La Mortificacion Del Pecado - Gu - John Owen PDF

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LO

QUE CADA CREYENTE DEBERIA SABER SOBRE

LA MORTIFICACION DEL PECADO

por John Owen

Este libro es un resumen de la obra del puritano John Owen publicado


por primera vez en 1656 y titulada en inglé s, “On Morti ication of Sin”.

Publicaciones Faro de Gracia


P.O. Box 1043
Graham, NC 27253

www.farodegracia.org
Publicado por:
Publicaciones Faro de Gracia
P.O. Box 1043
Graham, NC 27253
www.farodegracia.org

ISBN: 978-1-629461-84-7

Este libro fue traducido de una versió n abreviada en inglé s titulada: “Lo
Que Todo Creyente Necesita Saber Sobre la Morti icació n del Pecado”
publicado por Grace Publications Trust y en su versió n original en
inglé s por Banner of Truth Trust. El tı́tulo de la versió n original en
inglé s es: “Sobre la Morti icació n del Pecado”.

Traducció n realizada por Omar Ibá ñ ez Negrete y Thomas R.


Montgomery.

Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por Grace Baptist Mission


(139 Grosvenor Ave. London N52NH England) y Banner of Truth (3
Murray ield Road, Edinburgh, EH126EL) para traducir e imprimir este
libro al españ ol.

Ninguna parte de esta publicació n puede ser reproducida, procesada en


algú n sistema que la pueda reproducir, o transmitida en alguna forma o
por algú n medio –electró nico, mecá nico, fotocopia, cinta magnetofó nica
u otro– excepto para breves citas en reseñ as, sin el permiso previo de
los editores.

© Las citas bı́blicas son tomadas de la Versió n Reina-Valera © 1960


Sociedades Bı́blicas en Amé rica Latina. © renovada 1988, Sociedades
Bı́blicas Unidas. Utilizado con permiso.
Contenido

Capı́tulo 1 La Promesa de Dios y el Deber del Creyente

Capı́tulo 2 El Deber Perpetuo de Cada Creyente

Capı́tulo 3 La Obra del Espı́ritu Santo en la Morti icació n del Pecado

Capı́tulo 4 El Valor de la Morti icació n

Capı́tulo 5 Una Introducció n a la Prá ctica de la Morti icació n

Capı́tulo 6 Una Explicació n Positiva de la Morti icació n

Capı́tulo 7 Reglas Generales para la Prá ctica de la Morti icació n

Capı́tulo 8 La Segunda Regla General de la Morti icació n

Capı́tulo 9 La Primera Regla Particular para la Morti icació n

Capı́tulo 10 La Segunda Regla Particular para la Morti icació n

Capı́tulo 11 Cinco Reglas Particulares Adicionales para la Morti icació n

Capı́tulo 12 Meditando sobre la Excelente Majestad de Dios

Capı́tulo 13 ¡Cuı́dese de su Corazó n Engañ oso!

Capı́tulo 14 Instrucciones Finales

Guı́a de Estudio

Lecció n 1 La promesa de Dios y el deber del creyente

Lecció n 2: El Perpetuo Deber del Creyente

Lecció n 3: La Obra del Espı́ritu Santo en la Morti icació n del Pecado

Lecció n 4: El Valor de la Morti icació n del Pecado


Lecció n 5: Una Introducció n a la Practica de la Morti icació n

Lecció n 6: Un Explicació n Positiva de la Morti icació n

Lecció n 7: Reglas Generales para la Morti icació n del Pecado

Lecció n 8: La Segunda Regla General para la Morti icació n

Lecció n 9: La Primera Regla Particular para la Morti icació n

Lecció n 10: La Segunda Regla Particular para la Morti icació n

Lecció n 11: Cinco Reglas Particulares Adicionales para la


Morti icació n

Lecció n 12: Meditando sobre la Excelente Majestad de Dios

Lecció n 13: ¡Cuı́dese de su Corazó n Engañ oso!

Lecció n 14: Instrucciones Finales

Otros Tı́tulos en esta Serie Las Clá sicas Obras Puritanas


LA MORTIFICACION DEL PECADO

por John Owen


Capítulo 1
La Promesa de Dios y el Deber
del Creyente
“Porque si viviereis conforme á la carne, moriréis; mas si por el espíritu
morti icáis las obras de la carne, viviréis.”
(Romanos 8:13)

En este texto el apó stol Pablo confronta a sus lectores con dos caminos
de vida posibles: El primero es “si viviereis conforme a la carne
moriré is”. La otra alternativa es “si por el espı́ritu morti icá is las obras
de la carne, viviré is”. El propó sito de este libro es estudiar el segundo de
estos dos caminos de vida. Comenzaremos nuestro estudio examinando
las cinco frases que componen nuestro texto.

Primero, el texto comienza con la palabra “si”. Pablo usa esta “si” para
indicar la conexió n entre la morti icació n de las obras de la carne y la
vida. Es como decir a un hombre enfermo: “Si tomas la medicina,
pronto te sentirá s mejor.” Al hombre enfermo, se le está prometiendo
un mejoramiento en su salud a condició n de que siga las indicaciones
que se le dan. En una manera semejante, el “si” de nuestro texto nos
dice que Dios ha señ alado “la morti icació n de las obras de la carne”
como el medio infalible para alcanzar “la vida”. Existe una relació n
inquebrantable entre la verdadera morti icació n del pecado y la vida
eterna. “Si...morti icá is las obras de la carne, viviré is.” Aquı́ está
entonces el motivo para obedecer el deber que Pablo prescribe.1

Segundo, la palabra “vosotros” nos dice a quienes este deber y promesa


tiene aplicació n. “Vosotros” se re iere a los creyentes descritos en el
primer versı́culo como “los que está n en Cristo Jesú s”. Se re iere a
aquellos que “no está is en la carne, sino en el espı́ritu” (vers.9). Se
re iere a aquellos en quienes mora el Espı́ritu (vers.10-11). Es tonto e
ignorante esperar que alguien que no sea un creyente verdadero,
cumpla con este deber. Si pensamos cuidadosamente acerca de a
quienes Pablo está escribiendo y qué es lo que les dice que hagan,
podemos hacer la siguiente declaració n: Los creyentes verdaderos,
quienes de initivamente son libres del poder condenatorio del pecado
(y de su esclavitud), no obstante, deben ocuparse a lo largo de sus vidas
con la morti icació n del poder del pecado que todavı́a permanece en
ellos.

Tercero, la frase “por el Espíritu” se re iere a la causa principal o el


medio para llevar a cabo este deber. El Espı́ritu mencionado aquı́ es el
mismo que se menciona en el versı́culo 11, es decir el Espı́ritu Santo. El
mora en nosotros (vers.9) y nos da vida espiritual (vers.11). El es el
Espı́ritu de adopció n (vers.15) y nos ayuda en nuestra debilidad
(vers.26). Todos los demá s mé todos para morti icar el pecado son
inú tiles. Muchas personas pudieran intentar esta obra usando otros
medios. (Vea Rom.9:30-32.) Siempre han existido personas que lo han
intentado y siempre las habrá . Pero Pablo dice: “é sta es la obra del
Espı́ritu”, y solamente El lo puede hacer. Morti icar el pecado en base a
los esfuerzos humanos, en conformidad con sus propias ideas, conduce
a la justicia propia. Esta es la esencia de toda religió n falsa.

Cuarto, la frase “morti icar las obras de la carne” nos habla del deber
que debemos cumplir.2 Consideraremos esta frase haciendo y
contestando tres preguntas:

a) ¿Cuá l es el signi icado de “la carne”? Esta es la misma expresió n


usada frecuentemente en este capı́tulo para referirse a “la
naturaleza pecaminosa” (vea Rom.8:3,4,5,8,12 y 13) Pablo está
enfatizando la diferencia entre el Espı́ritu y la naturaleza
pecaminosa . El cuerpo es el instrumento que el pecado usa para
expresarse a sı́ mismo. Entonces, Pablo usa la expresió n “la
carne” para expresar la naturaleza corrupta y la depravació n del
hombre.

b) ¿Cuá l es el signi icado de la frase “las obras”? Esto se re iere a los


actos pecaminosos que la naturaleza pecaminosa (la carne)
produce. En Gá latas 5:19-21 el apó stol nos da algunos ejemplos
de estas “obras”: “Y mani iestas son las obras de la carne, que
son: adulterio, fornicació n, inmundicia, disolució n, Idolatrı́a,
hechicerı́as, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas,
disensiones, herejı́as, envidias, homicidios, borracheras,
banqueteos..” Pero la preocupació n principal de Pablo en Rom.8
no son las obras externas, sino su causa interior. Es el deseo
pecaminoso no controlado lo que produce tales obras y lo que
necesita ser radicalmente tratado.

c) ¿Cuá l es el signi icado de “morti icar” (hacer morir o


amortiguad)? Este es un lenguaje igurado. Imagine que se mata
a un animal. Matar un animal signi ica quitar su fuerza, poder y
vida para que ya no pueda actuar y hacer lo que quiere. Esta es la
igura que está en mente aquı́. La naturaleza pecaminosa (o el
pecado que todavı́a mora en nosotros) es comparada con una
persona, el “viejo hombre” con sus recursos habilidades,
sabidurı́a, maquinaciones, fuerza, etc. Pablo dice que esto es lo
que debemos matar. Esto es lo que deberı́a ser muerto
(morti icado), es decir su fuerza, poder y vida deberı́an ser
quitados por el Espı́ritu.

En un sentido, la morti icació n del pecado es un evento que ya ha


ocurrido. La Escritura dice que “el viejo hombre” ha sido cruci icado
con Cristo (Rom.6:6). “Morimos con Cristo”, dice Romanos 6:8. (Vea
tambié n Gá l.5:24.) Esto ocurrió en el momento cuando nacimos de
nuevo (Rom.6:3-8). Sin embargo, cada creyente tiene todavı́a los
remanentes3 de la naturaleza pecaminosa que buscará n continuamente
expresarse. Es el deber de cada creyente hacer morir los remanentes de
esta naturaleza pecaminosa.3 Esto debe ser hecho continuamente para
que los deseos de la naturaleza pecaminosa no sean satisfechos. (Vea
Gá l.5:16)

Finalmente, la frase “viviréis” es una promesa dada a los creyentes para


animarlos a cumplir su deber. La vida prometida es lo opuesto de la
muerte con que se amenaza previamente “si viviereis conforme á la
carne, moriréis”. (Vea tambié n Gá l.6:8.) Quizá s el apó stol tiene en mente
tanto la vida espiritual en Cristo, como la vida eterna. Todos los
creyentes verdaderos ya tienen esta vida espiritual, pero pueden perder
el gozo, el consuelo y la fortaleza que esta vida les proporciona. En un
contexto diferente, el apó stol Pablo escribió , “Porque ahora vivimos, si
vosotros estáis irmes en el Señor.” (1 Tesalonicenses 3:8) En otras
palabras, ahora mi vida será buena y tendré gozo y consuelo en esta
vida. En una forma semejante el apó stol está diciendo aquı́: usted vivirá
una vida espiritual buena, vigorosa y confortable, mientras que esté
aquı́ y recibirá vida eterna en el in. La fortaleza, poder y disfrute de
nuestra vida espiritual dependen de la morti icació n de las obras de
nuestra naturaleza pecaminosa.
Capítulo 2
El Deber Perpetuo de Cada
Creyente
En el capı́tulo anterior hicimos la introducció n de este asunto
examinando las palabras y las frases en el texto en Rom.8:13 “si por el
espı́ritu morti icá is las obras de la carne, viviré is”. En este capı́tulo
ijaremos nuestra atenció n en una declaració n importante señ alada con
anterioridad: Los creyentes verdaderos, quienes de initivamente son
libres del poder condenatorio del pecado (y de su esclavitud), no
obstante, deben ocuparse a lo largo de sus vidas con la morti icació n
del poder del pecado que todavı́a permanece en ellos.

Pablo repite esta misma verdad cuando exhorta a los colosenses: “Por lo
tanto, haced morir lo terrenal en vuestros miembros.” (Colosenses 3:5,
RVA) ¿A quié n se está dirigiendo Pablo? Se está dirigiendo a aquellos
que han “resucitado con Cristo” (Col.3:1), a aquellos que “han muerto”
con Cristo (Col.3:3), y aquellos que “será n manifestados con El en
gloria” (Col.3:4). Lector, ¿Morti ica usted sus pecados? Su vida depende
de esto. No deje de hacerlo ni siquiera por un solo dı́a. Mate al pecado o
el pecado matará su paz y su gozo. El apó stol nos dice que é sta era su
prá ctica cotidiana en 1 Cor.9:27, “pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo
hago obedecer”. Si é sta fue la prá ctica cotidiana de Pablo (quien fue
honrado con gracia, revelaciones, goces, privilegios, consuelos
espirituales má s que otros), entonces ¿por qué suponemos que
estaremos exentos de la necesidad de hacer lo mismo?

1. Mientras que estemos vivos, los restos del pecado vivirán en


nosotros.

Este no es el momento para discutir contra la noció n tonta de la


impecabilidad o perfeccionismo en esta vida. Debemos ser como el
apó stol Pablo, quien no se atrevió a hablar como si “ya lo hubié semos
alcanzado...o ya fué semos perfectos” (Fil.3:12). Nosotros tambié n
reconocemos nuestra necesidad de ser renovados en el hombre interior
“de dı́a en dı́a” (2 Cor.4:16). Reconocemos que tenemos un “cuerpo de
muerte” del cual no seremos librados hasta que nuestros cuerpos
mueran. (Vea Rom.7:24 y Fil.3:21.) Entonces, admitimos que los restos
del pecado permanecerá n en nosotros, en un grado mayor o menor
hasta el dı́a de nuestra muerte. Puesto que é sta es la realidad del
asunto, no tenemos otra opció n salvo la de hacer de la morti icació n del
pecado, nuestro trabajo diario. Si una persona ha sido mandada a matar
al enemigo pero antes de que el enemigo sea muerto deja de golpearle,
entonces ha dejado el trabajo a medias. (Vea 2 Cor.7:1; Gá l.6:9 y
Heb.12:1.)

2. Los restos del pecado en nosotros son constantemente


activos mientras que vivamos, y están luchando
continuamente para producir actos pecaminosos.

Cuando el pecado nos deje en paz, entonces nosotros lo podemos dejar


en paz. No obstante, esto no ocurrirá nunca en esta vida. El pecado es
engañ oso y sabe como aparentar que está muerto, cuando en realidad
todavı́a está vivo. Debido a esto, debemos perseguirlo vigorosamente
en todo tiempo hasta la muerte. El pecado siempre está obrando.
“Porque la carne codicia contra el Espı́ritu.” (Gá latas 5:17) Los deseos
pecaminosos nos tientan y nos guı́an hacia el pecado (Stg.1:14-15). A
veces, trata de persuadirnos a pecar, en otras ocasiones trata de
impedir que hagamos el bien y aú n en ocasiones trata de desanimarnos
respecto a la comunió n con Dios. Como Pablo nos dice: “mas el mal que
no quiero, é ste hago.” (Romanos 7:19) Tambié n dice: “Y yo sé que en mı́
(es á saber, en mi carne) no mora el bien.” (Romanos 7:18) Esto es lo
que detuvo a Pablo de hacer el bien: “Porque no hago el bien que
quiero.” (Romanos 7:19) En esta misma manera cada creyente
encuentra que hay una lucha interior cuando trata de hacer el bien.
Esto es el porqué Pablo se queja tanto acerca de esto en Romanos
capı́tulo siete. Cada dı́a sin excepció n, el creyente se encuentra en este
con licto con el pecado. El pecado siempre está activo; siempre está
planeando; siempre está seduciendo y tentando. Diariamente el pecado
nos está derrotando o nosotros le derrotamos a é l. Esto continuará ası́
hasta el dı́a de nuestra muerte. No hay ninguna defensa contra los
ataques del pecado, excepto una guerra continua contra é l.4

3. Si el pecado no es frenado, si no es continuamente


morti icado, entonces producirá pecados dominantes y
escandalosos que dañarán nuestra vida espiritual.

El pecado siempre aspira a lo peor. Cada vez que el pecado se levanta


para tentarnos o seducirnos, nos conducirı́a al peor pecado posible de
esa clase, si no fuera refrenado. Por ejemplo, si pudiera, cada
pensamiento sucio o mirada lasciva terminarı́a en el adulterio. El
pecado, tal como el sepulcro, nunca se sacia. Un aspecto principal de la
naturaleza engañ osa del pecado, es la forma en que comienza con
pequeñ as demandas. Los primeros ataques y sugerencias del pecado
son siempre muy modestas. Si el pecado tiene é xito en su primer
avance, entonces exigirá cada vez má s hasta que por in, “el mero hecho
de mirar a una mujer hermosa bañ á ndose” termine en el adulterio, en
maquinaciones malvadas y en el homicidio. (Vea 2 Sam.11:2-17)

Como el escritor a los Hebreos nos advierte, no debemos permitir que


el engañ o del pecado nos endurezca (Heb.3:13). Si el pecado tiene é xito
en sus primeros avances, entonces repetirá su ataque inicial hasta que
el corazó n se torne menos sensible al pecado, y esté preparado para
hundirse má s en é l. El corazó n está siendo endurecido sin percatarse de
ello con el in de que el pecado aumente sus demandas sin que la
conciencia sea muy turbada. De este modo, el pecado progresará
gradualmente incrementando sus demandas pecaminosas. La ú nica
cosa que puede impedir que el pecado siga progresando es la continua
morti icació n de é l. Aú n los creyentes má s santos en el mundo caerá n
en los peores pecados si abandonan este deber.

4. Dios nos ha dado su Espíritu Santo y una naturaleza nueva


para que tengamos los medios necesarios para oponernos al
pecado y sus deseos malvados.

La naturaleza pecaminosa está irme en su determinació n de pelear


contra el Espı́ritu Santo y contra la naturaleza nueva que Dios ha dado
al creyente. Lo opuesto es tambié n verdadero; es decir, “el Espíritu lucha
contra la carne” (Gá l.5:17). El hecho de que los creyentes participen de
la naturaleza divina (vea 2 Ped.1:4-5). Es con el in de que sean
capacitados para “huir de la corrupción que está en el mundo por la
concupiscencia”. Si no usamos el poder del Espı́ritu y la naturaleza
nueva para morti icar el pecado cada dı́a, entonces descuidamos el
remedio perfecto que Dios nos ha dado contra este gran enemigo. Si
nosotros fallamos en hacer uso de lo que hemos recibido, Dios será
perfectamente justo si rehusa darnos má s. Tanto las gracias de Dios
como sus dones, nos son concedidos para usarlos, desarrollarlos y
mejorarlos. (Esta es la enseñ anza de la pará bola de los talentos en
Mat.25:14-30.) Si algú n creyente falla en morti icar el pecado
diariamente, está pecando contra la bondad, la sabidurı́a y la gracia de
Dios quien le ha dado los medios para hacerlo.

5. El descuido de este deber conduce al decaimiento de la gracia


en el alma y al lorecimiento de la naturaleza pecaminosa.

No hay una forma má s segura para ocasionar el decaimiento espiritual


que el descuido de este deber. El ejercitarnos en la gracia y la victoria
que tal ejercicio trae, son las dos maneras principales para fortalecer la
gracia en el corazó n. Cuando la gracia no es ejercitada (como un
mú sculo sin ejercitarse), se debilita y se atro ia y el pecado endurece el
corazó n. Cuando el pecado obtiene una victoria considerable, esto
debilita la vida espiritual del alma (vea Sal.31:10 y 51:8) y hace que el
creyente se vuelva dé bil, enfermo y propenso a morir (vea Sal.38:3-5).
Cuando pobres criaturas (en sentido espiritual) reciben golpe tras
golpe, herida tras herida, derrota tras derrota y nunca se levantan para
pelear vigorosamente, entonces ¿qué má s pueden esperar salvo que
sean endurecidos por el engañ o del pecado y mueran desangrados?
Tristemente tenemos que decir que no faltan ejemplos para ilustrar los
resultados alarmantes de tal negligencia. Muchos de nosotros
recordamos a “creyentes” que fueron alguna vez humildes, con una
conciencia sensible, quienes lamentaban sus fallas, quienes tenı́an
miedo de ofender, quienes eran celosos para el Señ or, su obra, su dı́a y
su pueblo; pero que ahora son negligentes en el cumplimiento de este
deber. Ahora son terrenales, carnales, frı́os, llenos de amargura, y
siguen las ideas de este mundo. Esto trae vergü enza a la religió n
verdadera y es una enorme tropiezo para la gente que les conoció antes.

6. Sin el cumplimiento de este deber, los demás deberes de la


vida cristiana no pueden ser cumplidos.

Es nuestro deber “perfeccionar la santi icación en el temor de Dios” (2


Cor.7:1), y “crecer en la gracia” (2 Ped.3:18). Sin embargo, estos deberes
no pueden ser cumplidos sin la morti icació n diaria del pecado. El
pecado se opone con toda su fuerza contra cada acto de santidad y
contra cada grado de gracia que alcanzamos. Nadie deberı́a pensar que
puede progresar en la santidad, sin la disciplina cotidiana de negarse a
grati icar los deseos pecaminosos del corazó n. Lector, usted siempre
tendrá la oposició n de estos deseos pecaminosos y siempre debe
mantener la irme determinació n de matarlos. Si é sta no es su
determinació n, entonces usted está en paz con el pecado y no está
progresando en la santidad.

Antes de continuar con el siguiente capítulo de este estudio, será


de ayuda hacer dos cosas:

Primero, resumiremos el punto principal que hemos estado tratando


en este capı́tulo. Esto es, aunque la muerte del creyente al pecado fue
comprada y asegurada por la muerte de Cristo en su lugar (vea
Rom.6:2), sin embargo, la morti icació n del pecado sigue siendo todavı́a
el deber cotidiano del creyente. Aunque hemos recibido la promesa de
una victoria completa cuando fuimos convertidos al principio, (a travé s
de la convicció n de pecado, humillació n por pecado y la implantació n
de un nuevo principio de vida que es opuesto y destructivo para el
pecado) el pecado permanece en el creyente. El pecado es activo en
todos los creyentes, aú n en los mejores creyentes mientras que vivan en
este mundo. Por lo tanto, la morti icació n continua, dı́a tras dı́a, es
esencial a lo largo de toda su vida.

Segundo, señ alaremos dos males que enfrentan a cada creyente que no
morti ica sus pecados. El primer mal afecta a los creyentes y el segundo
afecta a otros:
a) El creyente: El mal de no tomar en serio el pecado. Una persona
puede hablar acerca del pecado y decir que es algo muy malo; no
obstante, si esa persona no morti ica diariamente su propio
pecado, quiere decir que no lo está tomando en serio. La causa
principal de la falta de morti icació n del pecado es que el pecado
sigue adelante sin que la persona se percate de ello. Alguien que
sostiene la idea de que la gracia y la misericordia divinas le
permiten pasar por alto sus pecados cotidianos, está muy cerca
de convertir la gracia de Dios en un pretexto para pecar, y de ser
endurecido por el engañ o del pecado. No hay una evidencia má s
grande de un corazó n falso y podrido que esto. Lector, tenga
cuidado de tal rebelió n. Esto solamente puede conducirle al
debilitamiento de su fortaleza espiritual, si no es que a algo peor:
la apostası́a y el in ierno. La sangre de Cristo es para puri icarnos
(1 Jn.1:7; Tit.2:14), no para consolarnos en una vida de pecado.
La exaltació n de Cristo deberı́a conducirnos al arrepentimiento
(Hech.5:31) y la gracia de Dios debe enseñ arnos a decir "no" a la
impiedad (Tit.2:11-12). La Biblia habla de personas que
abandonan la iglesia porque nunca pertenecieron realmente a
ella (1 Jn.2:19). La forma en que esto ocurre a muchas de estas
personas es má s o menos como sigue:

Ellas estaban bajo convicció n por algú n tiempo y esto les


condujo a hacer ciertas obras y a profesar la fe en Cristo. Ellos
“se apartaron de las contaminaciones del mundo por el
conocimiento del Señ or y Salvador Jesucristo” (2 Ped.2:20). Pero,
despué s de que conocieron el evangelio se cansaron de sus
deberes espirituales. Puesto que sus corazones nunca habı́an
sido realmente cambiados, ellos se permitieron a sı́ mismos
descuidar varios aspectos de la enseñ anza bı́blica acerca de la
gracia. Una vez que este mal hubo atrapado sus corazones, fue
solamente cuestió n de tiempo hasta que se hundieron en el
camino que conduce al in ierno. (Es decir, se convirtieron en
apó statas.)

b) Otras personas: Una persona que no morti ica en sı́ misma el


pecado puede ser preservada de caer abiertamente en la
apostası́a, y no obstante al mismo tiempo ejercer una in luencia
doble sobre otras personas:

1. Una in luencia que endurece a otros. Cuando los


inconversos pueden ver tan poca diferencia entre sus
propias vidas y la de una persona que profesa el
cristianismo pero que no morti ica sus pecados, entonces
no ven ninguna necesidad de ser convertidos. Ellos
observan el celo religioso de dicha persona, pero tambié n
observan su impaciencia con aquellos con quienes no está
de acuerdo. Ellos observan sus muchas inconsistencias.
Ellos ven que en algunas cosas se separa del mundo, pero
se ijan má s en su egoı́smo y su falta de esfuerzo para
ayudar a otros. Ellos escuchan su conversació n espiritual y
sus reclamos de tener comunió n con Dios; pero todo es
contradicho por su conformidad a los caminos del mundo.
Ellos escuchan su jactancia de que sus pecados han sido
perdonados, pero tambié n se ijan en su falla de no
perdonar a otros. Entonces, observando la pobre calidad
de vida de tal persona, se endurecen en sus corazones
contra el cristianismo y concluyen que sus vidas son tan
buenas como las de cualquier “creyente”.

2. Una in luencia que engañ a a otros. Otros pueden tomar a


tal persona como un ejemplo de un cristiano y asumir que,
debido a que pueden imitar su ejemplo o mejorarlo, por lo
tanto ellos tambié n podrı́an considerarse como cristianos.
En esta forma tales personas son engañ adas y piensan que
son cristianos cuando en realidad no poseen la vida
eterna.
Capítulo 3
La Obra del Espíritu Santo
en la Morti icación del Pecado
En este capı́tulo ijaremos nuestra atenció n en la necesidad de
depender de la obra del Espı́ritu Santo para realizar la morti icació n del
pecado. El principio bá sico que este capı́tulo enfatiza puede ser
resumido en las siguientes palabras:

Solamente el Espíritu Santo es competente para hacer esta obra.


Todas las formas y medios para efectuar esta obra no logrará n nada sin
la obra del Espı́ritu. El Espı́ritu Santo obra en el creyente segú n su
beneplá cito para dirigirle y capacitarlo en esta obra. Este punto puede
ser ampliado bajo dos encabezados principales:

1. Es en vano buscar apoyo en algún otro remedio que no sea el


Espíritu Santo.

Muchos remedios han sido sugeridos, algunos de los cuales son bien
conocidos, pero no han ayudado a nadie. Los cató licos “má s religiosos”
se ocupan de medios equivocados para morti icar el pecado. Pero este
deseo de morti icar el pecado se mani iesta a sı́ mismo por el vestir
há bitos religiosos, hacer votos, pertenecer a Ordenes religiosas, por
ayunos, penitencias, etc. Supuestamente, todas estas cosas sirven para
morti icar el pecado, pero en realidad no lo hacen.

Desafortunadamente, tales ideas acerca de la morti icació n del pecado


no está n limitadas solo a la Iglesia Cató lica Romana. Hay muchos ası́
llamados “protestantes”, quienes deberı́an saber má s, pues tienen la
ventaja de tener un entendimiento má s claro del evangelio, pero no se
comportan mejor que los cató licos romanos. Estos se dedican a sı́
mismos a guardar la letra de la ley de Dios en una manera que los
conduce solamente a enorgullecerse, pero en realidad no dependen en
ninguna manera de Cristo y de su Espı́ritu. Tales supuestos medios para
la morti icació n del pecado mani iestan una ignorancia bien arraigada
del poder divino y del misterio del evangelio.

Hay dos razones principales por las cuales estos esfuerzos por parte de
los cató licos y muchos de los ası́ llamados protestantes fallan, y no
morti ican verdaderamente ningú n pecado:

Primero, porque muchos de los medios y formas en que ellos insisten


nunca fueron dados por Dios para ese propó sito. No hay ningú n medio
o forma que pueda lograr una meta particular, a menos que haya sido
designado por Dios con ese propó sito. Respecto a la vestimenta de
há bitos, los votos, las penitencias y otras cosas semejantes Dios
pregunta: “¿Quié n demandó esto de vuestras manos?” (Isaı́as 1:12), y
tambié n dice; “en vano me honran, enseñ ando como doctrinas
mandamientos de hombres.” (Marcos 7:7)

Segundo, porque no usan los medios señ alados por Dios en una forma
correcta, por ejemplo: La oració n, el ayuno, la meditació n, el velar, etc.
Estos medios tienen su propio papel en esta obra, pero solamente a
condició n de que sean subordinados a la ayuda del Espı́ritu y la fe
verdadera. Cuando las personas esperan tener é xito en la morti icació n
del pecado simplemente en virtud de haber orado o ayunado mucho,
fallan al no usar los medios divinos en la forma correcta.5 El apó stol
Pablo comentó respecto a algunas personas, aunque en un contexto
diferente, que tales personas: “siempre aprenden, y nunca pueden
acabar de llegar al conocimiento de la verdad.” (2 Timoteo 3:7) En una
forma semejante, muchas personas siempre está n tratando de
morti icar el pecado, pero realmente nunca lo hacen. En otras palabras,
tienen varias maneras para suprimir al hombre natural en cuanto a su
vida comú n, pero carecen de los medios necesarios para morti icar los
deseos corruptos que hacen dañ o a la vida espiritual.

Este es un error general cometido por las personas que desconocen el


evangelio. Tambié n es la causa de la mayorı́a de las supersticiones y las
religiones de invenció n humana que existen en el mundo. ¡Cuá nto dañ o
y sufrimiento se han ocasionado a sı́ mismas, pensando que podrı́an
acabar con el pecado, atacando al cuerpo fı́sico, en vez de atacar la
corrupció n del viejo hombre! (Prá ctica que todavı́a existe entre algunas
personas religiosas.) El auto lagelamiento y las otras clases de torturas
del cuerpo no logran nada en la morti icació n del pecado. (Vea Col.2:20-
23.)

Un error má s sutil y má s popular que tampoco tiene e icacia contra la
morti icació n de pecado es el siguiente: Un hombre siente el
remordimiento por un pecado que le ha derrotado. De inmediato se
promete a sı́ mismo y a Dios que nunca volverá a cometerlo otra vez
(como si el mero hecho de hacer votos y promesas pudieran morti icar
su pecado.) Entonces, por un tiempo se guarda y se vigila a sı́ mismo, se
pone a orar mucho, etc. Pero tarde o temprano la conciencia de su culpa
y el remordimiento vuelven y se apoderan de é l. Si consideramos la
verdadera naturaleza de la obra necesaria para morti icar el pecado,
entonces será obvio que ningú n esfuerzo humano por muy grande que
fuera, puede lograrlo. Esto nos conduce al segundo encabezado:

2. La morti icación del pecado es la obra del Espíritu Santo.

¿Por qué decimos esto? Por dos razones:

a) Dios ha prometido en su Palabra dar el Espı́ritu Santo para hacer


esta obra. Quitar el corazó n de piedra (es decir, el corazó n
rebelde, obstinado e incré dulo), es en general, esta obra de la
morti icació n del pecado que estamos considerando. Es
prometido que el Espı́ritu Santo hará esta obra. “Os daré corazón
nuevo... y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra...Y pondré
dentro de vosotros mi espíritu...” (Ezequiel 36:26-27)

b) Toda morti icació n del pecado nos viene como un don de Cristo, y
todos los dones de Cristo nos vienen por el Espı́ritu de Cristo. Sin
Cristo nada podemos hacer. (Jn.15:5) Cristo nos concede la
morti icació n de nuestro pecado. El ha sido exaltado como
Prı́ncipe y Salvador para darnos el arrepentimiento (Hech.5:31),
y nuestra morti icació n del pecado es una parte no pequeñ a de
ese arrepentimiento. ¿Có mo hace esto Cristo? Habiendo recibido
la promesa del Espı́ritu, lo derrama para este propó sito
(Hech.2:33).

Como preparació n para lo que seguirá en los capı́tulos restantes,


concluiremos este capı́tulo considerando dos cuestiones importantes:

Primero, ¿Có mo morti ica el Espı́ritu al pecado? En té rminos generales,


el Espı́ritu Santo realiza esto en tres maneras:

1. El hace que nuestros corazones sobreabunden con la gracia y


produce los frutos que se oponen a la naturaleza pecaminosa, no
solo en su raı́z sino tambié n en sus ramas. En Gá latas 5:19-23
Pablo contrasta “las obras (frutos) de la carne” con “los frutos del
Espı́ritu”. Si el fruto del Espı́ritu lorece en una persona, entonces
la naturaleza pecaminosa no puede lorecer al mismo tiempo.
¿Por qué es ası́? Pablo contesta, “Estos se oponen entre sí”
(Gá l.5:17). Es decir, la naturaleza pecaminosa y los frutos del
Espı́ritu se oponen entre sı́, de tal modo que los dos no pueden
lorecer al mismo tiempo en la misma persona. Esta renovació n
del Espı́ritu Santo (vea Tito 3:5) es un medio principal para la
morti icació n del pecado. El Espı́ritu causa que prosperemos y
abundemos en las gracias que son contrarias y destructivas para
las obras de la carne y los remanentes mismos del pecado.

2. El Espı́ritu tiene un efecto dramá tico sobre la raı́z y los há bitos del
pecado; debilitá ndolos, destruyé ndoles, y quitá ndolos. Por esta
razó n é l es llamado el Espı́ritu de juicio y de fuego (Isa.4:4). El
Espı́ritu realmente destruye y consume nuestros deseos
pecaminosos. Esto lo hace al principio, quitando el corazó n de
piedra con su poder omnipotente (en el milagro de la
regeneració n) y lo continua (en el proceso de la santi icació n)
con un fuego que quema hasta la raı́z de los deseos pecaminosos.

3. El Espı́ritu trae la cruz de Cristo al corazó n del pecador a travé s de


la fe, y nos da comunió n con Cristo a travé s de su muerte y sus
sufrimientos. Veremos este punto má s adelante.
Segundo, si é sta es solo la obra del Espı́ritu, entonces ¿Por qué es un
deber al cual los creyentes son exhortados para que lo lleven a cabo?

Hay por lo menos dos respuestas a esta pregunta:

1. La morti icació n del pecado no es una obra exclusiva del Espı́ritu


Santo, má s de lo que las otras gracias y buenas obras lo son. El
Espı́ritu es el autor de toda gracia y de cada buena obra, y sin
embargo, es el creyente quien ejerce estas gracias y hace
realmente las buenas obras. “Porque Dios es el que en vosotros
obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad.”
(Filipenses 2:13) “Obraste en nosotros, todas nuestras obras.”
(Isa.26:12) Vea tambié n 2 Tes.1:11; Rom.8:12-13 y Zac.12:10.

2. El Espı́ritu Santo no morti ica el pecado sin la obediencia y


cooperació n del creyente. El obra en nosotros y sobre nosotros
en una forma apropiada, sin hacer violencia a nuestra naturaleza
humana. El nos preserva, no anulando nuestra voluntad, ni
nuestra obediencia voluntaria. El obra en nosotros y con
nosotros, no contra nosotros y sin nosotros. Su ayuda es un
estı́mulo para hacer la obra, no una razó n para descuidarla. El
punto que estamos enfatizando aquı́ es simplemente que esta
obra no puede ser realizada sin la ayuda poderosa del Espı́ritu
Santo. La tragedia es que existen personas que son extrañ as al
Espı́ritu Santo y que al tratar de morti icar el pecado en sus
vidas, fracasan. Ellos pelean sin obtener la victoria, luchan sin
ninguna esperanza de paz y permanecen en la esclavitud del
pecado toda su vida.
Capítulo 4
El Valor de la Morti icación
En este capı́tulo resaltaremos la siguiente verdad: La vida, la fortaleza y
el consuelo de nuestra vida espiritual depende en gran manera de que
morti iquemos nuestros pecados.

Introduciremos esta verdad explicando dos cosas que la


morti icación no signi ica:

1. Esto no signi ica que a condició n de que los creyentes morti iquen
consistentemente el pecado, disfrutará n automá ticamente una
vigorosa y confortable vida espiritual. Por ejemplo, Hemá n, autor
del Salmo 88, practicó continuamente la morti icació n de sus
pecados. Hemá n fue un hombre que realmente caminó con Dios
y sin embargo, casi nunca disfrutó de algú n dı́a de paz y
consolació n. Si Hemá n, un siervo eminente de Dios, no disfrutó la
paz y la consolació n en su vida que normalmente trae una vida
de morti icació n del pecado, entonces debemos entender que
Dios tuvo una razó n para esto. Dios ha puesto a Hemá n como un
ejemplo para consolar a otros que se encuentren en una
condició n semejante. Aunque todos los creyentes deberı́an usar
el medio de la morti icació n del pecado para obtener la paz,
deben percatarse de que solamente Dios puede concederles la
verdadera paz y consolació n. (Vea Isa.57:18-19.)

2. Esto tampoco signi ica que la morti icació n es la fuente principal a


travé s de la cual Dios nos da una vida espiritual fuerte y
confortable. La fuente principal que nos provee estas cosas son
los privilegios de nuestra adopció n o sea “el Espíritu dando
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”
(Rom.8:16). Es el ministerio del Espı́ritu, asegurá ndonos de
nuestra adopció n y justi icació n, lo que es la fuente principal de
una vida espiritual vigorosa y confortable.
Ahora, consideraremos lo que esta verdad signi ica en sentido
positivo:

En nuestra relació n cotidiana con Dios y en su trato normal con


nosotros, una vida espiritual fuerte y confortable depende en gran
manera de nuestra consistente morti icació n del pecado. Como regla
general, la morti icació n produce una vida espiritual fuerte y
confortable. Las siguientes tres consideraciones nos ayudará n para
comprobar este punto:

1. Solamente la morti icació n impedirá que el pecado nos quite el


vigor y el consuelo de nuestra vida espiritual. Cada pecado que
no es morti icado, inevitablemente producirá dos cosas:

a) Debilitará al alma y le quitará su fortaleza. Cuando David


permitió que un deseo pecaminoso no morti icado
permaneciera en su corazó n, le dejó sin ninguna fuerza
espiritual. El dijo: “No hay sanidad en mi carne... no hay paz
en mis huesos a causa de mi pecado...estoy debilitado y
molido en gran manera...” (Sal.38:3,8) Un deseo
pecaminoso no morti icado secará el espı́ritu y toda la
fuerza del alma, debilitá ndola ası́ para todos los deberes:

Primero, inquieta el bienestar espiritual del corazó n. Esto lo


hace desviando el corazó n de la condició n espiritual que es
necesaria para tener comunió n vigorosa con Dios. Esta
desviació n se logra a travé s de seducir el corazó n con deseos
mundanos, de modo que el amor del Padre mengü e.

Segundo, obra en la mente promoviendo pensamientos


diseñ ados para animar la grati icació n de los deseos
pecaminosos. Tratará de exagerar los placeres del pecado y
proporcionará razones por las cuales, los deseos pecaminosos
deberı́an grati icarse.

Tercero, producirá pecados abiertos e impedirá el cumplimiento


del deber. Esto lo hace apelando a los deseos pecaminosos
particulares de cada persona. Por ejemplo, cuando un hombre
ambicioso deberı́a estar ocupado en la adoració n de Dios, el
pecado le conducirá a darle prioridad a su trabajo, en vez de
dá rsela a la adoració n de Dios.

b) Mientras que el pecado le debilita, tambié n entenebrece su


alma y le priva de su consuelo y paz. El pecado es como
una nube espesa que se esparce sobre la faz del alma y
estorba los rayos del amor y del favor de Dios. El pecado
quita de la persona su consciencia y su disfrute del
privilegio de su adopció n.

La morti icació n es el ú nico remedio contra estos dos efectos


malignos del pecado sobre el alma.

2. La morti icació n tambié n tiene un efecto muy bené ico sobre el


crecimiento de las gracias divinas en el corazó n humano. Si el
corazó n humano es comparado con un jardı́n, entonces, la
morti icació n puede ser comparada con la obra de quitar la
maleza que pudiera impedir el crecimiento de las plantas de la
gracia. Piense en un jardı́n en donde una hermosa planta ha sido
plantada. Si el jardı́n es deshierbado regularmente, entonces la
planta lorecerá . Sin embargo, si la maleza es dejada, entonces la
planta estará enferma, medio seca e inú til. En donde la
morti icació n no destruye la maleza del pecado, las plantas de la
gracia de Dios está n listas para morir (Apo.3:2). Ellas estará n
secas y decayendo. Tal corazó n es como el campo del perezoso;
está tan crecido con la maleza, que apenas se puede ver el maı́z
bueno. Cuando usted mira a tal corazó n, las gracias de fe, amor y
celo está n presentes; sin embargo, está n tan debilitadas y
cubiertas con la maleza del pecado, que son de muy poca
utilidad. Si tal corazó n es limpio de la maleza del pecado (por la
morti icació n); entonces, estas plantas de la fe, el amor y el celo
comenzará n a lorecer y estará n preparadas para toda buena
obra.

3. La morti icació n es un medio principal por el cual Dios da paz al


alma. La sinceridad es un fundamento principal sobre el cual la
verdadera paz del alma descansa. La morti icació n es una de las
evidencias má s claras de la sinceridad de una persona. Si una
persona da evidencia de su sinceridad oponié ndose
vigorosamente a sus pecados y su egoı́smo (morti icá ndolos),
entonces ese hombre deberı́a disfrutar de una conciencia segura
de paz en su alma.
Capítulo 5
Una Introducción a la Práctica de
la Morti icación
En este capı́tulo comenzaremos a tratar con algunas de las preguntas y
di icultades prá cticas que los creyentes tienen que enfrentar cuando
tratan de poner en prá ctica su deber de morti icar el pecado. Podemos
introducir mejor este asunto con una descripció n del tipo de problemas
con el cual los creyentes tienen que luchar frecuentemente:

Supongamos que tenemos a un creyente verdadero que encuentra en sı́


mismo un pecado poderoso que le lleva en repetidas ocasiones a un
estado de cautiverio que atribula su corazó n, y que le impide su
comunió n con Dios, estorbando en forma general su paz. Este pecado
que mora en é l inquieta su conciencia, y aú n le expone al peligro de ser
endurecido debido al engañ o del pecado. La pregunta que surge es esta:
¿Qué debe hacer el creyente en este caso? ¿Cuá l camino deberı́a tomar
para tratar con este deseo pecaminoso que repetidamente impide su
vida espiritual y crecimiento? ¿Có mo puede el creyente matar este
deseo pecaminoso de tal manera que aunque no sea destruido del todo,
sin embargo sea capaz de triunfar en una forma general sobre é l para
disfrutar la comunió n con Dios?

En respuesta a esta pregunta trataremos de hacer tres cosas:

1. Explicar lo que está involucrado en la morti icació n de cualquier


pecado. Puesto que esto es tan fundamental para nuestro
entendimiento de todo el tema, debemos mostrar lo que signi ica
y lo que no signi ica.

2. Dar directrices generales que son esenciales para la verdadera


morti icació n espiritual del pecado.
3. Dar directrices acerca de có mo esto puede hacerse.

Una explicació n negativa: En el resto de este capı́tulo explicaremos


cinco cosas las cuales la morti icació n no signi ica, y en el pró ximo
capı́tulo explicaremos tres cosas las cuales sı́ signi ica.

I. Morti icar un pecado no signi ica destruirlo completamente,


ni erradicarlo de initivamente del corazón.

Es cierto que esta es la meta de la morti icació n, pero es una meta la


cual no puede ser alcanzada en esta vida. Sin lugar a dudas, el creyente
puede esperar triunfos maravillosos sobre el pecado (por la ayuda del
Espı́ritu y la gracia de Cristo) de tal manera que pueda experimentar
una victoria casi constante sobre el pecado. Pero, no debe esperar la
destrucció n total, ni la erradicació n de initiva del pecado en esta vida.
Pablo nos asegura de ello en Filipenses 3. Pablo conocı́a que a pesar de
todos sus logros, aú n no habı́a alcanzado la perfecció n (vers.12). Este
conocimiento no impedı́a que el continuara hacia el blanco, es decir,
hacia “la perfecció n” (vers.13-14), aunque é l sabı́a que todavı́a tenı́a el
“cuerpo de nuestra bajeza” (el cuerpo donde todavı́a mora el pecado) es
decir, el cuerpo que no serı́a transformado, ni glori icado hasta la
segunda venida de Cristo (vea vers.21). Dios lo considera mejor ası́, que
en nosotros mismos no estemos completos en nada, sino que en todas
las cosas seamos completos en Cristo (Col.2:10).

II. Morti icar un pecado (aunque no es necesario decirlo) no


signi ica tratar de disfrazarlo.

Tristemente debemos reconocer que una persona puede dejar en forma


externa la prá ctica de muchos pecados, mientras que sigue deseando
hacerlos. Otras personas pueden pensar que esa persona ha sido
cambiada, pero tal persona solamente ha añ adido a sus pecados
anteriores, el horrible pecado de la hipocresı́a y ası́ ha encontrado el
camino má s seguro que le conduce al in ierno.

III. La morti icación del pecado no signi ica el cultivo de una


naturaleza tranquila y quieta.
Muchas personas tienen la bendició n de poseer por naturaleza un
temperamento agradable. Estas personas son calmadas y no inclinadas
a enojarse fá cilmente. Ahora, tales personas pueden cultivar y mejorar
esta disposició n, discipliná ndose, meditando y actuando con prudencia,
pueden dar a otros y a sı́ mismas la apariencia de ser personas muy
espirituales.

La tragedia de esto es que tales personas casi nunca son inquietadas


por el enojo o la pasió n, mientras que otras tienen que luchar con estos
pecados cada dı́a. Entonces, serı́a absurdo decir que la primera clase de
personas ha hecho má s para morti icar el pecado que las otras. Si la
primera clase de personas se juzgara a sı́ misma ijá ndose en su
egoı́smo, su incredulidad, su envidia o algú n otro pecado espiritual, esto
le darı́a una mejor idea de su verdadera condició n delante de Dios.

IV. Un pecado no ha sido morti icado cuando simplemente ha


sido desviado hacia otra dirección.

En Hechos 8:9-24, Simó n dejó la prá ctica de la magia por un tiempo,


pero la codicia y la ambició n que estaban detrá s de su prá ctica
permanecieron y se manifestaron de otra forma. A pesar de la
apariencia de nueva vida en Simó n (vers.13), é l aú n estaba “en hiel de
amargura y en prisió n de maldad” (vers.23). Cualquiera que sustituye el
orgullo por la mundanalidad, o el legalismo por la sensualidad no
deberı́a engañ arse pensando que los pecados que han sido
supuestamente abandonados, hayan sido realmente morti icados.

V. La conquista ocasional del pecado tampoco signi ica la


morti icación.

Veamos dos ejemplos de esto:

1) Un pecado brota y trae el terror a la conciencia del escá ndalo y el


temor de la desaprobació n divina. Esto puede tener el efecto de
despertar a la persona de su sueñ o espiritual y por un tiempo
llenarle con aborrecimiento hacia ese pecado y ponerle en
guardia contra é l. Sin embargo, el pecado permanece como no
morti icado. Este pecado es como un enemigo que se ha
introducido secretamente en el campamento y ha asesinado a
uno de los capitanes. De inmediato los guardias se ponen en
alerta y buscan en todo el campamento para encontrar al
enemigo. Pero el enemigo se esconde a sı́ mismo mientras que
los guardias le buscan por todas partes. Por un tiempo pudiera
parecer que el enemigo ha desaparecido, pero el está a salvo y
esperando otra oportunidad para hacer lo mismo nuevamente.

2) En un tiempo de juicios providenciales, calamidades o a licciones


agobiantes, el corazó n se preocupa por aliviarse de estas cosas.
Una persona puede creer que tal alivio solo puede obtenerse
tratando con su pecado, entonces se resuelve a abandonarlo. Sin
embargo, el pecado es engañ oso y estará contento de
permanecer quieto por algú n tiempo y dar la apariencia de haber
sido morti icado. Pero en realidad está muy lejos de haber sido
morti icado y tarde o temprano saltará con vida otra vez. En el
Salmo 78:32-37 hay una ilustració n excelente de esto. Cuando
estas personas se encontraron en problemas, rá pidamente se
volvieron al Señ or. Esto lo hicieron con mucha solicitud y
diligencia, pero su pecado no fue morti icado.

Por medio de estos y muchos otros caminos, las pobres almas pueden
engañ arse a sı́ mismas y pensar que han morti icado sus malos deseos,
cuando en realidad sus pecados aú n está n vivos y está n en espera de
una ocasió n oportuna para brotar y enturbiar su paz.
Capítulo 6
Una Explicación Positiva de la
Morti icación
Ahora volveremos a dar una explicació n de lo que la morti icació n es.
Hay tres cosas que la morti icació n realiza:

1. Un debilitamiento habitual de los deseos pecaminosos.

Cada concupiscencia (deseo malo) es un há bito depravado que


continuamente inclina el corazó n hacia el mal. En Gé nesis 6:5 tenemos
una descripció n de una corazó n no morti icado, “y que todo designio de
los pensamientos del corazó n de ellos era de continuo solamente el
mal”. En cada hombre inconverso hay un corazó n no morti icado que
está lleno de una gran variedad de deseos impı́os, y cada uno de estos
deseos clama continuamente por su satisfacció n.

Ahora, nos concentraremos solamente en la morti icació n de un solo


deseo pecaminoso. Este deseo (piense en el pecado má s aplicable para
usted) es una inclinació n habitual, fuerte y muy arraigada que mueve la
voluntad y los afectos hacia un pecado particular. Una de las evidencias
má s grandes de tal deseo pecaminoso es la tendencia de pensar acerca
de la manera en que esta concupisiencia pudiera ser grati icada. (Vea
Rom.13:14.) Este há bito pecaminoso (es decir, concupiscencia o deseo
malo) obra violentamente. “Batalla contra el alma” (1 Pedro 2:11) y
trata de llevar cautiva a la persona a “la ley del pecado” (Rom.7:23).
Ahora, la primera cosa que la morti icació n realiza es un debilitamiento
de este deseo pecaminoso o malo, de tal modo que se vuelva cada vez
menos violento en sus esfuerzos para provocarnos y tentarnos a pecar.
(Vea Santiago 1:14-15.)

En este punto es necesario dar una advertencia. Todos los deseos


pecaminosos tienen poder para seducirnos y provocarnos a pecar, pero
parece que no todos tienen el mismo poder. Hay por lo menos dos
razones por las cuales algunos deseos pecaminosos parecen ser má s
poderosos que otros:

a) Un deseo pecaminoso puede ser má s fuerte que otros en la misma


persona, y tambié n má s fuerte que el mismo deseo en otras
personas. Por muchas maneras esta vitalidad y poder se les da a
ciertos deseos, y normalmente es a travé s de la tentació n.

b) Los actos violentos de algunos deseos pecaminosos son mucho


má s obvios que otros. Pablo hace una diferencia entre la
impureza sexual y otros pecados: “Huid la fornicació n. Cualquier
otro pecado que el hombre hiciere, fuera del cuerpo es; mas el
que fornica, contra su propio cuerpo peca.” (1 Cor. 6:18) Esto
signi ica que los pecados de esta ı́ndole son má s fá ciles de
discernir que otros. Sin embargo, un hombre que ama
desordenadamente las cosas del mundo puede ser tan sujeto al
poder de este deseo malo (aunque no sea tan obvio en su vida),
como cualquier otro hombre que es llevado cautivo por la
inmoralidad.

Entonces, la primera cosa que la morti icació n realiza es un


debilitamiento gradual de los actos violentos de los deseos
pecaminosos, de tal modo que su poder para impulsar, avivar, seducir,
inquietar y molestar el alma es disminuido. Esto se llama la cruci ixió n
de “la carne con sus pasiones y deseos” (Gá l.5:24). Este lenguaje es muy
grá ico como podemos ver en la siguiente ilustració n:

Piense en un hombre clavado en una cruz. Al principio este hombre


luchará , se esforzará y clamará con gran fuerza y poder. Pero despué s
de un rato, mientras que se desangra, sus esfuerzos se volverá n má s
dé biles y sus clamores se tornará n bajos y roncos. En una forma
semejante, cuando un hombre comienza a llevar a cabo el deber de
hacer morir un deseo pecaminoso, hay una lucha violenta; pero
mientras que la fuerza y el poder del deseo pecaminoso “se desangra”,
sus esfuerzos y clamores tambié n se disminuirá n.
Ahora, la morti icació n inicial y radical del pecado se describe en
Romanos 6 y especialmente en el versı́culo 6: “Sabiendo esto, que
nuestro viejo hombre juntamente fué cruci icado con él, para que el
cuerpo del pecado sea deshecho, á in de que no sirvamos más al pecado.”

Sin esta morti icació n inicial y radical, la cual se realiza a travé s de la


unió n con Cristo Jesú s tal como Pablo la describe en Romanos 6
(comentaremos má s sobre esto en el pró ximo capı́tulo), la persona no
puede tener é xito en la morti icació n de ningú n deseo pecaminoso. Un
hombre puede tratar de aplastar los frutos amargos de un mal á rbol
hasta cansarse, pero mientras que permanezca la raı́z en su fuerza y
vigor, ninguna cantidad de golpes impedirá n que los malos frutos
broten nuevamente de la raı́z. Esta es la necedad que vemos en muchas
personas que se oponen con toda su fuerza en contra del brote de algú n
pecado particular, pero nunca atacan ni hieren realmente la raı́z misma
del pecado. La raı́z del pecado solo puede ser aplastada y afectada, por
la unió n espiritual con Cristo Jesú s.

2. Una lucha y un combate continuo contra el pecado.

Cuando el pecado es fuerte y vigoroso el alma no puede hacer mucho


progreso espiritual. A menos que peleemos continuamente contra el
pecado, é ste se volverá fuerte y vigoroso, y el progreso espiritual será
constantemente impedido. Hay tres cosas principales involucradas en
esta contienda contra el pecado:

a) Debemos conocer a nuestro enemigo y estar decididos a


destruirlo por todos los medios posibles. Debemos recordarnos a
nosotros mismos, de que estamos en un con licto vigoroso y
peligroso, un con licto que tiene consecuencias muy serias.
Necesitamos estar “conscientes de la plaga de nuestro propio
corazó n” (1 Rey.8:38). Debemos cuidarnos de pensar en forma
ligera acerca de esta plaga. Hay motivos para sospechar que
muchos tienen muy poco conocimientos del gran enemigo que
llevan consigo en sus propios corazones. Esto es lo que les hace
estar tan dispuestos a justi icarse a sı́ mismos y a volverse
impacientes ante la reprensió n y la amonestació n, no
percatá ndose de que está n en gran peligro. (Vea 2 Cró n.16:1-10.)
b) Debemos esforzarnos para conocer los caminos de nuestro
enemigo, sus maquinaciones y los mé todos de guerra que
emplea, las ventajas que nuestro enemigo busca y aú n las
ocasiones cuando sus ataques pueden tener el mayor é xito. Entre
má s conocimiento que tengamos de esas cosas, estaremos má s
preparados para pelear contra el pecado. Por ejemplo, si
observamos que nuestro enemigo toma ventaja repetidamente
sobre nosotros en alguna situació n particular, entonces debemos
procurar evitar esa situació n. Debemos tratar de usar la
sabidurı́a del Espı́ritu contra las maquinaciones del pecado que
mora en nosotros. De esta manera podemos discernir
rá pidamente la sutileza (astucia) de nuestro enemigo, y frustrar
ası́ sus planes malvados contra nosotros.

c) Debemos trabajar cotidianamente usando los medios que Dios ha


ordenado para herir y destruir a nuestro enemigo
(mencionaremos algunos de estos medios má s adelante). No
debemos permitir que un falso sentido de seguridad nos
adormezca, pensando que, puesto que nuestros deseos
pecaminosos está n quietos, entonces han de estar muertos. Má s
bien, debemos golpear y herir estos deseos pecaminosos cada
dı́a. (Vea Col.3:5.)

3. El éxito en nuestra oposición y con licto contra el pecado que


todavía mora en nosotros.

Cuando hay “é xitos” frecuentes contra cualquier deseo pecaminoso,


esto es otra parte y evidencia de la morti icació n del pecado. Por “é xito”
queremos decir, una victoria sobre el pecado acompañ ada con la
intenció n de seguir esa victoria y atacar nuevamente. Por ejemplo,
cuando el corazó n detecta los movimientos del pecado (tratando de
seducir, tentar, in luir en la imaginació n, etc.), entonces lo detiene de
inmediato, exponié ndolo a la ley de Dios y al amor de Cristo, lo
sentencia y lo ejecuta.

Cuando una persona tiene é xito contra el pecado de tal modo que su
raı́z ha sido realmente debilitada y su actividad disminuida, y é ste ya no
puede impedir el cumplimiento de su deber o interrumpir su paz como
antes lo hacı́a, entonces podemos decir que ese pecado ha sido
morti icado en una medida considerable.

Este debilitamiento de la raı́z del deseo pecaminoso es realizado


principalmente por la implantació n, la morada habitual y el aprecio de
la vida espiritual de gracia, la cual está en oposició n directa a los deseos
malos y los destruye. (Vea el capı́tulo 4 punto 2.) Entonces, por la
implantació n y el crecimiento de la humildad, el orgullo será debilitado.
En una forma semejante, la paciencia tratará con la intolerancia; la
pureza de mente y la conciencia tratará con la impureza; la mente
celestial tratará con el amor de este mundo, etc..
Capítulo 7
Reglas Generales para la Práctica
de la Morti icación
Hay algunas reglas generales y principios que son esenciales para la
morti icació n bı́blica del pecado, sin las cuales ningú n pecado será
jamá s morti icado. En este capı́tulo consideraremos la primera y má s
bá sica de estas reglas.

Solamente un creyente, es decir, una persona que está verdaderamente


unida con Cristo es capaz de morti icar el pecado.

Como ya hemos notado en el primer capı́tulo, la morti icació n es la


tarea de los creyentes: “Mas si por el Espíritu hacéis morir...” (Rom.8:13)
Una persona no regenerada (es decir, una persona que no está
realmente unida con Cristo por la fe) puede hacer algo parecido a la
morti icació n, pero no puede realmente morti icar ni siquiera un solo
pecado en una manera aceptable a Dios. En el capı́tulo tres notamos
como muchas personas sinceramente religiosas (que actú an en base a
los principios enseñ ados por su iglesia) tratan de morti icar su pecado,
sin embargo todo es en vano.

No estamos sugiriendo que solamente los creyentes está n obligados a


morti icar el pecado. No, la morti icació n es un deber (igual como el
arrepentimiento y la fe) que Dios exige de todos aquellos que escuchan
el evangelio. Lo que estamos a irmando es que só lo los creyentes
pueden hacer esto. El incré dulo tambié n está obligado a morti icar sus
pecados, pero é ste no es su primer deber, su primer deber es creer el
evangelio que ha escuchado.

Sin la ayuda del Espı́ritu de Dios la morti icació n de pecado no es


posible. Serı́a má s fá cil ver sin ojos o hablar sin lengua que
verdaderamente morti icar el pecado sin el Espı́ritu Santo. Pero ¿có mo
puede una persona obtener la ayuda del Espı́ritu de Dios? El es el
Espı́ritu de Cristo y se recibe creyendo el evangelio acerca de Cristo
Jesú s, no como una recompensa por guardar la ley. (Vea Gá latas 3:1-5,
especialmente el vers.1.) Todos los intentos de morti icar cualquier
concupiscencia sin la fe en Cristo Jesú s resultará n inú tiles.

Cuando los judı́os fueron convencidos de sus pecados en el dı́a de


Pentecosté s y clamaron, “¿Qué haremos?” ¿Qué es lo que Pedro
respondió ? ¿Acaso les mandó directamente a morti icar su orgullo, su
enojo, su malicia, su crueldad, etc.? No, Pedro sabı́a que ellos no
necesitaban hacer eso. Lo que necesitaban era ser convertidos,
arrepentirse de sus pecados y creer en Cristo Jesú s (Vea Hech.2:38-39.)
Pedro sabı́a que la primera necesidad del hombre es creer en Cristo
cruci icado, y si ellos hicieran esto, la verdadera humillació n y
morti icació n vendrı́an en seguida. Lo mismo era cierto durante el
ministerio de Juan el Bautista. Los fariseos habı́an impuesto sobre el
pueblo pesados deberes y mé todos rı́gidos de morti icació n, tales como
los ayunos y los distintos lavamientos. Sin embargo, Juan les predicó la
necesidad urgente de conversió n y arrepentimiento. (Vea Mat.3:2, 8-
10.)

El ministerio pú blico de Cristo fue igual. El decı́a, “¿Acaso se recogen


uvas de los espinos o higos de los abrojos?” (Mat.7:16) Los á rboles
pueden producir fruto solamente segú n su gé nero, y ası́ pues Cristo nos
dice, “haced el árbol bueno y su fruto será bueno.” (Mat.12:33) En otras
palabras, es necesario tratar con la raı́z. La naturaleza misma del á rbol
debe ser cambiada o será imposible que el á rbol produzca fruto bueno.

Este hecho es tan bá sico pero a la vez tan importante, que debemos
tomar el tiempo para considerar algunos peligros que surgen cuando
este punto es descuidado o ignorado. Mencionaremos tres peligros:

1. El peligro de ser desviado del deber principal del hombre.

Cuando este hecho bá sico es ignorado o descuidado, existe el


peligro de que la mente y el alma del hombre se preocupen por
un deber el cual no es realmente su tarea principal. El deber
primario del hombre es el de arrepentirse y creer en el
evangelio. Hasta que cumpla con esto, ningú n otro deber puede
tener una importancia verdadera. Un hombre puede dedicar
todos sus esfuerzos al intento de morti icar el pecado, cuando en
realidad deberı́a enfocar sus esfuerzos a obtener la fe salvadora
en Cristo.

2. El peligro del autoengañ o.

El deber de la morti icació n es en sı́ mismo algo bueno, a


condició n de que sea realizado por aquellos que poseen la fe
salvadora en Cristo. El peligro es que una persona puede
dedicarse a este deber y pensar que al hacerlo, resulta agradable
a Dios.

Por ejemplo:

a) En vez de acudir al gran mé dico de las almas para ser


sanado a travé s de su muerte en la cruz, un hombre puede
ocuparse tratando de sanarse a sı́ mismo a travé s del
deber de la morti icació n. “Y verá Ephraim su enfermedad,
y Judá su llaga: irá entonces Ephraim al Assur, y enviará al
rey Jareb; mas él no os podrá sanar, ni os curará la llaga.”
(Oseas 5:13) Ası́ pues, Judá y Efraı́m no recibieron la
sanidad que Dios les hubiera dado.

b) Debido a que el deber de la morti icació n parece ser una


gran evidencia de la sinceridad, una persona puede ser
endurecida por el y caer en una justicia propia, creyendo
que su estado espiritual es bueno.

3. El peligro de ser desilusionados por la falta de é xito. Un incré dulo


puede sinceramente trabajar en este deber y sin embargo solo
estar engañ á ndose a sı́ mismo. Tarde o temprano descubrirá que
su pecado no está siendo realmente morti icado y que é l está
simplemente cambiando una clase de pecado por otro. Entonces,
se desesperará de nunca tener é xito y se entregará al poder del
pecado.
Conclusión: La morti icació n del pecado es la obra de la fe, el trabajo
especial de la fe. Ahora, si hay una obra que solamente puede ser
realizada en una forma especı́ ica, resulta necio tratar de hacerla en
forma distinta. Es la fe lo que puri ica el corazó n (Hech.15:9), como
Pedro lo dice: “habiendo puri icado vuestras almas por la obediencia a la
verdad, mediante el Espíritu.” (1 Pe.1:22) Sin esta fe, el pecado no puede
y no será morti icado. Lo que hemos escrito en este capı́tulo deberı́a ser
su iciente para con irmar la primera regla general de la morti icació n:
Asegú rese de estar unido a Cristo por la fe, porque si usted intenta
morti icar cualquier pecado sin esta unió n, no tendrá é xito.

Nota una posible objeció n y algunas respuestas. Hay una objeció n


principal a esta primera regla de la morti icació n, la cual puede ser
expresada en la forma de la pregunta siguiente: ¿Qué debe hacer el
hombre inconverso que ha sido convencido de la maldad de su pecado?
¿Deberı́a tal persona dejar de luchar contra su pecado y vivir en la
disolució n, dando rienda suelta a sus concupiscencias y siendo tan malo
como los peores hombres?

Ahora, la respuesta má s corta a esta objeció n es, “en ninguna manera”.
En seguida daremos dos respuestas:

1. Primero, considere la sabidurı́a, bondad y amor divino


mani iestos en las distintas maneras en que El detiene a los
hombres y las mujeres para que no sean tan malos como
pudieran ser, si no fuesen refrenados por El. Siempre cuando los
inconversos son refrenados en su pecado, esto es el fruto de la
providencia, la ternura y la bondad divinas, sin las cuales toda la
tierra se convertirı́a en un in ierno de pecado y confusió n.6

2. Segundo, la morti icació n del pecado es un deber que las personas


no regeneradas son responsables de cumplir, pero no es su
primer deber. Si un hombre está tapando un hoyo en la pared de
su casa, no pensará que yo soy su enemigo si vengo a decirle que
deje por el momento el hoyo, porque hay un incendio que
amenaza con quemar toda la casa. Si un hombre tiene un dedo
adolorido y tambié n una iebre intensa, debe tratar primero con
la iebre y luego con el dedo. Lo mismo es verdad en la esfera
espiritual. No tiene caso cansarse peleando con algú n pecado
particular cuando el verdadero problema es una naturaleza
pecaminosa que es esclava del pecado. Primero es necesario
traer su naturaleza pecaminosa a Cristo, el gran mé dico.
Entonces, cuando haya sido librado de la esclavitud de su
naturaleza pecaminosa, entonces usted estará preparado para
comenzar a morti icar los pecados particulares.
Capítulo 8
La Segunda Regla General de la
Morti icación
La primera regla trató con lo que una persona necesita ser, antes de
poder cumplir con el deber de la morti icació n del pecado. La segunda
regla trata con la actitud necesaria para cumplir con este deber. Esta
actitud puede ser resumida en la siguiente regla:

Usted no podrá morti icar ningún pecado, a menos que sincera y


diligentemente intente a tratar con todo pecado.

Para decirlo en forma simple, no le ha sido dado al creyente la opció n


de decidir cuá les pecados en su vida necesitan ser morti icados. A
menos que el creyente esté comprometido a tratar con todos y cada uno
de los pecados en su vida, nunca tendrá é xito en la morti icació n de uno
de ellos. Dé jeme explicarle lo que esto signi ica en una forma má s
detallada.

Un creyente es probado por un deseo pecaminoso semejante a lo que


fue descrito al principio del capı́tulo cinco. Este deseo pecaminoso
inquieta al creyente (piense en el pecado que má s le inquieta a usted).
Este pecado le derrota repetidamente y le inquieta tanto que anhela la
liberació n completa de é l. Pero no solamente esto, el creyente
realmente lucha contra ese pecado, ora y se lamenta cuando es
derrotado por é l. Sin embargo, al mismo tiempo, hay otros deberes en
la vida cristiana que no toma muy en serio. Puede dejar pasar muchos
dı́as sin disfrutar la comunió n ı́ntima con Dios. Puede leer su Biblia en
una forma super icial, descuidando la meditació n en la Palabra de Dios
y ocupando muy poco tiempo en la oració n. Estos deberes cristianos
descuidados o pobremente realizados son pecados (pecados de
omisió n), pero no le inquietan como el pecado del cual anhela ser
librado. Ahora, el punto que estamos tratando de enfatizar es que este
creyente no deberı́a esperar la liberació n de aquel pecado que
verdaderamente le inquieta, hasta que comience a tratar los demá s
pecados con la misma seriedad.

Ahora ¿Por qué es ası́? Hay dos razones:

1. Primero, este intento de lograr una morti icació n parcial está


basado en un razonamiento falso. Sin aborrecimiento del pecado
como pecado (no simplemente un aborrecimiento de sus
consecuencias desagradables), y sin una conciencia del amor de
Cristo en la cruz, no puede existir una verdadera morti icació n
espiritual del pecado. Ahora, esta clase de intento de
morti icació n, no da ninguna evidencia de ser motivada por el
aborrecimiento del pecado como pecado, y tampoco por una
consciencia del amor de Cristo. Má s bien, el motivo simplemente
es el amor propio. Un pecado particular ha inquietado la paz y el
bienestar de esta persona, entonces pelea contra este pecado
só lo para recuperar su bienestar.

A tal persona, un pastor iel tendrı́a que decir:

“Amigo, usted ha sido negligente en la oració n y la lectura de la


Biblia. Usted ha sido descuidado en cuanto a su testimonio hacia
otros. Estos descuidos son igualmente pecado como el pecado
que usted trata de vencer. Jesú s murió por estos pecados
tambié n. ¿Porqué no ha hecho ningú n esfuerzo para vencer
tambié n é stos? Si usted realmente odiara el pecado como
pecado, serı́a tan cuidadoso contra todo aquello que apaga y
entristece al Espı́ritu Santo, y no solo contra aquel pecado que
inquieta y entristece su alma. ¿Acaso no puede ver usted, que su
lucha con el pecado está centrada simplemente en su propia paz
y bienestar? ¿Realmente piensa usted que el Espı́ritu Santo le
ayudará a acabar con el pecado que le inquieta, cuando usted no
mani iesta ninguna preocupació n por tratar con los otros
pecados que igualmente le contristan a El?”

A pesar de lo que pudié ramos pensar, la obra de la morti icació n que


Dios requiere es un compromiso total para morti icar todo pecado. Si
un creyente sinceramente intenta hacer lo que Dios requiere, entonces
dependerá de la ayudad del Espı́ritu Santo. Si el creyente está
preocupado solamente acerca de “su propia obra” (es decir, morti icar
los pecados que le inquietan a é l), entonces Dios le dejará luchar en
base a su propia fuerza. El mandamiento dice: “limpiémonos de toda
inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santi icación en
temor de Dios.” (2 Corintios 7:1) Si hacemos algo, debemos tratar de
hacer todo y no solamente una parte de la obra de la morti icació n.

2. Segundo, en ocasiones Dios utiliza un fuerte deseo pecaminoso no


morti icado en un creyente como un medio para disciplinarlo.
Cuando un creyente se vuelve frı́o y negligente en sus deberes
hacia Dios (vea Apo.3:16ss), Dios permite que un deseo
pecaminoso se fortalezca en su corazó n, para que se convierta en
una plaga y una carga para é l. Esta puede ser una de las maneras
en que Dios castiga a un creyente por su desobediencia, o por lo
menos, una manera para despertarlo a in de que considere sus
caminos y sea conducido a una morti icació n sincera del pecado.
Un ejemplo parecido a esto se puede ver en los tratos de Dios con
Israel en los tiempos de los Jueces. (Vea por ejemplo Jueces 1:27-
2:3, especialmente 2:3.)

Nota 1: Cuando un creyente es tentado por algú n deseo pecaminoso


especı́ ico tan fuerte que difı́cilmente sabe como controlarlo, esto es
generalmente el resultado de haber caminado descuidadamente con
Dios o por una falta de voluntad de tomar en serio las advertencias de
la Escritura.

Nota 2: A veces Dios usa “la plaga” de algú n deseo pecaminoso


particular para prevenir o curar algú n otro mal. Este fue el propó sito de
Dios en permitir que el mensajero de sataná s inquietara a Pablo, “para
que no se exaltara desmedidamente, por la grandeza de las revelaciones”
que recibió . (Vea 2 Cor.12:7.) En forma semejante, pudiera ser que
Pedro fue abandonado para que negara a su Señ or, como un medio para
corregir su vana con ianza en sı́ mismo.

Conclusión a esta sección


Quienquiera que desee morti icar verdadera y correctamente cualquier
concupiscencia molesta en su vida, deberı́a tener cuidado de ser
igualmente diligente en la obediencia a todos los deberes a los cuales
Dios le llama. Tambié n, deberı́a recordarse que cada deseo pecaminoso
y cada omisió n del deber son igualmente desagradables a Dios.
Mientras que haya un corazó n traicionero que está dispuesto a
descuidar la necesidad de luchar para obedecer en todas las cosas,
habrá un alma dé bil que no está permitiendo que la fe haga toda su
obra. Cualquier alma que se encuentra en una condició n tan dé bil, no
tiene derecho de esperar tener é xito en la obra de la morti icació n.
Capítulo 9
La Primera Regla Particular para
la Morti icación
En los dos capı́tulos previos, consideramos dos reglas generales para la
morti icació n de pecado. En este capı́tulo comenzaremos a considerar
las reglas má s especı́ icas o las directrices que pueden ayudar al
creyente en el deber de la morti icació n. La primera de estas reglas
sirve para preparar al creyente para la morti icació n:

Necesitamos un diagnóstico cuidadoso del deseo pecaminoso que


será morti icado.

La primera cosa que un buen doctor hace cuando alguien viene a verlo
para tratar alguna enfermedad, es hacer una revisió n cuidadosa de su
paciente. Haciendo esto, el doctor trata de averiguar todos los sı́ntomas
relacionados con la enfermedad. Por ejemplo, tomará al paciente la
temperatura, revisará su pulso y la presió n sanguı́nea. Le hará
preguntas acerca de cuá ndo comenzó la enfermedad. Se ijará en todos
los sı́ntomas, por ejemplo: el dolor, la in lamació n, el sarpullido, las
ronchas, etc. Por el saber de estos sı́ntomas, el doctor encontrará la
enfermedad exacta que se necesita tratar. Esta parte es conocida como
el diagnó stico. Un buen doctor jamá s recetará pastillas simplemente
porque el paciente tiene algú n dolor. El deseará saber qué es lo que está
causando el dolor o la enfermedad, antes de recetar cualquier medicina.

En forma semejante, podemos pensar de los deseos pecaminosos como


si fueran una enfermedad que necesita ser diagnosticada
correctamente antes de que pueda ser tratada. Algunos tienen sı́ntomas
má s graves que otros. Estos no será n morti icados con el mismo
remedio usado para curar otro deseo pecaminoso que presenta
sı́ntomas menos graves. Esto nos conduce a considerar algunos de los
sı́ntomas preocupantes que nos indicará n si necesitamos un remedio
má s fuerte que lo normal.

1. Un deseo pecaminoso irmemente establecido

Un deseo pecaminoso al cual se le ha permitido corromper el corazó n


por un largo perı́odo de tiempo sin ningú n intento vigoroso de
morti icarlo o de sanar las heridas que ha causado, es un sı́ntoma
peligroso. Tal deseo pecaminoso trae el alma a la condició n lamentable
que David describe en el Salmo 38:5, “Pudriéronse, corrompiéronse mis
llagas, a causa de mi locura”. En tal caso, el curso ordinario de
humillació n no será su iciente para morti icar este pecado. Este ha
corrompido la conciencia hasta tal grado, que el deseo pecaminoso y la
conciencia pueden vivir juntos, sin ijarse mucho uno en el otro. El
deseo pecaminoso hace má s o menos lo que quiere, y la conciencia
apenas sabe lo que está pasando. En un tiempo pasado, la conciencia
hubiera estado muy alarmada ante tal circunstancia, pero ahora está
casi dormida.

Tal deseo pecaminoso necesita ser tratado con la misma seriedad con la
cual un buen doctor trata una herida antigua y descuidada. El doctor
sabe que tales heridas siempre son peligrosas y frecuentemente fatales.
Quizá s el peligro de este deseo pecaminoso puede ser visto mejor
considerando la siguiente solemne pregunta: ¿Cómo puede una persona
estar segura de que su deseo pecaminoso irmemente establecido, no es
en realidad el dominio del pecado, y que nunca ha sido realmente nacida
de nuevo?

Un deseo pecaminoso al cual se le ha permitido continuar quieto y


có modo es como el ó xido en el metal; solo puede ser removido con gran
di icultad. El deseo pecaminoso nunca muere por sı́ mismo; entonces, si
no es morti icado diariamente simplemente se fortalecerá .

2. Un corazón que quiere la paz sin una lucha

Este es otro peligroso sı́ntoma del poder de un deseo pecaminoso para


corromper el corazó n de un creyente. En este caso, ha capturado el
corazó n hasta tal punto que el corazó n no quiere destruirlo pero quiere
disfrutar la paz. Este sı́ntoma puede ser reconocido en diferentes
formas, pero vamos a limitarnos a mencionar dos ejemplos:

a) Primero, un creyente es transtornado en su mente por un deseo


pecaminoso. Su conciencia es inquietada y se siente infeliz. En
vez de tomar la decisió n de morti icar este deseo pecaminoso, el
creyente busca en el corazó n por otras evidencias que indiquen
que es un cristiano verdadero. El hace esto con la esperanza de
tener paz en su corazó n por saber que es un cristiano, a pesar de
que rehusa morti icar este deseo pecaminoso. Cuando un
sı́ntoma como é ste está presente en un creyente, ese creyente
está en una condició n espiritual peligrosa.

Fue una condició n espiritual como é sta lo que resultó en la ruina


de muchos judı́os en los tiempos de Jesú s. Bajo la predicació n de
Jesú s, las conciencias de muchos judı́os fueron inquietadas, pero
en vez de reconocer y morti icar sus deseos pecaminosos, se
aferraron a su posició n como “hijos de Abraham”, y pensaron que
debido a esto serı́an aceptados por Dios. (Vea Jn.8:31-41.) Este es
un sı́ntoma peligroso de un corazó n enamorado del pecado, un
corazó n que subestima el disfrute de la paz con Dios y las
expresiones del amor divino. ¡Cuá n corrupto es el corazó n
cuando muestra claramente que estará contento de permanecer
como un creyente sin fruto, a condició n de que pueda tener
esperanza de escapar de la “ira venidera”! ¡Cuá n trá gico es
cuando un creyente puede estar contento de vivir a una distancia
de Dios, a condició n de que no sufra una separació n inal! ¿Qué
debemos esperar de un corazó n como é ste?

b) Segundo, igual como en el primer ejemplo, tenemos un creyente


inquieto en su mente por un deseo pecaminoso. Su conciencia
está trastornada y se siente infeliz. En este caso, en vez de tomar
la decisió n de morti icar su deseo pecaminoso, el creyente busca
remover la angustia de su alma, apelando a la gracia y a la
misericordia divinas. Esto es como si el creyente pidiera (igual
como Naamá n adorando en el templo de Rimó n) “en todas las
demás cosas andaré con Dios, pero en esta cosa, Jehová perdone en
esto a tu siervo”. (2 Rey.5:18) Tal conducta es totalmente
inconsistente con la sinceridad cristiana, y normalmente es una
evidencia fuerte de que la persona que se comporta ası́ es un
hipó crita. Sin embargo, no hay duda de que algunos de los
verdaderos hijos de Dios pueden ser atrapados por este engañ o
pecaminoso.

Siempre cuando el corazó n de un “creyente” gusta secretamente algú n


pecado, de tal forma que el creyente está dispuesto a aliviar su angustia
en alguna forma que no sea la morti icació n y el perdó n por la sangre
de Cristo, entonces las llagas de ese hombre está n “pudrié ndose y
corrompié ndose”. A menos que haya un remedio urgente, ese hombre
está muy cerca de la muerte espiritual.

3. Un deseo pecaminoso que tiene éxito frecuentemente.

Cuando un deseo pecaminoso tiene é xito frecuentemente en obtener el


consentimiento de la voluntad para hacer lo que quiere, este es otro
sı́ntoma peligroso. Este sı́ntoma necesita una explicació n má s amplia:
Cuando un deseo pecaminoso especı́ ico obtiene el consentimiento de
la voluntad con algú n placer, entonces, aunque un acto externo de
pecado no sea cometido, el deseo pecaminoso ha tenido é xito. Hay
muchas cosas que pueden impedir que la persona realice un acto
externo de pecado; pero mientras que la persona esté dispuesta a pecar
si no hubiera nada que lo impidiera, entonces el deseo pecaminoso ha
ganado el consentimiento de la voluntad. No hay duda alguna de que los
deseos pecaminosos tienen é xito ocasional en los mejores creyentes.
Sin embargo, cuando tienen é xito frecuentemente, esto es otro sı́ntoma
de una condició n espiritual peligrosa.

Nota: Una razó n por la cual un deseo pecaminoso puede tener é xito
frecuentemente, aú n en un creyente verdadero, es debido a que le toma
por sorpresa. Ningú n creyente deberı́a pensar que esto minimice el
peligro de su condició n espiritual. El creyente no deberı́a ser tomado
por sorpresa, porque esto pudiera evitarse llevando a cabo el deber de
velar y orar.
4. El uso de motivos legales para pelear contra el deseo
pecaminoso.

Cuando el ú nico motivo de morti icar el pecado es el temor de las


consecuencias, é ste es un sı́ntoma muy peligroso de una condició n
espiritual no saludable. Existen motivos cristianos correctos para
morti icar el pecado. Por ejemplo, José razonó : “¿Cómo, pues, haría yo
este grande mal y pecaría contra Dios?” (Gé nesis 39:9) Fue el amor por
un Dios de gracia y bondad lo que motivó a José . En forma semejante el
apó stol razona, “el amor de Cristo nos constriñe.” (2 Cor.5:14) Cuando un
hombre es motivado a oponerse al pecado simplemente por el temor de
la vergü enza ante los hombres, o el castigo del in ierno es una señ al
segura de que su corazó n está lejos de tener una condició n saludable.

Nota 1: El argumento principal que Pablo usa para mostrar que el


pecado no tendrá el dominio sobre los creyentes es que “no está n bajo
la ley, sino bajo la gracia” (Rom.6:14). Si usted pelea contra el pecado
motivado solamente por los principios de la ley, entonces ¿cuá l
seguridad tiene de que el pecado no lo dominará y le causará la ruina?

Nota 2: Si los deseos pecaminosos de una persona le han conducido a


abandonar los remedios evangé licos contra é l, entonces no hay
esperanza alguna de que los remedios basados en la ley tendrá n algú n
é xito.

5. Cuando Dios usa un deseo pecaminoso para disciplinar.

Aunque Dios a veces usa un fuerte deseo pecaminoso no morti icado


para disciplinar a un creyente (como ya hemos visto en el capı́tulo 8),
é sta puede ser tambié n la forma en que Dios trata con un incré dulo. Por
lo tanto, cuando un creyente tiene motivos para creer que Dios le está
disciplinando en esta manera, entonces debe juzgar este sı́ntoma como
serio y peligroso. No deberı́a descansar hasta que haya tratado con la
causa de su disciplina.

Esto sugiere la pregunta: ¿Cuá ndo puede un creyente saber si un fuerte


deseo pecaminoso en su vida está siendo usado por Dios para
disciplinarlo? La respuesta es: Examine su corazó n y sus caminos. ¿Cuá l
era el estado y la condició n de su corazó n antes de que se enredara con
el deseo pecaminoso que le está inquietando ahora? ¿Estaba
descuidando sus deberes cristianos? ¿Estaba viviendo con mucha
preocupació n por su propio bienestar y muy poca por los demá s?
¿Estaba viviendo bajo la culpa de algú n pecado grave del cual no se
habı́a arrepentido?

¿Habı́a recibido alguna misericordia especial, protecció n o alivio sin


haber aprovechado el bene icio como debiera, o sin estar agradecido?
¿Habı́a sido ejercitado por alguna a licció n pero sin haber averiguado el
propó sito divino en ella? ¿Acaso le habı́a dado Dios en su providencia
algunas oportunidades para glori icarlo pero usted no las aprovechó ?
Estas son algunas de las preguntas que usted deberı́a hacerse. Si se
siente convicto por alguna de ellas, arrepié ntase y busque el perdó n de
Dios.

6. Cuando un deseo pecaminoso ha resistido los tratos


especiales de Dios.

Un ejemplo de esta condició n se describe en Isaı́as 57:17: “Por la


iniquidad de su codicia me enojé y heríle, escondí mi rostro y me indigné.
Pero él continuó rebelde en el camino de su corazón.”

Dios habı́a tratado con el deseo pecaminoso de su codicia en dos formas


diferentes, pero este pueblo estaba tan enamorado de su pecado que no
le hicieron caso. Esta es una condició n muy seria. Solamente la gracia
soberana de Dios (tal como el siguiente versı́culo lo expresa “... pero lo
sanaré”) puede tratar con una condició n de esta ı́ndole.

En una forma semejante Dios trata con los distintos deseos


pecaminosos de su pueblo en todas las edades. Dios hace esto
especialmente a travé s su Palabra por el poder convincente de su
Espı́ritu (cuando la Palabra es leı́da o predicada). Cuando un deseo
pecaminoso tiene control sobre un hombre de tal modo que puede no
hacer caso de este poder convincente y continú a sin haber morti icado
su pecado, entonces está en una condició n peligrosa.
Estos sı́ntomas y otros que no hemos mencionado, son evidencias de un
deseo pecaminoso que es peligroso, si no es que mortal. Tales deseos
pecaminosos no pueden ser morti icados en una manera ordinaria. Es
necesario un remedio má s poderoso.

UNA PALABRA DE ADVERTENCIA

Aunque estos sı́ntomas preocupantes que hemos mencionado pueden


estar presentes en la vida de un creyente verdadero, ninguno que tiene
estos sı́ntomas tiene el derecho de “suponer” que es un creyente
verdadero debido a la presencia de estos sı́ntomas. Una persona
pudiera concluir que es un creyente verdadero aunque fuera un
adú ltero, porque David quien fue un creyente verdadero, tambié n fue
una vez adú ltero. Solamente un necio se pondrı́a a argumentar en la
siguiente forma: “Un hombre sabio puede estar enfermo y herido, sı́, y
aú n puede hacer algunas cosas tontas; por lo tanto, cada uno que está
enfermo y herido y hace algunas cosas tontas, es un hombre sabio.”

¡No! Aquel que tiene tales sı́ntomas pudiera concluir con seguridad: “Si
soy un creyente verdadero, soy un creyente muy pobre y miserable.” Si
tal persona es un creyente verdadero, no puede tener ninguna paz
verdadera mientras que permanezca contenta con tal condició n.
Capítulo 10
La Segunda Regla Particular para
la Morti icación
En el capı́tulo anterior tratamos con una regla preparatoria para el
deber de la morti icació n. Antes de que la morti icació n pueda ser
realizada, debe haber un diagnó stico cuidadoso del deseo pecaminoso
que se va a morti icar. ¿Ya ha hecho usted esto? Una vez que ha sido
hecho esto y solamente hasta entonces, estaremos listos para pasar a la
segunda regla particular para la morti icació n, que es la siguiente:
Esfué rcese para llenar su mente con una clara y constante conciencia de
la culpa, el peligro y la maldad del deseo pecaminoso que le está
afectando.

1. La culpa de su deseo pecaminoso.

El creyente debe rehusar ser atrapado por los razonamientos


engañ osos de su deseo pecaminoso. Este siempre tratará de excusarse y
de minimizar su propia culpa. El deseo pecaminoso siempre razonará
en la siguiente manera: “Quizá s esto sea malo, pero ¡hay cosas que son
peores! Otros creyentes no han meramente pensado en estas cosas,
sino que las han hecho, etc.”

En una in inidad de formas, el pecado tratará de desviar la mente de un


entendimiento correcto de su culpa. Como el profeta nos dice:
“Fornicación, y vino, y mosto quitan el juicio.” (Oseas 4:11) En la misma
manera en que estos deseos pecaminosos logran un pleno é xito
quitando el juicio en los no creyentes, ası́ tambié n logrará n hasta cierto
punto tener é xito en los creyentes.

En Proverbios encontramos una descripció n triste de un joven que fue


seducido por una prostituta. A este joven le faltó “entendimiento”
(Prov.7:7). ¿Cuá l fue exactamente “el entendimiento” que le faltó ? La
respuesta es que é l no sabı́a que cediendo ante sus malso deseos le
costarı́a la vida (Proverbios 7:23). El no consideró la culpa del pecado
en que se estaba involucrando.

Si nosotros queremos morti icar el pecado, debemos percatarnos


plenamente de que el pecado tratará de minimizar la conciencia de
nuestra culpa. Entonces, debemos tratar de tener ijo en nuestra mente
un entendimiento correcto de la culpa de nuestro pecado.

Hay dos cosas en que debemos pensar para ayudarnos en esto:

a) Primero, el pecado de un creyente es mucho más grave que el


de un incrédulo.

La gracia de Dios que obra en el creyente debilitará el poder del pecado


a in de que ya no se enseñ oree de é l como lo hace en los inconversos.
(Vea Rom.6:14-16.) No obstante, al mismo tiempo, la culpa del pecado
que permanece en el creyente es má s grave por el hecho de que el
creyente ¡peca contra la gracia! “¿Qué, pues, diremos? ¿Permaneceremos
en el pecado para que abunde la gracia? ¡De ninguna manera! Porque los
que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos todavía en él?” (Romanos
6:1-2)

En este texto el é nfasis cae sobre la palabra “nosotros”. ¿Có mo


pecaremos “nosotros”? Sin lugar a dudas, somos má s malvados que los
demá s si lo hacemos. Porque pecamos contra el amor de Dios y contra
su misericordia. Pecamos a pesar de las promesas de ayuda para
derrotar al pecado. Podrı́a decirse mucho má s, pero deje que esta
consideració n inal sea impresa en su mente: Hay má s maldad y culpa
en los remanentes de pecado que permanecen en el corazó n de los
creyentes, de la que habrı́a en la misma medida de pecado en un
corazó n sin la gracia de Dios.

b) Segundo, piense acerca de cómo Dios ve su pecado.

Dios ve en el anhelo hacia la santidad que la gracia ha producido en el


corazó n de cualquiera de sus siervos, má s belleza y excelencia que la
que ve en las obras má s gloriosas realizadas por los hombres que está n
destituidos de la gracia de Dios. Sı́, y aú n Dios ve má s belleza y
excelencia en estos anhelos internos, que la observada en sus actos
externos. Esto es debido a que casi siempre hay una mayor mezcla de
pecado en los actos externos, que en los deseos y anhelos internos de
un corazó n que ha sido regenerado.

Por otra parte, Dios ve una gran medida de maldad en los deseos
pecaminosos de un creyente. Dios ve má s maldad en el deseo
pecaminoso de un creyente de la que ve en los actos abiertos y
escandalosos de los hombres malvados. Aú n ve má s maldad en los
deseos pecaminosos, que en los pecados externos en los cuales muchos
de sus hijos caen. ¿Por qué es ası́? Esto es debido a que Dios ve que hay
má s oposició n interna en los creyentes (del Espı́ritu Santo y la nueva
naturaleza) en contra del pecado, y generalmente má s humillació n a
causa del pecado. Esto es la razó n por la cual Cristo trata con el
enfriamiento espiritual en sus hijos, yendo a la raı́z del problema y
sacando a la luz su verdadero estado. (Vea Apo.3:15.)

Lector, usted deberı́a dejar que estas y otras consideraciones similares,


le guı́en a una clara consciencia de la culpa de sus deseos pecaminosos
internos. No subestime ni trate de excusar su culpa en esto, o sus
deseos pecaminosos se fortalecerá n y prevalecerá n sin que usted se
percate de ello.

2. El peligro de sus deseos pecaminosos.

Hay muchos peligros que deben ser considerados, pero solamente


señ alaremos cuatro de ellos:

a) El peligro de ser endurecido.

Considere la advertencia hecha en Hebreos 3:12-13, “Mirad,


hermanos, que en ninguno de vosotros haya corazón malo de
incredulidad para apartarse del Dios vivo: Antes exhortaos los
unos á los otros cada día, entre tanto que se dice Hoy; porque
ninguno de vosotros se endurezca con engaño de pecado”. En estas
palabras, el escritor exhorta solemnemente a sus lectores a que
hagan todo lo posible para evitar el ser “endurecidos con el
engañ o del pecado”.

El endurecimiento mencionado aquı́ es la apostası́a total, un


endurecimiento que conduce a la persona a “apartarse del Dios
vivo”. En un grado mayor o menor, cualquier deseo pecaminoso
no morti icado tiende a producir este endurecimiento. Los
lectores de estas palabras pudieran haber sido en un tiempo,
muy tiernos hacia Dios y frecuentemente afectados o movidos en
sus corazones por su Palabra. Pero ahora, lamentablemente, las
cosas han cambiado y ahora usted puede pasar por alto los
deberes de la oració n, la lectura y el escuchar la Palabra de Dios
sin preocuparse mucho.

¡Oh lector! Tenga cuidado si esta es la verdad acerca de usted.


Esta condició n puede empeorarse mucho. No es su iciente hacer
que su corazó n tiemble ante la posibilidad de endurecerse y
tomar el pecado a la ligera. No es su iciente temblar ante el
peligro de considerar ligeramente la gracia y la misericordia
divinas, la sangre preciosa de Cristo, la ley de Dios, el cielo y el
in ierno. Lector, tenga mucho cuidado, porque esto es
exactamente lo que el pecado no morti icado hará en su vida si
no es refrenado.

b) El peligro de sufrir un gran castigo temporal.

Aunque Dios jamá s abandonará completamente a uno de sus


hijos por fallar en la morti icació n de sus pecados, puede
disciplinarlos o castigarlos ocasioná ndoles mucho dolor y
tristeza. “Si dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios;
Si profanaren mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos;
Entonces visitaré con vara su rebelión, y con azotes sus
iniquidades.” (Salmo 89:30-32) Piense en David y en todas las
a licciones que experimentó porque falló en la morti icació n de
su deseo pecaminoso hacia Betsabé . ¿Acaso no le importa que su
falla en morti icar todo pecado en su vida le pudiera traer
dolorosos castigos, que podrı́an continuar con usted hasta la
sepultura? Si usted no tiene ningú n temor de sufrir algo ası́,
entonces usted tiene motivos para sospechar que su corazó n ya
haya sido endurecido.

c) El peligro de perder la paz y la fortaleza de por vida.

La paz con Dios y la fortaleza para andar con El son esenciales


para la vida espiritual del alma. Sin un disfrute de estas cosas en
cierta medida, vivir es morir. Cuando una persona (un creyente)
persiste en dejar sus deseos pecaminosos como no morti icados,
tarde o temprano, será privado de estas dos bendiciones
mencionadas. ¿Cuá l paz o fortaleza puede disfrutar el alma
cuando Dios dice, “Por la iniquidad de su codicia me indigné y lo
golpeé. Escondí mi rostro y me indigné”? (Isaı́as 57:17) En otro
texto Dios dice: “Andaré, y tornaré á mi lugar hasta que
reconozcan su pecado, y busquen mi rostro.” (Oseas 5:15)
Entonces, cuando Dios hace esto ¿Qué sucederá con su paz y su
fortaleza?

Lector, piense, que quizá s pudiera ser que dentro de muy poco
tiempo ya no verá el rostro de Dios en paz. Quizá s para mañ ana
usted ya no será capaz de orar, leer o escuchar la Palabra, ni
llevar a cabo ningú n deber espiritual con alegrı́a, vida y vigor
espiritual. Quizá s Dios disparará sus saetas contra usted y le
llenará con angustia, temor y perplejidad. Considere esto por un
momento: Aunque Dios no le destruirá totalmente, sin embargo,
le puede poner en un estado en donde usted sienta que esto es lo
que le ocurrirá . No deje de considerar este peligro, hasta que su
alma tiemble dentro de sı́.

d) El peligro de la destrucció n eterna.

Hay una relació n tan ı́ntima entre la persistencia en el pecado y


la destrucció n eterna, que mientras que una persona
permanezca bajo el poder del pecado, debemos advertirle acerca
del peligro de la destrucció n y la separació n eterna de Dios. El
hecho de que Dios ha determinado librar a algunos de que
continú en en el pecado (para que sean salvos de la destrucció n),
no cambia el siguiente hecho: Dios no librará de la destrucción
a ninguno que continúe en el pecado. La regla de Dios es muy
clara: “No os engañeis: Dios no puede ser burlado: que todo lo que
el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra
para su carne, de la carne segará corrupción” (Gá latas 6:7-8).
Entre má s claramente reconozcamos la realidad de que el
pecado no morti icado nos conducirá a la destrucció n eterna,
má s claramente veremos el peligro de permitir que cualquier
pecado en nuestra vida quede sin ser morti icado. El deseo
pecaminoso es un enemigo que nos destruirá , si nosotros no lo
destruimos primero. Deje que esta realidad penetre
profundamente en su alma. No se contente hasta que su alma
tiemble ante la realidad de que un enemigo vive dentro de usted
y le destruirá a menos que usted lo destruya primero.

3. La maldad de su concupiscencia.

El peligro de algo tiene que ver con una posibilidad futura, pero la
maldad de ese algo tiene que ver con el presente. Hay muchas maldades
relacionadas con el pecado no morti icado, pero nos ijaremos
solamente en tres de ellas:

a) El pecado no morti icado contrista al bendito Espı́ritu Santo de


Dios.

Uno de los grandes privilegios que los creyentes tienen es que el


Espı́ritu Santo mora dentro de ellos. Debido a esto, los creyentes
son especialmente exhortados en Efesios 4:25-29 a abstenerse
de una variedad de deseos pecaminosos y motivados a hacerlo
por las siguientes palabras: “Y no contristéis al Espíritu Santo de
Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención.”
(Efesios 4:30)

De la misma manera en que una persona amable y tierna es


entristecida por la falta de bondad de un amigo, ası́ tambié n el
Espı́ritu Santo es contristado cuando un creyente permite que
los deseos no morti icados vivan en su corazó n. El Espı́ritu Santo
ha escogido nuestros corazones como su morada. El ha venido a
morar en nosotros para hacer todo el bien que pudié ramos
desear. El Espı́ritu Santo es contristado cuando un creyente
comparte su corazó n (el corazó n que el Espı́ritu ha venido a
poseer) con sus enemigos (es decir, con nuestros deseos
pecaminosos). Estos son los mismos enemigos que El ha venido a
ayudarnos a destruir.

Oh creyente, considere qué y quié n es usted; considere quié n es


el Espı́ritu que es entristecido; considere qué es lo que El ha
hecho y lo que pretende hacer para usted. Avergü é ncese de cada
pecado no morti icado al que usted permite contaminar Su
templo.

b. El pecado no morti icado hiere nuevamente al Señ or Jesú s.

Cuando un pecado permanece como no morti icado en el


corazó n de un creyente, entonces la nueva creació n en Cristo en
ese corazó n es herida, su amor es frustrado y su enemigo
complacido. Tal como el abandono total de Cristo (la apostası́a)
debida al engañ o del pecado, signi ica “cruci icar de nuevo al Hijo
de Dios y exponerle al vituperio” (Heb.6:6); ası́ tambié n abrigar el
pecado que el vino a destruir, le hiere y le contrista.

c. El pecado no morti icado hace inú til al creyente.

El pecado no morti icado normalmente produce una enfermedad


espiritual en la vida de un creyente. Su testimonio casi nunca es
usado ni bendecido por Dios. Muchos creyentes permiten que los
deseos pecaminosos que destruyen el alma vivan en sus
corazones. Estos, como los gusanos, comen las raı́ces de su
obediencia, la corrompen y la debilitan dı́a tras dı́a. Todas las
gracias espirituales, todos los medios por los cuales las gracias
pueden ser ejercitadas y mejoradas son impedidas por el pecado
no morti icado. Dios mismo rehusará concederle a esta persona
el é xito espiritual. Es decir, todos sus intentos para servir a Dios
será n frustrados.

Conclusión : Nunca olvide la culpa, el peligro y la maldad del pecado.


Piense mucho acerca de estas cosas. Permita que llenen su mente hasta
que provoquen que su corazó n tiemble.
Capítulo 11
Cinco Reglas Particulares
Adicionales para la Morti icación
Regla 3: Inquiete su conciencia con la culpa de sus deseos
pecaminosos.

¿Qué signi ica esto y có mo puede ser hecho? Signi ica que usted debe
hacer má s que simplemente reconocer la culpa de su deseo
pecaminoso. Usted debe inquietar su conciencia con la culpa de su
particular deseo pecaminoso. ¿Có mo puede usted hacer esto? Vamos a
señ alar dos formas generales y dos formas especı́ icas de hacerlo.

1. Dos formas generales.

a) Exponga su conciencia a la luz escudriñ adora de la ley de Dios.

Ore por la obra de convicció n del Espı́ritu Santo a in de que El use la


ley de Dios para convencerle de la grandeza de su culpa. Permita que el
terror de la ley de Dios penetre profundamente en su conciencia. Piense
en cuá n justo serı́a Dios si castigara cada una de las transgresiones que
usted ha cometido contra su santa ley. No permita que su corazó n
engañ oso argumente que la ley de Dios no le puede condenar, debido a
que usted “no está bajo la ley sino bajo la gracia” (Rom.6:14).

Diga a su conciencia que mientras que el pecado no morti icado


permanezca en su corazó n, usted no puede tener una seguridad
verdadera de ser libre de su poder condenatorio. Dios ha dado la ley
para condenar el pecado donde quiera que é ste se encuentre. La ley de
Dios tiene el propó sito de descubrir la culpa del pecado de los
creyentes, tanto como lo hace con la culpa y el pecado de los incré dulos.
La ley de Dios tiene el propó sito de despertar a los creyentes para que
vean la culpa de sus pecados y para que se humillen a sı́ mismos y
traten con é l. La renuencia a permitir que la ley inquiete su conciencia
no es una buena señ al. Má s bien, es un triste indicativo de la dureza de
su corazó n y de la naturaleza engañ osa del pecado.

Tenga cuidado de pensar que la liberació n del castigo de la ley divina,


signi ique que la ley ya no sirva como una guı́a para su vida o para
exponer su pecado. Este es un error peligrosı́simo que ha arruinado a
muchos que profesan ser creyentes. Si usted a irma que pertenece al
Señ or, rehuse pensar de esta manera. Má s bien, persuada a su
conciencia a escuchar cuidadosamente lo que la ley de Dios dice acerca
de sus deseos y sus caminos pecaminosos. ¡Oh! Si usted hiciera esto, le
conducirı́a a temblar y a arrodillarse ante Dios. Si usted realmente
quiere hacer morir sus deseos pecaminosos, permita que la ley de Dios
inquiete su conciencia, hasta que usted sea convicto de la terrible culpa
de sus deseos pecaminosos. No se contente hasta que pueda decir
juntamente con David en su arrepentimiento: “Reconozco mis rebeliones
y mi pecado está siempre delante de mí.” (Sal.51:3)

b. Permita que el evangelio condene y morti ique sus deseos


pecaminosos.

Piense cuá nto debe al evangelio. Dı́gase a sı́ mismo: “Dios me ha


mostrado tanta gracia, amor y misericordia y yo ¿có mo he respondido?”
He menospreciado y pisoteado su bondad para conmigo. ¿Es de esta
manera como demuestro mi agradecimiento por el amor del Padre y la
sangre de su Hijo? ¿Có mo pude contaminar mı́ corazó n el cual Cristo
murió para limpiar y en el cual el bendito Espı́ritu vino a morar? ¿Qué
puedo decir a mi querido Señ or Jesú s? ¿Es mi comunió n con El de tan
poco valor, que puedo permitir que mi corazó n se llene tanto con
deseos pecaminosos, que casi ya no queda ningú n lugar para El? ¿Có mo
puedo entristecer cotidianamente al Espı́ritu Santo, Quien me ha
sellado para el dı́a de la redenció n? (Ef.4:30) Considere estas cosas cada
dı́a y con la ayuda del Espı́ritu Santo, se disgustará con la vileza de sus
deseos pecaminosos y deseará morti icarlos.

2. Dos formas especí icas.


a) Piense acerca de la in inita paciencia y longanimidad de Dios para
con usted.

Piense cuá n fá cilmente Dios le pudiera haber expuesto a la vergü enza y
el reproche en este mundo. Y no obstante, en su misericordia El ha
encubierto su pecado de los ojos del mundo y frecuentemente le ha
detenido de pecar abiertamente. Cuá n fá cilmente Dios pudiera haber
terminado su vida pecaminosa y haberlo enviado al in ierno. A pesar de
su bondad para con usted en estas maneras, usted ha continuado
dejando que sus deseos pecaminosos hagan lo que quieran. Cuá n
frecuentemente usted ha provocado a Dios, rehusá ndose a hacer algú n
esfuerzo, o haciendo muy poco esfuerzo para morti icar sus deseos
pecaminosos. ¿Piensa usted seguir provocando a Dios y probando su
paciencia?

Piense acerca de las ocasiones cuando usted ha planeado


voluntariamente complacer los deseos de su naturaleza pecaminosa,
pero Dios en su gracia le ha refrenado. Piense en las ocasiones cuando
usted ha cedido tanto ante sus deseos pecaminosos, que su conciencia
le ha alarmado y le ha hecho temer que Dios ya no le tendrı́a
misericordia. Y sin embargo, Dios ha tenido misericordia de usted y le
ha conducido nuevamente al arrepentimiento y la fe.

b) Piense acerca de como Dios en su gracia, ha tenido misericordia


de usted repetidas veces.

Piense que tan seguido la misericordia de Dios le ha salvado de ser


endurecido por el engañ o de pecado. Piense acerca de cuá ntas veces
usted ha encontrado que su vida espiritual se ha enfriado; piense en los
tiempos cuando su deleite en los caminos de Dios, en la oració n, en la
meditació n sobre la Palabra y la comunió n con el pueblo de Dios casi se
han desvanecido. Piense en las ocasiones cuando en varias formas
usted se ha alejado de Dios, y sin embargo, Dios le ha rescatado y
restaurado.

Piense de la muchedumbre de asombrosas providencias que Dios ha


obrado en su vida. Piense en las pruebas que Dios ha convertido en
bendiciones y las pruebas de las cuales le ha librado. Piense en todas las
formas en que Dios le ha bendecido. Despué s de todas estas muestras
de la gracia de Dios hacia usted, ¿puede continuar permitiendo que los
deseos pecaminosos endurezcan su corazó n en contra de la gracia?
Inquiete su conciencia con la ayuda de tales pensamientos y no se
detenga hasta que su corazó n sea afectado por su culpa. Hasta que esto
suceda, usted nunca hará ningú n esfuerzo vigoroso para morti icar el
pecado. Hasta que esto sea hecho, no habrá ningú n motivo poderoso
que le impulse a ocuparse en la pró xima regla.

Regla 4: Esfuércese para desarrollar un anhelo continuo por la


liberación del poder de sus deseos pecaminosos.

Este anhelo por la liberació n es en sı́ mismo una gracia que tiene poder
para ayudarle a lograr lo que está anhelando. Por ejemplo, cuando el
apó stol Pablo describe el arrepentimiento y la tristeza segú n Dios de
los corintios, é l usa la expresió n “qué ardiente afecto (gran deseo)” (2
Cor.7:11). Tenga por cierto que, a menos que usted anhele la liberació n,
usted nunca la obtendrá . Un fuerte deseo es la esencia de la oració n
verdadera. Un fuerte deseo enfocará su fe y su esperanza en la
liberació n de Dios. Siga clamando a Dios por esta gracia de un constante
anhelo, hasta que reciba la liberació n.

Regla 5: Aprenda a reconocer que algunos de sus deseos


pecaminosos están arraigados en su propia naturaleza.

La tendencia hacia ciertos pecados está arraigada en su naturaleza


pecaminosa. Por ejemplo, algunas personas tienen mayor di icultad
para controlar su temperamento, má s que otras. Algunas personas
tienen una tendencia natural a comer demasiado, a la lojera o algú n
otro comportamiento pecaminoso. Esto signi ica, que usted necesita
saber las tendencias pecaminosa que está n arraigadas en su propia
naturaleza. Estas tendencias no deberı́an ser excusadas diciendo: “Ası́
soy” o “Ası́ es mi naturaleza”. No, usted debe reconocer la culpa de tener
estas tendencias pecaminosas y esforzarse para vencerlas.

Un remedio que deberı́a ser aplicado para contrarrestar tales


tendencias pecaminosas es usado por el apó stol Pablo en 1 Corintios
9:27, “Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer”. En
otras palabras, usted pone los apetitos del cuerpo bajo control, con la
ayuda de Dios, por medio de la oració n y en ocasiones el ayuno. Esto no
deberı́a ser confundido con la frase “duro trato del cuerpo” que es
condenado por el mismo apó stol en Colosenses 2:23. No, esta es una
humillació n voluntaria de su alma, usando el medio divino del ayuno y
la oració n, dependiendo de la bendició n del Espı́ritu de Dios para
debilitar los deseos pecaminosos que está n arraigados en su
naturaleza.

Regla 6: Vele y guarde su alma contra todas las cosas que usted
conoce que estimularían sus deseos pecaminosos.

Vea por favor mi libro sobre el tema de la tentació n, donde esta regla es
tratada con detalle. Por el momento simplemente nos ijaremos en las
palabras del Rey David, “me he guardado de mi maldad.” (Salmo18:23)
David velaba todos los caminos y las maquinaciones de sus deseos
pecaminosos para prevenirlos y pelear en su contra. Usted debe hacer
lo mismo. Esto signi ica que usted deberı́a pensar acerca de las
circunstancias que normalmente estimulan sus deseos pecaminosos y
hacer todo lo posible para evitar tales situaciones. Por ejemplo, si usted
sabe que con ciertas compañ ı́as sus deseos pecaminosos son
estimulados, entonces usted debe tratar de evitar esa compañ ı́a. Si el
deber exige que usted tenga contacto con esas personas, deberı́a ser
muy cuidadoso.

Si usted sufre de una enfermedad, es muy sabio evitar cualquier cosa


que pudiera empeorarle. Ahora, si usted tiene tanto cuidado de su salud
fı́sica, cuá nto má s deberı́a tenerlo para su salud espiritual. Recuerde
que aquel que se atreve a jugar con las oportunidades de pecar, tambié n
se atreverá a pecar. La manera de evitar el adulterio con una prostituta
es: “Aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa...”
Proverbios 5:8)

Regla 7: Pelee con sus deseos pecaminosos tan pronto como


comiencen.

Si usted viera una chispa salir de la chimenea hacia la alfombra, usted la


aplastarı́a inmediatamente. No le darı́a la oportunidad de prender la
alfombra y quemar toda su casa. Trate con los deseos pecaminosos en
la misma manera. Considere hasta cual punto un pensamiento impuro
puede conducirle. Si este pensamiento no es refrenado, tarde o
temprano, los hechos impuros le seguirá n. Pregunte a la envidia hacia
donde quiere ir. Asegú rese de que la envidia no refrenada, tarde o
temprano, le conducirá al homicidio y la destrucció n. Si usted no
refrena el pecado desde el principio, es muy improbable que pueda
frenarlo despué s. Si usted le da al pecado una pulgada de espacio,
entonces le exigirá una milla. Es imposible ijarle lı́mites al pecado. Es
como el agua de un rı́o, que una vez que se ha desbordado, tomará su
propio curso. “El que comienza la discordia es como quien suelta las
aguas; Deja, pues, la contienda, antes que se enrede.” (Proverbios 17:14)
Capítulo 12
Meditando sobre la Excelente
Majestad de Dios
Regla 8: Medite sobre la excelente majestad de Dios.

Esta es la manera para humillarse a sı́ mismo y ver que tan vil es usted.
Cuando Job realmente vio la grandeza y la excelencia de Dios entonces
confesó : “De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me
aborrezco, y me arrepiento En el polvo y en la ceniza.” (Job 42:5-6) La
Escritura nos muestra muchos ejemplos semejantes de hombres
piadosos que fueron grandemente humillados y abrumados cuando
Dios les reveló algo de su grandeza y de su excelencia (por ejemplo:
Isaı́as, Pedro y Juan). Si usted toma en serio la forma en que la Palabra
de Dios compara los hombres de este mundo con “langostas”, con
“menos que nada” y como “cosa vana” (vea Isa.4:12-25), entonces esto
le ayudará mucho a mantenerse humilde. Un espı́ritu verdaderamente
humillado le ayudará mucho en sus esfuerzos para morti icar el pecado.
Entre má s que medite sobre la grandeza de Dios, má s sentirá la vileza
de sus deseos pecaminosos.

Una cosa que le ayudará a meditar sobre la grandeza de Dios, es


sencillamente reconociendo ¡qué tan poco sabe usted de El! Usted
puede saber lo su iciente de Dios para mantenerse humilde, pero
cuando usted hace un recuento, resulta que usted sabe todavı́a muy
poco acerca de El. Esto es lo que le hizo a Agur (el “autor humano” de
Proverbios 30:1-4) darse cuenta cuá n “ignorante” era de Dios. Entre
má s que usted se percate de qué tan poco conoce a Dios, má s humillado
será el orgullo de su corazó n.

Comience pensando acerca de su ignorancia de Dios, ijá ndose en cuá n


ignorantes son aú n los hombres má s piadosos en su conocimiento de
El. Piense acerca de Moisé s quien rogaba a Dios que le “mostrará su
gloria” (Ex.33:18). Dios le mostró algunas de las cosas má s gloriosas
acerca de sı́ mismo (vea Ex.34:5-7), pero estas cosas eran tan solo “las
espaldas” de El y Dios le dijo: “No podrás ver mi rostro; porque no me
verá hombre y vivirá.” (Ex.33:20) Algunas personas pudieran pensar
que desde que Cristo Jesú s vino, nuestro conocimiento de Dios ha
crecido mucho má s que el que tuvo Moisé s. Hay algo de verdad en esto,
pero es igualmente cierto que a pesar de la revelació n de Dios en Cristo
Jesú s, los creyentes má s piadosos solamente ven “las espaldas” de Dios.

El apó stol Pablo, quien probablemente vio la gloria de Dios má s


claramente que ninguno (vea 2 Cor.3:18), solamente pudo ver a travé s
de un espejo (1 Cor.13:12). Pablo compara todo su conocimiento de
aquel instante, con el tipo de conocimiento que tenı́a cuando era un
niñ o. Usted pudiera amar, honrar, creer y obedecer a su Padre celestial
y El aceptará sus pensamientos infantiles porque esto es lo que son,
pensamientos infantiles. No importa cuanto hayamos aprendido de El,
aú n todavı́a conocemos muy poco. Algú n dı́a conoceremos mucho má s
de lo que podrı́amos conocer ahora, pero en el presente, aú n aquellos
que ven má s claramente la gloria de Dios, solamente ven en forma
borrosa aquella gloria.

Cuando la reina de Seba, quien habı́a escuchado mucho acerca de la


grandeza del rey Salomó n, por in vio esta grandeza con sus propios
ojos y se vio obligada a confesar: “Ni aún se me dijo la mitad.” (1
Rey.10:7) Quizá s imaginemos que nuestro conocimiento de Dios es
bueno, pero cuando seamos llevados a su presencia, entonces
clamaremos: “Nunca le conocimos tal como es, ni siquiera una milé sima
parte de su gloria, perfecció n y bienaventuranza habı́an entrado en
nuestros corazones.”

Muchas de las cosas que creemos acerca de Dios son ciertas; el


problema es que no podemos entenderlas completamente. No podemos
comprender del todo a un Dios “invisible”. Por ejemplo, ¿quié n puede
entender la descripció n que nos es dada en 1 Timoteo 6:16, “el único
que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de
los hombres ha visto ni puede ver”? La gloria de Dios es tan grande que
ninguna criatura puede mirarla y vivir. Dios se describe a sı́ mismo en
estas maneras para ayudarnos a ver cuá n diferente es de nosotros, y
para mostrarnos lo poco que conocemos acerca de El como realmente
es.

Piense en la eternidad de Dios: Un Dios que no tuvo principio y que no


tendrá in. Podemos creer esto pero ¿quié n puede realmente entender
la eternidad? Lo mismo es cierto en cuanto al misterio de la Trinidad.
¿Có mo puede Dios ser uno y a la vez tres; un solo Dios y sin embargo
tres personas distintas en la misma esencia? Nadie puede entender
esto. Esta es la razó n por la cual muchos rehusan creerla. Por la fe
podemos creer el misterio de la Trinidad, pero ningú n creyente
realmente lo entiende.

No solamente entendemos muy poco acerca del ser de Dios, sino


tambié n entendemos muy poco de sus caminos. Dios dice: “Porque mis
pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis
caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son
mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que
vuestros pensamientos.” (Isaı́as 55:8-9) El apó stol Pablo escribe algo
muy parecido en Romanos: “¡Oh profundidad de las riquezas de la
sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e
inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33) Aunque en ocasiones el
Señ or nos enseñ a las razones de las cosas que El hace, hay muchas
otras ocasiones cuando simplemente no podemos entender sus
caminos.

Al enfatizar cuá n poco el creyente conoce de Dios, no estamos


sugiriendo que sea imposible conocerlo. Tampoco estamos
subestimando la revelació n tremenda que Dios ha dado a travé s de su
Hijo. En muchas diferentes maneras Dios ha revelado muchı́simo acerca
de sı́ mismo. El punto que estamos enfatizando es simplemente que
somos incapaces de entender plenamente aú n lo que Dios ha revelado.
Debemos estar agradecidos por todo lo que sabemos de Dios, pero
entre má s que sabemos, má s nos sentimos humillados por lo poco que
realmente sabemos.

Hay dos cosas que nunca debemos olvidar:


1. Primero, nunca debemos olvidar el propó sito que Dios tiene de
revelarse a sı́ mismo. No es para descubrir su gloria esencial de
modo que le veamos tal como es. Má s bien, El simplemente
revela su iciente conocimiento de sı́ mismo para que tengamos fe
en El y para que con iemos, le amemos y le obedezcamos. Este es
todo el conocimiento necesario y su iciente para nosotros en este
estado presente. Sin embargo, en el estado futuro El hará una
revelació n nueva de sı́ mismo y entonces, todo lo que sabemos
ahora nos parecerá como la sombra de aquella nueva revelació n.

2. Segundo, nunca debemos olvidar cuá n insensibles y lentos de


corazó n somos para recibir todo lo que la Palabra de Dios quiere
enseñ arnos acerca de El. A pesar de la clara revelació n que Dios
nos ha dado, todavı́a sabemos muy poco de ella.

Mientras que usted piense acerca de la grandeza de Dios y cuá n poco


usted conoce de El, ore para que é ste sea un medio para humillarle.
Quiera Dios llenar continuamente su alma con un santo temor de El,
para que los deseos pecaminosos nunca puedan prosperar y lorecer en
su alma.
Capítulo 13
¡Cuídese de su Corazón
Engañoso!
Regla 9: Cuídese de su engañoso corazón.

La Palabra de Dios nos dice claramente que “engañoso es el corazón más


que todas las cosas y perverso” (Jer.17:9) y muchas experiencias
amargas con irman esto. Con esta novena regla estamos pensando en
una forma especı́ ica de autoengañ o, es decir, de como una paz falsa nos
puede engañ ar.

La regla para prevenir que seamos engañ ados por una paz falsa es la
siguiente: Tenga cuidado de no suponer que tiene paz antes de que Dios
pronuncie su veredicto (muchos fabrican para sı́ mismos una paz falsa).
Su conciencia es la voz de Dios: Escuche lo que ella le dice. Cuando
usted peque o esté consciente del poder de alguna concupiscencia o
tentació n, su conciencia le inquietará . Este es el mé todo que Dios usa
para advertirle del peligro. Dios es el que está perturbando su paz. Dios
está inquietando su alma a in de que usted se vuelva a El y le pida que
conceda la paz a su alma. Cuando Dios le inquieta en esta forma, su
peligro má s grande es el de tratar de crear una paz falsa en su alma. En
el tiempo de Jeremı́as, los falsos profetas eran culpables de haber
proclamado una paz falsa. Dios habla de ellos en las siguiente manera:
“Curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: ‘Paz, paz; y no hay
paz.’” (Jeremı́as 6:14) Usted deberı́a tener cuidado de no hablar como
un profeta falso a su propia alma dicié ndole, “paz, paz”, cuando Dios
mismo no ha dado esa paz.

Cinco maneras para distinguir la diferencia entre la paz que Dios


da y la paz falsa que puede darse usted mismo:
1. Cualquier paz que no traiga consigo un aborrecimiento hacia el
pecado que ha turbado su alma es una paz falsa.

La paz que Dios proclama al alma siempre trae consigo una conciencia
de vergü enza y un deseo santo de morti icar los deseos pecaminosos. Si
usted mira hacia Cristo, quien fue traspasado por su pecado, usted “se
a ligirá ” (Zac.12:10). A menos que haga esto, no puede haber sanidad,
ni paz. Cuando usted acude a Cristo para aliviar sus heridas, su fe
descansa en un Salvador traspasado y herido. Ahora, si usted hace esto
con la ayuda del Espı́ritu Santo, le será dado un aborrecimiento hacia el
pecado que ha turbado su paz. Cuando Dios pronuncia la paz, el alma se
llenará de vergü enza por todas las formas en que el pecado ha afectado
nuestra relació n para con El. (Ez.16:59-63)

Es posible que seamos inquietados debido a las consecuencias del


pecado, sin que aborrezcamos al pecado mismo. En su inquietud, usted
puede estar buscando la misericordia de Cristo y al mismo tiempo,
estar cobijando el pecado que usted ama. Esta forma de buscar la
misericordia jamá s traerá una só lida y verdadera paz. Por ejemplo,
supongamos que su conciencia le convence de que ha amado al mundo.
Las palabras de 1 Juan 2:15 turban su paz: “No améis al mundo, ni las
cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre
no está en él”. En su turbació n, usted se vuelve a Dios para que le
perdone, pero usted está má s preocupado acerca de las consecuencias
de su amor hacia el mundo, que por el pecado de haberlo amado. ¡Esta
es una mala señ al! Quizá s usted será salvo, pero a menos que Dios haga
lo necesario para que usted realmente odie su pecado, nunca tendrá
paz en esta vida.

2. Cualquier paz que no sea acompañ ada por una convicció n de


pecado, de justicia y de juicio (vea Juan 16:8) es una paz falsa.

Cuando Dios pronuncia la paz, nunca lo hace en “palabra solamente”


sino que siempre viene acompañ ada por el poder del Espı́ritu Santo.
(Vea 1 Tesalonicenses 1:5.) La paz de Dios efectivamente sana la herida.
Cuando nosotros fabricamos una paz falsa, no tardará mucho sin que el
pecado que perturba nuestra alma, brote nuevamente.
Como regla general, Dios quiere que sus hijos esperen hasta que El
mismo les comunique su paz. Como el profeta Isaı́as dice: “Esperaré
pues á Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob, y á él
aguardaré.” (Isaı́as 8:17) Dios puede sanar la herida del pecado en un
instante. Sin embargo, en ocasiones como un mé dico, se tarda para
limpiar cuidadosamente la herida, para que cicatrice adecuadamente.
Todos aquellos que fabrican su propia paz no tienen tiempo de esperar
para que Dios haga cabalmente su obra. Tal persona acude a Dios aprisa
y supone que recibió la paz tan pronto como la pidió . No hay ninguna
espera para que el Espı́ritu de Dios sane adecuadamente la herida del
pecado.

La paz de Dios endulza el corazó n y da gozo al alma. Cuando Dios da


paz, sus palabras no solamente son veraces, sino que tambié n hacen
bien al alma. “¿No hacen mis palabras bien?” (Miq.2:7) Cuando Dios
habla paz, guı́a y preserva el alma para que no se vuelva a la locura:
“Escucharé lo que hablará el Dios Jehová: Porque hablará paz á su pueblo
y á sus santos, Para que no se vuelvan á la locura.” (Salmo 85:8) Cuando
una persona fabrica su propia paz, su corazó n no es sanado del pecado
y entonces continú a en un estado de retroceso. Por otra parte, cuando
Dios pronuncia la paz, é sta viene acompañ ada por una consciencia tan
fuerte de su amor, que el alma se siente obligada a morti icar los deseos
pecaminosos.

3. Cualquier paz que trata con el pecado en una forma super icial es
una paz falsa.

Como señ alamos anteriormente, é sta es la queja que Jeremı́as hizo


respecto a los profetas falsos en su tiempo. “Paz, paz” decı́an ellos,
cuando “no habı́a paz” (Jer.6:14). En la misma manera, algunas
personas hacen que la sanidad de sus heridas pecaminosas sean una
obra fá cil. Ellos se ijan en alguna promesa de la Escritura y piensan que
son sanados. Pero, una promesa de la Escritura puede hacer bien
solamente cuando es mezclada con la fe (Heb.4:2). No es una mirada
super icial hacia la palabra de misericordia, o hacia alguna promesa lo
que trae la paz. Es necesario mezclar la promesa con fe y aplicarla a
nuestro propio caso. De lo contrario, nos encontraremos fabricando
una paz falsa. En tal caso, no pasará mucho tiempo sin que su herida se
abra nuevamente y entonces sabrá que aú n no ha sido sanado.

4. Cualquier paz que trata con el pecado en forma parcial es una paz
falsa.

El creyente sincero no buscará simplemente estar en paz respecto a los


deseos pecaminosos má s inquietantes o escandalosos. Si tratamos
solamente con los pecados que nos inquietan mucho, pero no con
aquellos que casi no nos inquietan, entonces estamos tratando con el
pecado a medias. Cualquier paz que pudié ramos recibir tratando con el
pecado en esta manera es falsa. Podemos esperar la paz de Dios
solamente cuando respetemos por igual todos sus mandamientos. Dios
nos justi ica de todos nuestros pecados. Dios nos manda morti icar
igualmente, todos nuestros pecados. “Muy limpio eres de ojos para ver el
mal...” (Habacuc 1:13)

5. La paz de Dios es una paz que humilla, tal como lo vemos en el


caso de David en Salmo 51:1.

Piense en la profunda humillació n que David sintió cuando Natá n le


habló la Palabra de Dios respecto a su perdó n (2 Sam.12:13). En
resumen: Si usted quiere estar seguro de la paz de Dios, aprenda a
caminar en la comunió n ı́ntima con su Salvador. Jesú s nos dice, “Mis
ovejas oyen mi voz”. Mientras que aprendemos a tener comunió n con
nuestro Salvador, aprenderemos a distinguir entre su voz y la voz de los
extrañ os. Cuando El habla, lo hace como ningú n otro hombre, porque
habla con poder. Cuando Jesú s habla, de alguna manera hará que su
corazó n arda dentro de usted tal como lo hizo con los discı́pulos en el
camino a Emaú s (Luc.24:32).

La otra evidencia principal de que el Señ or ha pronunciado paz al alma


es el bien que produce. Sabemos que el Señ or ha pronunciado la paz
cuando el resultado es una persona má s humilde. Sabemos que el Señ or
ha pronunciado paz cuando los deseos pecaminosos han sido
verdaderamente debilitados, cuando las promesas de paz le conducen a
amar a Dios y a puri icar su alma. Sabemos que el Señ or ha
pronunciado paz cuando hay una verdadera tristeza por el pecado.
Cuando hay una obediencia amorosa y un intento de morti icar el
egoı́smo o el amor propio, entonces podemos decir que el Señ or ha
pronunciado paz.
Capítulo 14
Instrucciones Finales
Desde el capı́tulo nueve hemos estado tratando con la manera de
preparar el corazó n para la obra de la morti icació n del pecado. En este
capı́tulo inal, concentraremos nuestra atenció n en la obra misma. Hay
dos aspectos de esta obra:

1. La obra especı́ ica que el creyente es responsable de realizar.

2. La obra que solamente el Espı́ritu de Dios puede realizar.

Primero, la obra especí ica que el creyente es responsable de


realizar.

Esta obra puede ser resumida como la fe del creyente en el poder y la


autoridad de Cristo para matar su pecado. Para ser especı́ ico, la fe debe
creer en la sangre de Cristo como el ú nico remedio e icaz para las almas
enfermas de pecado. Si usted ejerce constantemente su fe en este
remedio e icaz, vivirá y morirá como un vencedor. Pero aú n má s que
esto, por la providencia de Dios usted vivirá para ver sus deseos
pecaminosos muertos (vencidos) a sus pies.

1. Algunas instrucciones para el ejercicio de esta fe:

a. Una fe que confı́a en Cristo proveerá todo lo necesario para


morti icar sus deseos pecaminosos.

Enfoque su fe sobre esta verdad maravillosa y medite sobre ella


continuamente. Por una parte, es cierto que en su propia fortaleza
usted nunca conquistará estos poderosos deseos pecaminosos. Pudiera
ser que usted ya ha tratado y fallado tan frecuentemente y se halle tan
cansado de la batalla, que esté listo para darse por vencido. Sin
embargo, deberı́a enfocar su fe hacia aquel que tiene el poder de
capacitarle para triunfar en su fortaleza. Usted puede participar de la
a irmació n con iada del apó stol Pablo, “todo lo puedo en Cristo que me
fortalece.” (Filipenses 4:13) No importa cuá n poderosos e
ingobernables sean sus deseos pecaminosos, enfoque su mente sobre la
plenitud de gracia en Cristo. Ponga su mente sobre los tesoros de
fortaleza, fuerza y ayuda que está n en Cristo para su socorro. (Vea
Jn.1:16, Col.1:19.) Permita que tales pensamientos llenen
continuamente su mente.

Piense en Jesú s como aquel que ha sido exaltado como Prı́ncipe y


Salvador para dar arrepentimiento a Israel (Hech.5:31). El
arrepentimiento que El da incluye la gracia de la morti icació n (es decir,
incluye el poder para sujetar sus deseos pecaminosos y morti icarlos).
Otra vez, piense en la gracia que Cristo da a los creyentes que
permanecen en El (Juan 15:1-5).

Permita que su fe se apoye en pensamientos como los siguientes: “Soy


una pobre criatura, dé bil e inestable”. Mis deseos pecaminosos me son
demasiado fuertes. Estoy en peligro de ser arruinado por ellos y no sé
que hacer. He roto con todas mis resoluciones y promesas de morti icar
mis pecados. Yo sé de mi propia experiencia amarga, que no tengo la
fortaleza para vencerlos. Puedo ver que si el poder omnipotente de Dios
no me ayuda, estaré perdido. Miro al Señ or Jesucristo y veo en El una
plenitud de gracia y poder para morti icar estos enemigos mı́os. Veo en
Cristo una provisió n su iciente para ayudarme a vencer a todos mis
enemigos interiores (es decir, mis deseos pecaminosos).

Medite en pasajes como Isaı́as 35:1-7 y 40:27-31. Crea con el apó stol
Pablo que hay su iciente gracia en El para morti icar todos los deseos
pecaminosos. “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi potencia en
la laqueza se perfecciona. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien
en mis laquezas, porque habite en mí la potencia de Cristo.” (2 Corintios
12:9)

Aunque usted no disfrute de la victoria en cada con licto, continú e


con iando en los recursos de Cristo, los cuales le dará n la victoria inal.

b. Anime su corazó n a que espere la ayuda de Cristo a travé s de la fe.


Esta instrucció n nos lleva a una etapa má s avanzada que la primera.
Nos conduce del simple creer que Cristo puede ayudarnos, a creer que
nos ayudará . La fe sigue esperando por una liberació n real. La fe espera
que el Señ or vendrá y ayudará . Aunque parezca que la liberació n o la
ayuda tarde en llegar, la fe continuará esperando por ella.

2. Algunos pensamientos para promover una fe expectante en


su corazón:

a. Piense mucho acerca de Cristo como su sumo sacerdote


celestial.

Piense acerca de su naturaleza tierna, misericordiosa y bondadosa.


Asegú rese de que El se compadezca de usted en su angustia. Recuerde
que su sumo sacerdote tiene la ternura de una madre hacia su hijo
recié n nacido. (Vea Isaı́as 66:13.) Recuerde el gran propó sito de Jesú s
en participar de nuestra naturaleza humana. “Por lo cual, debía ser en
todo semejante á los hermanos, para venir á ser misericordioso y iel
Pontí ice en lo que es para con Dios, para expiar los pecados del pueblo.
Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para
socorrer á los que son tentados.” (Hebreos 2:17-18) Eche mano de la
promesa maravillosa de Heb.4:15-16, “Porque no tenemos un Pontí ice
que no se pueda compadecer de nuestras laquezas; mas tentado en todo
según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues
con iadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar
gracia para el oportuno socorro”. Usted necesita ayuda especial y Dios
tiene a su Hijo sentado sobre “un trono de gracia”. Dios le invita a
acercarse con iadamente al trono de esa gracia para que obtenga
misericordia y gracia en el tiempo de la necesidad.

b. Piense mucho acerca de la idelidad de las promesas de Dios.

Dios ha hecho muchas promesas en las cuales usted puede con iar. Dios
nos dice que su pacto para con nosotros es como el sol, la luna y las
estrellas que tienen su curso determinado. (Vea Jer.31:35-36.) Fije su
esperanza en las promesas especı́ icas respecto al propó sito de la obra
de Cristo, por ejemplo: “El salvará a su pueblo de sus pecados”
(Mat.1:21). “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras
del diablo.” (1 Jn.3:8) “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros;
pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.” (Romanos 6:14) Esté
seguro de que estas promesas no pueden fallar. Usted puede depender
de la idelidad de Dios.

c. Medite sobre las ventajas que usted recibirá esperando la


ayuda que vendrá de Cristo Jesús.

Hay dos ventajas principales:

1) Esperando tal ayuda honramos a Cristo por nuestra con ianza en


El y nuestra dependencia de El. Siempre cuando el creyente
honra a Cristo de esta manera, puede estar seguro de que su fe
en Cristo no será decepcionada. El Salmista nos dice: “Y en ti
con iarán los que conocen tu nombre; Por cuanto tú, oh Jehová, no
desamparaste á los que te buscaron.” (Salmos 9:10) Usted puede
estar seguro de que si su con ianza es puesta en Cristo, El no le
fallará .

2) Si realmente esperamos que esta ayuda vendrá de Cristo,


entonces acudiremos a todos los medios que traerá n esta ayuda.
Si usted fuera un mendigo y creyera que cierto hombre le
pudiera ayudar, entonces usted harı́a todo lo posible para llamar
la atenció n de este hombre hacia su necesidad. Si este hombre le
promete ayuda y dice que le ayudará , entonces usted hará lo que
é l le indique. En la misma manera, usted usará los medios que le
dará n ayuda: La oració n, la meditació n en la Palabra de Dios, el
compañ erismo con el pueblo de Dios, etc…

d. Enfoque su fe especialmente en la muerte de Cristo. La razón


principal para morti icar sus pecados es la muerte de Cristo.

El gran propó sito de la muerte de Cristo fue para destruir las obras del
diablo. “Que se dio á sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.”
(Tito 2:14) El murió para librarnos del poder dominante de nuestros
pecados y puri icarnos de todas las concupiscencias que nos envilecı́an.
Enfoque su fe en Cristo, tal como El es exhibido en el evangelio, como
muriendo cruci icado por nosotros. Mire hacia El mientras que El ora,
sangra y muere bajo la culpa de sus pecados. Por medio de la fe traiga a
este Salvador cruci icado a vivir en su corazó n (Ef.3:17). Por la fe,
aplique su sangre a todos sus deseos pecaminosos y haga esto
cotidianamente.

Segundo, la obra que solamente el Espíritu de Dios puede realizar.

La obra de morti icar el pecado es posible y puede ser realizada


solamente en el poder del Espı́ritu Santo. A menos que El Espı́ritu Santo
nos fortalezca, trabajaremos en vano. Ahora, consideraremos lo que el
Espı́ritu Santo hace para que nuestra obra de la morti icació n tenga
é xito:

1) Solamente el Espı́ritu puede convencerle clara y completamente


de la maldad, la culpa y el peligro de sus deseos pecaminosos.
Hasta que esta obra sea realizada, usted no podrá hacer ningú n
avance en la morti icació n de sus pecados. Esta es la primera
cosa que el Espı́ritu hace; El convence el alma de toda la maldad,
la culpa y el peligro de cada deseo pecaminoso. El Espı́ritu Santo
obra hasta que el corazó n con iese su maldad y anhele la
liberació n. A menos que el Espı́ritu haga esta gran obra, ninguna
de las obras subsecuentes puede ser realizada.

2) Solamente el Espı́ritu es capaz de revelarle la plenitud de Cristo


para suplir su necesidad. Hasta que el Espı́ritu haga esto, usted
no tendrá nada para impedir que su corazó n busque un remedio
falso para tratar con su pecado, o para impedir que usted sea
conducido a la angustia y la desesperació n. (Vea 2 Cor.2:7-8.)

3) Solamente el Espı́ritu es capaz de asegurarle que Cristo vendrá


para ayudarle, y solamente el Espı́ritu le capacitará para esperar
pacientemente en fe hasta que El lo haga.

4) Es por el Espı́ritu que somos bautizados en la muerte de Cristo.


(Es decir, unidos con Cristo en su muerte.) Es el Espı́ritu quien
trajo la cruz (es decir, la obra salvadora de Cristo) a su corazó n
con todo su poder, para matar el pecado. Es solamente El quien
continú a aplicando este poderoso remedio a nuestros corazones.

5) El Espı́ritu es el iniciador y consumador de nuestra santi icació n.


Es el Espı́ritu Santo quien da nuevos suministros e in luencias de
gracia para santi icarnos y debilitar el poder de nuestros deseos
pecaminosos.

6) Es el Espı́ritu quien continuamente le apoya mientras que usted


busca la ayuda de Dios para vencer sus deseos pecaminosos. El
es el “Espı́ritu de suplicació n” prometido a todos aquellos que
miran a “aquel que traspasaron” (Zac.12:10). El mismo
“intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Rom.8:26).
Padre Celestial,

Cuando tu Hijo, Jesús, vino a morar en mi alma en vez del pecado, El me


llegó a ser más precioso que jamás era el pecado.

Su tierno regio reemplazó la tiranía del pecado.

Enséñame a creer que si yo hubiera a ver la sujeción del pecado:

Debo luchar para vencerlo, pero también suplicar a Cristo que reine en
su lugar, que El tiene que llegar a ser más presente que fuera el vil
pecado, que Su dulzura, poder y vida siempre estén presentes.

Así debo buscar la gracia de El contra el pecado, sin reclamarla


independiente de El.

Cuando temo los males por venir, consuélame por enseñarme que en mi
mismo soy muerto, pobre miserable pecador, pero en Cristo soy
reconciliado y estoy vivo,

Que en mi mismo, encuentro la insu iciencia e inquietud, pero en Cristo


hay completa satisfacción y paz,

Que en mi mismo, soy débil e inútil para hacer el bien, pero en Cristo,
todo lo puedo.

Aunque ahora tenga yo Sus virtudes en parte,


las tendré completamente en breve cuando esté contigo en el
estado de completa reconciliación, y tenga en Ti la completa
su iciencia y el perfecto amor con todo pecado abolido.

¡Oh Padre, qué venga pronto aquel día!

Oració n del puritano, Richard Baxter


Guía de Estudio
Con el propó sito de a irmar al verdadero creyente en el camino
constante de santi icació n y cuidarle de siquiera considerar una vida
tibia delante de Dios, presentamos este estudio para el bene icio de los
hijos de Dios que anhelan su santidad por el conocimiento de El. Como
todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas
por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por
su gloria y excelencia. (2 Pedro 1:3) Nuestra salvació n en todo sentido
depende de nuestro conocimiento de Dios. Y ésta es la vida eterna: que
te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has
enviado. (Juan 17:3)

Nuestro Dios Santo que revela su ira desde el cielo sobre toda injusticia,
es el mismo Dios que hace guerra contra todo pecado, incluso el pecado
en Sus hijos. Una parte esencial y fundamental de nuestra salvació n es
la santidad "sin la cual nade verá al Señ or" (Hebreos 12:14). Ası́ que,
entendemos que una persona que se deja vencer por el pecado no
puede ser uno de los Hijos de Dios, pues ellos vencen al mundo por la fe
en el Señ or Jesucristo perseverando siempre en fe en el Señ or y
arrepentimiento para con Dios.

Para su mejor aprovechamiento, medite las preguntas tanto como las


responda segú n lo entendido de la exposició n del tema que
corresponda a cada secció n del libro del pastor Owen. Cada capitulo de
esta guı́a coincide con los capı́tulos respectivos del libro, aunque no
ignorando las generalidades que pudieren haber entre puntos comunes,
ya que el libro debe tomarse como un todo, puesto que en partes son
má s extendidas ciertas enseñ anzas que en otros capı́tulos se toman
para apoyar lo que se ha querido resaltar en cierta materia.

En todo estudio siempre es de bene icio hacer apuntes individuales. De


esta manera, lo repetimos dejando lo mas impreso en nuestro haber.
Cuando entendemos algo bien, podemos escribirlo con detalle. Si no
puede por sı́ mismo explicarlo bien, quizá s se necesita leer otra vez
como se nos dice en la Palabra, "lo que sabemos eso testi icamos," y si
no podemos testi icarlo es quizá s lo ignoramos. (1Cor.4:16)

Tome su tiempo en la lectura del libro y ore a Dios, pues de El es la


revelació n para que pueda entender las riquezas de su Palabra. El in de
todo estudio iel es un celo vivo en estudiar má s Su Palabra para
conocer al Dios verdadero por medio de ella, quitando al dios
imaginario de estos tiempos que pierde sus principios por causa de un
amor acomodado a los caprichos del hombre, y allegá ndonos al
conocimiento del Dios verdadero quien es santo, santo, santo.
Lección 1 La promesa de Dios y el deber del
creyente
Porque si viviereis conforme á la carne, moriréis; mas si por el espíritu
morti icáis las obras de la carne, viviréis. (Romanos 8: 13)

1) Describe los dos caminos mencionados en Romanos 8:13, sus


caracterı́sticas y sus frutos.

2) ¿Qué quiere decir vivir conforme a la carne?

3) ¿Qué bienaventuranza implı́cita esta en lo que Pablo nos esta


diciendo?

4) ¿Qué demuestra una vida de victoria sobre el pecado, de lucha


contra el pecado?

5) Si no somos salvos por obras, ¿có mo es que la Biblia dice, “Si por
el Espı́ritu morti icá is las obras de la carne, viviré is.”?

6) ¿En que sentido la morti icació n del pecado esta ligada con la
salvació n?

7) ¿En que sentido la morti icació n no esta ligada con la salvació n?

8) ¿Cuá l es la correcció n que se le da este pasaje bı́blico a la doctrina


del “cristiano carnal”?

9) ¿Por qué debemos temer por el pecado que sigue morando en


nosotros, si somos salvos para siempre?

10) ¿Cuá l es el medio principal para el creyente para poder


morti icar el pecado?

11) ¿Cuá l es la diferencia entre la carne que el creyente necesita


morti icar, y la carne en que vive el no creyente?
12) El hecho de que aú n more en nosotros el pecado ¿quiere decir
que este se enseñ orea, o puede enseñ orearse de nosotros?

13) El lenguaje igurado usado con la palabra "morti icar" ¿có mo


debié ramos entenderlo?

14) ¿Qué quiere decir “morti icar las obras de la carne” y có mo se
hace?

15) ¿Cuá les son las promesas que acompañ an “el vivir conforme a la
carne” y el “morti icar las obras de la carne” y qué indican tales
promesas?

16) En el caso exclusivo de un verdadero creyente ¿qué es lo que le


mantendrá en el gozo de su salvació n, su consuelo y su fortaleza?
Lección 2: El Perpetuo Deber del Creyente
Habiendo leı́do el primer capitulo ¿Usted qué dice acerca de la
obligació n de morti icar el pecado? ¿Es algo producido en su vida?
¿Tiene al pecado como su enemigo? ¿Usted está morti icá ndolo?

1) Por qué se dice que la morti icació n del pecado es un “deber del
creyente”, si no estamos bajo la ley?

2) ¿Qué quiere decir “la violencia espiritual”, y cuá les son los
versı́culos que apoyan esta enseñ anza?

3) ¿Qué es nuestro peor enemigo y qué dañ o nos puede hacer?

4) ¿Qué es el “perfeccionismo” y por qué dice el autor que tal


enseñ anza es una “noció n tonta”?

5) ¿Cuá les son algunas evidencias en particular de que la carne sigue


en vigor en nosotros?

6) ¿Có mo se gana el pecado el poder en nuestras almas y nuestras


vidas?

7) ¿Cuá les son los medios que Dios no ha dado para oponernos al
pecado y có mo se utilizan?

8) ¿Qué consecuencias trae el descuido del deber de morti icar el


pecado?

9) ¿Cuá les son los otros deberes que se deben cumplir el creyente
que corresponden al deber de morti icar el pecado?

10) ¿Deberı́amos concluir que al morti icar el pecado, nos dejará en


paz en este tiempo?

11) ¿Cuá ndo será que ya no tengamos que lidiar contra los pecados?
12) ¿Por qué no cese la morti icació n del pecado en la vida terrenal
del creyente?

13) ¿Qué mal pasa a la persona en sı́ que no morti ica el pecado?

14) ¿Qué mal pasa a los otros in luenciados por la persona que no
morti ica el pecado en sı́ mismo?

Conclusión de Lección 2:

Habiendo entendido varios puntos de la morti icació n, esto lleva a una


implicació n: no somos perfectos y aú n tenemos un enemigo que
derrotar. Se sugiere al maestro de este estudio hablar en contra del
conformismo y del ir avanzado a la vez de no descuidar los pecados ya
morti icados. Pueden regresar y tomar ventaja de la negligencia, pues el
mandato es dar muerte, no solo golpear, sino hacer morir las obras de
la carne. No hay tiempo para dormir en esta labor, que el cruzarse de
brazos ya le dio ventaja al pecado.

Se recomienda hablar acerca del engañ o de pecado, y có mo está


tratando constantemente generar actos pecaminosos. Hablar acerca de
la lucha de los deseos pecaminosos; y sin embargo, el creyente obtiene
la victoria por la fe en la obra de Cristo. Hablar como en su muerte,
morimos tambié n al pecado. Tal enseñ anza es necesaria.
Lección 3: La Obra del Espíritu Santo en la
Morti icación del Pecado
1) ¿Qué lugar tiene el Espı́ritu Santo en la obra de la morti icació n
del pecado?

2) ¿Cuá les son otros medios equivocados para morti icar el pecado?

3) ¿Por qué estos medios humanos no resultan para morti icar el


pecado?

4) ¿Cuá l es la forma incorrecta de usar los medios señ alados por


Dios para la morti icació n del pecado?

5) ¿Cuá l es el error má s sutil y má s comú n en cuanto a la


morti icació n del pecado, y por qué no da resultados?

6) ¿Por qué la morti icació n del pecado se centra en la obra del


Espı́ritu Santo?

7) ¿Cuá les son las tres maneras en que el Espı́ritu Santo morti ica el
pecado en nosotros?

a. _
b. _
c. _

8) Si es la obra del Espı́ritu Santo, ¿por qué los creyentes son


exhortados a morti icar el pecado? (dos razones)

a. _
b. _
Lección 4: El Valor de la Morti icación del
Pecado
1) Cuá l es el fruto principal y valor de la morti icació n del pecado?

2) ¿La morti icació n del pecado siempre trae este fruto indicado?
¿Por qué sı́ o no?

3) Si el fruto principal de la morti icació n del pecado es una vida


espiritual fuerte y confortable, ¿por qué no es el medio principal
de la morti icació n del pecado?

4) ¿Cuá l es la causa principal de la debilidad, inconstancia y


turbació n del alma en nuestras vidas espirituales?

5) ¿Dó nde empieza la debilidad del alma y cuá l ejemplo nos da el


autor, John Owen?

6) ¿Cuá les son los dos efectos malignos producidos por el pecado no
morti icado?

a. _
b. _

7) ¿Cuá les son las tres consecuencias de un alma debilitada?

a. _
b. _
c. _

8) ¿Qué relació n existe entre estas tres consecuencias de tal


debilidad de alma?

9) ¿Cuá les son los tres bene icios para el alma que le da la
morti icació n del pecado?
a. _
b. _
c. _
Lección 5: Una Introducción a la Practica de la
Morti icación
1) ¿Cuá l es el problema má s difı́cil que encontramos en la lucha
contra el pecado?

2) Si la morti icació n del pecado no signi ica destruirlo por


completo, ¿por qué seguimos buscando su destrucció n completa
como la meta de la morti icació n del pecado?

3) ¿Cuá les son una formas de disfrazar el pecado pensá ndolo


morti icar?

4) ¿Cuá les son otros cambios de vida que el autor nos da que no se
deben confundir con la morti icació n del pecado?

5) ¿Cuá les son dos cosas que pueden provocar la guardia temporal
contra el pecado que no sea la verdadera morti icació n del
pecado?

6) ¿Cuá l es la advertencia contra el intento de morti icar algú n acto


de pecar sin tambié n morti icar el mal deseo de pecar?
Lección 6: Un Explicación Positiva de la
Morti icación
1) ¿Cuá les son las tres cosas realizadas por la morti icació n del
pecado?

a. _
b. _
c. _

2) ¿Cuá l es la evidencia de un deseo en particular no morti icado?

3) Cuando luchamos contra los malos deseos, ¿por qué es


importante reconocer que no todos los deseos tienen el mismo
poder para tentarnos?

4) ¿Cuá l es la ilustració n que Pablo usa en Romanos 6:6 para


describir la morti icació n del pecado, y qué nos da a entender al
respeto del poder del pecado?

5) ¿Cuá l es la ú nica forma de atacar y herir la raı́z del pecado en


nosotros?

6) Para pelear continuamente4 contra el pecado, ¿cuá les son las tres
cosas que tenemos que hacer?

a. _
b. _
c. _

7) ¿Cuá les son los resultados de pensar en forma ligera acerca el la


plaga del pecado en nuestros corazones?
8) ¿Cuá les son algunas cosas que podemos buscar a conocer en
cuanto al pecado en nosotros que nos ayudará n a tener má s é xito
en la morti icació n del pecado?

9) ¿Cuá les son la evidencia del é xito sobre el pecado que mora en
nosotros?

10) ¿Cuá l es la relació n entre el debilitamiento del pecado en


nosotros, y la implantació n de las virtudes de la gracia del
Espı́ritu Santo?
Lección 7: Reglas Generales para la
Morti icación del Pecado
1) ¿Cuá l es lo ú nico que nos capacita para morti icar el pecado?

2) Si só lo los creyentes tienen el poder para morti icar el pecado,


¿por qué es tambié n el deber del incré dulo?

3) ¿Cuá l es la primera obligació n del incré dulo, y por qué es má s


importante que el intento a morti icar el pecado?

4) ¿Qué pasa si el incré dulo intenta de cumplir la morti icació n del


pecado sin cumplir el primer deber de arrepentirse y creer en
Cristo?

5) ¿Por qué la morti icació n del pecado sin la fe en Cristo le conduce


al incré dulo al autoengañ o?

6) ¿Cuá l es el ú ltimo peligro de buscar a morti icar el pecado sin el


arrepentimiento y la fe personal en Cristo?

7) ¿Por qué los incré dulos deben preocuparse por su obligació n de


morti icar el pecado aun cuando no tienen la fe en Cristo?
Lección 8: La Segunda Regla General para la
Morti icación
1) ¿Cuá l es la actitud necesaria para morti icar algú n pecado
especi ico?

2) ¿A qué se re iere “la morti icació n parcial” y por qué está mal?

3) ¿Cuá les deben ser los dos motivos principales de la morti icació n
del pecado?

a. _
b. _

4) ¿La morti icació n parcial está motivada por cuá l mal motivo?

5) ¿Cuá l es una evidencia y castigo divino por la morti icació n


parcial del pecado en nuestras vidas?

6) ¿En qué forma puede Dios usar algú n pecado no morti icado para
curar algú n otro mal?
Lección 9: La Primera Regla Particular para la
Morti icación
1) Qué importancia tiene un buen diagnó stico de los pecados
necesitados de la morti icació n?

2) ¿Alguna vez usted ha hecho una lista especi ica de los deseos
pecaminosos que le han causado má s frecuentemente la derrota
ante la tentació n? (los pecados que nos asedian – Hebreos 12:1)

3) ¿Cuá les son los seis sı́ntomas en este capı́tulo que indican el
pecado no morti icado y la necesidad de un remedio má s fuerte
que lo normal?

4) ¿Cuá l es el peligro y su remedio bı́blico para la consciencia


corrompida?

5) ¿Có mo se reconoce el peligro de un corazó n que quiere la paz sin


la lucha? (dos formas)

a. _
b. _

6) ¿Qué quiere decir de una persona la disposició n de pecar aun


cuando no cometa el acto de pecar?

7) ¿Cuá les son los “motivos legales” que no morti ican el pecado en
nosotros, sino que nos dejan en peligro de pecar y en una
condició n no saludable?

8) ¿Cuá ndo puede un creyente saber si Dios está usando un fuerte


deseo pecaminoso en su vida para disciplinarlo?

9) ¿Có mo trata Dios con los deseos pecaminosos de Su pueblo?


¿Cuá les son los medios que El usa?
10) ¿Qué quiere decir de una persona si tiene evidencias de los
pecados frecuentes y no morti icados en su vida?
Lección 10: La Segunda Regla Particular para
la Morti icación
1) ¿Cuá les son algunas formas de evitar las convicciones de la
consciencia por la culpa del pecado no morti icado?

a. _
b. _
c. _

2) ¿Cuá les son las dos razones que deben convencer la mente y
consciencia de la culpa del pecado no morti icado?

a. _
b. _

3) ¿Qué quiere decir “pecar contra la gracia”?

4) ¿Por qué Dios considera má s importantes los valiosos deseos y


motivos internos que los buenos actos externos?

5) ¿Cuá les son los cuatro peligros graves señ alados por el autor del
pecado no morti icado que deben aumentar su culpa en nuestras
consciencias?

a. _
b. _
c. _
d. _

6) ¿Cuá les son las evidencias del endurecimiento mencionado en


Hebreos 3:12-13?
7) ¿Cuá les son las dos bendiciones divinas esenciales para la vida y
salud del alma que se pueden perder por el pecado no
morti icado?

a. _
b. _

8) Termine la oració n: Dios no librará de la condenació n


__________________________________________________
__________________________________________________

9) ¿Cuá les son las tres maldades actuales mencionadas por el autor
relacionadas con el pecado no morti icado?

a. _
b. _
c. _

10) Pensando en la_______________, el _________________ y la


____________________ del pecado provocará n un corazó n sensible
hacia el pecado.
Lección 11: Cinco Reglas Particulares
Adicionales para la Morti icación
1) ¿Cuá les son las dos formas generales en que se inquieta la
consciencia con la culpa de los deseos pecaminosos?

a. _
b. _

2) ¿Cuá les son las dos formas especı́ icas en que se inquieta la
consciencia con la culpa de los deseos pecaminosos?

3) ¿Có mo se debe usar la ley para ayudar en la morti icació n del


pecado?

4) ¿Có mo se debe usar el evangelio para ayudar en la morti icació n


del pecado?

5) ¿En qué forma la misericordia, longanimidad y gracia de Dios nos


deben conducir al arrepentimiento?

6) ¿Qué relació n tiene el anhelo por la liberació n del pecado con la


liberació n misma de é l?

7) ¿Cuá les son los medios de disciplinar los apetitos de la carne?

8) ¿Cuá l es la diferencia entre el “poner mi cuerpo bajo disciplina” y


el “duro trato del cuerpo”?

9) ¿Cuá l es la forma bı́blica de evitar la tentació n a pecar?

10) ¿Cuá l es la forma bı́blica de evitar el desborde del pecado?


Lección 12: Meditando sobre la Excelente
Majestad de Dios
1) En cuanto a la morti icació n del pecado, ¿qué lugar tiene la
meditació n en la grandeza de Dios?

2) Si la vida eterna es el conocimiento de Dios (Juan 17:3) ¿en qué


forma debemos conocerle a Dios para tener la salvació n y la
liberació n del pecado como creyente?

3) ¿Cuá l es el propó sito de Dios en darnos a conocerle?

4) ¿Por qué es valioso meditar en lo poco que sabemos de Dios?


Lección 13: ¡Cuídese de su Corazón Engañoso!
1) ¿Cuá l es el peligro principal del autoengañ o?

2) ¿Cuá les son las cinco formas de distinguir entre la paz concedida
por Dios y la paz falsa de un corazó n engañ ado?

a. _
b. _
c. _
d. _
e. _
f. _

3) Antes que Dios pronuncia la paz en el alma por Su Espı́ritu, ¿cuá l


será la actitud del corazó n hacia el pecado?

4) ¿Qué motivos tiene Dios en tardar de ceder Su paz que proviene


del perdó n?

5) ¿A qué se re iere tratar con el pecado en forma super icial o


parcial?

6) ¿Có mo se reconoce la voz del Salvador pronunciando la paz?


Lección 14: Instrucciones Finales
1) Cuá l es la obra especı́ ica del creyente para realizar la
morti icació n del pecado?

2) ¿Cuá les son algunas cosas en que meditamos para aumentar la fe


para la victoria sobre el pecado?

3) ¿Qué valor tiene el pensar en Cristo como el Sumo Sacerdote para


tener la morti icació n del pecado, y por qué ?

4) ¿Qué valor tiene la meditació n en las promesas de Dios para tener


la morti icació n del pecado, y por qué ?

5) ¿Qué valor tiene la esperanza en la gracia y ayuda por venir en


Cristo, y por qué ?

6) ¿Qué valor tiene la meditació n en la muerte de Cristo para la


morti icació n del pecado, y por qué ?

7) ¿Cuá les son los seis aspectos de la obra que só lo el Espı́ritu de
Dios puede realizar para morti icar el pecado en nosotros?

a. –
b. _
c. _
d. _
e. _
f. _
Otros Títulos en esta Serie
Las Clásicas Obras Puritanas
Sobre la Tentación
por John Owen

La Gloria de Cristo
por John Owen

La Vida por Su Muerte


por John Owen

Rasgos Distintivos del Verdadero Cristiano


por Garnder Spring

Afectos Religiosos
por Jonathan Edwards

El Contentamiento... Una Joya Rara


por Jeremiah Burroughs

Remedios Preciosos contra las Artimañas del Diablo


por Thomas Brooks

El Misterio de la Providencia
por John Flavel

Caminando con Dios


por J.C. Ryle
www.farodegracia.org
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Notas
[←1]

Nota del editor: Muchos se han preguntado si Pablo está diciendo


en este texto, que la vida eterna depende de la morti icació n del
pecado. La respuesta es que sı́ y que no. En primer lugar, la
respuesta es que no, porque esto serı́a salvació n por obras. Pablo
no contradice aquı́ lo que el mismo enseñ ó en muchos otros textos
que a irman que la salvació n es solo por la gracia. Entonces,
¿Porqué plantea el apó stol la importancia de la morti icació n en
estos té rminos? o en otras palabras, ¿En cuá l sentido podemos
contestar sı́ a esta pregunta? Daremos tres respuestas:

Primero, porque todos aquellos que viven conforme a la carne, no


son realmente creyentes. Los creyentes verdaderos ya no está n
bajo el dominio y el control del pecado (la carne) y el apó stol
a irmó este punto en los versı́culos anteriores (vea Rom.8:8 y 9).
Las caracterı́sticas de aquellos que está n en la carne indican
claramente que son personas no regeneradas. Esas caracterı́sticas
son mencionadas en los versı́culos 5 a 7 de este mismo capı́tulo e
incluyen: La enemistad contra Dios, el rechazo de la ley de Dios, el
deseo de vivir separados de Dios y el deseo dominante de agradar
su naturaleza carnal, en lugar de agradar a Dios. Es debido a esto
que tenemos que a irmar, que todos los supuestos “creyentes
carnales” son en realidad personas inconversas que irá n al
in ierno.

Segundo, cuando Pablo dice “si viviereis conforme a la carne


moriréis”, está haciendo una declaració n general. Es como si dijera,
todos aquellos que meten su dedo al fuego será n quemados. Todos
aquellos que continú an viviendo bajo el control y el dominio de la
carne (el pecado o su naturaleza pecaminosa), morirá n
eternamente porque pertenecen a la esfera de los muertos.
Tercero, cuando el apó stol dice, “si por el Espíritu morti icáis las
obras de la carne viviréis”, simplemente está hablando de la
salvació n del pecado en té rminos má s completos. Es decir, el
propó sito de Dios en la salvació n de los pecadores es “para que
sean santos y sin mancha.” Esta santi icació n es esencial como
preparació n para vivir en la presencia gloriosa de Dios. “perseguid
…la santidad, sin la cual nadie verá al Señ or.” (Hebreos 12:14) La
morti icació n del pecado es una parte esencial en este proceso de
santi icació n. Si no estamos siendo santi icados por Dios, pues no
vamos en camino a la gloria. Ası́ que, la morti icació n es
simplemente una etapa en el plan de Dios para sus hijos, tal como
lo dice Pablo en Romanos 6:22: “Mas ahora, librados del pecado, y
hechos siervos á Dios, tenéis por vuestro fruto la santi icación, y por
in la vida eterna”. En este texto vemos que la santi icació n está
colocada como un medio esencial que nos prepara para la gloria.
Este proceso comienza con la liberació n del dominio del pecado,
este punto es enfatizado en los versı́culos 2, 6, 14, 17 y 18 de
Romanos capı́tulo 6. Entonces, si no hemos experimentado
primeramente esta liberació n, la cual inicia el proceso de
morti icació n del pecado, esto quiere decir que no tenemos vida
espiritual y lo primero que deberı́amos buscar en la morti icació n
del pecado es la conversió n.

[←2]

Nota del editor: Esta palabra morti icar ha sido traducida al


españ ol como “matar”, “hacer morir” y “amortiguar”, y se usa en
distintas formas. Por ejemplo, a veces signi ica negarse a grati icar
(cumplir) un deseo. En su uso simbó lico signi ica molestar,
fastidiar o amargar la vida.

En su uso bı́blico, la palabra signi ica quitar la fuerza, la vitalidad y


el poder de algo a in de que muera. La palabra incluye la idea de
debilitar por falta de alimento o hacer morir de hambre, o privar
de la comida o alimento. Esta es la idea que vemos en Rom.13:14
que dice: “no proveá is para los deseos de la carne”, y en la Versió n
Actualizada se traduce como: “No hagáis provisión para satisfacer
los malos deseos de la carne”. En otras palabras, debemos acabar
con cualquier cosa en nuestras vidas que sirva como “comida”
para alimentar la naturaleza pecaminosa, negandole toda cosa que
le fortalezca o que le ayude a tener fuerza, poder y vitalidad.

En el Nuevo Testamento la morti icació n del pecado se describe en


té rminos de una cruci ixió n. (Rom.6:6; Gá l.2:20, 5:24 y 6:14). La
igura es la de una muerte lenta, gradual y dolorosa provocada por
la privació n. Tambié n la morti icació n se describe en té rminos de
“violencia santa” contra el enemigo de nuestras almas. Las
palabras de Cristo en Marcos 9:43-47 “có rtalo y sá calo”
corroboran esta idea. Las palabras de Pablo en 1 Cor.9:26-27,
“pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer”, nos hablan
no de violencia fı́sica sino espiritual en contra del pecado. Igual 1
Pedro 2:11 nos habla de la violencia espiritual: “Amados, yo os
ruego como á extranjeros y peregrinos, os abstengáis de los deseos
carnales que batallan contra el alma”.

El pecado lucha y pelea para preservar su propia vida. Pues, no es


fá cil matar a un enemigo que lucha encontrá ndose en peligro.
Como el mismo autor dice, “Todos aquellos que piensan acabar
con el pecado con unos cuantos ‘golpes ligeros’ se equivocan,
porque fracasará n y terminará n siendo muertos por este
enemigo.”

[←3]

Nota del editor: El autor usa la frase “remanente del pecado” o “los
restos de la naturaleza pecaminosa” que todavı́a mora en los
creyentes, para señ alar una distinció n importante: el pecado que
resta y el que reina. La regeneració n asegura que los creyentes no
pueden continuar viviendo bajo el control del pecado, pero no
signi ica la aniquilació n o la destrucció n de las raı́ces del pecado
en su corazó n. La regeneració n no aniquila el pecado sino produce
un cambio en nuestra relació n con todo pecado.

El apó stol Pablo es un ejemplo de esta realidad. Vemos en su vida


que algunos pecados fueron morti icados en el momento de su
nacimiento nuevo (por ejemplo, su odio hacia los gentiles y
cristianos). Otros pecados fueron debilitados por la regeneració n
(vea Rom.7:15-25) y algunos permanecieron con mucha fortaleza
(vea en 2 Cor.12:7-10 su lucha continua contra el orgullo).

[←4]

Nota del editor: En Romanos 7:21,23 y 25, el pecado se describe


como una “ley”, es decir un principio, una tendencia o una fuerza
activa que siempre está dispuesta a actuar. Como “una ley”, el
pecado se inclina y se mueve constantemente hacia el mal. Es un
principio activo o una fuerza que siempre está lista para actuar. El
pecado actú a en la mente, la voluntad y los afectos del corazó n (en
todas las facultades del alma), mediante las inclinaciones, las
sugerencias y los impulsos interiores que presenta a nosotros. El
pecado utiliza los deseos naturales del cuerpo corrompié ndolos y
convirtié ndolos en concupiscencia y lascivia. Nos promete el
placer, el poder, la satisfacció n, el contentamiento y aú n el gozo y
la felicidad. La ú nica forma en que podemos enfrentarnos en
contra de esta fuerza activa que siempre nos inclina al mal es
morti icá ndola.

[←5]

Nota del editor: Dice el puritano Samuel Perkins, "Utiliza bien los
medios humanos, porque no hay resultados sin el buen uso de
ellos, pero no depende de ellos (porque sigue siendo humanos).
Dependemos por completo de Dios y de Su Santo Espı́ritu."

[←6]

Nota: Aquı́ el autor se está re iriendo a la gracia comú n de Dios


que refrene el pecado, mantenié ndolo dentro de ciertos limites. Si
no fuera por esta intervenció n divina, el mundo serı́a destruido
por los hombres inicuos.
La gloria de Cristo
Owen, John
9781629461663
117 P�ginas

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"Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, tambié n
ellos esté n conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque
me has amado desde antes de la fundació n del mundo". Juan 17:24
Habiendo conocido Su amor, el corazó n del creyente siempre estará
inquieto hasta que vea la gloria de Cristo. El punto culminante de todas
las peticiones que Cristo hace a favor de sus discı́pulos en este capı́tulo
17 de Juan es que vean Su gloria. Entonces yo a irmo que uno de los
bene icios má s grandes para el creyente en este mundo y en el venidero
es la consideració n de la gloria de Cristo.

En la vida venidera, ningú n hombre verá la gloria de Cristo, a menos


que la haya visto por la fe en esta vida. Es necesario que seamos
preparados para la gloria por medio de la gracia, y que por medio de la
fe seamos preparados para ver a Cristo con nuestra vista.

Este libro titulado en el inglé s, Meditations and Discourses on the Glory


of Christ, fue escrito en el ú ltimo añ o de la vida de John Owen, el
prı́ncipe de los puritanos, pues el editor lo estaba imprimiendo cuando
el Dr. Owen murió en 1683. El dijo a un amigo, "Ya voy a El a Quien ama
mi alma, o más bien a Quien me ha amado con un amor eterno, que es el
descanso completo y mi consolación… Estoy dejando el barco de la Iglesia
en medio de una tempestad, pero mientras el Gran Piloto está a cargo, el
pobre marinero se puede fallecer sin mucha pérdida." Murió unos dı́as
despué s a la edad de 67 añ os.

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El evangelio y la evangelización
personal
Dever, Mark
9781629460000
130 P�ginas

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El evangelismo no sólo es incomprendido, es a menudo
inpracticado. Muchos cristianos quieren compartir el Evangelio con
otros, pero debido a que esos cristianos no entienden los
fundamentos de testificar, se sienten intimidados e incapaces de
compartir la verdad del Evangelio. A medida que los lectores
entienden los fundamentos de la evangelización, comenzarán a
desarrollar una cultura de evangelismo en sus vidas y en sus
iglesias locales. "Mark Dever ha hecho un gran favor a cada
creyente y pastor. Con gran humildad, nos ayuda a relacionar
nuestro anhelo por las almas con la verdad del evangelio y la
evangelización misma. Este libro sencillo nos escudriña los
corazones, nos corrige las mentes, nos llama a la fidelidad, y nos
anima con los ejemplos prácticos y las exhortaciones." Thabiti M.
Anyabwile

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La crianza de los hijos
Tripp, Paul David
9781629461106
206 P�ginas

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Este libro, según Tripp, está destinado a darle una visión, una
motivación, una renovada fuerza, y el descanso de corazón que
cada padre necesita. Está escrito para darles el gran cuadro del
evangelio de la tarea a la cual su Salvador les ha llamado. Muchos
libros de paternidad hablan de cambios en el comportamiento
externo, pero el libro de Tripp va mucho más allá del
comportamiento, conduce al lector a la fuente del problema: el
corazón.

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¿Qué estabas esperando?
Tripp, Paul David
9781629460024
292 P�ginas

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Todos los matrimonios se convierten en algo que los esposos no


querían. En algún punto necesitarás algo más sólido que el
romance; algo más profundo que los intereses comunes y que la
atracción mutua. Necesitarás expectativas diferentes y compromisos
radicales, y lo que es más importante, necesitarás de la gracia de
Dios.

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En pos de la santidad
Bridges, Jerry
9781629460307
158 P�ginas

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Entregados a Cristo. La santidad, el camino que el cristiano


emprende junto con Dios. El mandamiento de Dios dice: "Sed
santos, porque Yo soy Santo". Entonces, ¿Por qué experimentamos
tan raras veces la vida santa? Tenemos que reconocer - dice el
autor en su libro En Pos de la Santidad - que el problema
fundamental reside en que los creyentes no comprendemos cuál es
nuestra propia responsabilidad para con la santidad. "Si pecamos",
escribe, "es porque decidimos pecar, y no porque nos falte la
capacidad de decirle NO a la tentación. No somos unos derrotados,
sino que sencillamente somos desobedientes." En esta obra el autor
analiza temas como: Qué nos ha proporcionado Dios para
ayudarnos a vivir una vida santa. Qué significa la afirmaciónde la
Biblia de que "hemos muerto al pecado". La lucha que tenemos con
la tendencia de dar rienda suelta a los apetitos de la carne. De qué
modo nuestros razonamientos y emociones influyen sobre nuestra
voluntad. Los principios que se nos ofrecen aquí, servirán como un
desafío que nos impulsará a obedecer el mandato de Dios.

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