Celebrar El Misterio
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PRIMERA SECCIÓN:
LA ECONOMÍA SACRAMENTAL
CAPÍTULO SEGUNDO
LA CELEBRACIÓN SACRAMENTAL DEL MISTERIO PASCUAL
ARTÍCULO 1
CELEBRAR LA LITURGIA DE LA IGLESIA
I. ¿Quién celebra?
1136 La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Los que desde ahora la celebran
participan ya, más allá de los signos, de la liturgia del cielo, donde la celebración es
enteramente comunión y fiesta.
1139 En esta liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el
Misterio de la salvación en los sacramentos.
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participación activa de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto sea
posible, a una celebración individual y casi privada" (SC 27).
1141 La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, "por el nuevo
nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y
sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de todas las obras propias del cristiano,
sacrificios espirituales" (LG 10). Este "sacerdocio común" es el de Cristo, único Sacerdote,
participado por todos sus miembros (cf LG 10; 34; PO 2):
«La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación
plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia
misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano "linaje
escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 P 2,9; cf 2,4-5)» (SC 14).
1142 Pero "todos los miembros no tienen la misma función" (Rm 12,4). Algunos son llamados
por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son
escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace
aptos para actuar como representantes de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los
miembros de la Iglesia (cf PO 2 y 15). El ministro ordenado es como el "icono" de Cristo
Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la
Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en
primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.
1143 En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen también otros
ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas funciones son
determinadas por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las necesidades pastorales.
"Los acólitos, lectores, monitores y los que pertenecen a la schola cantorum desempeñan un
auténtico ministerio litúrgico" (SC 29).
1144 Así, en la celebración de los sacramentos, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según
su función, pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las celebraciones
litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le
corresponde según la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 28).
II ¿Cómo celebrar?
Signos y símbolos
1145 Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía
divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura
humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la
persona y la obra de Cristo.
1146 Signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar
importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las
realidades espirituales a través de signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre
necesita signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y
acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios.
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1147 Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la
inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador (cf Sb 13,1; Rm 1,19-20;
Hch 14,17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan
de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.
1148 En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de
la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su
culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar
y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y
la gratitud del hombre hacia su Creador.
1150 Signos de la Alianza. El pueblo elegido recibe de Dios signos y símbolos distintivos que
marcan su vida litúrgica: no son ya solamente celebraciones de ciclos cósmicos y de
acontecimientos sociales, sino signos de la Alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios
en favor de su pueblo. Entre estos signos litúrgicos de la Antigua Alianza se puede nombrar la
circuncisión, la unción y la consagración de reyes y sacerdotes, la imposición de manos, los
sacrificios y, sobre todo, la Pascua. La Iglesia ve en estos signos una prefiguración de los
sacramentos de la Nueva Alianza.
1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de
los signos de la creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc 8,10). Realiza
sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos
(cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua
Alianza, sobre todo al Éxodo y a la Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque Él mismo es el sentido
de todos esos signos.
Palabras y acciones
1153 Toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en
Cristo y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones
y de palabras. Ciertamente, las acciones simbólicas son ya un lenguaje, pero es preciso que la
Palabra de Dios y la respuesta de fe acompañen y vivifiquen estas acciones, a fin de que la
semilla del Reino dé su fruto en la tierra buena. Las acciones litúrgicas significan lo que
expresa la Palabra de Dios: a la vez la iniciativa gratuita de Dios y la respuesta de fe de su
pueblo.
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1154 La liturgia de la Palabra es parte integrante de las celebraciones sacramentales. Para
nutrir la fe de los fieles, los signos de la Palabra de Dios deben ser puestos de relieve: el libro
de la Palabra (leccionario o evangeliario), su veneración (procesión, incienso, luz), el lugar de
su anuncio (ambón), su lectura audible e inteligible, la homilía del ministro, la cual prolonga
su proclamación, y las respuestas de la asamblea (aclamaciones, salmos de meditación,
letanías, confesión de fe).
Canto y música
1156 "La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable
que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado,
unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne" (SC 112).
La composición y el canto de salmos inspirados, con frecuencia acompañados de instrumentos
musicales, estaban ya estrechamente ligados a las celebraciones litúrgicas de la Antigua
Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta tradición: "Recitad entre vosotros salmos,
himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5,19; cf Col
3,16-17). "El que canta ora dos veces" (San Agustín, Enarratio in Psalmum 72,1).
1157 El canto y la música cumplen su función de signos de una manera tanto más significativa
cuanto "más estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica" (SC 112), según tres
criterios principales: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la
asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración. Participan así de
la finalidad de las palabras y de las acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de
los fieles (cf SC 112):
«¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de
vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra
verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las
lágrimas, y me iba bien con ellas (San Agustín, Confessiones 9, 6, 14).
1158 La armonía de los signos (canto, música, palabras y acciones) es tanto más expresiva y
fecunda cuanto más se expresa en la riqueza cultural propia del pueblo de Dios que celebra (cf
SC 119). Por eso "foméntese con empeño el canto religioso popular, de modo que en los
ejercicios piadosos y sagrados y en las mismas acciones litúrgicas", conforme a las normas de
la Iglesia "resuenen las voces de los fieles" (SC 118). Pero "los textos destinados al canto
sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más aún, deben tomase
principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas" (SC 121).
Imágenes sagradas
1159 La imagen sagrada, el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo. No puede
representar a Dios invisible e incomprensible; la Encarnación del Hijo de Dios inauguró una
nueva "economía" de las imágenes:
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«En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura no podía de ningún modo ser
representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con
los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios. [...] Nosotros sin embargo,
revelado su rostro, contemplamos la gloria del Señor» (San Juan Damasceno, De sacris
imaginibus oratio 1,16).
1161 Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las
imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a
Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de testigos" (Hb 12,1) que continúan
participando en la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la
celebración sacramental. A través de sus iconos, es el hombre "a imagen de Dios", finalmente
transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8,29; 1 Jn 3,2), quien se revela a nuestra fe, e incluso
los ángeles, recapitulados también en Cristo:
1162 "La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos,
del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios"
(San Juan Damasceno, De sacris imaginibus oratio 127). La contemplación de las sagradas
imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos,
forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se
grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.
El tiempo litúrgico
1163 «La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su
divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana,
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en el día que llamó "del Señor", conmemora su resurrección, que una vez al año celebra
también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el
ciclo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo. [...] Al conmemorar así los misterios de la
redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los
hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se
llenen de la gracia de la salvación" (SC 102).
1164 El pueblo de Dios, desde la ley mosaica, tuvo fiestas fijas a partir de la Pascua, para
conmemorar las acciones maravillosas del Dios Salvador, para darle gracias por ellas,
perpetuar su recuerdo y enseñar a las nuevas generaciones a conformar con ellas su conducta.
En el tiempo de la Iglesia, situado entre la Pascua de Cristo, ya realizada una vez por todas, y
su consumación en el Reino de Dios, la liturgia celebrada en días fijos está toda ella
impregnada por la novedad del Misterio de Cristo.
1165 Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su oración:
¡Hoy!, como eco de la oración que le enseñó su Señor (Mt 6,11) y de la llamada del Espíritu
Santo (Hb 3,7-4,11; Sal 95,7). Este "hoy" del Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar,
es la "Hora" de la Pascua de Jesús, que atraviesa y guía toda la historia humana:
«La vida se ha extendido sobre todos los seres y todos están llenos de una amplia luz: el
Oriente de los orientes invade el universo, y el que existía "antes del lucero de la mañana" y
antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo brilla sobre todos los seres más
que el sol. Por eso, para nosotros que creemos en él, se instaura un día de luz, largo, eterno,
que no se extingue: la Pascua mística» (Pseudo-Hipólito Romano, In Sanctum Pascha 1-2).
«El día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día. Por eso es
llamado día del Señor: porque es en este día cuando el Señor subió victorioso junto al Padre.
Si los paganos lo llaman día del sol, también lo hacemos con gusto; porque hoy ha amanecido
la luz del mundo, hoy ha aparecido el sol de justicia cuyos rayos traen la salvación» (San
Jerónimo, In die Domnica Paschae homilia).
1167 El domingo es el día por excelencia de la asamblea litúrgica, en que los fieles "deben
reunirse para, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la
pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias a Dios, que los hizo renacer a la
esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (SC 106):
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«Cuando meditamos, [oh Cristo], las maravillas que fueron realizadas en este día del domingo
de tu santa y gloriosa Resurrección, decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo
comienzo la Creación [...] la salvación del mundo [...] la renovación del género humano [...] en
él el cielo y la tierra se regocijaron y el universo entero quedó lleno de luz. Bendito es el día del
domingo, porque en él fueron abiertas las puertas del paraíso para que Adán y todos los
desterrados entren en él sin temor» (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum Ecclesiae Antiochenae
Syrorum, v 6 [Mossul 1886] p. 193b).
El año litúrgico
1168 A partir del "Triduo Pascual", como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la
Resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor. El año, gracias a esta fuente, queda
progresivamente transfigurado por la liturgia. Es realmente "año de gracia del Señor" (cf Lc
4,19). La economía de la salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su cumplimiento
en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado, como
pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad.
1169 Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la "Fiesta de las fiestas",
"Solemnidad de las solemnidades", como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el
gran sacramento). San Atanasio la llama "el gran domingo" (Epistula festivalis 1 [año 329], 10:
PG 26, 1366), así como la Semana Santa es llamada en Oriente "la gran semana". El Misterio
de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo
con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido.
1170 En el Concilio de Nicea (año 325) todas las Iglesias se pusieron de acuerdo para que la
Pascua cristiana fuese celebrada el domingo que sigue al plenilunio (14 del mes de Nisán)
después del equinoccio de primavera. Por causa de los diversos métodos utilizados para
calcular el 14 del mes de Nisán, en las Iglesias de Occidente y de Oriente no siempre coincide
la fecha de la Pascua. Por eso, dichas Iglesias buscan hoy un acuerdo, para llegar de nuevo a
celebrar en una fecha común el día de la Resurrección del Señor.
1171 El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto
vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al misterio de la Encarnación
(Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos
comunican las primicias del misterio de Pascua.
1173 Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria de los mártires y los demás santos
"proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido
glorificados con Él; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo
al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos" (SC 104; cf SC 108 y 111).
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IV ¿Dónde celebrar?
1179 El culto "en espíritu y en verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar
exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando los
fieles se reúnen en un mismo lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras vivas",
reunidas para "la edificación de un edificio espiritual" (1 P 2,4-5). El Cuerpo de Cristo
resucitado es el templo espiritual de donde brota la fuente de agua viva. Incorporados a Cristo
por el Espíritu Santo, "somos el templo de Dios vivo" (2 Co 6,16).
1180 Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no es impedido (cf DH 4), los cristianos
construyen edificios destinados al culto divino. Estas iglesias visibles no son simples lugares
de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios
con los hombres reconciliados y unidos en Cristo.
1181 "En la casa de oración se celebra y se reserva la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y
se venera para ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador,
ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Esta casa de oración debe ser hermosa y
apropiada para la oración y para las celebraciones sagradas" (PO 5; cf SC 122-127). En esta
"casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que la constituyen deben manifestar a
Cristo que está presente y actúa en este lugar (cf SC 7):
1182 El altar de la Nueva Alianza es la Cruz del Señor (cf Hb 13,10), de la que manan los
sacramentos del Misterio pascual. Sobre el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace
presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales. El altar es también la mesa del
Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado (cf. Institución general del Misal romano, 259:
Misal Romano). En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo del sepulcro
(Cristo murió y resucitó verdaderamente).
1183 El tabernáculo debe estar situado "en las iglesias en el lugar más digno y con el máximo
honor" (Pablo VI, Carta enc. Mysterium fidei). La nobleza, la disposición y la seguridad del
tabernáculo eucarístico (SC 128) deben favorecer la adoración del Señor realmente presente
en el Santísimo Sacramento del altar.
El Santo Crisma (Myron), cuya unción es signo sacramental del sello del don del Espíritu
Santo, es tradicionalmente conservado y venerado en un lugar seguro del santuario. Se puede
colocar junto a él el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos.
1184 La sede del obispo (cátedra) o del sacerdote "debe significar su oficio de presidente de la
asamblea y director de la oración" (cf. Institución general del Misal romano, 271: Misal
Romano).
El ambón: "La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado
para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la
atención de los fieles" (cf. Institución general del Misal romano, 272: Misal Romano).
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1185 La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo debe tener
lugar apropiado para la celebración del Bautismo (baptisterio) y favorecer el recuerdo de las
promesas del bautismo (agua bendita).
La renovación de la vida bautismal exige la penitencia. Por tanto, el templo debe estar
preparado para que se pueda expresar el arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual
exige asimismo un lugar apropiado.
El templo también debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración silenciosa, que
prolonga e interioriza la gran plegaria de la Eucaristía.
1186 Finalmente, el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la casa de Dios
ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado
al mundo de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia visible simboliza
la casa paterna hacia la cual el pueblo de Dios está en marcha y donde el Padre "enjugará toda
lágrima de sus ojos" (Ap 21,4). Por eso también la Iglesia es la casa de todos los hijos de Dios,
ampliamente abierta y acogedora.