Agonía LJH
Agonía LJH
Agonía LJH
de
PERSONAJES:
Romana
Agustina
Adelaida Veroni
El abuelo Evaristo
Una muchacha
ACTO ÚNICO
Es una habitación con ventana de poyo y reja. Al fondo se ve el mar y a veces se oye. Tiene
dos puertas que comunican con la entrada y la cocina, respectivamente. Los muebles son
de caoba, una cómoda con espejo, un escritorio, varias sillas mecedoras. Hay gran espacio
desocupado porque de noche se cuelgan las hamacas.
Romana, vestida de mestiza está sentada pelando chícharos, en un bote que está en el suelo
tira las cascaras y en un platón que tiene sobre las rodillas pone los chícharos pelados, los
otros están sobre su delantal. Agustina, vestida con un traje blanco que le llega a los
tobillos está frente al espejo componiéndose. Está amaneciendo.
En Campeche, 1890
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hermosa rosa, te vi
dar abrigo a un alelí
entre tu seno nevado.
Al verle tan regalado empecé a sentir recelos
y en mis años pequeñuelos,
ROMANA: Y desde hace cinco años no sé más dolor que el suyo. Ahora ni versos hace.
adiós!
a pesar mío...
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AGUSTINA: Claro, porque abuelito te dio su apellido. (Con burla) El apellido de los
ROMANA: Mucho.
ROMANA: No importa.
AGUSTINA: ¿Cómo crees que será mamá cuando venga? Yo me la imagino alta. ¡Hace
como dicen que yo hago, y más bonita. Y con el traje gris que se mandó hacer y
AGUSTINA: No seas tonta, Romana. Claro que tiene que volver y sana. Dijo el doctor que
ROMANA: ¡Pobre niña Adelaida! Cinco años sangrando, cinco años gritando versos y sin
¡Ella tan alegre! ¡Ella que pudo haber sido tan feliz! ¡Pobre niña Adelaida!
AGUSTINA: Me acuerdo que pasó llorando muchos días después que papá se fue.
ROMANA: La niña Adelaida ha pasado llorando casi todos los días de su vida.
ROMANA: No lo sabes bien. Pero no la hubiera consolado, se agravaba tan sólo de verlo.
ROMANA: Porque quería morirse. Y no se murió, sólo se puso tan pálida como si se
MUCHACHA: Que el barco donde viene tu mamá llega hoy, que se ha adelantado el viaje
una semana.
AGUSTINA: ¿Ya lo oíste Romana? ¡Qué mamá llega hoy! Ya no podía soportar la
AGUSTINA: Dile a abuelito que muchas gracias, y gracias a ti y que te vaya bien y a ver
AGUSTINA: Mamá llegará hoy... y yo... creo que mamá se va enojar mucho.
ROMANA: Ya te dije que no voy a decírselo. Tampoco a ella la acusaba, ¡la muy
picarona!
ROMANA: Si viene tu abuelito. Y no dijeron a qué hora llega el barco. Llévate esa lata y
(Sale Agustina con la lata y Romana detrás. La escena queda vacía. El viento abre la
ventana y se oye el mar. Se hace más intensa la luz del día. Entra Adelaida.
ADELAIDA: Ya estoy aquí. Dentro de estos muros que me vieron sufrir, junto a estos
muebles que he visto día a día y que la necedad de Romana no cambiaba nunca
culpa pasó de unas sucias entrañas a las mías? Sería como antes era. Pero
quedaría la infamia, quedaría ese dolor de espíritu, ese sabor de boca. Quedaría
¿Cómo desde la vez primera no caí vencida? ¿Cómo no detesté el amor? Pero
en versos a las flores. Ahora nada florece para mí. Y no me vengaría; querría no
verlo nunca, pero que supiera que no vivo acostada en una hamaca tirando mi
sangre a gotas. Que supiera que vivo sana, que vivo admirada, que salgo a la
calle, que visito gentes y que ya las vecinas no se asombran cuando alguien les
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dice que todavía no he muerto. Y que supiera también que he dominado todos
los recuerdos, y que hasta que me muera moriré tranquila, sin evocar las noches
AGUSTINA: ¡Mamacita! ¡Qué linda estás! Casi no te conocía. ¡Romana! ¡Ven a ver!
ROMANA: ¡Mi niña Adelaida! ¿sufriste mucho? ¡Yo creía que te iban a matar,
estás! Estás como hace muchos años, cuando volviste del viaje de bodas, y yo,
pero no el tiempo necesario, o tal vez ha sido la vida lo que me duró demasiado.
AGUSTINA: (Nerviosa) Si... (Mirando a Romana) No... yo hice una cosa, debía haberte
consultado.
dado cuenta de lo penoso que debe haber sido para ti vivir casi encerrada. Pero
sobresalta y se vuelve hacía Adelaida que la mira fijamente. Romana vuelve a toser.)
todo.
AGUSTINA: En eso no. (Comenzando a llorar) ¿Por qué eres así, mamá? Él es muy
bueno.
AGUSTINA: ¿Lo haces para que yo no sufra? ¡Pero si así sufro más! Quiero, necesito
verlo. Te has dado cuenta de que necesitaba salir, hablar, divertirme. ¡Y de eso
no quieres darte cuenta! Y todo porque has salido a la calle, y has viajado, y te
ADELAIDA: No estoy enferma. Estuve muy enferma, estuve en agonía cinco años. Ahora
(Comienza a dar vueltas hasta que se detiene cerca de una silla y se lleva una mano a la
ADELAIDA: Si estoy fuerte. Todo el mundo se marea cuando da vueltas. Agustina, ¿no ha
papá! ¡Era tan fácil tener una hija moribunda! Así eran pocos los que tomaban
AGUSTINA: (Dudando) Y... ¿no vas avisarle a papá que ya estás bien?
ADELAIDA: No tiene objeto. Además no creo que le interese mi salud. En fin, puede que
sí.
ADELAIDA: No lo creo. ¡Es tan difícil vivir para algunas gentes! No sé quien es más
ADELAIDA: (Moviéndose) ¡Pero ya no sufro! ¡Siempre seré feliz! Podré salir a la calle
para contestar todas esas habladurías, podré mostrarles que llevo una vida
completa y que no me hace falta más que mi hija. Y que la tengo y que la hago
dichosa.
AGUSTINA: Yo no soy dichosa, mamá. No sé que siento cuando oigo la palabra felicidad
y pienso en Ermilo.
ROMANA: No digas ese nombre, que hace mucho tiempo que tu mamá no quiere oírlo.
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ADELAIDA: Deberías decir: hace mucho tiempo que tu mamá dejo de decirlo.
ADELAIDA: Sí.
AGUSTINA: Si le pregunto, Romana. ¿Es por eso que no quieres a Ermilo, mamá?
sé como pueden atraerte esos ojos oblicuos, esos pómulos salientes, esa labia de
judío. Esa cara que hereda de su padre, esa complacencia en sí mismo, esa
expresión que parece que dice: ¡Qué bueno que fui hombre! Los odio por su
seguridad, por su manera de ver. ¡Los odio porque me hacen sentir con mi
ADELAIDA: (Sentándose) Sí. Pero hace mucho tiempo. Todo es cuestión de eso, de
tiempo. No sé que siento, como si fuera tiempo lo que me faltara. Como si fuera
a cometer una irreparable tontería ocultándote cosas que antes no tenía fuerza
no te sucedan cosas. Y ahora que todo debería desaparecer, que debía tener
cosas. Pensaba que podías morirte de un momento a otro, y me decía: ¿Para qué
papá...
ROMANA: ¡Qué no vaya! Ya te conozco, niña Adelaida, que ibas a sentirlo mucho.
AGUSTINA: ¡Siempre me has dado así los permisos! Hazlo, pero me haces sufrir. Y como
ADELAIDA: Que conteste como quiera. Y que haga lo que quiera, Ya no me estoy
muriendo, Agustina. Llama a ese niño que te persigue y dile que lo quieres,
lamento es que todo cuanto pasó habrá sido inútil. Inútil que no me dejarán
casar con el padre de Ermilo, inútil que preservaran nuestra sangre de la suya,
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inútil que me dieran otro hombre por esposo, ¡inútil que yo me enamorara de él
(Entra el abuelo)
AGUSTINA: ¡Abuelito!
ADELAIDA: ¡Ojalá hubiera sido así la mía! Pero ahora no tengo más novio que la vida.
usted ni a nadie!
hayas casado con ese árabe sucio, cuando hayas llorado en sus brazos de dolor
y placer, cuando hayas parido a sus hijos, y cuando te des cuenta que todo esto
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no vale nada para él, y cuando creas que va a sonreír y en vez de sonrisas haya
insultos, y cuando hayas sentido lo que se siente cuando lo veas con otra mujer,
casarte con nadie. Y yo todavía podré decir muchas cosas: que yo no quería esa
ADELAIDA: No sea usted inmoral, padre. ¿Qué es entonces lo que hubiera querido? ¿Qué
es lo que quiere ahora? Que yo, como una estatua, pasara por la vida. Que no
viera, ni oyera ni sintiera. ¿Y no quería usted que fuera tan insensible que no
ADELAIDA: Lo digo porque está ella. A ella es precisamente a quien le interesa. Usted no
ABUELO: Las cosas deben ser como son. Una mujer y un hombre. Nada más.
ADELAIDA: Pero no son ni nunca han sido. La realidad es un hombre y varias mujeres.
ADELAIDA: ¿Y cómo se portan las señoras? ¿Se pudren en sus camas? Porque entonces,
indigno.
AGUSTINA: ¡Mamá! Yo creía que papá se había ido porque a causa de tu enfermedad, tú
no querías verlo.
ABUELO: Pues no fue por eso. Tu padre se fue porque tu mamá insistió en ello, porque no
tuvo corazón para perdonar una falta que la mayoría de los hombres hemos
rencor infundado.
ADELAIDA: Ustedes los hombres creen que pueden cometer toda clase de faltas. Si
ABUELO: La mujer pertenece al marido. Además puede traer a la familia sangre extraña.
sangre extraña. Y él como hombre, podía permitirse que por su culpa estuviera
perdono porque tengo demasiado corazón, porque mi corazón es tan puro que
ADELAIDA:(Con desaliento) De eso me doy cuenta ahora. De que tardó tanto mi agonía
también. ¡Pero no será! Tendrán que soportarme, tendrán que renunciar a sus
ABUELO: Sólo vine a decirte que volvieras con él. Ahora no hay pretexto.
AGUSTINA: (que hacía rato estaba sentada en una silla con expresión de azoro) No,
ABUELO: Agustina necesita un padre. Ya no es la hija de una mujer enferma que necesita
ADELAIDA: (Muy excitada y moviéndose con brusquedad) Pues no volveré. Con los
dedos prefiero arrancarme las costuras que cierran mi herida. Prefiero abrirme
el vientre y deshacerme las entrañas con mis propias manos. ¡Para qué habré
ella: con un hilo mecía mi hamaca, con un hilo abría la ventana y con un hilo de
voz gritaba de dolor. Hasta tenía la ventaja de adivinar lo que todos querían
hacer a mi muerte, y decir para mis adentros: “Seré todavía un poco mala,
ADELAIDA: ¡Es que los enfermos nos volvemos tan egoístas! Pensamos en vivir nosotros
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y no se nos ocurre que los demás también quieren vivir, nos volvemos parásitos. Lo peor de
ADELAIDA: ¿Cómo sabe usted cómo hablaba entonces si nunca se dignó a escucharme?
Usted no sabe que me estaba muriendo de amor por aquel hombre. ¿Cómo va a
hacer usted para comprender eso si no sabe más que las porquerías que se hacen
¿Cómo ha de saber que desde los quince años comencé a agonizar? Agonía fue
cuando pasaba con su esposa, y ver como en el vientre de ella iba creciendo el
ABUELO: Adelaida, lo que tienes de más imperdonable son las palabras, ¿Y por qué no te
entregaste a él?
ADELAIDA: Eso lo sabe usted perfectamente. Por falta de fuerza. Si no tuve rebeldía para
me las haga porque mi madre y usted se pasaron la vida dándonos razones para
ABUELO: Si era un amor tan grande, no veo por qué te hizo tanto efecto el proceder de
Evaristo.
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AGUSTINA: Mamá... perdona. Pero, ¿Qué tiene Ermilo que ver en todo esto?
ADELAIDA: Tiene que ver que no puedo afrontar la mirada de triunfo de su padre. El
ADELAIDA: No puedes defenderlo pero no cejas en tu intento, hija mía. Lo que tiene esa
sangre de ladrones es que es más fuerte y más sana que la tuya y que la mía.
Que si yo me hubiera casado con Ermilo, tal vez hubieran robado mis hijos,
ABUELO: Desde que entré no he oído una sola palabra coherente. Estás loca, Adelaida. Y
no sólo lamento que vivas sino que seas mi hija y que delante de tu hija te
Agustina siga viviendo aquí. Evaristo vendrá porque ahora tampoco tendrás
fuerza para resistirme; pero no creo que sean ustedes felices y no es bueno que
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los hijos vean semejantes espectáculos. Me voy y antes de que hables dejo
dicha la última palabra. Esto es a que va a hacerse y lo que tengas que decir en
cosas como se deben sin andar con consideraciones. Hasta luego. Agustina, ven
a abrirme la puerta.
(Queda Adelaida muy pálida, sentada en una de las sillas y con las manos en el vientre. Se
ROMANA:
de la juventud jocosa.
dame una cosa muy buena, muy buena, que me llegue hasta el corazón.
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ROMANA: Cuando arreglé la tuya, juré que sería la última. Ya estoy cansada de ver tanta
cosa. Quisiera vivir lo que me queda de vida con los ojos y los oídos cerrados.
ADELAIDA: (retorciéndose en la silla) ¡Lo que queda de vida! Será mucho, nana.
(Entra Agustina)
ADELAIDA: No sé quien está tocando la puerta, y tengo miedo, como si vinieran por mí...
ADELAIDA: Feliz pero con miedo, un temblor extraño y mucha sed... ¡cuelga mi hamaca!
(Romana se dirige a la cómoda y saca una hamaca que encaja en el hamaquero que está
cerca de la ventana. En el momento en que la estira alza los ojos y ve a Evaristo que entra
AGUSTINA: fui yo, mamá. Pero siempre que quería decirle a alguien me interrumpía y...
EVARISTO: (acercándose) Ya lo sé. Pero yo hubiera terminado por venir. ¡Te quiero
tanto Adelaida!
ADELAIDA: (Con voz queda) Lo dices porque me estoy muriendo. ¡No te acerques!
EVARISTO: ¡Adelaida!
AGUSTINA: (Se asoma a la ventana y grita) ¡Ermilo! ¡Ermilo! ¿Todavía estás allí? ¡Ven