Chantal Mouffe Hegemonia e Ideologia en Gramsci
Chantal Mouffe Hegemonia e Ideologia en Gramsci
Chantal Mouffe Hegemonia e Ideologia en Gramsci
CHANTAL MOUFFE
Traducció n del original inglés por Cristina de la Torre
Durante largo tiempo la teoría de la ideología ha constituido una de las áreas más descuidadas en el
análisis marxista de la sociedad. Es sin embargo, un terreno decisivo en el que se plantean problemas
teóricos y políticos de la mayor importancia.
Resulta fundamental tratar de entender la naturaleza de las dificultades que se han opuesto a la
formulació n de una teoría que explique adecuadamente la significació n y el papel de la ideología, ya
que no es exagerado afirmar que aquéllas constituyen el principal obstá culo al desarrollo mismo del
marxismo, a la vez como teoría y como doctrina política.
A primera vista la respuesta parecería simple. En efecto, todas las dificultades parecen originarse
en un ú nico fenó meno, al que una vasta literatura contemporá nea ha dado en denominar
economicismo. Pero la aparente simplicidad del término oculta toda una serie de problemas que
irrumpen al primer intento de definir con rigor su especificidad y sus limitaciones. Aunque es claro
que todas las formas del economicismo implican una ausencia de comprensió n de la autonomía de la
política y la ideología, esta definició n genérica resulta insuficiente porque da lugar a dos posibles
esferas de ambigü edad. La primera deriva del hecho de que la noció n de economía es ciertamente
ambigua y está lejos de presentar una intrínseca claridad (no está clara, por ejemplo, la importancia
relativa que se le atribuye en ella a las fuerzas productivas y a las relaciones de producció n). La
segunda resulta de la vaguedad e imprecisió n que caracterizan al mecanismo por el cual se
subordinan la política y la ideología a la economía, ya que siempre se lo define en términos
puramente alusivos (“subordinació n”, “reducció n”, “reflejo”). De este modo, se abre la posibilidad de
existencia de formas complejas de economicismo, que no resulta fá cil detectar, puesto que a primera
vista no se presentan como tales.
Economicismo e Ideología
Esto es lo que explica la complejidad del problema del economicismo en relació n con la teoría de la
ideología, ya que aquel se presenta en mú ltiples formas, algunas de las cuales han sido escasamente
identificadas. La problemá tica economicista de la ideología ha presentado dos aspectos claramente
distintos aunque íntimamente relacionados. El primero consiste en establecer un vínculo causal
entre estructura y superestructura y en concebir a esta ú ltima como un reflejo mecá nico de la base
econó mica. Por este camino se desemboca en una visió n de las superestructuras ideoló gicas como
epifenó menos que no juegan ningú n papel en el proceso histó rico. El segundo aspecto no se refiere
al papel de las superestructuras, sino a su naturaleza propia; en tal sentido a estas ú ltimas se las
concibe como determinadas por la posició n de los sujetos en las relaciones de producció n, es decir,
por las clases sociales. Este segundo aspecto no puede identificarse con el primero, ya que es
compatible con la atribució n de una cierta “temporalidad diferencial” e, incluso, de una cierta
eficacia, a las superestructuras ideoló gicas.
Es importante entender las distintas formas en que estos dos aspectos se han combinado en la
tradició n marxista. De hecho, puede dividirse el proceso en tres fases principales: la primera, aquella
que combina los dos aspectos señ alados, constituye la forma pura y clá sica del economicismo; la
segunda se aleja de la visió n clá sica, para disociar ambos aspectos; en la tercera, finalmente, se
rompe con los dos aspectos del economicismo y se sientan las bases teó ricas para una
reinterpretació n del materialismo histó rico desde una perspectiva anti-economicista radical. Existen
varias razones que explican la necesidad de distinguir entre estos tres momentos en la bú squeda de
una comprensió n adecuada del economicismo. La primera es que, si bien hay consenso sobre el
cará cter economicista de la Segunda y Tercera Internacionales, no se ha especificado adecuadamente
su forma peculiar de economicismo; con el resultado de que se ha tendido a identificar al
reduccionismo con el epifenomenalismo, o al menos se los ha visto como interrelacionados
mutuamente. Con respecto a las interpretaciones marxistas “superestructurales” (Luká cs, Korsch,
etc.), es importante observar que só lo rompen parcialmente con el economicismo porque, si bien
rechazan la concepció n epifenomenalista de la ideología, retienen el reduccionismo de clase.
Finalmente, es preciso advertir que el tercer momento apenas se ha iniciado y que superar los dos
aspectos del economicismo es un proyecto teó rico que en gran medida está aú n por realizarse.
Para leer a Gramsci. El primero en emprender una crítica completa y radical del economicismo
fue, sin duda, Antonio Gramsci; y es en ello donde estriba su principal contribució n a la teoría
marxista de la ideología. El objeto de este artículo es pues, analizar la contribució n de Gramsci
dentro de la perspectiva trazada. Sin embargo, es importante advertir las particulares dificultades
que esta tarea implica. Algunas de ellas son inherentes a cualquier intento de lo que se ha dado en
llamar una lectura sintomal, en tanto que otras provienen de la naturaleza particular de los escritos
de Gramsci y de su cará cter fragmentario. El principal peligro, que debe evitarse a cualquier precio,
es el de hacer una lectura instrumental de Gramsci, que utilice el cará cter disperso (no-sistemá tico)
de su trabajo para extrapolar pasajes en forma arbitraria y sostener una tesis que guarda poca
relació n con su pensamiento.
Si toda lectura sintomal implica practicar una problemá tica, es fundamental explicitar esta ú ltima
para no transferirle al texto en cuestió n las contradicciones del sistema conceptual que inspira el
aná lisis que se realiza. Ademá s debe tenerse en cuenta que la problemá tica implícita en el aná lisis
del texto es exterior al mismo y que la unidad del texto con frecuencia se establece sobre bases bien
diferentes a las de dicha problemá tica. Para conjurar cualquier ambigü edad, comenzaré por definir
los principios fundamentales de la problemá tica anti-reduccionista, que constituye la base de la
presente lectura de Gramsci. Entonces podrá juzgarse si mi hipó tesis, que consiste en atribuirle a
Gramsci el mérito de haber construido los fundamentos de tal enfoque, puede aceptarse o no.
Principios de una concepción no-reduccionista de la Ideología
La concepció n no reduccionista de la ideología, que constituye el fundamento teó rico de la
presente lectura sintomal de Gramsci, se basa en los siguientes principios:
1. La noció n de lo concreto como sobredeterminació n de contradicciones. Frente a una
concepció n de tipo hegeliano que reduce a cada coyuntura al proceso de autodesenvolvimiento de
una contradicció n ú nica, que, en consecuencia, reduce el presente a momento abstracto y necesario
de un desarrollo lineal y predeterminado, aceptamos la concepció n de Althusser, que privilegia la
noció n de coyuntura en el aná lisis de lo concreto y considera a cada coyuntura como una
sobredeterminació n de contradicciones, cada una de las cuales puede pensarse abstractamente, es
decir, con independencia conceptual frente a las otras. Esta es la base de una concepció n no-
reduccionista de lo político y lo ideoló gico, en la medida en que el reduccionismo se enraiza,
precisamente, en la adopció n por parte del marxismo de un modelo historicista de tipo hegeliano.
Modelo que, adoptado por el marxismo, conduce a considerar todas las contradicciones como
momentos en el desarrollo de una contradicció n ú nica: la contradicció n de clase; esto, a su vez,
conduce a atribuirles un cará cter de clase a todos los elementos políticos e ideoló gicos. El problema
central del marxismo contemporá neo descansa en la elaboració n de una teoría no- reduccionista de
la ideología y de la política que sin embargo, dé cuenta de la determinació n en ú ltima instancia por la
economía.
2. ¿Có mo se expresa esta necesidad de una concepció n que sea a la vez marxista y no-
reduccionista, en el caso concreto de la teoría de la ideología? Siguiendo a Althusser en este punto,
entendemos por ideología una prá ctica productora de sujetos.1 El sujeto no es la fuente original de la
conciencia, la expresió n de la irrupció n de un principio subjetivo en los procesos histó ricos
objetivos, sino el producto de una prá ctica específica que opera a través del mecanismo de la
interpelació n. Si, segú n Althusser, los agentes sociales no son el principio constitutivo de sus actos
sino soportes de las estructuras, sus principios subjetivos de identidad constituyen otro elemento
estructural que resulta de prá cticas histó ricas específicas. En este caso, ¿có mo se combinan los
principios de sobredeterminació n y de determinació n en ú ltima instancia por la economía? Veamos
1
. Louis Althusser, Lenin and Phylosophy and other Essays. pp. 160-165 NLB, Londres, 1971.
primero la sobredeterminació n. El agente social no posee uno sino varios principios de
determinació n ideoló gica: es interpelado como miembro de un sexo de una familia, de una clase
social, de una raza o una nació n, y vive estas distintas subjetividades que lo constituyen como sujeto,
como mutuamente interrelacionadas. El problema consiste en puntualizar la relació n objetiva entre
estos principios subjetivos o elementos ideoló gicos. En una perspectiva reduccionista, cada uno de
ellos tendría, necesariamente, una connotació n de clase.
Pero si, por el contrario, aceptamos el principio de la sobredeterminació n, tendríamos que
concluir que podría no existir una relació n necesaria entre estas distintas interpelaciones y que, por
lo tanto, resulta imposible atribuirles a las mismas una necesaria connotació n de clase. Este es, sin
embargo, el punto en el que interviene el segundo principio -la determinació n en ú ltima instancia
por la economía-. Pero determinació n en ú ltima instancia por la economía equivale a decir
determinació n en ú ltima instancia por las clases sociales, en tanto definamos a las clases como polos
antagó nicos de las relaciones de producció n dominantes. Llegamos entonces al siguiente
planteamiento: si los mencionados elementos ideoló gicos no expresan a las clases sociales, pero si en
ú ltima instancia las clases determinan la ideología, tendríamos que concluir que esta determinació n
solo puede resultar del establecimiento de un principio articulador de dichos elementos ideoló gicos,
principio que es el que verdaderamente les confiere un cará cter de clase. Esta afirmació n plantea, sin
embargo, una serie de problemas no resueltos. Y es precisamente este el punto en donde la
elaboració n de una concepció n anti-reduccionista de la ideología permanece como una tarea abierta.
Ya que, en efecto, afirmar que el cará cter de clase de una ideología está atribuido por su principio
articulador específico, es sugerir el terreno donde debe buscarse la solució n, pero esto no
proporciona de por sí la respuesta teó rica al problema planteado.
Los dos puntos anteriores han hecho referencia a los requisitos teó ricos de una concepció n no-
reduccionista de la ideología y al camino que falta por recorrer para darle a dicha concepció n una
formulació n rigurosa. La preocupació n fundamental de este ensayo es establecer hasta qué punto
reconoció Gramsci estos problemas y el tipo de soluciones que propuso para los mismos. Trataremos
de mostrar có mo la concepció n gramsciana de la hegemonía involucra la puesta en movimiento, en
estado práctico, de una problemá tica anti-reduccionista de la ideología. Má s aú n, sostendremos que
esta concepció n antireduccionista de la ideología es la verdadera condició n de inteligibilidad de la
concepció n gramsciana de la hegemonía y que las dificultades que la interpretació n de este ú ltimo
concepto presenta, provienen del hecho de que tal problemá tica antireduccionista no se ha
subrayado hasta ahora en todas sus dimensiones.
Antes de continuar con el aná lisis de la concepció n gramsciana será necesario detenerse en la
consideració n de la forma en que la Segunda Internacional abordó los problemas que estudiamos. El
efecto, para Gramsci el economicismo no era un problema abstracto o académico sino que, por el
contrario, estaba profundamente enraizado, en la prá ctica política de la Segunda Internacional y
constituyó la fuente ú ltima de las derrotas masivas que sufrieron los movimientos de la clase obrera
italiana y alemana, en la década que siguió a la Primera Guerra Mundial. Es dentro de este contexto
donde el pensamiento de Gramsci encuentra su verdadera significació n y las condiciones de su
inteligibilidad.
La Segunda Internacional y el Economicismo
La concepció n de la Segunda Internacional acerca del colapso del capitalismo se basaba en una
interpretació n del pensamiento de Marx segú n la cual la revolució n proletaria era la consecuencia
necesaria e inevitable del desarrollo de las contradicciones econó micas del modo de producció n
capitalista. La ideología no tenía ninguna autonomía, puesto que el desarrollo de la conciencia
socialista era el corolario del crecimiento numérico del proletariado como clase y de la agudizació n
de las contradicciones econó micas. Por otra parte, se identificaba a la conciencia socialista con la
conciencia de los agentes sociales y se buscaba el principio de identidad de estos ú ltimos en la clase a
la cual pertenecían. Se combinaban, pues, las dos clases de economicismo, vale decir, la concepció n
epifenomenalista del papel de la ideología y la concepció n reduccionista acerca de su naturaleza.
Los fundamentos epistemoló gicos de este tipo de interpretació n del marxismo descansaban en
una concepció n positivista de la ciencia que aplicaba al materialismo histó rico el tipo de cientificidad
existente en las ciencias físicas.2 De allí surgió el supuesto de que la validez de la teoría de Marx
dependía de la confrontació n empírica de las tres leyes que, segú n se consideraba, constituían la
base de su aná lisis del modo de producció n capitalista: la concentració n, la sobreproducció n y la
proletarizació n crecientes. La convicció n de que estas leyes se cumplirían y de que provocarían
automá ticamente la revolució n proletaria, llevó a los defensores de la teoría de la catá strofe a
afirmar el cará cter inevitable del socialismo.
Como escribió Kautsky en su comentario al programa de Erfurt:3
Nosotros creemos que el colapso de la sociedad existente es inevitable porque sabemos que el
desarrollo económico produce natural y necesariamente contradicciones que obligan a los
explotados a combatir la propiedad privada. Sabemos que ella aumenta el número y la fuerza de los
explotadores, cuyos intereses descansan en el mantenimiento del orden existente y que finalmente
desata contradicciones intolerables para la masa de la población, cuya única alternativa será el
embrutecimiento y la inercia o el derrocamiento del sistema de propiedad existente
La Segunda Internacional era firmemente reduccionista desde el punto de vista ideoló gico; como
consideraba que todos los elementos ideoló gicos tenían connotaciones necesarias de clase, concluía
que todos los elementos pertenecientes al discurso de la burguesía tenían que ser rechazados
categó ricamente por la clase obrera, cuyo objetivo debía consistir en cultivar valores puramente
proletarios y preservarse de toda contaminació n exterior. Fue así como llegó a considerarse a la
democracia como una típica expresió n ideoló gica de la burguesía.
Para comprender có mo pudo surgir semejante interpretació n del marxismo, es importante
recrear el clima histó rico de aquellos añ os. Existía, de un lado, una burguesía fuerte que consiguió
extender su dominio al conjunto de la sociedad y articular las reivindicaciones democrá ticas a su
discurso de clase. Y, del otro, la clase trabajadora organizada en sindicatos poderososy en partidos
de masas que le permitieron luchar con buen éxito por sus demandas econó micas. Esta situació n
provocó una doble tensió n en el pensamiento socialista:
a) La necesidad de producir una ruptura radical entre la ideología socialista y la ideología
burguesa, ú nica manera de asegurar la independencia del pensamiento socialista, en una época en
que la burguesía seguía ejerciendo un considerable poder de atracció n.
La necesidad de establecer un punto de contacto entre los objetivos revolucionarios del
movimiento obrero y sus avances en el terreno de las reformas dentro del sistema capitalista. El
economicismo de Kautsky constituyó una respuesta acabada a estas dos necesidades. Puesto que la
burguesía logró absorber la ideología popular y democrá tica, el kautskismo resolvió que la
democracia era necesariamente una ideología burguesa. Por consiguiente, la democracia dejó de
entenderse, como lo hiciera el joven Marx, como el terreno de una revolució n permanente que,
comenzada por la burguesía, sería concluida por el proletariado, para convertirse en una ideología
de clase. El criterio de clase empezó a convertirse en el punto de referencia fundamental a todos los
niveles: fue así como se originó una de las características fundamentales del economicismo: el
reduccionismo de clase. Por otra parte, si la clase obrera no iba a intervenir en la direcció n de otras
fuerzas sociales, limitá ndose a defender sus propios intereses, entonces la revolució n no podía ser el
resultado de la intervenció n consciente de la clase obrera que se presenta como alternativa política
para todos los explotados, sino que debía representar el desarrollo de las virtualidades inherentes a
las contradicciones econó micas. De allí se sigue la teoría del colapso del capitalismo. Pero si el
colapso era simplemente resultado del juego de las fuerzas econó micas, esto equivalía a considerar
que estas ú ltimas contenían todos los elementos necesarios para explicar el proceso histó rico. En
consecuencia, los factores políticos e ideoló gicos se redujeron a meros epifenó menos, lo que
constituye la segunda característica del economicismo de Kautsky.
2
. Para un aná lisis amplio de los fundamentos epistemoló gicos del marxismo de la Segunda Internacional y del
revisionismo de Bernstein, ver la excelente introducció n de Leonardo Paggi al libro de Max Adler, Il Socialismo e gli
intellettuali. De Donato, Bari, 1974.
3
. Karl Kautsky, Das Erfurter Programm p. 106 Stuttgart, 1892. Citado por Lucio Galletti en su introducció n al libro de
Bernstein, I Presupposti del Socialismo e i Compiti della Socialdemocrazia. p. XIX, Laterza, Bari, 1974.
Varios puntos de esta concepció n mecanicista entrarían en crisis a comienzos del siglo veinte,
Pero esta crítica al dogmatismo de Kautsky, que comenzaría a desarrollarse, presentaba la siguiente
característica peculiar: a pesar de sus variadísimos y antagó nicos planteamientos, los críticos
señ alaron las contradicciones e inconsistencias del kautskismo, pero sin abandonar los supuestos
propios del mismo. Má s aú n, estas críticas fueron a la vez una negació n del kautskismo como sistema
y un desarrollo de las distintas potencialidades que sus supuestos ideoló gicos abrían. Esta tendencia
es particularmente obvia en el caso de Bernstein y del debate sobre el revisionismo. Como resultado
del fracaso de la predicció n basada en la teoría del colapso del capitalismo y como resultado también
de mentís categó ricos a la teoría de la determinació n espontá nea de la conciencia socialista de la
clase obrera -como se vio en el caso de la clase obrera en Inglaterra-, Bernstein llegó a rechazar el
marxismo y declararlo incapaz de entender el desarrollo histó rico real. Bernstein reemplazó la
visió n marxista del socialismo científico por un enfoque del socialismo como “ideal ético”, como
aquel tipo de sociedad) hacia la cual la humanidad debería dirigirse voluntariamente, en virtud de
principios morales.
Bernstein comprendió que en las nuevas condiciones en que el capitalismo se desarrollaba ya no
podía defenderse la teoría de la catá strofe y que en los países capitalistas avanzados las
superestructuras jugaban un papel cada vez má s importante. Por eso, a diferencia de Kautsky,
comprendió la importancia de que la lucha proletaria se extendiera al campo político e ideoló gico.
Fue, pues, este reconocimiento de la necesidad de plantear el problema de la ideología de una
manera radicalmente distinta el que condujo a Bernstein a desafiar la versió n economicista del
marxismo. Sin embargo, como identificaba la doctrina de Marx con la teoría de la catá strofe, su
crítica al economicismo lo condujo a un rechazo liso y llano del marxismo. Pensaba él que atribuirle
un papel activo a la ideología necesariamente entraba en contradicció n con la teoría marxista de la
historia. La ruptura de Bernstein con el marxismo se sitú a, pues, en el terreno teó rico constituido por
los supuestos ideoló gicos de la Segunda Internacional que jamá s fueron cuestionados seriamente. Si
por un lado identificaba al marxismo con la teoría de la catá strofe, por el otro identificaba a la
democracia con el parlamentarismo burgués. De allí la imposibilidad de utilizar el revisionismo de
Bernstein como base para una teoría de la autonomía de lo político y lo ideoló gico como niveles
objetivos específicos. Para él, objetividad significaba determinació n y la ú nica forma de
determinació n que conocía era la determinació n econó mica. Así, aun cuando intuyó que el
reduccionismo de clase y el determinismo econó mico le impedían al marxismo entender los
problemas específicos de la era del capital monopolista, la ú nica alternativa intelectual que se le
abría estaba en el extremo opuesto, en la irrupció n de la subjetividad -el ideal ético- en la historia.
Esto dio lugar a su apelació n a la ética kantiana. Desde Sorel hasta Croce, todas las tendencias que a
comienzos del siglo quisieron oponerse a la tendencia positivista dominante, lo hicieron en nombre
del voluntarismo, del subjetivismo y hasta del irracionalismo. No había otra solució n en un mundo
intelectual en el que determinació n mecá nica y objetividad se habían convertido en sinó nimos.
El Leninismo y sus consecuencias
Si reduccionismo y epifenomenalismo terminaron por ligarse íntimamente en el pensamiento de la
Segunda Internacional, la experiencia histó rica de la Revolució n Rusa sentó las bases para la
disolució n de esta unidad. En primer lugar, la revolució n no triunfaba en el país europeo en donde
menos se la esperaba, en total contradicció n con la teoría segú n la cual la revolució n resultaba del
desarrollo mecá nico de las fuerzas econó micas. Era evidente que esta revolució n había nacido de la
intervenció n política en una coyuntura de la que, segú n el marxismo tradicional Jamá s podría
resultar una insurrecció n socialista. La consecuencia fue desacreditar un razonamiento político que
vinculaba todo cambio histó rico a la relació n entre fuerzas productivas y relaciones de producció n y
también poner en cuestió n los supuestos en que se basaba la concepció n epifenomenalista. En
segundo lugar, el aná lisis de Lenin del desarrollo desigual y combinado y la transformació n de las
consignas democrá ticas en banderas socialistas en el curso de la revolució n rusa, renovaron el
prestigio de los aná lisis del joven Marx acerca de la dialéctica entre democracia y clases
establecieron un vínculo entre la revolució n rusa y el ciclo de las revoluciones permanentes,
interrumpido por el fracaso de las revoluciones de 1848. En este sentido, también el presupuesto
reduccionista quedaba seriamente cuestionado.
Con todo, los aná lisis de Lenin en este aspecto no só lo son demasiado sucintos sino bastante
ambiguos, pues en má s de un sentido permanecen prisioneros de la vieja problemá tica. Má s que su
pensamiento, fue la práctica política de Lenin lo que demostró ser una fuerza transformadora que
hizo estallar los estrechos límites economicistas del pensamiento marxista occidental de comienzos
del siglo.
Tres desarrollos resultaban posibles desde el nuevo punto de partida que el leninismo
representaba. Uno de ellos consistía en ver en la revolució n el producto de la irrupció n de la
conciencia y la voluntad en la historia, frente al fatalismo y al determinismo de las fuerzas
econó micas. Esta actitud representaba la continuació n del subjetivismo voluntarista del período de
la preguerra. El joven Gramsci vio en el triunfo bolchevique “la revolució n contra el Capital”; Sorel lo
interpretó como el triunfo “del método de la violencia liberadora” y de la voluntad. En el confuso
mundo de la postguerra, en donde florecía y proliferaba una abigarrada multitud de ideologías anti-
statu quo, el bolchevismo representó para muchos sectores de la sociedad el símbolo de un élan
revolucionario que superaba todas las restricciones y condiciones objetivas.
Otra actitud posible consistía en intentar hacer compatibles la primacía de la conciencia y la
autonomía del momento político, con una ló gica objetiva de clase. Y esto resultaba posible en la
medida en que se definiera a las clases por su posició n en el proceso de producció n, pero al mismo
tiempo se hiciera de la conciencia de clase el momento má s alto en el proceso de su
autodesenvolvimiento creador. Este fue, por ejemplo, el camino seguido por Lukacs en Historia y
Conciencia de Clase, que solo lo condujo a una superació n parcial del economicismo. En efecto, si por
un lado, en razó n de su insistencia en el papel decisivo de la conciencia de clase, su problemá tica era
anti-economicista -dada la eficacia que le atribuía a la ideología-, por otro lado fue incapaz de
superar el reduccionismo en su concepció n de la naturaleza de la ideología. Para Lukacs la ideología
se identifica con la conciencia de clase y la definía, por lo tanto, como la “conciencia posible” de una
clase social, determinada por el lugar que ocupaba en las relaciones de producció n. Es decir que
Lukacs rompió con el epifenomenalismo de la Segunda Internacional, pero no con el reduccionismo
de clase.
Utilizó la herencia leninista unilateralmente y só lo continuó una de las dos líneas del desarrollo
potencial que aquella había abierto.
La tercera actitud posible consistía en extraer todas las consecuencias teó ricas que se derivaban
de la prá ctica política de Lenin, lo que había de conducir a un cuestió n amiento total y radical de
todos los aspectos de la problemá tica economicista. Desafortunadamente, al activísimo período de
elaboració n teó rica de los añ os veinte le siguió el silencio estéril de la era estalinista, que frenó el
desarrollo del marxismo por varias décadas. Sin embargo, hubo durante este período un esfuerzo
solitario en esta tercera direcció n. Durante su largo cautiverio, reflexionando sobre las causas de la
derrota del movimiento obrero y de la victoria del fascismo, aislado en la soledad de su celda,
Antonio Gramsci puso al descubierto la fuente de todos los errores: éstos procedían de la
incomprensió n de la naturaleza y el papel de la política y de la ideología. En sus Cuadernos de la
cárcel, esto había de llevarlo a repensar el conjunto de los problemas centrales del marxismo desde
una perspectiva anti-economicista radical y, de allí, a desarrollar todas las potencialidades
inherentes al leninismo.
Gramsci y la Hegemonía
Trazada a grandes rasgos la problemá tica marxista que proporcionó el trasfondo contra el cual se
desarrolló el pensamiento de Gramsci, regresemos ahora al problema central de este trabajo, es
decir, el aporte gramsciano a la teoría marxista de la ideología. Recordemos nuestro argumento
central: éste se funda en mostrar que, en su concepció n de hegemonía, Gramsci utiliza, en estado
práctico, una problemá tica radicalmente anti-economicista de la ideología y que ésta constituye la
verdadera condició n de inteligibilidad de dicha concepció n. Comenzaremos, pues, analizando
aquellos textos en los que Gramsci presenta su concepto de hegemonía, con el objeto de definir y
estudiar su evolució n, el significado de dicho concepto. Discutiremos luego sus implicaciones en la
teoría marxista de la ideología.
El concepto de hegemonía apareció por primera vez en Gramsci en 1926, en Notas sobre la
Cuestión Meridional. Se introduce de la siguiente forma:
Los comunistas de Turín plantearon la cuestión concreta de la hegemonía del proletariado, es decir,
las bases sociales de la dictadura del proletariado y del Estado de los trabajadores. El proletariado
puede convertirse en la clase dominante y dirigente mientras se proponga crear un sistema de
alianzas de clase que le permita movilizar a la mayoría de la población trabajadora contra el
capitalismo y el Estado burgués. Esto equivale a decir que realizará este propósito en la medida en
que gane el consenso de las masas campesinas, teniendo en cuenta las relaciones de clase
dominantes de Italia.4
Este texto marcó un paso adelante en el trabajo de Gramsci. Desde luego, ya antes de 1926 había
entendido Gramsci la importancia de una alianza con el campesinado pues, en 1919, en un artículo
titulado “Obreros y Campesinos”, insistía en el papel que los campesinos tenían que jugar en la
revolució n del proletariado. Pero fue en “Notas sobre la Cuestió n Meridional” donde planteó por
primera vez el problema de esta alianza en términos de hegemonía y subrayó las condiciones
políticas, morales e intelectuales necesarias para alcanzarla. Así por ejemplo, insistía en que la clase
obrera tenía que liberarse completamente del corporativismo para poder ganar a los intelectuales
del Sur para su causa, ya que era a través de estos ú ltimos como podría ejercer influencia sobre la
masa del campesinado. La existencia de una dimensió n intelectual y moral en la cuestió n de la
hegemonía era ya algo típico del pensamiento de Gramsci y había de adquirir má s tarde toda su
importancia. Estamos todavía, sin embargo, en el á mbito de la concepció n leninista de la hegemonía,
entendida como direcció n del proletariado sobre el campesinado; es decir que la direcció n política
constituía el elemento esencial en esta concepció n, en la medida en que la hegemonía era pensada en
términos de alianza de clases. Es solo má s tarde, en los Cuadernos de la Cárcel, cuando aparece el
concepto de hegemonía en su sentido típicamente gramsciano y se convierte en la unió n indisoluble
de la direcció n política y la direcció n intelectual y moral, concepció n que claramente trasciende la de
una simple alianza de clases.
Desde el comienzo mismo de los Cuadernos de Prisió n aparece la problemá tica de la hegemonía,
pero con una importante innovació n. Gramsci ya no la aplica solamente a la estrategia del
proletariado sino que la utiliza para pensar las prá cticas de las clases dirigentes en general:
La investigación debe basarse en el siguiente criterio histórico y político: una clase es dominante en
dos sentidos, es decir, es dominante y dirigente. Dirige a las clases aliadas y domina a las clases
opuestas.5
Cuando en este texto Gramsci menciona la direcció n de las clases aliadas se refiere, sin duda, a la
hegemonía; abundan, ademá s, en los Cuadernos, los planteamientos en este sentido. Por ejemplo,
unas pá ginas má s adelante, al examinar el papel de los Jacobinos en la Revolució n Francesa, afirma:
“Convirtieron a la burguesía en la clase dominante pero ademá s (en un sentido) la convirtieron en la
clase dirigente hegemó nica, es decir que le dieron al Estado una base permanente”.6 Y explica que fue
obligando a la burguesía a superar su naturaleza corporativa como lograron los Jacobinos
convertirla en una clase hegemó nica. En efecto, ellos la obligaron a ampliar sus intereses de clase y a
descubrir aquellos intereses que tenía en comú n con los sectores populares. Fue sobre esta base
como pudieron los Jacobinos colocarse en los puestos de mando y dirigir la lucha. Volvemos a
encontrar aquí entonces la oposició n entre clases corporativas y hegemó nicas que aparecía en las
4
. Antonio Gramsci, “Quelques thémes sur la Question Meridionale”, publicado en el apéndice de María Antonietta
Macciochi, Pour Gramsci, p. 316, Seuil, París, 1974.
5
. Todas las referencias a los Cuadernos de Prisió n se basan en la edició n crítica publicada por Valentino Gerratana,
Antonio Gramsci, Quaderni del Carcere I-IV, Einaudi, Turin, 1975. En adelante se registrará como QC; QC I, p. 42.
6
6. QC 1, p. 51. Cabe destacar el hecho de que para Gramsci la hegemonía solo se refiere al momento de la direcció n y no
incluye el momento de la dominació n, pues varias interpretaciones que consideran a la dominació n como parte de la
hegemonía, llegan a conclusiones que alteran completamente el cará cter del pensamiento de Gramsci. Ver por ejemplo
Luciano Gruppi, II Concetto di Egemonia in Gramsci. Editori Riuniti, Roma, 1972 y Massimo Salvadori, “Gramsci e il PCI:
due concezioni dell “egemonia”, Mondo Operario II, Roma, (nov. 1976).
Notas sobre la Cuestió n Meridional, pero esta vez aplicada a la burguesía. Empezaba Gramsci a
comprender que la burguesía también necesitaba asegurarse el apoyo popular y que la lucha política
era mucho má s compleja de lo que pensaban quienes obedecían a una perspectiva reduccionista,
pues ella no consistía en un simple enfrentamiento entre clases antagó nicas sino que suponía
siempre complejas relaciones de fuerzas.
Gramsci analiza las relaciones de fuerzas existentes en toda sociedad y, en un pasaje fundamental
de sus Cuadernos,7 estudia la transició n de la etapa corporativa a la hegemó nica. Empieza por
distinguir tres niveles principales en las relaciones de fuerzas:
1. La relació n de fuerzas sociales ligadas a la estructura y que dependen del grado de desarrollo
de las fuerzas materiales de producció n.
2. La relació n de fuerzas políticas, es decir, el grado de conciencia y de organizació n que existe
dentro de los diferentes grupos sociales.
3. La relació n de fuerzas militares que, segú n Gramsci, es siempre el momento decisivo.
En sus aná lisis de los distintos momentos de la conciencia política, distingue otros tres niveles:
a) El momento econó mico primitivo, en el cual se expresa la conciencia de los intereses
profesionales de un grupo, pero todavía no sus intereses como clase social.
b) El momento econó mico político, en el cual se expresa la conciencia de los intereses de clase,
pero só lo a un nivel econó mico.
c) El tercer momento es el de la Hegemonía, “en el cual se alcanza la conciencia del hecho de que
los intereses corporativos, tanto en su desarrollo presente como en el futuro, rompen el marco
corporativo de los grupos puramente econó micos y pueden y deben convertirse en los intereses de
otros grupos subordinados”.8 Segú n Gramsci, es aquí donde se sitú a el momento específicamente
político y este se caracteriza por la lucha ideoló gica, que trata de establecer la unidad entre objetivos
econó micos, políticos, e intelectuales, “colocando todos los problemas alrededor de los cuales se
libra la lucha, a nivel ‘universal’, no corporativo, estableciendo así la hegemonía de un grupo social
fundamental sobre una serie de grupos subordinados”.9
En mi opinió n, los dos textos que analizan las relaciones de fuerzas son definitivos para entender
la concepció n de hegemonía de Gramsci y resulta sorprendente que hasta ahora no se les haya
otorgado la importancia que merecen.10 Es justamente en ellos donde Gramsci plantea una
concepció n de hegemonía bien distinta de la registrada en las Notas sobre la Cuestió n Meridional,
pues aquí ya no se trata de una simple alianza política, sino de una fusió n total de objetivos
econó micos, políticos, intelectuales y morales, efectuada por un grupo fundamental con la alianza de
otros grupos a través de la ideología, cuando una ideología logra “extenderse sobre toda la sociedad
determinando no só lo objetivos econó micos y políticos unificados sino también una unidad
intelectual y moral”.11 Por consiguiente, en los Cuadernos 4 la concepció n de hegemonía resulta
doblemente enriquecida con respecto a la de Lenin: se extiende a la burguesía y agrega una
dimensió n nueva y fundamental -es a través de esta ú ltima como se realiza la unidad al nivel
político-: la dimensió n de la direcció n intelectual y moral. Solo má s tarde desarrollará Gramsci todas
las implicaciones de este enriquecimiento, pero es en los Cuadernos 4 donde la hegemonía asume su
dimensió n específicamente gramsciana. Sobre la base de lo planteado hasta ahora podemos avanzar,
pues, una primera definició n tentativa de clase hegemónica: es la clase que ha podido articular a
sus intereses los de otros grupos sociales, a través de la lucha ideoló gica. Lo cual, al decir de Gramsci,
solo es posible si esta clase renuncia a una concepció n estrictamente corporatista pues, para ejercer
7
. QC I, p.p. 457-59. Este texto fue retrabajado por Gramsci dos añ os después y se encuentra en su forma definitiva en los
Cuadernos 13. Ver QC III, p.p. 1583-1586.
8
. QC III, p. 1584.
9
. Ibíd.
10
. Estos textos no han pasado totalmente inadvertidos. Varios trabajos sobre Gramsci (por ejemplo el artículo de
Leonardo Paggi “La Teoria Generale del Marxismo en Gramsci”. Annali Feltrinelli, Milán, 1973) le atribuyen alguna
importancia, pero no en lo que se refiere a la concepció n de hegemonía.
11
. QC III, p. 1584.
el liderazgo, tiene que tener en cuenta, auténticamente, los intereses de los grupos sociales sobre los
cuales aspira a ejercer la hegemonía: “desde luego supone tener en cuenta los intereses y tendencias
de los grupos sobre los cuales se ejercerá la hegemonía y esto también supone un cierto equilibrio,
es decir que los grupos hegemó nicos tendrá n que sacrificar en parte su naturaleza corporativa”. 12
Esta concepció n de hegemonía arroja consecuencias muy importantes en cuanto se refiere al
enfoque de Gramsci sobre la naturaleza y el papel del Estado:
El Estado se concibe por lo tanto como el instrumento (órgano) de un grupo particular, destinado a
crear condiciones favorables para una expansión máxima del grupo, pero a esta expansión y a este
desarrollo se les ve como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas las
energías ‘nacionales'. En otros términos, el grupo dominante en concreto está coordinado con los
intereses generales de los grupos subordinados y la vida del Estado se ve como un proceso de
formación y desarrollo continuo de un equilibrio inestable -en el plano jurídico- entre los intereses
del grupo fundamental y los de los grupos subordinados. Los intereses del grupo dominante
prevalecen en este equilibrio, pero sólo hasta cierto punto, puesto que nunca pueden reducirse a
intereses estrictamente corporatistas.13
Por lo tanto, es la problemá tica de la hegemonía la que está en la base de este “ensanchamiento
del Estado”, cuya importancia ha resaltado con acierto Christine Buci-Glucksmann.14
Esto le permitió a Gramsci romper con la concepció n economicista del Estado, considerado tan
solo como el instrumento burocrá tico- coercitivo de la clase dominante, y formular la noció n de
Estado integral, consistente en “dictadura + hegemonía”. No es este el sitio para analizar el aporte de
Gramsci a la teoría marxista del Estado -que reviste también la mayor importancia-; me limitaré tan
solo a señ alar que esta ampliació n del Estado opera a dos niveles:
a) Implica la expansió n de la base social del Estado y las relaciones complejas entre éste, la clase
hegemó nica y su base de masas.
b) Implica también la ampliació n de las funciones del Estado, puesto que la noció n de Estado
integral supone la incorporació n del aparato de la hegemonía, es decir de la sociedad civil, al Estado.
En cuanto a los métodos por los cuales una clase puede llegar a ser hegemó nica, Gramsci
distingue dos principales: el primero es el transformismo y el segundo la hegemonía expansiva.
Veamos primero el transformismo. Es el método gracias al cual durante el Risorgimento el partido
Moderado consiguió establecer su hegemonía sobre las fuerzas que luchaban por la unificació n. Se
trataba de “la absorció n gradual pero continua -efectuada con distintos grados de eficacia- de los
elementos activos que habían surgido de grupos aliados e, inclusive, de grupos de oposició n”.15
Fue esta, desde luego, una forma bastardeada de hegemonía y el consenso alcanzado con estos
métodos fue só lo un “consenso pasivo”. Gramsci denominó “revolució n pasiva” a este proceso por el
cual se tomó el poder, puesto que las masas fueron integradas mediante un sistema de absorció n y
neutralizació n de sus intereses que les impidió oponerse a los de la clase hegemó nica. Gramsci
contrapone este tipo de hegemonía lograda mediante la absorció n a la que llama hegemonía exitosa,
es decir, hegemonía expansiva. Esta ú ltima debe fundarse en el consenso activo y directo, resultante
de una genuina adopció n de los intereses de las clases populares por parte de la clase hegemó nica,
que dé lugar a la creació n de una auténtica “voluntad nacional-popular”.
A diferencia de la revolució n pasiva, que excluye del sistema hegemó nico a amplios sectores de
las clases populares, en la hegemonía expansiva el conjunto de la sociedad progresa. Esta distinció n
entre dos métodos de lograr la hegemonía, permite especificar mejor la definició n tentativa de
hegemonía que hemos adelantado. En efecto, si definimos hegemonía como la capacidad de una clase
para articular a sus intereses los de otros grupos sociales, entonces veremos que esto puede hacerse
en dos sentidos muy distintos; pueden articularse los intereses de estos grupos en tal forma que se
12
. QC I, p. 461.
13
. QC III, p. 1584.
14
. Para un aná lisis de la contribució n de Gramsci a la teoría marxista del Estado, ver Christine Buci-Glucksman, Gramsci
et L’État. Fayard, París, 1975.
15
. QC III, p. 2011.
los neutralice evitando así el desarrollo de sus reivindicaciones específicas, o bien pueden articularse
en forma tal que promueve su pleno desarrollo y conduzca a la solució n final de las contradicciones
que ellos expresan.
Los textos que hemos examinado requieren una ú ltima observació n. En primer lugar, como lo
plantea Gramsci en forma inequívoca, solamente una clase fundamental -vale decir, una clase que
ocupe uno de los dos polos en las relaciones de producció n de un determinado modo de producció n-
puede llegar a ser hegemó nica: “aunque la hegemonía es ético-política, también tiene que ser
econó mica y basarse necesariamente en la funció n decisoria que los grupos dirigentes desempeñ an
en el nú cleo decisivo de la actividad econó mica”.16 Condició n que no só lo restringe el nú mero posible
de clases hegemó nicas, sino que señ ala las limitaciones posibles de ciertas formas de hegemonía. En
efecto, si el ejercicio de la hegemonía conlleva sacrificios econó micos y corporativos en la clase que
aspira al liderazgo, estos no pueden llegar al punto de comprometer sus intereses bá sicos. Por
consiguiente, tarde o temprano la burguesía reacciona contra las limitaciones de su hegemonía pues,
siendo una clase explotadora, a un cierto nivel sus intereses de clase necesariamente chocan con los
de las clases populares. Este es, dice Gramsci, un síntoma de que ha agotado su funció n y de que, a
partir de ese momento, “el bloque ideoló gico tiende a desintegrarse y la ‘espontaneidad’ puede ser
sustituida por formas de represió n cada vez menos encubiertas e indirectas que llegan hasta el
empleo abierto de los métodos policiales y al golpe de Estado”.17 En consecuencia, só lo la clase
obrera, cuyos intereses coinciden con la eliminació n de toda explotació n, puede llevar a buen
término una hegemonía expansiva.
Queda por estudiar todavía el aspecto má s importante de la hegemonía en Gramsci. Es el aspecto
de la direcció n intelectual y moral y la manera como ella se ejerce. En efecto, todos los puntos que se
han tocado serían perfectamente compatibles con una concepció n de hegemonía bajo el enfoque de
alianza de clases. Sin embargo, si la hegemonía en Gramsci se limitara a la direcció n política, só lo se
distinguiría del concepto leninista en que Gramsci no restringe su uso a la estrategia del proletariado
sino que lo aplica también a la de la burguesía. Afirmá bamos que la concepció n gramsciana de
hegemonía está doblemente enriquecida con relació n a la de Lenin, en la medida en que introduce
una nueva dimensió n indisolublemente ligada a la direcció n política, que es la direcció n intelectual y
moral. En consecuencia, el establecimiento de la hegemonía se convierte en un fenó meno que va
mucho má s allá de la alianza de clases.
Así, para Gramsci -y es aquí donde reside su originalidad-, la hegemonía no se presenta en una
alianza de clases puramente instrumental a través de la cual las reivindicaciones clasistas de las
clases aliadas se expresan en términos de la clase fundamental, mientras cada grupo conserva su
propia individualidad y su propia ideología al interior de la alianza. Segú n él, la hegemonía involucra
la creació n de una síntesis má s elevada, de modo que todos sus elementos se funden en una
“voluntad colectiva” que pasa a ser el nuevo protagonista de la acció n política, que funcionará como
el sujeto político mientras dure esa hegemonía. Es a través de la ideología como se forma esta
voluntad colectiva, toda vez que su existencia misma depende de la creació n de una unidad
ideoló gica que servirá de “cemento”.18 Y esta es la clave del vínculo inextricable entre los dos
aspectos de la hegemonía en Gramsci, puesto que la formació n de la voluntad colectiva y el ejercicio
de la direcció n política dependen de la existencia misma de la direcció n intelectual y moral. Dar
cuenta de estos dos aspectos y de la forma como se articulan, representa sin duda la mayor dificultad
al abordar cualquier estudio sobre la concepció n de hegemonía en el pensamiento gramsciano.
Ello explica, inclusive, por qué no se ha producido todavía una definició n amplia de hegemonía, a
pesar de la profusió n de estudios que existe sobre la materia. Es así como la mayoría de las
interpretaciones destaca unilateralmente cualquier aspecto, dando lugar a interpretaciones muy
diferentes y a veces opuestas, segú n se ponga énfasis en la direcció n política, en la moral o en la
intelectual.19 Y las pocas interpretaciones que sí tratan de explicar ambos aspectos conjuntamente,
16
. QC I, p. 416.
17
. QC III, p. 2012.
18
. QC II, p. 1380.
19
19. Destacar exclusivamente la direcció n política, conduce a reducir la hegemonía de Gramsci a la concepció n leninista
parten de una concepció n erró nea de alguno de los dos, o bien, del vínculo que los liga.
Finalmente, si queremos producir una definició n adecuada de la concepció n de hegemonía en
Gramsci, que dé cuenta de su especificidad sin ignorar ninguna de sus potencialidades, es importante
poder pensar teó ricamente el tipo de relació n que vincula a estos dos componentes, es decir, el
secreto de su unidad, e identificar las principales características que de ella resultan. Para hacerlo,
habría que responder al siguiente interrogante: ¿có mo forjar una verdadera unidad ideoló gica entre
diferentes grupos sociales, de modo que se unan en un solo sujeto político? Desde luego para
responder a esta pregunta es necesario analizar la concepció n de ideología que -implícita o
explícitamente- está presente en obra de Gramsci. Mostraremos luego por qué es imposible dar una
relació n coherente de la especificidad de la concepció n gramsciana desde la perspectiva de una
problemá tica economicista de la ideología.20
Hegemonía e Ideología
El mejor punto de partida para analizar la concepció n de ideología que subyace en la problemá tica
gramsciana de la hegemonía, es estudiar en qué forma ve Gramsci el proceso de formació n de una
nueva hegemonía. Las notas sobre la necesidad de formar una nueva voluntad colectiva a través de
la reforma intelectual y moral, que será la tarea del partido como “moderno príncipe” son, por
consiguiente, las má s reveladoras en esta materia.21 Pero antes debemos discutir los pocos textos en
donde expone Gramsci explícitamente su concepció n de ideología.
La problemática de la Ideología
Desde el comienzo Gramsci se coloca en un terreno enteramente distinto de quienes ven a la
ideología como falsa conciencia o como un sistema de ideas que las reducen a meras apariencias
carentes de toda eficacia:
La pretensión -presentada como postulado esencial del materialismo histórico- de que es posible
presentar cada fluctuación de la política y de la ideología como la expresión inmediata de la estruc -
tura, debe rechazarse a nivel teórico como una forma primitiva del infantilismo y combatirse en la
práctica con el testimonio auténtico de Marx, escritor de obras políticas e históricas concretas. 22
De acuerdo con Gramsci, el punto de partida de toda investigació n sobre la ideología es la tesis
marxista segú n la cual “los hombres adquieren conciencia de sus tareas en el terreno ideoló gico de
las superestructuras”,23 de manera que estas ú ltimas –afirma- deben considerarse como “realidades
operantes dotadas de eficacia propia”, y si a veces Marx las llama ilusiones es solo en sentido
polémico para especificar claramente su cará cter histó rico y transitorio. Gramsci formulará su
propia definició n de ideología como el terreno “donde los hombres se mueven, adquieren conciencia
de su posició n y luchan”.24
Y agrega que la ideología debe ser como un campo de batalla, como una lucha continua, porque en
los hombres la adquisició n de conciencia a través de la ideología no se da como proceso individual
sino siempre a través de la intermediació n del terreno ideoló gico en donde dos “principios
hegemó nicos” se enfrentan.25 La adquisició n de conciencia por parte del individuo, solo resulta
posible a través de una formació n ideoló gica constituida no só lo por elementos discursivos sino
también por elementos no discursivos, que Gramsci designa con el término bastante vago de
de hegemonía como alianza de clases. En su intervenció n en el Congreso de Cagliari en 1968 (“Gramsci e la Concezione
della Societá Civile”), Noberto Bobbio fue el primero en insistir en la especificidad de la concepció n gramsciana y en la
importancia que esta le atribuía a la direcció n moral e intelectual. Sin embargo la interpretació n de Bobbio no consigue
aclarar la articulació n de esta ú ltima con la economía y conduce a una interpretació n excesivamente “superestructural”
del pensamiento de Gramsci.
20
. Una expresió n típica de este género de interpretació n consiste en presentar la hegemonía como una alianza de clases,
en donde una de las dos le impone a la otra su ideología de clase. En la tercera parte volvemos sobre este problema.
21
. Estas se encuentran sobre todo en los Cuadernos 13, “Noterelle sulla Política del Machiavelli”. QC 111, p.p. 1555-1652.
22
. QC II, p. 851.
23
. QC I, p. 437.
24
. QC II, p. 869.
25
. QC I, p. 337.
“conformismo”.26 Pero su intenció n se aclara cuando señ ala que la adquisició n de esta conciencia
necesaria a través del conformismo resulta en el hecho de que “uno siempre es hombre-masa u
hombre-colectivo”.27 Ciertamente se encuentra aquí la idea de que los sujetos no son lo
originalmente dado sino que son producidos por la ideología en un campo socialmente determinado,
de modo que la subjetividad es siempre el producto de la prá ctica social. Esto implica que la
ideología tiene una existencia material y que, lejos de ser un conjunto de realidades espirituales, se
da siempre materializada en prá cticas. La naturaleza de la ideología como prá ctica queda reforzada
con la identificació n que establece Gramsci entre ideología y religió n (en el sentido crociano de una
visió n del mundo con sus correspondientes normas de acció n), en la medida en que permite
subrayar que la ideología organiza la acció n. Considera Gramsci que en toda acció n se manifiesta una
visió n del mundo y que ella puede expresarse en formas muy elaboradas y a un alto nivel de
abstracció n -como en el caso de, la filosofía- o bien, en formas mucho má s simples, como la
manifestació n del “sentido comú n”, que se presenta como la filosofía espontá nea del hombre de la
calle, pero que es la expresió n popular de filosofías “má s elevadas”. 28 Estas visiones del mundo nunca
son hechos individuales sino la expresió n de “la vida comunitaria de un bloque social”, razó n por la
cual Gramsci las llama “ideologías orgá nicas”.29 Son ellas las que “organizan a las masas humanas” y
sirven de principio informativo de todas las actividades individuales y colectivas, porque es a través
de ellas como el hombre adquiere todas sus formas de conciencia.30 Pero si es a través de las
ideologías orgá nicas como los hombres adquieren todas sus formas de conciencia y si aquellas son
las visiones del mundo propias de bloques sociales particulares, se sigue que todas las formas de
conciencia son necesariamente políticas. Lo cual le permite a Gramsci trazar la siguiente ecuació n:
filosofía = ideología = política. Por lo general se malinterpreta esta identificació n, lo que explica
todas las falsas interpretaciones del historicismo gramsciano que lo presentan como una lectura
hegeliana del marxismo.31 En realidad lo que Gramsci intenta pensar es el papel de la subjetividad,
pero de tal manera que ésta no aparezca como la irrupció n de la conciencia individual en la historia.
Para lograrlo, no coloca a la conciencia como dada originalmente sino como efecto del sistema de
relaciones ideoló gicas en el cual se inserta el individuo. Por lo tanto, es la ideología la que crea a los
sujetos y los mueve a actuar.
Que la ideología es una prá ctica productora de sujetos, parece ser la verdadera idea implícita en
las reflexiones de Gramsci sobre la naturaleza operativa y activa de la ideología y sobre su
identificació n con la política.
Con todo, él no disponía de las herramientas teó ricas necesarias para expresar adecuadamente
esta intuició n y debió limitarse a referirse a ella con fó rmulas ambiguas fuertemente influidas por el
historicismo croceano. Tomemos por ejemplo la definició n de ideología como “una visió n del mundo
que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en las actividades econó micas, en todas
las manifestaciones individuales y colectivas de la vida”.32 Si examinamos esta definició n a la luz de
aquella que interpreta a la ideología como una visió n del mundo con sus correspondientes normas
de acció n y recordamos la reiterada insistencia de Gramsci sobre el hecho de que la ideología es el
terreno en el cual los hombres adquieren todas sus formas de conciencia, resulta evidente que dicha
definició n -lejos de llevar a la conclusió n de que Gramsci se mueve dentro de la problemá tica
hegeliana de la totalidad expresiva en donde la ideología juega el papel central-, debe entenderse
como una alusió n al hecho de que es por medio de la ideología como se crean todos los tipos posibles
de “sujetos”.
Otro aspecto original en la problemá tica de la ideología de Gramsci es la importancia que le
26
. QC II, p. 1236.
27
. QC II, p. 1376,
28
. QC II, p. 1063.
29
. QC II, p. 868.
30
. QC II, p. 1492.
31
. La mayoría de los autores que critican a Gramsci por esa razó n, se basan en la crítica del historicismo implementada
por Luis Althusser en Lire le Capital, donde erró neamente, en mi opinió n, se asimila la problemá tica de Gramsci a la de
Luká cs.
32
. QC II, p. 1380.
atribuye a la naturaleza material e institucional de la práctica ideológica. Gramsci insiste en que
esta prá ctica posee sus propios agentes, vale decir, los intelectuales. En ellos descansa la
responsabilidad de elaborar y difundir las ideologías orgá nicas,33 y el compromiso de llevar a cabo la
reforma moral e intelectual.34 Gramsci los clasifica en dos categorías principales, segú n que
pertenezcan a una de las dos clases fundamentales (intelectuales orgá nicos), o bien a las clases que
expresan modos de producció n anteriores (intelectuales tradicionales). Ademá s de resaltar el papel
de los intelectuales, Gramsci subraya la importancia de la estructura material e institucional en la
elaboració n y difusió n de la ideología. Esta estructura está conformada por distintos aparatos
hegemó nicos: las escuelas, las iglesias, el conjunto de los medios de comunicació n e, inclusive, la
arquitectura y los nombres de las calles.35 A este conjunto de aparatos, Gramsci lo denomina
estructura ideoló gica de una clase dominante y al nivel de la superestructura) donde la ideología se
produce y se crea, lo llama sociedad civil. Esta es el conjunto de las instituciones “privadas” a través
de las cuales se ejerce la hegemonía política y social de un grupo social.36
Ahora resulta obvio que hemos recorrido un largo camino con respecto a la problemá tica eco-
nomicista de la ideología y que Gramsci debe ser ubicado en un contexto diferente. Lo que resulta
enteramente nuevo en él es, la comprensió n de la naturaleza material de la ideología y del hecho de
que ésta constituye una prá ctica materializada en el interior de ciertos aparatos, cuyo papel prá ctico-
social es indispensable en todas las sociedades. El intuyó que esta prá ctica consiste en la producció n
de sujetos, pero no alcanzó a formular esta intuició n teó ricamente. Por lo demá s, no debe olvidarse
que Gramsci expresó todas estas nuevas ideas en una forma ambigua, que hoy resulta anticuada
porque, segú n decíamos, la ú nica tradició n intelectual a su alcance que pudiera ayudarle en la
elaboració n de una problemá tica anti-economicista, era el historicismo de Croce. En todo caso,
Gramsci jamá s se propuso elaborar una teoría acabada de la ideología y su pensamiento a este
respecto no se presenta en forma sistemá tica. Con todo, parece posible afirmar que la problemá tica
de Gramsci se anticipó a Althusser en varios aspectos: en señ alar la naturaleza material de la
ideología, su existencia como nivel necesario en todas las formaciones sociales y su funció n como
productora de sujetos. Puntos todos que está n implícitos en Gramsci, si bien fue Althusser el primero
en formularlos bajo la forma de una concepció n rigurosa.
Una concepción no-reduccionista. Pero la contribució n de Gramsci a la teoría marxista de las
ideologías no se limita a mostrar que éstas son realidades objetivas y operativas, tan reales como la
economía misma, y que juegan un papel decisivo en todas las formaciones sociales. Tal concepció n
apenas si superaría el primer aspecto del economicismo y podría coexistir con formas complicadas
de reduccionismo. Ahora bien, Gramsci no se contentó con criticar simplemente la concepció n
epifenomenalista; fue mucho má s lejos y cuestionó la concepció n reduccionista que hacía de la
ideología una funció n de la posició n de clase de los sujetos. No cabe duda de que este constituye el
aspecto má s importante y original de su contribució n. Pero infortunadamente es también el aspecto
menos comprendido. De ahí que todas las posibilidades que él le abría al aná lisis marxista hayan
quedado virtualmente sin desarrollarse.
Hay que reconocer que este es un terreno bastante má s difícil, porque Gramsci nunca presentó
explícitamente la problemá tica anti-reduccionista, si bien esta existe, en la prá ctica, en su particular
concepció n de hegemonía. No obstante, antes de embarcarnos en el estudio de los textos que
servirá n como puntos de referencia, vale la pena recapitular brevemente los tres principios que
inspiran la problemá tica reduccionista de la ideología, pues así podremos marcar má s fá cilmente la
diferencia existente entre esta concepció n y la de Gramsci. Los tres principios son estos:
1) Todos los sujetos son sujetos de clase.
2) Las clases sociales tienen sus propias ideologías paradigmá ticas.
3) Todos los elementos ideoló gicos tienen una necesaria connotació n de clase.
33
. QC III, p. 1518.
34
. QC II, p. 1407.
35
. QC I, p. 332.
36
. QC I, p. 476.
El desacuerdo de Gramsci con el primer principio salta a la vista. Segú n él, no puede identificarse
a los sujetos de la acció n política con las clases sociales. Como hemos visto, los primeros son
“voluntades colectivas” que obedecen a leyes específicas puesto que son la expresió n política de
sistemas hegemó nicos creados a través de la ideología. En consecuencia, los sujetos (las clases
sociales) que existen en el nivel econó mico, no se duplican en el nivel político; a este nivel se crean,
en cambio, diferentes sujetos “interclases” He aquí el rompimiento de Gramsci con el primer
principio del reduccionismo, que le suministra la base teó rica necesaria para visualizar la
hegemonía, no como una mera alianza de clase sino como la creació n de una unidad superior en
donde se fusionan quienes pertenezcan al bloque hegemó nico. Sabemos que esta fusió n se realizará
a través de la ideología, mas no có mo ni sobre qué bases. Aquí tendremos que responder al
interrogante que nos formulá bamos antes: ¿có mo puede crearse una auténtica unidad ideoló gica
entre grupos sociales distintos?
Existen dos soluciones posibles a este problema. La primera, es la ú nica que podría formularse
desde la perspectiva de una problemá tica reduccionista de la ideología -como lo ilustran los
principios 2 y 3-. Consiste en concebir esta unidad ideoló gica como la imposició n de la ideología de
clase del grupo principal sobre los grupos aliados. Esto lleva a definir a una clase hegemó nica como
aquella que ha logrado obtener el consenso ideoló gico de los otros grupos sobre la base del papel
que su propia ideología juega como ideología dominante, y a reducir la problemá tica de la
hegemonía en Gramsci a un simple fenó meno de inculcació n ideoló gica. Es el tipo de respuesta que
subyace, por ejemplo, en la interpretació n que Nicos Poulantzas hace de la hegemonía en Gramsci.37
En la medida en que -argumenta Poulantzas- la hegemonía en Gramsci se refiere a una situació n en
donde la dominació n de clase implica una funció n de direcció n a través de la cual se logra el
consenso activo de la clase dominada, la noció n de hegemonía es semejante a la noció n de conciencia
de clase-visió n del mundo de Luká cs y semejante también, por lo tanto, a la problemá tica hegeliana
del sujeto. Afirma Poulantzas que, de transponerse este tipo de problemá tica al marxismo, se llegaría
a la concepció n de que la clase es el sujeto de la historia, el principio genético totalizador de las
instancias de una formació n social. En este contexto, “la ‘ideología-conciencia-visió n del mundo’ de la
clase es vista como sujeto de la historia; vale decir, es la ideología de la clase hegemó nica la que
cimenta la unidad de una formació n, en la medida en que determina la adhesió n de las clases
dominadas en un determinado sistema de dominació n”.38 Semejante interpretació n del pensamiento
gramsciano só lo es posible si uno identifica a la hegemonía con la imposició n de la ideología
dominante -entendida aquí en el sentido lukacsiano de la visió n del mundo-consciencia de clase de la
clase dominante-.
Me parece que lo demostrado hasta ahora es suficiente para dejar en claro que ésta es una
interpretació n totalmente incorrecta del pensamiento de Gramsci. Interpretació n que le impide a
Poulantzas aprehender todo el alcance de la concepció n de hegemonía en Gramsci y lo lleva a
encontrar en ella elementos incoherentes, especialmente en cuanto a la extensió n de esta concepció n
a la estrategia del proletariado. Poulantzas rechaza esta extensió n pues ella implica “que una clase le
impone a una formació n su propia visió n del mundo y por consiguiente conquista de hecho el lugar
de la ideología, dominante antes de conquistar el poder político”.39
Gramsci no só lo señ ala la posibilidad de que una clase llegue a ser hegemó nica antes de la toma
del poder, sino que lo considera necesario. ¿Puede hablarse realmente de incoherencia de su parte?
Si así fuera, esto afectaría seriamente el conjunto de su obra, dada la importancia que esta
concepció n tiene en su pensamiento. Por otra parte, ¿no se trataría má s bien de que Gramsci tiene
una manera de entender la hegemonía distinta de la que Poulantzas le atribuye, es decir una manera
que aborda el problema de la creació n de una unidad ideoló gica a partir de una concepció n no-
reduccionista de la ideología? Este es el caso en realidad y es lo que explica por qué durante tanto
tiempo este aspecto fundamental del pensamiento gramsciano ha pasado inadvertido: porque era
absolutamente impensable dentro de la problemá tica reduccionista, dominante, en el pensamiento
37
. Nicos Poulantzas, Political Power and Social Classes. NLB, Londres, 1973.
38
. Ibíd., p. 138.
39
. Ibíd., p. 204.
marxista.40
Debemos ahora presentar esta segunda solució n -que es la que se encuentra en Gramsci- al
problema de la posibilidad de formar una unidad ideoló gica entre distintos grupos sociales. Solució n
que no consiste, por supuesto, en la imposició n de la ideología de clase de uno de los grupos sobre
los otros. Un aná lisis de la manera como Gramsci visualiza el proceso que conduce a la constitució n
de una nueva hegemonía a través dela reforma intelectual y moral, arrojará luz sobre esta materia.
Como ya hemos dicho, la importancia de la reforma intelectual y moral descansa en el hecho de
que la hegemonía de una clase fundamental consiste en la creació n de una “voluntad colectiva”
(sobre la base de una visió n del mundo comú n que servirá de principio unificador) en donde se
fusionen esta clase y sus aliados para formar un “hombre colectivo”:
De aquí puede deducirse la importancia del ‘momento cultural' aún en las actividades prácticas
(colectivas): cada acto histórico está producido inevitablemente por el ‘hombre colectivo \ es decir,
presupone la obtención de una unidad ‘cultural-social’ por medio de la cual se fusionen en un solo
objetivo una multiplicidad de voluntades dispares con objetivos heterogéneos, sobre la base de una
única (idéntica) visión del mundo.41
En consecuencia, la creació n de una nueva hegemonía implica la transformació n del terreno
ideoló gico anterior y la creació n de una nueva visió n del mundo que le servirá de principio
unificador a una nueva voluntad colectiva. Este es el proceso de transformació n ideoló gica que
Gramsci denomina “reforma intelectual y moral”. Los dos pasajes siguientes resultan sumamente
significativos en este contexto:
Lo que es importante es la crítica que los primeros representantes de la nueva fase histórica dirijan
a un conjunto ideológico semejante: gracias a esta crítica se produce un proceso de distinción y de
cambio en el peso relativo de los elementos de la vieja ideología; lo que era secundario o
subordinado o, incluso, incidental, adquiere una importancia primordial se convierte en el núcleo
de un nuevo cuerpo doctrinario e ideológico. La vieja voluntad colectiva se disuelve en sus
elementos contradictorios, de manera que los elementos subordinados pueden desarrollarse
socialmente.42
Por otro lado, ¿cómo debe formarse esta conciencia histórica, propuesta como conciencia
autónoma? ¿Cómo debe escoger y combinar cada cual los elementos para la conformación de esta
conciencia autónoma? Cada elemento impuesto ¿tendrá que ser repudiado a priori? Tendrá que
repudiarse en la medida en que es impuesto pero no en sí mismo, es decir que será necesario darle
una nueva forma, que es específica del grupo dado.43
Aquí afirma Gramsci con toda claridad que la reforma intelectual y moral no consiste en arrasar
con la visió n del mundo existente sustituyéndola por otra completamente nueva y ya formulada.
Consiste má s bien en un proceso de transformació n -orientado a producir una nueva forma- y de
rearticulació n de los elementos ideoló gicos existentes. De acuerdo con su concepció n, un sistema
ideoló gico consiste en un tipo particular de articulació n de los elementos ideoló gicos, a los cuales se
les otorga un cierto “peso relativo”. El objetivo de la lucha ideoló gica no es rechazar el sistema
hegemó nico en la totalidad de sus elementos sino re articularlo, descomponerlo en sus elementos
bá sicos y luego seleccionar entre los conceptos pasados aquellos que, con algunos cambios de
contenido, puedan servir para expresar la nueva situació n.44 Finalmente, los elementos escogidos
son rearticulados en un nuevo sistema.
40
. Por eso inclusive los autores que intuyeron la radical novedad de la concepció n gramsciana de hegemonía, no lograron
pensarla. Es, en mi opinió n, el caso de C. Buci-Glucksman, op. cit. En cuanto a los trabajos sobre Gramsci en inglés, la
tendencia dominante ha sido identificar hegemonía con dominació n ideoló gica. Como excepció n, ver Hall, Lumley y
Maclennan, “Politics and Ideology: Gramsci”. Cultural Studies 10, 1977; Raymond Williams, Marxism and Literature.
Oxford University Press, 1977. La forma como estos autores presentan el problema de la hegemonía en varios aspectos
guarda semejanza con la que se encuentra en este artículo.
41
. QC II, p. 1330.
42
. QC II, p. 1058 (el subrayado es mío).
43
. QC III, p. 1875 (el subrayado es mío).
44
. QC II, 1322.
Es natural que, encarada de este modo, la reforma moral e intelectual resulte incomprensible
dentro de una problemá tica reduccionista que postule la existencia de ideologías paradigmá ticas
para cada clase social y la necesaria connotació n de clase de todos los elementos ideoló gicos. Si
efectivamente se acepta la hipó tesis reduccionista, la reforma intelectual y moral consistiría tan só lo
en reemplazar una ideología de clase por otra. Así, en el caso de la hegemonía de la clase obrera, esta
tendría que sustraer de la influencia de la ideología burguesa a los grupos sociales que necesita como
aliados e imponerles su propia ideología. Para conseguirlo tendría que combatir la ideología
burguesa y rechazar de plano todos sus elementos, puesto que estos son intrínseca e irremediable-
mente burgueses y puesto que la presencia de uno de estos elementos en el discurso socialista
probaría que la ideología de la clase obrera habría sido contaminada por la ideología burguesa. En
este caso, la lucha ideoló gica se reduciría siempre al enfrentamiento de dos sistemas cerrados y
previamente determinados. Esta, desde luego, no es la concepció n de Gramsci y la informació n
disponible hasta el presente permite aseverar que su concepció n de ideología no puede ser
reduccionista, pues en ese caso su manera de visualizar la reforma intelectual y moral sería
totalmente incomprensible.
¿Cuá l es entonces la concepció n de ideología implícita en la teoría gramsciana de la hegemonía?
Para aclararlo, es preciso determinar antes el tipo de respuesta que da Gramsci a las siguientes
preguntas:
1) ¿Qué es lo que constituye el principio de un sistema ideoló gico?
2) ¿Có mo puede determinarse el cará cter de clase de una ideología o de un elemento ideoló gico?
Siendo éste uno de los aspectos menos desarrollado del pensamiento de Gramsci, tendremos que
contentarnos con algunas indicaciones má s bien imprecisas que necesitará n someterse a la prueba
de una lectura sintomal. Para comenzar recordemos los elementos del problema que hemos
analizado. Sabemos que, segú n Gramsci, la hegemonía -que solo es posible para una clase
fundamental- consiste en el ejercicio del liderazgo político, intelectual y moral, solidificado por una
visió n unitaria del mundo (ideología orgá nica). También sabemos que la direcció n intelectual y
moral ejercida por la clase hegemó nica no consiste en la imposició n de su ideología de clase sobre
los grupos aliados. Una y otra vez resalta Gramsci el hecho de que toda relació n hegemó nica es
necesariamente “pedagó gica y se da entre las distintas fuerzas que la componen”.45 Insiste ademá s
en que en un sistema hegemó nico debe haber democracia entre el grupo dirigente y los grupos
dirigidos.46
Esto, desde luego, también es vá lido en el nivel ideoló gico e implica que esta visió n unitaria del
mundo que unifica al bloque hegemó nico es realmente la expresió n orgá nica de todo el bloque (lo
que explica el significado principal del término ideología orgá nica). Esta visió n del mundo incluye,
pues, elementos ideoló gicos de origen variado pero su unidad deriva de su principio articulador y
éste será siempre suministrado por la clase hegemó nica. A este principio articulador Gramsci lo
denomina principio hegemónico. En ningú n lugar define este término con mucha precisió n pero, al
parecer, para él implica un sistema de valores cuya realizació n depende del papel central que la clase
fundamental juega al nivel de las relaciones de producció n. En consecuencia, la direcció n intelectual
y moral que una clase fundamental ejerce en un sistema hegemó nico consiste en suministrar el
principio articulador de la visió n unitaria del mundo, el sistema de valores al cual se articulará n los
elementos ideoló gicos procedentes de los otros grupos, para formar un sistema ideoló gico unificado
es decir, una ideología orgá nica. Esta siempre será un conjunto complejo cuyo contenido no puede
determinarse de antemano, porque depende de toda una serie de factores histó ricos y nacionales y,
ademá s, de las relaciones de fuerzas existentes en un momento particular de la lucha por la
hegemonía. Por lo tanto, los elementos ideoló gicos adquieren su cará cter de clase -que no les es
intrínseco-, gracias a su articulació n a un principio hegemó nico. Así, la lucha ideoló gica es un proceso
de desarticulación-rearticulación de elementos ideoló gicos dados, en una lucha entre dos
principios hegemó nicos por apropiarse de dichos elementos; no consiste en el enfrentamiento entre
dos visiones del mundo cerradas y ya elaboradas, Los conjuntos ideoló gicos que existen en un
45
QC II, p. 1331.
46
. QC II, p. 1056.
momento dado provienen, pues, de las relaciones de fuerzas entre principios hegemó nicos rivales y
experimentan un perpetuo proceso de transformació n.47
Estamos ahora en condiciones de responder a nuestras dos preguntas:
1) El principio unificador de un sistema ideoló gico está constituido por el principio hegemó nico
que articula a todos los otros elementos ideoló gicos. Es siempre la expresió n de una clase
fundamental.
2) El cará cter de clase de una ideología o de un elemento ideoló gico proviene del principio
hegemó nico que actú a como su centro articulador.
Pero todavía estamos lejos de haber resuelto todos los problemas. Por ejemplo, el de la
naturaleza de los elementos ideoló gicos que no tienen un necesario cará cter de clase. No está claro lo
que expresan y Gramsci no lo dice. Con todo, podemos encontrar algunos indicios precisos, muy
significativos, que anuncian una solució n. En un pasaje donde reflexiona sobre lo que determinará la
victoria de un principio hegemó nico sobre otro, Gramsci afirma que un principio hegemó nico no se
impone en virtud de su naturaleza ló gica intrínseca, sino cuando logra convertirse en una “religió n
popular”48. ¿Có mo interpretar este postulado? En otra parte, Gramsci reitera que una clase que
quiere llegar a ser hegemó nica tiene que “nacionalizarse”.49 Y luego dice: “la forma particular en que
se presenta el elemento ético-político hegemó nico en la vida del Estado y del país es el ‘patriotismo’
y el ‘nacionalismo’, que son la ‘religió n popular’, es decir el vínculo que produce la unidad entre los
dirigentes y los dirigidos”.50 Para entender lo que Gramsci quiere decir, es preciso remitir estos
planteamientos a su concepció n de lo “nacional-popular”. Concepció n que, aunque formulada
parcialmente, desempeñ a un papel importante en su pensamiento. Para Gramsci todo cuanto
exprese al “pueblo-nació n” es “nacional-popular”.51 La hegemonía exitosa es la que logra crear una
“voluntad colectiva nacional- popular”, y para que esto suceda la clase dominante tiene que haber
sido capaz de articular a su principio hegemó nico todos los elementos ideoló gicos nacional-
populares, condició n inexcusable para que aparezca como la clase que representa el interés general.
Por eso es que en la lucha encarnizada entre las clases que se disputan la hegemonía, muchas veces
entran en juego los elementos ideoló gicos que expresan lo “nacional-popular”. A este respecto,
Gramsci señ ala algunos cambios de significado experimentados en términos como “nacionalismo” y
“patriotismo”, en la medida en que clases fundamentales diferentes se los apropian y los articulan a
distintos principios hegemó nicos.52 De otro lado, pone énfasis en el papel de estos términos como
vínculo que conduce a crear la unidad entre dirigentes y dirigidos y a proporcionar la base para una
religió n popular.
Podemos ahora comprender la afirmació n de Gramsci segú n la cual un principio hegemó nico se
consolida cuando consigue convertirse en religió n popular. Significa esto que la lucha de una clase
por la hegemonía consiste ante todo en el intento de articular a su discurso todos los elementos
ideoló gicos nacional-populares. Es así como puede “nacionalizarse”.53
En consecuencia, la concepció n de ideología que encontramos en estado prá ctico en la
problemá tica gramsciana de la hegemonía consiste en considerarla como una prá ctica que
transforma el cará cter de clase de los elementos ideoló gicos mediante la articulació n de estos a un
47
. QC III, p. 1863.
48
. QC II, p. 1884.
49
. QC III, p. 1729.
50
. QC II, p. 1084.
51
. Esta es una concepció n que Gramsci desarrolla sobre todo con respecto a su aplicació n a la literatura (QC III, pp. 2113-
2120) pero él también señ ala que todas las manifestaciones ideoló gicas o políticas pueden tener un cará cter “nacional-
popular” cuando existe un vínculo orgá nico entre los intelectuales y el pueblo.
52
. QC II, p. 1237.
53
. Los planteamientos de Gramsci, naturalmente, no suministran una solució n para el problema de la naturaleza de los
elementos ideoló gicos no-clasistas. Simplemente sugieren el tipo de respuesta que Gramsci podría tener en mente. Pero
este problema exige una solució n teó rica rigurosa. Una posible línea de investigació n es la que Ernesto Laclau desarrolla
en su libro Politics and Ideology in Marxist Theory. NLB, 1977, en donde trata la especificidad de la contradicció n popular-
democrá tica.
principio hegemó nico distinto de aquel que los articulaba previamente. Lo cual supone que estos
elementos no expresan en sí mismos intereses de clase, sino que el discurso al cual está n articulados
y el tipo de sujeto creado por ese discurso le confieren el cará cter de clase.
Hegemonía y guerra deposición. Es só lo ahora, después de haber explicitado la problemá tica anti-
reduccionista de la ideología que el concepto gramsciano de hegemonía implica, cuando podemos
entender el significado y todo el alcance de este concepto de hegemonía; una clase es hegemó nica
cuando logra articular a su discurso la abrumadora mayoría de los elementos ideoló gicos
característicos de una determinada formació n social, en particular los elementos nacional- populares
que le permiten convertirse en la clase que expresa el interés nacional. Por lo tanto, la hegemonía de
una clase es un fenó meno má s complejo que el de la simple direcció n política: esta ú ltima es, en
efecto, la consecuencia de otro aspecto que posee una importancia primordial. Es la creació n de un
discurso ideoló gico coherente y unificado, resulta de la articulació n al sistema de valores de una
clase de aquellos otros elementos ideoló gicos existentes en una coyuntura histó rica determinada de
la sociedad en cuestió n. Porque estos elementos no tienen necesariamente connotaciones de clase,
constituyen el terreno de la lucha ideoló gica entre las dos clases que se enfrentan por la hegemonía.
En consecuencia, si una clase llega a ser hegemó nica no será , como quisieran algunos intérpretes de
Gramsci, porque consiga imponer sobre la sociedad su ideología de clase, o porque establezca
mecanismos para legitimar su poder de clase.
Este tipo de interpretació n altera completamente la naturaleza del pensamiento de Gramsci porque
reduce su concepció n de ideología a la concepció n marxista tradicional de la falsa conciencia, que
necesariamente lleva a presentar la hegemonía como un fenó meno de inculcació n ideoló gica. Ahora
bien, es justamente contra este tipo de reduccionismo que Gramsci se rebela cuando afirma que “la
política no es un marché de dupes”.54 Para él la ideología no es la justificació n mistificada-
mistificadora de un poder de clase ya constituido; es el “terreno en donde los hombres adquieren
conciencia de sí mismos”, y la hegemonía, por lo tanto no puede reducirse a un proceso de
dominació n ideoló gica.
Una vez entendido el verdadero sentido de la hegemonía en Gramsci, todas las pseudo-
incoherencias de su obra desaparecen. Se aclara, por ejemplo, el problema de saber por qué Gramsci
utiliza su concepció n indistintamente para designar las prá cticas de la burguesía y las de la clase
obrera, y por qué contempla la posibilidad de la hegemonía de una clase antes de la toma del poder.
El vínculo que se había establecido entre hegemonía y dominació n ideoló gica impedía apreciar la
coherencia interna del pensamiento de Gramsci y lo presentaba lleno de antinomias. Pero una vez
establecida la problemá tica de la ideología que opera en estado prá ctico en la concepció n
gramsciana, todas sus otras concepciones encajan naturalmente en un conjunto perfectamente
estructurado y el sentido subyacente de su pensamiento se manifiesta en toda su coherencia. Daré
solo un ejemplo, pero es un ejemplo de crucial importancia, ya que se refiere a la concepció n que le
sirve de base a Gramsci para construir el conjunto de su estrategia para la transició n hacia el
socialismo en Occidente, me refiero a la guerra de la posició n.
El pensamiento de Gramsci sobre la estrategia de la clase obrera en su lucha por el socialismo se
organiza en torno a su concepció n de hegemonía: su punto de partida es la ampliació n del concepto
dé hegemonía que, segú n vimos, Gramsci empezó a considerar aplicable también a la burguesía,
porque entendía que el poder del Estado no se limitaba al poder de una sola clase y que la burguesía
había logrado asegurarse una “base histó rica” un grupo de aliados gobernados por ella, a través de
sus aparatos hegemó nicos. En este sentido, había creado un “hombre-colectivo”, que funcionaba
como sujeto político autó nomo. De aquí concluyó Gramsci que la lucha política no tiene lugar
ú nicamente entre las dos clases antagó nicas fundamentales, ya que los “sujetos políticos” no son
clases sociales sino “voluntades colectivas”, que abarcan un conjunto de grupos sociales fusionados
alrededor de una clase fundamental. Y si la lucha entre las clases antagó nicas constituye en ú ltima
instancia el nivel determinante de toda lucha política, la lucha de todos los demá s grupos de una
formació n social, no obstante, tiene que articularse a ella. Estos otros grupos suministran la “base
histó rica” de una clase dominante y es en este terreno en donde tiene lugar la lucha por la
54
. QC II, p. 1330.
hegemonía -en virtud de la cual una clase fundamental intenta ganar la adhesió n de los otros grupos
sociales-. En consecuencia el proceso revolucionario no puede restringirse a un movimiento
organizado sobre estrictas líneas de clase, que tendería a desarrollar una conciencia puramente
proletaria, desligada del resto de la sociedad. En efecto, el camino hacia la hegemonía exige tener en
cuenta un doble proceso: la conciencia de sí mismo como grupo autó nomo y la creació n de una base
del consenso:
El estudio del desarrollo de estas fuerzas innovadoras, desde los grupos subalternos hasta los
grupos dirigentes, tiene que empeñarse, sin embargo, en la búsqueda e identificación de las fases a
través de las cuales ellas han adquirido autonomía con relación a los enemigos que deberán
derrotar. También debe indagar sobre la adhesión de los grupos que en forma activa o pasiva las
han ayudado, pues todo este proceso fue históricamente necesario para que pudieran unirse en un
Estado. El nivel de conciencia histórico-político que estas fuerzas innovadoras han obtenido
progresivamente y por fases, está medido por estos dos patrones y no sólo por su separación de las
fuerzas dominantes anteriores.55
En consecuencia, resulta vital que la clase obrera no se aísle en un gueto minú sculo de purismo
proletario. Al contrario, debe tratar de convertirse en una “clase nacional”, representando los
intereses de un creciente nú mero de grupos sociales. Para lo cual debe destruir las bases histó ricas
de la hegemonía burguesa, desarticulando el bloque ideoló gico que expresa a la direcció n intelectual
de la burguesía. Só lo bajo esta condició n podrá la clase obrera rearticular un nuevo sistema
ideoló gico que le sirva de cemento al bloque hegemó nico en cuyo seno ella desempeñ ará el papel de
fuerza dirigente. Este proceso de desarticulació n-rearticulació n constituye la célebre “guerra de
posició n”, que Gramsci concibe como la estrategia revolucionaria que mejor se adapta a los países en
donde la burguesía ha logrado asentar firmemente su hegemonía, merced al desarrollo de la
sociedad civil. A menos que se haya captado el verdadero significado de la hegemonía en Gramsci
-que consiste en, la capacidad de una clase fundamental para articular a su discurso los elementos
ideoló gicos característicos de una determinada formació n social- será imposible entender la
naturaleza de la guerra de posició n.
En efecto, la guerra de posició n es el proceso de lucha ideoló gica a través del cual las dos clases
fundamentales pugnan por apropiarse de los elementos ideoló gicos no-clasistas para integrarlos al
sistema ideoló gico que se articula alrededor de sus respectivos principios hegemó nicos. Esta es, en
consecuencia, só lo una etapa de la lucha, en la cual se consolida el nuevo bloque hegemó nico, pero es
un momento decisivo porque en política, al decir de Gramsci, “una vez que la guerra de posició n se
ha ganado, se la ha ganado definitivamente”.56 Será , en efecto, solo una cuestió n de tiempo el que las
relaciones militares de fuerzas empiecen a inclinarse hacia el bloque de las fuerzas socialistas, una
vez que el conjunto de las fuerzas populares se congreguen bajo la égida del socialismo, y que la
burguesía se encuentre aislada. Así, lejos de representar una estrategia reformista -como lo
sostienen ciertas interpretaciones acerca de Gramsci-57 la guerra de posició n representa el traslado a
la estrategia política de una concepció n no-reduccionista de la ideología y de la política. Esta subraya
el papel fundamental de la lucha ideoló gica y el cará cter de guerra popular que deberá adoptar la
lucha por el socialismo: “en la política, la guerra de posició n es la concepció n de hegemonía”.58 Esta
afirmació n de Gramsci só lo puede entenderse a la luz de la problemá tica anti-reduccionista de la
ideología, que hemos presentado como la condició n de inteligibilidad de su concepció n de
hegemonía. Só lo cuando esto se haya captado plenamente, podrá n entreverse todas las
consecuencias políticas que involucra y que cristaliza en una concepció n de la revolució n socialista
enfocada no como un proceso estrictamente proletario, sino como un proceso complejo de
transformaciones políticas e ideoló gicas en donde la clase obrera asume el papel dirigente. La guerra
55
. QC III, p. 2289.
56
. QC II, p. 802.
57
. Perry Anderson sostiene este enfoque en su artículo “The Antinomies of Antonio Gramsci", New Left Review Nº 100,
1977. Su interpretació n de Gramsci ilustra de qué modo la falta de comprensió n de la naturaleza de la hegemonía en
Gramsci y de la problemá tica anti-reduccionista de la ideología que ella implica, impide captar tanto la especificidad del
pensamiento de Gramsci como su coherencia.
58
. QC II, p. 973.
de posició n -entendida como lucha por la hegemonía- en el seno de todos los sectores anti-
capitalistas, también explica la insistencia de Gramsci en el cará cter “nacional” de la lucha:
La situación internacional debe ser considerada en su aspecto nacional. En los hechos , la
relación ‘nacional’ es el resultado de una combinación única (en cierto sentido) y ‘original
Originalidad y singularidad que es preciso entender plenamente si aspira a dominarla y
conducirla. Por supuesto, la línea del desarrollo es hacia el internacionalismo, pero el punto de
partida es 'nacional' y es desde este punto de partida desde donde debe emprenderse la acción. 59
Conclusión
En este artículo hemos argumentado que en la concepció n de hegemonía de Gramsci subyace en
estado prá ctico una problemá tica de la ideología radicalmente anti-economicista, y que esta
constituye la condició n de inteligibilidad de la especificidad de su concepto de hegemonía. No
sostenemos, sin embargo, que Gramsci haya resuelto -aú n en el estado prá ctico- todos los problemas
implícitos en la teoría marxista de la ideología. En todo caso, las herramientas conceptuales de que
disponía han sido totalmente superadas. Hoy en día estamos equipados para tratar el problema de la
ideología en forma mucho má s rigurosa, gracias a los desarrollos que han tenido lugar en disciplinas
tales como la lingü ística y el sicoaná lisis. Con todo, la contribució n de Gramsci a la teoría marxista de
la ideología conserva una importancia crucial, por varias razones:
Gramsci fue el primero en destacar la naturaleza material de la ideología, su existencia como nivel
necesario de toda formació n social, su incorporació n a las prá cticas y su materializació n en aparatos.
1) Rompió radicalmente con la concepció n de ideología como falsa conciencia, es decir, como
representació n distorsionada de la realidad en razó n de su determinació n por el lugar que los
sujetos ocupan en las relaciones de producció n, y anticipó la concepció n de ideología como prá ctica
productora de sujetos.
2) Finalmente, cuestionó el principio general del reduccionismo, que les atribuye a todos los
elementos ideoló gicos una necesaria connotació n de clase.
En cuanto respecta a los dos primeros puntos, Luis Althusser recogió y desarrolló ampliamente el
pensamiento de Gramsci -si bien llegó al mismo punto de vista por un camino diferente-, las ideas
gramscianas se han difundido a través de la escuela de Althusser. Pero en lo que toca a su crítica del
reduccionismo, es infortunado que su contribució n no se haya reconocido plenamente. De ahí que
sea urgente la necesidad de desarrollar todas las potencialidades teó ricas que su pensamiento abre
en esta direcció n, tanto má s cuanto que la teoría marxista de la ideología aú n no ha logrado liberarse
por completo de la problemá tica reduccionista y permanece maniatada por formas solapadas del
economicismo.
Para los investigadores marxistas que trabajan en el campo de la ideología, la vigencia e
importancia de la obra de Gramsci estriba en que su concepció n allana el camino para resolver el
problema má s serio que se le plantea a la teoría marxista de la ideología. Este problema consiste en
superar el economicismo permaneciendo, sin embargo, dentro de la problemá tica del materialismo
histó rico. En efecto, una vez superada la fase elemental que veía en la ideología un mero
epifenó meno, la teoría marxista tiene que enfrentar todavía esta dificultad: mostrar có mo puede
afirmarse que la prá ctica ideoló gica goza de verdadera autonomía y eficacia, al tiempo que se sigue
sosteniendo el principio de la determinació n en ú ltima instancia por la economía. Es un problema
que el mismo Althusser no ha podido resolver satisfactoriamente, razó n que no hace mucho le
mereció la acusació n de economicista.60 Con todo, si sus críticos proponen una solució n que
efectivamente supera el problema del economicismo, es al precio de abandonar él campo del
materialismo histó rico. En efecto, al identificar el economicismo con la tesis de la determinació n en
ú ltima instancia por la economía y al proponer como solució n la autonomía total de las prá cticas
ideoló gicas, colocan en entredicho los principios bá sicos del materialismo histó rico.
En la obra de Gramsci puede encontrarse el bosquejo de otro tipo de solució n a este problema,
59
. QC III, p. 1729.
60
. Sobre esta materia, ver Paul Hirst, “Althusser and the Theory of Ideology", Economy and Society, vol, 5, No. 4, 1976.
que vale la pena analizar antes de decidir si la solució n al problema del economicismo es realmente
imposible dentro del marco teó rico del marxismo. Tal como la presentamos aquí, la problemá tica de
la hegemonía contiene, en estado prá ctico, los trazos generales de una articulació n posible entre la
autonomía relativa de la ideología y la determinació n en ú ltima instancia por la economía. La
concepció n de ideología que se desprende de la concepció n gramsciana de la hegemonía, le atribuye
a aquella una autonomía real, puesto que los elementos que la prá ctica ideoló gica pretende
transformar no poseen una necesaria connotació n de clase y por lo tanto no constituyen la
representació n ideoló gica de los intereses existentes en el nivel econó mico. Pero, por otra parte, esta
autonomía no es incompatible con la determinació n en ú ltima instancia por la economía, ya que los
principios hegemó nicos que sirven para articular estos elementos son suministrados por las clases
fundamentales. Con esto, desde luego, apuntamos tan só lo al á rea en donde podría encontrarse una
solució n, pero está claro que si se pretende trabajar en esta direcció n, todavía quedan muchos
problemas por resolver antes de arribar a la formulació n de una solució n teó rica. Es un á rea, sin
embargo, que parece abrir el camino para un trabajo fructífero.
Para finalizar, quisiera señ alar otro campo en el que la concepció n de hegemonía de Gramsci abre
perspectivas sumamente fecundas. Se refiere a su concepció n de la política. Gramsci estaba
plenamente consciente de ello, como que señ aló la necesidad de combatir al economicismo “no solo
en la teoría de la historiografía sino también -y má s específicamente- en la prá ctica política y en la
teoría”, reafirmando que “en este terreno la lucha puede y debe conducirse desarrollando el
concepto de hegemonía”.61 Las formas como el economicismo se manifiesta en el terreno de la
política son muy variadas y van desde la “actitud de esperemos-y-veremos” de la Segunda
Internacional, hasta el “purismo” de la extrema izquierda. Dos formas aparentemente opuestas pero
que expresan la misma falta de comprensió n de la verdadera naturaleza de la política y de su papel
en una formació n social. El error fundamental de la concepció n economicista -su enfoque
epifenomenalista y reduccionista de las superestructuras se manifiesta aquí en una concepció n
instrumental del Estado y de la política-. Identificar al Estado con el aparato represivo reduce el
terreno de la política, porque excluye su relació n vital con la lucha ideoló gica. La concepció n
“ampliada” del Estado en Gramsci, que corre pareja con el papel que le atribuye a la hegemonía,
recupera esta dimensió n olvidada de la política y le asigna a la lucha ideoló gica un papel
fundamental en la lucha política. La política ya no se concibe entonces como una actividad
especializada y aparte, para convertirse en una dimensió n que está presente en todos los campos de
la actividad humana. En efecto, si el individuo solo puede convertirse en sujeto mediante su
participació n en un “hombre-masa”, no existe aspecto alguno de la experiencia humana que escape a
la política, que se extiende a zonas aparentemente tan alejadas como el “sentido comú n”.
Esta concepció n de la política permitiría elaborar una aproximació n fatalmente nueva al problema
del poder, que por lo general los marxistas han tratado a la ligera. En realidad, solo cuando se
recupera la dimensió n hegemó nica de la política, que se expresa en la noció n gramsciana del “Estado
integral”, y cuando se acepte que la supremacía de una clase no se ejerce ú nicamente por medio de
su dominació n sobre los adversarios sino ademá s en virtud de su papel dirigente sobre los grupos
aliados, podrá empezarse a entender que el poder lejos de localizarse exclusivamente en los
aparatos represivos del Estado, se ejerce a todos los niveles de la sociedad y es una “estrategia”
-como lo plantea Michel Foucault-.62 De manera que este es otro campo de investigació n
importantísimo que la concepció n no-reduccionista de la ideología formulada por Gramsci le abre al
marxismo.
Sorprende realmente la extraordinaria convergencia de algunas investigaciones contemporá neas
con el pensamiento de Gramsci -como las de Foucault o Derrida- que formulan una concepció n de la
política enteramente nueva. Habiendo reconocido el cará cter anti-reduccionista de su pensamiento,
no me parece aventurado pronosticar que la importancia de la obra de Gramsci, así como su
61
. QC III, p. 1596.
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Los ú ltimos trabajos de Foucault a partir de L’Ordre du Discours, lo han llevado a destacar cada vez má s la funció n,
política de los intelectuales. El trabajo de Derrida en el GREPH, lo han llevado a poner al descubierto la dimensió n
política de la prá ctica filosó fica. La investigació n de ambos desemboca en una nueva concepció n de la política y del
poder, que ya en varios puntos anticipara Gramsci.
influencia, seguirá n creciendo en el futuro.
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