El Mundo Al Que Predicamos
El Mundo Al Que Predicamos
El Mundo Al Que Predicamos
FACULTAD
LATINOAMERICANA DE ESTUDIOS
TEOLÓGICOS
"i Todos los caminos conducen a Dios», «El hombre es la medida de
todas las cosas», «Dios ha muerto», «No se puede confiar en la
Biblia», son frases que a diario se escuchan. ¿Cuáles son las
corrientes del pensamiento moderno que conducen a tales
conclusiones? ¿En qué manera podemos como cristianos enfrentar tales
supercherías?
Es imperativo que conozcamos las diversas manifestaciones culturales y
religiosas de aquellos que tratan de opacar al Evangelio de Jesucristo, y
estar «siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y
reverencia ante todo el que os demande razón...» (1 Pedro 3.15).
El Autor
Salvador Dellutri es un pastor argentino cuya trayectoria como evangelista
y conferencista es reconocida en toda América. Pastorea la pujante Iglesia
de la Esperanza, en San Miguel, Buenos Aires; y desarrolla una labor
periodística destacada en radio y televisión.
Incansable investigador y autor de libros de estudio, además de novelista,
Dellutri es un fraterno colaborador de esta Facultad Latinoamericana de
Estudios Teológicos.
EL MUNDO
AL QUE
PREDICAMOS
SALVADOR DELLUTRI
FLET
1998 LOGOI, Inc. Miami, Florida Todos los derechos reservados
Contenido
PRÓLOGO .......................................................................................................................... 5
CAPÍTULO I....................................................................................................................... 7
ORÍGENES DE OCCIDENTE; LA HERENCIA HEBREA ..................................................... 7
CAPÍTULO 2 .................................................................................................................... 12
ORÍGENES DE OCCIDENTE: LA HERENCIA GRIEGA ................................................... 12
CAPÍTULO 3 .................................................................................................................... 20
El Hombre De Occidente ....................................................................................... 20
CAPÍTULO 4 .................................................................................................................... 28
RENACIMIENTO HUMANISTA Y LA REFORMA PROTESTANTE...................................... 28
CAPÍTULO 5 .................................................................................................................... 37
CRECIMIENTO DEL HUMANISMO................................................................................... 37
CAPÍTULO 6 .................................................................................................................... 45
El Hombre Del Siglo XX ......................................................................................... 45
CAPÍTULO 7 .................................................................................................................... 53
LOS PROBLEMAS DEL HOMBRE MODERNO .................................................................. 53
CAPÍTULO 8 .................................................................................................................... 60
El Hombre En Busca De Sentido ........................................................................ 60
CAPÍTULO 9 .................................................................................................................... 69
El Mandato Autoritativo ......................................................................................... 69
Apéndice A .................................................................................................................. 76
La Posmodernidad ................................................................................................... 76
Apéndice B .................................................................................................................. 82
Una Perspectiva Más Amplia De La Postmodernidad ................................. 82
PRÓLOGO
Hace casi dos mil años, en un oscuro rincón del Imperio Romano moría
crucificado un reo acusado de sedición Sus seguidores se dispersaron
impotentes ante la decisión de las autoridades judías y romanas de dar fin a
lo que fueron tres años de incesante prédica.
Cincuenta años después, la doctrina del crucificado había trascendido las
estrechas fronteras de su pueblo, y su mensaje se difundía por todo el
imperio arrastrando multitudes. Ni la razón ni la fuerza pudieron contra el
empuje de la nueva fe que terminó por minar el imperio; y se constituyó en
el fundamento de lo que se dio a conocer como «Cultura Occidental y
Cristiana». Ninguna civilización anterior tuvo la dinámica de esta, ni su
respeto por la dignidad humana, la justicia y la libertad.
Hoy esa cultura está en crisis. Este siglo se ha lanzado a un experimento
que nunca antes el hombre intentó. Deslumbrado por las engañosas
lumbreras de una libertad sin límites, el hombre occidental trata de edificar
un mundo sin fe trascendente y sin valores absolutos.
En el horizonte de su historia comienzan a emerger nuevamente, con
distinta indumentaria, los viejos dioses paganos que huyeron en retirada,
vencidos Por el Cristo resucitado. Los ídolos que permanecieron encerrados
en salas de museos parecen volver a cobrar vida. Los antiguos vicios del
paganismo, antes condenados severamente, emergen otra vez y se
defienden como baluartes de una «nueva moral», más flexible, comprensiva
y permisiva que la anterior.
El problema de la culpa comienza a resolverse «científicamente» a través de
modernas «religiones seculares» que confiesan y absuelven a los hombres
en nombre de la modernidad de sus doctrinas. El modelo familiar es
cuestionado y modificado, la dignidad del hombre es continuamente
menoscabada.
Se calcula que 50.000.000 de vidas son segadas anualmente antes de
nacer, la función maternal es considerada inferior y la mujer pide el derecho
a ser como el hombre. La religión es cada vez más relegada a lo formal, al
punto que los hombres recurren a ella como un elemento, folklórico.
Por contraste, avanzan incontenibles el ocultismo, el hinduismo, el
islamismo y todo culto esotérico. La tecnología y el avance científico se
utilizan en forma ambivalente: Destruyendo y defendiendo a la vida en una
contradicción que no resiste el menor análisis racional.
Paralelamente aumentan la angustia y el «sinsentido» de la vida que hacen
brotar todo tipo de adicciones, violencia y desenfreno, consecuencia de un
creciente mercado del desaliento que se agiganta progresivamente.
Occidente está en crisis. Y tras esa crisis individual se ven afectadas las
instituciones —familia, iglesia., gobierno—, que participan del mismo mal.
¿Qué le sucede a nuestra cultura occidental? ¿Qué sucede con nuestra
civilización? ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Cuál será el resultado de este
alocado experimentó?
Para los cristianos las preguntas se multiplican. ¿Cuál es el rol que tenemos
que desempeñar? ¿Cómo comunicar un mensaje de esperanza a una
generación que cierra sus oídos a lo espiritual? ¿Qué responsabilidad le cabe
al cristianismo en esta crisis?
Frente a nosotros está el mundo al que debemos predicar. ¿Cómo hacerlo?
¿Cuáles son los interrogantes de este hombre? ¿Cómo ha forjado esos
interrogantes? ¿Cómo expresa su necesidad? ¿Cuáles son sus preguntas?
Tenemos que detenernos a analizar la crisis de nuestra cultura y entender
cuáles son los interrogantes del hombre moderno para ser eficaces en la
comunicación.
Los cristianos tenemos las respuestas. Necesitamos, embargo, conocer las
preguntas.
CAPÍTULO I
La Herencia Hebrea
La Concepción Monoteísta
I. Es un Dios espiritual
El Dios de los hebreos no puede representarse materialmente. El
mandamiento es claro: «No te fiarás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra» (Éxodo 20.4)
Dios es Espíritu, y esta concepción se opone a la imaginería politeísta
que concibe siempre la morfología divina ligada a las formas de la
naturaleza.
La Revelación De Dios
El Humanismo Griego
El Individualismo Griego
La sociedad griega no fue homogénea: Jamás se unieron para formar
un imperio, ni aceptaron una dinastía reinante, ni tenían castas
sacerdotales.
Atomizados en diversas ciudades, cada heleno trataba de sobresalir
en su campo de acción: los atletas, los soldados, los artesanos, los
artistas, etc., trataban de ser los mejores en su disciplina,
esforzándose por superarse y sobrepasar a los demás.
Este individualismo hizo que dentro de la misma cultura pudieran
coexistir formas tan opuestas de vida como la de Esparta y Atenas.
El énfasis en lo individual por encima de lo colectivo hizo la gran
diferencia con otras culturas orientales. La civilización china, con una
vasta extensión territorial que no puede compararse con la reducida
geografía de los griegos, consiguió consolidar una homogeneidad que
estos no podían ni imaginarse.
El Racionalismo Griego
Período Mítico
En el año 2000 antes de nuestra era, floreció en las islas del Mar
Egeo una brillante civilización, cuyo centro fue Creta y que servía
como puente entre las culturas del cercano oriente y Europa.
En 1400 a.C. los «aqueos», pueblos de la Grecia continental,
invadieron Creta y pusieron fin a esa civilización. Como casi siempre
ocurre, los conquistadores asimilaron una gran parte de la cultura
conquistada. Surgía así la nueva civilización griega.
Ruskin dijo: «Las grandes naciones escriben su autobiografía en tres
manuscritos: el libro de sus hechos, el libro de sus palabras y el libro
de su arte. No se puede entender ninguno de esos libros sin leer los
otros dos, pero de los tres el único fidedigno es el último».
Homero el legendario poeta griego, deja testimonio en la Ilíada y la
Odisea acerca del pensamiento en esa época. La lectura de estas
obras nos revela la concepción de la vida que tenían los griegos.
Como señalamos antes, sus dioses eran profundamente humanos,
incapaces de satisfacer las necesidades intrínsecas del alma. Pero
servían a los griegos para descargar en ellos toda responsabilidad, y
eludir él problema de la culpa personal.
La conclusión es la siguiente:
«En los últimos límites del mundo inteligible yace la idea del bien, que
se percibe con dificultad, pero no podemos llegar a percibirlo sin
arribar a la conclusión de que es la causa universal de cuanto existe
de recto y bueno; que en el mundo visible crea la luz y el astro que la
dispensa; que en el mundo inteligible, engendra y procura la verdad y
la inteligencia; y que, por lo tanto, debemos tener fijos los ojos en
ella para conducirnos sabiamente, tanto en la vida privada como en la
pública» (La República, Libro VII).
Platón ha partido de la idea y llega a intuir una presencia perfecta,
más allá de todas las cosas visibles. Es notable que en ocasiones
habla con el lenguaje politeísta, popular en su tiempo, pero en otras
ocasiones se refiera a Dios como si fuera único.
CONCLUSIÓN
El Hombre De Occidente
La Diferencia Fundamental
El Advenimiento De Cristo
El Nuevo Hombre
El Hombre Occidental
El Apóstol Pablo
El Espíritu De Occidente
Razón
El hombre occidental es el primero que se desprende de los mitos y
coloca a la razón por encima de la imaginación. Emprende una lucha
por vencer sus tendencias irracionales. El camino de la razón lo lleva
a sistematizar el conocimiento, acumularlo, y como consecuencia se
desarrolla científica y técnicamente.
Fe
El Renacimiento
La Reforma Protestante
La Iglesia con su poder centrado en Roma, era desde hacía siglos la
institución más poderosa de toda Europa. Estaba presente en cada
acto de la vida de todos los hombres: Al nacer, para darle el
sacramento del bautismo; al morir, para enterrarlo. Ningún habitante
escapaba a su omnímodo poder: reyes, príncipes, nobles, plebeyos,
sacerdotes, laicos, todos estaban sometidos a ella.
La administración de los sacramentos, la confesión auricular, los
tribunales de la Inquisición, eran herramientas útiles para mantener
su primacía.
La Iglesia era autoritaria, sacerdotal y sacramental. El clero era una
casta aparte dentro de la sociedad, tenía el poder milagroso, según
su doctrina, de convertir en la eucaristía al pan y el vino en cuerpo y
sangre de Jesucristo, milagro que repetían y administraban a los
hombres en cada misa. La Iglesia interpretaba arbitrariamente las
Sagradas Escrituras, cuya lectura estaba vedada al pueblo.
Cualquier sospecha de «herejía» ponía en marcha a los Tribunales de
la Santa, Inquisición que a través de torturas horrendas sacaban
«confesiones» a los presuntos herejes y los condenaban a formas
crueles de muerte.
Todo esto iba acompañado de innumerables abusos. Muchos clérigos
tenían conductas escandalosas, las jerarquías hacían despliegue y
ostentación de una riqueza superior a la de los reyes, los papas
tenían hijos ilegítimos, compraban y vendían cargos eclesiásticos y
dispensas. Acceder a un cargo eclesiástico era un negocio lucrativo en
el cual se cobraban los servicios sagrados como si fueran vulgar
mercadería.
La veneración de las reliquias era importante, fuente de ingreso en
las parroquias que ostentaban algún hueso u objeto relacionado con
los santos o con Jesucristo, atribuyéndoles poderes milagrosos para
atraer al pueblo. Con una falta total de escrúpulos se llegaron a
exhibir para su veneración en Europa doce cabezas de Juan el
Bautista.
Este estado de cosas hizo que muchos comenzaran a reflexionar en
cuanto a la Iglesia y el cristianismo siguiendo la corriente abierta por
el Renacimiento: Volver a las fuentes.
La fuente del cristianismo es la Sagrada Escritura por lo que su
estudio puso en evidencia que ese monstruo corrupto y corruptor
cuya cabeza estaba en Roma, poco tenía que ver con el cristianismo
enseñado por los apóstoles. Las claras verdades de la Biblia habían
sido reemplazadas por doctrinas de factura humana que le
aseguraban el poder a la religión.
Se perdió la esencia misma de la fe cristiana, liberadora del hombre,
y se volvió a instaurar el sacerdocio y el altar, convirtiendo a la
religión en un factor de poder despótico.
La Reforma no se produce por los excesos de la Iglesia, sino porque
esos excesos evidenciaban que el catolicismo medieval nada tenía
que ver con el cristianismo bíblico, por lo tanto debía ser
desarticulado.
No se pretendía una reforma de las costumbres de la Iglesia, sino un
cuestionamiento de su teología, la teoría sacramental, la autoridad
divina de los sacerdotes, las buenas obras como complemento
indispensable de la fe para alcanzar salvación.
Los reformadores rechazaban todo lo que no estuviese sancionado
expresamente en las Sagradas Escrituras, tanto en la doctrina como
en las prácticas populares, por eso se opusieron al sistema
sacramental, aunque también a las desviaciones del culto
supersticioso del medioevo expresado en la adoración a la virgen
María y las reliquias, la intercesión de los santos, la creencia en el
purgatorio, etc.
Martín Lutero (1483-1546), en octubre de 1517, da inicio a lo que
sería el movimiento espiritual más importante desde la época
apostólica, al clavar las famosas «95 tesis» contra las indulgencias,
en la puerta de la abadía de Wittenberg. En menos de cuarenta años
la reforma avanzaría en tal forma que haría pedazos el poder
absolutista papal negándole a Roma su derecho a interpretar
autoritariamente las Sagradas Escrituras, administrar sacramentos,
dar autoridad divina a sus ministros y arrogarse el derecho de
controlar, a través de sus sacerdotes, el acceso a la salvación.
Lucero alzó la bandera de la apostólica doctrina de la justificación por
la fe, desarrollada por Pablo en la epístola a los Romanos. Esta
exhumación de la doctrina archivada por la Iglesia de Roma,
comienza a devolverle al cristianismo figura primitiva.
Las dos fórmulas básales de su enseñanza serán: Sola fide (solo por
la fe) y Sola scriptura (solo las Escrituras). Partiendo de la condición
depravada del hombre, enceguecido por el pecado, solamente la
gracia de Dios puede salvarlo, y esta gracia se alcanza solo por la fe.
El hombre, por lo tanto, carece de mérito en su salvación,
correspondiendo todo a la misericordia de Dios. Las Sagradas
Escrituras son la única fuente de verdad, y deben ser analizadas
individualmente porque son fáciles de entender y la guía del Espíritu
Santo ayuda en forma individual a su comprensión.
Los reformadores negaban todo el mecanismo sacramental y el valor
de las buenas obras en la salvación, así como también la pretendida
guía del Espíritu Santo a través de la Tradición, los Papas y la Iglesia.
La convicción de los reformadores es claramente expuesta en el
discurso de Lutero ante la Dieta de Worms cuando le solicitaron su
retractación:
«Nadie puede negar ni disimular —porque la experiencia lo prueba y
los corazones píos lo lamentan— que por las leyes y la doctrina
humana del papa la conciencia de los creyentes cristianos ha quedado
enredada, gravada y torturada de la manera más horrible y
lastimosa... Si revocase estos libros, no haría otra cosa que reforzar
la tiranía de aquéllos y abrir a tal impiedad e irreligiosidad no solo la
ventana, sino también la puerta y el portón, para que más amplia y
libremente puedan hacer estragos y desencadenar su furia más allá
de lo que han podido hacer hasta ahora... Como vuestras Majestades
y vuestras Mercedes, Señores Príncipes Electores y Príncipes desean
una contestación sencilla, simple y precisa, daré una respuesta que
no tenga ni cuernos ni dientes, a saber, salvo el caso de que me
venzan y me refuten con testimonios, de las Sagradas Escrituras o
con argumentos y motivos públicos, claros y evidentes —puesto que
no creo ni en el papa ni en los concilios solos, porque es manifiesto y
patente que han errado frecuentemente y se contradicen a sí mismos
y como yo con los pasajes citados y aducidos por mí estoy convencido
y mi conciencia está ligada a la Palabra de Dios—, no puedo ni quiero
retractarme, porque no es seguro ni aconsejable hacer algo contra la
conciencia. Aquí estoy, no puedo proceder de otra manera. ¡Que Dios
me ayude! Amén».
Reforma Y Humanismo
Sería un grave error equiparar a la Reforma con el humanismo,
aunque muchos humanistas simpatizaron con los reformadores.
Ambas corrientes compartían algunas cosas, como su afán por
retornar a las fuentes. Pero tenemos que notar que si bien tienen la
misma intención, sus fuentes van a ser distintas y antagónicas. El
humanismo retorna a Grecia y Roma, su arte, su literatura, su
Filosofía pagana y cree hallar en el razonamiento el camino por el
cual el hombre mejora su existencia, y en la educación la forma de
transformación social.
La Reforma retorna a las Sagradas Escrituras como fuente de
autoridad absoluta, y descree del razonamiento humano, afectado por
la caída, como medio para restaurar al hombre. La gracia de Dios
hace que la sola fe en Jesucristo sea el medio de salvación y
transformación del hombre.
Para los humanistas lo esencial era el goce de esta vida y se
mantenían apáticos ante lo espiritual, pero los reformadores
menospreciaban las cosas carnales y tenían una clara visión de
eternidad.
El rechazo que los reformadores hicieron de la intermediación
sacerdotal para dar paso a una relación directa con Dios, así como la
traducción de la Biblia al lenguaje popular para que el pueblo tuviera
acceso al Texto Sagrado, eran cosas que los humanistas veían con
simpatía y aprobaban porque afirmaba el individualismo y educaba al
pueblo.
Pero muy pocos humanistas siguieron al protestantismo, porque
aunque ellos partían de la bondad innata del hombre, los
reformadores predicaban su depravación total.
El pensamiento bíblico sostenido con vehemencia por Juan Calvino
(1509-1564) de la naturaleza corrupta del hombre, incapaz de hacer
nada por sí mismo, era resistido tenazmente por Erasmo, que lo veía
incompatible con su filosofía.
Por otra parte, el espíritu ecuménico y conciliador de los humanistas
se sentía incómodo ante los frontales ataques de Lutero a la iglesia
papal y su posterior división.
La Teología De Descartes
El Siglo XIX
El Positivismo
La Muerte De Dios
El Siglo Veinte
Un Experimento Singular
El Tema De La Culpa
Queda pendiente uno de los temas fundamentales que tratamos en
los primeros capítulos al considerar la herencia hebrea y griega: La
culpa.
¿Cómo soluciona el hombre moderno el tema de la culpa? Sigmund
Freud (1856-1939), tiene una relevante importancia en este tema,
porque es quien formula la teoría del psicoanálisis.
La postura de Freud ante la religión está registrada en dos de sus
obras: Tótem y tabú y El porvenir de una ilusión. Para él, la religión
es objeto de análisis científico y busca en las raíces de la cultura los
móviles que la generaron. Reconoce el valor de la religión en el
progreso humano: «La religión ha prestado, desde luego, grandes
servicios a la civilización humana y ha contribuido, aunque no lo
bastante, a dominar los instintos asóciales. Ha regido durante
milenios y ha tenido tiempo de mostrar su eficacia».
Más adelante afirma: «La religión sería la neurosis obsesiva de la
colectividad humana y, lo mismo que la del niño, provendría del
complejo de Edipo, de la relación con el padre. Conforme a esta
teoría, hemos de suponer que el abandono de la religión se cumplirá
con toda la inexorable fatalidad de un proceso de crecimiento y que
en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de la
evolución».
Este desplazamiento de la fe se hace a favor de la ciencia y concluye
señalando: «No, nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo
sería creer que podemos obtener en cualquier otra parte lo que ella
no nos puede dar». Freud se desembaraza así de la religión y da paso
a la ciencia para los problemas de conducta.
La culpa, o «sentimiento de culpa» como lo llama Freud, será uno de
sus temas, a los que dará una solución secular, a través del
psicoanálisis. Según esta teoría el sentimiento de culpa es un
contraste entre el «yo» y el «superyo» (que es el conjunto de
prohibiciones morales aprendidas), en el cual el primero se castiga
con la autoacusación. Nos damos cuenta de lo peligroso que resulta—
para quien sigue el pensamiento autónomo y niega la religión—,
trabajar sobre estos conceptos.
Los resultados fueron que, para muchos, el psicoanálisis se convirtió
en una religión secular, donde «confesaban» sus pecados y eran
«absueltos» en nombre de ia ciencia.
El doctor Hans J. Eyusenck, profesor de Psicología en la Universidad
de Londres y director de Maudsley and Bethlem Royal Hospitals
denuncia este carácter religioso del psicoanálisis, que se implanta
como un dogma: «La crítica es la sangre vital de la ciencia, pero el
sicoanalista, y en particular el mismo Freud, se han opuesto siempre
a cualquier forma de crítica. La reacción más corriente ha consistido
en acusar al crítico de "resistencias" sicodinámicas, procedentes de
complejos de Edipo no resueltos y de otras causas similares; pero
esto no es una buena excusa». Más adelante afirma: «...la continua
hostilidad de los freudianos a toda clase de crítica, por bien
documentada que estuviere, y a la formación y existencia de teorías
alternativas, por bien fundadas que fueren, no habla demasiado bien
del espíritu científico de Freud y sus seguidores».
El carácter dogmático del psicoanálisis, sus fundamentos humanistas
ateos, y su accionar sobre el tema de la culpa lo convierten en
sumamente peligroso para el hombre occidental.
Frente a una conciencia acusadora, inflamada de culpa por el pecado,
quiso implementarse un sistema de desactivación, cuyo manejo
queda a discreción de un terapeuta, que es en definitiva quien decide
qué es lo bueno o lo malo en la conducta del paciente.
No obstante el humanismo intentaba dar respuesta al problema de la
culpa. Una respuesta «científica» con que intentó acallar la conciencia
del hombre que clamaba por el perdón de Dios.
CAPÍTULO 8
El Sentido De La Vida
Algunas Reflexiones
CONCLUSIÓN
El Mandato Autoritativo
La Evangelización En La Conquista
El Mandato Autoritativo
Jesucristo, el Señor resucitado de los muertos, en los cuarenta días
que estuvo con sus discípulos, habló con ellos acerca del reino de
Dios (Hechos 1.3). Fue en ese momento, habiendo consumado ya la
obra de la redención con su triunfo sobre la muerte, que encomendó
a sus discípulos la tarea evangelizadora.
Mateo recoge en su evangelio las palabras que sintetizan la misión de
los suyos en el mundo: Por tanto id, y haced discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os
he mandado (Mateo 28.18-20).
Este mandato tiene vigencia actual, dentro de la expresión «todas las
naciones» podemos colocar los nombres de cada uno de los países
que componen nuestro continente. A ellos somos enviados para hacer
discípulos, es decir, seguidores del Señor que conozcan sus
demandas y las obedezcan.
En el Evangelio de Marcos se vuelve a señalar la responsabilidad de la
tarea evangelizadora: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a
toda criatura, el que creyere y fuere bautizado será salvo y el que no
creyere será condenado (Marcos 16.15-16). Es notable la forma en
que enfatiza la universalidad de la tarea y la inmensa responsabilidad
que conlleva por sus resultados: Condenación o salvación.
Inmediatamente se refiere a señales milagrosas que «seguirán a los
que creen» (Marcos 16.17), mostrando que estas no formaban parte
de la predicación, sino que eran el accionar con que Dios
acompañaría el ministerio.
El tema a predicar fue también parte del mandato: Así está escrito y
así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos
al tercer día y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el
perdón de pecados en todas las naciones (Lucas 24.46-47).
Nuevamente el alcance es universal, y el mensaje tiene dos
elementos fundamentales: Arrepentimiento y perdón de pecados.
La realidad del pecado y la necesidad de arrepentimiento —para la
filosofía moderna— es un mensaje desactualizado y ofensivo,
apropiado para el hombre ingenuo del medioevo, pero totalmente
fuera de lugar en el mundo moderno. Sin embargo, la predicación del
pecado y el arrepentimiento, por impopular y ofensiva que parezca,
es la única forma de cumplir el mandato autoritativo del Señor y de
trasmitir el genuino mensaje del Evangelio. Es imposible atenuar las
demandas, así lo entendieron los apóstoles cuando comenzaron la
tarea evangelizadora.
La estrategia evangelizadora también fue claramente definida por el
Señor: Me seréis testigos en Jerusalén, Judea, Samaría y hasta lo
último de la tierra (Hechos 1.8). Un progresivo avance hacia las
fronteras más lejanas era el camino trazado para la proclamación del
mensaje. Comenzaba en la cosmopolita ciudad de Jerusalén, se
extendía a la provincia inmediata, Judea, y de allí saltaba la barrera
cultural y racial hacia Samaria, para internarse a lo ignoto de lo
último de la tierra.
La Posmodernidad
1
Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad, Planeta, Buenos Aires, 1994.
a una apropiación, por parte del hombre, de una esencia suya
alienada en el ídolo de lo divino... es innegable que subsiste una
conexión entre la crisis del humanismo y la muerte de Dios... Desde
el punto de vista del nihilismo... parece que la cultura del siglo XX
asistió a la extinción de todo proyecto de "reapropiación". En
Nietzsche, como se sabe, Dios muere en la medida en que el saber ya
no tiene necesidad de llegar a las causas últimas, en que el hombre
ya no necesita creerse con un alma inmortal... el pos de posmoderno
indica una despedida de la modernidad que, en la medida en que
quiere sustraerse a sus lógicas de desarrollo, y sobre todo a la idea
de la "superación" critica en la dirección de un nuevo fundamento».2
La negativa a reapropiarse de fundamentos produce un salto al vacío.
Es lo que se proclama como muerte de las ideologías (el pasado), y
de las utopías (el futuro). Le queda, por lo tanto, al hombre
posmoderno únicamente el hoy.
Características De La Posmodernidad
«La vida humana vale solo si tiene calidad para ser gozada,
pero de ningún modo vale incondicionalmente; de aquí el
postulado ético de la calidad de la vida defendido por la
posmodernidad, que sustituye a la sacralidad de la vida, propio
2
Ibiden
3
Lyotard, J.F., La condición posmoderna. Cátedra, Madrid, 1989.
de la modernidad y de épocas anteriores. Un investigador de
este momento, como Singer, ha dicho, por ejemplo, que la vida
de un cerdo sano es mucho más respetable que la de un niño
con el síndrome de Down».4
La Iglesia Posmoderna
La posmodernidad no solo está dando un perfil frívolo, tosco y
superficial al hombre de hoy, perfil que tiene que ser analizado para
establecer adecuados vínculos de comunicación; sino que además
asume una actitud en cuanto a los fundamentos de la iglesia.
La Reforma rescató a las Sagradas Escrituras, para el mundo
occidental, como base inamovible de fe, y centralizó el pulpito, desde
el cual no solo se predicaron sermones, sino que también se hicieron
extensas lecturas públicas de la Palabra de Dios.
La centralidad de las Sagradas Escrituras fue el elemento
fundamental que permitió el despegue de la esclavitud del
sacramentalismo; la Biblia, traducida a las lenguas vernáculas, fue
destruyendo el oscurantismo produciendo un movimiento de
renovación y libertad del cual somos herederos hoy.
La contrarreforma, por su parte, intentó volver a divorciar al pueblo
de la Palabra de Dios, negándole el derecho a recuperar su genuina
fuente de vida, por lo que cada lector de las Sagradas Escrituras, aun
en el propio clero, era sospechoso de herejía; pero fracasó porque
hoy, hasta en sus últimos y más estimados baluartes, los países
latinoamericanos, la Palabra de Dios ha estado al alcance del pueblo.
Actualmente, sin embargo, la influencia de la posmodernidad, ha
golpeado de manera directa y sutil este fundamento. Tom Houston
habla del analfabetismo bíblico que invade las iglesias y comenta al
respecto:
« ¿Por qué sucede esto en la actualidad, cuando existen muchísimas
traducciones, nuevos formatos y gran cantidad de ayudas
bíblicas...?» Hay varias razones. El interés de las personas está
siendo desviado o se le está dando otro énfasis a las actividades de
las iglesias, tales como: experiencias emocionales, eventos sociales o
sobredimensionamiento de la música, la alabanza y el
aconsejamiento psicológico. El crecimiento de los medios de
comunicación electrónicos y los cambios en los métodos educativos
están guiando a la gente a leer cada vez menos.
«Las personas que cumplen el rol de mantener una iglesia
bíblicamente alfabetizada están desapareciendo muy sutilmente, y no
están siendo reemplazadas».
La acción del enemigo ha sido sutil. No ha podido con la
contrarreforma externa, por lo tanto ha levantado otra en el mismo
seno de la Iglesia, utilizando a cristianos que incautamente desvían al
pueblo de Dios de su rumbo. La sutileza está en que nadie ataca a la
Propuestas
La crisis apunta directamente al «liderazgo» de la iglesia, que ha
perdido su condición de siervo para constituirse muchas veces en
gerentes de instituciones cuyo objetivo, como el del neoliberalismo
posmoderno, es levantar las estadísticas indicadoras de éxito.
Para hacer una reforma saludable hay que comenzar por darle más
importancia a la formación bíblica y espiritual de los futuros siervos,
que tienen que estar capacitados para trabajar con los intrincados
problemas del alma humana.
En el plano práctico se impone una segunda reforma, en la que haya
hombres comprometidos con Dios que se atrevan a denunciar las
desviaciones buscando su corrección cuando esta fuera posible. Esta
segunda reforma tendrá que volver a enfatizar la enseñanza de la
Palabra de Dios y la predicación expositiva, teniendo en cuenta las
demandas del hombre moderno, pero sin disminuir el contenido
abstracto de la fe; al contrario, debe hacer que ese contenido sea
accesible a través de una homilética que privilegie la imagen visual,
pero que tenga en cuenta que «Dios quiso salvar al hombre por la
locura de la predicación».
Este vertiginoso y cambiante mundo nuestro, dispuesto a abandonar
la modernidad, pero a la vez negándose a recuperar los fundamentos
como lo hicieran las generaciones anteriores, y dispuesto a vivir la
libertad como emancipación de toda norma moral, que rechaza al
Dios de la Biblia pero no tiene reparos en abrirse a las religiones
orientales, el pensamiento mágico, o las propuestas descabelladas de
gurúes, horoscopistas, tarotistas, mentalistas, parapsicólogos
o sanadores, es hoy un verdadero desafío para cada cristiano. Un reto
que no puede cumplirse si dejamos que la iglesia sea vapuleada por
cuanta moda surja de la afiebrada mente de quienes quieren hacer
del ministerio un espectáculo para su propio beneficio. Pero podrá
cumplirse si con espíritu de verdadera humildad y mansedumbre
volviéramos al Señor.
Apéndice B
Les Thompson
5
Mikhail N. Epstein. After the Fufíire, University of Massachusetts Press, Amherst, p. xi.
6
Millard J. Eríckson, Postmodentizing the faith, Baker Books, Grand Rapids, Michigan,1998, p. 50.
7
Antonio Cruz, Postmodernidad, Editorial CLIE, Barcelona, 1996, p. 11.
8
Elizabeth Nietzsche Forster, Dr: Bernhard Forster, Nueva Alemania en Paraguay, Berlín, 1891, pp. 44-
51.
Paraguay (1883), para colonizar 22,000 hectáreas que el gobierno les
regaló.
Su propósito era establecer una colonia de superhombres —hijos de
la raza alemana «superior». Como es de esperarse, el experimento
paraguayo resultó en vergonzoso fracaso, anticipando otro idéntico
que sufriría medio siglo más tarde Adolfo Hitler (1934-1945), luego
del espantoso asesinato de seis millones de judíos con miles de otros
que el fascista alemán consideraba inferiores.
El caso es que, resucitando aquellos conceptos enunciados en Así
habló Zaratustra, un grupo de filósofos de nuestros días comenzaron
a coquetear con esas ideas, no solo enamorándose de ellas, sino
declarándolas como la solución ideológica para el siglo 21. Fue Leslie
Fiedler, en 1965, quien le diera el nombre al movimiento de
posmodernidad.
En 1979, un filósofo francés, Jean-Francois Lyotard (luego de analizar
los alborotos de París en 1968), escribió Le condition postmoderne,
declarando que definitivamente el mundo moderno había llegado a su
fin. Ninguna historia, fuese esta contada por Moisés en la Biblia, por
Carlos Marx, por Brigitte Bardot, o por MTV, podría satisfactoriamente
explicar la sociedad humana. Lo único que permanecía del pasado
eran los juegos lingüísticos de la élite, que, según él, torcían la
verdad a su gusto.
Peor que la plaga del SIDA, los conceptos de la posmodernidad
pegaron. Quizá por el gran vacío filosófico creado inesperadamente
por la caída de la Muralla de Berlín y el fracaso espectacular del
comunismo, estas ideas fueron agarradas como medicina
revitalizante para los sociólogos, sicólogos y filósofos. El caso es que
hoy la gran mayoría de los filósofos y pensadores modernos predican
desde sus pulpitos la idea de un mundo sin Dios, sin prohibiciones,
sin reglas, sin fundamentos; un mundo impulsado frenéticamente por
el intelecto desenfrenado del hombre.
9
Michael Horton, In lite Face of God, Word Publishing, p. 29.
particularmente en lo religioso. Por ejemplo, dice Oden que la tesis de
la modernidad (se llama «moderno» al sistema y la cultura de
pensamiento que hemos conocido y vivido en el mundo desde la
ilustración) es totalmente «corrupta, disfuncional, obsoleta y
anticuada».10 Es decir, si cree en Dios, si acepta la Biblia como
verdad, si cree en lo bueno y en lo malo, si cree que hay un cielo y
un infierno, entonces usted es disfuncional, corrupto, y anticuado.
Los posmodernos procuran crear un novedoso sistema para analizar
todo concepto bajo el supuesto de que los sistemas del pasado no
nos han servido bien —por lo tanto hay que «deconstruirlos»—, para
hacer una «reconstrucción» adecuada para el mundo presente y
futuro. «Asumen una superioridad cronológica en la forma de conocer
lo moderno, en contraste con la manera de conocer el pasado», dice
Millard Erickson.11
Es un movimiento creciente, poderoso y antagónico a todos los
conceptos tradicionales del pensamiento humano. Descartan todo lo
afirmado en el pasado, cosa que afecta su interpretación de la
historia, la literatura, la religión, la Biblia, la política, la educación, la
sociología, y hasta la misma ciencia. A veces pareciera que la gran
mayoría de la gente pensante —los intelectuales, científicos, filósofos,
maestros y profesores, y hasta teólogos— han pescado el anzuelo
para sumarse a esta ola filosófica invasora que procura transformar el
modo de pensar de toda la civilización del siglo 21. 12 Dondequiera se
ven, se oyen, y se practican los ideales posmodernos.
Sus Presuposiciones
11
Ibid., p 46
12
Ampliado de explicaciones que da Denmis McCallum en The Death of Truth, Bethany, Minneapolis.
p.12
¿Cómo explican sus conclusiones?
Simplemente declaran que la «verdad» no es una, ni universal, sino
que emana de agrupaciones de gente que gradualmente van creando
sus ideas y explicaciones para todo. Cada agrupación, cada cultura,
cada región tiene su verdad. Por lo tanto, no hay una verdad
universal que se sobreponga a todo (como reclamamos los que
amamos la Biblia y creemos en lo que Dios ha dicho), al contrario,
dicen, hay un sinnúmero de verdades.
Refiriéndose al pasado, explican que para contestar las preguntas
más difíciles sobre la realidad, el hombre desde su comienzo
simplemente creó «símbolos».13 Por ejemplo, los judíos crearon la
idea de Jehová, de Adán, del diluvio y los Diez Mandamientos. Más
adelante, en tiempos del Nuevo Testamento, los cristianos crearon a
Jesucristo, al Salvador, a la cruz, etc. Concluyen, pues, que estos no
vinieron por medio de un Dios que los reveló, más bien fueron
«construcciones» de gente en el pasado que buscaban respuestas
para las preguntas difíciles de la vida.
Tampoco creen que tales conceptos religiosos puedan tener aplicación
universal (verdades como la salvación por la fe en Jesucristo que se
aplica a todo el mundo), pues los hindúes, los musulmanes, los de la
Nueva Era, y todas las religiones tienen sus propios y distintos
símbolos. Nadie, afirman ellos, puede decir que la creencia de una
agrupación es más «verdad» que otra. Sencillamente, no hay tal cosa
como «una verdad absoluta».
De paso, este tipo de argumentación lo llevan no solo a lo religioso,
sino a toda otra esfera, sea historia, ciencia, matemáticas, literatura,
etc. Por tanto, si no hay «verdad», entonces lo único que se puede
creer es lo que uno siente. Hay que desconfiar toda conclusión que
salte de un razonamiento lógico. Lo que la gente creía en el pasado —
ni lo leído, ni lo estudiado, ni lo aprendido— tiene validez. Llaman
«objetivistas» a los que aceptan las «historias» de la Biblia, o los
conceptos del mundo pasado, como si no fueran ellos realmente
«confiables», «verdaderos», o «reales».
Por ejemplo, el posmoderno W. T. Anderson, típicamente dice:
«Nosotros rehusamos aceptar esa idea del "ojo de Dios" que ve todo
y que algunos creen ha revelado realidades no humanas. Nunca lo
hemos aceptado ni lo aceptaremos».14
Si niegan todo, ¿en qué creen? Interesantemente siguen creyendo en
la importancia del conocimiento. Hablan con entusiasmo de las
computadoras que cada día se achican y se hacen más accesibles,
pues con ellas más gente puede acumular más y más datos.
«¡Información!» —esa es la nueva moneda del mundo posmoderno.
Los datos se recogen, la información se acomoda, y las decisiones se
13
Walter Truett Anderson, Reality Isn't What It Used To Be, Harper, San Francisco, pp, x, xi.
14
Ibíd. p. x.
hacen a base de esas «realidades» mecánicas —que, en fin, se
convierte en la «biblia» de ellos.
Con los datos recopilados, la gente se puede fijar en que «todo el
mundo lo está haciendo» —es decir, disfrutando de la nueva libertad
y de la conducta licenciosa que hoy se riega. El estímulo, pues, es
totalmente hacia el libertinaje. Por la cibernética se animan unos a
otros a meterse en lo que antes se consideraba asqueroso,
compartiendo las ideas más bochornosas imaginables. A través de las
revistas, el cine y la televisión se estimulan a la gente a imitar a los
artistas de vanguardia. Como ya se ve, mientras menos ropa viste la
mujer más a la moda está.
Lo que prevalece es enterrar la moralidad pasada, y dejarse llevar
por la nueva. Es quitar los frenos de la vida; gozar de lo que más
satisface, sea eso drogas, alcohol, sexo, orgías, o entregarse a las
fantasías más exóticas. El nuevo evangelio predica que «nada es
malo». Si los datos publicados se pueden creer, gran parte del mundo
está creyendo y siguiendo esta nueva «realidad posmoderna».
¿Podremos detener esa ola? Recuerde que no se les puede hablar de
«verdad virtuosa», pues ella, junto con Dios, murió.
Al tratar de realidades, sistemas de pensamiento, o de conceptos,
usan la idea de «construcción». Según ellos, cada agrupación
«construye» sus propias «historias» o «realidades», como los
narrativos hebreos de la Biblia, o los mitos de los babilónicos, o los
cuentos antiguos, que gradualmente llegan a ser aceptados como
«verdad». Hoy día, al llegar a sus nuevos planteamientos y
conclusiones, ellos mismos se autodenominan «constructivistas
sociales de la realidad». En otras palabras, hacen lo que acusan hacer
a otros en tiempos pasados, pero creen que sus conclusiones son
más válidas.
Creyendo que cada idea que no brota de ellos es corrupta,
disfuncional, y obsoleta, lo que en realidad hacen es «deconstruir» —
destruir— todo lo que antes se había creído: Dios, iglesia, moral,
Biblia, pudor, honestidad, virtud, honor, decencia. Además, a
cualquiera que se les opone enseguida lo tachan de anticuado. Por
ejemplo, si uno se atreviera a oponerse a sus tesis y levantara
argumentos razonables en contra de sus supuestos, lo más probable
es que enseguida responderían con argumentos ad hominem,
atacando al carácter del que se les opone en lugar de responderle con
argumentos bien razonados.
Con tal proceder pretenden construir un nuevo sistema de
pensamiento universal mejor, algo intelectualmente congruente para
la civilización presente y futura."
¿Cómo Reaccionar?
15
Erickson, op. cit., p.47.
Un Análisis Del Mundo Actual
16
Ibid. Pp 51 y 52
personal, ya ni nos damos cuenta de los daños que causamos,
ni sentimos la «miseria» que nuestros hechos producen en las
víctimas de nuestro placer —por ejemplo,, los centenares de
miles de niños que nacen anualmente con el SIDA, o con
adicción a drogas.
3. El naturalismo reductivo, fue otro producto de la era científica.
Por su desmesurado énfasis en «lo científico» (observación
empírica) nos hizo rehusar toda otra fuente de conocimiento,
aceptando solo las afirmaciones de la ciencia. Buscando
respuesta para las causas solo en la naturaleza, nos hizo
demeritar lo infinito, llevándonos a negar a Dios, a lo revelado
en su Palabra, y anulado el raciocinio humano con que fuimos
dotados como creación divina. El resultado ha sido respuestas
que de ninguna manera podían resolver la realidad humana,
que dejan vacío al corazón, haciéndonos ignorar la
responsabilidad que cada ser humano tiene ante su Creador.
4. El relativismo moral absoluto que parlotearon, nos quitó toda
regla, toda norma, toda creencia. A todo lo relativizaron, por
tanto perdimos todo criterio de lo que es bueno y lo que es
malo. El resultado fue una «ausencia de conducta moral en el
hombre común, y el olvido de todos de que hay un juicio
venidero».
Remedios Y Recetas
17
Después del futuro, p 52
—los llamaremos «evangélicos posmodernos»—, en su esfuerzo de
ser aceptados por estos ideólogos nuevos, están, sin que el pueblo
evangélico se percate, dando definiciones nuevas de la naturaleza de
la verdad, del evangelio, de la Biblia, y la tradición evangélica. Dice
Mohler, en su libro Here We Stand, dice: «No hay doctrina que estos
nuevos teólogos no hayan trastornado, ningún credo que no hayan
maltratado, ninguna verdad que hayan respetado».
Otros, al darse cuenta de los cambios sociales en el mundo, actúan
parecidos al avestruz, meten la cabeza en la arena. Procuran seguir
predicando y trabajando como si lo que ocurre en la sociedad no
afectara a la Iglesia. Se sienten inmunes, protegidos por las cuatro
paredes del templo. Sin embargo, cada día se le van miembros,
particularmente jóvenes, pues del pastor no oyen respuestas
adecuadas para responder a las corrientes contrarias que les abate
furiosamente en esas olas de opiniones contradictorias. Si los
pastores no saben lo que ocurre en el presente mundo, no pueden
ayudarles a enfrentar cristianamente esos azotes asiduos.
Somos líderes de la iglesia por lo tanto nos corresponde guiarla.
La primera cosa que necesitamos comprender es que la lucha que
libramos hoy día es contra lo que la Biblia llama «mundo». No
olvidemos que batallamos contra tres distintos y fuertes enemigos:
«el mundo, la carne y el diablo» (la tendencia evangélica equivocada
es pensar que la lucha es únicamente contra el diablo y sus huestes).
La lucha hoy día no es solo contra demonios, es principalmente
contra ideas anticristianas —esto es lo que comprende la palabra
mundo. Por supuesto, el diablo abanica estas corrientes modernas,
pero el peligro está en las ideas. ¡Qué prestos somos para echar
demonios! Tomaríamos a todas esos malvados posmodernos y los
ataríamos junto al diablo. Pero así nos se lucha contra el mundo.
Reconozcamos, por favor, que nuestra batalla es contra ideas, no
contra demonios. Echar los demonios jamás traerá liberación, más
bien producirá frustración y confusión, porque habremos identificado
incorrectamente al enemigo.
Cuando Jesús luchó contra los fariseos, nunca echó de ellos
demonios. Lo que hizo, más bien, fue mostrar lo equivocado que
estaban sus ideas. Batalló todas esas ideas falsas mostrando la
mentira de ellos y la verdad de Dios (véase Mateo 23). Hoy,
igualmente, la lucha es contra esos insensatos conceptos de
«deconstrucción», en que procuran destruir todo concepto de Dios,
del mal, y de lo eterno.
Escuchémoslos. Oigamos lo que dicen. Sus gritos de combate son: «
¡No hay tal cosa como Dios! ¡Toda persona tiene su propia verdad!
¡La Biblia es un libro fuera de moda! ¡Nada es malo, todo es bueno!
¡La vida es para disfrutarla ahora, sin remordimientos!»
¿Podemos como evangélico ligarnos con tal filosofía y con tal
movimiento? Eso sí sería hacer liga con el mundo y con diablo.
Tomemos tiempo para analizar lo que nos están enseñando. Si no
hay verdad, tampoco hay mentira. Sin una base de fundamentos
aceptados como verdaderos, es imposible establecer un dialogo. Al
eliminar las bases proposicionales, no queda fundamento para
entablar lo lógico. Si se descarta la «verdad», como han hecho los
postmodernos, nos quedamos sin Dios, sin Biblia, sin pecado, sin
juicio, sin infierno, sin cielo, sin Salvador, sin salvación, sin realidad,
sin verdad. Estaríamos disfrutando de lo que ni sabemos (pues bajo
tales supuestos no podría haber realidad, solo experiencias)
Sufriríamos como unos miserables que solo sienten y hablan y ríen,
lloran y gozan, pero sin tener respuesta sensata para la propia
existencia. Vivir así no sería vivir. Sencillamente, sería sentir.
Reconociendo la falacia —pero también la fuerza— de esta nueva ola
filosófica (el hombre, desde Adán, ha querido deshacerse de Dios),
seguramente conoceremos amigos que se han entregado ciegamente
a estas corrientes. Antonio Cruz18 ofrece algunas sugerencias de
cómo acercamos confiadamente a los que siguen la postmodernidad
con el fin de rescatarlos.
1. Anunciar el núcleo de la fe: El hombre contemporáneo, que
no ha tenido la oportunidad de tener un encuentro con
Jesucristo, debe ser enfrentado con el centro mismo de la fe:
con la misericordiosa salvación que el Hijo de Dios humanado
consiguió para él, muriendo en el Gólgota y resucitando al
tercer día.
2. Responder a las preguntas básicas del ser humano: El
método usado por Pablo entre los atenienses paganos sería
también apropiado en nuestra época. Partiendo de la situación
en la que la gente se encuentra, responder primero a los
grandes interrogativos existenciales que preocupan en la
actualidad, tales como: ¿quién soy?, ¿de dónde vine?, ¿a
dónde voy?, ¿cómo hacer frente a la enfermedad?
3. Inculcar la ética del arrepentimiento: El reino de Dios
requiere un nuevo estilo de vida; una nueva ética que reordene
la mentalidad y la conducta de la persona.
4. Fomentar la esperanza: La esperanza en el futuro victorioso
de la Vida sobre la muerte es el mejor regalo que el Evangelio
puede comunicar al individuo contemporáneo.
5. Dar a conocer la Biblia: La Biblia debe seguir siendo el
elemento central de la evangelización...[su] estudio es
comparable al corazón que bombea sangre cargada de oxígeno
vital para mantener activos todos los miembros del cuerpo de
Cristo.
6. Solidarizarse con los necesitados: La sensibilidad social
hacia los marginados y oprimidos que viven junto a nosotros
será una de las evidencias que convencerán a muchos de la
sinceridad de nuestra fe.
18
Posodernidad, pp 191-203
7. Adecuar el mensaje a las distintas visiones del mundo:
La evangelización debería ser sensible a las características y
necesidades propias de cada grupo.
8. Emplear signos de identidad comunes: El Evangelio debe
saber acercarse, con afecto y respeto, a las singularidades de
cada [ideología], porque muchos de esos «signos» [usados por
los postmodernos] podrían usarse para expresar valores
cristianos.