Pensar Las Crisis (Zanotti de Savanti)
Pensar Las Crisis (Zanotti de Savanti)
Pensar Las Crisis (Zanotti de Savanti)
fe i,,.
Alicia Zanotti de Savanti
AGAPEJ7
LI B R O Í
Savanti, Alida
Pensar las crisis en la vida consagrada - la ed. - Buenos
Aires : Agape Libros, 2013.
208 p .; 21x14 cm.
ISBN 978-987-640-294-1
1. Ensayo. 2. Psicología. 3. Teología.
CDD230
AGAPE LIBROS
Av. San Martín 6863
(1419) Ciudad Autónoma de Buenos Aires
[email protected]
w ww.agape-libros .com .ar
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
5 Teología del Cuerpo. Visión del Papa Juan Pablo II sobre la sexua
lidad humana expuesta en 129 catequesis entre 1979 y 1984.
mente cierto que cualquier postura teórica es igualmen
te eñcaz para todos los temas. Todas las teorías nacieron
para dar respuesta a algún problema concreto y ninguna
es tan abarcativa como para dar solución a todas las cues
tiones que se plantean, ni todas las proposiciones son las
adecuadas para la temática que se quiere analizar.
Al especificar las dos propiedades que definen nues
tra concepción de la persona, y por tanto del presbítero,
señalamos también los enfoques idóneos para profundi
zar en cada uno de ellos; ambos se complementan y no
podrían darse en forma independiente.
Correspondencias:
Antropología Psicología
SINGULARIDAD Individualidad
Única e irrepetible Psic. de la personalidad
COMUNICABILIDAD Vincularidad
Estructuralmente abierta Psic. vinculares, relaciónales
al otro
y sistémicas
24
mente se han explicado desde los principios freudianos
a partir de la teoría pulsional (Sigmund Freud, médico
neurólogo austríaco, padre del psicoanálisis, 1856-1939),
que supone que:
• el dato motivacional primario de la conducta
es la pulsión y sus vicisitudes
• la unidad de estudio del mundo emocional es
lo intrapsíquico (el aparato psíquico)
• el conflicto se explica desde las pulsiones y las
defensas.
El desarrollo posterior de las formulaciones psicoana-
líticas fue privilegiando el aspecto relacional integrando
lo pulsional de distintos modos según los autores, hasta
llegar a la divulgada formulación de Ronald Fairbairn
(médico psicoanalista inglés, 1889-1964): La libido no bus
ca el placer sino el objeto.
Este modelo7 (las teorías interpersonales, la psico
logía del self y la teoría de las relaciones objetales), al
igual que los antropólogos y lingüistas modernos, for
mula que la mente es tanto un producto de la matriz
cultural y lingüística dentro de la cual se produce, como
un participante interactivo en ella. Por tanto:
• La organización de la mente es una estructura
culturalmente dependiente
• Lo psicológico se constituye a partir de la rela
ción interpersonal y del orden simbólico de la
cultura inscripto en el lenguaje
10 Ob. cit.
nusvalorar las razones externas o situacionales cuando
se trata de explicar la conducta de otros, mientras que
cuando se reflexiona sobre el comportamiento propio,
la tendencia es inversa, tendiendo a atribuir el problema
a razones externas y circunstanciales.11
Dijimos en el capítulo anterior que toda conducta ad
quiere significado a partir del contexto en que se manifies
ta. Por tanto, es fundamental evaluar ambos aspectos, el in
dividual y el contextual, y el modo en que se ensamblan.
Los asistentes diagramaron los problemas menciona
dos, diseñando una puntuación de causas y efectos que
dio la siguiente configuración:
Desilusión: no ideales
Crisis afectivas
Celibato - Homosexualidad
No se resuelven
i'
Doble vida
Abandono Conductas disociadas Muertos vivos
Adicciones
42
• Confusión de roles y relajamiento de las reglas
vigentes hasta entonces
• Expectativas y prohibiciones que se relajan
• Metas y valores que pierden importancia
• Conflictos irresueltos del pasado que se reavivan
• Aumento de tensión e irritabilidad entre los
miembros
• Límites que se borran.
Por eso hay que ser cuidadoso cuando se evalúa a los
miembros que forman parte de un sistema en crisis. En
esa situación, todos funcionan en un estado de menor
organización que la habitual.
En un cuerpo social debilitado, disfundonal, la in
munidad colectiva disminuye y la aparidón de cual
quier fenómeno tiene un efecto contagioso similar al que
ocurre en una epidemia, mientras que en un cuerpo so
cial sano, la aparición de un foco de problemas es in
mediatamente neutralizado por los mecanismos inmu-
nológicos comunes de la sociedad sana. Por eso es que
la aparidón de situaciones problemáticas tiene distinta
incidencia en distintas comunidades.
La salud en el sentido pleno del cuerpo social se in
crementará en la medida en que se disciernan cuáles
son los factores de tensión que constituyen una ame
naza para su supervivencia y cuáles son los cambios
que hay que instrumentar, para no hacer cambios que
sólo están al servicio de la continuidad del problema:
cambios de tipo 1 = cambiar para que nada cambie, por
ejemplo trabajar sobre estrategias pastorales, cuando
se necesita un cambio de tipo 2 = cambios estructu
rales, por ejemplo, modos radicalmente diferentes de
concebir la pastoral.
2.4. Resolución de la crisis
Se ha repetido frecuentemente que la crisis es "peligro
y oportunidad". Podríamos decir que es una oportunidad
peligrosa en cuanto tiene en su naturaleza la posibilidad
de diferentes salidas, entre las cuales mencionamos tres
alternativas básicas:
• que se resuelva adecuadamente el desequili
brio que la ocasiona y se restablezca un nuevo
equilibrio que signifique una situación mejor
para las metas del grupo. Cuando aparecen
recursos nuevos, y se diseñan estrategias dife
rentes de resolución, las energías se redoblan,
y si se alcanza algún logro en cualquier aspec
to, tanto las personas como el cuerpo social se
sienten fortalecidos y quedan más preparados
para enfrentar otras dificultades.
• que como deseo de hacer algo que cese con la
angustia se instrumenten soluciones irracio
nales, se malogren personas o posibilidades,
se cometan actos irreparables y, finalmente, se
restablezca un modo de vivir diferente pero de
calidad y posibilidades claramente inferiores a
las que se tenían antes de la crisis. Ese impulso
puede tomar la forma de volver a lo de antes o
proponer cambios radicales. Es el problema de
no poder sostener la tensión, porque es excesiva
o porque no se tienen los recursos adecuados.
• que nada se resuelva y que la inadecuación se
transforme en una forma de vida, que se croni-
fique y ya ni siquiera angustie, porque las perso
nas se acostumbran a vivir resignadas (muertos
vivos, mal pero acostumbrados). De allí el des
ánimo que cunde en los grupos cuando los temas
que importan vitalmente ni siquiera se plantean.
Estas tendencias pueden matizarse en una combina
ción que admite tantas variaciones como situaciones hay,
porque cada crisis es única, y porque a veces se solucionan
cosas parcialmente, mientras otras perduran insolubles y
en algunos aspectos empeoran pero sirven para dejar ex
presamente claro que, en los problemas humanos, las cri
sis pueden hacer crecer, pero también no ser tan buenas,
y que para serlo, requieren de ciertas condiciones.
Sintetizando:
Como ya se dijo, la resolución adecuada depende de
que se identifique acertadamente la causa y la natura
leza de la tensión. La esperanza hoy nace del hecho de
que la crisis presente ya no resiste parches o excusas.
Se agotaron los mecanismos que buscan chivos emisarios
por ejemplo en la cultura secularizada, ya que de la cul
tura formamos parte todos y la Iglesia en modo particu
larmente importante.
La puesta en marcha del método "ver, juzgar y obrar"
retomado por el documento de Aparecida (N 19), en lo
que respecta a las cuestiones presbiterales encuentra
un obstáculo en el "ver", ya que la primera dificultad
es obtener datos fidedignos que permitirían un mejor dis
cernir lo que ocurre. La desconfianza ancestral hacia las
ciencias humanas, en última instancia es otro capítulo
de la antinomia Fe-Razón y de los dualismos que impi
den una inmersión en la verdad de la Encarnación. "Ver
con los ojos de Dios" no puede prescindir del conoci
miento de la realidad. La resistencia a enfrentarse con
la descripción de lo que ocurre da lugar a la opinión, el
chisme, el prejuicio, el secretismo, la generalización y a
veces la simplificación.
La generalización y la simplificación suelen jugar a
favor de un reduccionismo que termina dando algunas
buenas fórmulas, seguidas de marcada dificultad para
hacerlas operativas a través de metodologías concretas.
Estos mecanismos cognitivos tienden a que le cuelguen
a alguno de ellos, según perspectivas personales, el título
o el nombre de la crisis. Así, decir, "la crisis de los escán
dalos sexuales" o "la crisis de los abandonos" o "la crisis
de vocaciones" es atribuir a los efectos la totalidad del
problema sin comprender que cada uno de estos elemen
tos y con mayor razón la suma de ellos revelan la crisis. Y
una crisis que estalla en las personas pero remite a una
realidad más amplia que afecta a esas personas.
Hay que identificar en el modo de funcionar del con
junto cuáles son las variables que aparecen como impor
tantes en la etiología de la crisis, en su mantenimiento y
en su afrontamiento evitativo. Para ello:
• Evitar un enfoque simplificador
• Hacer el duelo por la realidad ilusoria y por lo
que ya no es
• Entender la realidad de este momento
• Preguntarse por las causas que la favorecen
dentro de la modalidad institucional
• Tener muy claro las prioridades que el tiempo
actual plantea
• Renunciar a la magia
• Promover la discusión abierta y franca de lo
realmente importante.
Los procesos de duelo siempre son dolorosos, pero
si no se afrontan es imposible imaginar algo diferente.
Hecho el duelo, hay que organizar la crisis, es decir, or
ganizar la transición hacia modos diferentes.
El cambio es lo opuesto a la compulsión a la repe
tición freudiana y a la reproducción de las estructuras
sociales de Pierre Bourdieu.17 Es lo que es capaz de ge
nerar lo diferente, lo nuevo. Un pequeño cambio puede
tener grandes consecuencias si se elige cuidadosamente
el factor clave que debe modificarse.
"Hoy la Iglesia se siente llamada a revivir con nue
vo esfuerzo lo que el Maestro hizo con sus apóstoles,
Sistemas interreladonados
(adaptación del esquema de Anderson y Cárter, ob. cit., pág. 26)
fï;;
fe
Cuando definimos la realidad sobre la que queremos
reflexionar, una diócesis, una región, una conferencia
episcopal, etc., elegimos cuáles son límites del conjunto
a observar y le llamamos sistema focal:
Organización
La organización es el elemento suficiente para que la
energía que requiere el sistema se haga operativa (An-
derson y Cárter, ob. cit). Cuando decimos que el todo es
más que la suma de las partes, ese más es la organización.
Ésta se define por el ordenamiento de las partes según
una pauta para poner el sistema en funcionamiento. Esa
pauta establece una configuración relacional que se man
tiene en el tiempo y se corrige a sí misma continuamente
por retroalimentación para cumplir con su tarea prima
ria. Así, una escuela se organiza en función de lograr el
funcionamiento adecuado para impartir enseñanza y for
mación a los alumnos. En un presbiterio el patrón organi
zativo puede responder a la manera adecuada de realizar
la actividad pastoral para transmitir la fe.
La organización puede mostrar distorsiones respecto
de la pauta que la organiza. Una pastoral de la caridad
puede organizarse de modo tal que se convierta priori
tariamente en una fuente de ingreso para sus miembros.
El hecho es lícito en sí mismo pero es una distorsión res
pecto de la meta original. Buscar la pauta organizadora
ayuda a entender lo que ocurre en un sistema focal.
Los sistemas sociales pueden estar fuertemente orga
nizados, como los sistemas piramidales o con una organi
zación más laxa como una asamblea. Cuando el sistema
está altamente organizado, sus componentes guardan
una fuerte interdependencia entre ellos, de modo que lo
que cada uno hace es crucial para los otros (una familia,
una comunidad con lazos cercanos, un presbiterio).
Cuando está pobremente organizado los componentes
son independientes y autónomos, "cada uno anda por
su lado".
Sin algún grado de organización los componentes no
mantienen suficiente relación entre sí, por lo tanto, la
energía no se dispone en un orden operativo sino que
tiende a distribuirse de manera aleatoria volviéndose
cada vez más inaccesible. Como consecuencia, el siste
ma pierde la capacidad de organizar el trabajo y entra
en decadencia o colapsa por falta de interacciones. Suele
definirse esta situación como estado de "entropía", vo
cablo cuyo origen se atribuye a Rudolf Clausius (1865).
La medida de la eficacia de la organización es su ca
pacidad para permitir que se logren las metas del siste
ma y simultáneamente, las de los miembros que lo com
ponen. Nos mantenemos en la perspectiva de la aten
ción simultánea y armónica entre ambos aspectos.
Los sistemas son dinámicos, se desarrollan en el tiempo,
y, al igual que la personalidad individual, están conti
nuamente en procesos de cambio (morfogénesis) y de
mantenimiento del equilibrio alcanzado (morfostasis).
Al permanecer en el tiempo pueden evolucionar para
lograr sus propósitos. El principal objetivo es su auto-
preservación: las familias, los grupos de amigos, las aso
ciaciones, cambian su forma para preservar su identidad
y su función a medida que las condiciones internas o
externas van cambiando. Si no pueden evolucionar en
tran en funcionamientos anacrónicos y la consecución
de metas y la salud de sus componentes se compromete.
En esta situación, como vimos, se genera una situación
de crisis.
Morfostasis: define el estado de mantenimiento de
la estructura, del status quo. Se logra por intercambios
complejos entre el sistema y el ambiente que tienden a
preservar o mantener una forma (homeostasis en un or
ganismo, ritos cultuales en una sociedad).
Morfogénesis: define el proceso que resulta en un cam
bio de la organización por elaboración o modificación de
los rasgos estructurales. Ocurre cuando en el individuo o
en el grupo se produce un nuevo aprendizaje o un cambio
cualitativo. Son procesos promotores de la desviación.
Entre estas dos variables la situación puede correrse
hacia alguno de los dos polos, pero si se estabilizara en
uno de ellos, el sistema desaparecería. Por tanto, el de
safío es cómo preservar el orden en medio del cambio
y cambiar en medio del orden. Para la "identidad" del
sistema, es necesaria la continuidad entre los estados
previos vividos, las situaciones nuevas que surgen y los
desafíos que plantea el futuro.
El estado de equilibrio óptimamente estable se alcan
za cuando existe un grado suficiente de organización,
complejidad y apertura hacia el medio, que incluye las
necesarias adaptaciones a los cambios de afuera o de
adentro del sistema que generan cierta tensión o conflic
to indispensables para la vida del conjunto. Esa tensión
se manifiesta como frustraciones, o como entusiasmo,
agresión, rivalidades. Cuando la tensión es excesiva se
genera la crisis, como vimos en el capítulo 2.
Cierto grado de tensión en un grupo es vital para él
aunque pueda aparecer como factor constructivo a veces,
destructivo otras. Pero cuando se quiere conservar la ar
monía del sistema evitando a cualquier precio los con
flictos, la interacción entre las partes se va debilitando,
ya que al no poder hablar de lo que importa cada uno se
encierra en sí mismo y el sistema termina disgregándose
por desvitalización. Así ocurre cuando las personas van
dejando de asistir a los encuentros o incluso se van reti
rando real o virtualmente de la fraternidad sacerdotal.
La salud del sistema está dada por su flexibilidad
para permitir conductas alternativas cuando los cambios
internos o externos al sistema lo requieren. La inflexibi-
lidad es la verdadera enfermedad de los sistemas.
Cuando un sistema humano está insuficientemente
organizado para cumplir con sus metas básicas, como
ocurre con las familias muy desmembradas, o los gru
pos muy incomunicados emocionalmente, como a veces
ocurre en algunos presbiterios, es indispensable encon
trar la pauta que los convoca o pauta organizadora, aun
si ésta se presentara como inestable, cambiante, incluso
parcialmente inapropiada.
Esta debe ser la tarea primaria ante una situación de
estas características. Es un error discutir metas (pasto
rales, acciones) cuando no se recupera la pauta de orga
nización consensuada. En esa condición, pueden darse
pautas contradictorias que mientras permanezcan ocul
tas no pueden solucionarse. Por ejemplo, discutir enfo
ques pastorales cuando encubiertamente se disputan lu
chas por el poder o diferentes concepciones eclesiales o
de teología del ministerio. Desde una formulación clara
en la que los miembros se sienten expresados es posible
avanzar hacia una mejor forma de organizarse. Desde la
cerrazón sólo se logra partir el sistema.
Límites
Se refieren a la definición de la frontera del sistema
focal, o sea, hasta dónde llega la pertenencia al mismo.
Están dados por la cantidad de interacciones que deli
mitan quienes están dentro o fuera del sistema. En el
lugar del límite los miembros interaccionan más entre sí
que con los de afuera. Cuando alguien alcanza un nivel
de intercambio tan asiduo con los miembros del grupo
como el que los componentes del mismo guardan entre
sí, decimos que se incorporó al sistema o se hizo "uno
más de la familia".
Los límites son el lugar de la separación pero tam
bién de la unión, entre el sistema y su entorno.
A veces los límites están muy bien definidos (está cla
ro quiénes pertenecen o no), otras son más borrosos. La
claridad con que está marcado un límite no da la pauta
de la frecuencia del intercambio con el medio. Una cosa
es definir cuál es el límite (quiénes son católicos) y otra
su naturaleza rígida o porosa según la mayor o menor
fluidez de intercambio con el ambiente que los distingue
como sistemas abiertos o cerrados (qué grado de comu
nicación se sostiene con otros credos o posturas). Todo
organismo viviente es ante todo un sistema abierto.
Los sistemas abiertos, aun cuando tengan límites bien
definidos, ejercitan mucha interacción con el ambiente
contextual. Estimulan la comunicación en todos los ni
veles y el feedback para responder a las diferentes nece
sidades a la luz de la tarea básica, porque están orienta
dos hacia la meta/misión. Responden a las intrusiones del
afuera con un desarrollo o cambio de su propia estruc
tura para alcanzar un nivel superior más completo. Por
ejemplo, los nuevos paradigmas culturales en materia
de sexualidad, que sustentan posturas no compatibles
con la enseñanza de la Iglesia católica, representan una
intrusión ambiental que afecta a todos los miembros
del sistema eclesial; por lo tanto, imponen la elabo
ración de los desarrollos necesarios para alcanzar un
nivel superador de los enunciados vigentes, en lugar
de rechazarlos. Para el sistema abierto, la intromisión
ambiental es ocasión de crecimiento, profundización,
replanteo. Desde lo eclesial permite escuchar la inter
pelación que puede surgir desde los acontecimientos y
deseos de la gente.
Los sistemas cerrados, de escasa interacción con el
contexto, hacen imposible el diálogo. Controlan el pro
ceso de feedback para asegurar el mantenimiento de las
estructuras de autoridad dentro del sistema y la obe
diencia acrítica. La meta se vuelve hacia el manteni
miento del status quo; son autorreferenciales. Desalien
tan el diálogo y tienden a la centralización. La intrusión
ambiental les ocasiona una pérdida de organización o
un cambio hacia la disolución del sistema.
En una época de tantos y tan acelerados cambios
como la que vivimos, la defensa habitual ante la confu
sión externa suele ser cerrar el sistema, en lugar de pro
fundizar la claridad de la frontera (qué significa formar
parte del presbiterio, qué tipo de interacciones tolera y
cuáles no, cuál es la pauta organizadora, etc.), recuperar
los fundamentos esenciales de la pertenencia y asumir
los desafíos de elaboración teológica y doctrinal a los
que obliga la cultura actual.
Vemos ese mecanismo de protección en algunos
grupos que se encierran dogmáticamente en sí mis
mos, enfatizando reglas y obligaciones, formalismos y
obediencia. Es una defensa que sirve temporalmente, a
veces puede ser puntualmente necesaria, como cuan
do se aísla a un enfermo para disminuir el poder des
integrador de una excesiva estimulación, pero tarde o
temprano hay que volver al mundo y a lo no plantea
do. De lo contrario, el sistema quedaría aislado y se
desvitalizaría.
Una de las derivaciones de los sistemas abiertos es
la que se formula como el principio de equifinalidad. En
cualquier sistema cerrado, el estado final está inequívo
camente determinado por las condiciones iniciales: por
ejemplo, en un equilibrio químico, las concentraciones
finales de los compuestos reaccionantes dependen na
turalmente de las concentraciones iniciales. Si éstas se
alteran el estado final cambiará también. No ocurre lo
mismo en los sistemas abiertos. En ellos puede alcan
zarse el mismo estado final partiendo de diferentes con
diciones iniciales y por diferentes caminos.
Complementariamente, se formula el principio de
equipotencialidad que plantea que desde el mismo pun
to de partida pueden derivarse estados y efectos finales
diferentes. Por eso la formación permanente tiene toda
su legitimidad aun cuando el seminario asegure orde
naciones muy válidas. Lo que ocurre en la vida de los
sacerdotes puede tomar caminos muy diferentes según
las condiciones en que se desarrolle.
Jerarquía
La palabra jerarquía tiene mala prensa hoy día por
que remite a lo autoritario, es decir a las jerarquías auto
ritarias, formales y totalitarias. Sin embargo, desvestida
de su carga ideológica, la jerarquía describe el orden de
subordinación de las actividades para su máxima efica
cia. El ejemplo más cercano es el funcionamiento de las
células en el organismo. El sistema nervioso y su célula
específica, la neurona, tiene una función jerárquica en
cuanto subordina el funcionamiento de todos los com
ponentes (mencionado por Anderson y Cárter).
La línea jerárquica puede obedecer a diferentes pa
trones y fundamentos pero siempre es necesaria para la
coordinación del conjunto. Los mismos autores distin
guen algunas modalidades jerárquicas.
Vertical: las partes que generan mayor energía (ingre
sos, comunicación, imaginación, el "saber hacer") su
bordinan a las otras.
Poder o control: de unas partes sobre otras a través de
la regulación del acceso a los recursos o a la comuni
cación. A veces la secretaria parroquial ocupa un lugar
jerárquico porque decide quiénes se bautizan, los hora
rios, la agenda del párroco, etc. Puede derivar en rela
ciones de sumisión-dominación.
Autoridad: algunas partes funcionan como fuentes de
aprobación y sanción actuando como defensores de la
ortodoxia o responsables del funcionamiento del siste
ma (sea respecto de la fe, de las ideologías, de los mode
los científicos, etc.).
Otras veces la jerarquía está dada por la secuencia fija
en que debe producirse un desarrollo, como ocurre en la
pirámide de necesidades de Maslow, o en la pirámide de
alimentos necesarios para un estado de buena salud.
En el sistema presbiteral la jerarquía se constituye por
participación (Monseñor Franzini). Está sustentado por la
autoridad eclesiástica en cuanto depositaría del mensaje
de la fe y la inspiración del Espíritu que la anima; con un
ideal de autoridad como sinónimo de servicio, la pirámi
de se interpreta en forma invertida, donde los que están
en los puestos superiores tienen mayor responsabilidad
en el servicio a los que están en los niveles inferiores, ac
titud que se reflejaría tanto en las preocupaciones que
los desvelan como en las decisiones que se toman. Con
respecto al clero implica un presbiterio al servicio de su
comunidad y un episcopado al servicio de las comuni
dades a través de sus presbíteros. Cuando las cosas fun
cionan sin conflictos esta modalidad es altamente eficaz.
El sistema se pervierte cuando, en lugar del servicio, se
jerarquiza el deseo de dominación. Cambia la pauta or
ganizadora y el sistema pierde identidad.
Cuando algunas partes se autonomizan de la jerar
quía formal constituida puede darse una disociación
de la acción. En una organización sana la necesaria
interdependencia de funciones permite que cada sub
sistema mantenga cierta autonomía y cierta subordi
nación en función de la tarea a realizar. Una persona
madura acepta la jerarquía instituida sin renunciar a
su juicio y autonomía cuando determinadas situacio
nes lo requieren.
Vivimos una época de resistencia al concepto de au
toridad y por tanto de obediencia porque se idealiza la
libertad y la autonomía. En este caso la "intrusión am
biental" mencionada ha obligado a purificar el ejercicio
de la autoridad. Hoy sólo se reconoce una autoridad
autorizada, es decir, no basada en causas extrínsecas, en
roles o en designios divinos, sino en el testimonio de
personas e instituciones honestas en su vida y dignas de
confianza en su función. De allí se deriva la apetencia
actual de figuras de autoridad en quienes se pueda con
fiar. El dilema planteado por Erik Erikson (psicoanalista
estadounidense de origen alemán, 1902-1994), confianza
vs desconfianza básica, es dramáticamente vigente.
Diferenciación
Es la cualidad de los sistemas vivos de desarrollar
ciertas capacidades para una especificidad de funciones.
Mientras más desarrollado es el sistema, más diferen
ciadas son sus funciones. Así, en el organismo humano,
la neurona es la célula más diferenciada del organismo,
y la célula cancerosa la más indiferenciada: se reprodu
ce sin cesar y ocupa todos los terrenos sin cumplir una
función específica.
También este concepto ha tenido escasa acogida en
la organización de las diócesis. El ideal de la disponi
bilidad, la vastedad de la tarea a realizar, las urgencias
del momento, la insuficiente lectura de la naturaleza
de las necesidades más cruciales, la tentación de la in
mediatez, llevaron a requerir un modelo de presbítero
todo terreno, es decir, con funciones indiferenciadas e
intercambiables.
Así, algunos sacerdotes han desconocido sus propios
carismas o las autoridades Ies han solicitado tareas para
las cuales no estaban capacitados. A ello se agrega la es
casa importancia que en términos generales se dio a la
formación intelectual de los sacerdotes diocesanos, que
muchas veces se vieron privados de la posibilidad de
crecer en su síntesis personal y eclesial. Tampoco se los
preparó para tareas administrativas de las que luego tu
vieron que hacerse cargo.
Es verdad que algunos presbíteros piden diferenciar
se en función de proyectos personales escasamente vin
culados al proyecto eclesial, lo cual revela una disfun
ción subyacente en su formación o en su comprensión
del ministerio que no les ha permitido elaborar adecua
damente la pertenencia a lo eclesial. Otras veces son dis
torsiones personales que exigen atención especial.
Especialización
Supone la exclusividad o predominancia de una de
terminada función. Si bien es necesaria, si se lleva a cabo
en forma exclusiva lleva a inflexibilidades.
4 . O tros a specto s sistém ic o s
c>
las teorías de interacción mostraron que A causa B, pero
B a su vez influye sobre A modificándola.
110
nicacional: "Si todo esto no importa nada y sólo estamos
cumpliendo un rito, terminemos pronto así nos vamos a
hacer algo que valga la pena". Si se duda de la verosimili
tud de estas observaciones, observen lo que ocurre con la
feligresía cuando circunstancialmente se hace cargo de la
celebración alguien que se involucra personalmente.
Por lo tanto, la primera reflexión que cabe es pregun
tarse qué se comunica con la propia conducta al otro
que está ahí y cómo éste responde. Excepto que no se
vea al otro y se lo niegue como interlocutor.
La comunicación puede expresarse en registros de
códigos diferentes. Tomando el lenguaje informático,
Watzlawick los denomina digital y analógico.
El primer modo es el que se transmite a través de la
palabra hablada, que puede expresar conceptos, seguir
razonamientos y manejarse por canales lógicos, o, en
léxico psicoanalista, según el proceso secundario. Tiene
que ver con el contenido de la comunicación.
El lenguaje analógico en cambio, se expresa "visce
ralmente"; es un lenguaje afectivo, se vehiculiza a través
de posturas corporales, tonos de voz, gestos que revelan
la cualidad emocional del vínculo. Es un lenguaje me
nos preciso, más vinculado con la intuición y la empa
tia, pero define el sentido de lo que se expresa concep
tualmente, por tanto define la cualidad de la relación.
“El lenguaje digital cuenta con una sintaxis lógica
c o m p le ja y poderosa pero carece de una sem án tica ade
cuad a en el cam p o de la relación, m ien tras que el len
g uaje analó g ico posee la se m án tica pero no una sintaxis
ad ecuad a para la d efinició n ineq uívo ca de la naturaleza
de las re la cio n e s.’’38
Para ponerlo en un ejemplo, uno puede saludar en
un modo y un tono que puede transmitir interés, cor
tesía, simple cumplimiento, curiosidad incisiva, ironía,
complicidad. La fuente más común de malos entendi
dos ocurre cuando un interlocutor se adhiere al conteni
do racional ("esto es lo que dije textualmente") y el otro
alude al modo o actitud ("la forma en que lo dijiste").
El problema de relación no puede resolverse sólo en
forma digital, porque presupone la capacidad de am
bos para hablar acerca de la relación. La gente discute
a nivel del contenido, donde el desacuerdo no existe. El
desacuerdo está en el nivel de la metacomunicación, y
llegan a pseudoacuerdos.39
A partir de esta, explicación se entiende el mecanismo
por el cual se dan los desentendimientos40 que admite las
siguientes variaciones:
1. que haya acuerdo tanto respecto del contenido
como de la definición de la relación. Un párro
co y su vicario deciden organizar una nueva
acción pastoral, ambos piensan que es necesa
rio y se manejan con acuerdo respecto del rol
de cada uno en el modo de hacerlo.
2. desacuerdo respecto de ambos. No se está de
acuerdo ni en lo que se dice ni en el vínculo que
supone la comunicación. Por ejemplo, el obis
po desea que se haga algo en una parroquia.
El párroco no está de acuerdo en que eso sea
conveniente (desacuerdo en el contenido); pero
además tienen una mala relación entre ellos,
que no se explícita pero que se hace presente en
Confirmación
En el modo en que se responde se convalida la de
finición que el otro da de sí mismo y la persona que
recibe la confirmación se consolida en su identidad. El
otro me ve como yo me veo, me refuerza lo que creo de
mí (la identidad es relacional, dijimos). Por ejemplo, un
sacerdote propone un proyecto fundamentado para su
parroquia y el obispo lo estudia con interés y le da su
respuesta fundamentada (que puede incluir aprobar la
propuesta o dar razones de su inconveniencia). En su
respuesta la autoridad lo confirma como colaborador
valioso cuyas propuestas son dignas de considerarse.
Al confirmar damos vida. Se da a través de múlti
ples gestos. Es el factor decisivo para la salud y estabi
lidad mental.
El otro siempre es necesario para la autopercepción
de sí mismo (Buber,41 Laín Entralgo42), aun entre adul
tos. Todo hombre tiene el deseo de ser confirmado como
lo que es, o lo que puede llegar a ser. La humanidad
real sólo existe cuando esa capacidad se desarrolla. "La
búsqueda de autoconfirmación es una de las principales
motivaciones del intercambio, cuando no están en juego
razones de supervivencia."43 Cuando el vínculo no es
confirmatorio para ambos, no hay motivación para estar
juntos. No nos interesa estar con gente que no nos reco
noce en nuestra singularidad.
La confirmación en el sí mismo no debe confundirse con
el apoyo afectivo, o la dependencia de la aprobación del
otro. No es la palmada de aliento o la escucha de con
tención en la desolación. Es un tema ontològico. Hace
al reconocimiento de nuestra existencia. Internalizo esa
mirada que me dice que es bueno que yo exista, que mi
vida es valiosa para alguien. Es la confirmación que dan
las relaciones de intimidad.
Si bien la meta de la maduración religiosa es la vi
vencia de que se es amado desde el corazón de Dios y
que Jesús dio su vida como testimonio de ese Amor,
Rechazo
En la respuesta se rechaza la definición que el otro da
de sí mismo. Presupone el reconocimiento del otro, de
su existencia, no se lo ignora, pero se rechaza la forma
en que se propone a sí mismo: "¿Por qué habla éste así?
¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo
Dios?" (Me 2,1-12). No lo reconozco como lo que dice
que es. De ninguna manera ignoro su realidad; por el
contrario, me afecta profundamente que él diga algo,
pero rechazo lo que pretende decir de sí mismo.
Desconfirmación
Con la respuesta, desconozco la existencia del otro
desde donde él se define a sí mismo. Lo ignoro, paso
por encima de él. "Tu existencia no importa." Lo anulo.
Lleva a la pérdida de la mismidad.
Suele verse en las organizaciones cuando una per
sona con responsabilidad puentea al que está a cargo
de una tarea y da instrucciones contrarias a los subal
ternos. Las frecuentes quejas de "desautorización" son
quejas de desconfirmación.
Cuando comentamos la mentalidad de la época sole
mos comparar el joven de los años 60-70 que se oponía
a la autoridad (rechazo) con ciertas modalidades de la
juventud actual que no reconoce que pueda existir al
guna autoridad ajena a la realización de su espontanei
dad (desconfirmación). Una cosa es "no estoy de acuer
do con lo que dices" (rebeldía); otra "ni siquiera sé lo
que dices porque no me importa" (indiferencia total).
Lo mismo ocurre respecto de lo religioso. Diferencia al
ateo del indiferente.
Los intercambios se van complejizando porque
-como se explicó al hablar de circularidad- se va dan
do un mecanismo de retroalimentación por el cual si se
expresa "así es como yo sé que tú me ves", el otro pue
de responder "así es como tú crees que yo te veo". Si
coinciden en la visión que cada uno tiene del otro, se
entienden, de lo contrario siguen buscando a tientas y
con mucho dolor cómo encontrarse.
Impenetrabilidad
Es la respuesta hermética que no permite que el otro
capte algún signo de aceptación o de rechazo. Suele
expresarse en términos de enfrentarse a una "cara de
poker". Al quedarse sin señales el interlocutor cae pre
so de la desconfianza, la inseguridad y la confusión.
No hay mejor manera de enloquecer a otro que negarle
todo acceso a la propia interioridad y dejarlo siempre
sin saber lo que se piensa, especialmente si se tiene un
rol de autoridad y la vida de él depende de lo que esa
autoridad decida. Lleva a que todo lo que se evalúa sea
una construcción subjetiva o hipotética.
En los medios eclesiásticos, la impenetrabilidad sue
le darse a través de la extrema formalidad y distancia
afectiva. La diplomacia a menudo asume esa forma.
El secreto y la escisión
El secreto se distingue de la confidencialidad.45
La confidencialidad es la protección necesaria para res
guardar la intimidad de procesos que aún están en etapa
: i'-'
ÌÌ -
8.1. El funcionamiento institucional:
generador de salud o patología
Este capítulo se centra en el análisis del funciona
miento del presbiterio como una totalidad que puede
condicionar plenitud o sufrimiento en sus miembros y
facilitar o trabar la realización de las tareas prioritarias
que lo fundamentan. En el análisis del comportamiento
institucional se integrarán muchos conceptos que han
sido desarrollados anteriormente.
Se utilizan conocimientos de la teoría psicoanalítica
de las relaciones objetales y los procesos grupales, y la
teoría de los sistemas abiertos de las organizaciones so
ciales para que ayuden a comprender la dinámica de
las organizaciones de la Iglesia, ya se trate de una pa
rroquia, de un seminario, de una diócesis, de una con
gregación, de una institución educativa. Partimos de la
suposición de que en todas ellas se lleva a cabo una ta
rea básica primaria (pastoral, educativa) a través de una
estructura organizativa, que cumple funciones adminis
trativas y de liderazgo.
48 lbid.
128
en práctica de la ilusión fundadora y obliga a
una tarea de elaboración psíquica que implica
duelos y renunciamientos
• la segunda proviene de la desilusión que oca
siona la distorsión de la pauta organizativa en
relación con la tarea básica
• la tercera ocurre cuando las personas se encuentran
invadidas por las tareas burocráticas y no pueden
realizar su desarrollo personal en el contexto del
cumplimiento de las metas de la institución.
Por la relación entre el vínculo intersubjetivo y la for
mación del sujeto, las características sistémicas que toma
la organización en estas situaciones pueden fomentar con
ductas y hasta provocar reacciones patológicas, que esas
personas no asumirían en otro contexto. Este es un con
cepto dave para la propuesta que estamos desarrollando.
Lejos de negar el protagonismo de la persona individual
y su responsabilidad personal, ayuda a hacer consciente
la importanda de dertos aspectos de la confluencia entre
la persona y la organizadón que se explican por el juego
de "fuerzas de campo" (Lewin, psicólogo alemán nado-
nalizado americano, 1890-1947).
El sufrimiento puede detectarse por la escucha de
sus miembros pero también por una serie de conductas
sintomáticas. Para entenderlas, siguiendo a Kernberg,
se describen algunos conceptos básicos que hacen a las
organizaciones.
8.6. Transferencia
Dada la importancia de este mecanismo en el hacer
cotidiano sacerdotal y en las trasgresiones a la promesa
celibataria nos detenemos para describir algunos con
ceptos básicos en este espacio, ya que su desconocimien
to es un factor causal de muchas disfundones.
Es un término que popularizó el psicoanálisis como
base de la cura psicoanalítica, aunque no es exclusivo
de esa disciplina. Los psicoanalistas entienden por tal el
"proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se
actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determi
nado tipo de relación establecida con ellos, y de modo
especial, en la relación analítica".52
En otras palabras, se trata de la repetición de patro
nes infantiles dé vinculación, vividos con un marcado
sentimiento de actualidad. Gabbard53 agrega: "Aunque
este concepto está generalmente asociado al psicoanáli
sis, o psicoterapia, esta relación es meramente un ejem
plo de un fenómeno mucho más general". Cada rela
ción es una adición del primero y definitivo apego de la
niñez (Brenner). Es ubicua porque se desarrolla en cada
situación en la que otra persona es importante en la vida
de uno: médico-enfermo, maestro-alumno, formador-
formando, sacerdote-fiel, novio-novia. Entonces, cada
relación es una mezcla de una relación real (los que so
mos ahora) y un fenómeno transferencia! (repetición de
relaciones anteriores) ya que la transferencia se "sobre-
impone" sobre características reales.
El sacerdote es una figura privilegiada con la que se
establecen vínculos transferenciales porque además de
ser una persona real con su personalidad concreta, es
también una representación parental, paterna o materna
y también fraterna, lo desee o no.
Como referente de un lugar de guía y autoridad, des
pierta "necesidad de sumisión" (Ferenczi S., psicoana
57 G a r r i d o , J., ob. d i.
148
• estructura las interacciones personales más allá
de las diadas como relaciones en referencia a
un tercero que actúa como garante de la cuali
dad de las mismas
• estructura la identidad personal social, sexual
y laboral y la integración psíquica desde su vin
culación como discípulos de Jesús, cuyo rostro
visible se continúa en la presencia de la Iglesia
de comunión.
El concepto de comunidad no excluye un tipo de or
ganización al servicio del crecimiento de sus miembros.
No es una afectividad anárquica ni una institución le
galista. Utiliza aspectos institucionales al servicio del
desarrollo en libertad de las conciencias. Encuentra su
unidad en el Espíritu que la anima.
Cuando la institución no se organiza en fidelidad a
estos requerimientos, no forma vínculos de comunión,
pierde coherencia, cohesividad, y entra en disfunción,
porque se hace incongruente con lo que definimos como
Tarea Básica, o como Meta Externa o Misión.
Exigir un pastor como guía de la comunidad eclesial
supone elegir una persona capaz de vivir sin las garan
tías que suponen los cargos clericales.
La opción celibataría
A. No es la negación de la sexualidad.
Negación: "mecanismo defensivo inconsciente que
permite rechazar los hechos que se experimentan como
insoportables o que amenazan la integridad o la ho
meostasis alcanzada".60
B. Es la elección de una manera de vivir el deseo pul-
sional genital que reconoce cuatro posibilidades:
• satisfacerla
• reprimirla
Represión: "bloqueo inconsciente de una pulsión que
por tanto no llega a experimentarse"61 ("yo con el sexo
no tengo problema" suele ser una declaración que reve
la la acción de mecanismos represivos).
• sublimarla
Sublimación: "desviación de una pulsión de su objeto de
satisfacción para orientarla hacia un objeto más aceptado
socialmente".62 Transforma el deseo y emplea la energía
sexual en actividades pastorales. Si la energía sexual se
desvía hacia otro tipo de actividades habría que replan
tear la coherencia de la opción. De todos modos, siempre
quedará un deseo residual específico que no tiene gratifi
cación. Por otro lado, la posibilidad de sublimar:
- Reconoce variaciones personales
- No es voluntaria (no es cuestión de la voluntad
sino de la personalidad)
- Exige capacidad de simbolización; cumple pa
sos en los procesos psíquicos que suponen la
renuncia al objeto específico y una condensa
ción de la afectividad sobre los aspectos ideales
del Yo
- Para que se instale como mecanismo a lo lar
go de la evolución, depende de las actividades
que la cultura le haya ofrecido.
Recordamos también que no se sublima el deseo
sexual ni la genitalidad en sí misma, sino el modo de sa
tisfacción de las pulsiones parciales, y nunca lo hace con
cien por cien de efectividad, por lo cual siempre queda
rá un residuo de insatisfacción que hay que integrar.
61 Ibid.
62 Ibid.
• renunciar a gratificarla
C. Es la elección de un vínculo (Domínguez Morano), no
la elección de estar solo, aunque exija una soledad especí
fica (la del amor sexual). Pero es un vínculo presente en la au
sencia que supone: vínculo con Cristo presente en el rostro
del prójimo. Para ello es imprescindible contar con:
• capacidad de simbolizar y abstraer
• capacidad de constancia objetal, es decir, vi
vencia de estar vinculado a un objeto interno
bueno y vivo (se da en la génesis de la repre
sentación de Dios).
D. Es un proceso dinámico que se va realizando en el tiem
po y se concreta a través de una promesa que tiene valor en
sí misma y ante otros. Si la promesa es prematura, la
crisis sobrevendrá por la necesidad de completar tareas
vitales. Por eso, como dijimos, es tan difícil decidir si al
guien está listo para ello. Podemos orientarnos por dos
criterios muy básicos:
- que haya alcanzado la etapa de desarrollo co
rrespondiente a su edad cronológica
- que ésta sea la suficiente como para haber lo
grado una identidad sexual y "laboral".
Es decir, que haya terminado las tareas básicas de la
adolescencia y por tanto:
- tenga capacidad de establecer vínculos deseroti-
zados sociales y con la autoridad (que no rivali
ce permanentemente con todo el que represente
a "papá" o se someta a él para agradarle)
- haya renunciado a la posesividad característica
de etapas infantiles. Habitualmente este estado
se expresa en términos de haber "aceptado la
función paterna" que no está referida al padre
varón, sino a la aceptación de la ley vital que nos
constituye como separados, mortales, e inscrip
tos en una historia y en una filiación
- que exhiba un grado suficiente de realismo
sexual en cuanto a conciencia y aceptación de
las demandas pulsionales
- que remita a la elección de un vínculo, no a la
incapacidad de vincularse.
a) Llamados
Una afirmación del Papa Benedicto XVI al inaugurar
la V9 Conferencia General del Episcopado Latinoameri
cano en Aparecida, Brasil (mayo de 2007), nos sirve de
punto de partida de nuestra reflexión: ",.. Quien excluye
a Dios de su horizonte falsifica el concepto de «realidad» y, en
consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y
con recetas destructivas... Sólo quien reconoce a Dios, conoce la
realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente
humano...". Nada de lo que a continuación propondre
mos se puede entender sin Dios, sin una explícita refe
rencia a Él y a su modo de relacionarse con los hombres
a lo largo de toda la historia de salvación. Por ello de
cíamos más arriba que cualquier consideración sobre el
sacerdocio ministerial que no parta de esta perspectiva
quedará necesariamente siempre "corta" para describir
este "misterio grande". Ciertos análisis y consideracio
nes sobre la vida y la identidad presbiteral cometen este
error. Sin Dios y su Revelación es impensable el minis
terio presbiteral y no hay categoría meramente humana
que alcance para abordarlo adecuadamente.
Así el punto de partida de nuestro análisis nos lo da
el Señor, que en su diálogo con Nicodemo nos enseña:
"... Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único
para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga Vida
eterna" (Jn 3,16). También San Juan se hace eco de esta
afirmación en su primera Carta: "... este amor no con
siste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él
nos amó primero..." (1 Jn 4,10). La iniciativa amorosa de
Dios está en el origen de la historia de la salvación: la
llamada de Abrahám, la formación del pueblo elegido,
su éxodo liberador, la tierra prometida, el destierro y
la vuelta a la tierra... Todo fruto del amor primero de
Dios por su pueblo. Además en esta historia siempre
Dios ha obrado llamando a algunos hombres frágiles
y limitados para que -en su nombre y a través de dis
tintos servicios- fueran llevando adelante este diálogo
amoroso de invitación y respuesta libre, responsable, es
decir, en clave de alianza. En la plenitud de los tiempos
este itinerario se "condensa" en la persona del Hijo de
Dios hecho hombre, que realiza y establece la definitiva
Alianza entre Dios y los hombres y constituye el nuevo
pueblo de Dios, para que anuncie y realice hasta el fin
de la historia las "maravillas de Dios" en continuidad
con esta pedagogía de salvación: don primero de Dios,
respuesta libre y responsable del hombre, a través de
humildes mediaciones. Acá se esconde y se concentra el
misterio de la Iglesia y de todas sus instituciones, ante
todo, los sacramentos.
Cuando Jesucristo establece su Iglesia y la deja como
signo e instrumento (sacramento) de su presencia salva
dora a través de los siglos está expresando el amor pri
mero de Dios que se manifiesta y prolonga en el tiempo
a través de ella. Cuando instituye los siete sacramen
tos realiza este misterio de amor, actualizando en cada
uno cuanto ha realizado definitivamente en su Pascua.
Cuando llama a algunos para que, en su nombre, ce
lebren los sacramentos está haciendo presente aquí y
ahora este dinamismo salvador con sus mismas carac
terísticas. Los presbíteros son, entonces, don de Dios;
expresión concreta del cuidado de Dios por su pueblo;
cumplimiento de la promesa ya anunciada por el pro
feta: "les daré pastores según mi corazón" (Jer 3,15). Pero
don que se realiza en la fragilidad del instrumento, de lo
cual el llamado y toda la comunidad han de ser siempre
conscientes: "nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de
barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no
procede de nosotros, sino de D ios..." (2 Cor 4,7). Hasta acá
intentamos decir que nadie es sacerdote por iniciativa
o decisión propia. O, en todo caso, la propia decisión
es la de abrazar con creciente generosidad y entrega la
llamada de Dios, recibida a través de la mediación ecle-
sial. Hasta el mismo lenguaje nos ayuda a captar esta
verdad fundamental: el presbítero no se ordena sino que
es ordenado (como también lo son el obispo y el diácono).
La voz pasiva utilizada expresa cabalmente la realidad
teologal vivida.
Ahora bien, conforme a la "economía sacramental"
de la salvación se trata de un don que es "mediado", re
gulado, administrado por la Iglesia. En el acontecimien
to fundacional de su Iglesia Jesucristo le encomienda la
formulación concreta del camino sacramental instituido
para realizar en la historia la salvación de los hombres.
Así la Iglesia, desde los inicios y hasta el fin de los tiem
pos, regula y administra esta "economía" para bien del
pueblo de Dios. No impone arbitrariamente, sino que
obedece a su Señor, bajo la guía del Espíritu Santo. La
mediación eclesial se ha ido desarrollando a través de
los siglos con las características propias de cada época
y cada cultura. Expresión de ello son los diversos ritos
dentro de la única Iglesia, presidida por el sucesor de
San Pedro. Sin embargo hay rasgos básicos que están
delineados en el Nuevo Testamento a los que la Iglesia
se somete y custodia. Se trata de un proceso dinámico,
rico y complejo, cuyo estudio y desarrollo excede el co
metido de estas páginas. Para tomar conciencia cabal de
esta afirmación baste señalar que recién fue el Concilio
Ecuménico Vaticano II (1962-1965) el que proclamó so
lemnemente la sacramentalidad del Episcopado y fue
el mismo Concilio el que, después de muchos siglos,
restableció la posibilidad de ordenar como diáconos a
varones casados del rito latino.
En síntesis, para la comprensión católica del minis
terio ordenado los pastores no son una creación de la
comunidad en función de sus propias necesidades, sino
un don de Dios que -a lo largo de los siglos- sigue pro
veyendo a su pueblo de cuanto necesita para llegar a su
destino. Jesucristo es el Buen Pastor, el único pastor de
la Nueva Alianza, pero ha querido sacramentalizar su
presencia a través de los pastores que sigue llamando
para el servicio de su pueblo. Y para ello cuenta con la
mediación eclesial.
De todo lo expuesto se desprende la responsabili
dad que le cabe a la Iglesia en orden a regular todo lo
relativo a los sacramentos y, concretamente en relación
a nuestro tema, todo lo relativo al sacramento del Or
den Sagrado. Ella es la que llama y pone las condiciones
según los tiempos y la cultura; ella es la que establece
quiénes son los sujetos idóneos para este servicio; ella
es la que regula los medios adecuados para responder
a los tiempos; ella es la que pone criterios y exigencias
para plasmar en el momento presente la identidad fun
damental y siempre vigente del pastor que Jesucristo
quiere para su Iglesia.
De aquí se sigue la importancia de una adecuada y
perseverante pastoral vocacional que ayude a todos los
fieles a vivir su vida como respuesta al Señor que llama
a todos a una Vida plena, a su servicio y al de los her
manos. En esto consiste la vocación universal a la san
tidad que todos recibimos en nuestro bautismo. Por eso
un primer servicio de toda pastoral vocacional auténtica
será ayudar a vivir la vida de todos los fieles en clave
"vocacional", es decir, como respuesta al amor primero
de Dios que llama constantemente, a lo largo de toda la
vida hasta su último instante. De hecho la última llamada
será la del encuentro definitivo con Él. Pero es necesario
tener presente que este diálogo permanente de llamada y
respuesta tiene momentos, acontecimientos y etapas de
la vida particularmente decisivos. Una de esas etapas es
la de la juventud, etapa en la. que se hacen las grandes op
ciones que determinan el rumbo de la propia vida. De allí
que toda pastoral juvenil seriamente planteada no pueda
soslayar una clara y madura propuesta vocacional. La
común vocación a la santidad se especifica en caminos
particulares, entre ellos el ministerio ordenado.
Es misión de la pastoral vocacional ayudar a cada
uno a descubrir y responder con lucidez y responsabi
lidad la propia vocación. En este misterioso diálogo en
la fe entre el Dios que llama y el sujeto que es llamado
intervienen diversas mediaciones eclesiales. Sin embar
go dicho diálogo deberá culminar en un "tú a tú" in
soslayable. Cuando la Iglesia llama en nombre de Dios
para el servicio presbiteral desafía la propia libertad y
responsabilidad de quien es llamado. Ella pone las con
diciones, reconoce el llamado y hace la propuesta. Pero
necesariamente quien es llamado deberá reconocerse
llamado, aceptar las condiciones y asumir la propuesta
con todas sus exigencias. Pocas personas ponen tanto en
juego su libertad y responsabilidad en vistas a su futuro
como un joven que ha hecho un adecuado proceso de
discernimiento vocacional.
Ahora bien este proceso que describimos somera
mente no siempre se realiza de forma lineal y plena
mente ponderada. En buena medida muchas crisis de
la vida presbiteral están ligadas a que esta etapa inicial
(y determinante) no siempre es vivida con la madurez,
hondura y paciencia necesarias, por parte de los distin
tos actores involucrados en la formación sacerdotal, en
primer lugar los mismos sujetos presumiblemente lla
mados. Estamos frente a un misterio grande en el que
hay muchos valores en juego. El primero de todos es
la realización humana y cristiana de una persona. Por
ello son necesarios tantos recaudos. Aquí no alcanzan
los buenos propósitos ni voluntarismos poco cristianos;
no alcanza "querer ser cura" ni "querer servir". Hay
criterios objetivos y determinantes para discernir un lla
mado y es indispensable que quienes tienen la respon
sabilidad de hacerlo, como quienes se consideran con
vocados, puedan referirse a ellos con claridad y firmeza.
Y esto no significa buscar "superhombres"; recordemos
la "lógica" de Dios para elegir sus instrumentos (cfr. 1
Cor 1,26-29). Sin embargo, son indispensables índices
suficientes de madurez humana y espiritual para este
servicio. También acá -y mucho más que en otros ámbi
tos- la gracia supone la naturaleza.
En esta perspectiva es importante detenerse a consi
derar un aspecto peculiar de la llamada a la vida pres
biteral que no siempre se lo tiene claro, con lamentables
consecuencias. Nos referimos a la vocación celibataria de
los presbíteros de la Iglesia latina. Estrictamente habría
que hablar de una doble llamada: un mismo sujeto es lla
mado a la vida célibe y a la vida presbiteral. Más precisa
mente, de entre quienes han sido llamados a la vida céli
be, la Iglesia llama a algunos para el servicio presbiteral
(y, eventualmente, episcopal). Podríamos decir que hay
una precedencia "ontològica" de la vocación al celibato,
si bien cronológicamente suele despertarse primero la in
quietud por la vida sacerdotal y, a raíz de esto, la concien
cia del llamado a la vida célibe. No es que se le imponga
a quien cree ser llamado al sacerdocio la "obligación" del
celibato. Por el contrario, la Iglesia de rito latino llama al
servicio presbiteral a quien ha reconocido también llama
do al celibato y el sujeto libremente responde a esta pro
puesta porque se reconoce llamado a ambas vocaciones.
Así como las Iglesias de rito oriental prevén la posibilidad
de llamar a hombres casados al ministerio presbiteral (no
al ministerio episcopal) o así como la misma Iglesia la
tina llama a hombres casados al ministerio diaconal. Es
siempre la Iglesia la que llama según las condiciones que
juzga oportunas aquí y ahora.
Por ello, es justo decirlo, cuando hablamos del celibato
sacerdotal nos referimos a una disciplina de la Iglesia la
tina que absolutamente podría ser modificada. Es cierto
que, con fundadas razones bíblicas, teológicas, espiritua
les y pastorales, la Iglesia siempre ha sostenido que el celi
bato está en múltiple armonía con el sacerdocio, como enseña
el Concilio Vaticano H.64 Por ello desde hace más de diez
siglos ha establecido que el ministerio presbiteral sólo
sea conferido a varones célibes y no parece que esté en
el horizonte cercano una modificación de esta venerable
tradición eclesial. Por ello, frente a las dificultades para
su vivencia, se hace necesario ante todo volver a recu
perar una adecuada presentación de este "don inestimable
para la Iglesia".65 Es bueno saber -contra los que muchos
creen- que la falta de vocaciones no es atribuible específi
camente al celibato. Las Iglesias de la Reforma, que cuen
tan con pastores casados, padecen la misma dificultad
y - en algunos casos- mayor aún que la Iglesia Católica.
Una vez más recordamos que las crisis y dificultades han
de ser estímulo y provocación para una más profunda
y radical vivencia del Evangelio en todas sus exigencias,
también el celibato con toda su belleza y fecundidad.
c) En comunión
"... Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de
comunión trinitaria en tensión misionera, donde se ma
nifiesta toda identidad cristiana y, por tanto, también la
identidad específica del sacerdote y de su ministerio. En
efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que
recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el
Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Ca
beza y Pastor de su pueblo, se configura de un modo
especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu
Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mun
do... Se puede entender así el aspecto esencialmente re
laciona). de la identidad del presbítero.. ."“ La identidad
esencialmente relacional del presbítero configura su mi
nisterio y su vida de manera decisiva. Ya hemos señala
do más arriba que su servicio no se entiende al margen
del obispo que lo llama y envía y a quien representa, ni
tampoco aislado del presbiterio, al que es integrado por
la ordenación.
Pero la "relacionalidad" propia de la identidad pres
biteral no acaba allí. Se abre al amplio espectro de la co
munión eclesial y está llamada a desplegarse al servicio
de la Iglesia, cuya vocación más profunda es ser signo e
instrumento de la comunión de los hombres con Dios y
de los hombres entre sí.69Por ello una buena síntesis de la
identidad presbiteral es la que lo presenta como "servi
dor de la comunión". Comunión que brota de la configu
ración sacramental con Jesús Buen Pastor y lo introduce,
bajo un nuevo título, en la comunión trinitaria y eclesial.
Comunión que se ha de afianzar día a día en un encuen
tro creciente con el Señor, y a su servicio, en la Iglesia.
Comunión que -reflejo siempre "pálido" de la Trinidad-
se abre a la misión y, por tanto, se verifica y manifiesta en
el ejercicio del ministerio pastoral al servicio de la comu
nión eclesial para la salvación del mundo.
El vínculo primero y fundante de la comunión del
presbítero es su relación de cooperación con el obispo,