Había Una Vez Un León Afónico
Había Una Vez Un León Afónico
Había Una Vez Un León Afónico
Pero un día, el león habló con un puerco tan bruto y cabezota, que no encontraba la forma de
hacerle entrar en razón. Entonces, sintió tantas ganas de rugir, que al no poder hacerlo se sintió
en desventaja. Así que dedicó unos meses a inventar una máquina de rugir que se activase sólo
cuando él quisiera. Y poco después de tenerla terminada, volvió a aparecer por allí el puerco
testarudo, y tanto sacó al león de sus casillas, que lanzó un rugido aterrador con su máquina de
rugir.
- ¡¡¡GRRRRROAUUUUUUUUUUUU!!!
Entonces, no sólo el puerco, sino todos los animales, se llevaron un susto terrible, y durante
meses ninguno de ellos se atrevió salir. El león quedó tan triste y solitario, que tuvo tiempo para
darse cuenta de que no necesitaba rugir para que le hicieran caso ni para salirse con la suya, y
que sin saberlo, su afonía le había llevado a ser buenísimo hablando y convenciendo a los
demás. Así que poco a poco, a través de su tono amable y cordial, consiguió recuperar la
confianza de todos los animales, y nunca más pensó en recurrir a sus rugidos ni a sus gritos.
EL ELEFANTE BEBÉ
Había una vez un elefante bebé llamado Cuco, que tenía un año y vivía en una casita chiquiiiiita,
pero con cosas hermosas. Más tarde apareció un monstruo y el elefante le tiró agua de su gran
trompota y el monstruo desapareció.
Todos sus amigos se burlaban de él, no creían que hubiera un monstruo, todos pensaban que era
cosa de su imaginación. Pero un día, de repente el monstruo apareció otra vez y sus amigos se
llevaron un gran susto, todos se escondieron y Cuco le volvió a tirar agua para que desapareciera y
no molestara a nadie.
Sus amigos se dieron cuenta que Cuco siempre había dicho la verdad y le pidieron disculpas. A
partir de ese momento siempre respetaron a Cuco y jugaban con él, todos querían ser sus amigos.
FIN
– Moraleja del cuento: Siempre cree en los demás y los demás creerán en ti.
– “¿Para qué preocuparme en hacerlo si luego mis compañeros lo terminarán más rápido? Mejor me dedico
a jugar y a descansar”.
– “No es una gran idea”, dijo una hormiguita. “Lo que verdaderamente cuenta no es hacer el trabajo en
tiempo récord, lo importante es hacerlo lo mejor que sepas, pues siempre te quedarás con la satisfacción de
haberlo conseguido. No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren más
tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas, nunca sabrás lo que eres capaz de hacer y siempre te quedarás con la
duda de qué hubiera sucedido si lo hubieras intentado alguna vez. Es mejor intentarlo y no conseguirlo, que
no hacerlo y vivir siempre con la espina clavada. La constancia y la perseverancia son buenas aliadas para
conseguir lo que nos proponemos, por eso te aconsejo que lo intentes. Podrías sorprenderte de lo que eres
capaz”.
– “¡Hormiguita, tienes razón! Esas palabras son lo que necesitaba: alguien que me ayudara a comprender el
valor del esfuerzo, prometo que lo intentaré.”
Así, Uga, la tortuga, empezó a esforzarse en sus quehaceres. Se sentía feliz consigo misma pues cada día
lograba lo que se proponía, aunque fuera poco, ya que era consciente de que había hecho todo lo posible
por conseguirlo.
– “He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse metas grandes e imposibles, sino acabar todas
las pequeñas tareas que contribuyen a
objetivos mayores”.
Carrera de zapatillas: cuento infantil sobre la amistad
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano porque
¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no quería
ser amiga de los demás animales.
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy
grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de comenzar
la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero
todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas, que
rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados, listos,
¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además
había aprendido lo que significaba la amistad.
A veces trae más frío que de costumbre, como cuando sucedió esta historia: Hacía
tanto, pero tanto frío, que los árboles parecían arbolitos de Navidad adornados con
algodón. En uno de esos árboles vivían los Ardilla con sus cinco hijitos.
Papá y mamá habían juntado muchas ramitas suaves, plumas y hojas para armar un nido
calientito para sus bebés, que nacerían en invierno.
Un día, la nieve caía en suaves copos que parecían maripositas blancas danzando a la
vez que se amontonaban sobre las ramas de los árboles y sobre el piso, y todo el bosque
parecía un gran cucurucho de helado de crema en medio del silencio y la paz. ¡Brrrmmm!
Y entonces, un horrible ruido despertó a los que hibernaban: ¡una máquina inmensa
avanzaba destrozando las plantas, volteando los árboles y dejando sin casa y sin abrigo a
los animalitos que despertaban aterrados y corrían hacia cualquier lado, tratando de
salvar a sus hijitos!
Papá Ardilla abrió la puerta de su nido y vio el terror de sus vecinos. No quería que sus
hijitos se asustaran, así que volvió a cerrar y se puso a roncar.
Sus ronquidos eran más fuertes que el tronar de la máquina y sus bebés no despertaron.
Mamá Ardilla le preguntó, preocupada:
-¿Qué pasa afuera?No te preocupes y sigue durmiendo, que nuestro árbol es el más
grande y fuerte del bosque y no nos va a pasar nada- le contestó.
Pero Mamá Ardilla no podía quedarse tranquila sabiendo que sus vecinos tenían
dificultades. Insistió:
Papá Ardilla dejó de roncar; miró a sus hijitos durmiendo calientitos y a Mamá Ardilla. Se
paró en su cama de hojas y le dio un beso grande en la nariz a la dulce Mamá Ardilla y
¡corrió a ayudar a sus vecinos!.
Los pajaritos cantaron felices: ahora tenían dónde guardar a sus pichoncitos, protegidos
de la nieve y del frío. Así, gracias a la ayuda de los Ardilla se salvaron todas las familias
de sus vecinos y vivieron contentos.
Durmieron todos abrazaditos hasta que llegara en serio la primavera, el aire estuviera
calientito, y hubiera comida y agua en abundancia.
Al amanecer, un pequeño sapo que acababa de nacer escuchó hablar de la belleza de la luna. Muy
decidido salió en su busca.
— Voy buscando a la luna, — dijo primero a una culebra que tomaba el sol placenteramente.
La culebra pensó por un momento tragarlo de un bocado; pero, le hizo tanta gracia su inocencia
que le respondió:
— Vas por buen camino, sigue adelante y con el paso del tiempo la encontrarás.
El águila pensó por un momento tragarlo de un solo bocado; pero, le hizo tanta gracia su
inocencia que le respondió:
— Sigue tu camino tranquilo, con un poco más tiempo la encontrarás. Ella te saldrá a buscar.
Y así fue preguntando a todos los animales que iba encontrando por el camino hasta que empezó
a anochecer.
— Voy buscando a la luna, — dijo a un búho que estaba en la rama de un árbol.
—¡Ohhhhhhhhh!
La luna lucía en el cielo resplandeciente y, sapito se quedó sin palabras porque, aunque había
oído hablar de su belleza, jamás la hubiera imaginado tan hermosa