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DIPLOMADO:

EDUCACIÓN
EMOCIONAL
PARA SABER MÁS 2

INSTITUTO NACIONAL DE NEUROEDUCACIÓN


FORMACIÓN CIENTÍFICA Y ESPECIALIZADA A DOCENTES
INSTITUTO NACIONAL DE NEUROEDUCACIÓN FORMACIÓN CIENTÍFICA Y ESPECIALIZADA A DOCENTES

EL DOCENTE EN EL DESARROLLO DE LA
INTELIGENCIA EMOCIONAL:
REFLEXIONES Y ESTRATEGIAS
Sigrid Buitrón Buitrón
Patricia Navarrete Talavera

Resumen
La presente reflexión se centra en la importancia del rol del
docente como agente de desarrollo de la inteligencia emocional
en sus estudiantes. En las últimas décadas, ha surgido la necesidad
de considerar a la educación no solo como un instrumento para el
aprendizaje de contenidos y desarrollo de competencias cognitivas,
sino también como un espacio que contribuye a la formación
integral de los alumnos. Que favorece la construcción y
reforzamiento de valores. Que enseña a llevar vidas
emocionalmente más saludables. Y que impulsa la convivencia
pacífica y armónica.

La educación emocional es entendida como el desarrollo


planificado y sistemático de habilidades de autoconocimiento,
autocontrol, empatía, comunicación e interrelación. Ha cobrado
un papel fundamental y hoy requiere ubicarse de forma
transversal en la programación educativa y la práctica docente.

En este contexto, se hace indispensable formar maestros


“emocionalmente inteligentes”, que puedan cumplir el reto de educar
a sus alumnos con un liderazgo democrático. Que, a través de
sus experiencias, puedan enseñar a reconocer, controlar y expresar
respetuosa y claramente sus emociones. El clima del aula,
generado por la actuación del maestro, impactará definitivamente
en el aprendizaje de los alumnos.

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Palabras clave: inteligencia emocional, educación emocional,


docente, formación integral, empatía, competencias personales,
competencias sociales.

EDUCACIÓN EMOCIONAL

En las últimas décadas, la educación viene experimentando un


interesante cambio de paradigma. Mientras que en los años
noventa se orientaba fundamentalmente al desarrollo cognitivo y
la adquisición de conocimientos, actualmente ha reconocido la
enorme necesidad de concebir al ser humano como un todo integrado;
es decir, por los aspectos cognitivos, afectivos y morales que
interactúan permanentemente con el entorno.

En la práctica pedagógica cotidiana, la educación cobra un rol cada


vez más necesario e integral. La actual crisis de valores, el
aumento de conductas violentas, la falta de disciplina y
motivación en los estudiantes, así como el incremento de
actitudes discriminatorias e intolerantes, permiten repensar la
función de los profesores y replantear los objetivos globales del
sistema educativo.

Estas necesidades fueron claramente reflejadas en el informe de


Jacques Delors de la UNESCO (1996), que propuso que la
educación respondiera a las demandas sociales y fuera un mecanismo
de prevención del conflicto humano. Este trabajo manifestaba la
enorme preocupación por la incapacidad de las personas de
convivir y tolerar las diferencias. Dicho informe planteó cuatro
pilares fundamentales en el desarrollo de la persona:

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1. Aprender a conocer: el dominio de las formas o métodos que


permiten adquirir, comprender y descubrir conocimiento, y
derivar un aporte significativo a la sociedad. Comprende
“aprender a aprender” para aprovechar las oportunidades que
ofrece la educación a lo largo de la vida.
2. Aprender a hacer: la adquisición de competencias generales
que incluyan las destrezas personales necesarias para la
productividad (creatividad, trabajo en equipo, toma de
decisiones, etc).
3. Aprender a convivir: aprender a descubrir
progresivamente a los demás, reconocerse como seres
interdependientes de otros, desarrollar la capacidad de
resolver conflictos, y respetar los valores de pluralismo,
comprensión mutua y paz.
4. Aprender a ser: el desarrollo máximo del potencial humano
de la persona y el logro de un pensamiento autónomo.

La educación emocional, entendida como el desarrollo planificado


sistemático de programas educativos que promueven la
inteligencia emocional, aparece como una respuesta consecuente
y acertada a las necesidades planteadas. Es un complemento
indispensable de desarrollo cognitivo y una herramienta
fundamental en la prevención de problemáticas sociales.

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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

En el contexto social de los años noventa, surgió el concepto de


inteligencia emocional. Esta explicó ciertos aspectos del
comportamiento humano asociados a la inteligencia, pero que no
respondían exclusivamente al aspecto cognitivo, sino que
implicaban también a las emociones.

En 1990, Mayer y Salovey fueron los primeros en acuñar el


término de “inteligencia emocional”, definiéndola como “la
forma de inteligencia social que implica la capacidad de
supervisarse a uno mismo y a otros, sus sentimientos y
emociones, para diferenciar entre ellos y utilizar esta información
para conducir el pensamiento y la acción”.

En otras palabras, la inteligencia emocional se entiende como


una habilidad para reconocer, percibir y valorar las propias
emociones, así como para regularlas y expresarlas en los momentos
adecuados y en las formas pertinentes.

Ya Howard Gardner, en 1983, había planteado la no existencia de una


inteligencia única fundamental para el éxito en la vida. Postulaba un
amplio espectro de inteligencias con siete variedades claves, entre
las que se incluían las inteligencias “intrapersonal” e
“interpersonal”. Las tesis de Gardner abrieron, en cierto modo, el
desarrollo de una línea que afirmaba la importancia de los
elementos afectivos, emocionales y sociales en el desarrollo de la
persona, así como en el éxito que pudiera obtener en su interacción
con el entorno.

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En 1990, Salovey incluyó las inteligencias personales de Gardner


en su definición básica de inteligencia emocional. Señaló, asimismo,
cinco capacidades fundamentales:

1. Conocer las propias emociones: reconocer un sentimiento mientras


ocurre.
2. Manejar las emociones: manejar los sentimientos para que sean los
adecuados.
3. Encontrar la motivación: ordenar las emociones al servicio de
un objetivo mayor, desarrollando la capacidad de “automotivarse”.
4. Reconocer las emociones de los demás: la empatía.
5. Manejar las relaciones: manejar las emociones de los demás dentro
del contexto interpersonal y social. Estas habilidades se relacionan
al liderazgo y la eficacia interpersonal.

Posteriormente, en 2002, Goleman propuso un modelo de


inteligencia emocional que incluyó cuatro aptitudes agrupadas en
dos grandes tipos de competencias: la personal y la social. La
primera impactaría directamente en el tipo de relación que uno
entabla consigo mismo; en la segunda, la competencia social definiría
el tipo de vínculos que se establecen con los otros. De forma
esquemática, se presenta a continuación el contenido de cada uno de
estos dominios:

1. Competencias personales:

a. Conciencia de uno mismo: comprender profundamente las


emociones, fortalezas y debilidades, valores y motivaciones. Se
sustenta en el desarrollo de tres habilidades: * la conciencia
emocional, * la valoración personal y *la confianza en uno mismo.

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b. Autogestión: regular los afectos y emociones para actuar con


lucidez y claridad, según las demandas de cada situación. En tal
sentido, además de la capacidad de regular la expresión de las
emociones, se necesitan habilidades como la transparencia, la
capacidad de adaptarse a entornos cambiantes y responder con
iniciativa y optimismo, y la orientación hacia el logro a través del
esfuerzo.

2. Competencia social:

a. Conciencia social: ser capaces de comprender los sentimientos


ajenos y tomarlos en cuenta durante el proceso de toma de
decisiones. Se resalta el rol de la empatía, pero se requiere
también del desarrollo de habilidades complementarias, como la
facultad de tomar conciencia en la organización de los grupos
humanos y la actitud de servicio.

b. Gestión de las relaciones: regular las emociones de las otras


personas; inspirarlas y movilizarlas en la dirección adecuada.
Para ello, resulta indispensable ser capaz de establecer vínculos
auténticos y duraderos, gestionar los conflictos, y trabajar en
equipo en favor de los cambios deseables.

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LA EDUCACIÓN EMOCIONAL Y EL ROL DEL DOCENTE

Siendo la finalidad de la educación formar estudiantes


emocionalmente competentes (capaces de reconocer y manejar sus
emociones), y, por lo tanto, de relacionarse con los demás de forma
adecuada y pacífica, surge el planteamiento de una educación
emocional como forma de implicar al proceso educativo en la
búsqueda de este logro.

La educación emocional comprende la promoción del desarrollo


de las competencias emocionales antes planteadas, a través de una
programación sistemática y progresiva, de acuerdo a las edades de
los alumnos que, idealmente, se traslapen con la currícula y
acompañen al aprendizaje de conocimientos y habilidades. En
los colegios, dicha aproximación se hace necesaria desde el nivel
muy elemental hasta el egreso de los estudiantes; es decir, en
todos los niveles de la educación y en todas las etapas de
desarrollo.

Esta intervención, enfocada al desarrollo afectivo y mediada por


la educación, ya no debe circunscribirse a actividades aisladas,
como las realizadas en la “hora de tutoría”. Corresponde, más bien, al
acto educativo en sí. Resulta transversal a la práctica docente, por lo
que ya no son solo los tutores los encargados de trabajar los temas
afectivos, sino también todos los maestros que interactúen con
alumnos.

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El docente emocionalmente inteligente es, entonces, el encargado de


formar y educar al alumno en competencias como el conocimiento de
sus propias emociones, el desarrollo del autocontrol y la capacidad
de expresar sus sentimientos de forma adecuada a los demás.
Para que el profesor se encuentre preparado para asumir este
reto, es necesario, en primer lugar, que piense en su propio
desarrollo emocional: solo entonces estará apto para capacitarse
y adquirir herramientas metodológicas que le permitan realizar
esta labor.

Se sabe que es imposible educar afectiva y moralmente a


estudiantes si no se cuenta con una estructura de valores clara,
además de un cierto dominio de las propias emociones. El desarrollo
de los recursos emocionales del docente debe ser el primer paso
para emprender este cambio educativo. El maestro
emocionalmente inteligente debe contar con los suficientes
recursos emocionales que acompañen el desarrollo afectivo de sus
alumnos. Con ello, establece un vínculo saludable y cercano con
ellos, comprende sus estados emocionales, y les enseña a conocerse
y a resolver los conflictos cotidianos de forma conciliadora y pacífica.

En 2004, Vivas de Chacón realizó una investigación sobre las


competencias socio-emocionales del docente, con el fin de
sugerir un programa de formación del profesorado. A partir
de información, recopilada en un conjunto de entrevistas a
profundidad, plantea un modelo que identifica cuatro tipos de
necesidades que los docentes entrevistados consideran como
competencias pendientes de desarrollo:

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•Conocimientos sobre inteligencia emocional: sobre las emociones


y su relación con los procesos cognitivos, así como el papel que
juega la I.E. en la adaptación y establecimiento interpersonal de las
personas.

•Habilidades interpersonales: para identificar las emociones de


sus alumnos, percibir sus estados de ánimo, escuchar, ser empático,
tomar decisiones, resolver conflictos, tener liderazgo y habilidad
para dirigir y persuadir, descubrir las fortalezas de los demás, y
ser justo y equitativo.

•Habilidades intrapersonales: para controlar, manejar e interpretar


las propias emociones, de modo que se pueda reaccionar de forma
coherente con ellas.

•Habilidades didácticas para la educación emocional: nuevas


competencias profesionales para un modelado más efectivo, para
estimular el desarrollo armónico de los alumnos y atender los
problemas emocionales; fomenta el desarrollo de competencias
didácticas creativas que promuevan escuelas emocionalmente
inteligentes, que construyan ambientes propicios y estimulantes para
el desarrollo afectivo.

Por otra parte, es necesario recordar que las emociones juegan


un papel central en las interacciones sociales, así como en el
comportamiento en todos los entornos. Por ejemplo, en el aula,
tanto el maestro como los estudiantes experimentan diversas
emociones: alegría, cólera, tristeza, miedo, vergüenza,
impotencia, satisfacción, aburrimiento, etc. Es decir, el flujo de los
afectos es constante y refleja el mundo interno de los estudiantes, así
como su estado anímico y su disposición para el aprendizaje.

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Un maestro emocionalmente inteligente debe percibir este


movimiento afectivo para dirigirlo de forma provechosa para
el aprendizaje, basándose en su capacidad interpersonal y
liderazgo. Un maestro motivador, conciliador y con buen sentido
del humor tendrá un impacto positivo en sus alumnos. Por el
contrario, un maestro poco tolerante, rígido y con escaso manejo
anímico puede afectar negativamente el clima del aula.

Definitivamente, convertirse en docentes emocionalmente


inteligentes es un reto. No solo demanda espacios y tiempos de
capacitación y trabajo; también implica un compromiso que
trasciende el plano laboral, comprendiendo el plano afectivo y
personal.

El mundo interno del maestro se mueve: debe crecer como persona,


conocerse a sí mismo, y enfrentar sus miedos y conflictos. Esta
experiencia, en algunos casos, podría evaluarse como
“amenazadora” y ser desarrollada con angustia, alimentando las
resistencias. Pese a ello, resulta indispensable dar el primer paso.

En tal sentido, el objetivo de este taller ha sido generar un


espacio que favorezca al desarrollo de las aptitudes emocionales en
los docentes, condición necesaria para asumir con éxito el rol de
modeladores de sus alumnos. Para llevar a cabo este objetivo, se ha
fomentado a cada participante a mirarse sí mismo para adquirir
herramientas que le permitan evaluarse e identificar el grado de
desarrollo de cada una de sus competencias.

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Posteriormente, deberá focalizar la mirada sobre aquel otro


protagonista del aula: el alumno. Empleando diversos
instrumentos, se logrará así una comprensión más profunda
de los estudiantes: sus fortalezas y debilidades en términos de
madurez emocional, tomando en cuenta las características
derivadas del ciclo evolutivo y otras particularidades. Finalmente,
se han proporcionado estrategias que permitan la intervención
oportuna, en función a las necesidades y características de cada
contexto específico.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Colell, J. y Escudé, C. (2003).


L ́educació emocional. Traç, Revista dels mestres de la
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catalana). En: (http://www.xtec.es/~jcollell/Tra%E7_6_2003.pdf)

Delors, J. y cols. (1996). La educación encierra un tesoro. Informe a


la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para
el siglo XXI, presidida por Jacques Delors. Madrid : UNESCO /
Santillana.

Elías, M.; Tobias, S. y Friedlander, D. (2004).Educar a


adolescentes con inteligencia emocional. Barcelona: Debolsillo.

Extremera, N. y Fernández-Berrocal, P. (2004). La importancia de


desarrollar la inteligencia emocional en el profesorado. En: Revista
Iberoamericana de Educación. Número 33/8. ISSN: 1681-5653 En:
(http://www.rieoei.org/deloslectores/465Extremera.pdf)

Galindo, A. (2003). Inteligencia Emocional para jóvenes. Madrid:


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Galván Álvarez, A. (2005).Factores emocionales de la educación.
Reflexiones acerca de la educación emocional. En: Revista digital
“Investigación y Educación”. Número 20. Septiembre del 2005
Vol.3. ISSN 1696-7208. En: (http://www.csi-
csif.es/andalucia/modules/mod_revistaense/archivos/N_20_2005/em
ocional.pdf)

Goleman, D. (2000). La inteligencia emocional. Por qué es más


importante que el cociente intelectual. Buenos Aires: Javier Vergara
Editor.

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Goleman, D. y cols. (2002). El líder resonante crea más. El


poder de la inteligencia emocional. Barcelona: Editorial Plaza &
Janés.

Goleman, D. (2007). Inteligencia Social. Barcelona: Círculo de


Lectores

Vivas de Chacón, M. (2004). Las competencias socio-emocionales


del docente: Una mirada desde los formadores de
los formadores. En:
(http://www.uned.es/jutedu/VivasChaconMireya-IJUTE-
Comunicacion.PDF)

Para citar este documento, puede utilizar la siguiente referencia:


BUITRON, Sigrid; NAVARRETE,
Patricia (2008). “El docente en el desarrollo de la inteligencia
emocional: reflexiones y estrategias” [reseña en línea].
Revista Digital de Investigación en Docencia Universitaria (RIDU)
Año 4 -N°1-Diciembre 2008.
[Fecha de consulta: dd/mm/aa]. <http://beta.upc.edu.pe/calidadeduc
ativa/ridu/2008/ridu5_art5_pn_sb.pdf>
Sigrid Buitrón Buitrón
[email protected]

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