Salmo 1

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Salmo 1 Los dos caminos del hombre

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.

Será como un árbol


plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así;


serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.

Salmo 2 El mesías rey vencedor

¿Por qué se amotinan las naciones,


y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,


los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:

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"rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo".

El que habita en el cielo sonríe,


el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
"yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo".

Voy a proclamar el decreto del Señor;


El me ha dicho:
"Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo:
te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:

los gobernarás con cetro de hierro,


los quebrarás como jarro de loza".

Y ahora, reyes, sed sensatos;


escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Salmo 3 confianzas en medio de la angustia

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Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
"ya no lo protege Dios".

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,


tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
El me escucha desde su monte santo.

Puedo acostarme y dormir y despertar:


el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.

Levántate, Señor;
sálvame, Dios mío:
tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla,
rompiste los dientes de los malvados.

De ti, Señor, viene la salvación


y la bendición sobre tu pueblo.

Salmo 8 majestad del señor

Señor, Dios nuestro,


que admirable es tu nombre en toda la tierra.

Cuando contemplo el cielo,


obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado.

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Qué es el hombre para que te acuerdes de él;
el ser humano, para darle poder.

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,


lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies.

Rebaños de ovejas y toros,


y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
todo lo sometiste bajo sus pies.

Salmo 11 Invocación a la fidelidad de Dios.

Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos,


que desaparece la lealtad entre los hombres:
no hacen más que mentir a su prójimo,
hablan con labios embusteros
y con doblez de corazón.

Extirpe el Señor los labios embusteros


y la lengua fanfarrona
de los que dicen: "la lengua es nuestra fuerza,
nuestros labios nos defienden,
¿quién será nuestro amor?"

El Señor responde: "por la opresión del humilde,


por el gemido del pobre,
yo me levantaré,

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y pondré a salvo al que lo ansía".

Las palabras del Señor son palabras auténticas,


como plata limpia de ganga,
refinada siete veces.

Tú nos guardarás, Señor,


nos librarás para siempre de esa gente:
de los malvados que merodean
para chupar como sanguijuelas sangre humana.

Salmo 21 Dios mío, Dios mío

Dios mío, Dios mío,


¿por qué me has abandonado?
a pesar de mis gritos,
mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito,
y no respondes;
de noche, y no me haces caso;
aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de Israel.

En tí confiaban nuestros padres;


confiaban, y los ponías a salvo;
a tí gritaban, y quedaban libres;
en tí confiaban, y no los defraudaste.

Pero yo soy un gusano, no un hombre,


vergüenza de la gente,
desprecio del pueblo;

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al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
"acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere".

Tú eres quien me sacó del vientre,


me tenías confiado
en los pechos de mi madre;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos,
que el peligro está cerca
y nadie me socorre.

Me acorrala un tropel de novillos,


me cercan toros de Basán;
abren contra mí las fauces
leones que descuartizan y rugen.

Estoy como agua derramada,


tengo los huesos descoyuntados;
mi corazón, como cera,
se derrite en mis entrañas;

mi garganta está seca como una teja,


la lengua se me pega al paladar;
me aprietas
contra el polvo de la muerte.

Me acorrala una jauría de mastines,


me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,

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puedo contar mis huesos.

Ellos me miran triunfantes,


se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;


fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
líbrame a mí de la espada,
y a mí única vida de la garra del mastín;
sálvame de las fauces del león;
a éste pobre, de los cuernos del búfalo.

Contaré tu fama a mis hermanos,


en medio de la asamblea te alabaré.

Salmo 22 El Señor es mi pastor

El Señor es mi Pastor, nada me falta:


en verdes praderas me hace recostar;

me conduce hacia fuentes tranquilas


y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,


nada temo, porque tu vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,

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enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan


todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

Salmo 50 Misericordia, Dios mío

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,


por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,


tengo siempre presente mi pecado:
contra tí, contra tí sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,


en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,


y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

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Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,


renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,


afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,


Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:


si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,


reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

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Salmo 122 El Señor, esperanza del pueblo

A ti levanto mis ojos,


a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos


fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,


que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Salmo 123 Nuestro auxilio es el nombre del


Señor

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte


-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,


llegándonos el torrente hasta el cuello;

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nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó


en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,


que hizo el cielo y la tierra.

Salmo 124 Dios, alegría y esperanza nuestra

Los que confían en el Señor son como el monte


Sión:
no tiembla, está asentado para siempre.

Jerusalén está rodeada de montañas,


y el Señor rodea a su pueblo
ahora y por siempre.

No pesará el cetro de los malvados


sobre el lote de los justos,
no sea que los justos extiendan
su mano a la maldad.

Señor, concede bienes a los buenos,


a los sinceros de corazón;
y a los que se desvían por sendas tortuosas,

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que los rechace el Señor con los malhechores.
¡Paz a Israel!

Salmo 125 Dios alegría y esperanza nuestra

Cuando el señor cambió la suerte de Sión,


Nos parecía soñar:
La boca se nos llenaba de risas,
La lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:


El Señor ha estado grande con ellos.
El Señor ha estado grande con nosotros
Y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte


Como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
Cosechan entre cantares.

Al ir, iban llorando,


Llevando la semilla;
Al volver, vuelven cantando,
Trayendo sus gavillas.

Salmo 126 El esfuerzo humano es inútil sin Dios

Si el Señor no construye la casa,


en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

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Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;


su salario, el fruto del vientre:
son saetas en manos de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena


con ellas su aljaba:
No quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.

Salmo 127 Paz doméstica en el hogar del justo

Dichoso el que teme al Señor


y sigue sus caminos.

Comerás del fruto de tu trabajo,


serás dichoso, te irá bien;
tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;

tus hijos, como renuevos de olivo,


alrededor de tu mesa:
ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.

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Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!

Salmo 129

Desde lo hondo a ti grito, Señor;


Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,


¿quién podrá resistir?
Pero de tí procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,


espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,


como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

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Salmo 130 Abandono confiado en los brazos de
Dios

Señor, mi corazón no es ambicioso,


ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor


ahora y por siempre.

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