Frontera Con Chile

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INDICE

CAPÍTULO I: CONTEXTO HISTÓRICO.............................................................................2

CAPÍTULO II: LOS TRATADOS..........................................................................................3

CAPÍTULO III: POSICIÓN DE LOS POBLADORES DE TACNA Y ARICA...................6

CONCLUSIONES......................................................................................................................8

BIBLIOGRAFÍA........................................................................................................................9
FRONTERA CON CHILE

CAPÍTULO I: CONTEXTO HISTÓRICO


Antes de que se diera la Guerra con Chile, el Perú no tenía frontera con este país. Por el
Sur solo limitaba con Bolivia. Pero, el descontento del país chileno, con los territorios
que había solo obtenido después de la independencia, y sumado por la ambición a los
recursos que tenía las provincias de Antofagasta y Tarapacá, hizo que desde mucho
antes, como señala Fernando Silva Santiesteban quiere expandirse hacia el norte. Así
desde 1850, Chile tenía la idea de declararle la guerra a Bolivia, sin embargo, el clima
de incertidumbre que se tenía por el intento de España de volver a retomar sus colonias,
hizo que su plan de expansión territorial se aplazara. Luego, ya eliminado por completo
las intenciones de España, Chile retomaría su ambición por esos territorios.
Mientras tanto, en el Perú se había generado un cambio político, por primera vez un
civilista había llegado al poder. Sin embargo, Manuel Prado recibió un país en la
bancarrota, el Perú tenía una gran deuda externa y tenía un tremendo déficit fiscal. Los
recursos que había proporcionado el guano, no habían sido utilizados de manera
correcta, sumado a ello, el recurso empezó hacer menos requerido en Europa. No
obstante, en las provincias sureñas, un nuevo recurso empezó a generar esperanzas; el
salitre. Pero ya había capitalistas invirtiendo en la explotación de este recurso,
principalmente chilenos e ingleses. Cuando Prado quiere ingresar a la administración de
este recurso, existían dos corrientes dentro del congreso de ese entonces, los que pedían
se del libre mercado, y el otro que el Estado promulgue el estanco de la zona salitrera,
así este se encargue de su venta al extranjero. Así chilenos e ingleses se vieron
afectados, por ello que se desata la guerra, los capitalistas ingleses apoyaron al bando
chileno.
Ya con el interés, y el reclamo de chile a Bolivia, por problemas de limite, el país del
altiplano dio un pedido de alianza defensiva al Perú, lo cual se vino a efectuar en 1873.
Con el tratado entre ambos países, en el cual se indicaba la defensa mutua ante un
posible ataque externo, Chile ocupó los territorios bolivianos en 1879. Bolivia pidió
inmediatamente al Perú, hacer efectivo el tratado firmado en 1873. El Perú intento
menguar la situación, enviando un representante, pero este fracasó. Chile en un
momento, pidió que el Perú no interviniera en la guerra, sin embargo, luego conocido el
tratado lo consideró como agresor, y el 5 de abril de 1879 le declaró la guerra.
El interés económico de chile, como el de los ingleses en el salitre, hizo que estos sean
aliados. Los ingleses apoyaron con armamento marítimo a los chilenos, mientras que el
Perú, no potencializaba su armada, debido a que la política civil, iba en contra del
posicionamiento del ejército en el país. Al finalizar la guerra, se firmó el Tratado de
Ancón (con el gobierno de Miguel Iglesias, reconocido como interlocutor por los
chilenos), dicho tratado establecía la perdida de la provincia de Tarapacá, además chile
mantuvo su poder en las provincias de Arica y Tacna, estableciéndose la realización de
un plesbicito para que la población decidiera a qué país pertenecer. Empero, chile
comenzó un programa de chilenización de los territorios ocupados, haciendo que su
población migrara a los nuevos lugares obtenidos y tratando de mala manera a los
aborígenes peruanos. Todo fue resuelto en 1929. En el gobierno de Agusto B. Leguía,
se perdió completamente Arica, pero se recuperó Tacna, gracias a la valerosa actitud de
los peruanos en Tacna, de gritar a viva voz Viva el Perú.

CAPÍTULO II: LOS TRATADOS

La Guerra entre Perú-Chile-Bolivia, Guerra del Pacífico, o la Guerra del guano y el


salitre, entre 1879-1883, ofrece diversas perspectivas de análisis. En este caso, desde el
análisis de los tratados entre Perú y Chile en la posguerra trataremos de describir las
implicancias de la geografía política de la misma. Aunque según algunos autores, los
enfoques de las consecuencias varían entre Chile y Perú. De ellos se descubre que este
conflicto bélico se ha constituido “como un hito que modificó los territorios como
también ha modelado las identidades nacionales, tanto en las metrópolis como en la
periferia” [ CITATION Día15 \l 10250 ].

En este sentido, hablar de las fronteras como imagen o representación visual de todo un
trasfondo ideológico-político tiene razón de ser. Por lo tanto, recurriendo a la Geografía
política, recurrimos al paisaje y en este mismo sentido, a la imagen, entendida esta
como “representaciones organizadas de ciertos atributos en la mente de un individuo
acerca de objetos, eventos, personas, naciones y políticas”, cómo manifiesta Cashman
[ CITATION Gon14 \l 10250 ].

El 31 de agosto de 1882, en vista de los desastres que causaban las luchas en el país y a
la imposibilidad de derrotar militarmente al ejército ocupante, el coronel Miguel
Iglesias, con el apoyo de las provincias del norte del Perú, emitió el manifiesto de
Montán, llamando a firmar la paz entre Chile y Perú aceptando la cesión territorial
como parte del acuerdo.

En enero de 1883, Iglesias se proclamó "Presidente Regenerador de la República" y su


enviado José Antonio de Lavalle inició la discusión de un tratado de paz con los
negociadores chilenos a cargo de Jovino Novoa Vidal que acordaron las bases del
tratado el 3 de mayo de 1883.

Avelino Cáceres, que se oponía terminantemente a aceptar la cesión de territorios,


intentó acabar con el gobierno de Iglesias y marchó al norte, pero fue derrotado en la
batalla de Huamachuco el 10 de julio de 1883. La decepción generada por la derrota
entre los enemigos de la paz fue aprovechada por Iglesias y Lynch (el jefe del gobierno
chileno de ocupación) para consolidar el gobierno Miguel Iglesias y el Manifiesto de
Montán de Iglesias, quien llegó a Lima el 23 de octubre de 1883. El 22 de octubre de
1883 el ejército chileno había ocupado Ayacucho, sede del gobierno de Lizardo
Montero.

Miguel Iglesias convocó a un Congreso Constituyente que, bajo la presidencia de


Antonio Arenas, eligió como Presidente Provisorio al mismo Miguel Iglesias. El
acuerdo entre los gobiernos fue firmado el 20 de octubre de 1883 entre Jovino Novoa,
por el de Chile, y José Antonio de Lavalle y Mariano Castro de Záldivar por el de Perú.
El tratado fue aprobado en la Cámara de diputados de Chile por 43 votos contra uno. En
el Senado de Chile su aprobación fue unánime. La Asamblea Nacional del Perú ratificó
el tratado el 8 de marzo de 1884 por 99 votos contra 6.
Por ello, culminados los movimientos bélicos, el “Tratado de Ancón”, oficialmente
“Tratado de Paz y Amistad entre las repúblicas de Chile y del Perú”, fue firmado por los
representantes de Chile, Jovino Novoa Vidal, y el Perú, José Antonio de Lavalle, el 20
de octubre de 1883, en Lima, la capital peruana aunque fue elaborado en Ancón. Pero
más allá de un tratado de paz, lo que se firmó fue un acta de rendición y concesión
territorial.

Este tratado, si bien dio fin a la Guerra del Pacífico y estabilizó las relaciones post-
bélicas entre ellos, solo en el primero, de los 14 artículos del tratado, se reestablece la
paz, y rápidamente en el segundo artículo, Perú cede a Chile perpetua e
incondicionalmente el dominio sobre el departamento de Tarapacá y en el tercero
determina la ocupación chilena durante el término de diez años de las provincias de
Tacna y Arica.

Luego de culminado, el período de posesión territorial, se organizaría un plebiscito para


determinar la nacionalidad de éstas y otras concesiones. Los demás artículos expresan
las nuevas obligaciones financieras y mercantiles entre Perú y Chile.

Aunque algunos autores chilenos tratan de aludir a que el interés de los estados debe
seguir la orientación de la “teoría del equilibrio”, por la cual se “supone que los Estados
son actores unitarios que buscan su auto-ayuda; que tratan de usar los medios
disponibles, diplomáticos y/o militares para lograr sus objetivos” [ CITATION Gar09 \l
10250 ]. En este sentido, se asume que el “sistema” se comporta tan igual que la
economía de mercado al momento de tomar decisiones, y “determinar las acciones e
intenciones de sus unidades y permite explicar sus conductas por tanto” [ CITATION
Gar09 \l 10250 ]. Y que esto fue lo Chile y Bolivia hicieron a diferencia de Perú, que
durante el siglo XIX protagonizó una desorientación política, sin un proyecto de país
[ CITATION Ram17 \l 10250 ].

Como notamos en la ilustración,


distinguimos que Perú y Chile no
eran fronterizos. El país con el
cual limitaba Peru en el sur, era
Bolivia. No obstante, Perú a tenor
de la alianza firmada con Bolivia
asumió una responsabilidad de
mutua defensa que en medio del
conflicto bélico, Bolivia
abandonó. Chile aprovechó la
oportunidad de desequilibrio
defensivo y atacó con más
ahínco.

Según autores chilenos, “la


posición chilena fue delineada en
estrecho diálogo de las élites con
los conceptos geopolíticos de Caublin y Bismarck” [ CITATION Gar09 \l 10250 ]. Es decir,
que “en Chile las autoridades no podían evitar establecer similitudes entre la Guerra
Franco Prusiana y la Guerra del Pacífico”. No obstante, “en ambos casos una potencia
regional había logrado un triunfo completo sobre el adversario; había consolidado su
predominio tanto militar como económico en el área; y las compensaciones producto de
la guerra habían implicado entregas de territorio donde, en algunos casos, existía un
porcentaje significativo de población del Estado derrotado (Alsacia y Lorena / Tacna y
Arica)” [ CITATION Gar09 \l 10250 ].

Así mismo, Téllez Lugaro postula que la “política boliviana” tuvo relación con las
negociaciones diplomáticas entre 1879 y 1904. En su opinión desde “los inicios de la
guerra, el Presidente Santa María concibió la idea fija de separar a Bolivia de la
Alianza. Chile correspondería a ese gesto cediendo a Bolivia los departamentos
meridionales del Perú (Arica y Tacna, principalmente)”. Sim embargo, las relaciones
confidenciales con Bolivia resultaron muy contraproducentes y fracasaron.

A pesar de lo anteriormente mencionado, se da una segunda, en la que se evidencia el


“resurgimiento de La Política Boliviana” entre 1890 y 1891. Posteriormente, Luis
Barros Borgoño, discípulo de Santa María, la resucita y da origen al tratado de 1895,
que trasferían Tacna y Arica a La Paz [ CITATION Gar09 \l 10250 ] . Notamos entonces
que, Bolivia si seguía de cuando en cuando la teoría del equilibrio. Buscó salvaguardar
sus intereses, al menos en algunas oportunidades. Tanto así que el gobierno chileno,
delegó a partir de 1892 al Ministro Plenipotenciario chileno en Sucre, don Juan Gonzalo
Matta, que buscara establecer contacto con las autoridades bolivianas a fin de
informarles el deseo de poder remplazar el Pacto de Tregua de 1884 por un tratado de
paz definitivo, el cual otorgara plena soberanía a Chile en Atacama a cambio de que
nuestro país le asegurara a Bolivia un puerto soberano en el Pacífico, cuya ubicación
debería estar al norte de la Quebrada de Camarones (preferentemente se pensaba en la
totalidad del territorio aún en disputa con el Perú, es decir, Tacna y Arica) [ CITATION
Gar09 \l 10250 ].

Sin embargo, las autoridades bolivianas respondieron con otra propuesta, la cual será
tenida en cuenta por las autoridades chilenas. Es así, que entre Bolivia y Chile se firma
un “Tratado Especial de Transferencia de Territorios”, el cual se constituye como “el
acuerdo más importante firmado entre las partes”. Ello debido a que a través de él Chile
reconoció expresamente la necesidad de otorgar a Bolivia una salida soberana al mar en
la zona correspondiente al litoral de Tacna y Arica. El contenido de sus artículos
plasmaba por primera vez en un acuerdo internacional el ideal de la “política boliviana”.
Chile reconocía el derecho a Bolivia de poseer un litoral en el Pacífico, y se
comprometía a desplegar esfuerzos para alcanzar dicha meta. Pero esto, a nivel de la
región suramericana no fue bien visto, al punto de que autoridades peruanas y
argentinas se alertaron [ CITATION Gar09 \l 10250 ] . Por ello, los intentos por seguir
adelante con el tratado y ano tuvo la misma fuerza inicial.

En el apartado sobre “Estados Unidos y la cuestión de Tacna y Arica, 1880-1925:


aproximación a la visión estadounidense”, se trata el

“afán por mantener a las potencias europeas al margen de las tierras americanas,
y adicionalmente hacer notar que podía y cumplía a cabalidad el rol de “hermano
mayor” de los países latinoamericanos, Estados Unidos trató de in-uenciar el
comportamiento de Perú y Chile en el complejo período de la postguerra”
[ CITATION Cav15 \l 10250 ].
No obstante, los intereses iniciales, el cambio de mando en la presidencia
Estadounidense resalto lo innecesario de la intervención yanqui en Chile. Por no ofrecer
las condiciones de beneficio necesarias, es decir, condiciones de beneficio geopolítico.

CAPÍTULO III: POSICIÓN DE LOS POBLADORES DE TACNA Y ARICA

Se firmó, pues, un pacto de tregua entre Chile y Bolivia (1884), en que se consolidaba la
posesión territorial del conquistador. Veinte años después (1904), la tregua se convirtió
en paz definitiva. Chile había conseguido un doble propósito: la Costa boliviana pasaba
a convertirse en su propiedad legal, y entre el Perú y Bolivia había hecho surgir un
motivo de hondo recelo de notoria desavenencia: la ambición de Tacna y Arica,
analizando cómo Chile explotó con refinado maquiavelismo la natural aspiración
boliviana de poseer una salida al mar. Pero en vez de devolverle la élite le había
arrebatado, que era la única solución justa y natural, la empujó a que disputara al Perú lo
que nos pertenecía de derecho. Mas en esta ocasión no se trataba de sugestiones
deslizadas al oído, sino de un serio y protocolizado compromiso internacional. Para
separar a sus víctimas, para oponer entre ellas una barrera de aspiraciones encontradas y
de resentimientos y temores, Chile no vaciló en suscribir un tratado, que forma parte
integrante del de paz, en virtud del cual «quedó obligado a emplear todo recurso legal,
dentro del pacto de Ancón o por negociación directa, para adquirir el puerto y territorios
de Tacna y Arica, con el propósito ineludible de entregarlos a Bolivia en la extensión
que determina el pacto de transferencia»
¿Qué más podía exigírsenos? ¿No estaba el Perú dentro de su derecho, cuando el tratado
de Ancón habla de términos y plazos para pagar el rescate? El diplomático chileno no
entendió estas razones, y declaró que su gobierno no estimaba suficientes tales
garantías.
Poco después el señor Riva Agüero (1896) hacía nuevas tentativas para inducir a Chile a
que cumpliera el pacto de Ancón. Nada se avanzó, a pesar de la tenacidad de la
cancillería peruana. Pero de pronto se ensombrece el horizonte internacional, el litigio
de fronteras entre Chile y la Argentina adquiere proporciones alarmantes, gritos de
guerra se dejan escuchar en Santiago y Buenos   Aires, los ejércitos se preparan a
trasmontar los Andes, y en esos momentos de angustia, la cancillería chilena vuelve sus
ojos al Perú.
Los peruanos propugnaban condiciones de igualdad para arribar a una solución
jurídica y estable. Y no deseábamos tampoco imponer a todo trance un criterio cerrado
y exclusivo. Si surgía alguna discrepancia estábamos listos a entregarla a la decisión
arbitral. ¿Qué más puede exigirse en materia de sinceridad? Pero a lo que no podíamos
sin desdoro, era a refrendar con nuestra abdicación el dominio chileno en esos
territorios, que son y han sido siempre nuestros, ya que así lo quiere y exige la voluntad
soberana de los que allí nacieron.

Asumir la posición de la población de Tacna y Arica al pasar a territorios chilenos es


justificar la llamada política de chilenización de Tacna y Arica. Chile, que en cerca de
veinte años no había intentado captarse el cariño y la benevolencia de sus pobladores,
adopta de súbito una violenta actitud. Violando sus propias leyes, que facultan y
garantizan la libertad de enseñanza, decretando el cierre de las escuelas peruanas,
viéndose afectados los niños tacneños quienes estaban condenados a sufrir el más vil
ultraje que puede inferirse a la conciencia de un hombre entre ellos la falsificación de su
propia historia, la deformación del carácter nacional.

Según afirman muchos historiadores Chile pretendió desarraigar del alma de la


juventud tacneña, el sentimiento peruano, y para ello apeló a esa violencia inaudita,
dictatorial, que envuelve un atropello a su legislación escolar y un verdadero régimen de
excepción dentro de las leyes de ese país, al decretar después que la Corte de
Apelaciones de Iquique y la guarnición militar se trasladaran a Tacna, conllevando a
muchos peruanos a impedir la celebración de sus fiestas, enarbolasen su bandera, como
símbolo de patriotismo, que para los chilenos significara un cambio en el que también
llevara el despido de los trabajadores de la playa, para ser sustituidos con peones
chilenos.

Es así que la indignación del peruano se va a ser notable pues los chilenos irán teniendo
poder tanto en el sector público como en el privado, creando así también un periódico
para denigrar al Perú y convertirlo en vocero de la propaganda de chilenización. Más
tarde se desterró a los curas y cerró las iglesias. Era todo un plan frío, implacable, de
persecución sistemática.

El Perú envió un plenipotenciario, don Cesáreo Chacaltana, para intentar un último


esfuerzo. O se resolvía Chile a aprobar el protocolo que iba a poner término a la
querella, o se le obligaba a arrojar la máscara encubridora de tanta falacia y deslealtad.
El señor Chacaltana consiguió al fin lo que se propuso. La Cámara de Diputados chilena
revisó el protocolo Billinghurst-Latorre. (14 de enero de 1901). Los curiales quisieron
buscar una fórmula capciosa. La Cámara no lo aprobó ni lo desaprobó. Lo devolvió al
Ejecutivo, para que iniciara nuevas negociaciones directas con el Perú, fundándose en
que no podía aceptarse el sometimiento a arbitraje de los dos puntos contemplados en el
protocolo. Pero a través del embeleco que cubría esa fórmula, el Perú comprendió que
todo esto significaba una nueva y tenaz burla de su derecho y la confesión paladina del
terror que inspira a Chile la saludable intromisión de un poder extraño e imparcial, que,
frente al desborde de sus ambiciones, haga resonar la austera voz de la justicia.

Al dar ese paso, Chile comprendió que arrojaba a la faz de América la careta con que
había encubierto sus propósitos. Chile no quería cumplir el tratado de Ancón. Cuando se
le instaba con vehemencia, respondía con subterfugios y aplazamientos. Y cuando se le
ofrecía la solución decorosa de un arbitraje, la rechazaba con desdén. Tuvo entonces en
sus manos la clave del conflicto. Con muy poco esfuerzo de su parte pudo convertir al
Perú en amigo generoso que hubiera olvidado los brutales excesos de la conquista. La
devolución de Tacna y Arica, el júbilo de reincorporar a nuestra patria a esos hermanos
depurados por el sacrificio, nos habría indemnizado de todas las pasadas torturas y
desabrimientos. No lo entendió así Chile. Después de la tierra sangrienta quiso otra
guerra no menos cruel y despiadada que la anterior. Es la persecución de las
conciencias, es la garra que se hunde en el corazón del niño, en la fe del creyente, en el
alma del pueblo, para extirpar los últimos restos de la devoción de una raza a cuanto
constituye su historia, su porvenir y sus creencias.

CONCLUSIONES

- El origen de la guerra entre el Perú y Chile fue la ambición y la codicia de este último
país para apoderarse de los territorios de Tarapacá, Tacna y Arica, que hasta hoy
retiene.

-Estos antecedentes demuestran que la situación jurídica de los territorios ocupados por
Chile después de una guerra en que se alteró la dinámica material y espiritual del
continente, debe regularse por otro estatuto, en que prevalezca no la fuerza del
conquistador, sino el derecho de los pueblos conquistados.

-Perú se niega a tratar con un país que ha escarnecido la justicia, que ha violado los
tratados, que ha perseguido a sus habitantes, y somete la integridad de su querella a la
Liga de las Naciones. En la extremidad a que ha llegado el conflicto, Chile no nos
inspira fe ni confianza. Con él ya no podemos discutir, ya es inútil negociar. La suerte
de varios miles de almas, su tranquilidad, su soberanía, su derecho a la existencia, los
altos principios de moralidad y de justicia que se ventilan en este pleito, los ponemos
íntegramente en manos de un tribunal augusto, exento de odios, de parcialidad y de
pasión. Serenos y confiados, esperamos su sentencia.

BIBLIOGRAFÍA

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