Milagros - de Castro
Milagros - de Castro
Milagros - de Castro
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CONTENIDO
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¿VENTA DE MILAGROS?
¿Se pueden comprar?
No hay forma de pagar un milagro, ese gesto de amor de Dios. Y Él lo
sabe. Lo hace porque nos ama, así de sencillo. Y para el amor no hay
explicaciones. Es la gratuidad de Dios. Los milagros son expresiones
de amor que nos da Dios. Son gratuitos como todo lo que Él nos da.
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Un milagro no se puede comprar. No están a la venta. Nadie lo puede
vender. Es igual que el tiempo de tu vida. Lo tienes, lo disfrutas, pero
no podrás comprar un segundo más cuando te llegue la hora de partir.
Siempre recuerdo la experiencia de la hija de un hombre millonario
que enfermó en esta pandemia y murió. Ella reflexionaba: “Mi papá
es millonario y con todo su dinero no pudo comprar un minuto más
de vida. Hay cosas que pesan más que el dinero”.
Todo es gratuidad. Dios lo hace porque le complace atender a sus
hijos, verlos felices, cercanos. Quiero que lo busquemos, lo
conozcamos y le amemos. Nos quiere santos para que podamos pasar
una maravillosa eternidad a su lado en el Paraíso.
Existen personas que nos dicen que no debemos pedir tanto, que Dios
no es un bazar lleno de milagros y tienen razón en cierto sentido. Pero
Jesús fue quien dijo: “Pedid y se os dar´”. Y es cierto, ocurre, yo lo he
comprobado, por eso me animo a escribir este libro para ti. Las
historias que te comparto no las leí en un libro, las viví, o me las
compartieron amigos que sorprendidos por el amor de Dios
experimentaron su presencia y cambiaron sus vidas.
La fe no se trata de estar pidiendo siempre a Dios o de quejarnos con
Él por las condiciones en que vivimos. La fe se trata de confiar en Dios,
tener la certeza de su amor y amarlo como nuestro Padre del cielo. A
veces parece que desconfiáramos de Él y esto le desagrada y
entristece. A santa Faustina Jesús le dijo que lo que más le hace sufrir
es nuestra poca confianza en Él. Si supiéramos lo que puede, las
gracias que tiene disponibles para entregar a los que las piden con
humildad y confianza, nuestro mundo sería diferente, todo cambiaría
para nosotros.
¿Te ha pasado esto alguna vez? Vamos a visitar a Jesús Sacramentado 23
al sagrario o en una Hora Santa y le soltamos un rosario que quejas y
molestias por lo que merecemos y no nos ha concedido. Pedimos,
exigimos, “No me lo has concedido y vengo a misa todos los días, rezo
el rosario… Y no me escuchas”. Olvidamos un simple: “Gracias Señor”,
y un “Te amo Jesús” que nos brote del alma y que Él tanto anhela. Nos
falta un poquito de humildad y amor. Solo amando comprenderemos
a Dios que es Amor. Si no amas, todo será inútil, pero si amas y vives
en la presencia amorosa de Dios, nada será imposible para ti. Dios se
complace en el que ama porque ve su esfuerzo por caminar en
rectitud y santidad. La clave está en amar a todos, aunque no te amen,
en amar de primero y en amar siempre.
Me gusta mucho quedarme unos minutos después de Misa para
agradecer a Dios las gracias recibidas durante la Eucaristía, que son
muchas, infinitas. Las personas normalmente se levantan con apuro y
se van. Olvidan ante quién están. Conviene unos pocos minutos para
agradecer y permanecer en su Divina presencia.
Debemos ser agradecidos por el gran milagro de la vida, por los dones
que se nos dan, por todas las cosas buenas que recibimos. Si pedimos
con recta intención para nosotros o los demás, está más que
bien. Pedir por el bienestar del prójimo con nuestras oraciones es un
acto de Misericordia que agrada a Dios, pues es una muestra de amor.
Jesús mismo nos invitó a hacerlo confiando, abrazados en su amor:
“Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la
puerta. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se
abrirá la puerta al que llama. ¿Acaso alguno de ustedes daría a su hijo
una piedra cuando le pide pan? ¿O le daría una culebra cuando le pide
un pescado? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas
a sus hijos, ¡con cuánta mayor razón el Padre de ustedes, que está en
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el Cielo, dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mateo 7, 7 -11)
Los milagros alrededor de Jesús abundaron. Él sanaba a los enfermos,
liberaba de demonios a los poseídos. Hizo cientos de milagros,
delante de testigos, y están registrados por aquellos que los
presenciaron. Algunos están relatados con tantos detalles que
asombran, como aquel ciego de nacimiento que recuperó la vista y lo
llevaron a declarar donde los fariseos. “Sólo sé una cosa: que era ciego
y ahora veo”. Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te
abrió los ojos?» El replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis
escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? "¿Es qué queréis también
vosotros haceros discípulos suyos?»" (Juan 9, 25 – 27).
Son incontables los milagros que hizo Jesús. Juan da testimonio de
ellos cuando nos dice: “Hay además otras muchas cosas que hizo
Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo
bastaría para contener los libros que se escribieran.” (Juan 21, 25)
La verdad es que impresiona conocerlo, sentir su bondad y lo
misericordioso que fue con todos, incluso con los que lo persiguieron
y le hicieron daño. Delante de muchos testigos….
1. Convirtió el agua en vino (Juan 2:1-12).
2. Multiplicó los panes y peces (Mateo 14: 13-21).
3. Caminó sobre el agua (Mateo 14: 22-27).
4. Jesús calmó la tempestad (Mateo 8: 23-27).
5. Resucito a Lázaro (Juan 11: 38-44).
6. Sanó a un leproso (Mateo 8: 1-4).
Si lees las historias contenidas en el Evangelio vas a notar una
constante en muchos de los que recibieron el milagro. Ellos tenían la
certeza que Jesús era su esperanza y podía sanarlos si quería. La mujer
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que padecía flujos de sangre desde hace muchos años no sólo estaba
segura de ellos, iba más allá de lo que muchos de nosotros vamos.
“…se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.»” (Mateo
9, 21)
¿Recuerdas al centurión? Lee sus palabras a Jesús: “al entrar Jesús en
Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: Señor, mi
criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.
Él le contestó: Yo iré a curarle. Replicó el centurión: Señor, no soy
digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi
criado quedará sano. (Mateo 8, 5)
La actitud con que pides suele hacer la diferencia. Hay tanto orgullo
en nuestro interior Y FLAQUEAMOS EN NUESTRA FE. Pensamos que
merecemos las cosas y a veces no pedimos, exigimos.
Estos personajes del Evangelio fueron humildes. Reconocieron sus
debilidades y el Poder de Jesús. Creyeron en Él. Sobrecoge el alma la
enorme humildad con que uno de ellos se acercó a Jesús: “…estando
en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que, al ver a
Jesús, se echó rostro en tierra, y le rogó diciendo: «Señor, si quieres,
puedes limpiarme». El extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero,
queda limpio»”.
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Nunca lo olvides:
“Dios se complace con los humildes”.
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UN TERRIBLE ACCIDENTE Quien menos podemos imaginar es la
persona que en un momento dado nos dará una mano. Es algo en lo
que a veces pienso. En cierta ocasión Don Bosco, recién ordenado
sacerdote se cayó del caballo en el que viajaba y quedó medio
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muerto, inconsciente. Cuando despertó se encontró bien cuidado en
la casa humilde de unos campesinos. Pudo reconocer entonces al
dueño de la casa. Justamente un hombre al que Don Bosco había
salvado la vida años atrás.
Las lecciones que Dios nos da suelen ser incomprensibles. Pero
siempre derriban las barreras y nos unen. Él sabe sacar cosas buenas
de cualquier experiencia.
Hace unos años conocí a Carlos, un joven que sufrió un terrible
accidente en Costa Rica. Casi pierde la vida. Al despertar del coma
estaba ciego, sordo, y paralítico. Además, había perdido el gusto y el
olfato. A pesar de este contratiempo nunca perdió la confianza en
Dios. Esto lo mantuvo vivo y le permitió recuperarse por
completo. Me contó esta simpática anécdota del que fue su
compañero de cuarto, mientras estuvo hospitalizado. La persona
aparentemente menos indicada; pero para Dios, que ve los
corazones, era el apropiado.
“Las enfermeras no podían estar a mi lado a cada rato para bajarme
de la cama, ponerme en la silla de ruedas y llevarme al baño. El señor
que estaba al lado de mi cama era el que lo hacía. Así fue por dos
semanas hasta que le dieron salida. Entonces me dije angustiado:
“Dios mío, ¿ahora qué haré? ¿Quién me va a bajar de esta cama,
quién me va a poner en la silla de ruedas, quién me va a llevar al
baño...?”
Ese día entró para llenar ese lugar, esa cama que estaba a mi lado, un
señor al que no veía; pero que escuchaba y sabía por ello que oraba.
En mi interior me decía: “Gracias Señor por haberme mandado a esta
persona”.
Ese mismo día lo llamé y él se acercó a mí. Me contó que era Pastor
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de una Iglesia Evangélica, no recuerdo el nombre... son los
Pentecostales, sí, sí, Pentecostal, era Pastor de una Iglesia
Pentecostal... y yo católico a morir. En la mesa del lado de mi cama,
mi mamá había colocado algunas estampas de la Virgen. Él las vio y
me comentó:
—Tienes muchas estampas.
¿Eres también religioso? —Sí—, le respondí—. Soy católico.
Entonces me dijo que ellos no creían en las imágenes y todo eso. Él
tenía su forma de llevar la religión. Yo era católico y él era evangélico,
pero desde ese momento fue él quien me puso en la silla de ruedas,
fue él quien me llevó al baño, fue él quien me llevó a la terraza y me
sacaba a pasear.
En ese momento me di cuenta de que realmente somos todos de la
misma clase. Y en ese momento, aunque él era evangélico y tenía un
poco de aprehensión hacia mi devoción a la Virgen, y yo era católico
y tenía un poco de aprehensión acerca de muchas de sus creencias;
nos unimos. Y desde ese instante él, sin ninguna reparación, me sirvió
a mí para todo lo que yo necesitara.
Curiosamente fue él quien tuvo la iniciativa de formar un grupo de
oración en la clínica donde estábamos. Había cuatro personas por
cuarto y nos dijimos:
“Tendremos unos minutos de oración cada noche antes de dormir”.
Entonces comenzamos el grupo de oración. Lo iniciamos los dos.
Luego se nos unieron otros internos, hasta que tres o cuatro noches
después, a la hora en que iban a apagar las luces, teníamos el cuarto
lleno de enfermos.
Un día él dirigía las oraciones. Esa noche solamente rezábamos el
Padre nuestro. Otro día era yo quien dirigía la oración. Rezábamos el
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Padrenuestro y también el Ave María.
Aquello era muy interesante porque él lo aceptó
plenamente. Estábamos en tiempos de dolor y en esos tiempos es
imposible dividirse. En esos momentos solamente se pueden hacer
alianzas y la nuestra era una gran alianza”.
A veces en medio de la desgracia aparente se encierran los designios
de Dios. Como te estaba contando, Carlos sufrió un accidente en
Costa Rica. Iba a participar de un Encuentro Juvenil y terminó ciego,
sordo y paralítico, recluido en la cama de un hospital. Al no poder
hablar ni moverse, pensaba y oraba. Y en los momentos de mayor
dolor y tribulación se decía: “Me voy a reponer”. Y rezaba esta oración
de Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios
no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le
falta, Solo Dios basta”.
La decía una y otra vez, hasta que pasaba el dolor. Con el tiempo,
Carlos fue recuperando las funciones básicas del cuerpo, podía
moverse y hablar y oír, pero aún no veía.
El oftalmólogo que lo revisó le advirtió que jamás volvería a ver. Sus
nervios ópticos se habían lacerado y tenían un daño permanente.
Cuenta Carlos que una enfermera solía llevarlo a la capilla para orar.
Una tarde lo dejó solo mientras atendía una llamada de emergencia.
Él aprovechó este momento para decirle a Jesús:
—Mira Señor, si tú quieres puedes sanarme, pero si deseas que te
sirva con esta ceguera, pues entonces me quedaré ciego".
A los minutos los ojos se le abrieron y empezó a ver la figura borrosa
de un Cristo enorme que tenía los brazos abiertos y le decía:
“Hijo mío. Soy yo quien te ha curado”.
Los médicos no podían creerlo, revolucionó a todas las instituciones
y corrieron con él donde el oftalmólogo, quien al revisarlo le confesó:
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—Carlos, yo soy ateo y no creo en Dios. Pero ese doctor que te ha
curado, es mejor que todos nosotros, hace maravillas, y tienes que
presentármelo.
Carlos le respondió:
—Doctor, ese médico mío se llama Jesús.
Con los años Carlos se graduó de Arquitecto. Fue un buen estudiante
y tiene una visión perfecta. Algo imposible de explicar por los médicos
y la ciencia humana.
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CAPÍTULO DOS
¿ME ESCUCHA DIOS?
PERSEVERA EN LA ORACIÓN
Una mamá me ha escrito. Me pidió consejo para encausar a su hijo a
quien ama sobre todas las cosas. Llora desconsolada por las noches.
“Necesito un milagro”, me dice. “No sé qué hacer. Recibo por
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respuesta el silencio de Dios”. Ella lo estaba descubriendo. A veces el
silencio de Dios es la respuesta. Es un modo de hablar incomprensible
para nosotros El salmista clamaba a Dios por esta causa, su silencio.
“¡Dios mío! No estés callado, no guardes silencio, no te quedes
quieto, ¡Dios mío!” (Sal 83,2). “¿Por qué escondes tu rostro?” (Sal
44,25)
Así san Ignacio de Antioquía escribió: “Quien ha comprendido las
palabras del Señor, comprende su silencio, porque al Señor se le
conoce en su silencio”. Su silencio nos obliga a buscarlo y aprender a
agudizar los sentidos del alma y escucharlo a Él en ese silencio, en
lugar de escuchar nuestra voz o los ruidos del mundo que nos
encandila y confunde.
Para apaciguar su alma le recomendé leer la biografía de santa
Mónica, la madre de san Agustín. ¿Por qué? Porque su hijo no fue un
modelo de virtudes y ella lo siguió sin soltarlo, mientras él trataba de
escaparse para llevar una vida disipada.
Durante más de 15 años rezó, hizo sacrificios y pidió a sacerdotes y
amigos que rezaran por su hijo. Un obispo le dijo una vez para
animarla a perseverar: “Es imposible que se pierda el Hijo de tantas
lágrimas”. Nunca se rindió. Fue persistente hasta que finalmente su
hijo se convirtió y se transformó en el gran San Agustín.
Mi recomendación fue sencilla: “Lea la vida de santa Mónica para que
conozca una madre que sufrió como usted y encontró el modo de
encausar a su hijo. Santifíquese, sea santa y ore con perseverancia.
No se rinda porque Dios siempre escucha los ruegos de una madre. El
milagro que usted espera sin duda llegará en el momento propicio.
Recuerde que los tiempos de Dios no se parecen a los nuestros”.
Se lo dije convencido. Estoy seguro que en algún momento Dios 32
Busco a Dios, sobre todo viendo los signos de estos tiempos oscuros.
Parece que es en el silencio donde encontramos a Dios, y en esta
contemplación donde le agradamos. Lo que más disfruto del silencio
es la oración. Descubrir la presencia de Dios. Escuchar su dulce voz
que amablemente responde: “Aquí estoy, contigo”. Entonces me
lleno de una paz y una serenidad que me acompañan a lo largo del
día. Shhhh. Haz silencio. Escucha. Jesús te quiere hablar.
Las escrituras están llenas de profecías, por cumplirse. Algunas son
fuertes, ésta en particular estremece el alma y llama a la humildad:
“Busquen a Yavé todos ustedes, los humildes del país, que cumplen
sus mandatos, practiquen la justicia y sean humildes y así, tal vez,
encontrarán refugio el día del furor de Yavé.” (Sofonias 2)
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ESCUCHAR A DIOS
“Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto
y le hablaré a su corazón” (Oseas 2,16).
Si le abres tu corazón podrás escucharlo en la suavidad del viento,
porque Dios le habla al corazón del hombre. Para ello deberás vaciar
tu corazón. Sólo se puede llenar lo que está vacío.
La Madre Teresa nos explicó: “Dios nos habla en el silencio del
corazón. Si estás frente a Dios en oración y silencio, Él te hablará;
entonces, sabrás que no eres nada. Y sólo cuando comprendemos
nuestra nada, nuestra vacuidad, Dios puede llenarnos de Sí mismo.
Las almas de oración son almas de gran silencio”. Hay que oír a Dios
en lo profundo del corazón y en Su Palabra
Decía san Ambrosio que: “Cuando oramos, hablamos con Dios. Y 34
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“No poseo el valor para buscar plegarias hermosas en los libros; al no
saber cuáles escoger, reacciono como los niños; le digo sencillamente
al buen Dios lo que necesito, y Él siempre me comprende.” (Santa
Teresita del Niño Jesús)
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CUANDO DIOS TE TOCA
Cuando Dios te toca, el mundo cambia para ti. Todo lo ves nuevo,
transformado, y lo que antes anhelabas, ahora te parecen bagatelas.
Esto les ocurrió a muchas personas que milagrosamente se
convirtieron de la noche a la mañana. Todos fueron marcados por
Dios.
Giovanni Papini era un autor muy conocido, agnóstico y anticlerical.
Durante la guerra se refugió en las montañas. Como los campesinos
no sabían leer, le pedían que les leyera las escrituras. Por las tardes,
Giovanni se trepaba a una roca y desde allí les leía el Evangelio. Esta
lectura cotidiana le hizo conocer a Jesús y encontrarse con él. Se
convirtió al catolicismo y en 1921 escribió su famoso libro que tanto
impactó a los lectores: “Historia de Cristo”.
“Estamos solos en el borde del infinito; ¿por qué rechazar la mano de
un Padre? Hemos sido lanzados, efímeramente, desde lo alto de la 35
eternidad; ¿por qué rechazar el apoyo, aunque sólo sea para quedar
sujetos por los clavos de una cruz de campo?” (G. Papinni)
André Frossard, comunista, hijo de comunistas y ateos, tan ateos que
ni siquiera se cuestionaban la existencia de Dios, entra una tarde a
una iglesia buscando a un amigo. Tiene una experiencia con Dios y a
los pocos minutos sale católico, apostólico, Romano. Siente la
necesidad de relatar su experiencia y escribe un libro que lo hará
famoso: “Dios existe, yo me lo encontré”.
Las personas que son tocadas descubren un nuevo significado a sus
existencias. Encuentran algo grande, por lo que vale la pena darlo
todo.
Dios nos conoce, sabe cómo somos, por eso acompaña su gracia con
los gestos de un padre amoroso, proveyendo nuestras
necesidades. Es la Providencia Divina. Jesús lo aclaró al decirnos: “Por
eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán
o con qué se vestirán.
¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el
vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni
guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta.
¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quiénes de ustedes, a fuerza
de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento?" (Mt
6, 24-34).
Debes saber que todas las promesas del Evangelio se cumplen a
cabalidad. Esto yo lo descubrí una tarde de abril, hace más de 22 años.
Y fue de la manera más extraordinaria que puedas imaginar. Es una
historia que me gusta mucho compartir y que a menudo me piden
cuando voy invitado a alguna emisora de Radio Católica. 36
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Escucha… Dios te quiere hablar.
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EL SUFRIMIENTO
Uno de los signos más evidentes de la presencia de Dios es el
sufrimiento. Es algo que nunca he comprendido. ¿Por qué hacerlo
tan difícil? ¿Por qué no sencillamente abrir nuestros ojos y corazones
ante su Amor infinito?
Hay que ser tocados por Dios para comprenderlo y aceptarlo. El
sufrimiento nos acerca a Dios. Ahora lo sabemos.
Siempre tenemos algo que podemos ofrecer a Jesús. Sobre todo,
cuando sufrimos. Hallamos a nuestro alcance un ramillete de rosas
que él acepta gustoso... Muchos consideran incomprensible esto del
sufrimiento. Y nos dicen: ¡Ya Jesús sufrió y murió por nosotros! ¡Ya
nadie tiene que sufrir! Sin embargo, Pablo nos dice: “Completo en mí
los sufrimientos de Cristo”.
Un sacerdote amigo me contó esta anécdota que lo expresa con
claridad. En un retiro espiritual dos sacerdotes ciegos hablaban de
Jesús. Uno dijo: 40
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LA PEDAGOGIA DE DIOS
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Lo que sé de Dios es porque me lo han contado, lo he leído o mejor
aún, lo he vivido.
Tener vivencias con el Buen Dios, es lo mejor. Lo conoces en toda su
Ternura y Amor de Padre. Jesús estaba en lo cierto cuando lo comparó
con el padre que sale al encuentro del hijo pródigo. Vive ilusionado
de verlo regresar y todos los días se asoma para ver si viene a su
encuentro.
Cuando lo encuentra, olvida sus pecados, sólo le interesa abrazarlo,
rodearlo con su Amor, festejar su regreso. Es un día de gran fiesta.
En ese momento ocurre algo muy interesante. Son las etapas como
Dios te enamora.
PRIMERO
Dios te llena tanto que no sabes qué hacer. Es una ternura que nunca
experimentaste. Y te lleva a amarlos a todos. Es tanta que piensas que
no lo soportarás, que tu corazón estallará de amor. De pronto estás
en misa y rompes a llorar, pero no de tristeza. Un amigo me contó que
le ocurrió esto. Se acercó a un sacerdote y le preguntó:
“Padre, ¿Qué me ocurre?” El buen sacerdote le sonrió y respondió:
“Es el Espíritu Santo que te está llenado con sus gracias”.
Llega un momento en que quieres compartir lo que sientes y vives. Te
preguntas emocionado: “¿Los demás sabrán esto?”
Deseas ayudar en la Iglesia y le pides a tu párroco que te dé la
oportunidad de apoyarlo. Buscas acompañar al enfermo, acoger al
pobre, porque en todos ves a Jesús sufriente. Y tienes una necesidad
enorme de hacer actos de caridad.
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SEGUNDO
Comprendes que sin Dios no eres nada. Que con Él lo eres todo y lo
puedes todo. Que hay una diferencia enorme entre vivir en su
presencia amorosa, o permanecer alejados de Él. Recuerdo aquel
santo que gritaba: “Todos buscan ser felices, pero al motivo de
nuestra felicidad, a Jesús, no lo buscamos”.
TERCERO
Dios te mueve a buscarlo. Crece en ti una necesidad de conocerlo
más, de estar con Él. Vas a los encuentros de oración, participas de la
misa diaria, lees libros de espiritualidad…
Es un cambio tan radical que muchos te miran y comentan: “¿A éste
qué le paso?”
Pierdes el miedo a hablar de Dios y sus maravillas.
CUARTO
Comprendes que esta necesidad que Dios ha sembrado en tu alma,
de amarlo más, de buscarlo, es la cercanía del cielo. ¡Un evento
maravilloso!
Una joven que actualmente transcurre por esta etapa, me dijo
impresionada: “Comprendí lo importante de estar en la gracia de
Dios, alejada de mis pecados. Para estar en comunicación constante
con Dios, y recibir sus gracias, debo tener el alma limpia. Es tan
sencillo como eso”.
QUINTO
De repente, Dios se empeña en consentirte. Te concede todo lo que
le pides, te llena de regalos. Y lo más sorprendente es que ocurre cada
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día de formas impresionantes.
Te das cuenta que es Él, quien lo hace. Y que es por ti, porque te ama.
Es una etapa que se disfruta a plenitud, como un niño al que todos los
días sus padres le llevan presentes. Es lo que se llama: “Vivir de la
gracia”.
SEXTO
Cuando superas esta etapa, porque no la necesitas más. Es cuando
vives de la fe.
Primero vives de su gracia, luego, vivirás de la fe.
Aprendiste el valor de confiar en el Padre. Lo importante que es tener
tu alma limpia. Y que Dios no te negará nada que le pidas, si es para
tu bien.
SÉPTIMO
Habiendo pasado por estas etapas maravillosas (cada una mejor que
la otra) te debes a Dios. Y es cuando debes llevar su Palabra a los más
necesitados. Buscas a quiénes consolar. Y vives el Evangelio. Las
personas creen poco en las palabras. Les impresiona el testimonio.
Tu propia vida.
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SUS PROMESAS
En la Biblia podemos encontrar muchas promesas. Todas se
cumplen. Lo he vivido. Cada una se cumple, basta tener fe.
Hay una en particular que siempre me ha entusiasmado y me llena de
alegría y serenidad. Me da la certeza que nos estamos solos, que Jesús
NUNCA NOS ABANDONA.
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“Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.”
(Juan 14, 13-14)
Nuestra vida sería mucho mejor si le creyéramos a Dios. Nos ha hecho
tantas promesas.
¿Alguna vez las has leído? ¿Sabes lo qué te ha prometido?
Primero, que nunca te abandonará.
Segundo, que siempre tendrás su Amor incondicional.
Tercero, que, si confías en Él, todo será posible.
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Te decides a buscar a Dios y por todas partes surgen personas que se
aferran a tu pasado como una cadena muy pesada. Constantemente
te recuerdan lo que eras. Cuando esto ocurre elévate con ellas para
que las lleves también al cielo.
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CUANDO PASA JESÚS
Jesús pasa a nuestro lado y nos dice: “Sígueme”. Y muchos se van
tras Él, eufóricos de alegría. Sin preguntar: “¿Para qué me quieres?”
o “¿a dónde me mandarás?”
Sencillamente lo siguen. Mientras, otros más precavidos, no ponemos
el pie sin ver dónde vamos a pisar. No somos tan osados, o tal vez no
amamos lo suficiente.
Me consuela pensar que Él sabe de qué estamos hechos. Conoce
nuestros pensamientos y mira lo más profundo de nuestros
corazones.
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“Sígueme” …
Tiempo atrás conocí a un argentino. Es físico nuclear. Un día sintió el
llamado de Jesús y lo dejó todo, para dedicarse con su esposa a llevar
la Buena Nueva del Evangelio. Recorre el mundo y va de parroquia en
parroquia predicando con su ejemplo, llevando la Palabra de Dios.
Al verlo tan ilusionado y feliz, me pregunto si también yo me
atrevería a dejarlo todo por Jesús. Uno se contagia de ese entusiasmo.
Qué bueno sería si también nosotros tuviésemos el valor, la
confianza, la fe... “dejarlo todo y seguir a Jesús”. Creo que ya es
tiempo...
¿Quieres seguirlo? Dejar el refugio en el que nos escondemos. Tomar
riesgos… Olvidar el qué dirán, o qué pensarán de mí. Seguirlo
abiertamente, contra el mundo de ser necesario. Y que todos lo
sepan: “Somos de Cristo
Es tan grato estar en Su presencia...
Cuando pienso en Jesús, me da por hacer cosas. Hoy, por ejemplo, me
he quedado despierto hasta media noche, para escribirte. Y contarte
mis vivencias. A esta hora todos duermen en casa y puedo pensar,
rezar, reflexionar... Hasta me da por cambiarle el nombre, lo llamo
“Ternura” −vaya ocurrencia la mía−.
Lo que más me agrada es cuando experimentas Su cercanía… sabes
que es Él y está cerca. Te inunda un amor inexplicable… Le queremos
más que nunca y se lo decimos. Entonces me parece verlo sonreír de
tanta alegría en aquel sagrario, y con tanto amor, que todo es luz,
serenidad y paz. Y es cuando escuchas en el alma sus dulces
palabras: “Yo también te quiero”.
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NO PIERDAN LA ESPERANZA
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El 12 de agosto del 2000, el submarino nuclear K-141 Kurks sufrió un
accidente. Se encontraba haciendo maniobras en las aguas heladas
del mar de Barents.
Luego de la explosión inicial, algunos marineros, se refugiaron en la
parte trasera del submarino. Para enviar sus mensajes de auxilio a la
superficie y golpeaban el casco de metal. Al final, ninguno
sobrevivió. Murieron 44 oficiales y 68 marineros. Cuando lograron
rescatar el submarino, se recuperaron tres notas en las que narraban
historias dramáticas de esos momentos. Una de ellas, escrita en una
total oscuridad, contenía un mensaje diferente. Decía:
“No pierdan la esperanza”.
La primera vez que leí la noticia de este mensaje, quedé
profundamente impresionado. Este oficial, en total oscuridad, dentro
de un submarino hundido, en el fondo de un mar embravecido, nos
daba esperanza.
Hace unos años un grupo de jóvenes del grupo de los Focolares,
tuvieron un grave accidente. El auto se fue por un barranco y
quedaron todas regadas por el fondo del despeñadero. Estaban muy
graves y apenas podían moverse. De pronto una exclamó: “Dios es
Amor”. Y las otras, como pudieron, fueron repitiendo esta frase: “Dios
es Amor”. Así fueron muriendo una tras otra, con el dulce nombre de
Dios en los labios.
En mi país supe de un señor que siempre anheló ver a Dios. Donde
podía hablaba de Dios. Y trató de vivir acorde al Evangelio. Era padre
de familia. Un día enfermó de gravedad y lo llevaron al hospital.
El sacerdote que lo visitó y le preguntó:
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—¿No temes morir?
—¿Temer? — respondió asombrado—. Toda mi vida he deseado ver
a Dios cara a cara. Ahora que este sueño está cercano, ¿cómo voy a
temer? Al contrario, espero ese momento con ilusión.
En momentos como éste, suelo pensar en la historia de Tyler. Me la
envió el Padre Miguel Garrido, por Internet. Es una historia de Cindy
Holmes. Está llena de ternura, por eso he querido compartirla
contigo. Habla de la esperanza, las ilusiones y la pureza de un niño
que confía plenamente en su madre y en Dios.
“En mi profesión como educadora y trabajadora de la salud, he tenido
contacto con muchos niños infectados por el virus del SIDA... Las
relaciones que mantuve con esos niños especiales han sido grandes
dones en mi vida. Ellos me enseñaron muchas cosas, pero descubrí,
en especial el gran coraje que se puede encontrar en el más pequeño
de los envoltorios. Permíteme que te hable de Tyler.
Tyler nació infectado con el VIH; su madre también lo tenía. Desde el
comienzo mismo de su vida, el niño dependió de los medicamentos
para sobrevivir. Cuando tenía 5 años, le insertaron quirúrgicamente
un tubo en una vena del pecho. Ese tubo estaba conectado a una
bomba que él llevaba en la espalda, en una pequeña mochila. Por allí
se le suministraba una medicación constante que iba al torrente
sanguíneo.
A veces también necesitaba un suplemento de oxígeno para
complementar la respiración. Tyler no estaba dispuesto a renunciar
un solo momento de su infancia por esa mortífera enfermedad.
No era raro encontrarlo jugando y corriendo por su patio, con su
53
mochila cargada de medicamentos y arrastrando un carrito con el
tubo de oxígeno. Todos los que le conocíamos nos maravillamos de
su puro gozo de estar vivo y la energía que eso le brindaba. La madre
solía bromear diciéndole que, por lo rápido que era, tendría que
vestirlo de rojo para poder verlo desde la ventana cuando jugaba en
el patio.
Con el tiempo, esa temible enfermedad acaba por gastar hasta a
pequeños dínamos como Tyler. El niño enfermó de gravedad. Por
desgracia sucedió lo mismo con su madre, también infectada con el
VIH.
Cuando se tornó evidente que Tyler no iba a sobrevivir, la mamá le
habló de la muerte. Lo consoló diciéndole que ella también iba a morir
y que pronto estarían juntos en el cielo. Pocos días antes del deceso,
Tyler hizo que me acercara a su cama del hospital para susurrarme:
— Es posible que muera pronto. No tengo miedo. Cuando muera
vísteme de rojo, por favor. Mamá me prometió venir al cielo. Cuando
ella llegue yo estaré jugando y quiero asegurarme de que pueda
encontrarme.
“Nada, ni la muerte, puede separarnos del Amor de Dios”.
Él nunca nos abandona. Es un Dios cercano. Nos anima y abraza, para
darnos ánimo y sacar de nosotros lo mejor.
Hay muchas cosas que aun no comprendo y no creo que pueda
hacerlo.
¿Quién entiende las cosas de Dios? Él es Todopoderoso y ve más allá
de lo que nosotros podemos ver. Por eso decidí tratar de confiar, en
54
vez de comprender.
Confiaría en Dios, mi Padre, en medio de las tormentas.
Y es lo que he hecho a lo largo de mi vida.
***~~~***
¿Crees esto? Si lo creyeras, tu vida cambiaría. Serías feliz sabiendo
que Dios va contigo y te consuela y te da el Poder de hacer milagros
extraordinarios…
“…yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este
monte: "Desplázate de aquí allá", y se desplazará, y nada os será
imposible.” (Mateo 17, 20)
***~~~***
LA CARTA
En cierta ocasión me escribió un amigo con el que solía cartearme. En
aquellos días no existía el Internet y escribíamos cartas. Él pasaba por
múltiples dificultades y yo trataba de animarlo. Un día, en una de sus
cartas me dijo:
—No me hables más de Dios. Dios no necesita al hombre.
Me quedé pensativo, quería responder y no sabía cómo. No dejaba
de pensar:
—¿Por qué Dios necesita al hombre?”
Pasé toda la mañana buscando una respuesta aceptable sin
encontrarla. Por la tarde fui a una misa del lugar donde laboraba. Una
vez al año íbamos para agradecer a Dios sus beneficios.
Recuerdo que mientras iba a la Iglesia seguía buscando respuestas
para la inquietud de mi amigo. El sacerdote leyó el Evangelio y se paró
55
frente al estrado para la Homilía.
Entonces, súbitamente, dijo lo más sorprendente que pude escuchar:
—Muchos se preguntan si Dios necesita al Hombre. Y no encuentran
respuestas. Les diré por qué Dios necesita al hombre” …
Yo no podía creer lo que ocurría. Era sorprendente. Comparó al
hombre con la luna que refleja en las noches la luz del sol. Dios
necesita al hombre para reflejar su amor a los demás. Al terminar la
misa fui a la sacristía y le conté al sacerdote.
Quedó tan sorprendido que llamó a los que estaban cerca:
—Oigan, vengan a escuchar esto—. Y volví a narrar lo ocurrido para
sorpresa de todos.
***~~~***
UNA COMIDA CASERA
Un lunes salí del trabajo al medio día y me encontré que habían
cerrado algunas calles en protesta.
—Cuánto desearía una comida casera—, pensé casi sin darme cuenta.
Sabía que no podría llegar a casa para el almuerzo. Y me regresé al
trabajo.
En el camino hallé una monjita franciscana. De pie junto a la acera,
esperaba un taxi. Su convento quedaba justo detrás de mi trabajo y
me ofrecí a llevarla. Gustosa aceptó. Me preguntó por mi familia, el
trabajo. Le conté que iba a comprar comida rápida, porque las calles
estaban cerradas.
—¿Y por qué no viene al convento y almuerza con nosotras? —, me
invitó, con una amplia sonrisa. —¿Es en serio? —, pregunté 56
sorprendido.
—Por supuesto—, añadió ella. Y allí estaba yo, rodeado de estas
dulces monjitas, saboreando una deliciosa comida casera… ¡Justo lo
que deseé!
***~~~***
“Confía. Dios nunca defrauda”.
***~~~***
EL TAXISTA DE DIOS
De todas las historias que he publicado, ésta es la que más ha
impresionado a los lectores. La recogí en mi libro: “El Gran Secreto”.
Cada vez que voy a una emisora de radio, o a un canal católico de
televisión, me piden que la cuente. Y los efectos son asombrosos. Por
eso me animo a compartirlo también en este libro. Es un relato
extraordinario. El Buen Dios suele tenernos sorpresas inesperadas en
el camino. Nos acompaña siempre y nos cuida. Mi mamá lo
experimentó hace dos días.
Estaba en un supermercado y se sintió un poco indispuesta. Salió
para buscar un Taxi que la llevara a su casa y encontró una fila
enorme de personas que también esperaban uno. Entonces...
(Dejemos que ella nos cuente) le dije a Dios:
— Mándame un taxi que sea tuyo.
En eso un taxi que estaba al fondo pasó recto junto a la multitud y se
detuvo frente a mí.
— ¿A dónde va? — me preguntó el taxista, bajando la ventana.
57
— A la barriada El Carmen.
— Venga suba. Yo la llevo.
— Señor — le dije —, usted es muy afortunado, porque es un hombre
de Dios. Su taxi le pertenece a Dios. Acabo de pedirle a Dios que me
mandara un taxi de los suyos. Y, de repente, llegó usted.
El taxista me miró impresionado.
— Señora — me comentó —, no sé por qué, sentí el impulso de
avanzar. No recogí a ninguno de los que estaban antes. Vine directo
donde usted. Entonces sonrió.
— Mire lo que dice en la puerta—, dijo emocionado. Al lado mío, en
la puerta, había un letrero grande que decía:
“ESTE TAXI, ES DE DIOS”.
***~~~***
MILAGRO EN LA CARRETERA
Esta mañana nos emocionamos hablando con un amigo sobre el buen
Dios. No puedo evitar llenarme de alegría cada vez que hablo de Dios.
Él ha llenado mi vida de esperanza, me ha dado un motivo para seguir
adelante, cada vez que enfrento una dificultad… Es un padre
estupendo.
Cierta mañana salí atrasado hacia mi trabajo. Aceleraba el auto para
llegar temprano. En una calle encontré una camioneta que iba muy
despacio. La conducía un abuelito con su nietecita. Yo apurado y él
iba con una lentitud asombrosa. A veces la niña miraba hacia atrás y
me saludaba. Yo le sonreía y le devolvía el saludo. Necesitaba 58
pasarlos. Me dispuse a hacerlo cerca de una intersección cuando
sentí esta dulce voz que me decía: “Reza por ellos”. Reduje la
velocidad del auto y en lugar de rebasarlo, recé: “Señor, protégelos,
bendícelos, guárdalos de todo mal”.
En esa fracción de segundo un auto salió de la intersección a toda
velocidad, perdió el control en la curva y se estrelló de frente contra
la camioneta del abuelo. Fue un golpe estruendoso, violentísimo.
Me bajé del auto y corrí a auxiliarlos. Los vecinos del área también
salieron para ayudar. Fue impresionante, el auto quedó destruido,
pero ellos salieron ilesos. El que ocasionó el choque fue un joven de
19 años. Estaba completamente borracho. No se dio cuenta de lo que
hizo. Una señora me tocó el hombro. Me volteo y dice: —Dios lo
ama mucho. —¿Por qué dice eso? —, le pregunté. —Estaba afuera
de mi casa y vi cuando usted iba a rebasar el auto que chocaron. De
pronto se detuvo, no lo hizo. Ese choque era para usted. ¿Qué
ocurrió?
—Recé—, le respondí sorprendido por lo que me decía, y
comprendí—. Me detuve a rezar por ellos. Al hacerlo se salvaron y
me salvé también. La oración nos salvó a todos.
Un amigo me dijo hace mucho: “No es lo mismo hablar de Dios, que
experimentar a Dios. Debes sentir su presencia, vivir su amor”. Me di
cuenta de que tenía razón. Dios te da un tesoro que muchos buscan
en lugares equivocados. Cuando lo encuentras, te hace feliz. Dios no
te quita los problemas, pero, en su amor infinito por ti, te fortalece
con las gracias que necesitas y te llena de paz y serenidad.
Ahora vivo mi vida como siempre quise, en la presencia de 59
Dios. Escribo, disfruto a mi familia, y aprendo a ver la creación como
un gran Regalo que se nos ha confiado.
Cada mañana me levanto y mis primeras palabras son: “Gracias
Señor”.
¿Por qué?... Como decía santa Clara de Asís, “por haberme creado”,
y yo continúo: “por la vida, por ser mi Padre, por mi familia, por la fe,
por tu hijo, por la creación”.
Luego salgo y me siento fuera de la casa. Cierro los ojos y escucho a
los pajaritos.
¡Qué maravilla! “Gracias Señor”.
***~~~***
La vida en sí misma es
un milagro de amor.
***~~~***
NUESTRA MADRE
Una tarde me llamó esta joven profundamente impresionada. Había
tomado la decisión de seguir a Jesús, cambiar su vida, pero veía que
todo marchaba igual y las cosas no mejoraban para ella. Algo molesta
le inquirió: “Lo he dado todo por ti. ¿Qué harás por mí?” Se le ocurrió
escribirle una carta a la Virgen Santísima. La hizo circular por internet
entre sus amigas, como un medio de Evangelizar. El día siguiente
ocurrió. Llegó la respuesta de la Virgen. ¡Fue impresionante!
Se montó en su auto y bajo la alfombra encontró un folletito que
alguien olvidó. Era un poco viejo. Se estacionó para leerlo. Y empezó
a llorar, de felicidad y por la gran impresión que le causó. Era como si 60
la Virgen le hablara y conociera sus problemas y angustias, el
desánimo que la aquejaba.
Quince minutos a los pies de mi Dulce Madre, María Auxiliadora.
“Hija mía, a quien amo tiernamente, ven a mi lado a conversar
conmigo unos instantes; reposa tranquila sobre mi corazón y olvídate
por un momento de las penas de la vida.
Mírame… soy tu Madre… ¿No descubres en mis miradas mi intenso y
tierno amor?
¡Pobre hija mía! No temas, acércate a mí… Por grandes que sean tus
pecados y por más que hayas sido ingrata conmigo, no te desecharé,
antes bien, te miraré con más compasión… y mis amores, cuidados y
ternuras maternales, serán hija querida, el medio para que te
entregues por completo a mi Divino Hijo. Dime… ¿qué te aflige? ¿Cuál
es la pena que más tortura tu corazón? Yo puedo aliviarla… ¿Por qué
te veo a veces tan decaída y falta de ánimo? Es que tus miserias te
confunden y tus constantes recaídas te hacen desfallecer. No te
desalientes, recuerda que el Reino de los Cielos se gana a costa de
continuo trabajo.
Piensa que los santos no se hicieron tales en su momento, sino
después de muchos combates. No te turbes… en lugar de dar cabida
al desaliento levanta los ojos al cielo y llámame. Yo acudiré en tu
auxilio, sí… y curaré tus heridas. Enjugaré tus lágrimas, te revestiré de
valor y te ayudaré a seguir adelante.
¿Sabes hija mía cuál es la causa de tu poca o ninguna virtud y de esas
recaídas que tanto te preocupan? No es otra, sino que te olvidas de
mí.
61
Si tú me invocaras con frecuencia, saldrías victoriosa en tus combates
y tuvieras ya muchísimos méritos para el cielo.
Tú no te acuerdas de mí… pero yo no te he olvidado… y aun cuando
no me llames, velo por ti con solícito empeño a toda hora. ¿Quién sino
yo te libro en tantas ocasiones del peligro que te amenazaba?
Recuerda pobre hija tu vida pasada y verás claramente que, sin mí,
hubieras sido presa del enemigo infernal, quien furioso contra tu
alma, quiso perderla. Recuerda una por una las diferentes etapas de
tu existencia y no descubrirás en ella más que cuidados, amor,
bondades y ternuras del corazón de tu Madre que te amó desde antes
que nacieras. Y si te cuidé aún si no conocías el peligro,
¿Cómo crees que te abandonaré ahora que me llamas en medio de
tus angustias? No querida hija, yo no te dejaré sola. El Buen Dios
quiere hacerte una santa, pero desea de tu parte, la constancia en el
trabajo y la oración.
Pide mucho, mucho, hija mía… no vaciles en pedir, recuerda que la
oración perseverante penetra los cielos y se convierte un suave rocío
de bendiciones y gracias…”
“Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible.”
(Mateo 19, 26)
EN UN CONFESIONARIO
No me hago ilusiones. Me sé pecador, como otros, como cualquiera.
Esta es mi condición: soy hijo de Dios y a menudo camino con el alma
manchada, sucia, pestilente. Aun así, me considero afortunado. Las
gracias sobreabundan, para los que quieren recibirlas. Por eso suelo
confesarme cada quince días. Sé que el más leve pecado ofende a
Dios, lo entristece. Y yo quiero tenerlo contento. También me duelen 62
mis pecados. Sé que Dios nos quiere santos, porque desea vernos
felices. Sabe que los santos, por la gracia que portan, son
inmensamente felices. Viven cada instante en la presencia de Dios. Lo
saben a su lado, en ellos. Esta certeza les da la serenidad y la fortaleza
que necesitan para compartir sus experiencias y seguir adelante.
Sorprende el Amor que Dios les da, para amar y vivir el Evangelio.
Pero, ¿quién puede ser santo en estos días? Un sacerdote amigo me
dijo estas palabras consoladoras: “Santo no es el que nunca cae, sino
el que siempre se levanta”.
Lo he pensado mucho. Trato de levantarme cada vez que caigo y le
pido al buen Dios me conceda la gracia de su Amor.
Sé que, teniendo su amor, será más difícil que caiga. El que ama hace
lo correcto, lo que le agrada a Dios. Ese amor lo guarda y protege. Le
muestra el camino y lo ayuda a perseverar. Cuando amas a Dios no
quieres ofenderlo, sino amarlo más. Vives “pedacitos de cielo”
estando en la tierra.
Un amigo que encontré en la fila del banco hace unos días me dijo
emocionado: “Me he encontrado con Dios. Decidí cambiar mi vida.
Hice una confesión sacramental que me liberó de mis cargas. Fue
como si tomara una piedra enorme, muy pesada y me la quitara de
los hombros. ¡Qué alivio!”. No es el primero que me lo comenta. He
sabido de muchos que vivieron alejados de Dios, por años. La tristeza
de sus pecados les consumía. Hasta que llegó el día de la gracia. Se
confesaron con un sacerdote y empezaron una nueva vida. Les
comprendo perfectamente. Es increíble lo que ocurre en cada
confesionario. Un sacerdote y un penitente. Y Jesús en medio,
consolando, abrazando, diciéndote emocionado: “Eres especial para
63
mí. Y te amo desde una eternidad”. Lo que me ilusiona de cada
confesión es saber que limpio mi alma, que Dios me perdona y olvida
todo el mal que hice. Haz la prueba. Es una gran oportunidad que se
te brinda.
***~~~***
Estas palabras pronunciadas por el sacerdote me llenan de júbilo y
agradecimiento: “Tus pecados han sido perdonados. Vete y no
peques más”.
Salgo del confesionario renovado, feliz, con el alma limpia, agradecido
por esta nueva oportunidad de vida. Y le pido a Dios las fuerzas, la
gracia que necesito, para no pecar más.
***~~~***
No tengas miedo, no permites que nada te aflija. Dios va contigo aún
en esos momentos de dolor y adversidad. Nunca estás solo. Confía
ten fe. Y conocerás su Poder, Grandeza e inmenso Amor.
“No temas, pues yo estoy contigo; no mires con desconfianza, pues
yo soy tu Dios; yo te he dado fuerzas, he sido tu auxilio, y con mi
diestra victoriosa te he sostenido.” (Isaías 41, 10)
64
CAPÍTULO CUATRO
CÓMO OBTENER UN MILAGRO
En la gracia, todo es posible.
EL GRAN SECRETO
He pasado la mayor parte de mi vida buscando la Verdad, tratando de
comprender el misterio de Dios. Sé que, con mis limitaciones 65
humanas, apenas veré un lejano reflejo de su amor y su poder y
majestad, pero esto bastará. Me ha dicho que al partir de este mundo
podré verlo en toda su plenitud. Espero con ilusión ese momento
maravilloso de estar en su presencia, frente a frente y poder decirle
“Gracias por todo lo que has por mí”.
He tratado de comprender y no ha sido fácil. Un día me senté a
reflexionar. Había muchas cosas que no comprendía, en realidad sigo
sin comprender la mayoría, por eso decidí aceptar la santa voluntad
de Dios, que es perfecta. Confiaría en lugar de cuestionarlo todo. Sin
embargo, había algo que me molestaba profundamente. ¿No has
notado que algunas personas parecen obtener de Dios todo lo que le
piden con una facilidad asombrosa mientras otros la pasan mal? Esta
inquietud me carcomía por dentro. Tiene que existir un motivo, me
dije. Conversé con sacerdotes, entrevisté personas estudiosas de la
fe, hablé con seminaristas y con los humildes que pudieran darme una
respuesta.
Fui un iluso, pensé que con mis razonamientos y mi lógica humana
podría descifrarlo. La lógica de Dios nos transciende porque es eterna
y Él es amor. Nosotros no dejamos de ser simples mortales, seres
temporales en este mundo, con un alma inmortal.
Perdí meses tratando de comprender a Dios, comprender el misterio.
Y fue inútil. Había olvidado que las respuestas suelen estar en la santa
Biblia. Si quieres que Dios te hable, lee la Biblia. Los entendidos nos
dicen que cuando rezamos hablamos con Dios y cuando leemos la
Biblia Él nos habla en su infinita Misericordia y Poder.
Un domingo en misa ocurrió. Estaba escuchando el Evangelio y de
pronto sentí que de mis ojos caían unas pesadas vendas y pude 66
entender en una fracción de segundo. Apenas lo creía. Allí tenía la
respuesta justo frente a mí. Allí estuvo todo el tiempo y yo ciego no
la vi. Fue una especie de epifanía. Un momento inolvidable, único,
maravilloso. Podía ver. Podía comprender. Me sentía como aquel
ciego sentado a la orilla del camino en Jericó. Cuánta emoción al
enterarse que Jesús pasaba justo por allí.
“Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de
David, Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que
se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión
de mí!» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego,
diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama.» Y él, arrojando su manto,
dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo:
«¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!»
Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista
y le seguía por el camino." (Marcos 10, 47 -52)
Yo había recobrado la vista y podía ver lo que antes me estaba
vedado. Un mundo que no comprendía cobraba colores y vida. Y todo
tenía sentido.
Pensé en esa fracción de segundo en estas palabras de la Escritura:
“Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan
en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.” (Juan 15, 7)
Casi lloro por la emoción, por ese regalo que Dios me daba, la gracia
de poder comprender sus misterios. Aquella era la respuesta a tantas
inquietudes, a meses de búsqueda infructuosa. Todo estaba en el
amor que Dios nos tiene y nos da de acuerdo a nuestros esfuerzos y
nuestra fe. 67
Y dame la gracia,
de poder consolar,
a cuantos se acerquen
necesitados, a mí.
5. Con la Palabra conocemos a Dios, aprendemos a amarlo,
escuchamos su voz, y recibimos gracias abundantes como: el
valor, la fe, la confianza en Dios.
San Juan Crisóstomo era ya un anciano cuando lo enviaron al exilio.
Antes de partir dijo estas palabras que aún resuenan en nuestros
corazones: “Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Él me ha
garantizado su protección. No es en mis fuerzas que me apoyo.
Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi
seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo
entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es
mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice?
“Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las
olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una
tela de araña”.
El demonio hará todo cuanto pueda para derribar este castillo y
tomarnos prisioneros, tenernos en el infierno una eternidad, alejados
de Dios.
Como sabe que a Dios le agrada consentir a sus hijos, llenarnos de
regalos, y se alegra con nosotros; se esmera en conocer nuestras
debilidades para atacarnos sin piedad.
***~~~***
70
NUESTRA DEBILIDAD
¿Sabes cuál es nuestra mayor debilidad?
El desaliento.
Lo he visto cientos de veces. Personas que han dejado de perseverar
en la fe, por el desaliento.
Ya Santiago había escrito de ello, con estas palabras alentadoras:
“¿Hay entre ustedes alguno desanimado? Que rece”. (Stgo 5, 13)
La oración es el gran remedio.
Nos ayuda a recuperar las fuerzas que hemos perdido, nos devuelve
la alegría de vivir.
***~~~***
Nunca pierdas la esperanza.
***~~~***
¿El secreto? Ha dejado de serlo.
“Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan
en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán”. (Jn 15, 7)
Basta la gracia.
Vivir en la gracia de Dios, permanecer en su presencia amorosa,
comportarnos como hijos suyos: “amando”.
Y si has perdido la gracia en el camino, si vives en pecado, hay una
forma muy sencilla de recuperar ese tesoro inmenso... busca un
sacerdote y has una buena confesión.
Saldrás renovado y nuevo.
¿Te das cuenta? Todo es más fácil después de haber rezado.
***~~~***
EL IDIOMA DE DIOS
71
Solía pensar que el idioma de Dios era la oración. Ese hablar amoroso
y tierno con el Padre. A los años, he comprendido que estaba
equivocado. La oración es el medio, como decía el padre Pío:
“La oración es la llave que abre el corazón de Dios”.
Dios es Amor, por tanto... el idioma de Dios, es el amor.
Si hablaras en el amor, Él te escucharía.
***~~~***
¿QUÉ DEBO HACER?
Hoy, cuando salí del trabajo, me sentí un poco apesadumbrado. ¿Te
ha ocurrido? La verdad es que vivimos en un mundo tan violento que
es difícil vivir la santidad.
Siempre encuentras personas que desean hacerte daño. Las
tentaciones abundan, los malos ejemplos sobreabundan. Pareciera
que ya no hay fe y que todo está perdido.
Generalmente, cuando me siento así, busco a un sacerdote. Suelo
confesarme y pedir su consejo. Iba reflexionando en esto, camino a
la Iglesia: “¿cómo entrar al Paraíso?”
Encendí la radio y sintonicé una emisora católica en la que oraban con
este salmo:
“Señor, ¿quién entrará bajo tu tienda
y habitará en tu montaña santa?
El que es irreprochable y actúa con justicia,
el que dice la verdad de corazón
y no forja calumnias;
el que no daña a su hermano
ni al prójimo molesta con agravios”.
Dios me estaba hablando, como nos habla a todos en la Biblia. Pero
esta vez me hablaba directamente a mí. Me mostraba el
camino. Respondía mis preguntas. ¿Qué me decía Dios? Que
debemos actuar con justicia, que hay que decir la verdad de corazón
y no dañar ni desear mal a los demás.
Dios es amor y debemos seguirlo sin miedos. Por eso San Agustín
repetía: “Ama, ama bien, y luego haz lo que quieras, porque quien
81
ama verdaderamente a Dios, no será capaz de hacer lo que a Él le
desagrade y en cambio se dedicará a hacer todo lo que a Él le agrada”.
Pero, somos tan débiles... ¿Quién podrá lograrlo? ¿Cómo perdonar
tantas ofensas con que nos lastiman a diario? ¿Cómo voy a
reconciliarme con mi hermano? No te desanimes. Si tu vida de
pecados te aleja de Dios, entonces es tiempo de enmendarte. Inicia
un nuevo camino, el que lleva al Padre.
Dios te ama. La verdad es que ha enloquecido de Amor por nosotros.
¿Cómo voy a superar mis debilidades? Tienes tantas dudas. Y es que
este mundo te enseña a dudar. Sin embargo, los cristianos tenemos
la gracia sobrenatural y el amor de Dios, que está por encima de todo.
Y, para fortalecerme, ¿qué puedo hacer?
La Eucaristía es la fuente de la que recibirás el agua viva, que es
Jesús. Por eso la comunión diaria es tan importante en nuestros
tiempos.
¿Hace cuánto que no recibes el abrazo tierno de Jesús? ¿Cuántos años
llevas, sin recibir lo en la santa Comunión? ¿No sientes cómo arde tu
corazón cuando pasas frente a una Iglesia donde está Jesús
Sacramentado? Él es el pan vivo que ha bajado del cielo para ti.
Frente a mi casa se ha mudado el Opus Dei. Tienen una hermosa
capillita con un sagrario. Suelo asomarme desde mi ventana para
verlo y que Él me vea. Está allí, verdaderamente, como en todos los
sagrarios del mundo entero. Por eso cuando me preguntan quién es
mi vecino, les respondo: “Mi vecino se llama Jesús”.
¿Y cómo recupero la paz?
Camina por el sendero del bien. Participa con entusiasmo en los
apostolados de nuestra santa Madre Iglesia. Anima a los sacerdotes.
Trabaja por el Reino y la salvación de las almas. A veces pensamos
demasiado en nosotros mismos y nos olvidamos de los demás.
82
Sor María Romero, Hija de María Auxiliadora, lo sabía bien, por eso
anotó en su diario espiritual:
“¡Gastar el tiempo en servicio de Dios y bien de las almas! ¿Acaso
puede haber ocupación más provechosa para una vida tan corta como
la presente?”
***~~~***
LA GRATUIDAD
Nos encontramos frente a la gratuidad de Dios. Todo lo da porque le
place hacerlo. No es algo que ganemos con nuestros méritos. No lo
merecemos ni somos dignos. Nuestro Padre lo hace por amor.
Dice el refrán que “el amor con amor se paga”. Pero es tanto lo que
nos ama Dios y lo que nos concede, que nuestra vida nunca será
suficiente para retribuirle. Aun sabiendo esto, y que no somos
merecedores, se complace en darnos cuanto le pidamos.
— Eres mi hijo —nos dice conmovido —. Te he amado desde la
eternidad.
Y nos extiende la mano con la esperanza que aceptemos acogernos
en su Amor de Padre.
Dios es maravilloso.
“Pero, ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer
al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo
nunca me olvidaría de ti”. (Isaías 49, 15)
***~~~***
Dios mío, enséñanos a conocerte, a tener confianza en tu Palabra, a
comprender que tu voluntad es que seamos felices, en este mundo y
83
en el Paraíso.
***~~~***
***~~~***
DIOS TE AMA
Sé que tu vida, en ocasiones, no es fácil. ¿Quién tiene una vida
sencilla? La cruz nos acompaña. Los problemas no faltan. Sin
embargo, el buen Dios siempre ha sabido compensar tus esfuerzos,
dándote la gracia, las fuerzas, la alegría de vivir. Le complace saber
que lo buscas. Es un Padre amoroso y bueno. Te cuida. Te consiente.
Te conoce mejor que nadie.
86
¿Piensas que nadie te ama? Dios te ama… desde la eternidad.
Suelo decir que, si Dios tuviera otro nombre, le llamaría “Ternura”.
Tengo la certeza que Dios ha estado presente en todos los momentos
de tu vida, acompañándote, velando por ti; llevándote de la mano
como a un niño pequeño. Dios nunca te abandona.
¿Has sentido alguna vez su presencia amorosa? Es como un suave
aleteo en el alma. Sabes que es Él. Dios que pasa. Y te deja una paz
inimaginable. Una alegría inmensa. Un amor que se desborda. Quedas
con ansias de conocerlo más y vivir en su cercanía.
Si me preguntas qué encontrarás en este libro, te respondería sin
dudarlo: “Tal vez, puede que encuentres la paz que tanto anhelas.
Todo depende de ti”.
Recuerdo con afecto aquel amigo mío al que encontré un día en la
Iglesia.
—Hace mucho que no vengo—reflexionó. Miró a su alrededor y dijo
admirado.
—Se respira una gran paz.
—Por eso que vengo, siempre que puedo —le respondí—. Es la paz
que sólo Dios nos puede dar.
Emprende ahora tu camino.
Dios te espera.
SER SANTO
Cuando el Papa Benedicto XVI era Cardenal, escribió estás palabras
que me ayudaron a vivir con más intensidad y alegría: “Ser santo no
comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede
ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad
es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar
obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo
87
sea bueno y feliz”.
—Ser santo es ser amigo de Dios...
Reflexioné en ello, y me dije sorprendido: “Así de sencillo?” Fue como
si se levantase la neblina de un bosque. Vi el camino con tanta
claridad que me llené de una alegría sobrenatural. Y me sentí
inundado de paz y confianza, como cuando una represa se rompe y
sus aguas lo inundan todo. Mi alma flotaba en medio de aquella
inmensidad infinita del Padre. Mi vida era un buque que desplegaba
sus velas esperando el viento... que Él eligiera cuándo soplar, para
poder navegar mar adentro.
Decidí ser amigo de Dios. Aceptar en todo su santa voluntad. Sabía
que era lo mejor para mí.
En algún lugar leí que ésta era la perfecta alegría: “Abandonarse en
los brazos de Dios, confiados, sin temores”. Es un secreto de
espiritualidad que los grandes santos de nuestra Iglesia descubrieron.
A mi edad no me resultaba fácil. Debo reconocerlo. Tengo una
hermosa familia. Vida, mi esposa, nos cuida y atiende con esmero.
Dios nos ha confiado 4 hijos y una nieta... y, a pesar de estos tesoros
maravillosos, me lleno de inquietudes y dudas.
Cuando todos dormían, me levantaba de la cama, iba a la sala y en el
silencio de la noche le preguntaba: “¿Qué quieres de mí, Señor?”
Escuchaba en el silencio, otro silencio. Su voz era clara y transparente
como el cristal más puro. Un silencio profundo que cuesta
comprender.
Tenía meses llenando mi mente y mi corazón con cientos de
preguntas e inquietudes. ¿Te ha pasado alguna vez? Sientes tan cerca
la respuesta, el oasis, la calma, y no la puedes alcanzar. Su Palabra me
seguía por doquier: en el trabajo, el hogar, el auto. Su inmensidad me
sobrecogía.
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Rondaba mi mente un salmo extraordinario, que me hacía reconocer
mi gran debilidad, mi pequeñez y su inmensa grandeza:
“Señor, tú me sondeas y me conoces;
Me conoces cuando me siento o me levanto,
De lejos penetras mis pensamientos;
Distingues mi camino y mi descanso,
Todas mis sendas te son familiares;
No ha llegado la palabra a mi lengua,
Y ya Señor, te la sabes toda.
Me envuelves por doquier
Me cubres con tu mano.
Tanto saber me sobrepasa;
es sublime y no lo abarco.
¿A dónde iré lejos de tu aliento,
a dónde escaparé de tu mirada?”
***~~~***
Me preguntaba a menudo esto mismo: “¿A dónde escaparé de su
mirada?” Porque no logramos comprender los designios de Dios. Él
hace lo mejor para nosotros. Pero no siempre es lo que esperamos,
porque nos cuesta comprender. Tal vez no estamos llamados a
comprender, sino a tener fe.
Al final comprendí que todo se basa en confiar. Abandonar las dudas
y confiar. Esta es la verdadera libertad. Desprendernos de todo y
quedar en sus manos. Lo he comprobado tantas veces. Cuando
buscamos a Dios, vivimos de la “gracia”.
Dios se complace en darnos señales abundantes de su Amor. Son
como pedacitos de cielo, que nos da a probar. Luego, al pasar los años
y madurar, nos tocará vivir de la fe. Son los años de la confianza pura.
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Confiar en la adversidad. Seguir adelante, aunque no veamos el
camino. Perseverar en la oración, aunque no tengamos respuestas.
Saber que Dios ésta con nosotros, aunque no lo sintamos.
***~~~***
Por Internet conocí a un sacerdote que estaba muy enfermo. Me
encontré con él una de esas noches de desvelo en que buscábamos a
Dios. Me contó la gravedad de su enfermedad. Por un mes nos
encontramos noche tras noche. A veces faltaba a la cita dos o tres días
y se disculpaba explicándome que había pasado en el hospital. Una
noche dejó de aparecer. Nunca regresó. Tenía tan claro lo que Dios
le pedía en esos momentos finales de su vida, que sus palabras te
impactaban y te enternecían el alma. Recuerdo que una vez le
pregunté: “¿Qué es lo que más te ha gustado de tu sacerdocio?” Vi
una palabra aparecer en la pantalla de mi computador: “Consolar”.
Dios le pedía confianza. Fidelidad. Alegría. Él le daba más, siempre, a
pesar de todo... y se entregaba a sí mismo.
Me nació del alma esta pequeña oración, por nosotros, que tanto
necesitamos a Dios.
“Señor, tú lo sabes todo. Conoces mi debilidad, mi poca fe. Enséñame
a confiar, a no dudar nunca de ti. Y dame la gracia de poder consolar
a cuantos se acerquen necesitados a mí”.
Cuando me siento triste, pienso en Dios.
Cuando me siento solo, pienso en Dios.
Cuando me siento agotado, pienso en Dios.
Cuando me encuentro en una encrucijada,
pienso en Dios.
Cuando sufro, pienso en Dios.
Cuando siento que las fuerzas no me alcanzan, pienso en Dios.
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Entonces, todo se aclara. El panorama sombrío llega a ser como una
tarde de verano. Soleada. Hermosa. Porque Dios es mi Padre. Y sé con
certeza que todo, lo hace para mi bien.
Es el santo abandono. La confianza plena. Con Él, todo lo podemos.
Tantos gestos heroicos de santidad me movieron a intentarlo
también. No habría más lucha interior. Dejaría a Dios actuar en mi
vida. Lo dejaría moldear mi corazón a su gusto. No fui el único. Sé de
muchos, que también lo han intentado.
Han pasado más de veinte años desde que tomé esta decisión y aún
hay partes de mí que se resisten a la gracia santificante de Dios.
Esta terquedad humana, no permite a Dios actuar en nuestras vidas.
Son los momentos en que todo sale mal. Por más que lo intentemos
una y otra vez. Las palabras de Jesús fueron muy claras al respecto:
“Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en Él,
ese da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada”. (Jn 15,5)
Cuando vivimos en la presencia de Jesús, y le tenemos a nuestro lado,
el éxito está asegurado. Te lo repito:
“Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan
en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán”. (Jn 15, 7)
Es Dios, ¿acaso hay algo imposible para Él?
***~~~***
NUESTRO MAYOR ENEMIGO
Nuestro mayor enemigo en esta lucha espiritual, es el demonio. Lo
dejamos actuar con demasiada facilidad, aceptando sin luchar sus
insinuaciones.
Cuando el diablo ataca siembra en nosotros la desesperanza. Pierdes
la alegría de vivir, la ilusión por las cosas pequeñas. Olvidamos lo
hermosa que es la vida. Cuando el diablo ataca, te llenas de
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inquietudes y angustias, de un odio profundo, un deseo irracional de
hacer daño, de vengar las ofensas. Cuando el diablo ataca, te hace
olvidar que existe. Cuando el diablo ataca nos hace perder la
vergüenza. Vives el momento en una euforia de la que te arrepientes
el resto de tu vida. El diablo con sus insidias marchita tu alma y la
destruye.
Recuerdo cuando escribí mi libro más vendido, “El Mundo Invisible”,
sobre las acciones del demonio en la Iglesia, la familia y la humanidad.
Quería exponerlo al mundo. Me ocurrieron cosas que no deseo volver
a vivir, pero ha valido la pena, recibo cientos de cartas de lectores a
los que este libro les abrió los ojos. Saben a quién se enfrentan y cómo
defenderse.
Un hijo de Dios debe saber cómo reconocer los ataques sutiles del
demonio. Decía un sacerdote que el diablo es como un león que ruge,
fuertemente encadenado. Sólo si te acercas podrá hacerte daño. El
problema es que solemos acercarnos al león, disfrazado de oveja,
hasta meter nuestras manos y nuestras almas entre sus fauces.
Quiere hacernos pecar, alejarnos de la seguridad que tenemos en la
cercanía de Dios. La magnitud y el horror del pecado es algo que ni
siquiera puedes imaginar.
***~~~***
LA ORACION
¿Oras? ¿Te has acostumbrado a hablar con Dios? Decía el buen Padre
Ángel en uno de sus retiros: “Quien no ora, no necesita diablo que lo
tiente”.
Y es que quien no ora vive en tal debilidad espiritual que cualquier
susurro del demonio lo hará caer.
San Juan Crisóstomo tiene un pensamiento que aclara el valor de la
oración: “Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible,
fácil lo que es difícil”.
Tan importante es este hablar íntimo y cercano con nuestro Padre
celestial, que nunca podremos medirlo en la tierra.
La oración es el lenguaje de Dios. No importa en qué idioma reces. Él
siempre comprenderá.
***~~~***
Llevo días pensando en la oración. Cuánta falta nos hace.
***~~~***
Les pregunté a unos jóvenes que encontré reunidos en una parroquia:
“¿Cómo puede un joven saber lo que Dios quiere de él?” Ellos me
respondieron: “Por medio de la oración”.
Cuando iba saliendo el más entusiasmado se me acercó para decirme:
“Y si este joven cree que no sabe orar, dígale que no se preocupe.
Igual Dios lo va a escuchar”.
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***~~~***
* * *
Aspira a lo más hermoso: la santidad.
Vive lo extraordinario: el Evangelio
***~~~***
Eres especial para Dios. Nunca lo dudes.
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EL PASO DE DIOS
El paso de Dios te deja el alma
con una dulce esperanza.
Te enciende el corazón.
Te llena de ternura y paz.
Recuperas la alegría.
Comprendes en ese momento por qué tantos hombres y mujeres se
decidieron y se deciden por Dios. Gastaron y gastan sus vidas por algo
grande y extraordinario.
Recuerdo siempre aquel buen sacerdote que dudaba. Pensaba
abandonar el sacerdocio y se fue a un retiro para reflexionar y pensar
mejor. Una tarde, bajo la sombra de un árbol, gritó: “¿Qué quieres de
mí, Señor? ¿Quién soy para ti?” Entonces, una suave brisa lo envolvió
y escuchó con la claridad del viento una voz amable que le decía: “Tú
eres mío”. Comprendió entonces lo maravilloso de su llamado, su
pertenencia a Dios, y se decidió a continuar.
También recuerdo aquel hombre al que le descubrieron un cáncer
terminal. Era joven y tenía familia. El día que le notificaron, tomó su
auto y se fue a conducir hasta la madrugada. En el auto gritaba:
“¿Por qué a mí? ¿Por qué yo?” De pronto, una gran paz le inundó el
alma y sintió una suave voz que desde el asiento de atrás le susurraba:
“No temas, yo estoy contigo”.
Pensé en estos versículos del salmo 27: “Ten confianza y espera en el
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Señor. Sé valiente. Ten valor. Sí, ten confianza en el Señor”.
Nunca dejo de sorprenderme por las cosas de Dios. Lo descubro a
diario, en su bondad y su ternura. Dios siembra en nosotros un
anhelo, una semilla de santidad y el deseo de volver a Él. Nos pide que
seamos buenos. Y después, que seamos santos. “Irreprochables ante
su presencia”.
Nos deja en el mundo como una madre deja a sus hijos en el colegio.
Su deseo es que podamos madurar. Crecer en el amor. Confiar en su
Amor.
A menudo pienso que somos como árboles frondosos. Dios se
encarga de podarnos. Son las tribulaciones que llegan. Poda tu vida,
para que permanezca la parte sana en ti y crezcas, te fortalezcas, y
des frutos de eternidad.
Hay una frase de Edith Stein que siempre me ha impresionado porque
nos dice una verdad que solemos olvidar, atraídos por el materialismo
y el poder:
“Que vivimos aquí y ahora para realizar nuestra salvación y la de
aquellos que nos han sido confiados, es algo sobre lo que no me cabe
la menor duda”.
Dios derrama sus gracias como un bálsamo abundante sobre aquellos
que están dispuestos a recibirlas.
Señor, verdaderamente eres un Dios Misericordioso y bueno. ¿Cómo
puedes tener compasión a pesar de nuestros pecados? ¿Cómo
puedes mirarnos con tanta ternura?
Es algo que sobrepasa mi entendimiento.
Eres tan bueno.
Tan tierno.
Tan generoso.
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Gracias por ser nuestro Padre.
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REFLEXIONES
ACERCA DE LA FE
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DEBES PERSEVERAR
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La vida es curiosa. Los años van pasando casi sin que te des cuenta.
De pronto eres un adulto y al rato eres una persona mayor. La vida se
te fue y no sabes qué hiciste con ella.
Recuerdo de mi infancia que dormía dejando la mitad de mi cama
desocupada. Pensaba en mi ángel de la guarda. ¿Y si se cansa? ¿Si le
da sueño? Le dejaba un espacio para que pudiese recostarse y
descansar. Tenía una fe infantil que hoy quisiera volver a tener.
De grande, cuando paso frente a una Iglesia y no puedo bajarme a
saludar, le encargo a mi ángel que vaya, y le diga a Jesús que lo
quiero.
Al momento de escribir estas palabras tengo 3 hijos, Vida, mi esposa
está embarazada del cuarto. Somos muy unidos y procuramos
siempre apoyarnos. Trabajo para ganarme el pan de cada día.
No soy diferente a ti. Nos esforzamos para que nuestro hogar sea un
santuario, un refugio al que podemos acudir, donde nos sentimos
acogidos y amados.
Esta misma sensación de seguridad es la que brinda Dios.
Me encanta saber que puedo acudir a Él cuando tengo un
problema. Dios, para quien todo es posible, sabrá qué hacer.
Nunca he quedado defraudado. Soy como el hijo pródigo. El Padre me
abraza, me cubre con las mejores ropas y prepara una fiesta para
mí. También me siento a veces como un fruto que madura para Dios.
Tengo tantas anécdotas simpáticas con Dios. Una vez salí de la Iglesia
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muy contento. Había escuchado la misa y pude comulgar. Era una
alegría tan íntima, pero tan extraordinaria, que se desbordaba. No
imaginas la felicidad que llevaba dentro. Iba con una gran sonrisa. El
padre me saludó a la salida:
—Muchacho —preguntó — ¿de dónde sacas tanta felicidad?
—Es de Dios, padre, él lo da todo y lo hace todo.
Sonrió emocionado.
—Es verdad – reconoció.
—Regálanos un poco –dijo en tono alegre —. Dichoso tú.
Qué hermosos tesoros dejamos ir, alejados de nuestro Padre
celestial. Suelo decirlo y no me cansaré de hacerlo, porque lo he
vivido: “No hay felicidad, lejos de Dios”. Bien lo sabía el salmista
cuando escribió: “Sólo en Dios tendrás tu descanso alma mía, pues de
él me viene mi esperanza”.
El hombre de nuestros tiempos no ha sabido reconocer a Dios en sus
obras y su Misericordia. Se desvela por el dinero y lo temporal. San
Pablo conocía bien el alma humana y nos advirtió: “No corran tras el
dinero, sino más bien confórmense con lo que tienen, pues Dios ha
dicho: Nunca te dejaré ni te abandonaré”. Y nosotros hemos de
responder confiados: “El Señor es mi socorro, no temeré”. (Hb 13,5-
6)
Hace poco escuché sorprendido a un sacerdote que comentó: “Vino
a mí un parroquiano que me dijo: “padre, lo tengo todo, dinero,
familia, un buen auto, casa propia... pero no pudo llenar un profundo
vacío en mi alma”. Pobre hombre, lo tenía todo, menos lo más
importante. Tomás de Kempis en su hermoso libro “Imitación de 103
***~~~***
Soltemos las amarras que nos detienen
y partamos. Nos espera Dios.
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PROGRAMA DE CRECIMIENTO ESPIRITUAL
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Amado Jesús:
Nos encontramos en tu presencia soberana. Eres un rey y eres mi
hermano. Deseamos tanto volver a tener esa vida de gracia que te
llena de alegrías, para estar contigo en el Paraíso. Tú eres el Camino,
la Verdad y la Vida. No nos abandones. Te necesitamos. Sembraste
esta inquietud en mi corazón. Haz que sea digno de ti, y que no vuelva
a separarme de tu presencia jamás Amén.
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INVOCA A MARÍA
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LA PRESENCIA DE DIOS
Aprende a reconocer la presencia de Dios en los pequeños detalles
de la vida. Que todo te recuerde a Dios. Le contaba a un amigo las
experiencias que paso con el Buen Dios. Y él me decía: “Yo también
recibo esas gracias. Lo que ocurre es que he sido un ciego y no las he
visto”. Con el tiempo comprendes que sólo Dios puede darle sentido
a tu existencia.
Muchos lo descubrieron y empezaron a valorar más la vida
sobrenatural. Retomaron el sendero perdido en la juventud; el
camino de la fe, la oración, la confianza en Dios. ¿Cómo expresar todo
esto que descubríamos? Viviéndolo. Siendo un signo de
contradicción. Cambiando radicalmente, sin importar los
miramientos humanos, lo que otros pudieran pensar.
Hace algunos años me encontraba sumergido en esta búsqueda
personal. Anhelaba retomar el camino de la confianza, la fe. Sabía
que Dios me lo pedía. Y yo también quería sentirme cercano al Padre.
Un buen día vi un video de Chiara Lubich, la fundadora del
Movimiento de los Focolares.
Era un encuentro con jóvenes artistas. Ella les sugirió que
aprovecharan cualquier ocasión para hablar de Dios. Me encantó la
forma como lo hizo: “No se cansen nunca de hablar de Dios” les dijo.
“Donde quiera que vayan, hablen de Dios. Escriban de Dios. Que Dios
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vuelva a estar de moda”.
Me tomé muy en serio estas palabras que invitaban a desplegar las
velas del alma y dejar que Dios soplara esa brisa fresca que nos lleva
donde Él lo desea.
Elevé mis plegarias a través de los salmos y descubrí a un Dios
paternal y bueno.
***~~~***
Querido lector:
¿Puedes sentir la presencia de Dios en tu vida? ¿Has notado algo
diferente en ti? ¿Sientes el deseo de pasar más tiempo en silencio,
escuchando a Dios? ¿De repente te llega una oleada de ternura? ¿Se
te hace más fácil perdonar? ¿Experimentas durante la Santa Misa un
gozo interior? ¿Le dices a Jesús que lo amas? Oh, ¡qué maravilla!
No imaginas la alegría inmensa que siento por ti. Te has decidido, y,
a pesar de todo lo que te han dicho, empezaste a escalar la montaña
de Dios.
No temas. Anda, ve y dile:
— Jesús, todo lo que deseo es amarte con tu Amor infinito y puro.
Con ese amor inundando tu alma, como un río caudaloso,
emprenderás el camino de la fe.
***~~~***
Esta mañana encontré una carta de mi amigo argentino Horacio
Mantilla. Me recordó a todos los que buscan la presencia de Dios y
anhelan con sinceridad estar en su presencia.
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“Deseo ser santo — escribió —. Es mi anhelo, y ¡me cuesta
tanto! Aprender a no sentir miedo de ser cristiano, a no retener a
Jesús dentro de mí, sino a compartirle.
¡Cuánto me cuesta!
Querido amigo: ¡Necesito que Él me perdone tantas cosas! ¡Necesito
que me desmenuce y me rehaga como Él quiera!
El domingo durante la consagración, sentí arder mi corazón. Le miro
y siento su santa presencia, tan misericordiosa que no me atrevo a
pensar otra cosa que esa oración que repetía siempre cuando era
ministro de la comunión:
“Que no me vean a mí, sino a ti, mi buen Señor”.
***~~~***
Yo también suelo decir esa hermosa oración, pensando que, en
nuestras vidas, debemos ser un reflejo del Amor de Dios.
Sé un sagrario vivo, cuida el estado de gracia como un tesoro, y que
todos vean reflejado en ti, el rostro misericordioso de Jesús. A Jesús
le encantan las cosas que haces por Él.
¡Ánimo! ¡Él está contigo! Has encontrado el camino, sólo te falta
seguirlo.
PARA TERMINAR
Ha transcurrido mucho tiempo desde aquella mañana de julio en que me
cuestioné: “La Biblia está llena de historias con grandes milagros. ¿Por qué
no ocurren hoy como en la época de Jesús? ¿Será que tenemos poca fe?
Las Escrituras nos dicen de Jesús unas palabras que dan luces: “…no hizo
allí muchos milagros, a causa de su falta de fe”. (Mateo 13, 58) ¿O es que
ya no los necesitamos?” Eran acontecimientos extraordinarios que
dejaban estupefactos a todos. Por qué no ocurren en la actualidad con 110
Ésta es la perfecta alegría: “Saber que Dios es nuestro padre y nos cuida”.
Llegó un momento en mi vida, que me encontré en una encrucijada.
Sentía que Dios me pedía algo en particular: Escribir. Contar mis
experiencias en su Amor. Era algo extraordinario, vivencias de las que yo
mismo me asombraba. Las promesas del Evangelio se cumplían una y otra
vez. Me preguntaba a menudo: “¿Sabrán todos lo que es este inmenso
tesoro?”
He comprobado que vale la pena vivir en la presencia de Dios. Que Él
valora mucho nuestra confianza. Que le agrada cuando guardamos el
estado de gracia.
También me he dado cuenta que las promesas del Evangelio se cumplen.
Lo vivo cada día. He pasado estos años al amparo de Dios, sin que nada
me faltase, al contrario, desde que elegí este camino, las puertas no cesan
de abrirse a mi alrededor. Oportunidades insospechadas llegan sin cesar.
Y yo sigo escribiendo, publicando mis experiencias con el Buen Dios.
Buscando nuevas formas de remar mar adentro… Es tan sencillo. Casi
siempre Dios se encarga. Le basta que tú quieras, que te animes… Que te
decidas a hacer: “todo el bien que puedas, a todo el que puedas”.
Hace muchos años, aprendí que Dios no se hace esperar. Cuando me
encuentro en una encrucijada me digo: “confiaré en Dios”. Y nunca he
quedado defraudado. He logrado salir adelante, porque Él me ha
acompañado. ¿Qué puede hacer Dios? Llenarnos de gracia, darnos paz
abundante, abrirnos las puertas que estaban cerradas, iluminarnos para
tomar las decisiones correctas, mostrarnos el camino; amarnos como
nadie más nos puede amar... con su Ternura infinita.
Hay tanto que hace Dios por nosotros. Yo suelo pedirle que me abra los
ojos y el corazón para reconocerlo en su creación, en los amaneceres, en
los árboles, en los pobres, en la vida misma. 112
amable y trabajador.
Hallé esta frase de santa Teresa de Jesús que me impresionó: “No
recuerdo haber pedido alguna cosa a san José y que no me la haya
concedido, como así también no he conocido persona devota de él que
no haya obtenida alguna gracia por su gloriosa virtud, pues él ayuda
muchísimo a las almas que a él se consagran”.
Empecé a recomendar su devoción y me han contado maravillas. Terminé
encomendándole nuestro apostolado familiar a san José. Pegué una
estampita en el monitor de mi computador y empezaron los milagros.
Amable lector, acude a san José en tus dificultades y momentos de
angustia y adversidad, puede mucho ante su hijo Jesús.
A TODOS los que les he recomendado acudir a san José, los ha ayudado
de formas increíbles.
Mi hermano Frank, que vive en Costa Roca es uno de los más asombrados
y suele recordarme a san José, cuando estoy en un laberinto y no sé cómo
salir.
***~~~***
PARA DARTE LAS GRACIAS
Amable lector, gracias por adquirir mi libro. Espero que te sientas
más animado ahora que has terminado de leerlo. No te preocupes.
No es fácil salir adelante, pero tampoco imposible. Estos son tiempos
para compartir y disfrutar y vivir a plenitud tu vida.
Estoy seguro que te va a ir muy bien. Me encantaría saber si este libro
fue de bendición para ti y tu familia. Te invito a completar tu colección 115
***~~~***
Ten presencia de Dios en tu vida.
Anhelos de eternidad.
Sé luz que ilumina el camino.
Lleva esperanza a los demás.
Sé un hijo para Él.
Y vive sumergido en su Amor,
cada día de tu vida.
EL AUTOR
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