Frontera Con Chile
Frontera Con Chile
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FRONTERA CON CHILE
En este sentido, hablar de las fronteras como imagen o representación visual de todo un
trasfondo ideológico-político tiene razón de ser. Por lo tanto, recurriendo a la Geografía
política, recurrimos al paisaje y en este mismo sentido, a la imagen, entendida esta
como “representaciones organizadas de ciertos atributos en la mente de un individuo
acerca de objetos, eventos, personas, naciones y políticas”, cómo manifiesta Cashman
[ CITATION Gon14 \l 10250 ].
El 31 de agosto de 1882, en vista de los desastres que causaban las luchas en el país y a
la imposibilidad de derrotar militarmente al ejército ocupante, el coronel Miguel
Iglesias, con el apoyo de las provincias del norte del Perú, emitió el manifiesto de
Montán, llamando a firmar la paz entre Chile y Perú aceptando la cesión territorial
como parte del acuerdo.
Este tratado, si bien dio fin a la Guerra del Pacífico y estabilizó las relaciones post-
bélicas entre ellos, solo en el primero, de los 14 artículos del tratado, se reestablece la
paz, y rápidamente en el segundo artículo, Perú cede a Chile perpetua e
incondicionalmente el dominio sobre el departamento de Tarapacá y en el tercero
determina la ocupación chilena durante el término de diez años de las provincias de
Tacna y Arica.
Aunque algunos autores chilenos tratan de aludir a que el interés de los estados debe
seguir la orientación de la “teoría del equilibrio”, por la cual se “supone que los Estados
son actores unitarios que buscan su auto-ayuda; que tratan de usar los medios
disponibles, diplomáticos y/o militares para lograr sus objetivos” [ CITATION Gar09 \l
10250 ]. En este sentido, se asume que el “sistema” se comporta tan igual que la
economía de mercado al momento de tomar decisiones, y “determinar las acciones e
intenciones de sus unidades y permite explicar sus conductas por tanto” [ CITATION
Gar09 \l 10250 ]. Y que esto fue lo Chile y Bolivia hicieron a diferencia de Perú, que
durante el siglo XIX protagonizó una desorientación política, sin un proyecto de país
[ CITATION Ram17 \l 10250 ].
Así mismo, Téllez Lugaro postula que la “política boliviana” tuvo relación con las
negociaciones diplomáticas entre 1879 y 1904. En su opinión desde “los inicios de la
guerra, el Presidente Santa María concibió la idea fija de separar a Bolivia de la
Alianza. Chile correspondería a ese gesto cediendo a Bolivia los departamentos
meridionales del Perú (Arica y Tacna, principalmente)”. Sim embargo, las relaciones
confidenciales con Bolivia resultaron muy contraproducentes y fracasaron.
Sin embargo, las autoridades bolivianas respondieron con otra propuesta, la cual será
tenida en cuenta por las autoridades chilenas. Es así, que entre Bolivia y Chile se firma
un “Tratado Especial de Transferencia de Territorios”, el cual se constituye como “el
acuerdo más importante firmado entre las partes”. Ello debido a que a través de él Chile
reconoció expresamente la necesidad de otorgar a Bolivia una salida soberana al mar en
la zona correspondiente al litoral de Tacna y Arica. El contenido de sus artículos
plasmaba por primera vez en un acuerdo internacional el ideal de la “política boliviana”.
Chile reconocía el derecho a Bolivia de poseer un litoral en el Pacífico, y se
comprometía a desplegar esfuerzos para alcanzar dicha meta. Pero esto, a nivel de la
región suramericana no fue bien visto, al punto de que autoridades peruanas y
argentinas se alertaron [ CITATION Gar09 \l 10250 ] . Por ello, los intentos por seguir
adelante con el tratado y ano tuvo la misma fuerza inicial.
“afán por mantener a las potencias europeas al margen de las tierras americanas,
y adicionalmente hacer notar que podía y cumplía a cabalidad el rol de “hermano
mayor” de los países latinoamericanos, Estados Unidos trató de in-uenciar el
comportamiento de Perú y Chile en el complejo período de la postguerra”
[ CITATION Cav15 \l 10250 ].
No obstante, los intereses iniciales, el cambio de mando en la presidencia
Estadounidense resalto lo innecesario de la intervención yanqui en Chile. Por no ofrecer
las condiciones de beneficio necesarias, es decir, condiciones de beneficio geopolítico.
Se firmó, pues, un pacto de tregua entre Chile y Bolivia (1884), en que se consolidaba la
posesión territorial del conquistador. Veinte años después (1904), la tregua se convirtió
en paz definitiva. Chile había conseguido un doble propósito: la Costa boliviana pasaba
a convertirse en su propiedad legal, y entre el Perú y Bolivia había hecho surgir un
motivo de hondo recelo de notoria desavenencia: la ambición de Tacna y Arica,
analizando cómo Chile explotó con refinado maquiavelismo la natural aspiración
boliviana de poseer una salida al mar. Pero en vez de devolverle la élite le había
arrebatado, que era la única solución justa y natural, la empujó a que disputara al Perú lo
que nos pertenecía de derecho. Mas en esta ocasión no se trataba de sugestiones
deslizadas al oído, sino de un serio y protocolizado compromiso internacional. Para
separar a sus víctimas, para oponer entre ellas una barrera de aspiraciones encontradas y
de resentimientos y temores, Chile no vaciló en suscribir un tratado, que forma parte
integrante del de paz, en virtud del cual «quedó obligado a emplear todo recurso legal,
dentro del pacto de Ancón o por negociación directa, para adquirir el puerto y territorios
de Tacna y Arica, con el propósito ineludible de entregarlos a Bolivia en la extensión
que determina el pacto de transferencia»
¿Qué más podía exigírsenos? ¿No estaba el Perú dentro de su derecho, cuando el tratado
de Ancón habla de términos y plazos para pagar el rescate? El diplomático chileno no
entendió estas razones, y declaró que su gobierno no estimaba suficientes tales
garantías.
Poco después el señor Riva Agüero (1896) hacía nuevas tentativas para inducir a Chile a
que cumpliera el pacto de Ancón. Nada se avanzó, a pesar de la tenacidad de la
cancillería peruana. Pero de pronto se ensombrece el horizonte internacional, el litigio
de fronteras entre Chile y la Argentina adquiere proporciones alarmantes, gritos de
guerra se dejan escuchar en Santiago y Buenos Aires, los ejércitos se preparan a
trasmontar los Andes, y en esos momentos de angustia, la cancillería chilena vuelve sus
ojos al Perú.
Los peruanos propugnaban condiciones de igualdad para arribar a una solución
jurídica y estable. Y no deseábamos tampoco imponer a todo trance un criterio cerrado
y exclusivo. Si surgía alguna discrepancia estábamos listos a entregarla a la decisión
arbitral. ¿Qué más puede exigirse en materia de sinceridad? Pero a lo que no podíamos
sin desdoro, era a refrendar con nuestra abdicación el dominio chileno en esos
territorios, que son y han sido siempre nuestros, ya que así lo quiere y exige la voluntad
soberana de los que allí nacieron.
Es así que la indignación del peruano se va a ser notable pues los chilenos irán teniendo
poder tanto en el sector público como en el privado, creando así también un periódico
para denigrar al Perú y convertirlo en vocero de la propaganda de chilenización. Más
tarde se desterró a los curas y cerró las iglesias. Era todo un plan frío, implacable, de
persecución sistemática.
Al dar ese paso, Chile comprendió que arrojaba a la faz de América la careta con que
había encubierto sus propósitos. Chile no quería cumplir el tratado de Ancón. Cuando se
le instaba con vehemencia, respondía con subterfugios y aplazamientos. Y cuando se le
ofrecía la solución decorosa de un arbitraje, la rechazaba con desdén. Tuvo entonces en
sus manos la clave del conflicto. Con muy poco esfuerzo de su parte pudo convertir al
Perú en amigo generoso que hubiera olvidado los brutales excesos de la conquista. La
devolución de Tacna y Arica, el júbilo de reincorporar a nuestra patria a esos hermanos
depurados por el sacrificio, nos habría indemnizado de todas las pasadas torturas y
desabrimientos. No lo entendió así Chile. Después de la tierra sangrienta quiso otra
guerra no menos cruel y despiadada que la anterior. Es la persecución de las
conciencias, es la garra que se hunde en el corazón del niño, en la fe del creyente, en el
alma del pueblo, para extirpar los últimos restos de la devoción de una raza a cuanto
constituye su historia, su porvenir y sus creencias.
CONCLUSIONES
- El origen de la guerra entre el Perú y Chile fue la ambición y la codicia de este último
país para apoderarse de los territorios de Tarapacá, Tacna y Arica, que hasta hoy
retiene.
-Estos antecedentes demuestran que la situación jurídica de los territorios ocupados por
Chile después de una guerra en que se alteró la dinámica material y espiritual del
continente, debe regularse por otro estatuto, en que prevalezca no la fuerza del
conquistador, sino el derecho de los pueblos conquistados.
-Perú se niega a tratar con un país que ha escarnecido la justicia, que ha violado los
tratados, que ha perseguido a sus habitantes, y somete la integridad de su querella a la
Liga de las Naciones. En la extremidad a que ha llegado el conflicto, Chile no nos
inspira fe ni confianza. Con él ya no podemos discutir, ya es inútil negociar. La suerte
de varios miles de almas, su tranquilidad, su soberanía, su derecho a la existencia, los
altos principios de moralidad y de justicia que se ventilan en este pleito, los ponemos
íntegramente en manos de un tribunal augusto, exento de odios, de parcialidad y de
pasión. Serenos y confiados, esperamos su sentencia.
BIBLIOGRAFÍA
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