ver con el Dios Eterno de la Biblia.
Puede ser que a ese pueblito —perdido en la puna—, no haya llegado
la sofisticación del tarot egipcio, pero allí está, envuelta en crespones
negros una calavera, que determina el destino de los moradores de la
casa, con igual fatalismo que la cartomancia, y una copa boca abajo,
que predice el destino.
No veo en los cines pueblerinos latinoamericanos exhibir los grandes
productos intelectuales, pero observo los subproductos, que en forma
grosera pregonan las mismas ideas.
La aldea global hace que el pensamiento humanista se infiltre en
todas partes, por todos los medios. Nada está libre de contaminación.
Ernesto Sábato, escritor y pensador argentino, confesamente
agnóstico en una etapa de su vida, sin embargo decía: «De una cosa
estoy seguro, el mal está organizado», reconocía la existencia de una
mente rectora de la maldad y la decadencia.
Para Sábato esa personalidad organizadora del mal es innominada,
para el cristiano tiene nombre y personalidad definidos.
CAPÍTULO 9

El Mandato Autoritativo

En la época renacentista, como dijimos, se iniciaron tres corrientes en


el pensamiento occidental: El catolicismo romano, que acepta como
fuente de autoridad la tradición de la Iglesia; el humanismo, cuya
fuente de autoridad es la razón; y el protestantismo, que reconoce
únicamente la autoridad de las Sagradas Escrituras.
Latinoamérica ingresa al mundo occidental con la conquista, que fue
orientada por el catolicismo romano. La cruz y la espada señorearon
durante siglos en nuestras tierras.

La Evangelización En La Conquista

El tema de la Conquista se relaciona siempre con la evangelización,


por lo que conviene aclarar qué significa evangelizar.
Si por «evangelización» entendemos el anoticiamiento de que existe
una religión llamada «cristiana», basada en sacramentos, que debe
ser aceptada compulsivamente, entonces Latinoamérica ha sido
evangelizada.
Pero si por «evangelización» entendemos lo que enseña la Biblia, esto
es, la proclamación del evangelio, para que libremente los hombres
se arrepientan de sus pecados y acepten a Jesucristo como su único
Salvador y Señor, cambiando su forma de vivir de manera
espontánea, entonces América Latina no ha sido evangelizada.
La protesta de los teólogos ante la barbarie desplegada por los
colonizadores, que sometían a esclavitud a los aborígenes, hizo que
en el siglo XVI fuera prohibida la esclavitud de indígenas, por lo
menos en lo formal.
Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina, dice: «En
realidad, no fue prohibida, sino bendita: antes de cada entrada
militar, los capitanes conquistadores debían leer a los indios, sin
intérprete pero ante escribano público, un extenso y retórico
"requerimiento" que los exhortaba a convertirse a la santa fe católica:
"Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosa pusiereis, certificóos
que con la ayuda de Dios, yo entraré poderosamente contra vosotros
y os haré por todas las partes y maneras que yo pudiere, y os
sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de su Majestad y tomaré
vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los
venderé, y dispondré de ellos como su Majestad mandare, y os
tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que
pudiere..."»
La religión retórica y sacramentalista de los conquistadores, fue así
impuesta a nuestros pueblos, que se vengaron introduciendo en los
ritos y ceremonias elementos de su cultura pagana, produciendo un
sincretismo religioso totalmente alejado del cristianismo bíblico.
Los «Tribunales de la Inquisición», trasladados a América, impedían
la llegada de las ideas humanistas y protestantes, prohibiendo y
castigando la posesión de los libros producidos por estas corrientes.
Juntamente con todos los escritos «herejes», se incluía las
traducciones de la Biblia al lenguaje común, cuya entrada estaba
prohibida.
Los barcos que atracaban en los puertos coloniales eran
minuciosamente revisados por los inquisidores, que mostraban
especial celo en impedir la llegada de ideas contrarias a sus intereses.
El cardenal Hosius escribía en 1570: «Dar la Biblia a los legos es
echar perlas delante de los cerdos. Las tradiciones bíblicas han hecho
muchísimo daño; yo no quiero ninguna. La Biblia pertenece a la
iglesia romana; fuera de ella no tiene más valor que las fábulas de
Esopo».
El celo de la iglesia católica por evitar que la Biblia llegara al pueblo
se mantuvo hasta muy avanzado el siglo XX.
América Latina está hoy superpoblada de iglesias, cristos, ritos y
fiestas que la muestran como profundamente religiosa y cristiana. Sin
embargo, esto no resiste el análisis: América Latina es un continente
supersticioso y pagano. Los «cristos» latinoamericanos no tienen
ninguna relación con el Señor Jesucristo revelado en los Evangelios.
La profusión de sacramentos y la ausencia de enseñanza ética unida
al autoritarismo que caracterizó a la Conquista, hicieron de nuestro
continente un lugar espiritual y éticamente carenciado, proclive a
aceptar cualquier tipo de sometimiento con doloroso fatalismo.
Latinoamérica comienza a despertar con los movimientos
revolucionarios del siglo pasado, y en el presente, venciendo su
letargo, incluida por las comunicaciones en la aldea global de
occidente, se presenta como un campo propicio para que toda semilla
arraigue y fructifique: el humanismo ateo, las ideas liberales, los
movimientos renovadores del catolicismo, las doctrinas esotéricas y/o
el Evangelio de Jesucristo. Latinoamérica tiene una asombrosa
capacidad de absorción, por eso todas las ideologías tienen cabida en
esas tierras. La ingenuidad propia de los pueblos jóvenes la hace
susceptible a todas las influencias.
Esta receptividad produce optimismo en todas las ideologías.
Repetidas veces hemos escuchado que en el futuro «Latinoamérica
será marxista», o «será liberal» o «protestante». Pero solo puede
afirmarse con certeza que Latinoamérica está cambiando
aceleradamente.
El humanismo avanza incontenible sobre ella, el catolicismo romano
sabe que los viejos métodos represivos son cada vez más ineficaces.
¿Qué debemos hacer los cristianos aquí y ahora?

La Necesidad De Un Enfoque Bibliocéntrico


La influencia del humanismo se hizo sentir en el pensamiento
teológico de los últimos siglos. Hemos sido influenciados a manejar
nuestra reflexión en sentido inverso a los cristianos del pasado.
La realidad latinoamericana es triste: pobreza, miseria,
subalimentación, ignorancia, sincretismo religioso, superstición son
parte muchas veces de un cuadro desolador. Esta realidad nos puede
querer llevar a desear partir del análisis sociológico, geopolítico o
antropológico para llegar luego a la Palabra de Dios, y usarla como
herramienta para producir cambios sociales o políticos. Luego,
piensan muchos, llegará el momento de la predicación del evangelio,
porque ¿cómo predicar a quien no tiene pan, vivienda o justicia?
El planteo parece muy lógico, pero en el enfoque prima el análisis
humano, se coloca a la Palabra de Dios como herramienta y se
posterga la misión evangelizadora.
Muchas veces creemos que si el análisis no sigue esa línea de
pensamiento, demostramos insensibilidad social y menosprecio por
las necesidades básicas del prójimo.
Debemos admitir, sin embargo, que los cristianos estamos puestos
bajo autoridad. El planteamiento, por lo tanto, no debe hacerse
partiendo de la realidad hacia la Palabra de Dios, sino de la Palabra
de Dios hacia la realidad. Tenemos que preguntarnos: ¿Qué nos
ordena la Biblia? ¿Qué mensaje tiene la Biblia para el hombre
contemporáneo?
Este enfoque bibliocéntrico no permitirá que olvidemos nuestras
inquietudes sociales, pero enfatizará las prioridades de acción.
Recordemos que nuestros primeros padres, Adán y Eva, cayeron por
un enfoque antropocéntrico de la realidad que desplazó la autoridad
de Dios. El mayor peligro que afrontamos es postergar el
teocentrismo para favorecer al humanismo antropocéntrico.
Tengamos presente el fracaso de Saúl. Jehová le mando: Ve, pues, y
hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él;
mata a hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas,
camellos y asnos (1 Samuel 15.3), Saúl ejerció un perdón al que Dios
no lo había autorizado, librando de la muerte a Agag y lo mejor del
ganado amalecita. Su actitud humanitaria hubiera sido aplaudida por
las Instituciones de Derechos Humanos, y tal vez galardonada con el
Premio Nóbel de la Paz. Fue una actitud «humanista»,
políticamente correcta, que lo mostraba como un vencedor benévolo.
Pero fue condenado por Dios, su actitud no fue teocéntrica.
La gran victoria del cristianismo primitivo sobre el Imperio Romano se
consumó porque aquella Iglesia era teocéntrica, pero la decadencia
medieval fue consecuencia del antropocentrismo.
El enfoque teocéntrico es forzosamente bibliocéntrico, reconoce la
autoridad absoluta de la Palabra de Dios, y actúa de acuerdo con lo
que en ella está ordenado.

El Mandato Autoritativo
Jesucristo, el Señor resucitado de los muertos, en los cuarenta días
que estuvo con sus discípulos, habló con ellos acerca del reino de
Dios (Hechos 1.3). Fue en ese momento, habiendo consumado ya la
obra de la redención con su triunfo sobre la muerte, que encomendó
a sus discípulos la tarea evangelizadora.
Mateo recoge en su evangelio las palabras que sintetizan la misión de
los suyos en el mundo: Por tanto id, y haced discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os
he mandado (Mateo 28.18-20).
Este mandato tiene vigencia actual, dentro de la expresión «todas las
naciones» podemos colocar los nombres de cada uno de los países
que componen nuestro continente. A ellos somos enviados para hacer
discípulos, es decir, seguidores del Señor que conozcan sus
demandas y las obedezcan.
En el Evangelio de Marcos se vuelve a señalar la responsabilidad de la
tarea evangelizadora: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a
toda criatura, el que creyere y fuere bautizado será salvo y el que no
creyere será condenado (Marcos 16.15-16). Es notable la forma en
que enfatiza la universalidad de la tarea y la inmensa responsabilidad
que conlleva por sus resultados: Condenación o salvación.
Inmediatamente se refiere a señales milagrosas que «seguirán a los
que creen» (Marcos 16.17), mostrando que estas no formaban parte
de la predicación, sino que eran el accionar con que Dios
acompañaría el ministerio.
El tema a predicar fue también parte del mandato: Así está escrito y
así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos
al tercer día y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el
perdón de pecados en todas las naciones (Lucas 24.46-47).
Nuevamente el alcance es universal, y el mensaje tiene dos
elementos fundamentales: Arrepentimiento y perdón de pecados.
La realidad del pecado y la necesidad de arrepentimiento —para la
filosofía moderna— es un mensaje desactualizado y ofensivo,
apropiado para el hombre ingenuo del medioevo, pero totalmente
fuera de lugar en el mundo moderno. Sin embargo, la predicación del
pecado y el arrepentimiento, por impopular y ofensiva que parezca,
es la única forma de cumplir el mandato autoritativo del Señor y de
trasmitir el genuino mensaje del Evangelio. Es imposible atenuar las
demandas, así lo entendieron los apóstoles cuando comenzaron la
tarea evangelizadora.
La estrategia evangelizadora también fue claramente definida por el
Señor: Me seréis testigos en Jerusalén, Judea, Samaría y hasta lo
último de la tierra (Hechos 1.8). Un progresivo avance hacia las
fronteras más lejanas era el camino trazado para la proclamación del
mensaje. Comenzaba en la cosmopolita ciudad de Jerusalén, se
extendía a la provincia inmediata, Judea, y de allí saltaba la barrera
cultural y racial hacia Samaria, para internarse a lo ignoto de lo
último de la tierra.

La Contextualización Del Mensaje

¿No deberá atenuarse el mandato en nuestro Tercer Mundo? ¿No


debemos contextualizarlo ante la realidad de opresión, miseria e
injusticia en la que viven nuestros pueblos? ¿No es necesario primero
apuntar a las necesidades materiales y sociales?
Muchos contestarían afirmativamente a estos interrogantes, por lo
que merecen nuestro análisis.
El Señor Jesucristo entregó su mensaje a un grupo de galileos
(Hechos 1.11; 2.7), que, como tales, representaban lo más indigno
dentro de su propio pueblo. Estos hombres no eran eruditos formados
a los pies de los grandes rabinos, al contrario, eran humildes
pescadores formados para la lucha por la supervivencia en un rudo
trabajo.
Eran los representantes empobrecidos del «Tercer Mundo» de aquella
época, estaban bajo el yugo imperialista de Roma y nada tenían que
ver con la intelectualidad griega. Seguramente veían a Roma y Grecia
como hoy, desde el Tercer Mundo miramos al mundo desarrollado.
Tenían los mismos problemas que nos aquejan hoy: gobiernos
colaboracionistas como el de Herodes, traidores a la causa nacional
como los publícanos, focos de violencia revolucionaria como los
cananitas, e insoportables cargas impositivas que sostenían la
disipación y el lujo del imperio.
Dentro de este contexto tan similar al nuestro, fue dado el mandato
autoritativo del Señor: Predicar el Evangelio a toda criatura, a todas
las naciones, hasta lo último de la tierra.
¿Constituía eso insensibilidad frente a los problemas sociales que
vivían? ¿Tenía Jesucristo una visión miope? ¿Les enseñaba el
«trasmundismo» para atenuar los sufrimientos de su realidad? De
ninguna manera. En menos de 300 años la influencia de los cristianos
había cambiado la faz del imperio, el cual se derrumbó con los
cimientos socavados por la nueva fe.
El problema del hombre está en su corazón, nada podemos hacer
modificando las estructuras si no cambia su corazón.
John R. W. Stott dice, refiriéndose a la evangelización:
«Los cristianos tendrían que sentir compasión y un agudo dolor de
conciencia frente a la opresión de otros seres humanos, o cuando se
los descuida en cualquier sentido, sea que se les niegue libertades
civiles, respeto racial, educación, atención médica, ocupación,
alimentación adecuada, vestido o vivienda. Todo lo que tienda a
menoscabar la dignidad humana tiene que resultarnos ofensivo. Pero,
¿existe algo más destructivo de la dignidad humana que la alienación
de Dios como consecuencia de la ignorancia o el rechazo del
evangelio? ¿Cómo podemos, además, sostener con seriedad que la
liberación política y económica sean igualmente importantes que la
salvación eterna?»
Observemos al apóstol Pablo cuando escribe con solemne énfasis
acerca de su preocupación por sus compatriotas, los judíos: Verdad
digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el
Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continúo dolor en mi
corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo,
por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne
(Romanos 9.1-3). ¿Cuál era la causa de su angustia? ¿El que habían
perdido la independencia nacional y se encontraban bajo la bota
colonialista de Roma? ¿El que a menudo eran despreciados y odiados
por los gentiles, boicoteados socialmente, discriminados y privados de
igualdad de oportunidad? De ninguna manera. Hermanos,
ciertamente el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios por Israel, es
para salvación (Romanos 10.1). Y el contexto aclara, sin dejar dudas,
que la «salvación» que Pablo deseaba para ellos era su aceptación
ante Dios (vv. 2-4).

La Sensibilidad Social De Los Cristianos

Los cristianos nunca han sido insensibles a las necesidades del


prójimo. El primer dispensario gratuito de occidente, el primer asilo
para ciegos, el primer hospital, fueron obra de cristianos. La
condición del niño, la mujer y los ancianos, denigrada en el
paganismo, fue jerarquizada por los cristianos.
Hoy mismo, todo nuestro continente está poblado de orfanatos,
hogares de ancianos, centros de salud, organizaciones de
recuperación de alcohólicos y drogadictos, asistencia al necesitado,
obra entre los presos, etc., dirigidos por cristianos que muestran su
coherencia con la misericordia manifestada por su Maestro.
Pero sería hacer un flaco favor a la sociedad, que los cristianos
quisieran asumir las responsabilidades que han tomado o les han sido
encomendadas a los gobernantes, a quienes se debe reclamar
honestidad, fidelidad y eficiencia.
Tengamos en cuenta que la tarea evangelizadora es prioritaria, nadie
puede cumplirla fuera de nosotros, mientras que las tareas sociales
pueden ser instrumentadas aun por los incrédulos.
El Señor Jesucristo multiplicó los panes y los peces, dando de comer
a la multitud, echó a los mercaderes que comerciaban en el templo
con la fe de su prójimo, pero fue a la cruz. Esta era la razón de su
venida a la tierra. Porque el problema humano no se soluciona con la
distribución de las riquezas, el implantamiento de la justicia social o
la violencia purificadera, sino con la redención.
CONCLUSIÓN

Nuestra generación, como todas las demás, necesita confrontarse con


la realidad de su pecado y la necesidad del arrepentimiento así como
con la fe en Jesucristo como único y suficiente Salvador. Este es el
mandato que hemos recibido del Señor, y que debemos cumplir con
máximo celo. Una tarea de esas dimensiones no está exenta de
peligros. La búsqueda de «éxito» o «impacto masivo», puede
desviarnos —si no somos cautelosos—, de las metas propuestas.
Recordemos que no somos llamados a ser exitosos sino fieles.
La autoridad suprema de la Palabra de Dios debe ser la base de
nuestra predicación al incrédulo y nuestra constante enseñanza al
creyente. No privilegiemos la experiencia personal por encima de la
Palabra de Dios.
Una corriente peligrosa de experiencialismo ha invadido las filas
cristianas. La experiencia forma parte de la condición humana, sirve
como testimonio subjetivo, pero es peligrosa si quiere erigirse en
verdad absoluta. Corremos el riesgo de formar una nueva corriente
de pensamiento, cuya fuente de autoridad ya no esté en la Palabra de
Dios, sino en la experiencia personal.
El mundo al que predicamos muestra síntomas inequívocos del
fracaso racionalista. Sus utopías se derrumban, y la huida
desesperada hacia la irracionalidad del ocultismo y el voluntarismo,
muestran la ineficacia de las doctrinas elegidas.
En medio de este nuevo caos el Espíritu Santo se mueve sobre
nuestro continente. Escuchemos al Señor: Alzad vuestros ojos y
mirad los campos, porque ya están blancos para la siega (Juan 4.35).
El vasto campo del mundo nos espera. Y Él está con nosotros «todos
los días, hasta el fin del mundo».
Apéndice A

La Posmodernidad

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial el humanismo, y con él la


modernidad, entra en crisis y saltamos a lo que hoy imprecisamente
llamamos posmodernidad. Para entenderla primero tenemos que
definir las características más sobresalientes de la modernidad.
Gianni Vattimo dice:
«... la modernidad se puede caracterizar, en efecto, como un
fenómeno dominado por la idea de la historia del pensamiento,
entendida como una progresiva "iluminación" que se desarrolla sobre
la base de un proceso cada vez más pleno de apropiación y
reapropiación de los "fundamentos", los cuales a menudo se conciben
como los "orígenes", de suerte que las revoluciones, teóricas y
prácticas, de la historia universal se presentan y se legitiman por lo
común como "recuperaciones", renacimientos, retornos».1
Esta dinámica de apropiación y reapropiación de fundamentos originó
la Reforma, que a su vez se readueñó de las Sagradas Escrituras, y
también al humanismo, que se reapropió del clasicismo. Pero será
una constante en el pensamiento occidental, que cada vez que se
extravió o creyó haberse extraviado, buscó en sus fuentes los
principios que cree son los fundamentos de la cultura.
Al negar el humanismo la existencia y presencia de Dios, nuestra
civilización entró en crisis porque comenzaron a resquebrajarse sus
raíces espirituales. Volvamos a leer lo que expresa Vattimo:
«Parafraseando un dicho que circulaba hace tiempo, se podría
comenzar esta discusión sobre el humanismo reconociendo que en el
mundo contemporáneo "Dios ha muerto, pero el hombre no lo pasa
demasiado bien". Es solo un dicho, aunque también algo más, ya que
en el fondo recoge y señala la diferencia que opone el ateísmo
contemporáneo al clásico, expresado por Feuerbach. La diferencia
consiste precisamente en el hecho macroscópico de que la
negación de Dios o la admisión de su muerte no puede dar lugar hoy

1
Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad, Planeta, Buenos Aires, 1994.
a una apropiación, por parte del hombre, de una esencia suya
alienada en el ídolo de lo divino... es innegable que subsiste una
conexión entre la crisis del humanismo y la muerte de Dios... Desde
el punto de vista del nihilismo... parece que la cultura del siglo XX
asistió a la extinción de todo proyecto de "reapropiación". En
Nietzsche, como se sabe, Dios muere en la medida en que el saber ya
no tiene necesidad de llegar a las causas últimas, en que el hombre
ya no necesita creerse con un alma inmortal... el pos de posmoderno
indica una despedida de la modernidad que, en la medida en que
quiere sustraerse a sus lógicas de desarrollo, y sobre todo a la idea
de la "superación" critica en la dirección de un nuevo fundamento».2
La negativa a reapropiarse de fundamentos produce un salto al vacío.
Es lo que se proclama como muerte de las ideologías (el pasado), y
de las utopías (el futuro). Le queda, por lo tanto, al hombre
posmoderno únicamente el hoy.

Características De La Posmodernidad

Entre las características que definirían la posmodernidad se pueden


enumerar, sin ser exhaustivos, las siguientes:
1. El utilitarismo. Todo vale en la medida en que pueda ser
cambiado por otra cosa. Todo lo que sea enriquecimiento de la
persona o crecimiento va cayendo en desuso.
«El antiguo principio de que la adquisición del saber es
indisociable de la formación del espíritu, e incluso de la per-
sona, cae y caerá aún más en desuso. Deja de ser en sí mismo
su propio fin, pierde su "valor de uso"».3
2. Pérdida de las ideologías, tradiciones o manifestaciones
históricas que no tengan una utilidad inmediata práctica.
3. Ética consensual. Todo debe resolverse por el buen sentido y la
opinión mayoritaria. No es una ética basada en principios, sino
en estadísticas.
4. Búsqueda prioritaria de lo hedónico, evitando todo sacrificio o
costo. Entrega al consumismo como único sentido de la vida.
5. Desprendimiento de toda actitud crítica con respecto al futuro,
por lo tanto no se miden las consecuencias de lo que se hace.
6. Percepción única de la realidad superficial, sin profundidad en
el análisis ni en los contenidos.
7. Poco respeto por la vida humana.

«La vida humana vale solo si tiene calidad para ser gozada,
pero de ningún modo vale incondicionalmente; de aquí el
postulado ético de la calidad de la vida defendido por la
posmodernidad, que sustituye a la sacralidad de la vida, propio
2
Ibiden
3
Lyotard, J.F., La condición posmoderna. Cátedra, Madrid, 1989.
de la modernidad y de épocas anteriores. Un investigador de
este momento, como Singer, ha dicho, por ejemplo, que la vida
de un cerdo sano es mucho más respetable que la de un niño
con el síndrome de Down».4

La Iglesia Posmoderna
La posmodernidad no solo está dando un perfil frívolo, tosco y
superficial al hombre de hoy, perfil que tiene que ser analizado para
establecer adecuados vínculos de comunicación; sino que además
asume una actitud en cuanto a los fundamentos de la iglesia.
La Reforma rescató a las Sagradas Escrituras, para el mundo
occidental, como base inamovible de fe, y centralizó el pulpito, desde
el cual no solo se predicaron sermones, sino que también se hicieron
extensas lecturas públicas de la Palabra de Dios.
La centralidad de las Sagradas Escrituras fue el elemento
fundamental que permitió el despegue de la esclavitud del
sacramentalismo; la Biblia, traducida a las lenguas vernáculas, fue
destruyendo el oscurantismo produciendo un movimiento de
renovación y libertad del cual somos herederos hoy.
La contrarreforma, por su parte, intentó volver a divorciar al pueblo
de la Palabra de Dios, negándole el derecho a recuperar su genuina
fuente de vida, por lo que cada lector de las Sagradas Escrituras, aun
en el propio clero, era sospechoso de herejía; pero fracasó porque
hoy, hasta en sus últimos y más estimados baluartes, los países
latinoamericanos, la Palabra de Dios ha estado al alcance del pueblo.
Actualmente, sin embargo, la influencia de la posmodernidad, ha
golpeado de manera directa y sutil este fundamento. Tom Houston
habla del analfabetismo bíblico que invade las iglesias y comenta al
respecto:
« ¿Por qué sucede esto en la actualidad, cuando existen muchísimas
traducciones, nuevos formatos y gran cantidad de ayudas
bíblicas...?» Hay varias razones. El interés de las personas está
siendo desviado o se le está dando otro énfasis a las actividades de
las iglesias, tales como: experiencias emocionales, eventos sociales o
sobredimensionamiento de la música, la alabanza y el
aconsejamiento psicológico. El crecimiento de los medios de
comunicación electrónicos y los cambios en los métodos educativos
están guiando a la gente a leer cada vez menos.
«Las personas que cumplen el rol de mantener una iglesia
bíblicamente alfabetizada están desapareciendo muy sutilmente, y no
están siendo reemplazadas».
La acción del enemigo ha sido sutil. No ha podido con la
contrarreforma externa, por lo tanto ha levantado otra en el mismo
seno de la Iglesia, utilizando a cristianos que incautamente desvían al
pueblo de Dios de su rumbo. La sutileza está en que nadie ataca a la

Roa, Armando, Modernidad y posmodernidad, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995.


4
Palabra de Dios directa y frontalmente, pero se la relega para poner
en su lugar programas que apelen a la parte social o emocional
desplazando en forma lenta la exposición de las Sagradas Escrituras.
Un amplio espectro de cristianos no son confrontados por la Palabra
de Dios para vivir vidas santas, ni ellos confrontan a los inconversos
para que se arrepientan de sus pecados y vengan a Jesucristo. Al
contrario, se convoca a los cristianos para alabar y vivir experiencias
emocionales, y a los incrédulos para que reciban sanidad física y
prosperidad económica.
La convocatoria apunta a satisfacer el hedonismo y utilitarismo que
caracteriza al hombre posmoderno: Al Señor Jesucristo se lo presenta
como un proveedor de satisfacciones temporales y terrenas
quitándose al mensaje el contenido soteriológico trascendente y
eterno.
Esta forma de iglesia posmoderna está llevando a cabo una labor que
envidiaría el inquisidor Ignacio de Loyola: Está convirtiendo al
evangelio en otra forma de oscurantismo fetichista medieval, al más
rancio estilo romanista.

La Contrarreforma Interna Evangélica


La Reforma, al recuperar el fundamento de la Palabra de Dios,
perdido en los laberintos del medioevo, abrió la posibilidad de
construir sólidamente. La actitud posmoderna sigue exactamente la
dirección contraria a la de los reformadores, por lo tanto forma parte
de lo que llamo «Contrarreforma Interna Evangélica», esto último no
porque responda a los ideales del evangelio, sino porque nace en el
mismo seno del pueblo evangélico.
El relegamiento de las Escrituras y la predicación expositiva trajo
aparejado tal debilitamiento de la iglesia en general que la hace
extremadamente vulnerable y convierte a una gran parte de los
cristianos en «niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento
de doctrina» (Efesios 4.14); un empobrecimiento espiritual de tal
magnitud que nos hace presagiar tiempos difíciles y de retroceso
espiritual.
Las manifestaciones de esta contrarreforma interna pueden resumirse
en lo siguiente:
a. Ignorancia e interpretación antojadiza de la Palabra de Dios. El
pueblo de Dios ha bajado en su conocimiento y uso de la
Palabra de Dios. Algunos lo atribuyen al surgimiento de una
cultura audiovisual avasallante. Sin embargo, no se ha visto en
el liderazgo un esfuerzo genuino por elaborar una predicación
útil para la circunstancia.
b. Desvalorización de la adoración. Los cultos tienen por objeto
satisfacer las necesidades emocionales de los cristianos, que
alaban a Dios para sentirse bien. La adoración se transforma en
una actividad eminentemente emocional y se confunden
manifestaciones emocionales con espirituales. El analfabetismo
bíblico hace que el énfasis sea veterotestamentario, con pocas
referencias a la cruz, el perdón, la redención, etc. Las letras
se van vaciando de contenido bíblico, se infantilizan cada vez
más y son innecesariamente repetitivas.
c. Bajo nivel de preparación ministerial. El poco énfasis en las
demandas bíblicas para el ministerio está produciendo obreros
cada vez menos preparados, aptos únicamente para trabajar
con los sectores más iletrados de la sociedad. Como
consecuencia, la iglesia va perdiendo lentamente su impacto en
los sectores intelectuales o de clase media y alta. La falta de
enseñanza acerca de disciplinas espirituales hace que emerjan
obreros con problemas emocionales y se eleve el número de
escándalos morales.
d. Paulatina destrucción del sacerdocio universal. Se levantan
obreros que pretenden tener carismas especiales y se colocan
como intermediarios entre Dios y el pueblo, como mediadores
de la bendición y los dones de Dios. Esto hace renacer el
clericalismo prerreformados.
e. Desvalorización de Dios y penetración de herejías. La imagen
de Dios se desdibuja. Aparecen herejías que pretenden que
Dios es un ser manejable por el hombre. En otros casos se
habla del hombre «perdonando a Dios» o se le da un
tratamiento igualitario. Las herejías en torno de la persona de
Dios, el Espíritu Santo, Satanás o Jesucristo son ignoradas en
muchos casos porque se ha perdido la capacidad crítica, y en
otros porque se piensa que la convivencia debe condescender
con lo que denomina «otras formas de pensar».
f. Fetichismo y sacramentalismo. Se van detectando formas de
fetichismo con ropas, útiles, alimentos, etc., y lentamente se va
deslizando la fe hacia el sacramentalismo, donde los símbolos
imparten gracia.

Propuestas
La crisis apunta directamente al «liderazgo» de la iglesia, que ha
perdido su condición de siervo para constituirse muchas veces en
gerentes de instituciones cuyo objetivo, como el del neoliberalismo
posmoderno, es levantar las estadísticas indicadoras de éxito.
Para hacer una reforma saludable hay que comenzar por darle más
importancia a la formación bíblica y espiritual de los futuros siervos,
que tienen que estar capacitados para trabajar con los intrincados
problemas del alma humana.
En el plano práctico se impone una segunda reforma, en la que haya
hombres comprometidos con Dios que se atrevan a denunciar las
desviaciones buscando su corrección cuando esta fuera posible. Esta
segunda reforma tendrá que volver a enfatizar la enseñanza de la
Palabra de Dios y la predicación expositiva, teniendo en cuenta las
demandas del hombre moderno, pero sin disminuir el contenido
abstracto de la fe; al contrario, debe hacer que ese contenido sea
accesible a través de una homilética que privilegie la imagen visual,
pero que tenga en cuenta que «Dios quiso salvar al hombre por la
locura de la predicación».
Este vertiginoso y cambiante mundo nuestro, dispuesto a abandonar
la modernidad, pero a la vez negándose a recuperar los fundamentos
como lo hicieran las generaciones anteriores, y dispuesto a vivir la
libertad como emancipación de toda norma moral, que rechaza al
Dios de la Biblia pero no tiene reparos en abrirse a las religiones
orientales, el pensamiento mágico, o las propuestas descabelladas de
gurúes, horoscopistas, tarotistas, mentalistas, parapsicólogos
o sanadores, es hoy un verdadero desafío para cada cristiano. Un reto
que no puede cumplirse si dejamos que la iglesia sea vapuleada por
cuanta moda surja de la afiebrada mente de quienes quieren hacer
del ministerio un espectáculo para su propio beneficio. Pero podrá
cumplirse si con espíritu de verdadera humildad y mansedumbre
volviéramos al Señor.
Apéndice B

Una Perspectiva Más Amplia De La Postmodernidad

Les Thompson

El sociólogo ruso, Mikhail Epstein, en su libro Más allá del futuro,


lacónicamente define la palabra postmodernidad con solo decir:
«después del tiempo».5 Tomás Oden (profesor de teología de Drew
University, Madison, New Jersey) lo define como «la antítesis del
espíritu moderno».6 En su excelente análisis, Antonio Cruz (doctor en
ciencias biológicas y profesor del Instituto Investigador Blanxart de
Terrassa, España) lo explica de la siguiente forma: «Es una nueva
forma de pensar y de entender al mundo».7
Se trata de un nuevo modo de ver la realidad que revuelca toda
noción previa de lo que es la vida, el mundo, y lo sagrado. Buscando
el origen de este movimiento, retornamos al siglo pasado para
estudiar las ideas del filósofo alemán, Federico Nietzsche. En 1883,
escribió un libro que tituló Así habló Zaratustra. Allí, apropiándose del
legendario reformador religioso iraní, Zaratustra (c. 700-630), le hizo
anunciar la muerte de Dios y prometer la llegada del superhombre
(por supuesto, conceptos de Nietzsche y no de Zaratustra).
Deshaciéndose así de Dios, Nietzsche concibió un mundo en que el
hombre actuara a su antojo (como si Dios, la religión, el pecado, el
juicio final, y el infierno ya no existieran). Si con la muerte de
Nietzsche estas ideas locas hubieran ido al olvido, el mundo habría
seguido más o menos por su mismo rumbo. Pero, como un mal
sueño, las nociones de Nietzsche han reaparecido, y con una fuerza
incontenible.
De paso, la historia latinoamericana del siglo pasado nos da un breve
roce con el pensamiento nietzschista. La hermana de él, Elizabeth
Nietzsche Forster con su esposo Bernahard,8 creyendo al pie de la
letra las ideas del enloquecido hermano y cuñado, juntaron a un
grupo de 40 familias alemanas (160 personas) y se trasladaron a

5
Mikhail N. Epstein. After the Fufíire, University of Massachusetts Press, Amherst, p. xi.
6
Millard J. Eríckson, Postmodentizing the faith, Baker Books, Grand Rapids, Michigan,1998, p. 50.
7
Antonio Cruz, Postmodernidad, Editorial CLIE, Barcelona, 1996, p. 11.
8
Elizabeth Nietzsche Forster, Dr: Bernhard Forster, Nueva Alemania en Paraguay, Berlín, 1891, pp. 44-
51.
Paraguay (1883), para colonizar 22,000 hectáreas que el gobierno les
regaló.
Su propósito era establecer una colonia de superhombres —hijos de
la raza alemana «superior». Como es de esperarse, el experimento
paraguayo resultó en vergonzoso fracaso, anticipando otro idéntico
que sufriría medio siglo más tarde Adolfo Hitler (1934-1945), luego
del espantoso asesinato de seis millones de judíos con miles de otros
que el fascista alemán consideraba inferiores.
El caso es que, resucitando aquellos conceptos enunciados en Así
habló Zaratustra, un grupo de filósofos de nuestros días comenzaron
a coquetear con esas ideas, no solo enamorándose de ellas, sino
declarándolas como la solución ideológica para el siglo 21. Fue Leslie
Fiedler, en 1965, quien le diera el nombre al movimiento de
posmodernidad.
En 1979, un filósofo francés, Jean-Francois Lyotard (luego de analizar
los alborotos de París en 1968), escribió Le condition postmoderne,
declarando que definitivamente el mundo moderno había llegado a su
fin. Ninguna historia, fuese esta contada por Moisés en la Biblia, por
Carlos Marx, por Brigitte Bardot, o por MTV, podría satisfactoriamente
explicar la sociedad humana. Lo único que permanecía del pasado
eran los juegos lingüísticos de la élite, que, según él, torcían la
verdad a su gusto.
Peor que la plaga del SIDA, los conceptos de la posmodernidad
pegaron. Quizá por el gran vacío filosófico creado inesperadamente
por la caída de la Muralla de Berlín y el fracaso espectacular del
comunismo, estas ideas fueron agarradas como medicina
revitalizante para los sociólogos, sicólogos y filósofos. El caso es que
hoy la gran mayoría de los filósofos y pensadores modernos predican
desde sus pulpitos la idea de un mundo sin Dios, sin prohibiciones,
sin reglas, sin fundamentos; un mundo impulsado frenéticamente por
el intelecto desenfrenado del hombre.

¿Qué Comprende La Posmodernidad?

Concordamos que esta es en verdad una manera nueva de visualizar


al mundo, pero la visión que nos presentan estos posmodernos es
temerosamente radical. Al desechar a Dios y a las normas de
conducta pasadas, «este nuevo gnosticismo celebra la experiencia
por encima de la doctrina, lo personal por encima de lo institucional,
la fantasía y lo mítico por encima de lo cognitivo, la religión del
pueblo por encima de la religión oficial, las suaves y bondadosas
ideas de Dios por encima de las enseñanzas fuertes e impersonales,
lo femenino y andrógino por encima de lo masculino...»9
Los posmodernos se caracterizan por su profunda desconfianza de la
historia, de la experiencia y de las afirmaciones del pasado,

9
Michael Horton, In lite Face of God, Word Publishing, p. 29.
particularmente en lo religioso. Por ejemplo, dice Oden que la tesis de
la modernidad (se llama «moderno» al sistema y la cultura de
pensamiento que hemos conocido y vivido en el mundo desde la
ilustración) es totalmente «corrupta, disfuncional, obsoleta y
anticuada».10 Es decir, si cree en Dios, si acepta la Biblia como
verdad, si cree en lo bueno y en lo malo, si cree que hay un cielo y
un infierno, entonces usted es disfuncional, corrupto, y anticuado.
Los posmodernos procuran crear un novedoso sistema para analizar
todo concepto bajo el supuesto de que los sistemas del pasado no
nos han servido bien —por lo tanto hay que «deconstruirlos»—, para
hacer una «reconstrucción» adecuada para el mundo presente y
futuro. «Asumen una superioridad cronológica en la forma de conocer
lo moderno, en contraste con la manera de conocer el pasado», dice
Millard Erickson.11
Es un movimiento creciente, poderoso y antagónico a todos los
conceptos tradicionales del pensamiento humano. Descartan todo lo
afirmado en el pasado, cosa que afecta su interpretación de la
historia, la literatura, la religión, la Biblia, la política, la educación, la
sociología, y hasta la misma ciencia. A veces pareciera que la gran
mayoría de la gente pensante —los intelectuales, científicos, filósofos,
maestros y profesores, y hasta teólogos— han pescado el anzuelo
para sumarse a esta ola filosófica invasora que procura transformar el
modo de pensar de toda la civilización del siglo 21. 12 Dondequiera se
ven, se oyen, y se practican los ideales posmodernos.

Sus Presuposiciones

Para comenzar, los postmodernos rechazan el concepto básico de que


hay una «verdad objetiva». Nos hacen recordar que la Ilustración
prometió libramos de nuestros mitos por medio de la ciencia. Nos
prometió que todo el conocimiento humano sería unificado para
ofrecernos una grande y noble teoría de la vida. Pero, al crecer la
ciencia, en lugar de unificarse, se fue dividiendo en nuevas disciplinas
que pronto ni se entendían entre sí. Toda unión desapareció.
Háblese de arte, religión, política o humanidades —cada una de las
cuales con su propio paradigma—, si se analizan las diferencias que
existen entre cada una de ellas —sin sumar a ello la gran variedad de
culturas, cada una con sus propias realidades— ¿dónde queda la
verdad? Las contradicciones la matan. ¡No existe! Por tanto,
concluyen, no hay tal cosa como una verdad absoluta en la que se
puede confiar.
10
Erickson, op. cit., p. 54.

11
Ibid., p 46
12
Ampliado de explicaciones que da Denmis McCallum en The Death of Truth, Bethany, Minneapolis.
p.12
¿Cómo explican sus conclusiones?
Simplemente declaran que la «verdad» no es una, ni universal, sino
que emana de agrupaciones de gente que gradualmente van creando
sus ideas y explicaciones para todo. Cada agrupación, cada cultura,
cada región tiene su verdad. Por lo tanto, no hay una verdad
universal que se sobreponga a todo (como reclamamos los que
amamos la Biblia y creemos en lo que Dios ha dicho), al contrario,
dicen, hay un sinnúmero de verdades.
Refiriéndose al pasado, explican que para contestar las preguntas
más difíciles sobre la realidad, el hombre desde su comienzo
simplemente creó «símbolos».13 Por ejemplo, los judíos crearon la
idea de Jehová, de Adán, del diluvio y los Diez Mandamientos. Más
adelante, en tiempos del Nuevo Testamento, los cristianos crearon a
Jesucristo, al Salvador, a la cruz, etc. Concluyen, pues, que estos no
vinieron por medio de un Dios que los reveló, más bien fueron
«construcciones» de gente en el pasado que buscaban respuestas
para las preguntas difíciles de la vida.
Tampoco creen que tales conceptos religiosos puedan tener aplicación
universal (verdades como la salvación por la fe en Jesucristo que se
aplica a todo el mundo), pues los hindúes, los musulmanes, los de la
Nueva Era, y todas las religiones tienen sus propios y distintos
símbolos. Nadie, afirman ellos, puede decir que la creencia de una
agrupación es más «verdad» que otra. Sencillamente, no hay tal cosa
como «una verdad absoluta».
De paso, este tipo de argumentación lo llevan no solo a lo religioso,
sino a toda otra esfera, sea historia, ciencia, matemáticas, literatura,
etc. Por tanto, si no hay «verdad», entonces lo único que se puede
creer es lo que uno siente. Hay que desconfiar toda conclusión que
salte de un razonamiento lógico. Lo que la gente creía en el pasado —
ni lo leído, ni lo estudiado, ni lo aprendido— tiene validez. Llaman
«objetivistas» a los que aceptan las «historias» de la Biblia, o los
conceptos del mundo pasado, como si no fueran ellos realmente
«confiables», «verdaderos», o «reales».
Por ejemplo, el posmoderno W. T. Anderson, típicamente dice:
«Nosotros rehusamos aceptar esa idea del "ojo de Dios" que ve todo
y que algunos creen ha revelado realidades no humanas. Nunca lo
hemos aceptado ni lo aceptaremos».14
Si niegan todo, ¿en qué creen? Interesantemente siguen creyendo en
la importancia del conocimiento. Hablan con entusiasmo de las
computadoras que cada día se achican y se hacen más accesibles,
pues con ellas más gente puede acumular más y más datos.
«¡Información!» —esa es la nueva moneda del mundo posmoderno.
Los datos se recogen, la información se acomoda, y las decisiones se

13
Walter Truett Anderson, Reality Isn't What It Used To Be, Harper, San Francisco, pp, x, xi.
14
Ibíd. p. x.
hacen a base de esas «realidades» mecánicas —que, en fin, se
convierte en la «biblia» de ellos.
Con los datos recopilados, la gente se puede fijar en que «todo el
mundo lo está haciendo» —es decir, disfrutando de la nueva libertad
y de la conducta licenciosa que hoy se riega. El estímulo, pues, es
totalmente hacia el libertinaje. Por la cibernética se animan unos a
otros a meterse en lo que antes se consideraba asqueroso,
compartiendo las ideas más bochornosas imaginables. A través de las
revistas, el cine y la televisión se estimulan a la gente a imitar a los
artistas de vanguardia. Como ya se ve, mientras menos ropa viste la
mujer más a la moda está.
Lo que prevalece es enterrar la moralidad pasada, y dejarse llevar
por la nueva. Es quitar los frenos de la vida; gozar de lo que más
satisface, sea eso drogas, alcohol, sexo, orgías, o entregarse a las
fantasías más exóticas. El nuevo evangelio predica que «nada es
malo». Si los datos publicados se pueden creer, gran parte del mundo
está creyendo y siguiendo esta nueva «realidad posmoderna».
¿Podremos detener esa ola? Recuerde que no se les puede hablar de
«verdad virtuosa», pues ella, junto con Dios, murió.
Al tratar de realidades, sistemas de pensamiento, o de conceptos,
usan la idea de «construcción». Según ellos, cada agrupación
«construye» sus propias «historias» o «realidades», como los
narrativos hebreos de la Biblia, o los mitos de los babilónicos, o los
cuentos antiguos, que gradualmente llegan a ser aceptados como
«verdad». Hoy día, al llegar a sus nuevos planteamientos y
conclusiones, ellos mismos se autodenominan «constructivistas
sociales de la realidad». En otras palabras, hacen lo que acusan hacer
a otros en tiempos pasados, pero creen que sus conclusiones son
más válidas.
Creyendo que cada idea que no brota de ellos es corrupta,
disfuncional, y obsoleta, lo que en realidad hacen es «deconstruir» —
destruir— todo lo que antes se había creído: Dios, iglesia, moral,
Biblia, pudor, honestidad, virtud, honor, decencia. Además, a
cualquiera que se les opone enseguida lo tachan de anticuado. Por
ejemplo, si uno se atreviera a oponerse a sus tesis y levantara
argumentos razonables en contra de sus supuestos, lo más probable
es que enseguida responderían con argumentos ad hominem,
atacando al carácter del que se les opone en lugar de responderle con
argumentos bien razonados.
Con tal proceder pretenden construir un nuevo sistema de
pensamiento universal mejor, algo intelectualmente congruente para
la civilización presente y futura."

Justificaciones Que Ofrecen

Para justificar la conclusión de que los sistemas e ideas de antaño no


sirven y están erradas, señalan eventos y tendencias, como las
grandes y sangrientas guerras, la bomba atómica, el hambre y la
miseria, la violencia, la injusticia, y la corrupción, y le echan la culpa
a la modernidad.
Fácilmente muestran que el mundo está harto de las promesas falsas
y las mentiras de sus gobernantes (Hitler que traicionó a los
alemanes; Lenin a los comunistas socialistas; Nixon a los americanos;
Castro a los cubanos; ad infinitum). Sobre tales cenizas declaran la
necesidad urgente de formular nuevos sistemas de pensamiento y
acción.
Es más, apuntan a la polarización creciente en el mundo. Muestran
que antes las líneas parecían muy claras: los socialistas tenían una
clara visión de sus programas y agendas para cambiar al mundo.
Igualmente los capitalistas estaban unidos en cuando a su política
mundial. Pero hoy, dondequiera que uno mira, hay caos y
desacuerdos profundos.
Veamos la familia. Hay debate entre los padres acerca de la manera
en que se debe educar a los hijos (¿debemos enseñarles un tipo de
moralidad específica en las escuelas publicas —por decir, la conducta
moral de la Biblia?). Hay debate entre los políticos (¿cómo es que
mejor se protege a los menesterosos y marginados?). Hay debate
entre las posturas religiosas (¿no sería mejor ser más tolerantes y
abrazamos unos a otros, no importa la fe, en lugar de ser tan
dogmáticos?).
Por todas partes hay desencanto, dicen. Véase la cantidad de
personas que abandonan tanto a la iglesia católica como la
protestante. Fíjese en lo moral, las normas estrictas del pasado que a
diario son puestas a un lado. Observe lo social —hoy está cada uno
por lo suyo, ya no se respeta al prójimo. Hay corrupción en la
religión, en la política, en la ciencia, en el negocio. No se puede creer
en nada; solo se puede cree en uno mismo, y en nada ni nadie más.
Es hora de buscar una nueva solución, una nueva ideología.
Es más, este mundo se achica más y más. Vivimos en una aldea
global. Se tiene, por lo tanto, que encontrar un sistema coherente y
práctico que una en lugar de dividir. Hay que crear una nueva y
mejor civilización, un nuevo sentido de lo que es nuestra realidad
social.

¿Cómo Reaccionar?

Cuando uno suma todas estas argumentaciones, el razonamiento


parece creíble. Pero, pongámonos a pensar. ¿Cuánto más aceptable y
razonable es la explicación que da la Biblia? Pablo les cuenta a los
cristianos de Filipos que ellos viven «en medio de una generación
torcida y perversa» (Filipenses 2.15). ¡Qué bien lo explica!
El problema mundial no es de guerra, ni injusticia, ni iniquidades. El
problema es que los hombres y las mujeres se han entregado al
pecado. Y así pasa con cada civilización que el mundo ha conocido: la
hebrea, la egipcia, la persa, la griega, la romana, incluso la moderna.
Cada una ha sido carcomida por ese mal interno que Dios llama
«pecado». Cada civilización falla, no por falta de leyes, ni de justicia,
equidad, filosofía o conceptos. Falla a consecuencia del terrible mal
interno que yace en cada hijo de Adán y cada hija de Eva, El gran
problema es la pecaminosidad de toda la ciudadanía del mundo.
En Romanos 1.18-32 se nos describe el proceso usado por Dios —el
apóstol lo clasifica corno «ira de Dios»— para enjuiciar el pecado de
la humanidad. Se nos indica que Dios hace dos «revelaciones»: la
primera es la del evangelio, que lleva a una gloriosa transformación
personal del carácter de los que lo reciben. También a una bendita
reconciliación eterna con el mismo Dios.
La segunda revelación es la de su ira. La manera en que el apóstol
define y explica esa «ira» nos interesa. Lo primero que nos
hubiéramos imaginado es a un Dios airado, violento, furioso y
enojado. Pero no. Dios no llega al mundo pecador con un garrote, ni
aun con relámpagos y azufre del cielo. Dios revela su ira, dice el
apóstol, en tres pasos, cada uno sensible y calmado.
Cuando el hombre niega a Dios, Dios lo coloca en un camino que va
en descenso. Ese camino se conoce por tres «entregas por parte de
Dios». la primera es que los entrega a la impureza sexual (v. 24).
Fíjese en las conversaciones del hombre sin Dios. Lo sexual es
central. Cómo disfrutar del sexo, cómo gozar sin sufrir consecuencias,
cómo se gozó en la última conquista, cuáles son los planes para
disfrutar el fin de semana. Se vive para satisfacer esas pasiones.
Considere los resultados. ¿No es espantoso como el hombre, que se
entrega a sus pasiones, gradualmente se autodestruye? Pierde su
carácter, su hogar, sus hijos, sus amigos, su reputación, su dinero.
Lea las revistas o el periódico, vea la televisión. ¿No son esos
desastres humanos que llenan las páginas a diario parte de la ira
divina? Desapercibidamente, la ira de Dios se revela entre esos
sucesos.
En segundo lugar, al no llegar al arrepentimiento y seguir negando a
Dios y a su Palabra, Dios los entrega a otro paso más peligroso
todavía: a pasiones degradantes, corno la homosexualidad y el
lesbianismo (vv.26-27). Estudie al homosexual, ¡qué cuadro presenta
ese ser que pierde toda su hombría! A escondidas y en sitios oscuros,
vergonzosamente se entregan a su vicio deshonroso, convirtiéndose
de modo gradual en un individuo descorazonado y deshumanizado.
Considere a la lesbiana, ¡una patética mujer que, al despreciar su
virtud, pierde su nobleza y feminidad, para terminar destruida en las
llamas de su pasión!
¿En qué termina la homosexualidad? Concluye en una sociedad sin
familias, sin futuro, que ha perdido toda calidad de vida, sin
significado del verdadero amor, la verdadera fidelidad, el cariño, la
protección normal de un hogar. Todo se ha perdido, quedando solo
incurables enfermedades, un gozo ligero, insatisfactorio y pasajero, y
el alma en un vacío aterrador. Seres que son solo trazos de lo que
Dios creó.
Si aun no hay arrepentimiento, si persisten en su incredulidad, Dios
preserva un tercer y peor juicio: les entrega a una mente depravada,
(vv. 28-32). La palabra usada para «mente», nous en griego, quiere
decir «la facultad del saber y el entender» o «el centro del
entendimiento». La idea es que Dios castiga al hombre privándole de
la capacidad para pensar correcta o sabiamente. En otras palabras, le
lleva a la insensatez, demencia, o locura. La persona pierde toda
capacidad para razonar con inteligencia. Acepta cualquier
argumentación ilógica, se entrega a nociones completamente locas.
Se vuelve una bestia (recuérdese a Nabucodonosor, Daniel 4.29-33):
¡deshumanización completa! Actúa más como un animal que como un
ser creado a la imagen de Dios. Pierde toda característica divina para
portarse bestiamente.
A veces hablamos de gente que comete cosas terribles: « ¡Han
perdido su sentido. Están locos! » Igual que Nabucodonosor,
Nietzsche, los filósofos, catedráticos, científicos, intelectuales y la
mugre multitud que les sigue en su desprecio por Dios, llegan a
enloquecerse en su pecado y maldad. Ni se dan cuenta de lo lejos
que están de Dios.
Esa es la manera, dice Pablo, en que la «ira de Dios» castiga al
hombre.
Esos son los pasos que Dios usa para castigar una civilización tras
otra. Ahora le toca a nuestro mundo moderno. A veces
imperceptibles, esos pasos de la ira de Dios es su manera de enjuiciar
al que rechaza reconocerlo como Dios.
Lo triste es que muchos se están dejando llevar por esta nueva
corriente engañadora del postmodernismo. Al no escuchar a Dios, se
dejan persuadir por lo que al principio parecen argumentos sólidos.
Muchos seguramente se dejan llevar por lo Atractivo que es el
pecado. Según los posmodernos, el propósito central de la vida es
gozarse, hacerse a «uno mismo» sentirse bien, y satisfacerse ahora
mismo. Se tragan esa mentira. Una vez que los hombres se entregan,
ya están en la telaraña de la cual no parece haber rescate. Han sido
introducidos a «un hedonismo narcisista que crea un dios de la
sensualidad, del cuerpo, y de los placeres inmediatos».15
Cuántos jóvenes de familias creyentes, faltándoles fe, se dejan llevar
por la sensualidad prometida en este mundo permisivo posmoderno.
Rehúsan tomar la decisión que tomó Moisés: Por la fe Moisés, cuando
ya era grande, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón,
escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de
los placeres temporales del pecado.

15
Erickson, op. cit., p.47.
Un Análisis Del Mundo Actual

Reconozcamos, seguidamente, que es muy fácil como evangélicos ser


simplistas ante un tema tan abarcador como el de la posmodernidad
— ¿quizás quisiéramos despedirlo con solo dispararle unos textos
bíblicos? ¡Imposible! Así nuestros padres hicieron con las posturas de
Carlos Darwin y, por aquel descuido, descendió sobre nosotros el
liberalismo y el humanismo — junto con su máquina comprobadora:
la ciencia — que procuró destronar a Dios y entronizar al hombre.
Los postmodernos atacan las premisas del presente mundo porque
las ven fracasadas. Con entusiasmo nos invitan a participar en la
creación de un nuevo mundo. Como evangélicos tenemos que
responder, pues la batalla de las ideas día a día se intensifica.
¿Tienen razón los posmodernos al decir que nuestro mundo actual
está fracasado? Para hablar claro, aceptemos el hecho de que
pertenecemos a lo que se ha llamado la modernidad, es decir, el
sistema de vida civilizada de estos últimos siglos, un mundo donde la
ciencia es el rey. Por cierto, muchos y a veces espectaculares han
sido los productos de la ciencia — autos, refrigeradores, radios,
música electrónica, televisores, aviones, satélites, aire acondicionado,
computadoras, y últimamente la cibernética. Pero ese «paquete de
avances» ha venido atado a un sinnúmero de ideologías, siendo la
más destructiva de ellas el secularismo — el mundo es de ahora, no
de la eternidad.
Incitándonos a disfrutar el ahora, en el proceso nos robaron nuestras
bases morales y espirituales. Se quiso sustituir a Dios por cosas —
muchas de ellas escandalosamente bonitas — y nos tragamos el
paquete.
Para que nos demos cuenta de cuan triste ha sido nuestra caída,
consideremos cómo Thomas Oden describe, bajo cuatro categorías, el
deplorable fruto de las creencias que nuestro mundo científico — la
modernidad — nos obsequió:16

1. Primero menciona el énfasis que se le ha dado al individualismo


autónomo. Esto ha producido un «conflicto intergeneracional,
un desajuste sexual, que ha destruido a la familia, y producido
el caos social que hoy se vive». Ha producido un individualismo
tan radical que resulta «en la terrible soledad con que cada
individuo, a solas, tiene que buscarle sentido a la vida».
Además, se ven hoy los estragos morales terribles, al ver a
«niños con rifles en las manos que se matan unos a otros».
2. A consecuencia de las ideas de nuestro mundo científico, dice
Oden, nuestro hedonismo narcisista sufre la cosecha de un
«infierno tangible» y una «condenación real». Ha producido en
nosotros tal «estupor moral» que, en busca de satisfacción

16
Ibid. Pp 51 y 52
personal, ya ni nos damos cuenta de los daños que causamos,
ni sentimos la «miseria» que nuestros hechos producen en las
víctimas de nuestro placer —por ejemplo,, los centenares de
miles de niños que nacen anualmente con el SIDA, o con
adicción a drogas.
3. El naturalismo reductivo, fue otro producto de la era científica.
Por su desmesurado énfasis en «lo científico» (observación
empírica) nos hizo rehusar toda otra fuente de conocimiento,
aceptando solo las afirmaciones de la ciencia. Buscando
respuesta para las causas solo en la naturaleza, nos hizo
demeritar lo infinito, llevándonos a negar a Dios, a lo revelado
en su Palabra, y anulado el raciocinio humano con que fuimos
dotados como creación divina. El resultado ha sido respuestas
que de ninguna manera podían resolver la realidad humana,
que dejan vacío al corazón, haciéndonos ignorar la
responsabilidad que cada ser humano tiene ante su Creador.
4. El relativismo moral absoluto que parlotearon, nos quitó toda
regla, toda norma, toda creencia. A todo lo relativizaron, por
tanto perdimos todo criterio de lo que es bueno y lo que es
malo. El resultado fue una «ausencia de conducta moral en el
hombre común, y el olvido de todos de que hay un juicio
venidero».

Cuánto necesita nuestro mundo actual la redención. Como hijos del


evangelio, en lugar de reconocer lo antidios y perverso que ha sido,
nuestro testimonio está manchado con compromisos de toda clase.
No nos hemos mantenido puros en medio de una sociedad perversa.
Les hemos fallado a nuestros conciudadanos. Solo Dios puede
perdonarnos. Pero ahora, al enfrentar otra ola contraria al evangelio,
no nos dejemos engañar. Vistámonos de toda la armadura de Dios.

La Osadía De Los Posmodernos

Brevemente, y como contraste, repasemos nuevamente lo que ahora


nos quiere sustituir el postmodernismo. Con su aversión a esa era
científica y a todas las filosofías utópicas que han guiado al mundo
hasta el presente, los postmodernos de vanguardia quieren ir a lo que
llaman «la realidad» —lo que es vivir en realidad.
Vemos a crecientes agrupaciones tomar lo hermoso, lo sagrado, y lo
sublime, (sea el sexo, Dios, la Biblia, y las normas decentes sociales)
y desafiadamente arrastrarlas por el fango. Cumplen sin pena alguna
la depravación que ya notamos San Pablo describe en el primer
capítulo de Romanos, esa rebeldía contra Dios que trae su ira.
El culturista ruso, Mikhail Espstein, lo ilustra brillantemente
contándonos dos incidentes que ocurrieron a principios de este
siglo:17
«En 1917, Marcel Duchamp quiso exhibir en un museo famoso de
Nueva York una obra que llamaba "artística", que consistía de un
orinal, con el título de "Fuente" (la cual eventualmente fue
rechazada). Entonces, en 1919 hubo en Rusia un congreso para los
ciudadanos pobres que fue celebrado en Petersburg. Los congresistas
fueron hospedados en el Palacio de Invierno. En palabras de Maxim
Gorky: "Cuando terminó el evento y la gente abandono el palacio,
descubrieron que una cantidad de costosas vasijas de arte de Sevres,
Saxonas, y Orientales habían sido usadas para defecar y orinar en
ellas, dejándolas sucias y apestosas. Esto no se hizo por necesidad,
ya que los baños del palacio todos estaban en buenas condiciones.
No, estos actos de vandalismo expresaban un deseo consciente de
deliberadamente degradar lo hermoso".
»En un caso se presenta a un orinal como un objeto de arte. En el
otro, un objeto de arte es usado como un orinal. Claramente, hay una
diferencia fundamental entre profanar el arte y la creación de un
objeto que es realmente antiarte... El uso de objetos artísticos como
orinales es un acto de puro nihilismo social, expresando la actitud de
gente inculta hacia el arte disfrutado por los aristocráticos. Es
totalmente opuesto al otro acto del artista que profanamente procuró
introducir como "arte" aquello que es asqueroso, feo, y públicamente
ofensivo».
Reconozcamos la bandera que han izado. No solo es una bandera de
rechazo de todo lo pasado en la historia (incluyendo a Dios y a la
Biblia), es un deliberado deseo de deshonrar lo que antes se tenía
como valioso. Lo que considerábamos vulgar y degradado lo toman
hoy y lo presentan como hermoso, bueno, y loable. En su osadía, han
volcado a nuestro mundo patas arriba.
A su vez, recordemos que sea cual sea la sociedad («premoderna»,
«moderna», o «postmoderna»), esta siempre será compuesta de
pecadores, por tanto antagónicas a las normas cristianas. ¡No
olvidemos la orden divina: «No améis al mundo, ni las cosas que
están en el mundo»!

Remedios Y Recetas

¿Cómo, entonces, debemos confrontar y responder a estas


ideologías?
Algunos, bajo el concepto de que para ganar al mundo hay que imitar
al mundo (como se ha hecho con la música), buscan maneras de
acomodar los conceptos postmodernos con el evangelio, creyendo así
poder ganar e influenciar a los que siguen esa ola. Ya varios de ellos

17
Después del futuro, p 52
—los llamaremos «evangélicos posmodernos»—, en su esfuerzo de
ser aceptados por estos ideólogos nuevos, están, sin que el pueblo
evangélico se percate, dando definiciones nuevas de la naturaleza de
la verdad, del evangelio, de la Biblia, y la tradición evangélica. Dice
Mohler, en su libro Here We Stand, dice: «No hay doctrina que estos
nuevos teólogos no hayan trastornado, ningún credo que no hayan
maltratado, ninguna verdad que hayan respetado».
Otros, al darse cuenta de los cambios sociales en el mundo, actúan
parecidos al avestruz, meten la cabeza en la arena. Procuran seguir
predicando y trabajando como si lo que ocurre en la sociedad no
afectara a la Iglesia. Se sienten inmunes, protegidos por las cuatro
paredes del templo. Sin embargo, cada día se le van miembros,
particularmente jóvenes, pues del pastor no oyen respuestas
adecuadas para responder a las corrientes contrarias que les abate
furiosamente en esas olas de opiniones contradictorias. Si los
pastores no saben lo que ocurre en el presente mundo, no pueden
ayudarles a enfrentar cristianamente esos azotes asiduos.
Somos líderes de la iglesia por lo tanto nos corresponde guiarla.
La primera cosa que necesitamos comprender es que la lucha que
libramos hoy día es contra lo que la Biblia llama «mundo». No
olvidemos que batallamos contra tres distintos y fuertes enemigos:
«el mundo, la carne y el diablo» (la tendencia evangélica equivocada
es pensar que la lucha es únicamente contra el diablo y sus huestes).
La lucha hoy día no es solo contra demonios, es principalmente
contra ideas anticristianas —esto es lo que comprende la palabra
mundo. Por supuesto, el diablo abanica estas corrientes modernas,
pero el peligro está en las ideas. ¡Qué prestos somos para echar
demonios! Tomaríamos a todas esos malvados posmodernos y los
ataríamos junto al diablo. Pero así nos se lucha contra el mundo.
Reconozcamos, por favor, que nuestra batalla es contra ideas, no
contra demonios. Echar los demonios jamás traerá liberación, más
bien producirá frustración y confusión, porque habremos identificado
incorrectamente al enemigo.
Cuando Jesús luchó contra los fariseos, nunca echó de ellos
demonios. Lo que hizo, más bien, fue mostrar lo equivocado que
estaban sus ideas. Batalló todas esas ideas falsas mostrando la
mentira de ellos y la verdad de Dios (véase Mateo 23). Hoy,
igualmente, la lucha es contra esos insensatos conceptos de
«deconstrucción», en que procuran destruir todo concepto de Dios,
del mal, y de lo eterno.
Escuchémoslos. Oigamos lo que dicen. Sus gritos de combate son: «
¡No hay tal cosa como Dios! ¡Toda persona tiene su propia verdad!
¡La Biblia es un libro fuera de moda! ¡Nada es malo, todo es bueno!
¡La vida es para disfrutarla ahora, sin remordimientos!»
¿Podemos como evangélico ligarnos con tal filosofía y con tal
movimiento? Eso sí sería hacer liga con el mundo y con diablo.
Tomemos tiempo para analizar lo que nos están enseñando. Si no
hay verdad, tampoco hay mentira. Sin una base de fundamentos
aceptados como verdaderos, es imposible establecer un dialogo. Al
eliminar las bases proposicionales, no queda fundamento para
entablar lo lógico. Si se descarta la «verdad», como han hecho los
postmodernos, nos quedamos sin Dios, sin Biblia, sin pecado, sin
juicio, sin infierno, sin cielo, sin Salvador, sin salvación, sin realidad,
sin verdad. Estaríamos disfrutando de lo que ni sabemos (pues bajo
tales supuestos no podría haber realidad, solo experiencias)
Sufriríamos como unos miserables que solo sienten y hablan y ríen,
lloran y gozan, pero sin tener respuesta sensata para la propia
existencia. Vivir así no sería vivir. Sencillamente, sería sentir.
Reconociendo la falacia —pero también la fuerza— de esta nueva ola
filosófica (el hombre, desde Adán, ha querido deshacerse de Dios),
seguramente conoceremos amigos que se han entregado ciegamente
a estas corrientes. Antonio Cruz18 ofrece algunas sugerencias de
cómo acercamos confiadamente a los que siguen la postmodernidad
con el fin de rescatarlos.
1. Anunciar el núcleo de la fe: El hombre contemporáneo, que
no ha tenido la oportunidad de tener un encuentro con
Jesucristo, debe ser enfrentado con el centro mismo de la fe:
con la misericordiosa salvación que el Hijo de Dios humanado
consiguió para él, muriendo en el Gólgota y resucitando al
tercer día.
2. Responder a las preguntas básicas del ser humano: El
método usado por Pablo entre los atenienses paganos sería
también apropiado en nuestra época. Partiendo de la situación
en la que la gente se encuentra, responder primero a los
grandes interrogativos existenciales que preocupan en la
actualidad, tales como: ¿quién soy?, ¿de dónde vine?, ¿a
dónde voy?, ¿cómo hacer frente a la enfermedad?
3. Inculcar la ética del arrepentimiento: El reino de Dios
requiere un nuevo estilo de vida; una nueva ética que reordene
la mentalidad y la conducta de la persona.
4. Fomentar la esperanza: La esperanza en el futuro victorioso
de la Vida sobre la muerte es el mejor regalo que el Evangelio
puede comunicar al individuo contemporáneo.
5. Dar a conocer la Biblia: La Biblia debe seguir siendo el
elemento central de la evangelización...[su] estudio es
comparable al corazón que bombea sangre cargada de oxígeno
vital para mantener activos todos los miembros del cuerpo de
Cristo.
6. Solidarizarse con los necesitados: La sensibilidad social
hacia los marginados y oprimidos que viven junto a nosotros
será una de las evidencias que convencerán a muchos de la
sinceridad de nuestra fe.

18
Posodernidad, pp 191-203
7. Adecuar el mensaje a las distintas visiones del mundo:
La evangelización debería ser sensible a las características y
necesidades propias de cada grupo.
8. Emplear signos de identidad comunes: El Evangelio debe
saber acercarse, con afecto y respeto, a las singularidades de
cada [ideología], porque muchos de esos «signos» [usados por
los postmodernos] podrían usarse para expresar valores
cristianos.

Nunca olvidemos que sobre este planeta verdaderamente caminó


hace 2,000 años el Dios Hombre. Él nos dijo: «Yo soy el camino, la
verdad, y la vida ...El que me sigue no andará en tinieblas, mas
tendrá la lumbre de la vida». También nos dio una gloriosa promesa:
Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella».
Aquí, ante los postmodernos que nos rodean a cada lado, estamos tu
y yo, personas que hemos sido transformadas por la sangre de
Cristo. Esa debe ser evidencia irrefutable de la verdad de otro
camino, de otro estilo de vida, de otro destino, y de la verdad del
evangelio.
"i todos los caminos conducen a Dios», «El hombre es la medida de todas
las cosas», «Dios ha muerto», «No se puede confiar en la Biblia», son frases
que a diario se escuchan. ¿Cuáles son las corrientes del pensamiento
moderno que conducen a tales conclusiones? ¿En qué manera podemos
como cristianos enfrentar tales supercherías?
Es imperativo que conozcamos las diversas manifestaciones culturales y
religiosas de aquellos que tratan de opacar al Evangelio de Jesucristo, y
estar «siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y
reverencia ante todo el que os demande razón...» (I Pedro 3.15).
Salvador Dellutri expone en una manera esclarecedora las corrientes
opuestas al Evangelio, sus puntos débiles y sus aspectos negativos. Y
destaca a la Palabra de Dios como el factor decisivo del saber humano.
Salvador Dellutri es un pastor argentino cuya trayectoria como evangelista
y conferencista es reconocida en toda América. Pastorea la pujante Iglesia
de la Esperanza, en San Miguel, Buenos Aires; y desarrolla una labor
periodística destacada en radio y televisión.
Incansable investigador y autor de libros de estudio, además de novelista,
Dellutri es un fraterno colaborador de esta Facultad Latinoamericana de
Estudios Teológicos.
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