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Artículo.

Número especial
‘Etnografías de la pandemia por
coronavirus’

revistes.uab.cat/periferia
Comer en tiempos de
confinamiento: gestión de la
Junio 2020
alimentación, disciplina y
placer Para citar este artículo:
Gaspar, M.C., Ruiz, M., Begueria, A.,
Anadon, S., Barba, A., Larrea-Killinger,
C. (2020). Comer en tiempos de
MARIA CLARA DE MORAES PRATA GASPAR1 confinamiento: gestión de la
alimentación, disciplina y placer.
https://orcid.org/0000-0002-1517-4981 Perifèria, revista de recerca i formació
Observatorio de la Alimentación, Departament en antropologia, 25(2), 63-73,
https://doi.org/10.5565/rev/periferia.764
d’Antropologia Social, Universitat de Barcelona.

MARTA RUIZ PASCUA2


https://orcid.org/0000-0001-5968-7503
Observatorio de la Alimentación, Departament
d’Antropologia Social, Universitat de Barcelona.

ARANTZA BEGUERIA3
https://orcid.org/0000-0002-4932-6285
Observatorio de la Alimentación, Departament
d’Antropologia Social, Universitat de Barcelona.

SARAH ANADON4
https://orcid.org/0000-0001-6295-8108
Observatorio de la Alimentación, Departament
d’Antropologia Social, Universitat de Barcelona.

AMANDA BARBA MARTINEZ5


https://orcid.org/0000-0002-0293-2261
Observatorio de la Alimentación, Departament
d’Antropologia Social, Universitat de Barcelona.

CRISTINA LARREA-KILLINGER6
https://orcid.org/0000-0002-2782-6748
Observatorio de la Alimentación, Departament
d’Antropologia Social, Universitat de Barcelona.

1
Contacto: Maria Clara de Moraes Prata Gaspar - [email protected]/[email protected]
2
Contacto: Marta Ruiz Pascua - [email protected]
3
Contacto: Arantza Begueria - [email protected]
4
Contacto: Sarah Anadon - [email protected]
5
Contacto: Amanda Barba Martinez - [email protected]
6
Contacto: Cristina Larrea-Killinger- [email protected]
revista de recerca i formació en antropologia

Resumen

El análisis de los fenómenos alimentarios en una sociedad en un periodo determinado


aporta evidencias sobre su funcionamiento y sus relaciones sociales. Este estudio
analiza la experiencia del confinamiento provocado por el estado de alarma en España
a través de las prácticas y representaciones alimentarias de mujeres adultas,
residentes en zonas urbanas de Cataluña. Los análisis muestran la importancia de la
alimentación en la cotidianidad del confinamiento, que fue experimentado bajo
discursos y normas distintos (de organización social, de salud, de cuerpo, de género),
que provocaron prácticas dicotómicas y dinámicas que se (re)configuraron a lo largo
de la pandemia.

Palabras clave: COVID-19, confinamiento, alimentación, género, salud, disciplina.

Abstract: Eating in times of confinement: food management, discipline and


pleasure

The analysis of food phenomena in a society at any given period provides evidence
of its functioning and its social relations. This study aims to analyze the confinement
experience caused by the state of alarm in Spain through food practices and
representations of adult women, residents of urban areas of Catalonia. The analysis
shows the social importance of food in the daily life experience during this period that
has been experienced under different discourses and norms (of social organization,
health, body, gender) that provoked dichotomous and dynamic practices that were
(re)configured throughout the pandemic.

Keywords: COVID-19, confinement, food, gender, health, discipline.

Introducción

El acto alimentario es un hecho bio-psico-social complejo permeado por factores


económicos, políticos, socioculturales, simbólicos, emocionales y biológicos. Las
prácticas alimentarias están estrechamente relacionadas con la organización social y
son, en definitiva, una parte integrada de la totalidad cultural (Fischler, 1995;
Contreras y Gracia-Arnaiz, 2005). El confinamiento provocado por la propagación del

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COVID-19 conllevó un replanteamiento de las prácticas y relaciones sociales en torno


a la alimentación.

La alimentación se ha convertido en un tema central en este contexto de alarma


sanitaria. Por un lado, las teorías del origen del virus atribuidas a la zoonosis situaron
la cultura alimentaria china en el centro del debate. Al mismo tiempo, la alarma
sanitaria ha reavivado miedos e incertidumbres del pasado, como fue la crisis de las
“vacas locas” que afectó las percepciones de los riesgos y las prácticas alimentarias
(Medina, 2010). Por otro lado, se observaron estanterías vacías en los supermercados
en los primeros días de confinamiento, evocando inquietudes relacionadas con la
escasez alejadas de la experiencia cotidiana en una “sociedad de abundancia”
(Contreras y Gracia-Arnaiz, 2005). El desabastecimiento de productos específicos,
como la harina y la levadura, indicaron la introducción de nuevas prácticas culinarias
en los hogares, así como nuevas formas de reorganización de la cotidianidad.
Además, se redefinieron las relaciones entre alimentación y gestión corporal. La
medicalización de la alimentación se acentuó (Poulain, 2002) y la difusión de
múltiples prescripciones dietéticas fomentó un control de los cuerpos y la
responsabilidad individual.

Dado que el análisis del fenómeno alimentario de una sociedad en un periodo


determinado aporta evidencias sobre su funcionamiento y las relaciones sociales que
prevalecen dentro de esta, este estudio pretende analizar la experiencia del
confinamiento a través de las prácticas y representaciones alimentarias. En este
sentido, se presentan los primeros elementos de reflexión de un análisis inicial sobre
las formas de consumo alimentario, las relaciones alimentación-salud, la
responsabilización individual ante la alimentación y la salud, y los roles de género.

Metodología

Este trabajo se basa en un estudio exploratorio y cualitativo, en fase inicial, que se


está llevando a cabo por parte de un equipo interdisciplinar formado por antropólogas
y nutricionistas. El trabajo de campo fue realizado en Catalunya, del 10 al 30 de abril
de 2020, durante el periodo de aislamiento físico y social total (confinamiento),
establecido por el Real Decreto 463/2020 de 14 de marzo. Se recopiló información a
través de herramientas online (correo electrónico, aplicaciones de mensajería

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instantánea, aplicativos online de teleconferencia) entre personas adultas y


residentes en Cataluña.

Este artículo se basa en 13 entrevistas individuales semi-estructuradas realizadas a


mujeres residentes en zonas urbanas, con edades comprendidas entre 18 y 65 años,
no dependientes, no diagnosticadas de COVID-19 y que no forman parte de ningún
grupo de riesgo de COVID-19. El estudio se centró en mujeres por ser,
tradicionalmente, las responsables de los trabajos domésticos y de cuidado (Gracia-
Arnaiz, 2014). La selección de las entrevistadas se efectuó a partir del método bola
de nieve en el entorno social de las investigadoras (debido a las limitaciones del
estado de alarma) y se buscó una muestra heterogénea en cuanto a actividad
profesional y contexto de cohabitación. La mayoría eran mujeres con estudios
superiores y profesiones liberales que no cesaron su actividad laboral en el momento
del confinamiento, aunque con ajustes horarios. Cinco de las mujeres entrevistadas
tenían hijos a su cargo. Se solicitó el consentimiento informado y se preservó el
anonimato de las participantes. Las entrevistas se grabaron y transcribieron
íntegramente para ser sometidas al análisis de los datos, clasificando su contenido
en categorías definidas según temáticas emergentes.

Resultados y discusión

Los discursos de las entrevistadas sobre su alimentación durante el confinamiento


arrojan elementos sobre las formas de ser y existir en este momento. Como explica
Ascher (2005) respecto a las polisemias de la contemporaneidad alimentaria, las
reacciones de las entrevistadas se encontraron influenciadas por aspectos diversos
poniendo en juego el mantenimiento corporal, la salud, la gestión del riesgo, la
estética corporal, las emociones, las dimensiones sociales, económicas, éticas y
políticas. Aunque estas reacciones se revelaron dinámicas según cada entrevistada y
a lo largo del confinamiento, sus discursos evidenciaron que la alimentación ha sido
un ámbito central en la cotidianidad del confinamiento, un eje transversal a diferentes
sentimientos, percepciones, actividades, relaciones y espacios, un acto a través del
cual se materializó la sociabilidad, los aprendizajes, los miedos, los cuidados y los
conflictos.

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Confinamiento y gestión de la alimentación

A pesar de que en un primer momento la mayoría de entrevistadas negara que


hubiera cambios en sus prácticas alimentarias durante el periodo de confinamiento,
sus discursos a lo largo de las entrevistas revelaron otra realidad. Del
aprovisionamiento hasta el consumo, estas prácticas fueron ajustadas como
estrategias de adaptación (material y simbólica) a una nueva cotidianidad, con el
objetivo de (re)organizar rutinas, encontrar estabilidad (social, emocional y
económica), facilitar la convivencia, optimizar y compaginar distintos tiempos y
responsabilidades (laborales, de ocio, de cuidado), (re)configurar relaciones sociales,
etc.

En una sociedad industrializada, gran parte de las actividades relacionadas con la


alimentación se gestionan de forma externalizada al individuo y al hogar y están
especialmente marcadas por pautas temporales relacionadas con el trabajo, el ocio
y el consumo (Fischler, 1995): las comidas en restaurantes, la comida a domicilio,
los comedores escolares, la compra online, los alimentos de quinta gama, etc. En el
confinamiento, la alimentación se replegó hacia los hogares, poniendo de relieve cuál
era la situación pre-confinamiento, y se convirtió en un eje central de la vivencia de
las personas. Esta vivencia estuvo marcada por un reajuste de las temporalidades
(entre el “tener más tiempo” o el “no tener suficiente tiempo”) que caracterizó la
cotidianidad en ese período. La disponibilidad y usos del tiempo fueron así
determinantes en la (re)configuración de las prácticas alimentarias. Además, en una
sociedad en proceso de individualización constante (Giddens, 1991), en la cual existe
una reivindicación de la autonomía individual ante las normas socioculturales
impuestas por las instituciones y la colectividad, la elección alimentaria deviene un
acto individual (Contreras y Gracia-Arnaiz, 2005; Fischler, 1995). El confinamiento
reconfiguró estas reivindicaciones individuales alimentarias y corporales ante la
colectividad del hogar omnipresente, implicando un ejercicio cotidiano de
negociaciones y readaptaciones entre las elecciones, deseos, tiempos e inquietudes
personales y de los miembros del hogar.

El acto de aprovisionamiento, otrora una actividad más o menos inconsciente por su


carácter repetitivo, se volvió excepcional debido a los numerosos aspectos que
entonces debían tenerse en cuenta. Las entrevistadas reportaron cambios con
respecto a la periodicidad (alargamiento del tiempo entre salidas y compras diarias),

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a los lugares de compra (más cercanos, más abastecidos y menos concurridos), a la


cantidad adquirida (compras masivas y escasez de productos) y a la persona
encargada de esta actividad. Estos cambios, dispares entre las entrevistadas,
respondieron a cuestiones como los riesgos percibidos en los momentos de compra,
los cambios en la economía de los hogares, la distinta organización de las tareas
domésticas o la (im)posibilidad de movilidad, entre otros. Además, estos momentos
adquirieron nuevos significados, a veces polisémicos y contradictorios: la compra
como un espacio de libertad y desconexión de las responsabilidades del hogar, una
vía para poner en práctica determinados valores sociales (como la compra ética), una
forma de cuidado o un momento de miedo, angustia e incertidumbre por la posibilidad
de contaminación.

Otro aspecto fundamental fue el aumento de la actividad culinaria durante el


confinamiento. Esta actividad se resignificó según las experiencias, relaciones,
percepciones y sentimientos de cada entrevistada. En muchos casos, se produjo un
verdadero cambio, pues dejó de ser percibido como algo pesado u obligatorio a ser
vivido como un momento creativo, de experimentación, de cuidado y de placer. Mila
(22 años) comentaba que “la hora de comer, la hora de cenar se han vuelto como el
momento importante, de hacer algo, te parece como la ocasión especial [...] antes
de que llegara Gerardo, me elaboraba más las comidas pero porque era como estar
deseando que llegara la hora de comer para cocinar”. Este aumento de la actividad
culinaria conllevó una cierta recuperación de aprendizajes y saberes asociados a la
cocina que los individuos no podían permitirse debido a los ritmos de vida anteriores
al confinamiento. Asociadas a estos aprendizajes (entre familiares, amigos, e
Internet) se encontraron múltiples sociabilidades que pivotaron alrededor de la
alimentación: la participación de los niños o toda la unidad familiar en las
preparaciones culinarias y las comidas, el compartir comidas vía videoconferencia, el
compartir recetas y fotografías de preparaciones en redes sociales y la participación
en talleres culinarios online. A pesar del distanciamiento físico, se (re)crearon nuevas
formas de acercamiento social, de transmisión e intercambio que se dieron,
fundamentalmente, a través del acto alimentario y en el ámbito digital. La
alimentación, eje central de la vida cotidiana del confinamiento, se convirtió así en
un elemento estructurante de las sociabilidades intra y extra domésticas.

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Disciplina y hedonismo

Estos cambios fueron dinámicos y se revelaron a partir de dicotomías que marcaron


la cotidianidad del confinamiento: una oscilación constante a lo largo de los días y
semanas entre una situación de malestar y de bienestar, entre la incorporación de
normas y disciplinas corporales y la dimensión hedonista y emocional. Estas
dicotomías presentes en las relaciones que los individuos, principalmente mujeres,
tienen con la alimentación en periodos de no-confinamiento (Gaspar y Blanco, 2018),
estuvieron más vivas durante esta crisis sanitaria, consiguiendo acentuar la
“reflexividad alimentaria” (Giddens, 1991; Ascher, 2005) y redefiniendo
constantemente las prácticas y discursos. Estos imperativos, a veces opuestos,
coexistieron y devinieron dos expresiones de la alimentación y de los imperativos
sociales en confinamiento.

La relación alimentación-salud está presente en todos los grupos socioculturales


(Contreras y Gracia-Arnaiz, 2005), pero ha sobresalido en las sociedades
industrializadas occidentales marcadas por crisis ambientales, lipofobia, aumento de
las enfermedades crónicas, crisis alimentarias atribuidas a exposiciones a sustancias
tóxicas y/o a zoonosis, etc. (Poulain, 2002). No es de extrañar que esta relación
deviniera prominente en una situación de crisis sanitaria global como la pandemia de
COVID-19. En el contexto de estado de alarma, la prevención de la enfermedad como
preocupación institucional se traslada a todos los ámbitos sociales en forma de
normas de disciplina social. Las prácticas disciplinarias y su responsabilización
individual han sido asociadas a la gestión de los cuerpos y la salud (Foucault, 2003)
y, más concretamente, a la relación de estos cuerpos con la alimentación (Fischler,
1995).

En esta coyuntura, las relaciones alimentación-salud en la cotidianidad del


confinamiento constituyen un reflejo de estos procesos de control y disciplina: surgió
o se reforzó una preocupación por la preservación de la salud física, el control corporal
y la minimización de riesgos. En este sentido, se observaron prácticas preventivas
relacionadas con la búsqueda de una “alimentación saludable” destinadas a estar
“sanas”, proteger el sistema inmunológico y/o minimizar la emergencia de otras
enfermedades. Inquietudes relativas a la forma física y al peso, particularmente
derivadas de la interiorización de las normas estéticas de la delgadez (Ascher, 2005),
emergieron o se intensificaron como resultado de la disminución del nivel de

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movilidad y de los cambios alimentarios, reforzando prácticas disciplinarias. Las


entrevistadas se refirieron a ser más “conscientes” o tener “más consciencia” de la
alimentación y mayor disponibilidad temporal para el autocuidado. Aumentaron el
consumo de alimentos percibidos como más “adecuados”, como frutas cítricas y
jengibre. Asimismo, prácticas preventivas relativas al riesgo de contagio también se
dieron en los llamados “protocolos” implementados durante las compras
alimentarias, en la higienización y/o a través del aislamiento de los productos. En
este sentido, este contexto intensificó prácticas normativizadas y medicalizadas que
suponen un cuidado de la salud física y de la estética corporal que apela al control
corporal, a la auto-disciplina y a la auto-responsabilización de la salud propia y del
entorno inmediato. Marisa (29 años), más preocupada por su peso en el
confinamiento, explica: “me he puesto más normas, si creo que he consumido un
alimento que para mi es el capricho este día, el día siguiente intento no hacerlo, me
he puesto un poco esta normativa más que nada por la cuestión de las calorías, y en
relación a hábitos de casa, limpio mucho más, creo que estamos todos muy
paranoicos con esto”.

Estos procesos de disciplina oscilaron también hacia momentos de indulgencia. De


forma aparentemente contradictoria, la alimentación se convirtió en un elemento
clave en la salud emocional de las entrevistadas, a través de la cual canalizaron o
subvirtieron estos procesos de disciplina y control individual, así como otras
satisfacciones de la vida social pre-confinamiento. De una forma experiencial,
mediante el aumento del consumo de productos como bebidas alcohólicas,
repostería, aperitivos o productos cuyo consumo suele estar controlado en una
situación “normal” (productos alejados de aquello que las entrevistadas y los
discursos institucionales consideran como “saludable”), las entrevistadas
experimentaron momentos de relajación y flexibilización de las normas en los que el
placer y el bienestar fueron elementos prioritarios: “te pegas una pequeña alegría.
Si encima de todo este encerramiento, de toda esta disciplina que te tienes que meter
en la cabeza. Porque te tienes que meter una disciplina muy fuerte en la cabeza…
por lo menos es una vía de escape, yo creo. Y te ayuda a pasar el tiempo” (Sandra,
35 años). Estas prácticas constituyeron una forma de gestión del tiempo y de la
cotidianidad (“rellenar” la disponibilidad temporal y el “aburrimiento”), pero también
representaron una vía de escape, una forma de gestión del malestar social, de las

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disciplinas (legales, sociales, morales y corporales) y de diversas incertidumbres:


respecto al riesgo del virus, a la evolución del confinamiento y a las numerosas
informaciones (frecuentemente contradictorias) que circulan en los medios de
comunicación y redes sociales evidenciando un contexto de “cacofonía alimentaria”
(Fischler, 1995).

La alimentación se volvió así una forma de asegurar cierto placer, de evadirse, de


darse cobijo emocional. Las entrevistadas se “permitieron” “caprichos” para
“alegrarse”, “cuidarse”, “darse un premio”: “Lo que te he dicho antes, más caprichos.
Nos gusta hacer pasteles también, de siempre. Pero claro, eso tienes que tener un
poco de cuidado porque sino” (Carla, 55 años). Sin embargo, esta relajación del
control también se convirtió en un proceso dicotómico y paradójico: si, por un lado,
el recurso a los alimentos “confort”, el disfrute culinario y la sociabilidad alimentaria
crearon una oportunidad para el placer, el bienestar, el cuidado del sí y de los demás,
por otro, la transgresión de las normas y la pérdida de la disciplina también se
experimentaron, en este contexto normativizado, bajo la culpabilidad y el malestar.
En consecuencia, de forma subjetiva, estos momentos de relajación también
devinieron dosificados y controlados.

Confinamiento, alimentación y género

Finalmente, observar los discursos sobre las prácticas alimentarias durante el


confinamiento desde una perspectiva de género permitió identificar algunos
elementos de discusión interesantes, especialmente en el caso de las entrevistadas
con hijos/as menores a cargo.

Durante el confinamiento, la carga de las tareas reproductivas asumidas por las


mujeres se vio acentuada debido a la incorporación, en el hogar, de cuidados antes
externalizados y las tareas se multiplicaron al pasar más tiempo en casa. En
particular, aumentaron las horas dedicadas a cocinar y a las tareas que esta actividad
conlleva: previsión, organización, búsqueda de información, compra, dosificación y
atención de necesidades y preferencias individuales, etc. Además, en un contexto en
el que aumentó la percepción del riesgo y de que ciertas prácticas alimentarias
podrían minimizar los efectos de un posible contagio, se intensificaron los esfuerzos
por garantizar una alimentación segura y saludable de los/as hijos/as. Dichos
esfuerzos estuvieron influenciados por discursos normativos diversos que dictan qué

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es o no adecuado o saludable, y que contribuyeron a dificultar la gestión de la


alimentación, tanto a nivel emocional como mental: algunas madres entrevistadas
expresaron agotamiento y culpa cuando no alcanzaban a realizar las tareas que se
esperaba de ellas como mujeres y madres, pero también cierto estrés cuando sentían
no tener bajo control la salud de sus hijos/as. Esta responsabilidad adquirió un plano
central en sus narrativas, obviando o minimizando los aspectos relativos a su propia
alimentación. Las entrevistas revelaron que mientras las mujeres asumieron estas
tareas desde diversos sentidos, desde el hedonismo hasta la responsabilidad, las
parejas masculinas lo hicieron desde la dimensión más placentera: “él cocina porque
a él le gusta cocinar” (Sandra, 35 años). De esta manera, la carga entre las mujeres
se acentuó manteniendo y reforzando la reproducción de los roles de género.

Consideraciones finales

Los análisis muestran la importancia social de la alimentación en la cotidianidad del


confinamiento y arrojan elementos de reflexión, por un lado, sobre la variabilidad de
respuestas a una situación excepcional y, por el otro, sobre cómo este periodo fue
experimentado bajo discursos, normas y valores distintos que provocaron prácticas
contradictorias, dicotómicas, que fueron dinámicas y se (re)configuraron a lo largo
de la evolución de la pandemia. Estas prácticas reflejan algunas de las paradojas y/o
polisemias que ya enmarcan la alimentación en la “modernidad alimentaria” (Poulain,
2002), pero que parecieron intensificarse en el confinamiento.

En este periodo, los cambios en las temporalidades y usos del tiempo provocaron una
reconfiguración de las rutinas, transformando las prácticas y significaciones
asociadas a la comida, al comer y al cocinar. Se observó un aumento de la actividad
culinaria, una variación en las sociabilidades y nuevas relaciones sociales a través de
la alimentación. Se profundizaron los roles de género relacionados con los cuidados,
especialmente en el caso de las madres. Las relaciones alimentación-salud-gestión
corporal se redefinieron con la incorporación de disciplinas materializadas
principalmente en el acto alimentario, que oscilaron constantemente hacia momentos
de indulgencia marcados por el placer y el bienestar. Detrás de estas adaptaciones y
prácticas disciplinarias se intuye una moral del confinamiento: saber reinventarse,
controlarse, en un contexto de desequilibrios e incertidumbres.

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Bibliografía

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Foucault, M. (2003). Historia de la Sexualidad III. Inquietudes de si. Buenos aires:


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Gaspar, M. C. M. P., & Blanco, L. F. (2018). To master your body as much as your
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Giddens, A. (1991). Modernity and Self-Identity: Self and Society in the Late Modern
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Gracia-Arnaiz, M. (2014). Alimentación, trabajo y género. De cocinas, cocineras y
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Medina, X. (2010). Alimentació i por alimentàries: la crisi de les vaques boges (EEB)
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Poulain, J.-P. (2002). Sociologies de l’Alimentation. Paris: PUF.

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