La Mistica y La Espiritualidad Como Prin

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An.teol. 18.

1 (2016) 91-110 ISSN 0717-4152

LA MÍSTICA Y LA ESPIRITUALIDAD COMO PRINCIPIOS


DINAMIZADORES DE LA TEOLOGÍA Y PASTORAL
LATINOAMERICANAS

MYSTICS AND SPIRITUALITY AS DYNAMIZING PRINCIPLES


OF LATIN AMERICAN THEOLOGY AND PASTORAL

Patricio Merino Beas1 - Iván Mejía Correa2


Universidad Santo Tomás. Bogotá, Colombia

Resumen

El presente artículo reflexiona acerca de la permanente referencia de la teología al


Misterio de Dios. Esta referencia advierte frente a cualquier reduccionismo de la teo-
logía a un racionalismo, mostrando la finalidad salvífico-pastoral que le es inheren-
te a la teología. Esta realidad válida para la teología universal ha tenido en América
Latina un desarrollo privilegiado a partir del Concilio Vaticano II, como una teología
en cuya raíz se encuentra el binomio contemplación-compromiso, configurando una
espiritualidad liberadora que ha caracterizado el quehacer teológico y la pastoral en
Latinoamérica.

Palabras clave: Teología, mística, espiritualidad, teología latinoamericana, teología


de la liberación.

Abstract

This article reflects on the permanent reference of theology to the Mystery of God.
This reference warns against any reductionism of theology to a rationalism, showing
the salvific-pastoral purpose that is inherent in theology. This valid reality for uni-
versal theology has had a privileged development in Latin America since the Second
Vatican Council, as a theology at the root of which is the binomial contemplation-

1
Docente investigador de la Facultad de Teología de la Universidad Santo To-
más de Colombia y Director de la Escuela Teológica del CEBITEPAL-CELAM. Co-
rreo: [email protected]
2
Docente investigador de la Facultad de Teología de la Universidad Santo Tomás
de Colombia. Correo: [email protected]

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commitment, configuring a liberating spirituality that has characterized theological


and pastoral work in Latin America.

Keywords: Theology, mysticism, spirituality, latin american theology, liberation


theology.

La mística está relacionada con el misterio de Dios. Es la capacidad que le


es dada al hombre por parte de Dios para acercarse vivencialmente al mis-
terio (existe una aproximación etimológica muy significativa entre místico
y mistérico). Sin embargo, el exceso de racionalismo e intelectualismo hoy
ha sofocado el misterio. De ahí que la teología contemporánea ha descu-
bierto otros paradigmas teológicos que ayudan a tratar de comprender el
misterio; sin embargo, sin desconocer estos nuevos referentes teológicos
que son necesarios, la mística sigue siendo el principio dinamizador de la
teología de todos los tiempos. De hecho, sin este toque místico, la teología
dejaría ser experiencia de Dios para volverse un conjunto de verdades abs-
tractas que no conducen a nada. Un caso muy cercano de una teología que
parte de este principio, ha sido parte de la teología realizada desde América
Latina, con autores como Segundo Galilea, Gustavo Gutiérrez, Jon Sobri-
no, Leonardo Boff, entre otros.

1. El racionalismo en la teología

Actualmente, el excesivo racionalismo infiltrado en la teología ha eviden-


ciado que el problema de fondo es el divorcio que se sigue presentando en-
tre la teología y la mística3, y esto ha traído consecuencias nefastas para el
quehacer teológico. De otra parte, este marcado racionalismo ha hecho que

3
“La disminución de la fe en los países desarrollados, manifestado tanto cuanti-
tativamente en el retroceso de número de creyentes en Cristo, como cualitativamente
en el contenido de la fe, mantiene relación directa con la industrialización, la globa-
lización y el creciente bienestar. Una causa fundamental de esa disminución radica
en lo que François Vandenbroucke llama divorcio de la teología y de la mística. Cada
vez se consigue menos transmitir a la mentalidad de hoy los valores místicos y emo-
cionalmente psicológicos del cristianismo”. Cf. J. Sudbrack, “Divorcio entre teología y
mística”, en: C. García (ed.), Mística en diálogo. Congreso internacional de Mística,
selección y síntesis, Monte Carmelo, Burgos 2004, 78.

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la teología se convierta en un conjunto de argumentos que no dicen nada a


la vida. Sin embargo, el Concilio Ecuménico Vaticano II en su constitución
dogmática DV4 quiere superar este impase al mostrar que la revelación de
Dios no consiste sólo en un conjunto de verdades, sino más que eso, es un
encuentro personal con Dios. En efecto, el arzobispo Octavio Ruiz Arenas
acota: “La Revelación se presenta como una economía en la cual Dios se
manifiesta libremente al hombre, lo invita y lo llama. Frente a este hecho el
hombre se presenta como aquel que tiene la capacidad y la disponibilidad
de escuchar y acoger la manifestación divina. Este doble movimiento de
Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios se presenta en el plano de
la libertad, pues Dios interviene con toda libertad de su ser y el hombre a
su vez es libre para dar su respuesta. De esta manera, la Revelación viene a
establecer un encuentro interpersonal que se realiza en la historia”5.
El encuentro con Dios parte de una experiencia6 y ésta trasciende a la
misma razón. La razón humana, aunque es necesaria en la teología, debe
saber que su objeto es el misterio de Dios, el cual asume una dimensión
trascendente y, por tanto, denota en el fondo una dimensión mística.
El encuentro con Dios implica todas las dimensiones del hombre, es
decir, la dimensión racional, pero también la dimensión cordial. Dios no
es una idea, sino una persona que le sale al paso al hombre. Y para ello,
los hombres deben no sólo emplear la razón para conocerlo y descubrir la
verdad que hay en él, sino que necesita además una apertura radical del
corazón y de toda su vida.
Esta actitud, en consecuencia, impele a tener un conocimiento místico,
es decir, a descubrir en la realidad la presencia de Dios; con razón, la frase
del teólogo jesuita Karl Rahner, frecuentemente mal utilizada –“el cristia-
no del futuro será un místico o ya no será nada”–, se refiere precisamente
a este “encontrar a Dios en todas las cosas” como su último fundamento”7.

4
DV 2.
5
O. Ruiz, Jesús, Epifanía del amor del Padre: Teología de la Revelación, Celam,
Bogotá 2006, 62.
6
“La experiencia se realiza siempre a través de mediaciones. (…) porque el hom-
bre sólo experimenta a través de mediaciones significativas, donde hay algo que se
vuelve abierto y cobra funciones que podemos llamar referencias alusivas”. X. Pikaza,
Experiencia religiosa y cristianismo: introducción al misterio de Dios, Salamanca
1981, 40.
7
J. Sudbrack, “Divorcio entre teología y mística”, Op. cit., 81.

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La realidad de Dios se aprehende con todos los sentidos. Por ello, Dios
sigue siendo el misterio8 que, aunque se revela, es el Dios del misterio9.
No podemos abarcarlo con la sola razón, y en ese caso no se puede apelar
al método de las ciencias exactas para hablar de Dios, mucho menos ren-
dirse de manera acrítica en la trampa de las filosofías positivistas que han
impregnado el imaginario colectivo10. Y es que según Leonardo Boff: “La
actitud fundamental del espíritu científico no se orienta a partir del Miste-
rio, sino sólo a partir del logos de la racionalidad y del poder. Para ella no
existe ninguna instancia misteriosa que no pueda ser violada por la razón y
por los procesos de manipulación”11.
Indudablemente, la teología tiene como objeto al Dios del misterio, y
sólo se accede a Él por pura gracia y a través de la contemplación del mis-
terio, que a su vez se convierte en una experiencia genuina de Dios. La
teología contemporánea ha encontrado el símbolo como un camino condu-
cente que expresa la realidad teológica de una mejor manera; en esa me-
dida Charles André Bernard afirma: “Para significar los múltiples aspectos
de la vida divina en sí misma y en sus manifestaciones hay diversas series

8
“Misterio es realidad por excelencia, completamente superior al hombre y al
mundo, que concierne íntimamente al sujeto humano y le exige una respuesta perso-
nal incondicional. Puesto que es una realidad inefable, su mejor conocimiento es la
toma de conciencia de su insondable grandeza. Pero no se trata de una trascendencia
inerte e inoperante como el absoluto de los filósofos, sino de una realidad dinámica,
que toma la iniciativa de manifestarse al hombre haciendo que éste responda con
la entrega de sí mismo en la más completa confianza”. J. Sahagún, “Misterio”, en:
X. Pikaza – N. Silanes (dirs.), Diccionario teológico: El Dios cristiano, Secretariado
trinitario, Salamanca 1992, 891.
9
“El Dios revelado es el Dios escondido”. Este axioma ecuaciona la antinomia fun-
damental del lenguaje teológico cristiano, es decir, la tensión entre Revelación divina
y Misterio de Dios. En otras palabras, el Dios que se revela como misericordioso y
fiel en la ‘historia salutis’ es el mismo Dios velado y escondido, Creador del universo,
referente último de la realidad contingente, que habita en la luz inaccesible del Mis-
terio. El axioma fundamental formula la equivalencia del ‘Deus revelatus y el Deus
absconditus’ ”. Cf. F. A. Pastor, “Dios” en: Latourelle, R.; Fisichella, R.; S. Pié-Ninot,
Diccionario de teología fundamental, San Pablo 1992, 320.
10
“El triunfo de la ideología del cientismo desprestigió el pensamiento de las
ciencias humanas, de tal modo que muchas prefirieron someterse a los cánones del
lenguaje científico en lugar de aceptar el exilio. La teología y todo tipo de discurso teo-
lógico padecieron la incomodidad del imperio del cientismo”. J. Libanio – A. Murad,
Introducción a la teología: perfiles, enfoques, tareas, Dabar, México 2000, 31.
11
L. Boff, Gracia y Liberación del Hombre, Cristiandad, Madrid 1980, 80.

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de símbolos. La fecundidad interior de Dios será expresada con la ayuda


de imágenes de órganos corporales: la generación en el seno, el soplo de
la boca, o bien con las imágenes vitales por excelencia: el árbol, la gema, la
flor, la raíz; o, también, con las grandes imágenes cósmicas: las fuentes de
agua y las fuentes luminosas”12.
A todas luces, el símbolo13 se convierte en una gran alternativa para
expresar el misterio. Realidades como encuentro, experiencia, etc., se ex-
presan mejor empleando los símbolos, las analogías y el lenguaje poético.
Todas estas figuras fungen como facilitadores, como una manera de com-
prender mejor el misterio, haciendo que éste sea captado y asimilado por
los hombres. Hay realidades que sólo se entienden a través del lenguaje
simbólico. Como cuando san Juan de la Cruz, el ‘Doctor místico’ por exce-
lencia, con su incomparable lira templada en el dolor, canta el símbolo de
la ‘Noche’ teologal de la fe:

“En una noche oscura


con ansias en amores inflamada,
oh dichosa ventura,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada”.
(“Subida al Monte Carmelo”, 1ª estrofa).

Lamentablemente, la separación del dogma y de la mística en la historia


de la teología y de la espiritualidad, acarreó grandes despropósitos, permi-
tiendo que la teología entrara en un terreno árido, sin vida y, a su vez, la
espiritualidad perdió el fundamento que proporciona y contiene el dogma.
Aunque la teología conciliar ha caído en la cuenta de que es necesario unir
la mística con el dogma, todavía se sigue observando que la teología en al-
gunos sectores de la sociedad se reduce a un cúmulo de investigaciones de
alto contenido científico, pero sin arraigo místico.
Más aún, este divorcio entre mística y dogma, teología y espiritualidad,
ha tenido repercusiones en el ámbito ecológico. La urgencia ecológica en

Ch. A. Bernard. Teología Simbólica, Monte Carmelo, Burgos 2005, 152.


12
13
Al respecto, un excelente trabajo sobre esta temática es el estudio de J. Mar-
dones, La vida del símbolo: la dimensión simbólica de la religión, Sal Terrae 2003.

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parte se debe a una racionalización14, que impide ver la Creación desde


otras perspectivas que también son válidas; eso mismo sucede con la pro-
blemática familiar, hoy abordada desde diversas disciplinas. No obstante,
pocas veces es vista la familia desde una perspectiva espiritual. Al respecto,
el Papa Francisco afirma lo siguiente: “Es una honda experiencia espiritual
contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en
él. Esto reclama una disponibilidad gratuita que permita valorar su dig-
nidad. Se puede estar plenamente presente ante el otro si uno se entrega
‘porque sí’, olvidando todo lo que hay alrededor (…) Allí recordamos que
esa persona que vive con nosotros lo merece todo, ya que posee una digni-
dad infinita por ser depositario del amor del Padre”15.
Ahora bien, para entender la persona desde la perspectiva cristiana16
no solamente se debe apelar a la razón sino también al misterio, porque la
persona es un misterio que nunca acabaremos de conocer ni de entender
mediante conceptos racionales, ni con solas aproximaciones que brindan
las ciencias humanas. Es cierto que todas las ciencias –desde su objeto for-
mal– esbozan algún aspecto de la realidad para entender el misterio del
hombre, pero desde la óptica del Dios de Jesucristo17 y, por ende, desde la
dimensión mística, podemos tener un acercamiento al ser humano de un
modo más pleno.

14
“El problema fundamental es otro más profundo todavía: el modo como la hu-
manidad, de hecho, ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma
homogéneo y unidimensional. En él se destaca un concepto del sujeto que progresiva-
mente, en el proceso lógico-racional, abarca y así posee el objeto que se halla afuera.
Ese sujeto se despliega en el establecimiento del método científico con su experimen-
tación, que ya es explícitamente técnica de posesión, dominio y transformación. (…)
Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano
para pasar a estar enfrentados” (Laudato Si, 106).
15
Constitución apostólica Amoris Laetitia, 323.
16
Cf. J. Lorda, Antropología del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II, Palabra,
Madrid 1996, especialmente el capítulo IV: “La verdad sobre el hombre”, 133-164.
17
“Nos convertimos al Dios de Jesucristo. Ésta es la relación fundamental que se
regenera en la conversión. A partir de ella se regeneran las demás relaciones funda-
mentales”. J. Uriarte, Claves de la conversión: Misericordia, esperanza, fidelidad,
Sal Terrae, Santander 2016, 19.

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2. Nuevos paradigmas teológicos

El mencionado Concilio Vaticano II18 abrió nuevas perspectivas en mate-


ria teológica. La constitución dogmática Gaudium et Spes fue una nueva
forma de ver el mundo19 y, por ello, de situarse en el mundo con una mi-
rada esperanzadora sobre las realidades terrenas y mundanas, actitud que
condujo a descubrir nuevos “lugares teológicos” y crear nuevos modelos o
paradigmas teológicos20.
Esta propuesta conciliar da paso al pluralismo teológico21, refrescando
a la teología y abriéndola a nuevas perspectivas con enfoques diversos, que
hacen salir a la teología del estrecho margen que daba el racionalismo; de
ahí que el lenguaje teológico apele a otros conceptos de tono existencial,
personalista y experiencial, categorías como encuentro, experiencia, testi-
monio, resiliencia, biodiversidad, globalización, migrantes, mujer, género,
etc.
Esto hace que la teología, desde su objeto formal, estudie nuevas reali-
dades que antes no se contemplaban, porque no cabían en los parámetros
de una teología de cuño racionalista, que apelaba a metodologías deducti-
vas, desconsiderando nuevos métodos para abordar las realidades huma-
nas que son susceptibles de ser estudiadas bajo otros parámetros con otros
instrumentos. Estos nuevos paradigmas le apuestan a escrutar la realidad

18
Cf. V. Botella, El Vaticano II ante el reto del tercer milenio: Hermenéutica y
teología, San Esteban – Edibesa, Salamanca 1999, especialmente el capítulo V: “Ca-
racterísticas de la teología según el Vaticano II”, 225-266.
19
Cf. J. Ramos, Teología pastoral, BAC, Madrid 2006, especialmente el capítulo
IV: “La Constitución Pastoral del Vaticano II”, 55-80.
20
“Los teólogos, en determinado momento, comparten una constelación de re-
glas, esquemas y estilos de hacer la teología. Con ese conjunto de elementos teóricos
dan cuenta de las necesidades y demandas teológicas, o de determinado momento
histórico, o de determinado lugar, o de determinados intereses, o de determinadas
preguntas a la fe. A eso llamamos ‘paradigma teológico’. Expresa, por tanto, una
constelación general, un patrón básico, un esquema fundamental, un modelo global,
según el cual la teología se percibe a sí misma, a las personas, la sociedad, el mundo y,
sobre todo, su relación con Dios. Un paradigma revela un conjunto de convicciones,
concepciones, valores, procedimientos y técnicas que son tenidos en cuenta por los
miembros de determinada comunidad teológica”. Cf. J. Libanio. Diferentes paradig-
mas en la historia de la teología, en: M.F. Anjos (ed.), Teología y nuevos paradig-
mas, Mensajero, Bilbao 1999, 37.
21
Cf. J. B. Libanio y A. Murad, Introducción a la teología: perfiles, enfoques, ta-
reas, op. cit, en especial el capítulo 6: “De la teología a las teologías”, 237-275.

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–compleja en sí misma–, teniendo en cuenta que Dios se sigue revelando


en la historia, y que todas las realidades humanas, es decir, sus experien-
cias, continuamente son visitadas por el Dios de Jesucristo, quien se sigue
revelando en la historia.
De otra parte, esta pluralidad de teologías y metodologías muestran que
estamos frente al misterio de Dios, y que una sola perspectiva se queda-
ría corta para comprender el misterio, sabiendo que se quedará una gran
parte sin comprender ni abordar, porque una mente finita como la de los
hombres no puede agotar el infinito que, en este caso, se manifiesta en el
misterio de Dios. Tales modelos teológicos han nacido para llevar a cabo
una pastoral en aras de una evangelización que siga mostrando a Cristo
como el paradigma a seguir por los hombres, pero a su vez estos modelos
teológicos deben apelar a la dimensión simbólica y, para ello, enriquecerse
dando campo a la dimensión mística del ser humano y su relación con Dios.

3. La mística

La mística se abre paso en la teología mostrando una manera diferente


de abordar las realidades teológicas; sin embargo, como afirma el teólogo
Juan José Tamayo: “Habrá quien, desde posiciones racionalistas, siga repi-
tiendo la vieja cantinela de que la mística es anti-intelectualista y puramen-
te emocional, y que se mueve fuera de la órbita de la razón. Pero los más
recientes estudios interdisciplinarios parecen desmentirlo. Lo que mues-
tran, más bien, es que en ella se compaginan armónicamente el intelecto
y la afectividad, la espiritualidad y la teología, la experiencia y la reflexión,
las facultades de pensar y la de amar”22.
En efecto, la mística23 es una forma de acceder al misterio de Dios, de
relacionarse con el Trascendente, y una dimensión humana que capacita
al hombre para conocer las realidades divinas, comprendiéndolas no sólo

J. Tamayo, Nuevo paradigma teológico, Trotta 2004, 213.


22

“La experiencia mística no es una simple experiencia de Dios, como puede ser la
23

experiencia religiosa. Es un modo nuevo y especial de experimentar a Dios”. J. Gar-


cía, Manual de Teología Espiritual: epistemología e interdisciplinariedad, Sígueme
2015, 394.

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con la razón, sino utilizando todos los sentidos que posee el ser humano.
Ejemplo de ello son los místicos que a través de su experiencia de Dios uti-
lizan un lenguaje sublime expresado en la poesía, pero aun ellos en sus más
profundas expresiones estéticas no alcanzan a penetrar en la inmensidad
del misterio, sin embargo, aun con estas limitaciones, la poesía es capaz
de experimentar, comunicar y hablar del misterio divino enriqueciendo la
teología.
Recordemos que san Agustín, santo Tomás de Aquino, san Juan de la
Cruz, etc., han sido contemplativos que primero se han dejado impregnar
por el misterio y luego han hablado de ello. Ésa fue también la experien-
cia de los Apóstoles, que experimentaron el misterio y desde esa vivencia
hablaron de ello, sabiendo que las palabras quedan cortas. Y fue así que,
por ejemplo, Pablo “(…) experimentó dentro de sí al Espíritu Santo como
el fundamento más profundo con el que daba cuando miraba dentro de sí
(…) Para Pablo, el amor no es tanto una exigencia moral como, más bien,
una experiencia de Dios. Quien siente dentro de sí un amor que no ha de
forzarse a tener, sino que sencillamente está en él como una fuente, ése
experimenta a Dios, experimenta en su interior al Espíritu Santo. En él, el
Espíritu Santo hace presente a Cristo mismo. Pues, en el Espíritu Santo,
nosotros estamos en Jesucristo, y Cristo está en nosotros”24.
Santo Tomás de Aquino hace caer en la cuenta de que “hay un cono-
cimiento que proviene de la investigación empírica o del uso perfecto de
la razón, y otro tipo de conocimiento por la connaturalidad”25, y que “el
conocimiento por connaturalidad adquiere una importancia especial cuan-
do hablamos de Dios. Porque el que ama conoce a Dios; el que no ama no
conoce a Dios, porque Dios es amor”26.
De ahí que la teología contemporánea vuelva a tener en cuenta esta di-
mensión mística y se haga necesario que juntas se articulen en un diálogo
recíproco. Es así que “(…) el dogma y la mística están orientados al sacra-
mento del amor: ‘Dios es amor’ (1Jn 4, 8, 16). Ambos interpretan esta afir-
mación según sus propias normas y así se apoyan mutuamente”27.

24
A. Grün, Pablo y la experiencia de lo cristiano, Verbo Divino 2008, 146-147.
25
W. Johnston, Teología Mística: la ciencia del amor, Herder 1995, 63.
26
W. Johnston, Teología Mística…, 65.
27
P.-W. Scheele, “Dogma y mística”, en: C. García (ed.), Mística en diálogo, Op.
cit., 61.

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Los nuevos paradigmas teológicos y la dimensión mística muestran que


la teología actual debe engendrar una nueva espiritualidad. De hecho, con
palabras de Albert Nolan: “La espiritualidad nos permite descubrir quiénes
somos y cómo podemos vivir en paz, alegría y libertad. Nos posibilita una
transformación radical y personal, y una lucha por la autenticidad y la vera-
cidad. La espiritualidad es el camino hacia la libertad personal”28.
La espiritualidad es una manera de situarse en el mundo desde una
perspectiva cristiana, sabiendo que en Cristo encontraremos una auténti-
ca espiritualidad que nos ayude a afrontar todas las complejas realidades
humanas.
Desde luego, Jesucristo fue un contemplativo que supo de las cosas
del Padre. De hecho, los evangelistas relataron que el que conoce al Pa-
dre conoce al Hijo29. Y esto lo condujo a Él a tener una experiencia del
Padre, vivencia íntima que Él mostró en sus palabras y sus gestos, cuando
se relacionaba con las gentes. Pero en el trasfondo del corazón de Jesús se
observaba una dimensión mística, tanto así que cuando se refería al Reino
de Dios se expresaba por medio de parábolas; Él mismo nos mostró cómo
se debe hablar de este Reino: no usando un lenguaje netamente racional,
sino un lenguaje que conjugaba todas las dimensiones del hombre, donde
entraba el aspecto contemplativo y el aspecto racional. En otras palabras,
donde el lenguaje de la fe entraba en comunión con el lenguaje de la razón.
No sorprendía que esta situación desafiante originara en Blas Pascal uno de
los aspectos más celebrados de su pensamiento, esto es, que hay cosas que
se conocen con la razón y otras con el corazón30.
Por consiguiente, la pastoral y la tarea evangelizadora deben tener en
cuenta la diversidad de lenguajes para hablar del misterio de Dios, saber

28
A. Nolan, Esperanza en una época de desesperanza y otros textos esenciales,
Sal Terrae, Cantabria 2010, 175.
29
Mt 11, 27.
30
“(…) Cuando B. Pascal habla de las ‘razones del corazón’ describe dimensio-
nes interiores que otros pensadores también han visto; únicamente llama ‘corazón’ e
‘instinto’ a lo que otros llaman ‘percepción inmediata de la evidencia’, ‘conocimiento
espontáneo’, ‘conocimiento por connaturalidad’(…) No quiere disminuir la razón en
sí misma, sino la razón aislada. Se entiende, pues, que se unen razón y corazón, y que
aquélla sirve para vertebrar a ésta”. S. Pie-Ninot, La teología fundamental, Secreta-
riado Trinitario, Salamanca 2006,123.

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sacar partido de la diversidad de paradigmas teológicos31 que se presentan


hoy, mostrando que el eje transversal consiste en exponer una verdadera
espiritualidad que se fundamente en la auténtica mística, y que se ayude de
la recta razón humana para iluminar el misterio.
Efectivamente, el ejemplo de esta teología son los Padres de la Iglesia32.
Ellos fueron los testigos del misterio de Dios que se refleja en el misterio
de Cristo (Cf. 2 Co 3,18; 4,4-6). De ahí que la teología de éstos fue primero
sabiduría que se convirtió en la ciencia de Dios (Col 2,3).
Hoy la Iglesia, sus teólogos, los obispos, los presbíteros, los diáconos,
los religiosos y los laicos –todo el Pueblo de Dios, en pie de igualdad–,
están necesitando urgentemente una dosis profunda de mística. Es preciso
recuperar el misterio que se ha perdido por una excesiva racionalización.
Es indispensable profundizar en los tesoros que ofrece la liturgia, sabiendo
que ella es lugar teológico33 de alcance contemplativo y místico. El misterio
hay que celebrarlo, experimentarlo, y saborearlo sapiencialmente. Se ne-
cesita un conocimiento de la mística y espiritualidad cristiana, volviendo a
maestros como: los Padres Capadocios (san Basilio, san Gregorio Nacian-

31
“El Papa Juan Pablo II nos invitó a realizar una ‘Nueva Evangelización’, capaz de
generar nuevas expresiones culturales en los que los valores evangélicos estén presen-
tes y se supere la ruptura entre la fe y vida (Cf. Santo Domingo, 1992, Num. 30). No es
un tema de moda sino un nuevo paradigma, una manera diferente de ver y entender
la labor evangelizadora. Y esto exige de nosotros una conversión pastoral que supone,
entre otras cosas, cambio de mentalidad y mentalidad de cambio; nuevas actitudes;
aceptación de nuevos métodos y estructuras: implica ¡cambio de paradigmas!”. S. Va-
ladez, Espiritualidad Pastoral. ¿Cómo superar una pastoral “sin alma”?, San Pablo,
Bogotá 2005, 116.
32
“La reflexión teológica de los Padres alimentaba la espiritualidad nacida de la
fe, expresándola y conduciéndola a su profundización, siguiendo el principio de san
Agustín: ‘Intellige ut credas, crede ut intelligas’. Los Padres han hecho su reflexión
teológica como creyentes porque la teología era esencialmente religiosa y creyente,
era la ciencia de la fe. Como teólogos no se apoyaban exclusivamente en los recursos
de la razón, sino también en los criterios místicos, ofrecidos por el conocimiento de
carácter afectivo y existencial, centrado en la unión íntima con Cristo, alimentado por
la oración y sostenido por la acción del Espíritu”. J. Patiño, Los Padres de la Iglesia:
una propuesta teológica entendida como tradición eclesial universal, San Pablo, Bo-
gotá 2011, 158.
33
“Puede afirmarse que la liturgia ‘contiene’ (es decir, actualiza) el acontecimiento
de la fe; lo confiesa, mediante la profesión de la fe o ‘Credo’; la entiende, en cuanto la
liturgia es lugar hermenéutico o sede de la interpretación eclesial de la fe; y por últi-
mo, indica autorizadamente la orientación práctica que ha de seguir la fe para actuar
por la caridad”. J. Rovira B., Introducción a la teología, BAC, Madrid 1996, 142.

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ceno y san Gregorio de Nisa), san Juan Crisóstomo, san Agustín de Hipona,
san Benito de Nursia, san Gregorio Magno, Dionisio Areopagita, san Ber-
nardo de Claraval, la Escuela de san Víctor, Santo Tomás de Aquino, san
Buenaventura, Juan Ruysbroek ‘el admirable’, santa Catalina de Siena, san
Ignacio de Loyola, san Juan de Ávila, fray Luis de Granada, santa Teresa de
Jesús, san Juan de la Cruz, san Francisco de Sales, Bérulle, santa Teresa del
Niño de Jesús, santa Edith Stein, etc.34.
La verdadera evangelización brota de corazones contemplativos que co-
nozcan a Dios, que se hayan encontrado con Dios. Y este encuentro místico
con Dios hace que la teología se dinamice, no siendo un cúmulo de ideas
abstractas, sino, al contrario, expresando la experiencia de Dios. Es el caso
de los grandes místicos ya mencionados que experimentaron el misterio y
sacaron grandes obras teológicas y por ello su teología no pierde vigencia,
pues ha sido fruto del encuentro íntimo con Dios.

4. La espiritualidad liberadora en la raíz de la teología


latinoamericana

Autores latinoamericanos tales como Segundo Galilea, Gustavo Gutiérrez,


Jon Sobrino y Leonardo Boff, entre otros, llamaron la atención desde el
comienzo de su quehacer teológico, acerca de la centralidad y la raíz espi-
ritual de la teología de la liberación o, al menos, de gran parte de ella. En
este sentido, destacó el binomio contemplación-compromiso, como la raíz
misma de la teología. De todos modos, podemos afirmar que el conjunto de
la teología latinoamericana ha enfatizado lo que podríamos definir como:
“el teólogo como discípulo”35.
La denominación del binomio contemplación-compromiso ha encon-
trado diversas nomenclaturas en los autores más importantes: contempla-
ción y compromiso36; encuentro con Dios en la historia37; liberación como

34
Cf. A. Royo, Los grandes Maestros de la vida Espiritual, BAC, Madrid 1973,
496, y también J. Sesé, Historia de la Espiritualidad, Eunsa, Pamplona 2005, 302.
35
P. Merino, “El teólogo como discípulo”, Medellín 35/139 (2009), 391-416.
36
S. Galilea, por ejemplo en: Religiosidad popular y pastoral, Cristiandad, Ma-
drid 1979.
37
G. Gutiérrez, por ejemplo en: Teología de la liberación. Perspectivas, Sígueme,
Cep, 1972.

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encuentro de la política y de la contemplación38; los dos ojos de la teología


o theologia ante et retro oculata (que mira a la fe recibida y al lugar social
en que se vive la fe)39; encuentro con el Señor y discipulado40; espíritu libe-
rador en la patria grande41; etc. Hemos optado por el primero porque es el
más englobante como dimensión y al que todos apuntan de una u otra for-
ma. Debemos hacer notar que esta dimensión espiritual de la teología de la
liberación ha encontrado acogida en la práctica teológico-pastoral de toda
América Latina. De hecho, en la actualidad y con la Conferencia de Apare-
cida, se habla del encuentro con Cristo y de discipulado misionero. Este es
un aporte con alcance universal (Evangelii Gaudium habla de “Evangeli-
zadores con Espíritu”). De igual manera la contemplación y el compromiso
concentran varias categorías clave para la fe cristiana y latinoamericana
que van unidas. Nos referimos a las categorías de encuentro con Cristo,
seguimiento-discipulado, conversión, revelación en la historia, presencia
de Dios, signos de los tiempos, transformación, unión fe-vida, cultura cris-
tiana, promoción humana etc., todas ellas, podríamos decir, se encuentran
también englobadas bajo la categoría de reino de Dios42. En la gran mayoría
de los autores, está claro que la contemplación y el compromiso requieren,
a su vez, de dos categorías relacionales: encuentro y conversión. Ambas en
un doble movimiento íntimamente entrelazado: encuentro con Dios y con
el hombre-pobre (su historia situada) y conversión a Dios y a los pobres-
excluidos.
Para los teólogos de la liberación asumir la categoría de encuentro sig-
nifica el reconocimiento del “Otro” (Dios, trascendente) y de los “otros” y
su realidad. Es decir, del marginado, del pobre, del explotado, el excluido,

38
S. Galilea, “La liberación como encuentro de la política y de la contemplación”,
Concilium 96 (1974), 313-327.
39
L. Boff, La fe en la periferia del mundo, Sal terrae, Santander 1981.
40
S. Galilea, por ejemplo en: La inserción en la vida de Jesús y en la misión,
Paulinas, Santiago 1989 y G. Gutiérrez, por ejemplo en: Beber del propio pozo, Cep,
Lima 1983.
41
P. Casaldáliga - J. M. Vigil, Espiritualidad de la liberación, Paulinas, Bogotá
1982.
42
Así lo piensa J. Sobrino, para él la categoría reino de Dios es la que permitiría
a la teología de la liberación construir todos sus planteamientos y darles un carácter
unitario. Cf., ID, “Centralidad del Reino de Dios en la Teología de la Liberación”, en:
Mysterium Liberationis I, Trotta, Madrid 1994, 483ss.

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etc.43, que exigen reconocimiento y ser escuchados. Este movimiento de


encuentro que se dio en la praxis misma de la liberación y que podemos lla-
mar horizontal, tiene un fundamento teológico-contemplativo, que pode-
mos llamar vertical. Este doble movimiento, ha permitido que el “otro” no
se transforme en adversario ni enemigo, ni se caiga en una praxis carente
de alma, ni en un pragmatismo sin valores, ni finalmente, en una pura ética
de la praxis44. Ciertamente, este último es un peligro de reduccionismo al
cual la teología de la liberación ha debido responder en varias oportunida-
des.
Ahora bien, el fundamento teológico principal de este doble movimiento
de encuentro, con Dios y con los prójimos, no sería otro que la encarnación
del Verbo y el envío del Espíritu45 (Cf. Ga 4, 4-6). Es en la historia humana
concreta de Jesucristo donde se nos ha hecho visible la obra de Dios46. Es-
tos acontecimientos marcan una nueva presencia de Dios en la historia y en
la vida de cada ser humano. Los hombres son transformados en hijos, her-
manos y templos del Espíritu. Si se acentúa esta última realidad, el hecho
de que cada ser humano es llamado a ser Templo del Espíritu, entonces,
para estos teólogos y siguiendo el dato bíblico, se da un encuentro con Dios
en el encuentro con el otro realizado en la historia: “si cada hombre es el
templo vivo de Dios, a Dios lo encontramos en el encuentro con los hom-
bres, en el compromiso con el devenir histórico de la humanidad”47.
El encuentro con Dios y la conversión a él, queda mediado por otro mo-
vimiento: la conversión al otro (pobre - prójimo)48. Esta conversión signifi-
ca una “transformación radical de cada uno, significa pensar, sentir y vivir

43
Cf., G. Gutiérrez, “Praxis de liberación. Teología y anuncio”, Concilium 96
(1974) 353-374; También en: S. Galilea, “Espiritualidad de la liberación”, en: Religio-
sidad popular y pastoral, Cristiandad, Madrid 1979.
44
Cf. S. Galilea, “Espiritualidad de la..., 150.
45
Cf. G. Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas…, 249.
46
Para una visión más específica de esto y las acentuaciones de J. Sobrino, pode-
mos ver: J. Costadoat, “Cristo liberador, mediador absoluto del reino de Dios”, Teolo-
gía y Vida XLIX (2008) 97-113.
47
G. Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas…, 250. Las mismas ideas
son desarrolladas en: G. Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente,
Sígueme, Salamanca 1988.
48
La conversión al otro o al pobre es frecuentemente utilizado por los teólogos
de la liberación, Gutiérrez ya lo utiliza en su obra clásica, Teología de la liberación.
Perspectivas, o.c., p. ej. 268ss.

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como Jesús se relacionó con el hombre despojado y alienado”49. En otra


cita se nos dice: “la conversión es una salida de uno mismo y una apertura
a Dios y a los demás, ella implica ruptura, pero sobre todo, significa em-
prender una nueva senda… El encuentro con Cristo en el pobre constituye
una auténtica experiencia espiritual. Un vivir en el Espíritu, lazo de amor,
entre el Padre y el Hijo, entre Dios y el hombre, entre hombre y hombre”50.
Siguiendo esta idea, donde la conversión implica la salida de sí mismo, di-
versos autores la asocian a las imágenes bíblicas de: desierto, éxodo, cauti-
verio, etc. Por ejemplo, Segundo Galilea nos habló del éxodo como un salir
al desierto para ir al encuentro con Dios. Salida - conversión que además
implican la necesidad de purificación, a esta última se le asociará el sentido
de las privaciones del desierto y, finalmente, de la cruz de Cristo51. Este
sentido de purificación debe ser aplicado a la necesidad de una purificación
de los ídolos y de las falsas ideas de Dios52.
La fundamentación bíblica que realizan estos teólogos es abundante,
con textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, pero hay tres textos claves
del Nuevo Testamento que de alguna manera resumen los otros, se trata
de: Mt 25, 31-45; Lc 10, 29 y Mt 5, 1-12 // Lc 6, 20-23.
La contemplación y exégesis pastoral de Mt 25, 31-45 (los pequeños y el
juicio) permitió acentuar el encuentro con Cristo a partir del encuentro con
el otro (“pequeños”). Por una parte, este texto promueve la fraternidad y el
compromiso, la premura del hacer por sobre el saber53, asimismo, resalta-
ría el carácter socio-político de la fe y la participación de la mediación hu-
mana en el encuentro con el Señor. Pero hay otro aspecto importante que
la exégesis de la espiritualidad de la liberación hace de este texto, se trata
de la dimensión trascendente y gratuita de la fe. El hombre llamado a la co-
munión con Dios requiere de la fraternidad humana como mediación que

49
G. Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas…, 268.
50
G. Gutiérrez, “Praxis de liberación. Teología y anuncio”, Concilium 96 (1974)
363.
51
S. Galilea, “La liberación como encuentro de la política y de la contemplación”,
Concilium 96 (1974) 321.
52
Cf. L. Boff, La experiencia de Dios, Secretariado General de la CLAR, Bogotá
1975, especialmente el capítulo VI “Como aparece Dios dentro del mundo oprimido de
la América Latina”, 35-44; L. Boff, La trinidad, la sociedad y la liberación, Paulinas,
Madrid 1987.
53
Cf. G. Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas…, 256.

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se ejerce en la caridad y en la acogida del Espíritu. El don de llamar a Dios


Abba, cambia la existencia del cristiano. Esto último, implica que la praxis
liberadora y la fraternidad superan las posibilidades humanas, requieren el
triunfo sobre el pecado que le es imposible al hombre por sí mismo.
Galilea resalta este aspecto trascendente sin por ello oponerlo al com-
promiso. Refiriéndose a la importancia de la oración liberadora y de la con-
templación en sentido clásico y estricto, es decir, a la honda implicación
entre el encuentro con el Otro (con mayúscula) y los otros (con minúscula),
nos dice: “El Otro experimentado en la oración contemplativa se experi-
menta en el encuentro con los otros”54. Para Galilea la esencia de la ver-
dadera oración cristiana consistió siempre en salir de sí para encontrar al
Otro, esto implica una ruptura interior con el egoísmo que se ilumina en la
experiencia de la cruz y de la muerte de Cristo, como un morir a sí mismo
para vivir para Dios, en una entrega o crucifixión del egoísmo para una do-
nación; de ahí también la importancia de la imagen del desierto, como un
salir de sí y como instancia de purificación para el encuentro con el Otro55.
La lectura de Lc 10, 29-37 (parábola del buen samaritano) sigue más o
menos los mismos términos, se insiste en la necesidad de los gestos con-
cretos y de que el amor implica obrar en justicia, dicho clásicamente, la fe
obra por la caridad. Aquí el otro es el prójimo. Su fundamento está en Dios
mismo, porque él en Jesús se ha hecho nuestro prójimo. Los teólogos de
la liberación basándose en este texto bíblico realizan una propuesta muy
interesante. Gutiérrez la resume así: “el prójimo no es aquél que encuen-
tro en mi camino, sino aquél a quien yo me acerco y busco activamente”56.
Esta actitud encuentra en la encarnación y la historia concreta de Jesús su
profundo sentido teológico. Dios se ha acercado en Jesucristo, con ello los
discípulos movidos por el Espíritu, se identifican con esa actitud y pueden/
deben hacer lo mismo. Se introduce la idea del pobre en cuanto se identifi-
ca con el despojado y los desechados57, por quien Dios ha hecho una clara
opción, a la vez que le da una acentuación mucho más activa y comprome-

54
Cf. S. Galilea, “La liberación como encuentro de la política y de la contempla-
ción”, Concilium 96 (1974) 319. Gutiérrez lo expresa así: “El pobre, el otro, surge
como un revelador del totalmente Otro”, en: “Praxis de Liberación…”, 362.
55
Cf. S. Galilea, “Espiritualidad de la…”, 155ss.
56
G. Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas…, 257.
57
Cf. G. Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas…, 257.

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tida al principio cristiano del amor al prójimo. La ortopraxis es la práctica


del amor eficaz, que tiene en Dios mismo su fundamento.
Otro texto inspirador de la espiritualidad de la liberación lo constituyen
las bienaventuranzas, con preferencia de Lc 6, 20, ya que permitió unir la
opción por los pobres con la centralidad del reino de Dios58. Junto a esto,
las bienaventuranzas fundamentan la denuncia profética de estos teólogos
de la liberación, es decir, la defensa de los pobres y mansos, de los que llo-
ran y sufren, como también la denuncia de los ricos y opresores.
De los elementos señalados ligados al binomio contemplación–com-
promiso (encuentro-conversión), se desprenden todavía tres temas que
nos parecen muy importantes para nuestra investigación. Se trata de la fra-
ternidad cristiana, de la gratuidad y de la fidelidad a lo real.
La espiritualidad liberadora resalta claramente la fraternidad cristiana.
El fundamento que ellos acentúan es el hecho de que Jesucristo es verda-
dero hermano nuestro: “la integración histórica de Dios en la raza humana
a través de Jesús, el hijo de María, no es un mito ni una idea abstracta.
Significa que él queda para siempre como nuestro hermano”59. De nuestra
hermandad con Jesús, resaltan a su vez, la paternidad común del Dios-Pa-
dre de Jesucristo. A su vez, esta fraternidad puede ser entendida de manera
más amplia y universal. Como fraternidad humana en general. En efecto,
esta condición cristiana de fraternidad no fue leída por estos teólogos de
forma excluyente, sino como una llamada a la universalidad y a la comu-
nión con todos los hombres. De este modo, la fraternidad cristiana queda
constituida como fermento y profecía de aquello a lo que todos estamos lla-
mados. Y el modo principal de anunciar esta fraternidad y de invitar a vivir-
la es el testimonio, vivido como el grano de sal y de mostaza que fermenta
la masa60, ejercido por medio de la caridad y la justicia. Quizás podemos
encontrar en este fundamento, totalmente evangélico, lo que más adelante
los teólogos de la teología latinoamericana pluralista de la liberación de las
religiones promoverán con la categoría de “macroecumenismo”61. No obs-

58
De entre los muchos autores, destaca la síntesis de J. Sobrino, “Espiritualidad y
liberación”, Sal Terrae72/2 (1984) 139-162.
59
S. Galilea, “Espiritualidad de la…”, 199.
60
Cf. S. Galilea, “Espiritualidad de la…”, p. 202.
61
P. Merino, Teología Latinoamericana y pluralismo religioso, UPSA, Salamanca
2012.

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tante, vemos que esta fraternidad, en ningún caso necesita de un principio


epistemológico pluralista basado en una hermenéutica de la sospecha. Al
contrario, surge de la valoración en todo sentido realista y fuerte de la ver-
dadera encarnación del Verbo, Hijo de Dios, y del misterio de su identidad
humana y divina en unidad personal.
Finalmente, es muy importante la acentuación de lo que J. Sobrino lla-
ma “fidelidad a lo real”62, es decir, a la historia de Jesús y su predicación del
reino de Dios. Sobrino, a través del análisis de la actuación de Jesús y en la
búsqueda de ser fieles a ella, distingue tres actitudes espirituales básicas. A
la primera la llama “honradez de lo real”, basándose en Romanos 1, 18ss,
enfatiza la realidad de la injusticia que se vive en Latinoamérica. De ahí
que, en fidelidad a la praxis de Jesucristo y a la realidad del continente, es
necesaria una conversión, donde los pobres han sido nuestros principales
profetas y maestros. En segundo lugar, es necesario ser fieles a lo real. En
el relato del siervo de Yahvé y en la acción de Jesucristo crucificado, se deja
de manifiesto que aún frente al silencio de Dios, ambos mantuvieron su pa-
labra y tuvieron una actitud firme, asumiendo en fidelidad la realidad. En
tercer lugar, hay que mirar la realidad y descubrir en ella su “más” (plus),
es decir, que hay en ella una promesa y una esperanza nunca acallada. De
modo que esperanza y amor son las formas de corresponder a lo que de
“más” tiene la realidad: “Jesús descubrió que para que la historia dé más
de sí, el sujeto tiene que dar de sí mismo y a sí mismo”63 viviendo el man-
damiento del amor.
Esta dimensión de contemplación y compromiso de la teología de la
liberación, permitió, en lo concreto, por un lado, terminar con la dicotomía
entre aquellos que optaban por una vida contemplativa y aquellos que pre-
ferían la vida activa y, por otro lado, permitió devolverle el sentido cristiano
pleno a la praxis de la liberación, superando con ello, la ética puramente de
origen marxista que era la constante tentación. La fidelidad a la realidad
del actuar y ser mismo de Dios es correspondido por los discípulos con la
práctica del amor eficaz.

62
Cf. J. Sobrino, Liberación con espíritu. Apuntes para una nueva espiritualidad,
Sal Terrae, Santander 1985, 23. En adelante seguimos de cerca este texto.
63
J. Sobrino, Liberación con espíritu…, 30.

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En síntesis, esta espiritualidad liberadora centrada en la contemplación


y el compromiso, permitió acentuar la fraternidad cristiana y la gratuidad
de la salvación. Pero por sobre todo, al centrarse en la historia de Jesús
mismo, como historia del acontecer pleno de Dios, se produjo una atención
nueva al acontecimiento salvífico, entendido como llamado a la liberación-
salvación universal. Situación que posibilitó el encuentro con el otro como
prójimo, a partir del primer movimiento de encuentro y compromiso de
Dios con los pobres, marginados, excluidos y despreciados de cualquier or-
den. Claramente esta dimensión de contemplación y compromiso tuvo su
concreción en el seguimiento de Jesucristo, cuyo centro es el reino de Dios.
Respecto de nuestra preocupación específica, debemos decir que esta di-
mensión de la espiritualidad de la liberación ha permitido salir al encuen-
tro del otro y lo diverso, sin un vaciamiento del misterio de la encarnación y
de la identidad de Jesucristo. La acentuación en la historia de Jesús ha per-
mitido valorar en toda su fuerza y hondura el hecho de que Dios mismo ha
salido a nuestro encuentro, se ha hecho prójimo. Todo con una admirable
gratuidad, que ha permitido a su vez sopesar el misterio de la universalidad
de su don y el compromiso de realizarlo por quienes lo acogen. Por últi-
mo, la realidad de su presencia concreta y comprometida no ha opacado,
de ninguna manera, la trascendencia y la cualidad de Dios de ser siempre
mayor, todo lo contrario, esta condición divina actúa siempre como alerta
frente a la tentación de cualquier idolatría64.

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64
Cf. P. Merino, Teología Latinoamericana y pluralismo…, 23.

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Artículo recibido el 3 de febrero de 2016.


Artículo aceptado el 26 de marzo de 2016.

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