Agustin de Hipona

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AGUSTIN DE HIPONA

Agustín nació el 13 de noviembre del 354 en la ciudad de Tagaste, en Argelia, en el norte de África.
El cristianismo llegó a ser la religión dominante de África, y de allí se extendió a la Península Ibérica
y muchos otros lugares. Sólo quedaron intactas las tribus nómadas beréberes, rebeldes
ocasionales y refractarias a la cultura romana.

El latín era el idioma oficial, aunque todavía podía oírse hablar el beréber aborigen y el cartaginés
o púnico, ya casi olvidado. Sin embargo, el carácter seguía siendo africano, menos sofisticado y
más agresivo que el romano, en especial en las regiones del interior de Númida (Argelia actual),
dentro de las franjas del norte del Sahara. Tagaste era una ciudad bastante grande para tener su
propio obispo, pero no suficiente como para contar con un centro de enseñanza. Sus padres,
Patricio y Mónica, pertenecían a la clase media puesta en peligro económicamente. Patricio era un
funcionario municipal y pagano de ideas que sólo aceptó el bautismo cristiano en su lecho de
muerte, aproximadamente en el año 371; Mónica, por el contrario, era una creyente llena de
virtudes y muy fervorosa que no dejaba de orar por la conversión de su esposo y de su hijo.
Aunque pagano, Patricio no impidió para nada que Agustín recibiera una educación cristiana,
Matriculado por su madre entre los catecúmenos. Al parecer, tres ideas centrales se fijaron en su
espíritu: una, la providencia divina; dos, la vida futura con sanciones terribles y, por último, Cristo
el Salvador.

De la niñez de Agustín sólo sabemos lo que él nos cuenta en sus memorias, sumamente selectivas,
que forman parte de las Confesiones. Se define a sí mismo como un niño bastante común, alegre y
travieso, no amigo de la escuela, cuyos castigos teme; impaciente para ganar la aprobación de sus
mayores, pero propenso a actos triviales de rebelión. Hasta los once años permanece en Tagaste
estudiando en la escuela del pueblo.

Afortunadamente, gracias a la ayuda de un amigo o quizá familiar rico, Romaniano, lograron reunir
a duras penas lo suficiente para enviarle a Cartago, ciudad grande y cosmopolita, capital adminis-
trativa del estado, en el año 370, donde Agustín sintió las seducciones propias de la gran ciudad, la
vida alegre que se ofrecía a los jóvenes estudiantes, por lo general alborotadores. Sus
preocupaciones fueron el teatro, los baños y el sexo. Al cumplir 17 años ya comparte su vida con
una joven de su edad. Fruto de estas relaciones será su hijo Adeodato (dado por Dios). Esta mujer
desconocida, de quien no dice su nombre, permaneció con él más de una década. En el año 371
muere su padre. Ante este acontecimiento, el muchacho apasionado comienza a ser consciente
del gran sacrificio que han realizado sus padres para que él se construya un futuro. Muchos
empiezan a considerarle “un joven prodigio”.

Acabados sus estudios volvió a Tagaste para enseñar gramática. Tenía 19 años. Es un buen
profesor y cuenta con buen número de alumnos. Su madre, al enterarse que se había hecho
maniqueo le echó de casa. Se cree que se hospedó en el domicilio de su benefactor Romaniano
AGUSTIN DE HIPONA
En estos años sigue leyendo mucho. También escribe poesía y en varios certámenes consigue
algunos premios. Aunque sólo tiene 26 años, publica su primer libro: De Pulchro et Apto (Lo
hermoso y lo adecuado), hoy perdido.

Como teólogo es príncipe de la teología. Agustín combinó el poder creativo de un Tertuliano con el
genio especulativo de Orígenes. Una de las canteras más fecundas de la sabiduría cristiana.

Doctor de la gracia enriqueció a la Iglesia con su doctrina, a la vez que la hizo debatirse con los
temas pro- blemáticos del pecado original, la libre voluntad y la pre- destinación de los elegidos.
Esto no hacía sino seguir la senda marcada por el apóstol Pablo, buscando sujetarse a ello lo más
posible.

Sus obras muestran un conocimiento extenso de la filosofía antigua, la poesía, y la historia,


sagrada y secular. Se refiere a las personas más distinguidas de Grecia y de Roma;

El hebreo no lo entendió en absoluto. Conoce la Biblia y la lee en latín, pero es un conocimiento


extenso, exhaustivo, casi de memoria. Rara vez en sus comentarios y exégesis consulta la
Septuaginta o el Nuevo Testamento griego, se conforma con una versión latina antigua, no muy
exacta, y con la versión mejorada de Jerónimo, la Vulgata. Católicos y protestantes consideran a
Agustín el campeón de la verdad cristiana frente a los errores maniqueos, arrianos y pelagianos.
Desarrolló el dogma niceno de la Trinidad, en oposición al triteísmo por una lado y al sabelianismo
por otro. Su concepción del Filioque, que el Espíritu Santo es un don enviado por el Padre y el Hijo,
le marginó de la Iglesia griega. En Cristología no aportó nada nuevo, no llegó a vivir lo suficiente
como para ver los grandes conflictos cristológicos que habían de venir, que culminan en el Concilio
Ecuménico de Calcedonia, celebrado veinte años después de su muerte, con la célebre fórmula:
“dos naturalezas en una persona”.

Aunque sostiene posturas católicas respecto a los sacramentos, su concepto de la comunión o


Eucaristía, está en línea con sus precursores, Tertuliano y Cipriano, muy cerca de la doctrina
calvinista. Sus teorías sobre la predestinación fueron condenadas por el papa Inocencio X.

Los Credos de Nicea y Constantinopla en su intento de definir la fe trinitaria no pudieron emplear


la palabra “persona”, tuvieron que contentarse con hipóstasis (esencia- sustancia), pensada para
las cosas.

Agustín es el hombre religioso por excelencia. Para él, como para Lutero, Calvino y tantos otros
tocados por la trascendencia, el sentimiento de dependencia incondicional de Dios, y del poder
todopoderoso de su gracia para cumplir con la vocación a la que se sienten llamados, descansan
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por la fe en el decreto eterno, inalterable de Dios al que se aferran en las horas más oscuras. El
sentido del pecado no les abate, sino por el contrario, les fortalece con el sentimiento de la gracia
inmerecida. “En grandes hombres, y sólo en grandes hombres, grandes contraposiciones y
verdades al parecer antagonistas viven juntas. Pequeñas mentes no pueden sostenerlos”.

Agustin murió a los 75 años el 28 agosto año 430 D. C. en Hippo Regius , Annaba , Argelia

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