6 Introducción A La Ética

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 7

FILOSOFÍA.

2020
3° de Bachillerato.
Profa. Eugenia Navarrete.

Unidad Ética.
Introducción: ¿Qué es la Ética?

¿Qué es? Origen etimológico

La palabra ética está emparentada con la voz griega έθoς (ethos), que significa
‘costumbre’, pues la ética es una rama de la filosofía que surge a partir de la reflexión de
las costumbres, de aquello que es considerado normal y, por lo tanto, bueno.
En este sentido, la ética se enfoca en las acciones y las conductas de los individuos,
y estudia los fundamentos de nuestros comportamientos habituales para distinguir lo bueno
de lo malo, lo que está bien y de lo que está mal.
Actualmente, la ética se considera la parte de la filosofía encargada del estudio y la
reflexión de las normas morales que rigen la conducta de las personas en todos los
ámbitos de su vida.
Por esta razón, la ética se distingue de la moral, que es el conjunto de reglas que
guían la conducta de los individuos en la sociedad.

Definición filosófica

Ferrater Mora, J.; “Diccionario de Filosofía”; Ed. Sudamericana; Buenos Aires; (1964)

“El término 'ética' deriva de “ethos”, que significa 'costumbre' y, por ello, se ha
definido con frecuencia la ética como la doctrina de las costumbres, sobre todo en las
direcciones empiristas. [...] se trata de saber si una acción, una cualidad, una "virtud" o un
modo de ser son o no "éticos". [...] En la evolución posterior del sentido del vocablo, lo
ético se ha identificado cada vez más con lo moral, y la ética ha llegado a significar
propiamente la ciencia que se ocupa de los objetos morales en todas sus formas, la
filosofía moral. [...] Cabe advertir que la historia de la ética como disciplina filosófica es más
limitada en el tiempo y en el material tratado que la historia de las ideas morales de la
humanidad. Esta última historia comprende el estudio de todas las normas que han
regulado la conducta humana desde los tiempos prehistóricos hasta nuestros días. [...] la
existencia de ideas morales y de actitudes morales no implica todavía la presencia de una
particular disciplina filosófica. [...] Se hace difícil con frecuencia establecer una separación
estricta entre los sistemas morales —objeto propio de la ética— y el conjunto de normas y
actitudes de carácter moral predominantes en una sociedad o en una fase histórica dadas.”

Moral y ética: ¿quieren decir lo mismo? diferencias entre ambos conceptos

Cortina, Adela y Martínez, Emilio “Ética”, Ed.Akal, Madrid, 1996.

“A menudo se utiliza la palabra “ética” como sinónimo de lo que anteriormente


hemos llamado “la moral”, es decir, ese conjunto de principios, normas, preceptos y valores
que rigen la vida de los pueblos y de los individuos. La palabra “ética” procede del griego
ethos, que significaba originariamente “morada”, “lugar en donde vivimos”, pero
posteriormente pasó a significar “el carácter”, el “modo de ser” que una persona o grupo va
adquiriendo a lo largo de su vida. Por su parte, el término “moral” procede del latín “mos,
moris”, que originariamente significaba “costumbre”, pero que luego pasó a significar
también “carácter” o “modo de ser”. De este modo, “ética” y “moral” confluyen
etimológicamente en un significado casi idéntico: todo aquello que se refiere al modo de
ser o carácter adquirido como resultado de poner en práctica unas costumbres o hábitos
considerados buenos. Dadas esas coincidencias etimológicas, no es extraño que los
términos “moral” y “ética” aparezcan como intercambiables en muchos contextos
cotidianos: se habla, por ejemplo, de una “actitud ética” para referirse a una actitud
“moralmente correcta” según determinado código moral; o se dice de un comportamiento
que “ha sido poco ético”, para significar que no se ha ajustado a los patrones habituales de
la moral vigente. Éste uso de los términos “ética” y “moral” como sinónimos está tan
extendido en castellano que no vale la pena intentar impugnarlo. Pero conviene que
seamos conscientes de que tal uso denota, en la mayoría de los contextos, lo que aquí
venimos llamando “la moral”, es decir, la referencia a algún código moral concreto.
No obstante, lo anterior, podemos proponernos reservar –en el contexto académico
que nos movemos aquí- el término “Ética” para referirnos a la Filosofía moral, y mantener
el término “moral”, para denotar los distintos códigos morales concretos. Esta distinción es
útil, puesto que se trata de dos niveles de reflexión diferentes, dos niveles de pensamiento
y lenguaje acerca de la acción moral, y por ello se hace necesario utilizar dos términos
distintos si no queremos caer en confusiones. Así, llamamos “moral” a ese conjunto de
principios, normas y valores que cada generación transmite a la siguiente en la confianza
de que se trata de un buen legado de orientaciones sobre el modo de comportarse para
llevar una vida buena y justa. Y llamamos “Ética” a esa disciplina filosófica que constituye
una reflexión de segundo orden sobre los problemas morales. La pregunta básica de la
moral sería entonces “¿qué debemos hacer?”, mientras que la cuestión central de la Ética
sería más bien “¿por qué debemos?”, es decir, “¿qué argumentos avalan y sostienen el
código moral que estamos aceptando como guía de conducta?” [...]”

¿Qué es un dilema ético?


Problemas morales y problemas éticos

Adolfo Sánchez Vázquez: Ética, Editorial Grijalbo, México, 1969.

“En las relaciones cotidianas de unos individuos con otros surgen constantemente
problemas como éstos: ¿Debo cumplir la promesa x que hice ayer a mi amigo Y, a pesar
de que hoy me doy cuenta de que su cumplimiento me producirá ciertos perjuicios? Si
alguien se acerca a mí sospechosamente en la noche y temo que pueda atacarme, ¿debo
disparar sobre él, aprovechando que nadie puede observarme, para evitar el riesgo de ser
atacado? Con referencia a los actos criminales cometidos por los nazis en la Segunda
Guerra Mundial, ¿los soldados que, cumpliendo órdenes militares, los llevaron a cabo,
pueden ser condenados moralmente? ¿Debo decir la verdad siempre, o hay ocasiones en
que debo mentir? Quien en una guerra de invasión sabe que su amigo Z está colaborando
con el enemigo, ¿debe callar, movido por su amistad, o debe denunciarlo como traidor? [...]
Si un individuo trata de hacer el bien, y las consecuencias de sus actos son negativas para
aquellos a los que se proponía favorecer, ya que les causa más daño que beneficio,
¿debemos considerar que ha obrado correctamente, desde un punto de vista moral,
cualesquiera que hayan sido los resultados de su acción?
En todos estos casos se trata de problemas prácticos, es decir, problemas que se
plantean en las relaciones efectivas, reales de unos individuos con otros, o al juzgar ciertas
decisiones y acciones de ellos. Se trata, a su vez, de problemas cuya solución no sólo
afecta al sujeto que se los plantea, sino también a otra u otras personas que sufrirán las
consecuencias de su decisión y de su acción. Las consecuencias pueden afectar a un solo
individuo (¿debo decir la verdad o debo mentir a X?); en otros casos, se trata de acciones
que afectan a varios de ellos o a grupos sociales (¿debieron cumplir los soldados nazis las
órdenes de exterminio de sus superiores?). Finalmente, las consecuencias pueden afectar
a una comunidad entera como la nación (¿debo guardar silencio, en nombre de la amistad,
ante los pasos de un traidor?). En situaciones como las que, por vía de ejemplo, acabamos
de enumerar, los individuos se enfrentan a la necesidad de ajustar su conducta a normas
que se tienen por más adecuadas o dignas de ser cumplidas. Esas normas son aceptadas
íntimamente y reconocidas como obligatorias; de acuerdo con ellas, los individuos
comprenden que tienen el deber de actuar en una u otra dirección. En estos casos
decimos que el hombre se comporta moralmente, y en este comportamiento suyo se pone
de manifiesto una serie de rasgos característicos que lo distinguen de otras formas de
conducta humana. Acerca de este comportamiento, que es el fruto de una decisión
reflexiva, y por tanto no puramente espontáneo o natural, los demás juzgan, conforme
también a normas establecidas, y formulan juicios como éstos: "X hizo bien al mentir en
aquellas circunstancias"; "Z debió denunciar a su amigo traidor", etcétera.
Así, pues, tenemos por un lado actos o modos de comportarse los hombres ante
ciertos problemas que llamamos morales, y, por el otro, juicios con los que dichos actos
son aprobados o desaprobados moralmente. Pero, a su vez, tanto los actos como los
juicios morales presuponen ciertas normas que señalan lo que se debe hacer. Así, por
ejemplo, el juicio " Z debió denunciar a su amigo traidor", presupone la norma "pon los
intereses de la patria por encima de la amistad".
Nos encontramos, pues, en la vida real con problemas prácticos del tipo de los
enumerados a los que nadie puede sustraerse. Y, para resolverlos, los individuos recurren
a normas, realizan determinados actos, formulan juicios, y en ocasiones, emplean
determinados argumentos o razones para justificar la decisión adoptada, o el paso dado.
Todo esto forma parte de un tipo de conducta efectiva, tanto de los individuos como de los
grupos sociales, y tanto de hoy como de ayer. En efecto, el comportamiento humano
práctico-moral, aunque sujeto a cambio de un tiempo a otro y de una a otra sociedad, se
remonta a los orígenes mismos del hombre como ser social.
A este comportamiento práctico-moral que se da ya en las formas más primitivas de
comunidad, sucede posteriormente -muchos milenios después- la reflexión sobre él. Los
hombres no sólo actúan moralmente (es decir, se enfrentan a ciertos problemas en sus
relaciones mutuas, toman decisiones y realizan ciertos actos para resolverlos, y a la vez
juzgan o valoran de un modo u otro esas decisiones y esos actos), sino que también
reflexionan sobre ese comportamiento práctico, y lo hacen objeto de su reflexión o de su
pensamiento. Se pasa así del plano de la práctica moral al de la teoría moral; o también,
de la moral efectiva, vivida, a la moral reflexiva. Cuando se da este paso, que coincide con
los albores del pensamiento filosófico, estamos ya propiamente en la esfera de los
problemas teórico-morales, o éticos. A diferencia de los problemas práctico-morales, los
éticos se caracterizan por su generalidad. Si al individuo concreto se le plantea en la vida
real una situación dada, el problema de cómo actuar de manera que su acción pueda ser
buena, o sea, valiosa moralmente, tendrá que resolverlo por sí mismo con ayuda de una
norma que él reconoce y acepta íntimamente. Será inútil que recurra a la ética con la
esperanza de encontrar en ella lo que debe hacer en cada situación concreta. La ética
podrá decirle, en general, lo que es una conducta sujeta a normas, o en qué consiste
aquello -lo bueno- que persigue la conducta moral, dentro de la cual entra la de un
individuo concreto, o la de todos. El problema de qué hacer en cada situación concreta es
un problema práctico-moral, no teórico-ético. En cambio, definir qué es lo bueno no es un
problema moral que corresponda resolver a un individuo con respecto a cada caso
particular, sino un problema general de carácter teórico que toca resolver al investigador de
la moral, es decir, al ético. Así, por ejemplo, Aristóteles se plantea, en la Antigüedad
griega, el problema teórico de definir lo bueno. Su tarea es investigar el contenido de lo
bueno, y no determinar lo que el individuo debe hacer en cada caso concreto para que su
acto pueda considerarse bueno. Cierto es que esta investigación teórica no deja de tener
consecuencias prácticas, pues al definirse qué es lo bueno se está señalando un camino
general, en el marco del cual, los hombres pueden orientar su conducta en diversas
situaciones particulares. En este sentido, la teoría puede influir en el comportamiento
moral-práctico. Pero, ello no obstante, el problema práctico que el individuo tiene que
resolver en su vida cotidiana, y el teórico que el investigador ha de resolver sobre la base
del material que le brinda la conducta moral efectiva de los hombres, no pueden
identificarse. Muchas teorías éticas han girado en torno a la definición de lo bueno,
pensando que, si sabemos determinar lo que es, podremos entonces saber lo que debe
hacerse o no. Las respuestas acerca de qué sea lo bueno varían, por supuesto, de una
teoría a otra: para unos, lo bueno es la felicidad o el placer; para otros, lo útil, el poder, la
autoproducción del ser humano, etcétera.
Pero, junto a este problema central, se plantean también otros problemas éticos
fundamentales, como son los de definir la esencia o rasgos esenciales del comportamiento
moral, a diferencia de otras formas de conducta humana, como la religión, la política, el
derecho, la actividad científica, el arte, el trato social, etcétera. El problema de la esencia
del acto moral remite a otro problema importantísimo: el de la responsabilidad. Sólo cabe
hablar de comportamiento moral, cuando el sujeto que así se comporta es responsable de
sus actos, pero esto a su vez entraña el supuesto de que ha podido hacer lo que quería
hacer, es decir, de que ha podido elegir entre dos o más alternativas, y actuar de acuerdo
con la decisión tomada. El problema de la libertad de la voluntad es, por ello, inseparable
del de la responsabilidad. Decidir y obrar en una concreta es un problema práctico-moral;
pero investigar el modo como se relacionan la responsabilidad moral con la libertad y con
el determinismo a que se hallan sujetos nuestros actos, es un problema teórico, cuyo
estudio corresponde a la ética. Problemas éticos son también el de la obligatoriedad moral,
es decir, el de la naturaleza y fundamentos de la conducta moral en cuanto conducta
debida, así como el de la realización moral, no sólo como empresa individual, sino también
como empresa colectiva. Pero en su comportamiento moral-práctico, los hombres no sólo
realizan determinados actos, sino que además los juzgan o valoran; es decir, formulan
juicios de aprobación o desaprobación de ellos, y se someten consciente y libremente a
ciertas normas o reglas de acción.

¿A quiénes les está dirigida la reflexión ética?


La ética como una actividad puramente humana…

Selección de texto de Aranguren, J.L.; Ética; Ed. Atalaya; Barcelona (1995)

“La realidad moral es constitutivamente humana, no se trata de un “ideal” sino de


una necesidad, de una forzosidad, exigida por la propia naturaleza, por las propias
estructuras psicobiológicas. Zubiri parte para su análisis de la confrontación entre el
comportamiento animal y el comportamiento humano. En el animal, la situación estimulante
de un lado y sus propias capacidades biológicas del otro, determinan unívocamente una
respuesta o una serie de respuestas que establecen y restablecen un equilibrio dinámico.
Los estímulos suscitan respuestas en principio perfectamente adecuadas siempre a
aquellos. Hay así un ajustamiento perfecto entre el animal y su medio, que Zubiri llama
“justeza”.
El hombre comparte parcialmente esta condición. Pero el organismo humano, a
fuerza de complicación y formalización, no puede dar ya, en todos los casos, por sí mismo
respuesta adecuada o ajustada y queda así en suspenso frente a los estímulos, “libre-de”
ellos (primera dimensión de la libertad). Las estructuras somáticas exigen así para la
viabilidad de este hiperformalizado ser vivo, la aparición de la inteligencia. ¿Qué significa
aquí primariamente, la palabra “inteligencia”? Pura y simplemente que el hombre para
subsistir biológicamente, necesita “hacerse cargo” de la situación, habérselas con las
cosas y consigo mismo, como realidad y no meramente como estímulos.
En el animal, el ajustamiento se produce de realidad a realidad –de estímulo a
respuesta- directamente. En el hombre, indirectamente, a través de la posibilidad y de la
libertad, que no reposa sobre sí misma, como piensan Heidegger y Sartre, sino sobre la
estructura inconclusa de las tendencias o “ferencias” que abren así el ámbito de las “pre-
ferencias”. He aquí la segunda dimensión de esta “situación de libertad”: libertad no solo de
tener que responder unívocamente, sino también libertad para pre-ferir en vista de algo,
convirtiendo así los estímulos en instancias y recursos, es decir en “posibilidades”. En una
palabra, al animal le está dado el ajustamiento. El hombre tiene que hacer ese
ajustamiento, tiene que justificar sus actos. La justificación es pues, la estructura interna
del acto humano, las acciones humanas necesitan tenerla para ser verdaderamente
humanas, han de ser realizadas por algo, con vistas a algo.
Hasta ahora hemos considerado las posibilidades como si estuvieran todas
indiferentemente delante del hombre. Si así fuese, el “porque quiero” sería la última
instancia y la única. No habría lo preferible. Sin embargo, hay un segundo sentido de la
palabra justificación. Consiste en que el acto se ajusta, no ya a la situación sino a la norma
ética. Precisamente porque al hombre no le es dado por naturaleza el ajustamiento a la
realidad, sino que tiene que hacerlo por sí mismo, cobra sentido demandarle que lo haga,
no arbitraria o subjetivamente, sino conforme a determinadas normas, conforme a
determinados sistemas de preferencias. [...]
Sí, según hemos visto, el hombre es constitutivamente moral por cuanto tiene que
conducir por sí mismo su vida, la moral, en un sentido primario, consistirá en la manera
cómo la conduzca, es decir, en las posibilidades de sí mismo que haya preferido. La moral
consiste no solo en el ir haciendo mi vida, sino también –y esta es la vertiente que ahora
estamos examinando- en la vida tal como queda hecha: en la incorporación o apropiación
de las posibilidades realizadas.”

Veamos un ejemplo sobre esta idea:

Selección de texto Savater, F.; “Ética a Amador”, Ed. Ariel; España, (1996)

Aquí se presenta otra forma de ver esto que nos ha dicho Aranguren, en esta
oportunidad leeremos un fragmento del libro “Ética a Amador” escrito por Fernando
Savater, donde este le cuenta a su hijo por que la ética (y la moral) sólo pueden darse en
los humanos. Lo hace mediante un ejemplo, veámoslo:
“En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de
acuerdo con todos. Pero fíjate que también estas opiniones distintas coinciden en otro
punto: a saber, que lo que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo
que quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente determinado y fatal,
irremediable, todas estas disquisiciones carecerían del más mínimo sentido. Nadie discute
si las piedras deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia abajo y punto. Los
castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de celdillas hexagonales: no
hay castores a los que tiente hacer celdillas de panal, ni abejas que se dediquen a la
ingeniería hidráulica. En su medio natural cada animal parece saber perfectamente lo que
es bueno y lo que es malo para él sin discusiones ni dudas. No hay animales malos ni
buenos en la naturaleza, aunque quizá la mosca considere mala a la araña que tiende su
trampa y se la come. Pero es que la araña no lo puede remediar... Voy a contarte un caso
dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas que en África levantan
impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra. Dado que el
cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza quitinosa que protege a otros
insectos, el hormiguero les sirve de caparazón colectivo contra ciertas hormigas enemigas,
mejor armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se derrumba, por culpa
de una riada o de un elefante (a los elefantes les gusta rascarse los flancos contra los
termiteros, qué le vamos a hacer). En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para
reconstruir su dañada fortaleza, a toda prisa. Y las grandes hormigas enemigas se lanzan
al asalto. Las termitas-soldado salen a defender a su tribu e intentan detener a las
enemigas. Cómo ni por tamaño ni por armamento pueden competir con ellas, se cuelgan
de las asaltantes intentando frenar todo lo posible su marcha, mientras las feroces
mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las obreras trabajan con toda
celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran dejando
fuera a las pobres y heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus vidas por la seguridad de
las demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son
valientes?
Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia de
Héctor, el mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de su
ciudad a Aquiles, el enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más
fuerte que él y que probablemente va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que
consiste en defender a su familia y a sus conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda
de que Héctor es un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente del
mismo modo que las termitas-soldado, cuya gesta millones de veces repetida ningún
Homero se ha molestado en contar? ¿No hace Héctor, a fin de cuentas, lo mismo que
cualquiera de las termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y más
difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la diferencia entre un caso y otro? Sencillamente, la
diferencia estriba en que las termitas-soldado luchan y mueren porque tienen que hacerlo,
sin poderlo remediar (como la araña que se come a la mosca). Héctor, en cambio, sale a
enfrentarse con Aquiles porque quiere. Las termitas-soldado no pueden desertar, ni
rebelarse, ni remolonear para que otras vayan en su lugar: están programadas
necesariamente por la naturaleza para cumplir su heroica misión. El caso de Héctor es
distinto. Podría decir que está enfermo o que no le da la gana enfrentarse a alguien más
fuerte que él. Quizá sus conciudadanos le llamasen cobarde y le tuviesen por un caradura
o quizá le preguntasen qué otro plan se le ocurre para frenar a Aquiles, pero es indudable
que tiene la posibilidad de negarse a ser héroe. Por mucha presión que los demás ejerzan
sobre él, siempre podría escaparse de lo que se supone que debe hacer: no está
programado para ser héroe, ningún hombre lo está. De ahí que tenga mérito su gesto y
que Homero cuente su historia con épica emoción. A diferencia de las termitas, decimos
que Héctor es libre y por eso admiramos su valor. Y así llegamos a la palabra fundamental
de todo este embrollo: libertad. Los animales (y no digamos ya los minerales o las plantas)
no tienen más remedio que ser tal como son y hacer lo que están programados
naturalmente para hacer. No se les puede reprochar que lo hagan ni aplaudirles por ello
porque no saben comportarse de otro modo. Tal disposición obligatoria les ahorra sin duda
muchos quebraderos de cabeza. En cierta medida, desde luego, los hombres también
estamos programados por la naturaleza. Estamos hechos para beber agua, no lejía, y a
pesar de todas nuestras precauciones debemos morir antes o después. Y de modo menos
imperioso pero parecido, nuestro programa cultural es determinante: nuestro pensamiento
viene condicionado por el lenguaje que le da forma (un lenguaje que se nos impone desde
fuera y que no hemos inventado para nuestro uso personal) y somos educados en ciertas
tradiciones, hábitos, formas de comportamiento, leyendas ...; en una palabra, que se nos
inculcan desde la cunita unas fidelidades y no otras. Todo ello pesa mucho y hace que
seamos bastante previsibles.”

También podría gustarte