Tentación y Discernimiento
Tentación y Discernimiento
Tentación y Discernimiento
Introduccin
Estas pginas quieren servir de ayuda para una revisin de vida o para el discernimiento espiritual de los cristianos, ya sea personal o en grupo. Estn enfocadas para examinar y discernir lo bueno, los defectos, sobre todo las tentaciones abiertas o sutiles de dos reas centrales de la vida cristiana: la oracin y el apostolado. La oracin y el apostolado son centrales en la espiritualidad segn el Evangelio. Corresponden a dos expresiones privilegiadas de la experiencia cristiana, que es el amor a Dios y el prjimo. Corresponden igualmente a los dos grandes polos de la vocacin del hombre, la contemplacin y la accin, que en la espiritualidad cristiana estn llamados a encontrar su mejor sntesis. La revisin de vida que aqu se propone parte de las tentaciones ms corrientes. Al versar stas sobre prcticas cristianas de suyo buenas, los demonios de estas tentaciones son habitualmente sutiles, y requieren discernimiento. Por eso los temas centrales de este trabajo van precedidos de una reflexin sobre la naturaleza de la tentacin y de la accin del demonio, as como del discernimiento de espritus segn los grandes maestros espirituales. Para terminar hemos agregado una breve reflexin sobre el discernimiento del equilibrio cristiano entre la bsqueda de la felicidad y la renuncia.
Prembulo
La tentacin es condicin normal de la vida humana y cristiana. La tentacin en s misma no es inmoral ni implica un mal; es slo la invitacin a alguna forma de mal. El mismo Jess tambin conoci la tentacin (aunque de modo diverso a nosotros, pues la ocasin de su tentacin no estaba en las tendencias de su naturaleza sino puramente en la accin del demonio) lo cual no era incompatible con su absoluta santidad. De ah que nadie, aun los que han alcanzado los ms altos niveles de santidad, est exento de algn modo de tentacin. No querer tener tentaciones (o ciertas tentaciones) es una tentacin ms, de orgullo sutil y de angelismo. 1
La tentacin se suele relacionar con el pecado, con la tendencia a oponerse deliberadamente al querer de Dios, que es nuestro verdadero bien y felicidad. Pero en las personas con una espiritualidad seria y estable, la tentacin al mal deliberado suele ser, de manera habitual, superada sin grandes dificultades. Estas personas reconocen el mal donde est y usualmente tienen el espritu suficiente para rechazarlo. La tentacin es tambin la invitacin a una vida cristiana mediocre. Esta forma de tentacin es propia de las personas que ya tienen una espiritualidad. La mediocridad, la tibieza, el estancamiento, no estn necesariamente ligados a tal o cual pecado o a una aceptacin deliberada del mal, aunque con el tiempo puedan derivar en eso. Tampoco la tentacin a la mediocridad se percibe de manera explcita; es una tentacin sutil. A primera vista no parece tentacin; parece una situacin neutra e incluso buena. Lo que se est haciendo o dejando de hacer, el modo como se hace y las actitudes habituales que se tienen, parecen normales y razonables. Pero de hecho sucede que en tales personas no hay verdadero fervor ni progreso cristiano. La fe, la esperanza, el amor a Dios, la oracin, la caridad fraterna y el apostolado estn instalados en la mediocridad. A esta forma de demonio se refiere el conocido texto de Apocalipsis (3, 19): Yo s lo que vales; no eres ni fro ni caliente, ojal fueras lo uno o lo otro. Desgraciadamente eres tibio, ni fro ni calientes, y por eso voy a vomitarte de mi boca. T piensas: soy rico, tengo de todo, nada me falta. No ves cmo eres un infeliz, un pobre, un ciego, un desnudo que merece compasin? Sigue mi consejo: cmprate de m oro refinado para hacerte rico, ropas blancas para cubrirte y no presentarte ms desnudo para tu vergenza; por fin, pdeme un colirio que te pongas en los ojos para ver. Yo reprendo y corrijo a los que amo; vamos, anmate y convirtete. La tentacin a la mediocridad por lo compleja y sutil, y a menudo inconsciente, requiere ser puesta al descubierto, iluminada e identificada para as poderlo superar. Es decir, requiere ser discernida. A ello corresponde el colirio que Dios ofrece en el texto bblico, que te pongas en los ojos para ver.
explcitamente malo de lo bueno, sino ms bien de distinguir el buen espritu del mal espritu. Es decir, distinguir lo que es llamada de Dios y lo que es tentacin. La diferencia con lo anterior est en que ambos espritus son fciles de confundir aun con buena voluntad, pues en las personas espirituales como las tentaciones son sutiles y a primera vista no parecen malas, se podran tomar como impulso de Dios. El discernimiento de espritus es mucho ms complejo que cualquier otro tipo de discernimiento. Requiere experiencia, doctrina, consejo. Este discernimiento tiene igualmente una larga tradicin en la espiritualidad cristiana; se haya presente, en grados diversos, en la enseanza de todos los grandes msticos y maestros espirituales, a partir de los Padres del desierto. Pero no todos ellos han pretendido analizar el tema de modo sistemtico, ni han destacado como maestros en el discernimiento de espritus. Entre los ms conocidos e influyentes (poco de nuevo se ha dicho despus de ellos sobre discernimiento espiritual) estn san Ignacio de Loyola y san Juan de la Cruz. Nuestra reflexin est inspirada en ellos. Los dos se complementan, pues la modalidad de su misticismo es diferente. El misticismo de Ignacio est orientado al servicio apostlico; su discernimiento quiere llevar a una forma de compromiso, de eleccin al servicio de Cristo en su Iglesia. La eleccin es esencial en el discernimiento ignaciano y es la clave de sus Ejercicios. El misticismo de Juan de la Cruz, en cambio, est orientado a la comunin con Dios y con el prjimo por la fe, la esperanza y la caridad. Fray Juan es un mstico-contemplativo. Su discernimiento no tiende tanto a orientar y confirmar un modo de eleccin por Cristo, como a purificar y madurar una leccin ya tomada. De ah las diferencias y la complementariedad. Ignacio es ms universal. Su doctrina del discernimiento es apta tanto para los que quieren comenzar a seguir a Cristo como para los adelantados en espiritualidad; es principio sus Ejercicios Espirituales son aptos para todos los que quieren reformar su vida. Juan de la Cruz se dirige a los que ya estn en camino de perfeccin cristiana; supone por tanto la primera conversin y eleccin. De hecho sus escritos estn dirigidos a los miembros del Carmelo reformado, aunque su doctrina es universal. En principio, sus obras no son aptas para los que comienzan, menos an para los que requieren una primera conversin. Con todo, ambos tienen el mismo objetivo: un discernimiento de espritus que permita al alma acceder a las actitudes y decisiones para una mayor entrega a Dios por amor. Igualmente, ambos presentan el discernimiento como un proceso de iluminacin, donde la disponibilidad para amar y servir a Dios se va purificando y confirmando. Por la diversa naturaleza de sus escritos (los Ejercicios de Ignacio son esquemticos, a modo de subsidios para el director, y los escritos de fray Juan son tratados), el modo de exponer el proceso y la doctrina del discernimiento es diferente. San Ignacio lo propone a modo de 3
reglas en secuencia pedaggica: catorce en la primera semana de los Ejercicios y ocho en la segunda; adems de los tiempos y modos para hacer eleccin de vida, propios de la segunda semana y que agregan valiosos criterios para discernir la voluntad de Dios. En cambio en san Juan de la Cruz su doctrina del discernimiento no est sintetizada como tal, sino diseminada en sus escritos, conforme va analizando los sutiles defectos y tentaciones de los espirituales sobre todo en su tratado de la Noche Obscura. Las noches para el santo carmelita corresponden a la iluminacin y purificacin penosa de los afectos desordenados, lo cual implica un proceso de discernimiento. La noche de fray Juan no corresponde a la desolacin ignaciana, salvo en algn aspecto, como luego veremos. Ambos msticos, en fin, tambin coinciden en el hecho de que su doctrina sobre discernimiento de espritus procede bsicamente de su propia experiencia personal. En esto san Ignacio es particularmente transparente: sus reglas de discernimiento y momentos de eleccin corresponden a vivencias personales, histricamente identificables durante las primeras etapas de su vida de convertido.
eleccin y una santa objetividad e indiferencia. (v. gr. en el segundo punto del modo de eleccin (179) y en las cuatro reglas que siguen (184-187). San Juan de la Cruz sigue otro mtodo en el camino de esta libertad interior: analiza las sutiles y a menudo inconscientes tentaciones y servidumbres del alma que impiden a las personas espirituales una mayor libertad para amar. Al mismo tiempo va proponiendo el modo de comportarse el alma para recibir la iluminacin de Dios, y as ir discerniendo y purificando estas sutiles servidumbres. Ah donde Ignacio pone el acento en la eleccin al servicio de Dios, fray Juan lo pone en la comunin con Dios. Son las dos dimensiones complementarias de la mstica cristiana. Leemos en el primer libro de la Noche Obscura (captulos 2 a 7), que lo propio de estas imperfecciones y tentaciones es que el espiritual no las percibe como tal; ms bien le parece que hace bien. El santo carmelita ve en esto una forma tpica de la influencia engaosa del demonio. As, un secreto orgullo espiritual y complacencia en sus prcticas cristianas; un deseo de tener ms y ms gustos y experiencias sensibles, o gozarse en ello buscando su propia gratificacin o deseando aparecer espirituales ante los dems; o el hecho de decaer en el nimo y hacerse displicentes cuando no sienten fervor; o bien la tendencia a compararse con otros Para san Juan de la Cruz, el discernimiento y superacin de estas tentaciones que amenazan la libertad interior, requiere la accin purificadora o iluminadora de Dios en el alma, las noches del sentido y del espritu. Los dos msticos coinciden igualmente en otro criterio fundamental: la tentacin ms sutil y peligrosa en las personas espirituales es la que se da bajo apariencia de bien: de ese modo el demonio engaa y obscurece el discernimiento. As en la cuarta regla ignaciana (segunda semana de los Ejercicios): Es una caracterstica del espritu malo tomar de apariencia de un ngel de luz (). Despus tratar poco a poco de llevar al alma segn sus secretos engaosos y malos designios. Y Juan de la Cruz en sus Cautelas (10): Debe notarse que entre las muchas astucias del demonio para engaar a las personas espirituales, la ms comn es engaarlas preferentemente bajo la apariencia de bien que bajo la de mal, pues bien sabe que ellos difcilmente escogen un mal conocido como tal Este hecho subraya la importancia de tener en cuenta otros criterios, ms particulares, de discernimiento de espritus. Entre stos, el criterio de la consolacin-desolacin ocupa un lugar eminente en la doctrina de san Ignacio. Este criterio est de algn modo presente en casi todas sus reglas de discernimiento de espritus, ya sea en la primera o segunda semana. Esencialmente el criterio es el siguiente: lo que viene de Dios causa consolacin en el alma; lo que viene del mal espritu, de la tentacin, causa desolacin. La consolacin es paz, inspiracin a lo bueno, intensidad de fe, confianza y amor de Dios. Estos signos de consolacin no 5
siempre van acompaados de consuelos sensibles; lo que da consolacin no es necesariamente lo que a la persona le gusta ms: la paz y la inspiracin a lo bueno pueden a veces ir acompaadas de aridez y sacrificio interior. La desolacin, en cambio, es el estado contrario a la consolacin (confusin, ansiedad, tristeza, tibieza) Igualmente, los signos de desolacin pueden a veces ir acompaados de gustos sensibles: tanto la desolacin como la consolacin son experiencias arraigadas en lo profundo del alma y no en la pura sensibilidad. En este tema san Juan de la Cruz toma un camino diferente, aunque convergente y complementario. Su punto de partida no es el de la consolacindesolacin, en el proceso de discernimiento espiritual, sino el de las noches, el de las arideces u pruebas de la noche obscura del alma. Para fray Juan, la noche es esencialmente presencia de la accin de Dios, un proceso en el que el alma debe conservarse, a pesar de todo, fiel y en paz. En este sentido la noche tiene afinidades con la consolacin ignaciana y no con la desolacin. La noche es una experiencia de profunda purificacin del espritu por sequedades y pruebas. El santo carmelita busca en su doctrina, ayudar al alma a discernir si esta experiencia de la noche est cumpliendo el objetivo santificante que Dios quiere de ella, o si el demonio est aprovechando la aridez para hacer creer a esa persona que est mal porque no siente las cosas de Dios, y llevarla por ese camino al desnimo y a la mediocridad. Es decir, discernir si la noche est arraigada en la consolacin o va hacia la desolacin usando el lenguaje ignaciano. El criterio de Juan de la Cruz para discernir si uno est en la noche que viene de Dios o en la desolacin del mal espritu, es que en la primera se mantiene la eleccin y fidelidad fundamental a Dios en todos los aspectos de la prctica de la vida cristiana, y en la segunda, en cambio, la fidelidad decae progresivamente. En la noche no hay consuelo sensible, pero s fidelidad; lo que importa no es lo que se siente, sino lo que se hace. (Introduccin, especialmente No. 6, de la Subida del monte Carmelo). Puede suceder tambin que el mal espritu se disfrace, en un comienzo, de consolacin, para por ah llevar al alma a la desolacin. Tanto Ignacio como fray Juan abordan estos casos con un criterio de discernimiento coincidente: el modo de discernir la verdadera de la falsa consolacin es por los frutos, propios o no del espritu de Dios, que terminan por predominar en el alma. As san Ignacio en las reglas 3 y 5 de la segunda semana: El buen ngel y el mal espritu pueden dar consuelo al alma, aunque con propsito muy diferente. El buen ngel consuela para el progreso del alma, para que avance y se levante a lo ms perfecto. El mal espritu consuela con propsito contrario, para que despus pueda arrastrar al alma segn sus propias perversas intenciones y maldad () As debilita al alma, o la inquieta, o destruye la paz, quietud y tranquilidad que tena antes, causando turbacin al alma Y san Juan de la Cruz en la Subida II, c. II,6: (Las comunicaciones aparentemente devotas que vienen del mal espritu) causan en el alma ya sea agitacin, sequedad, y vanidad o 6
presuncin. Sin embargo, las comunicaciones del demonio no son tan eficaces en hacer dao, como lo son las comunicaciones de Dios en hacer bien. Pues las comunicaciones diablicas slo pueden suscitar los primeros movimientos sin capacidad para mover la voluntad () Las comunicaciones divinas, en cambio, penetran el alma, mueven la voluntad para amar, y dejan su fruto en ella La complementariedad de los dos santos queda una vez ms en evidencia en la doctrina del discernimiento en las consolaciones, las desolaciones y las noches. Un ltimo criterio bsico en que ambos igualmente coinciden. Debido a la naturaleza engaosa de la tentacin y a nuestra falta de libertad interior, el discernimiento personal corre muchas veces el riesgo de errar, aun recurriendo a los criterios tradicionales. Por lo tanto, en un proceso de discernimiento de cierta importancia hay que pedir consejo y comunicarse con personas competentes. Esto, al mismo tiempo, ayuda confirmarse a uno mismo en el camino y decisiones tomadas (para san Ignacio es muy importante la confirmacin de la eleccin discernida y tomada). Dice san Juan de la Cruz: Es comn en el demonio engaar bajo la apariencia de bien () Para hacer lo bueno, y estar a salvo en este punto, hay que pedir el consejo apropiado (Cautela 10). Y san Ignacio: Cuando el enemigo de la humana naturaleza tienta a un alma justa con sus engaos y seducciones, mucho desea que stos se reciban y queden en secreto. Pero si uno los manifiesta a un confesor o a alguna otra persona espiritual que entienda sus engaos y malos designios, el demonio se acobarda. Porque sabe que no puede tener xito en su mal propsito, una vez que su evidente engao ha sido revelado (Primera semana, Reglas de discernimiento, 13). Este ltimo criterio es eclesial: significa recurrir a las personas que para nosotros representan la Iglesia en el proceso de discernimiento. Esta misma perspectiva llevar a Ignacio, ms adelante, a escribir sus Reglas para sentir con la Iglesia. En suma, para san Ignacio y san Juan de la Cruz el discernimiento de las tentaciones propias de los espirituales equivale a discernir el buen de mal espritu. Como condicin fundamental ambos insisten en la libertad interior ante los apoyos desordenados de la voluntad; la indiferencia para el jesuita, la nada para el carmelita. Esto supuesto, ambos adoptan el criterio bsico de la consolacin-desolacin como signos del buen y mal espritu respectivamente, que son estados profundos y permanentes del alma y no transitorios o puramente sensibles. Y para confirmar el discernimiento evitando los peligros del subjetivismo, ambos apelan a la importancia de verificar lo discernido con espirituales idneos.
Iglesia y mucho ms agradaran a Dios, dejando aparte el buen ejemplo que de s daran, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oracin Cierto entonces haran ms y con menos trabajo con una obra que con mil, merecindolo su oracin, y habiendo cobrado fuerzas espirituales con ella; porque, de otra manera, todo es martillar y hacer poco ms que nada, y a veces nada, y aun a veces dao. SAN JUAN DE LA CRUZ
Prembulo
Una buena prctica profesional requiere competencia cientfica que la haga eficaz y ciertos valores y actitudes del profesional, que la humanicen y hagan aceptable a los beneficiarios. Un mdico debe ser competente: sin ello no puede servir a la salud y su profesin se hace ineficiente; requiere tambin ciertas cualidades y actitudes de espritu para tener xito: debe infundir confianza, hacerse disponible al enfermo, tener tino, guardar las confidencias Este conjunto de valores conforman lo que se llamara en lenguaje cristiano la espiritualidad de un mdico. El apostolado, la profesin apostlica, exige condiciones anlogas: competencia y uso de mtodos pertinentes, ciertos contenidos y temas que hay que conocer, un mensaje adecuado que hay que transmitir Exige igualmente ciertas actitudes, convicciones y valores espirituales de parte del apstol. Es lo que propiamente constituye la espiritualidad del apostolado. En este punto, sin embargo, el apostolado, por su misma naturaleza es diverso de cualquier otra profesin o actividad: su espiritualidad es esencial para su eficacia: la actitud del apstol es condicin necesaria para el fruto de su apostolado. Pues un mdico muy competente aunque de espritu y tica mediocres puede tener xito y sanar pacientes. Pero un apstol con poco espritu no suele tener un xito decisivo y profundo, sino slo aparente. Decimos no suele, porque puede suceder que Dios en su bondad haga grandes bienes a travs de un servidor mediocre. De hecho, el espritu aqu es ms necesario que la habilidad. Por qu es as? Porque bsicamente el apostolado es la profesin de Dios hecho hombre, y no es una profesin humana. Su objeto es transmitir el camino, la verdad y la vida de Dios, no la del hombre. Por eso Jesucristo es el nico apstol, y los hombres son apstoles en la medida que Jess los llama a ello y les comunica su poder. De ah que el espritu y los valores del apstol le vienen total y nicamente de su relacin con Cristo: como su elegido, su enviado, y como su instrumento, a la vez libre y dependiente del poder apostlico de Dios. De ah nacen todas las 8
convicciones
que
configuran
la
espiritualidad
del
Estos valores los encontraos en Jess como en su fuente y modelo, y en los sanos por imitacin de Cristo. En los que no son santos todava, esos valores los hallamos mezclados con incoherencias mltiples, y con tentaciones ms o menos aceptadas. Por eso, un modo de conocer el buen espritu del apostolado es conociendo las incoherencias y tentaciones a que est sometido. El buen espritu resalta por contraste con el espritu malo, y una virtud se conoce mejor al conocer los demonios con que es tentada. Veamos algunos de los reconocerlos nos sirve la apostolado. A travs de contraste, como la sombra demonios ms usuales del apostolado. Para experiencia, evaluada segn el ideal cristiano del las tentaciones, este ideal se nos revelar por revela la luz.
El mesianismo
El demonio del mesianismo induce al apstol a constituirse en el centro de toda actividad pastoral en la que l est involucrado. Esta tentacin va penetrando sutilmente en su vida, hasta llegar a sentirse indispensable en todo. El mesianismo constituye bsicamente, una actitud deficiente con respecto a Dios: yo soy el piloto y el Seor es el copiloto ayudante. El que cae en esta tentacin no deja de tener en cuenta a Dios, de rezarle y de recurrir a l en los problemas, pero para que le ayude en un apostolado que l dirige y planifica. Se trata, al final, de incorporar al Seor a nuestro trabajo, y no de incorporarnos nosotros al trabajo de Dios, que es lo propio del apostolado: Dios el piloto yo el copiloto ayudante. Se trata, inconscientemente, de sustituir el mesianismo de Cristo, nico evangelizador, por nuestro mesianismo personal. Esta actitud ante Dios se proyecta en una actitud igualmente deficiente para con los dems que colaboran con uno. Nos hacemos incapaces de delegar responsabilidades o tareas; no confiamos realmente en la gente, salvo en uno poqusimos, habitualmente rplica fiel de nosotros mismos con los que terminamos rodendonos permanentemente. Esta tendencia suele ir agudizndose con el transcurso de los aos. Hay siempre una relacin entre la actitud ante Dios y la actitud ante los dems, y viceversa. As, la desconfianza en los colaboradores del apostolado refleja una desconfianza en Dios, que es lo que va implcito en el demonio del mesianismo. Pues confiar realmente en Dios supone una confianza prudencial en los dems. Y esta confianza en los dems tambin implica a Dios, que los ha ido llamando y colocando como compaeros de trabajo. El mesianismo tiene tambin consecuencias negativas en los resultados externos del apostolado, a lo menos a largo plazo, adems de comprometer el fruto profundo de la evangelizacin. La actitud mesinica no deja crecer a los dems, pues la expansin y maduracin de la obra apostlica no va paralela 9
como debera ser, con la maduracin y crecimiento de todos los que la llevan a cabo. Y sucede entonces igualmente que las iniciativas y creaciones del apstol mesinico no contribuyen necesariamente a formar a la gente ni a prepararle sucesores. A menudo el apstol mesinico se identifica con su obra hasta el punto que cuando l desaparece o se traslada, sta se acaba: era demasiado personal y no haba sustitutos preparados. El verdadero apostolado, que construye el Reino de Dios a partir de la Iglesia ah donde no est, contribuye siempre a desarrollar la misma Iglesia: sus evangelizadores y comunidades. Tambin se aprende a ser cristiano aprendiendo a evangelizar, y ello no es posible sin realmente asumir responsabilidades. Un apstol maduro revela, entre otras cosas, que alguien confi en l.
El activismo
El demonio del activismo no significa ser muy activo o muy trabajador o tener muchas ocupaciones y apostolados variados. Ser activo, apostlico, no es ser activista como tentacin. El activismo se produce en la medida que aumenta la distancia y la incoherencia entre lo que un apstol hace y dice, y lo que l es y vive como cristiano. Es verdad que en la condicin humana aceptamos como normal la inadecuacin entre el ser y el actuar, pero en este caso la inadecuacin est agudizada y tiende a crecer y no a disminuir, como sera el ideal del proceso cristiano. El activismo tiene muchas expresiones. Una de ellas es la falta de renovacin en la vida personal del apstol. De modo sistemtico, la oracin es insuficiente y deficiente. No hay tiempo prolongados de soledad y retiro. No se cultiva el estudio y apenas se lee. Ni siquiera se deja tiempo para descansar lo suficiente y reponerse. Paralelamente, hay sobrecargo de trabajo, de actividades mltiples, y la agenda de compromisos suele estar repleta. El activista da la impresin de que le es necesario un gran volumen de trabajo exterior como estilo de vida. De ah se crea un crculo vicioso, cuyo origen excesiva actividad o negligencia en renovarse no es fcil precisar: el aumento de actividad hace cada vez ms difcil tomar las medidas de renovacin interior que son las que conducen al crecimiento en el ser; por otro lado, la incapacidad (que va en aumento) de renovarse tiende a compensarse y disfrazarse con la entrega a una actividad irrefrenable. En ltimo trmino, el activismo es la excusa del escapismo. El activismo tambin se expresa en una de las distorsiones ms radicales del apostolado: poner toda el alma en los medios de accin y de apostolado, en lo que se organiza y se hace, olvidando a Dios, el cual es, al fin de cuentas, por el que se hace, se organiza y se trabaja. El apstol se transforma en un profesional que multiplica iniciativas, habitualmente buenas y que no se detiene a discernir ni a preguntarle a Dios si son necesarias u oportunas, o si 10
hay que hacerlas en esa hora y de esa manera. Los medios del apostolado han obscurecido el sentido y el fin. Otra expresin del demonio del activismo es no trabajar al ritmo de Dios, sustituyndolo por el ritmo propio. Ello puede ocurrir ya sea por ir ms rpido que Dios o ms lento; el activista suele, al menos en un primer momento, pecar por aceleracin. Esto nace por la desproporcin que siempre existe entre la visin y los proyectos del apstol, y la realidad de las personas involucradas. Lo normal es que un agente pastoral tenga ms visin que su comunidad y que su pueblo, y sepa antes y mejor que ellos a dnde y cmo hay que ir; y la gente no responde al ritmo que uno quisiera, pues su ritmo de crecimiento corresponde al de Dios y no a las previsiones de uno. El ritmo de Dios es constante, pero de lento proceso. Los seres humanos como las plantas y el resto de la creacin, no cambian ni crecen a tirones, artificialmente, saltando etapas. Hay que esperar y tener paciencia, sin por eso dejar de educar, cultivar y exigir: hay que ser como Dios, adecundose a su ritmo y forma de actuar y de transmitir la vida. Pedaggicamente, esta forma de activismo puede ser desastrosa. Al acelerar a las personas y los procesos, no slo se dificulta la formacin de estas personas, sino que tambin se puede destruir y quemar a muchas de ellas; otras se apartarn y ser muy difcil recuperarlas. En todo caso, dado el aparente fracaso de su programa, el activista fcilmente cae en la tentacin del desaliento, tras experimentar al demonio de la impaciencia apostlica. Aqu, con esta gente, no se puede hacer nada. Pues la impaciencia y el desaliento son gemelos. Ambos son hijos del orgullo, la autosuficiencia, de olvidar que ni el que planta ni el que riega es nada, sino Dios que da el incremento (1 Cor 3, 7).
autntica confianza en el Dios del apostolado comunica al apstol la confianza psicolgica que le pueda faltar ante la evidencia de sus limitaciones humanas. El evangelizador que ha puesto su confianza en s mismo y no en el Seor, como actitud habitual y profunda (tan profunda que muchas veces l no lo percibe, hacindose ciego ante su suficiencia), refuerza esta tentacin con los xitos que le dan sus cualidades humanas y su influencia. Pues las actividades apostlicas siguen las leyes de la eficacia humana, que es exitosa en un primer momento, pero que no siempre est ligada a la gracia y a la obra permanente de Dios. As, hemos conocido evangelizadores inteligentes, preparados y con muchas cualidades, que ejercan gran atraccin e influencia. Tal vez por eso mismo, ponan su confianza apostlica en s mismos ms que en Dios. Por unos aos brillaron en el apostolado; eran requeridos para retiros y conferencias; suscitaron vocaciones sacerdotales; tuvieron muchos seguidores. En un cierto momento, surgieron algunas contradicciones y fracasos, y casi de la noche a la maana se apagaron. Entre tanto, muchos de sus jvenes seguidores con el tiempo se alejaron de la Iglesia; los grupos y comunidades que haban formado no perseveraron y las vocaciones que haban suscitado se iban retirando de los seminarios Qu sucedi? Dios dej solo a este apstol. Yo no estoy contigo, le dio a entender, revirtiendo su promesa de estar con vosotros hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 20). Le dio gusto, concedindole los resultados de su suficiencia apostlica. No poner la confianza primeramente en Dios sino en uno mismo tiene una caricatura: recurrir a la confianza en Dios en las ocasiones en que uno no ha hecho lo que deba hacer en la actividad apostlica, se ha comportado irresponsablemente, o no se ha preparado como deba. Esas confianzas oportunistas son una manipulacin de la verdadera confianza en Dios. Pues sta, para que sea autntica, supone que el apstol se ha preparado y trabajado como si todo dependiera de l; pero que una vez que ha hecho todo lo que est en su mano, a veces hasta el herosmo, no se confa en que ha trabajado y preparado, sino en el poder de Dios.
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En este contexto, el apstol est expuesto a la tentacin de vacilar, de no ofrecer la verdad de Cristo tal cual es (con las necesarias consideraciones pedaggicas de tiempo, oportunidad, etc.) pensando que no va a ser seguida o aceptada, o que es inconveniente As, en las diversas formas del apostolado de la palabra, soslaya ciertas verdades o cae en la ambigedad, confiando ms en la prudencia humana, que no hay que confundir con una conveniente pedagoga, que en la fuerza y el poder de atraccin de la verdad. Se cae igualmente en esta tentacin en la formacin de personas, al ofrecer un consejo, una orientacin, una esperanza En vez de las exigencias y la luz del Evangelio, se da a la gente experiencia humana, consejos razonables, privndoles de la oportunidad de acceder, progresivamente, a la verdad que los hace libres. Confiar en la fuerza del apostolado supone para el apstol tener la conviccin de que la verdad de la fe y de la moral coincide con la humanizacin del hombre y con sus grandes ideales. Hay que estar convencido de que en la verdad est el autntico bien de las personas, y por lo tanto su nica felicidad verdadera.
Reducir la esperanza
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Este demonio seculariza el anuncio de la esperanza cristiana. La esperanza cristiana se basa en las promesas de Cristo: la resurreccin despus de la muerte, la vida eterna, la certeza de su amor y su gracia en esta vida, que hacen posible que el hombre sea santo en cualquier circunstancia, que viva con dignidad y que sea capaz de superar el mal moral y la tentacin en todas sus formas. Esta es la esperanza que esencialmente promueve el apostolado. La tentacin en este caso consiste en transmitir un mensaje de esperanzas humanas en perjuicio de la esperanza cristiana fundamental. El apstol predica y promueve la confianza respecto a un futuro social o poltico mejor, a la superacin de una enfermedad, de un problema humano o de la pobreza; o tambin promete el xito de las liberaciones que hoy buscan los hombres Pero aunque estas esperanzas humanas sean legtimas y se deba luchar por ellas, no estn garantizadas en esta tierra por las promesas de Cristo. No sabemos con certeza si se realizarn; anunciarlas como esperanza cristiana, sera como engaar a la gente, y reducir el Evangelio a un mensaje de liberaciones humanas legtimas, o de optimismo en el porvenir, lo cual no es ajeno al apostolado, pero no tiene la certeza de la esperanza cristiana. Reducir la esperanza es disolver el anuncio de la vocacin del hombre a la vida eterna, a la santidad, a la fe y a la caridad como el motor y el valor supremo de las liberaciones humanas. Con ello el apostolado estar tentado de convertirse en inspiracin de expectativas humanas y de empeo para un mundo mejor, cosas buenas y que desafan al cristianismo, pero que no deberan reducir lo ms propio de l, que es la proclamacin de Cristo como la verdadera esperanza del hombre.
El punto de partida de todo apostolado son las personas, con sus posibilidades y sus lmites, y no los esquemas, por muy buenos e ideales que sean.
El sectarismo
El demonio del sectarismo lleva al apstol a encerrarse en su campo de trabajo, en sus ideas, en su grupo As va perdiendo el sentido de pertenencia e integracin en una Iglesia ms amplia, ms rica, en una Iglesia universal, de la cual todo cristiano es solidario en sus xitos y cruces, en sus problemas y logros, ya sea en su propio pas como en todo el mundo. El apstol sectario se encierra en su visin de las cosas, en los lmites de su experiencia, y a travs de eso ve y juzga la Iglesia. Su visin ha dejado de ser verdaderamente catlica. El sectarismo tiene sntomas personales y grupales. En el nivel personal, uno de los ms tpicos es el aislarse. El apstol trabaja solo, sin integrarse a una 15
misin de conjunto. No asiste a reuniones para ese afecto o a encuentros de renovacin y capacitacin. No le interesa incorporarse a criterios y planes comunes, a instancias de evaluacin o revisin, ni busca relacionarse con otros evangelizadores. Como consecuencia, el sectario asla su trabajo del resto. Hace su cosa y tiene su gente, su propia experiencia y su visin del apostolado. Todo lo que es diferente de su visin y experiencia es cuestionable: ve slo peros y defectos. La misma autoridad pastoral de la Iglesia es ignorada o criticada si no concuerda con la visin y las ideas propiasOtro sntoma de esta tentacin es reducirse en el apostolado a un solo tema o poco ms, a una lnea pastoral marcada. Por ejemplo, grupos de oracin, derechos humanos, liturgia, jvenes Lo dems carece de inters. Este sectarismo no significa que no haya evangelizadores especializados, pero lo propio del buen especialista es tener al mismo tiempo una visin amplia y de conjunto. Como resultado de esto, el apstol se hace tambin sectario respecto a la gente a la que se dirige. Si es monotemtico, su feligresa habitual tambin lo ser: hablar siempre al mismo pblico, que comparte su visin y sus intereses limitados. Eso lleva al peligro de suscitar comunidades tan sectarias como l. El demonio del sectarismo puede ser, por lo tanto, tambin grupal. No se trata aqu de lo que es normal en el apostolado y en la Iglesia: el hecho de que personas ms afines en espiritualidad, en pastoral, o simplemente que pertenecen a una misma generacin, formen grupos de trabajo, vida cristiana o amistad. Esto no es sectarismo, aunque todo grupo afn debe saber que podra estar expuesto a esa tentacin. El sectarismo grupal consiste en encerrarse en las ideal del grupo o del movimiento teolgico, pastoral, espiritual Los participantes del grupo llegan a pensar que tienen la mejor verdad, o toda la verdad, que su orientacin es privilegiada, que no tienen mucho que recibir de otros grupos o movimientos de Iglesia. Este tipo de sectarismo los hace marcadamente proselitistas, ignorando el legtimo pluralismo. No se integran con otros movimientos en tareas comunes: suelen tener su propia agenda. La tentacin los puede conducir, sutilmente, a hacer de su espiritualidad, pastoral o teologa de suyo legtimas, una ideologa; un integrismo conservador, progresista o de cualquier otro signo.
Encerrarse en su experiencia
Este demonio no es sectario, ni tiene su gravedad. La tentacin es ms benigna y sutil. Consiste bsicamente en elevar las experiencias apostlicas personales a la categora de principio universal. Si tal o cual experiencia ha sido buena, todos los que trabajan en este tipo de apostolado la deberan hacer. Si la experiencia ha sido mala, nadie debera hacerla, y si se est en una posicin de autoridad, se procura suprimirla.
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La tentacin est en olvidar que toda experiencia es relativa; que tiene circunstancias propias, personal y evangelizadores propios, tiempo y lugar propios e irrepetibles. Por lo tanto, lo que no result en cierto momento, con ciertas personas y en un cierto conjunto de circunstancias, no significa que no pueda resultar con protagonistas y circunstancias diferentes. Con los aos, evidentemente esta tentacin se agudiza, pues para entonces el apstol ha tenido un nmero significativo de experiencias fallidas y frustrantes. Tender entonces a instalarse y promover slo lo que a l le dio resultado, y a desconfiar de otras experiencias e iniciativas. La verdadera sabidura, en cambio, consiste en no dejarse condicionar ni por los fracasos ni por el acervo positivo de la experiencia pasada, estar dispuesto a intentar otras formas de apostolado y a abrirse a la experiencia de los dems.
promocin. Hay una expectativa latente por los ascensos; el apstol marcado por esta tentacin, si no se le asciende a tiempo, se resiente y a veces se quiebra. Este demonio es sutil, se suele disfrazar de ngel de la luz (2 Cor 11, 14): disimula la ambicin de promociones y puestos con la excusa del apostolado ms eficaz, del servicio a la Iglesia, etc De hecho, se hace de la carrera un factor del apostolado y del ascenso una referencia constante, a menudo no del todo consciente. El resultado de esta tentacin es la imperfeccin de las motivaciones: interesa quedar bien y ganar puntos y no slo servir a la Iglesia gratuitamente y seguir a Cristo pobre. La tentacin produce tambin una falta de libertad en el apostolado y una preocupacin por la imagen. Se evita todo disenso u oposicin legtima con la autoridad, que en momentos pueden ser un deber en el apostolado, no tanto por lealtad, sino por el inters de congraciarse y aparecer incondicional.
La instalacin
El demonio de la instalacin, a veces con buenas excusas, corroe en el apstol el espritu de superacin en todos los aspectos. Suele coincidir aunque no siempre, con el paso de los aos y con la llegada a la madurez. El apstol ha encontrado su pequeo lugar, su ritmo y modo de trabajar, arraigado en sus criterios e ideas. En consciente que el apostolado de la Iglesia ha avanzado, que presenta nuevos desafos y exigencias, pero no tiene disposicin para cambiar y renovarse. A los ms jvenes que trabajan junto a l los deja hacer, pero no se deja cuestionar. Pude que asista a sesiones y cursos de renovacin, pero no le influyen. Slo desea que lo dejen tranquilo, instalado en su pastoral, que por otro parte, suele realizar irreprochablemente: es posible incluso que ocupe altos cargos en la Iglesia. Esta tentacin, que va tomando cuerpo lentamente, y que se hace inevitable cuando el apstol pierde espritu, suele ir combinada con la instalacin en sus propios defectos. Probablemente no se trata de nada realmente grave, pero el dinamismo espiritual est detenido. Bajo un exterior honesto, hay una mediocridad interior. Desalentado, no tiene suficiente esperanza ni confianza en Dios para mejorar, y tcitamente ha pactado con sus defectos y mediocridades que l piensa, falsamente, que no puede o no vale la pena superar. Yo soy as Este demonio induce a pensar que, sobre todo despus de cierta edad, hay derecho a buscar compensaciones y a aburguesarse. Y el apstol termina contentndose con las exigencias mnimas.
Carecer de reciedumbre
Este demonio debilita al apstol en algo que es fundamental para ejercer un apostolado de envergadura, abnegado y constante, a pesar de toda suerte de contradicciones: la reciedumbre. Este debilitamiento y carencia toma las formas contrarias a las que caracterizan la reciedumbre apostlica. Afecta en primer lugar a la reciedumbre fsica, que no por ser la ms relativa en el apostolado, depende, por ejemplo, de la salud de las personas, es para menospreciar. Blandura y comodidad en la comida: uno se pone exigente en la calidad y cantidad; en el horario; se apega a ciertos hbitos; uno se hace incapaz de dar un sentido evanglico a comer poco o nada cuando lo requiere el servicio pastoral. Lo mismo sucede con el sueo y el descanso, que el mismo servicio pide a menudo sacrificar. Se convierte en dificultad habitual viajar en medios pobres, a pie, en transporte colectivo. Se busca sistemticamente lo ms rpido y cmodo, con la excusa de la eficacia apostlica, sin discernir, pues la excusa en muchos casos puede ser vlida. El cuidado excesivo de la salud, y el adoptar todas las formas de prevencin a que recurren los ms privilegiados, puede agudizar esta falta de austeridad y reciedumbre. Se podran agregar otros ejemplos. 19
La tentacin afecta igualmente a la reciedumbre psicolgica, tanto o ms necesaria que la anterior para el verdadero apstol. En este campo, hay que educarse en un alto grado de resistencia psicolgica, lo cual no excluye ser emocionalmente vulnerable como todo ser humano normal. La reciedumbre consiste en asimilar los golpes psicolgicos sin desanimarse ni menos quebrarse. Esa debe ser la actitud ante las crticas injustas o parciales, ante las calumnias, las acusaciones Y por supuesto ante las persecuciones y diversas formas de sufrimiento, que pueden llegar al martirio, a causa del Reino. La aspiracin de muchos apstoles a la ltima bienaventuranza, bienaventurados los perseguidos por mi causa y la justicia del Reino, no se improvisa, y es vana si no se prepara y acompaa con la aceptacin de las pruebas y crisis psicolgicas con reciedumbre evanglica. La tentacin puede ser ms grave si la prueba de la reciedumbre proviene del interior de la Iglesia. Uno de los sufrimientos peores del apstol es el de la contradiccin de los buenos, de su comunidad, de sus hermanos y compaeros de trabajo, de autoridades de la Iglesia. En ciertos momentos del apostolado, en muchas ocasiones en que se trata de experimentar o innovar dentro de lo legtimo, el apstol tendr que aceptar, con corazn sano y actitud evanglica, estar en minora, o claramente solo. Necesitar reciedumbre en las tensiones y conflictos en la Iglesia, en las incomprensiones, las sospechas, la falta de confianza y de favor. La reciedumbre apostlica purifica, madura y prepara para el futuro. El demonio de la blandura y la fragilidad mantienen al apstol en la adolescencia, en una cierta mediocridad rutinaria y le dificulta el mejor servicio de la Iglesia, ahora y en el futuro.
La envidia pastoral
El demonio de la envidia no es ajeno al apostolado. Se trata de un demonio universal. Obviamente su accin entre los apstoles no tiene los resultados devastadores que tiene en la poltica, en el arte o en otras actividades del mundo: las envidias en el interior de la Iglesia son mucho menos graves, pero se presentan en forma ms sutil. La tentacin se expresa habitualmente en forma oblicua. Se expresa con la tendencia a encontrar y sealar, de inmediato, los defectos a todas las iniciativas pastorales y empresas apostlicas que destacan y que se separan de la mediana. Se menosprecia todo apostolado que tiene algo de notable, con comentarios, chistes, etc. Tambin en el cuerpo apostlico de la Iglesia se sufre la tentacin de todo cuerpo social: defender la mediocridad abajando todo lo que sobresale, y por lo tanto cuestiona. Esto tambin se realiza mediante el cinismo ante trabajos, iniciativas, apstoles que quieren vivir radicalmente su llamada a la evangelizacin. El cinismo es la expresin ms sutil de la envidia; es su mejor disolvente. Ahora bien, en algunos casos el demonio de la envidia apostlica se revela en forma directa, en las formas de rivalidad y de competicin latente o aparente. Esta tentacin acta en todos los medios y niveles, corrientemente disimulada 20
por celo por la verdad, servicio del Reino, etc., palabras que ocultan a veces envidia por la reputacin o el xito de un compaero de apostolado. Este demonio acta entre los telogos, donde no todo conflicto o disputa teolgica est inspirada en la bsqueda de la verdad; suele haber cuestiones personales mezcladas. Acta en los medios pastorales, en todos sus niveles: Cuntas veces apstoles valiosos, proyectos y experiencias promisorias son marginados, aplazados sin motivo, o ignorados, por cuestiones de rivalidad! El demonio de la envidia pastoral hace aparecer a otros, sus proyectos y actividad, como una amenaza para la influencia apostlica que uno tiene. Si se cae en esa tentacin, la relacin apostlica queda irremisiblemente daada.
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En ltimo trmino, el sentido del humor forma parte de la reciedumbre cristiana, y ciertamente la facilita.
III.
El bien que tiene quien se ejercita en oracin, hay muchos santos y buenos que lo han escrito De lo que yo tengo experiencia puedo decir, y es que, por males que haga quien lo ha comenzado, no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella ser muy ms dificultoso; y no le tiente el demonio por la manera que a m Quien no la ha comenzado, por amor del Seor le ruego yo no carezca de tanto bien A poco ganar ir entendiendo el camino para el cielo; y si persevera, espero yo en la misericordia de Dios, que nadie le tom por amigo que no se lo pagase; que no es otra cosa oracin mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama; y si vos an no le amis viendo lo mucho que os va en tener su amistad y lo mucho que os ama, pasis por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de vos . Terribles son los ardides y maas del demonio para que las almas no se conozcan ni entiendan sus caminos Mirad que en pocas moradas de este castillo dejan de combatir los demonios SANTA TERESA DE JESS
Prembulo
Al decir de los espirituales, la oracin es uno de los campos privilegiados de la tentacin; los demonios de la oracin son tan variados como persistentes. Y ello es bastante lgico. Siendo la oracin uno de los alimentos esenciales de la vida cristiana y apostlica, y de una vida autnticamente humana, su debilitamiento o extincin compromete todos los aspectos de esta vida. Al ceder a los demonios de la oracin, si el cristiano es fervoroso quedar mediocre; si es apostlico se tornar en activista vaco; si era santo dejar de serlo, y en todo caso dejar de influir en la extensin del Reino de Dios. Para el demonio, separar a un hombre de la oracin es encaminarlo a la separacin de Dios; separar a un apstol es hacerlo estril; separar a un santo de la oracin es destruir a un multiplicador de la gracia de Dios. Por eso, las tentaciones de la oracin, tanto en los que comienzan como en los aprovechados y en los msticos, son las ms persistentes. Disfrazadas de aparentes buenas razones, acta en unos y otros diferentemente, usando los ardides y maas propios del grado y forma de oracin de las personas. Los demonios de la oracin son extremadamente variados.
No motivarse suficientemente
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Este demonio pretende mantener al orante, con respecto a los motivos que tiene para orar, slo en la superficie. Cuando los motivos que tenemos para orar son perifricos, la oracin se hace dbil y ocasional, incapaz de renovarse, pues para renovar la oracin y darle un nuevo impulso, es necesario renovar sus motivaciones fundamentales: toda conversin o reconversin a la oracin implica recuperar la fuerza de estas motivaciones, que estn basadas en la fe. Los motivos insuficientes de la oracin son los de naturaleza psicolgica. Hay demasiados orantes que cayeron en esta tentacin: oran llevados por necesidades psicolgicas, no por la fe. Las necesidades que psicolgicamente nos llevan a la oracin no han de ser menospreciadas y pueden ser una valiosa ayuda, pero son insuficientes: sentir devocin, tener nimo y fervor, pasar por momentos difciles que inducen a recurrir a Dios, as como la necesidad de obtener algo La insuficiencia estriba en que al cambiar el humor psicolgico, la oracin deja de estar motivada, y se abandona, a la espera de que los sentimientos regresen. Si no se siente fervor o devocin, sino se necesita a Dios para algo, si el valor de la oracin no es sentido, no hay inters y motivo para rezar. En eso est la tentacin. Este demonio se supera slo si la oracin se motiva en la palabra de Dios y en realidades de fe, y no en necesidades psicolgicas. Oramos por convicciones, y no por lo que sentimos. No oramos en primer lugar para tranquilizarnos, conseguir algo, o encontrar consuelo, sino para revestirnos de Cristo y participar de su vida. Con todo, la motivacin suprema, la piedra fundamental, la que la hace slida y persistente ante cualquier tentacin del demonio, es la conviccin del amor que Dios nos tiene, que en la oracin se ofrece como don de amistad liberadora. Si una persona no est persuadida de esta verdad de fe, sus motivos quedarn perifricos e insuficientes para llevarlo a perseverar en la oracin, en los tiempos en que las atracciones de la psicologa y de la sensibilidad se hayan desvanecido.
Despersonalizar la oracin
Este demonio consiste en hacer de la oracin una experiencia, religiosa ciertamente, pero impersonal. Esta tentacin afecta a muchos orantes. Se ora a una divinidad, a un ser supremo, a algo religioso y poderoso, a veces se ora al aire por si acaso. Pero la oracin cristiana es esencialmente una relacin personal, el encuentro de dos personas, uno y Dios, la absoluta miseria y la absoluta misericordia, que por la gracia de Dios se unen en amistad. En la oracin nos ponemos en contacto con una Persona, no con un poder o principio religioso. Este demonio presenta una tentacin muy concreta: el orante descuida ponerse a rezar, tomar conciencia explcita de la presencia de la persona de Dios en su alma. Por eso no se adentra en la oracin, no hace contacto profundo con Dios; la experiencia de Dios no se realiza. El antiguo consejo de los espirituales es muy sabio: al orar, hay que comenzar por ponerse en 23
presencia de Dios, aunque ello lleve tiempo. Pues ese tiempo empleado es ya oracin. Una variante de esta tentacin es hacer de la oracin una experiencia religiosa centrada en uno mismo. Dios como persona queda prcticamente ignorado. No dialogamos con l sino con nosotros; nos escuchamos a nosotros, nuestros planes, propsitos buenos, necesidades, nuestras faltas y pecados, y no escuchamos a Dios. Esta tentacin empobrece la oracin; lo que en ella nos enriquece no es nuestra pobre realidad personal, sino salir de uno para concentrarse en Dios que nos quiere llenar de su plenitud sin hacer mucha cuestin de nuestras miserias.
Secularizar la oracin
Este demonio tienta de varias maneras, que tienen un factor comn: perder confianza en la eficacia e influencia de la oracin en la historia concreta y en la vida ordinaria. Esa es precisamente la tentacin de la secularizacin. Se piensa que el hombre ya conoce y maneja las leyes de la naturaleza, de las ciencias, as como de la historia (economa, demografa, poltica) y de la mente humana (psicologa), hasta el punto de que todo est ms o menos previsto cientficamente y no hay ya cabida para ningn tipo de intervencin contingente de Dios. En esta perspectiva, el creyente parece pensar que Dios puso en marcha un mundo entregado a las ciencias humanas, en el cual l ya no acta. As, la oracin, particularmente la oracin de peticin (por la salud de alguien, por la lluvia, por la paz) carecera de sentido prctico. Si se pide por algo, es slo en situaciones de emergencia, cuando las posibilidades humanas y cientficas estn agotadas. Curiosamente, el orante secularizado suele pedir milagros aunque por otra parte desconfa del poder de la oracin en la vida cotidiana. En cambio, la experiencia de la oracin cristiana autntica es que Dios est en todo, acta en todo, y dirige todo, lo extraordinario y lo ordinario: Hasta nuestros cabellos estn contados, y no cae un pjaro sin que lo quiera el Padre celestial. Pero acta cotidianamente a travs de las leyes que l mismo cre de la naturaleza, las ciencias y la historia, sin violentarlas. Slo Dios puede hacer eso, como creador y sustentador del mundo, Seor de todo sin quitar su autonoma a nada. La experiencia cristiana se sita entre la extrema secularizacin, y la tentacin contraria: un Dios que acta de ordinario directamente sobreponindose y manipulando las leyes del mundo y del hombre establecidas por l. El demonio de la secularizacin de la oracin termina por colocar la oracin bajo la luz de la sospecha. Tienta diciendo que para influir en los acontecimientos, hay que actuar, simplemente. Luchar, comprometerse. La oracin aliena de las responsabilidades y tareas histricas. Es un refugio. La tentacin, una vez ms, es presentar a Dios como un factor ms en la marcha del mundo, entre otros factores, y en competicin con ellos. La tentacin es confusin y distorsin de Dios. Dios no es un factor importante en la marcha del mundo, ni es competidor de nada ni de nadie. Dios est a otro nivel, el de la creacin y la providencia. Es el medio divino, transcendente, de la marcha 24
de la historia y de las leyes cientficas. Todo el mundo visible est sometido a ellas; al mismo tiempo todo es querido y permitido por Dios. La oracin es siempre eficaz e influyente en la contingente, porque se integra en el nivel de Dios. Y ser siempre vano, con nuestros esquemas y referencias humanas, entender la naturaleza y modo de su eficacia. Pues sera como entender a Dios mismo.
No entregarse profundamente
Este demonio engaa porque lleva al orante a una oracin habitualmente tibia y a medias. Eso significa que el encuentro que el orante tiene con Dios en la oracin no es profundo. Un encuentro entre dos personas no es profundo cuando la entrega mutua, o de uno de ellos, no es profunda. La entrega de Dios al orante es siempre total; pero puede fallar la entrega del orante a Dios. En la oracin tibia y a medias, el demonio impide la profundidad del encuentro manteniendo la entrega a Dios del orante en la superficie. Ello puede suceder en varias maneras y grados. Sucede cuando no entra de lleno en la oracin, no corta con las preocupaciones, las imgenes, las distracciones que trae de afuera; est con un pie en la oracin y con otro fuera. Al terminar el perodo de oracin, se ha rezado y no se ha rezado, porque la calidad de la oracin ha sido pobre. De alguna manera, cada vez que uno ora hay que optar por la oracin. En ocasiones, orar requiere hacerse una cierta violencia: por su naturaleza, la oracin est en un nivel diferente a nuestro modo habitual de actuar y de relacionarnos. Este es al modo de los sentidos y de la actividad exterior; en la oracin se rompe con ese modo, para pasar al de la fe, la esperanza y la caridad. Por eso, la oracin requiere una cierta ruptura con nuestras tendencias segn la carne, y a su vez una opcin de entrega en la fe. Esta entrega se debilita tambin por la tentacin de realizarla slo en la superficie de nuestra experiencia religiosa, de nuestra relacin con Dios. Uno se entrega en el nivel de los afectos, de los sentimientos de la sensibilidad, lo cual es bueno y necesario, pero insuficiente si excluye lo ms profundo de la entrega del orante a Dios: la entrega de la libertad. Entregarse profundamente a la oracin consiste en entregar el fondo de la vida a Dios. El fondo de la vida, el punto en que decidimos entre el egosmo y la caridad, el pecado y la gracia, la mediocridad y la santidad, es la libertad de la voluntad. Son las determinaciones de nuestro ser, que no radican en los sentimientos sino en la voluntad. Entregarse a la oracin equivale a entregarse a Dios, entregndole lo nico que realmente le podemos entregar, nuestra voluntad libre.
No interesarse en progresar
Este demonio termina por convertir la oracin en un deber rutinario y no en una vida que crece.
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Es un consenso de todos los espirituales cristianos que la oracin entraa un dinamismo que la lleva a progresar hasta identificarse con la libertad y el amor de Dios. Los maestros del espritu nos han entregado, su experiencia y por su enseanza, las lneas gruesas del itinerario de la oracin cristiana, que comienza con la reflexin y la meditacin, se va simplificando y prescindiendo del mtodo y la meditacin, hasta penetrar en los diversos grados de la contemplacin. El orante tentado por este demonio cumple con la oracin ms o menos de cualquier manera, sin interesarse en que progrese en calidad. La oracin se estanca en las primeras etapas indefinidamente. El orante crece en muchos otros aspectos de su vida, pero en la oracin permanece un principiante. A menudo l no lo sabe, ni le preocupa. Su oracin es un deber, un medio para mantenerse, salga como salga. El peligro de esta actitud puede ser mortal, pues lo que se hace por deber sin suficiente amor, termina por no hacerse. La oracin cristiana es de tal naturaleza, que si no se hace vida que crece, y en cambio se mantiene estancada, termina por extinguirse.
No alimentar la fe
Este demonio consiste en pensar que se puede disociar la oracin de la vida de fe, del estado de la fe del orante. La verdad, por una parte, es que sin fe no puede surgir la oracin, ya que los motivos que llevan al hombre a orar provienen de la fe. Por eso el creyente ora, el no creyente no ora. Por eso tambin, aunque la fe y la oracin no sean la misma cosa, estn profundamente relacionadas: a tal estado de fe corresponde habitualmente tal estado de oracin, y viceversa. La oracin es una de las pocas actividades del hombre que ste hace slo por fe. Por otra parte, la fe, que es un don de Dios, requiere de nuestra parte ser cultivada y alimentada, no slo para mantener su vigor, sino simplemente para que no se vaya apagando. Pues el don de la fe no est garantizado: se puede perder por nuestra negligencia. A la pregunta de cmo se fortalece y alimenta la fe, debemos responder con san Pablo que la fe nos viene bsicamente por la palabra de Dios (Rom 10, 14). En suma, la oracin cristiana es inseparable de la palabra de Dios, y en su raz y substancia se alimenta de ella: la Palabra vivifica la fe y la oracin, simultneamente. Esta conviccin est presente, desde el inicio, en la tradicin espiritual de la Iglesia: los espirituales siempre basaron el vigor de su oracin en un asiduo contacto con la palabra de Dios, fundamentalmente la Biblia. Es conocimiento comn en los orantes que en los tiempos de dificultad para orar, el recurso a la Palabra hacer surgir la oracin. Conclusin: para mantener la vida de oracin como tal, y para que sta progrese, es absolutamente necesario un contacto muy asiduo con la palabra de Dios, leda, o escuchada, y siempre interiorizada. La tentacin consiste, precisamente, no tanto en abandonar directamente la oracin, sino en 26
menospreciar el recurso a la Palabra y hacerse discpulo de ella. El resultado final ser el mismo: una fe mortecina y una oracin anmica.
Cantidad: hay que dedicar tiempo, momentos exclusivos a la oracin, y la cantidad de tiempo dedicado es un buen ndice de vida de oracin. Calidad: se refiere a la profundidad y genuina experiencia de Dios de la oracin. Tiene que ver con el amor y la confianza en Dios que se pone en ella: con la entrega de la libertad y de la vida del orante. Ahora bien, la oracin vale y progresa no tanto por el aumento de su cantidad, como por el crecimiento de su calidad. Ms vale menos cantidad de tiempo de oracin, pero de buena calidad, que multiplicar los tiempos de oracin con una calidad mediocre, superficial, apresurada, como quien cumple una tarea. La tentacin consiste en confundir el progreso verdadero de la oracin con la acumulacin de la cantidad, descuidando lo ms esencial de la calidad, con lo cual la vida cristiana tampoco progresa lo debido. Esto explica, en muchos casos, que personas que rezan y multiplican las prcticas de oracin y piedad, no cambien mucho en la vida prctica, y mantengan fallos graves; haran bien en acumular menos oraciones (en algunos casos esta multiplicacin de prcticas constituye una especie de ritualismo), y poner ms dedicacin a que los momentos de oracin que tengan, pocos o muchos, signifique una profunda experiencia de Dios. Cmo se verifica que la oracin va adquiriendo calidad? Cuando va impregnando la vida tiende a prolongarse ms all de los tiempos de oracin. Eso se llama crecer en espritu de oracin. Ahora bien, la meta de la oracin cristiana no est tanto en los tiempos de oracin, sino en el espritu de oracin, la vida de oracin. Y a sta no se accede multiplicando momentos de oracin, sin ms, sino por la calidad que ponemos en ellos.
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De modo parecido, carecer de tiempos fuertes de oracin, lleva a las personas a una forma de anemia espiritual y tambin apostlica donde ya no son capaces de progresar ni de superar las crisis y tentaciones propias de la vida. Podemos decir que cada persona est llamada a un tiempo mnimo de oracin, y si est habitual y sistemticamente bajo este mnimo, a la larga la anemia cristiana ser inevitable.
hermanas, sobre todo de los que no rezan y ms lo necesitan; ora en solidaridad con la condicin de los hombres. Esto es ms imperativo tratndose de personas por las que el orante es de alguna forma responsable: sus prjimos concretos. Por lo tanto, la oracin tiene siempre una dimensin de solidaridad apostlica. Esta tentacin introduce en el orante una nueva forma de dualismo: tiende a separar su oracin del servicio y del apostolado, lo cual es una manera ms de separarla de la vida. La naturaleza apostlica de la oracin cristiana significa, de una parte, que la oracin libera el corazn para la caridad y el servicio apostlico e identifica con los sentimientos de Cristo apstol. De otra parte, significa que la oracin, que nos incorpora a la oracin de Jess que permanentemente intercede por los hombres, tiene eficacia intercesora en beneficio de nuestros prjimos y del avance del reino de Dios en la humanidad.
El desnimo
Este demonio seduce al abandono de la oracin por la va del desnimo ante dificultades con que tropieza la oracin. La irona est, adems, en que estas dificultades son habitualmente normales en la oracin. La tentacin es un perfeccionismo trasladado a la vida de oracin. Se piensa que la oracin ser ms perfecta si sus condiciones son ms perfectas y si tenemos de ella una experiencia de perfeccin a lo humano. Como esta experiencia no es posible en la condicin terrena, el demonio induce a dejar lo que es bueno a pesar de todo, por lo hipotticamente mejor. Hay quien se desanima porque las distracciones superan en tiempo a los momentos de concentracin en Dios, olvidando que las distracciones no slo son normales, sino que aumentan en muchos perodos de la vida de oracin por causa de cansancio, aridez, etc Lo mismo habra que recordarles a aquellos que se desaniman porque sus preocupaciones absorbentes no los abandonan en los momentos de oracin. Hay quien se desanima por la aridez y el aburrimiento que siente en la oracin, y no se animan recordando el valor de maduracin en la fe que conlleva una oracin as, y el alto mrito que implica el persistir en ella movidos por el amor de Dios y no por el gusto que podra acarrear la oracin. Y hay muchos que se desaniman por la precariedad o falta de condiciones externas para su oracin: malestar fsico, excesivo calor o fro, lugar poco adecuado para orar, ruidos exteriores, interrupciones, y sobre todo, a menudo no poder orar en los momentos del da en que se quisiera. Si surge la tentacin de abandonar la oracin con el pretexto de esperar a encontrar condiciones mejores, lo cual no siempre est en nuestra mano la respuesta a este demonio es siempre la misma: persistir determinadamente en la oracin, cualquiera sean sus condiciones concretas, interiores o exteriores, sin desanimarse nunca. La oracin resfriada, aburrida, en un cuarto ruidoso, a deshora, con sueo, es siempre buena oracin si la realizamos con buena voluntad, y sobre todo con humildad. Pues el orante que se desanima por las dificultades y deficiencias experimentadas en la oracin, es que est falta de humildad. En ese caso, las tentaciones se tornan un peligro.
induce a creer que su oracin no vale, que es una prdida de tiempo. En un segundo caso, tenemos la experiencia de que cosas que pedimos en la oracin, no se nos otorgan: que se arregle una situacin familiar, superar un malestar fsico, que se convierta un amigo, el xito de un programa apostlico Entonces el orante se pregunta para qu seguir rezando: parece que las cosas marchan igual se rece o no se rece. En un tercer caso, tenemos la experiencia de nuestra incompetencia como orantes. La oracin que hacemos nos deja habitualmente insatisfechos: nos hemos distrado, no hemos logrado profundizar, etc. A veces nos parece que siempre somos principiantes, torpes e inadecuados, que no hemos aprendido realmente a orar. Nos preguntamos si vale la pena seguir. En todos los casos la respuesta liberadora es bsicamente la misma: la eficacia real de la oracin no se mide por lo que nosotros experimentamos cuando oramos, o por los resultados que vemos; la eficacia viene por lo que Dios hace en nosotros, profundamente, en el fondo del alma; en la raz de nuestra libertad y de nuestra fe, esperanza y caridad, en los momentos que dedicamos incompetentemente a la oracin. Por su naturaleza, esta accin de Dios no la podemos experimentar midiendo resultados psicolgicos o prcticos. El trabajo de Dios en el orante es ms profundo y decisivo que todo eso. Con relacin al primer caso, debemos afirmar que es una tentacin, un engao, pensar que en la oracin uno no cambia para mejor. Ciertamente que s. Pero el cambio es ante todo radical. Es decir, aumenta la fe, la esperanza, la caridad, y va disminuyendo el egosmo; la libertad se reorienta cada vez ms al cumplimiento de la voluntad de Cristo. En una palabra, la oracin nos va revistiendo de Cristo. Todo esto, lentamente, va repercutiendo en ciertos defectos exteriores y de carcter, que se van purificando. Pero eso llevar tiempo, y el orante no debe ser impaciente, pues lo propio de la oracin es transformar desde la raz y no tanto comenzar por las ramas. Ms an, hay ciertos defectos exteriores y psicolgicos que tardan mucho en desaparecer, y que a menudo no desaparecen completamente. Dios no tiene prisa en eliminarlos, a fin de ayudar al orante a vivir en la humildad y en la desconfianza de s. En ltimo trmino, al Seor no le interesan tanto los perfeccionamientos externos, como la identificacin interior con Cristo. Y en esto la oracin es siempre eficaz. Con relacin al segundo caso, habra que decir algo anlogo. Los resultados profundos de la oracin no los podemos comprobar. Dios s nos concede lo que le pedimos si ello es bueno para uno o para los dems, pero en sus trminos y lapsos del tiempo, y no en los nuestros. Dios siempre responde, pero habitualmente no nos hace milagros, ni nos concede todo, pues no siempre pedimos el mejor bien para uno o los dems; a veces pedimos una cosa y nos da otra mejor y nosotros no lo advertimos. En todo caso, no suele respondernos inmediatamente. Una vez ms los resultados de la oracin estn condicionados por aquello que es esencial: que todo contribuye a revestirnos de Cristo. En el tercer caso, el orante incompetente ha de saber que lo l piensa de su oracin y la mediocre experiencia que tiene de ella, no afecta a la accin 32
liberadora de Dios en el centro de su alma, que escapa a toda verificacin psicolgica. El orante incompetente debe perseverar con humildad, sin medir su oracin, confiando en la eficacia de Dios que acta en l.
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Este demonio nos engaa en cuanto al valor real de nuestra oracin. Responde mal a la pregunta que a veces se hace el orante: Va bien mi oracin? Estoy progresando? La tentacin est en buscar la respuesta a esta inquietud evaluando la oracin en s misma. Esto consiste en mirar la oracin que se ha hecho, y clasificarla segn los efectos experimentados en ella: gozo, paz, consolacin, ideas nuevas, etc. Pero la mejor tradicin mstica nos dice que nada de esto es decisivo para evaluar la calidad de la oracin. El criterio fundamental del valor de la oracin cristiana no est en la presencia o en la ausencia de esos u otros efectos sentidos. Por la sencilla razn de que la esencia de la oracin est en la actuacin de la gracia en el alma a travs de la fe, la esperanza y el amor. Y esto no se puede verificar por efectos o experiencias basadas en la psicologa humana. La oracin no es verificable en s misma. Cul sera entonces la respuesta? Hay algn criterio aproximado que nos permita asegurar, tambin aproximadamente la calidad y progreso de la oracin? La respuesta de los grandes msticos es unnime: la calidad de la oracin se verifica fuera de la oracin misma; se verifica en la vida, en la fidelidad a Dios en ella. Si en la vida cotidiana hay deseo y esfuerzo persistente de imitar a Cristo, si hay ms libertad y pobreza interiores, si se crece en caridad fraterna, en compromiso con el otro y en espritu apostlico hay slidos indicios de calidad y progreso en la oracin, aunque sta nos parezca rida y poco excitante. Si en la vida, en cambio, la fidelidad cristiana es mediocre y no hay progreso en la entrega a Jess y en los valores que l nos ense, ello indica que la vida de oracin est dbil y estancada, que debemos revisarla, que el contento y fervor que podamos sentir son superficiales y engaosos con respecto a su verdadera calidad.
comienzan a orar, lo cual es peor. Esta tentacin de suficiencia impide al orante entrar seriamente en la oracin y tomarle sabor y sentido. Terminar desanimado, por no recurrir humildemente y cuando es necesario a un mtodo simple, adecuado para l, que le ayude a conectarse con Dios. Otra tentacin consiste en apreciar el mtodo, pero sin preocuparse por encontrar uno propio, personal, que a uno le ayude a rezar. Pues los mtodos de oracin, son muy variados, algunos muy conocidos, pero no todos son aptos para todas las personas. No se trata de usar cualquier mtodo, porque uno ley sobre l o porque est de moda: se trata de tomar conciencia de cul o cules mtodos son aptos para cada uno. Se debe utilizar el mtodo que a uno le conviene, cualquiera que sea, y no otros, aunque sean muy interesantes. El mtodo es algo muy personal; descuidar esto y seguir usando mtodos que a uno no le ayudan equivale prcticamente a carecer de mtodo. Una tentacin anloga a la anterior es usar un cierto mtodo que a uno le sirve, rgidamente, cuando convendra por las circunstancias variar de mtodo. Es sabido que habitualmente son varios los mtodos que a uno le sirven, no uno solo, y que tal o cual mtodo resulta ms adecuado en tal o cual perodo. Hay que saber variar los mtodos personales. No hacerlo oportunamente conduce, una vez ms, a usar mtodos que no ayudan, o a no usar ningn mtodo en absoluto. Existe tambin la tentacin inversa, cuyo sujeto especial son aquellos orantes que van accediendo a una oracin ms simple y contemplativa. El demonio est en apegarse al mtodo personal, cualquiera que sea, y continuar utilizndolo cuando no es necesario. El mtodo es siempre relativo, y los maestros del espritu nos dicen que hay que usarlo en tanto en cuanto ayude a entrar en contacto profundo con Dios. Muy a menudo este contacto se produce de modo natural e inmediato, usualmente cuando se ha ido creando el hbito de la oracin. En esos casos el mtodo resulta innecesario y redundante. Ms an, el apego a su uso en esos casos estorba y frena el desarrollo de la oracin hacia la simplicidad contemplativa, en que predomina la presencia y el amor. Apegarse al mtodo en estos casos daa tanto como menospreciarlo en otros. Hay una tentacin sutil que consiste en pensar que se pierde el tiempo en la oracin cuando se va haciendo contemplativa, en donde la conduccin del Espritu Santo se hace predominante, y por lo mismo la actividad del orante se hace pasiva. Quisiramos trabajar con ideas, propsitos, exmenes de conciencia, puntos de reflexin, etc. Quisiramos sentir que producimos, y renunciar a ello en beneficio de la accin del Espritu cuando ya no tenemos la iniciativa, se nos hace una prdida de tiempo. La tentacin es persistir en nuestros planes, modos y mtodos, y no dejarnos llevar por el Espritu.
Nos referimos, por ejemplo a escuchar msica que crea una atmsfera espiritual, a la lectura de un libro inspirador, a la contemplacin de un paisaje, a una reflexin filosfica Todo ello es bueno, y debe tener un lugar en la vida de todo ser humano. Ms an, habitualmente prepara al alma para la oracin; pueden ser buen mtodo para entrar en oracin. Pero no son en s mismos oracin cristiana, pues sta requiere siempre la relacin personal con Dios por la fe, la esperanza y la caridad. La oracin es experiencia y contemplacin de Dios, no slo un goce de las facultades espirituales y contemplacin humana. La tentacin consiste en quedarse en esto ltimo, sin dar el paso explcito de entrar en contacto con Dios. La oracin propiamente tal se desvanece, y se ocupa ese tiempo en or msica religiosa, leer un libro de tema cristiano, preparar una celebracin o una predicacin. Todo esto hay que hacerlo, pero en su momento, no en el de la oracin. La tentacin de hacer al mismo tiempo las dos cosas contemplar la belleza y rezar, estudiar y rezar lleva a la larga a terminar con la oracin autntica y profunda.
de la oracin, ambas formas son necesarias, y complementarias. La oracin comn enriquece al orante con la dimensin comunitaria, fraterna, eclesial; su oracin se hace ms objetiva, la objetividad de la oracin de la Iglesia y evita as ilusiones y subjetivismos, a lo cual es ms proclive la oracin puramente personal. Pero sta, a su vez, es la que nos permite interiorizar profundamente la Palabra y las mociones del Espritu, y acceder a la intimidad de Dios. La tentacin est en que hay personas que por la razn que sea, no pueden o no quieren sino orar en comn. No pueden mantener una oracin personal prolongada. Esas personas tienen que recuperar la dimensin personal de su oracin, de otro modo el demonio alcanzar su objetivo a la larga: empobrecer la oracin comn que se nutre de la savia de la experiencia personal del orante, y hacer que ste rece muy poco. Las ocasiones que tiene un cristiano corriente para la oracin comn, fuera de la misa del domingo, son realmente pocas. Tambin hay pocas personas que no pueden rezar sino en privado; la oracin comunitaria no parece aportarles nada, y las distrae. La respuesta a esta tentacin sutil de individualismo y tal vez de intimismo ilusorio (que tambin empobrece la integralidad de la oracin) es, una vez ms, educarse en descubrir las riquezas de la oracin comn. Pues una cosa es sentirse mejor rezando solo, lo cual es muy legtimo (personas as deben orar ms solas que en comn) y otra cosa es prescindir de la oracin en comn. Y a la inversa, el que ora mejor en comn debe buscar las ocasiones de hacerlo y privilegiar esa forma de oracin, pero manteniendo siempre una vida de oracin personal. Evitando la tentacin de la oracin unilateral, todo orante debe seguir su vocacin a la forma de oracin que se adapta mejor a l.
recibe ningn estmulo para practicar y perseverar en la oracin. Es decir, la gente con la cual convive y se relaciona no ora o lo hace muy poco. La falta de ambiente de oracin contagia, como contagia tambin positivamente, un medio humano que aprecia la oracin. Esto se aplica especialmente a las comunidades cristianas o de vida religiosa, a los movimientos apostlicos, parroquias y casas de formacin. Crear un ambiente colectivo que favorezca y estimule la oracin es de primera importancia. La vida de oracin de muchas personas puede depender de eso.
IV.
La bsqueda cristiana
de
la
felicidad
la
renuncia
En el caso que el servicio y gloria de la Divina Majestad sean igualmente servidos, y a fin de imitar y ser en realidad ms como Cristo nuestro Seor, deseo y escojo pobreza con Cristo pobre antes que riquezas; insultos con Cristo cargado de ellos, antes que honores; deseo ser tenido por intil y loco a causa de Cristo, antes que ser estimado como sabio y prudente en este mundo. As Cristo fue tratado antes de mi. SAN IGNACIO DE LOYOLA
Discernimiento
La sntesis entre estas dos condiciones de la vida cristiana: la bsqueda de la felicidad y la renuncia, ha eludido, desde siempre, a muchos creyentes, y ha sido considerada como una curiosidad de rasgos aberrantes para muchos no creyentes. Procurar la felicidad y su pleno goce es esencial tal vez lo ms esencial en la vocacin del hombre. Es lo que Dios quiere de l. El hombre fue creado por Dios para ser feliz, eterna y plenamente feliz en la vida futura, pero igualmente en esta vida, dentro de las limitaciones propias de la condicin humana, y siempre que no ponga en peligro la felicidad eterna. No es cristiana la idea de que Dios quiere que el hombre sea feliz tan slo despus de la muerte, en el paraso, y que aqu en la tierra tiene que sufrir y negarse las felicidades terrenas a fin de merecer las perdurables. Qu clase de Dios sera se? Para qu entonces dot al hombre de tantas formas de capacidad de goce, ya sea del espritu o de los sentidos? Por otra parte est la renuncia cristiana. Es un hecho que Cristo llama a muchas formas de renuncia, de abnegacin y pide cada da tomar la cruz (cf. Lc 14, 27,33). La pobreza, la austeridad, la mortificacin, son valores en el camino cristiano. Pero pocos suelen identificar esos valores con la felicidad terrena y humana. Por el contrario, parecen oponerse frontalmente a ella, y desmentir la idea de que Dios quiere que el hombre sea feliz tambin en esta vida. 38
Sin embargo, la compatibilidad y la sntesis es real. De ello dan testimonio todos los santos, canonizados o no. La explicacin tiene dos aspectos que hay que ver separadamente. El primer aspecto es el ms fcil de entender para los creyentes y hombres de conciencia recta. Es cuando la renuncia y la mortificacin de lo que produce placer (que podemos considerarlo como una forma de felicidad, aunque precaria) se hacen necesarias para evitar el pecado, la inmoralidad, los vicios o las imperfecciones de una libertad interior an sujeta a servidumbres. Esto es bastante plausible, pues las servidumbres morales grandes o pequeas, son tales porque son deshumanizantes a corto o largo plazo. Y lo que deshumaniza no da la felicidad. De ah que las renuncias de que hablamos se hacen necesarias para asegurar una felicidad, en este mundo, verdadera y estable. En esos casos, se renuncia a lo que da una felicidad fugaz y aparente a fin de asegurar la felicidad autntica. El segundo aspecto del problema es ms difcil de explicar. Es el ms desconcertante: no es realmente comprensible sin la experiencia de la fe. Se trata de las renuncias, mortificaciones y penitencias voluntarias que, en grados diversos, realizan los santos y los creyentes fervorosos. Aqu no se trata de las renuncias necesarias para evitar lo malo o las tentaciones o caer en un vicio grande o pequeo, o tambin para fortalecer una voluntad debilitada. Se trata de renuncias y mortificaciones a formas de felicidades terrenas legtimas y ms all de lo necesario para la prctica de la fidelidad cristiana. As: la bsqueda de austeridad de vida y de pobreza deliberada; la renuncia, en ocasiones o de forma permanente a placeres legtimos; penitencias voluntarias de cualquier tipo, etc. Cmo puede Dios pedir esas cosas, l que quiere la felicidad y el bien del hombre? A todo lo que se renuncia no son cosas que Dios cre para el hombre, a fin de que encontrara en ella pequeas felicidades? No es acaso cristiano gozar de todo lo legtimo que nos da la vida dando gracias continuamente al Dios de la bondad? Todo esto es verdad. Ms an, es parte de la santidad cristiana. Carecer de esas actitudes hacia las bondades y dones de la vida, y ante las felicidades y regalos que Dios ofrece, no es cristiano. Esas actitudes deben estar vivas en cualquier realizacin de renuncia voluntaria; de otro modo sta se hace sospechosa. El amor a la creacin y el reconocimiento agradecido de que todo es don de Dios es el trasfondo del autntico penitente. Qu sentido tiene entonces esta renuncia cristiana? La verdadera respuesta no puede estar ajena a la vocacin humana a la felicidad, tambin en esta vida. Tambin aqu, la verdadera felicidad es la clave. La experiencia de los santos lo corrobora; en realidad la respuesta es sencilla: el austero, el abnegado, el mortificado, encuentra ah una felicidad mayor. Ello legtima su renuncia a lo bueno que Dios pone a su disposicin. El santo, el espiritual, encuentra mayor felicidad aqu y ahora en la pobreza que en la riqueza, en la austeridad que en el legtimo bienestar, en privarse de un placer que en gozarlo.
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Cmo es posible, a la par que humanizante y conforme a lo que Dios quiere? Simplemente porque toda renuncia cristiana, para que sea tal, procede de un gran amor a Jess pobre y crucificado. El amor que quiere darse e identificarse con Jess causa una felicidad mayor que el goce contrario; no la renuncia o la mortificacin en s misma. La experiencia de la felicidad de darle algo a Dios por puro amor, imitndolo muy pobremente en la donacin totalmente gratuita que l nos hace de su amor, es inexplicable para el que no ha comenzado, por lo menos, a enamorarse de Jess crucificado. En un grado elevado, es la experiencia de los santos y de los msticos, cuyas renuncias no se entienden fuera del horizonte de la felicidad sin el egosmo que se encuentra en la ofrenda por amor. La renuncia cristiana no slo no es inhumana, sino que nos coloca en la cumbre del humanismo, cuyo postulado esencial nos dice que la felicidad del hombre se encuentra en el amor, y que a mayor amor se encuentra mayor felicidad. Esto nos da el criterio ms importante para discernir la legitimidad y la oportunidad de cualquier renuncia o mortificacin voluntaria: el amor con que se realiza, y el crecimiento en amor de dios y de felicidad a que nos llevan. Hay que concluir, por lo tanto, que el hecho asombroso a los ojos mundanos de encontrar felicidad en la imitacin de Cristo pobre y crucificado por la renuncia espiritual de matices msticos en el sentido amplio de la palabra. Es una de las cimas de la experiencia cristiana; fuera de esta perspectiva es incomprensible igual que lo es la oracin prolongada o la castidad radical. Este tipo de experiencia, si no se ha tenido, puede crear escepticismo o el recurso a explicaciones psicolgicas peyorativas, como por ejemplo, un masoquismo inconsciente. Los santos han tenido esa experiencia como plenitud de amor y de liberacin, y la han testimoniado. Aunque no es necesario recurrir a ellos; muchsimos buenos cristianos, persistentemente probados por la cruz, no han perdido e incluso han acrecentado la paz y la felicidad del alma. Los hemos encontrado muchas veces. Annimamente, segn la medida de su gracia, han vivido y entendido la experiencia de los msticos crucificados.
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