Como Preparar Un Sermon

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Como preparar un sermon

La oración
Sólo el fuego enciende al fuego.
Hay que recordar siempre que la predicación no es solamente un ejercicio académico.
Los predicadores sean nuevos o ya con experiencia deberían estar en oración
constantemente, al momento de predicar e inclusive después que se ha presentado el
mensaje.
No podemos representar a Dios sin antes presentarnos ante Él. Por lo tanto, para mí es
más importante enseñarle a un estudiante a orar que a predicar. David Larsen,
profesor de homilética
En los ministerios durante los tiempos bíblicos, la oración
siempre jugó una función importante. Desde esos días, la
oración ha permanecido como suprema prioridad para los
predicadores.
La oración, con su compuesto de virtudes espirituales, es indispensable
en la predicación bíblica. Ella satura al predicador y a la predicación consagrada,
cumple la dependencia del predicador en Dios, y es auténti camente bíblica.

La oración tenía una importancia suprema en la predicación de Jesús.


El Hijo del Hombre comenzó y consumó Su ministerio terrenal en oración
(Lc 3.21, 22; 24.49-51). Percibió la oración como algo vital cuando el
pueblo se amontonaba para escucharle predicar. A diferencia de algunos
de los predicadores contemporáneos, Jesús tomó la tremenda demanda de
Su tiempo como un llamado a mantener la oración como algo prioritario.
Él «se apartaba a lugares desiertos, y oraba» (Lc 5.16). El aislamiento en
el desierto con Dios era algo esencial antes de servirle a una multitud que
se había reunido a escucharle. Para los predicadores que son sensibles a
los latidos de Su corazón, las rodillas dobladas son tan cruciales para el
reino como los léxicos abiertos. Su vigilia ante Dios reflejó Su sistema de
valores. Jesús dependía de Dios, ¡aunque Él mismo era Dios encarnado!
La oración fue uno de los cuatro elementos esenciales cristianos (Hch
2.42). Si era de tanta importancia en ese entonces, ¡cuán crucial debe ser
para los predicadores de hoy! Los creyentes oraban regularmente (Hch
3.1; 10.9), así como en cualquier momento urgente. Pedro y Juan son un
ejemplo. Ellos fueron los canales de Dios para la milagrosa sanidad de un
hombre inválido (Hch 3.7-10). Luego, oraron con otros para ser valientes
al testificar (Hch 4.29-31), una oración que Dios respondió
capacitándolos para confrontar a los enemigos. Fueron fortalecidos,
unidos y abnegados.

Pablo. Pablo oró para que Dios ayudara a los nuevos conversos a crecer (Hch
14.23). Aparentemente percibía la oración como algo inseparable de la
predicación, como lo hicieron sus antecesores (cf. Hch 6.4). Tras la oración de
Hechos 14.23 y la comisión de ancianos yace el recuerdo de la preocupación de
Dios por los nuevos creyentes. Su crecimiento espiritual dependía de la comisión
de ancianos que los exhortaran y los nutrieran de la Palabra de Dios (cf. Hch
14.22). Hacía falta la oración para sostener este proceso.
Pablo y sus asociados oraron cuando predicaron la Palabra de Dios en Europa
(Hch 16.13). Penetraron la cortina celestial antes de penetrar la humana (Hch
16.14). Dios utilizó la oración para prosperar su ministerio, el cual también era Su
ministerio.

Thomas Armitage. Un sermón saturado en oración en el suelo del estudio, como


el vellón de lana de Gedeón saturado con rocío, no perderá su humedad entre eso
y el púlpito. El primer paso para hacer cualquier cosa en el púlpito como obrero
dedicado debe ser besar los pies del crucificado,
como adorador, en el estudio.46
Whitesell, un maestro de la predicación, se ocupa de la oración:
El predicador debe ser un hombre de oración […] Debe orar por sus mensajes […]
saturarlos en oración […] orar a medida que marcha hacia el púlpito, orar a
medida que
predica siempre y cuando eso sea posible, y seguir sus sermones con oración.4
Henry Holloman, profesor de teología sistemática
Detrás de cada buen predicador bíblico hay mucha labor ardua en la preparación
(1 Ti 5.17; 2 Ti 2.15). Sin embargo, sólo la oración puede asegurar que su trabajo
no sea desperdiciado y que su mensaje impacte espiritualmente a sus oyentes.

John MacArthur, pastor y maestro de la Grace Community Church, Sun Valley,


California, percibe la oración como inseparable de la preparación y la predicación.

Andrew Blackwood, quien por mucho tiempo fue profesor de homilética en el


Seminario Teológico Princeton, aconseja al predicador que establezca una regla y
jamás haga excepción alguna: comience, continúe, y termine con oración.

Charles Spurgeon (1834–1892), un predicador que fue usado en gran manera,


enfatizó mucho la oración. Opinaba que los ministros debían orar sin cesar (1 Ts
5.17). «Todas nuestras bibliotecas y nuestros estudios son nada comparados con
nuestras recámaras. Crecemos, nos fortalecemos y prevalecemos en la oración
privada»,

El Espíritu de Dios y la predicación expositiva


“Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu
Santo cayó sobre todos los que oían el discurso” (Hech.
10:44)
“El Espíritu debe acompañar la Palabra con Su poder. Todo lo que yo haga es inútil
si el Espíritu no lo respalda. Mi misión consiste en ser todo lo preciso que pueda en
mi comprensión. Pero no doy por hecho que nada de eso produzca un impacto.
Depende del Espíritu. Sin Él, carecerá de efecto” (R. C. Sproul)aq

Es imposible entender adecuadamente la revelación objetiva de Dios en la


Escritura aparte de la obra iluminadora del Espíritu Santo. La iluminación no es lo
mismo que la revelación o la inspiración. Ella no comunica ninguna nueva verdad
divina, sino que nos capacita para comprender la verdad de Dios en la revelación
completa y final en la Escritura. Sin la obra de la iluminación no se puede alcanzar
un entendimiento claro de la Escritura con el fin de predicar de forma poderosa.

6Uno de los elementos más misteriosos de la predicación, y sin duda uno de los
más cruciales, es la obra del Espíritu Santo en el acto de predicar. En ocasiones,
los predicadores experimentamos una libertad inusual en el púlpito; las ideas
brotan de nuestras mentes a borbotones y estamos realmente atrapados por el
mensaje que proclamamos; sobre todo nos inunda un deseo genuino y ferviente
de que nuestro Señor Jesucristo sea glorificado y las almas de nuestros oyentes
edificadas y bendecidas. Algunos lo llaman “unción”, “libertad en el Espíritu” o
“Su presencia especial”. Pero sin importar la nomenclatura que usemos, el punto
es que esa obra del Espíritu en nosotros es uno de los aspectos cruciales para un
ministerio eficaz de predicación, aunque también es uno de los más misteriosos.

La unción no tiene nada que ver con lo externo y lo accesorio de la manera de


hablar. La unción es esa cosa peculiar en que Dios se sienta sobre las palabras de
un hombre cuando salen de su boca; y cuando golpean nuestros oídos y
corazones, sabemos que tenemos tratos con el Omnipotente”.2
El apóstol Pablo les dijo a los creyentes de Corinto hablando de su ministerio de
predicación entre ellos: “ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras
persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Cor.
2:4, LBLA).
Esa obra del Espíritu es indispensable para un ministerio de predicación eficaz.

Tomemos como ejemplo el ministerio de nuestro Señor Jesucristo. Dice la


Escritura que en el momento de Su bautismo en el río Jordán el Espíritu Santo
descendió sobre Él en forma de paloma. Y unos días más tarde, estando en la
sinagoga de Nazaret se le dio a leer el libro del profeta Isaías; y dice en Lucas 4:18
que el Señor buscó expresamente el texto donde está escrito: “El Espíritu del
Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los
pobres”. Eso fue lo que sucedió en las aguas del Jordán: el Hijo de Dios encarnado
fue ungido por el Espíritu Santo para predicar eficazmente el evangelio de
salvación.
O pensemos en el caso de los apóstoles. Estos hombres habían estado con el
Señor durante más de tres años, habían escuchado Sus enseñanzas, lo habían
visto hacer todo tipo de milagros y, por encima de todo, ahora eran testigos de Su
resurrección. Sin embargo, todavía no estaban preparados para predicar.
Necesitaban el poder del Espíritu Santo obrando en ellos para poder hacerlo de
una manera eficaz (Luc. 24:49; Hech. 1:8). Más allá de cómo interpretemos la
venida del Espíritu Santo en Pentecostés y sus resultados permanentes, hay algo
obvio en estos textos, y es que la labor de predicar con eficacia el evangelio
requiere la capacitación del Espíritu de Dios.

¿Por qué necesitamos la ayuda del Espíritu Santo?


Hemos dicho que la predicación “es la comunicación […] de un mensaje extraído
de las Sagradas Escrituras a través de una exégesis cuidadosa”. Pero ¿cómo se
puede hacer sin la obra iluminadora del Espíritu de Dios? Necesitamos que el
Espíritu Santo abra nuestros ojos espirituales para que logremos comprender el
significado del texto bíblico. A esa obra de iluminación se refiere el salmista en el
Salmo 119:18 cuando le pide a Dios que abra sus ojos para ver las maravillas de Su
ley. Y más adelante, en el versículo 34 vuelve a pedir: “Dame entendimiento, y
guardaré tu ley, y la cumpliré de todo corazón”. Es esa obra de iluminación la que
Lucas menciona en 24:45, cuando dice que el Señor “les abrió el entendimiento,
para que comprendiesen las Escrituras”.
Sería una pretensión de nuestra parte acercarnos al estudio de la Palabra de Dios
sin depender del Espíritu Santo, confiando en nuestras capacidades naturales.
Hay una tensión constante en el predicador entre el estudio de la Palabra con
diligencia y la dependencia consciente del Espíritu de Dios en todo momento. Una
cosa no elimina la otra.
Como dice el teólogo norteamericano especialista en el Nuevo Testamento, ya
fallecido, Wilber Dayton: “El intérprete bíblico no puede esperar que le caiga un
relámpago encima. Debe estudiar, leer y luchar para colocarse en la posición de
recibir la iluminación del Espíritu. No basta abrir la boca y esperar que Dios la
llene el domingo a las once de la mañana”.3 O como dice Martyn Lloyd-Jones: “La
preparación cuidadosa y la unción del Espíritu jamás deben considerarse como
alternativas, sino como complementarias... Estas dos cosas deben ir juntas”.4
Pero una vez que hemos desentrañado el significado del texto bíblico y su
mensaje esencial, todavía tenemos mucho trabajo por delante.

2. Para preparar el mensaje de manera adecuada


Debemos trabajar arduamente para saber cómo vamos a estructurar el sermón,
cuál será el énfasis, cómo podremos dar el equilibrio apropiado a las verdades
que serán impartidas y qué es lo que queremos que nuestros oyentes hagan con
esa información. Después debemos trabajar en el contenido del mensaje de modo
que logremos presentarlo de una forma que sea eficaz y a la vez fácil de recordar.

3. Para predicar el mensaje con libertad y eficaciaD D


Cuando hemos concluido con el estudio del texto y tenemos el sermón
debidamente preparado y estructurado, todavía necesitamos la ayuda del Espíritu
Santo mientras entregamos ese mensaje a la congregación. El mensaje se concibe
con el estudio de la Biblia, pero el púlpito es la sala de parto donde ese mensaje
se da a luz. Sin embargo ese niño no siempre nace vivo. Aquellos que predican
con frecuencia la Palabra seguramente han pasado por la experiencia de llegar a
la iglesia el domingo con una gran expectativa por el mensaje que prepararon,
para luego sentirse frustrados porque el parto no fue como esperaban (me
pregunto si eso será un recordatorio de parte del Señor de la necesidad que
tenemos de Él).
Otras veces ocurre todo lo contrario. Llegas al púlpito con un profundo sentido de
insuficiencia; ese domingo hubieras deseado de todo corazón que otro predicador
ocupara tu lugar. Pero entonces comienzas a exponer el texto bíblico y algo
inexplicable ocurre. El poder del Espíritu Santo obrando a través de tu predicación
es tan evidente que te sientes como un espectador que contempla asombrado lo
que está sucediendo mientras predicas.
Pablo pedía a los hermanos de Éfeso que oraran por él, “a fin de que al abrir mi
boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del
evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él,
como debo hablar” (Ef. 6:19-20). En otras palabras: “Oren para que yo encuentre
las palabras precisas, las ilustraciones más apropiadas, los argumentos más
convincentes, de tal manera que todos los que me escuchen puedan entender el
mensaje. Oren para que Dios me libre del temor a los hombres y yo pueda
predicar con toda confianza y libertad, movido únicamente por el deseo de que
los pecadores sean salvados y los creyentes sean edificados”.

¿Qué cosas pueden impedir que recibamos esa ayuda del Espíritu de Dios?
1. El Espíritu se refrena cuando el predicador no considera Su ayuda como
indispensable.
Como he expuesto antes, una de las características distintivas del ministerio del
apóstol Pablo era su constante petición a las iglesias para que oraran por él. Pablo
no confiaba en su experiencia o conocimiento, sino en la ayuda del Espíritu de
Dios. Pero cualquier predicador es vulnerable a caer en la trampa de sentirse
seguro, ya sea por el tiempo que lleva en el ministerio de la Palabra de Dios o por
las notas de aliento que recibe de parte de aquellos que lo escuchan con
regularidad. Esa confianza carnal puede ser la causa de que el Espíritu de Dios
restrinja Su ayuda mientras predicamos.
Philips Brooks decía a los ministros del evangelio: “Nunca te permitas a ti mismo
sentirte a la par con tu labor. Si alguna vez percibes ese espíritu creciendo en ti,
entonces teme” (traducido por el autor).8 ¿Sabes por qué debes temer? Porque
Dios buscará la manera de quebrantarte

2. La agencia inmediata del Espíritu en la predicación se refrena o disminuye


cuando es contristado por el predicador (comp. Ef. 4:30).

A menudo tendemos a olvidar que el fruto del Espíritu es más importante para la
predicación eficaz que los dones del Espíritu (Gál. 5:22-23). Después de todo no
serán pocos, sino muchos, los que en el día final dirán al Señor: “¿No
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí;
apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mat. 7:22-23).
Este es un asunto de vital importancia en una época como la nuestra que, como
bien señala el pastor y teólogo norteamericano Timothy Keller, pone “más énfasis
en los resultados, las habilidades y el carisma que en el carácter, la reflexión y la
profundidad. Esa es una de las razones primordiales de por qué tantos ministros
de éxito tienen fallos morales o han caído. Sus dones prodigiosos han
enmascarado la carencia de la obra de gracia en sus vidas” (traducido por el
autor).
3. El Espíritu de Dios es contristado por nuestra pereza en el desempeño de
nuestra labor ministerial o, por el contrario, por una sobreconfianza en nuestra
preparación.
De nuevo cito el excelente libro del pastor Martin, La predicación en el Espíritu
Santo: “Con toda seguridad, el Espíritu de verdad se apena cuando somos
perezosos y descuidados a la hora de tratarla. Se entristece cuando nos ponemos
delante de nuestra gente sin haber hecho el trabajo necesario para poder decir,
con toda la confianza con la que un ser humano, falible y limitado, puede
expresar: ‘Esto es lo que Dios declara y este es su significado’. Una exégesis
descuidada, elaborar un mensaje de cualquier manera y presentar la verdad de
una forma poco clara y desorganizada son cosas que causan tristeza al Espíritu
Santo.

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