Epistemología
Epistemología
Epistemología
David Hume lleva esta teoría hasta sus últimas consecuencias y establece su
principio fundamental del empirismo según el cual todas nuestras ideas, o
percepciones más débiles, son copia de nuestras impresiones o percepciones más
vivaces. Una idea a la cual no se le encuentre la impresión que le dio origen, es
una idea que carece de realidad, de objetividad y de validez cognoscitiva. Lo único
que hay son vivencias o percepciones, las cuales son unidas o sintetizadas por lo
que llamamos ‘yo’, del cual no se puede averiguar si corresponde a una realidad
substancial. Hume, distingue dos tipos de conocimiento: demostrativo y fáctico. El
primero está constituido por las relaciones que se establecen entre las ideas,
fundado exclusivamente en el pensamiento, con abstracción de la realidad; un
conocimiento cuyas verdades son necesarias. Por otra parte, el conocimiento
fáctico dice Hume, está referido a los hechos, y sus afirmaciones son
contingentes, pero no necesarias. No obstante, ocurre que constantemente vamos
más allá de las impresiones, para hacer afirmaciones acerca del futuro, del cual no
tenemos ni impresiones ni recuerdos. Este ir más allá, se logra según Hume, al
establecer relaciones de causa y efecto. Pero al analizar la idea de causalidad,
concluye que ésta resulta ser una ficción, ya que la noción de conexión necesaria
que está a la base de dicha idea, no es proporcionada por la razón sino sólo por el
resultado del hábito. Así entonces, sólo se puede tener una suerte de creencia o
confianza en el mundo exterior. Y esta creencia y confianza se logra por la
costumbre; por la asociación de ideas.
Hume desemboca en un positivismo, negando los problemas metafísicos. Valora las
ciencias en la medida en que concentren sus investigaciones en aquellos temas susceptibles de ser
verdaderamente conocidos y que están al servicio de la vida humana. Los únicos campos de
conocimiento legítimo son las matemáticas y las ciencias de la naturaleza. Fuera de estos límites,
el entendimiento humano no puede hacer otra cosa, sino perderse en falacias y engaños.
Aún cuando esta nueva ciencia debía, según Comte, ocuparse tanto de las estructuras
sociales existentes como del cambio social, privilegia a éste último en su interés por introducir la
reforma social. Dicho cambio es lo que permitiría superar los males creados por la Revolución
Francesa y la Ilustración; en especial, la anarquía intelectual que es la que produce la crisis moral y
política.
El punto de partida para tal efecto, consiste en descartar de manera sistemática, las
nociones vulgares o prenociones acerca de los fenómenos sociales, las que son una suerte de
fantasmas que desfiguran el verdadero aspecto de las cosas, y que sin embargo confundimos con
las cosas mismas [Durkheim, 1976:54].
Uno de los peligros que asechan al científico social, es suponer que los fenómenos sociales
pueden comprenderse y explicarse fácilmente. La manera de defenderse de esto es no dar nada
por obvio, cultivar la extrañeza y la ignorancia, para desembarazarse así de la ilusión del saber
inmediato.
Para Durkheim, los hechos sociales consisten en maneras de actuar, de pensar y de sentir
exteriores al individuo, y que están dotadas de un poder de coerción en virtud del cual se imponen
a él. Se diferencian así de los fenómenos orgánicos y psíquicos, constituyendo una especie nueva a
la cual le está reservada la calificación de sociales [Durkheim, 1976]. Tratar los hechos sociales
como cosas, según Durkheim [1976] no implica reducir las formas superiores del ser a las formas
inferiores, sino por el contrario, se trata de reivindicar el grado de realidad que aquellas poseen.
Lo que se propone entonces, es dar a los hechos sociales el mismo estatus que se le concede a las
cosas materiales. Las cosas constituyen un objeto de conocimiento del cual no podemos forjarnos
una idea adecuada mediante el análisis mental, sino a través de observaciones y
experimentaciones, pasando progresivamente de los caracteres más externos e inmediatos a los
más profundos y menos visibles. Abordar los hechos sociales como cosas, implica aceptar desde la
partida, la ignorancia absoluta de lo que son, como así también de que su conocimiento no puede
lograrse sólo por la introspección. El sociólogo, debe asumir la misma actitud y el mismo espíritu
de los científicos de las ciencias naturales cuando investigan en sus áreas específicas. Así entonces,
es necesario que al penetrar en el mundo social tenga conciencia de que penetra en lo
desconocido; es necesario que se sienta en presencia de hechos cuyas leyes son tan insospechadas
como podían serlo las de la vida cuando aún no se había desarrollado la biología; es necesario que
esté dispuesto a realizar descubrimientos que lo sorprenderán y desconcertarán [Durkheim,
1976:16]. La propuesta de Durkheim es congruente con el desarraigo que se produce entre la
tradición filosófica y la tradición científica a comienzos del siglo XIX, donde ya no se trata de
encontrar un fundamento; se trata de describir cómo hacerlo. El gran mandamiento de Durkheim
[1976] será: hasta el momento sólo se ha especulado, de lo que se trata ahora es de hacer ciencia.
Ya no se busca un fundamento para la ciencia, puesto que ésta se asume como un hecho; se tiene
la convicción de que la ciencia es la mejor manera de conocer, convirtiéndola en sinónimo de
saber. De esta forma, se asume que la ciencia es un dato y el problema consiste en cómo aplicar
ese dato del saber científico a un objeto complejo: el hombre. El problema central consiste en
encontrar un 82 conjunto de procedimientos formales que permita acercarse a la Verdad todo lo
que sea posible. Esta es la preocupación de los Filósofos del Método tal como los denomina Pérez
[1998] para quienes el problema es: dada la ciencia, cuál es el método. Sin embargo, y aunque
predomina el positivismo de Durkheim, existía antes de él toda una tradición relacionada con lo
que posteriormente daría origen a la Antropología en lo relativo a la investigación de las culturas y,
a la vez, emergen y coexisten posiciones contrarias a las de este autor.
La filosofía moderna nace en la primera mitad del siglo XVII y desde sus inicios se muestra
escindida en dos corrientes fundamentales: el empirismo y el racionalismo. Esta separación se
mantiene infranqueable, al menos hasta la segunda mitad del siglo XVIII, periodo en el que
Immanuel Kant emprende un notable esfuerzo de conciliación. Kant sostendrá que la ciencia [cuyo
objetivo es la construcción de conocimiento] representa una actividad en la que colaboran tanto
lo empírico como lo racional y donde resulta fundamental distinguir con claridad lo que
corresponde a cada uno... Lo que la ciencia pone en evidencia es el carácter activo de la
conciencia. La ciencia es expresión de la acción de la conciencia... Al reconocerse el carácter activo
de la mente, se descubre la forma como la conciencia y los objetos contribuyen en la tarea del
conocimiento. La conciencia contribuye con las relaciones, la experiencia con los objetos
relacionados. La conciencia representa el foco desde el cual la experiencia se organiza, se
estructura, alcanza unidad, síntesis. La conciencia ordena la experiencia... En fin, la propuesta
kantiana es el racionalismo crítico, entendiendo por ello un racionalismo fundado previamente en
un análisis crítico sobre los poderes y límites de la razón.
En gran medida los aportes de Kant representan a la vez un importante esfuerzo por
superar y conciliar tanto el dualismo filosófico, como las dos corrientes de pensamiento a que él
daba lugar. Al hacerlo, sin embargo, transfiere al interior de su concepción los propios términos de
la oposición que pretende superar. Kant sustituye el dualismo cartesiano de la sustancia en un
dualismo de tipos de experiencias: la experiencia del conocimiento, de la teoría, ligada a la razón
pura, y la experiencia del comportamiento humano, de la moral y de la fe, ligada a la razón
práctica. Teoría y práctica, conocimiento y acción, serán los términos de un dualismo corregido,
pero aún no superado [Echeverría, 1993]. La conciencia, dice Kant, es ciertamente el primer acto
de la razón y en ella se funda últimamente toda experiencia, pero el segundo acto es la intuición y
el tercero, el conocimiento.