Lobo Espacial PDF
Lobo Espacial PDF
Lobo Espacial PDF
ebookelo.com - Página 2
William King
Lobo espacial
Warhammer 40000. Lobos espaciales 1
ePub r1.2
epublector 20.06.13
ebookelo.com - Página 3
ebookelo.com - Página 4
Título original: Space Wolf
William King, 1999
Traducción: Emilio G. Muñiz (2002)
ebookelo.com - Página 5
PRÓLOGO
EL ÚLTIMO BALUARTE
ebookelo.com - Página 6
Todos los edificios del entorno estaban ardiendo. Ragnar avanzó a duras penas en
medio de la vorágine de la batalla, gritando órdenes a sus hombres.
—Hermano Hrolf, ¡quiero que disparen dos misiles perforantes contra ese
emplazamiento avanzado ahora mismo! El resto formad y preparaos para entrar en
tromba tan pronto como vuele la puerta.
Los asentimientos resonaron en los microrreceptores que los enlazaban con la red
de comunicación. Ragnar corrió desde la entrada en la que había estado
resguardándose hasta un enorme bloque de pared de ladrillos caído que estaba unos
veinte metros más cerca de su objetivo. Los impactos de láser del enemigo fundían el
hormigón tras sus talones; sin embargo, pese a su servoarmadura, se movía con
demasiada rapidez para que los herejes lo alcanzasen. Dio un salto para caer en
cuclillas tras un montón de escombros y esperó unos instantes.
El ruido atronador de la artillería pesada llenó el aire. En la lejanía pudo oír el
rugido de los motores de las Thunderhawk y las numerosas explosiones sónicas
cuando éstas reducían su velocidad desde la zona suborbital. Mientras observaba,
brillantes relámpagos amarillos perforaban las plomizas nubes y hacían visibles las
naves artilladas. Nubes de misiles se desprendían de sus alas y se precipitaban hacia
tierra para machacar las posiciones de los herejes. Comprobó sus armas con la
precisión nacida de un siglo de experiencia, respiró hondo, musitó una plegaria al
Emperador y esperó.
Tenía plena conciencia de todo. Los latidos de su corazón primario eran regulares.
Su cuerpo estaba reparando ya las leves heridas y rasguños que le había causado la
metralla. Podía sentir cómo se cerraba un ligero corte en su cara. Sus sentidos, mucho
más agudos que los sentidos humanos que había tenido en el pasado, mantenían un
flujo constante de información sobre lo que estaba pasando en el circundante campo
de batalla. De cerca podía oler la reconfortante presencia de sus hermanos de batalla,
un compuesto de ceramita endurecida, aceite, la carne de Fenris y los sutiles
marcadores que le indicaban que no eran totalmente humanos. Y más aún, podía
captar los débiles indicios de las feromonas de la rabia, del dolor y del miedo bien
controlado.
Revisó su armadura para asegurarse de que su integridad no había sido
resquebrajada. En varios lugares se percibían algunos impactos de la metralla que
había rebotado en la ceramita endurecida del caparazón. En dos puntos encontró
ampollas sobre la pintura que indicaban el fugaz impacto de un rayo de arma láser.
En uno de esos puntos había una astilla visible sobre la almohadilla del hombro, la
cual estaba rasgada por la bala de un bólter al atravesar el elevado armazón. Nada
serio. Los servomotores que activaban la poderosa armadura de combate solían
trabajar al setenta y cinco por ciento de su capacidad inactivos en la mayoría de los
sistemas para ahorrar energía. Los autosensores incorporados al traje le informaban
ebookelo.com - Página 7
de los débiles indicios de contaminantes y de un residuo de las neurotoxinas que los
herejes habían usado en su ataque sorpresa contra las fuerzas leales cuando
empezaron la rebelión.
Nada que resultase preocupante, se congratuló Ragnar. La capacidad de su cuerpo
para metabolizar el veneno apenas iba a tener trabajo. Se había enfrentado a venenos
suficientemente potentes para producirle dolores de cabeza, espasmos musculares y
mareos mientras su cuerpo se adaptaba a la presencia de éstos. Los dolores actuales
estaban muy cerca de ser tan potentes como aquéllos, pero pese a todas las cosas no
parecían estar tan mal. A decir verdad estaba disfrutando con aquella situación.
Después de un mes de meditación en su celda de El Colmillo y de una semana
encerrado a bordo de uno de los grandes cruceros estelares del Imperio en ruta hacia
esta guerra menor, estaba ansioso por entrar en acción. En realidad, no era nada
sorprendente porque había nacido para ello, y había sido entrenado con esa finalidad.
Toda su vida había sido una preparación para este momento. Después de todo, era
un Marine Espacial Imperial del Capítulo de los Lobos Espaciales. ¿Qué otra cosa
podría pedirle a la vida sino esto? Tenía un bólter cargado en sus manos y, ante sí, a
los enemigos del Emperador. En esta vida no había mayor placer que cumplir con el
deber y acabar con la vida de aquellos lamentables herejes.
La pared de ladrillos que tenía a su espalda se estremecía. Trozos de piedra
golpearon su armadura, lo que le hizo pensar que alguien había alcanzado su refugio
con algo pesado, tal vez un cohete o un proyectil bólter de gran calibre. No es que
importara mucho, porque sabía por experiencia que el hormigón reforzado con hierro
podía soportarlo. Estudió la lectura del cronómetro sobreimpresa en su campo de
visión y se dio cuenta de que había pasado un minuto y cuatro segundos desde que
había cursado las órdenes al hermano Hrolf. Calculaba que a Hrolf le llevaría dos
minutos llegar a la posición, y otros diez segundos preparar el disparo. Era tiempo
más que suficiente para que el resto de sus fuerzas se colocasen en posición. En ese
tiempo, era imposible que los herejes desbaratasen su refugio a menos que contasen
con mucha más potencia de fuego que la que usaban habitualmente.
Aparentemente era una idea que también se le había ocurrido al comandante
enemigo. Ragnar podía oír cómo se acercaba cada vez más el sonido de las
monstruosas orugas. Sabía que debían pertenecer a un vehículo enemigo. Las fuerzas
imperiales acababan de iniciar su descenso de la órbita con los Lobos Espaciales
como punta de lanza. Era demasiado pronto para que algún blindado imperial
aterrizase. La conclusión lógica era sencilla: cualquiera que se acercase no venía en
son de paz. Una llamada del microrreceptor se lo confirmó enseguida.
—Fuerza Ragnar. Tanque Predator enemigo acercándose a su posición. ¿Necesita
ayuda? Corto.
Ragnar se quedó pensativo un instante. En ese momento, la cobertura aérea de las
ebookelo.com - Página 8
Thunderhawk era más necesaria en otra parte, para apoyar a las tropas que se
encontraban todavía en la etapa crítica del aterrizaje bajo el fuego del enemigo. No
quería restarles ayuda a estos hermanos de batalla, especialmente para encargarse de
un simple tanque enemigo.
—Aquí Ragnar. Negativo. Nos ocuparemos del Predator nosotros mismos. Corto.
—Mensaje recibido y entendido. El Emperador vela por vosotros. Corto.
Ragnar sopesó sus posibilidades. Podía oír el avance del tanque, oler los humos
acres de su tubo de escape. El hormigón crujía bajo sus ruedas cuando aquél se
movía. Tenía la opción de pedir al hermano Hrolf que abatiese al tanque con la
potente arma de apoyo del escuadrón, pero eso podría significar la cancelación del
ataque contra el búnker mientras Hrolf se movía a una nueva posición, y Ragnar
dudaba que fuese necesario hacerlo, sobre todo cuando él solo podía encargarse del
tanque.
Revisó los compartimentos de su cinturón y comprobó que todo estaba en su
lugar. Jeringuillas para medicamentos cicatrizantes, dispensadores de granadas,
parches de reparación. Golpeó el dispensador de granadas y cayó una granada
perforante en su mano. Eso estaba bien. Echó una mirada fuera de su escondite y vio
cómo aparecía por la esquina el largo morro del cañón del Predator. Instantes después
apareció ante su vista todo el tanque. Era un diseño estándar de tanque imperial, pero
a diferencia de las netas líneas de los ejércitos planetarios alineados con el Imperio,
había sido espantosamente pintado de rojo sangre, y lucía el desnudo símbolo de
ocho brazos del Caos, pintado en amarillo, en uno de los laterales. Ragnar hizo una
mueca enseñando los dientes enfrente de aquel odiado emblema. Era el signo de los
adoradores del demonio conjurados para derribar todo aquello que Ragnar había
luchado por mantener a lo largo de toda su vida, y la mera visión de ello puso de
manifiesto la ferocidad animal de Ragnar, que era una buena parte de su naturaleza de
Lobo Espacial.
Se puso de pie, calculando la distancia entre él y el tanque con mirada avezada.
Calculó que no habría más de un centenar de pasos, aunque la distancia se acortaba
rápidamente a medida que el tanque avanzaba. Pudo ver cómo los bólters montados
en la torreta giraban a un lado y a otro buscándolo a él. Su posición había sido
controlada y por eso había decidido abandonarla a toda costa.
Los servomotores de su armadura chirriaron cuando se lanzó a la carrera a campo
abierto en dirección al tanque. Otra vez, el fuego de los láseres le pisaba los talones,
pero tal como lo había calculado, los tiradores estaban demasiado sorprendidos por su
inesperada salida del refugio en dirección al tanque para localizarlo con precisión.
Los tiradores del tanque, como es obvio, tampoco podían creer lo que veían sus ojos.
El fuego cruzado pasó sobre su cabeza para alcanzar un objetivo que ya había
quedado atrás. Los tiradores no ponían demasiado entusiasmo, seguros como estaban
ebookelo.com - Página 9
de que su rugiente máquina acabaría haciéndolo pedazos y esparciéndolo por el suelo.
Ragnar tenía toda la intención de demostrarles que estaban equivocados. Iban a pagar
caro haber subestimado a uno de los hijos de Leman Russ.
Ragnar salió disparado directamente hacia el tanque, que, al verlo, apuró la
marcha. Aunque había marchado muchas veces al lado de estos vehículos o colgado
de sus laterales cuando los transportaban a él y a sus hermanos de batalla hasta el
corazón de la lucha, se sorprendió de lo enorme que se veía éste, pero sonrió.
Siempre era diferente cuando había que luchar realmente con una de esas máquinas.
La distancia entre él y el Predator se acortaba rápidamente, y la enorme máquina
atronaba el aire con su vibración. La pestilencia del escape llegó a ser casi
insoportable para su nariz, y el fuego graneado de las armas láseres se pegaba cada
vez más a sus talones.
En el último segundo saltó hacia la derecha, dejando al Predator entre él y el
fuego del búnker enemigo. Alcanzó y lanzó la primera granada perforante entre las
ruedas dentadas y las orugas unidas a ellas. La carga estaba preparada y la explosión
programada para tres segundos, tiempo suficiente para que Ragnar pusiese otra carga.
Cuando ambas explotaron, todas las secciones de la oruga saltaron por los aires y
las ruedas dentadas empezaron a avanzar hasta quedar clavadas en el suelo cuando la
toma de fuerza falló. Una enorme sección de la oruga salió disparada y a punto
estuvo de alcanzar a Ragnar, pero pudo librarse esquivándola gracias a sus reflejos de
relámpago, aguzados hasta un punto sobrehumano por el estrés de la batalla. Había
calculado que la fuerza con que se movían los segmentos de metal hubiera bastado
para rebanarle limpiamente la cabeza.
Privado de la potencia de un juego de orugas, el Predator empezó a dar vueltas
lentamente sobre sí mismo. La oruga del otro lado seguía funcionando y empujando,
pero no servía para nada más que para trazar círculos. Ragnar estaba satisfecho con lo
que había pasado. Como la torreta estaba empezando a moverse en dirección a su
escuadrón, pensó que era el momento de pasar a la siguiente fase de su plan.
De un potente salto, Ragnar se subió al costado del Predator justo por encima del
protector de la oruga. Aterrizó fácilmente, mientras sus botas de ceramita sonaban
sobre el casco, y echó a correr hacia adelante, rogando a Russ que nadie dentro del
tanque se hubiera dado cuenta aún de lo que estaba pasando. Podía oír el bramido
apagado de las órdenes y el griterío confuso del interior, lo cual le hizo pensar que
nadie se había dado cuenta realmente. Dios. Nunca sabrían qué los había golpeado.
Corrió hacia la torreta y vio que la escotilla estaba cerrada. Era una verdadera pena,
pensó Ragnar, pero sin embargo era lo que él esperaba. En los combates que se
desarrollaban en los barrios de una ciudad a ningún comandante de tanque se le
ocurriría andar dando vueltas con la cabeza expuesta. Además, era una locura por
parte del enemigo haber avanzado tanto sin el apoyo de la infantería. A él le habría
ebookelo.com - Página 10
resultado más difícil hacer lo que hizo si hubieran estado presentes los guerreros
armados. Supuso que el tanque había venido tan pronto como pudo respondiendo a la
desesperada petición de ayuda del búnker. Pues bien, se aseguraría de que los herejes
pagasen caro su error.
Se estiró y agarró con ambas manos el asa de la parte superior de la torreta y
luego se alzó hacia ella. Puso en tensión toda la fuerza de sus músculos mejorados y
dio un tirón, pero no pasó nada. Aplicó cada vez más fuerza a los servomotores de su
armadura hasta que las fibras musculares estuvieron tensadas casi al máximo y las
lecturas de mantenimiento sobrescritas en su campo de visión, claramente en rojo.
Lentamente al principio, con un horrible chirrido estremecedor, la escotilla empezó a
salirse de sus goznes. La ceramita se retorcía bajo la terrible potencia del Lobo
Espacial. Ragnar casi perdió el equilibrio cuando se quedó con la tapa de la escotilla
en las manos.
Se produjo una corriente de aire fétido que venía del interior del tanque, y Ragnar
reconoció el hedor de la mutación. Realmente, estos herejes habían pagado el precio
de la obediencia ciega a sus oscuros amos. Se deshizo de la tapa de la escotilla y sacó
una granada desfragmentación del dispensador de su cinturón. Echó una mirada al
interior del tanque y pudo entrever un grupo de caras mutantes horriblemente
desfiguradas que lo miraban fijamente. Una de las caras estaba salpicada de
monstruosas verrugas rojas, cada una de ellas rematada por un ojo. La otra se había
fundido y se escurría como si fuera de cera. La marca de su maldad planeaba sobre
aquellos mutantes: todos tenían su «yo» exterior alterado por los poderes malignos a
los que adoraban, de forma que éste coincidía con su corrupción interior.
Uno de los mutantes sacó la pistola de su cartuchera, pero Ragnar supo por el
pánico ciego reflejado en su cara que la criatura había adivinado lo que iba a pasar a
continuación, y no estaba equivocado. Ragnar soltó la granada en la escotilla abierta
y dio un salto hacia atrás. Seguidamente echó mano de otra granada y la lanzó con
increíble precisión por la abertura superior de la torreta. Entraba dentro de lo posible
que los mutantes pudiesen encontrar una de las granadas y lanzarla hacia afuera, pero
estaba seguro de que no podrían hacerlo con las dos.
El tanque seguía interpuesto entre él y el búnker. Ragnar desenfundó sus armas.
En el lateral del Predator había una escotilla semiabierta por la que estaba tratando de
escaparse uno de la tripulación que se había dado cuenta de la situación. Ragnar la
cerró de una patada y se alejó de un salto justo en el momento en que dos enormes
explosiones sacudieron el tanque. Un chorro de sangre y carne brotó de la abertura de
la torreta, y Ragnar corrió a buscar refugio sabiendo que también era posible que los
sistemas de impulsión del tanque volasen en la explosión.
Por suerte, los ocupantes del búnker estaban distraídos con la suerte de su
vehículo de apoyo, y Ragnar pudo resguardarse bajo el refugio de escombros en el
ebookelo.com - Página 11
que se había escondido antes de que una gigantesca explosión redujese a pedazos el
poderoso vehículo. Enormes trozos del blindaje de metal saltaron en todas
direcciones al explotar el generador de energía. De los restos se elevó una retorcida
columna de grasiento humo negro.
Justo en ese momento, el sonido de otra gigantesca explosión golpeó los oídos de
Ragnar. Supo que el hermano Hrolf había echado abajo la puerta del búnker con el
lanzamisiles. Ragnar dio un salto, comprobando con satisfacción que la puerta de
acero reforzado había salido completamente de sus goznes por efecto de la potente
explosión, y que la fuerza de apoyo de los Lobos Espaciales avanzaba ya hacia la
posición por ambos flancos. Incluso el hermano Snagga, como pudo ver Ragnar, se
lanzó al suelo, y se arrastró sobre el vientre bajo el fuego del búnker para lanzar un
puñado de microgranadas a través de la entrada. Las explosiones y los gritos de
pánico fueron su recompensa. En cuestión de segundos, dos Lobos Espaciales habían
entrado en el búnker. Los disparos cesaron una vez que hubieron acabado con los
supervivientes.
Ragnar sonrió dejando ver dos enormes colmillos lobunos. En sus amarillos ojos
de perro apareció el resplandor del triunfo por haber conseguido una nueva victoria.
En ese momento, captó el leve resplandor de la luz del sol reflejada en algún cristal a
su derecha. El instinto lo empujó a tirarse al suelo, pero ya era demasiado tarde. A
pesar de haber saltado, el proyectil del bólter de un francotirador, impulsado por un
cohete y capaz de perforar la armadura, lo perseguía con demasiada velocidad para
que pudiera evitarlo. Lo único que consiguió con el salto fue ponerse parcialmente
fuera de su trayectoria. El proyectil, que había sido dirigido a su corazón, explotó, en
cambio, dentro de su pecho. Un intenso dolor le recorrió todo el cuerpo, y los
mensajeros de la agonía recorrieron todas sus terminaciones nerviosas. Cayó en un
pozo de lava ardiente de tormento.
—No se preocupe, hermano Ragnar —oyó que le decía una voz lejana—. Ya lo
tenemos controlado.
Ragnar tenía sus dudas y se preguntaba si no sería demasiado tarde. Las voces le
llegaban como si viniesen de la boca de un enorme pozo. Le parecía que estaba
cayendo hacia el frío infierno de su pueblo, para ser festejado por su familia y sus
amigos, y por todos los viejos enemigos a los que él mismo había mandado allí. Era
extraño, pensó, que tuviera que ser enterrado tan lejos del hogar, después de haber
pasado tanto tiempo esperando morirse. Había algo reconfortante en aquella extraña
sensación. Sabía lo que podía esperar o debía saberlo: al fin y al cabo había muerto
anteriormente.
Una helada claridad se apoderó de su espíritu, y su memoria se remontó en el
pasado mientras su alma se aventuraba siglos atrás, recordando.
ebookelo.com - Página 12
UNO
EL ÚLTIMO BALUARTE
ebookelo.com - Página 13
—¡Vamos a morir todos! —gritó Yorvik el Arponero, alumbrando en derredor y con
los ojos muy abiertos por el miedo. Un relámpago cruzó el cielo de Fenris e iluminó
la cara atormentada del hombre. El profundo terror hizo que su alarido se oyese,
incluso, por encima del rugido del viento y del ruido atronador de las olas que
chocaban contra el barco. Las gotas de la lluvia que azotaba su rostro resbalaban
como lágrimas.
—¡Quédate callado! —contestó Ragnar mientras abofeteaba la cara del
aterrorizado hombre. Estupefacto por haber sido golpeado por un jovencito que
apenas tenía edad para lucir barba en las mejillas, Yorvik echó mano de su hacha,
olvidado momentáneamente de su miedo. Ragnar movió la cabeza y clavó su fría
mirada gris en el hombre, que se detuvo súbitamente como si tomara conciencia de
dónde estaba y de lo que estaba haciendo. Quedaron a la vista de todos los guerreros
que llenaban la proa del barco. Atacar al hijo de su capitán podría desacreditarlo a los
ojos de los dioses o de la tripulación. La sangre arreboló las mejillas de Yorvik, y
Ragnar desvió la mirada para no poner más incómodo al hombre.
Ragnar sacudió la cabeza para apartar su larga melena negra de los ojos.
Entrecerrando los ojos por el azote del viento y de la lluvia de agua salada que
levantaba el mar embravecido, compartió silenciosamente el miedo de Yorvik. Iban a
morir a menos que ocurriera un milagro. Se había aventurado en el mar desde que
tuvo edad suficiente para caminar y nunca había visto una tormenta tan terrible.
El cielo estaba cerrado de espesas nubes negras que habían convertido el día en
noche. El agua entró a borbotones por la proa cuando el barco se adentró en otra
gigantesca ola y la piel de dragón del casco sonó como un enorme tambor por la
fuerza del impacto. Ragnar luchó para mantener el equilibrio sobre el puente en
permanente movimiento. Podía oír el crujido de las costillas del barco por encima de
los alaridos del endemoniado viento. Era sólo cuestión de tiempo, pero aceptó que el
mar acabaría matando al barco. Estaban en una carrera para ver si la fuerza de las olas
deshacía al Lanza de Russ en mil pedazos, o si únicamente arrancaba la piel del
dragón del esqueleto y dejaba que todos se ahogasen.
Ragnar temblaba y no precisamente por el frío húmedo de sus ropas empapadas.
Para él, y para su gente, ahogarse era la peor de las muertes posibles porque
significaba simplemente hundirse en las garras de los demonios del mar, en las que
sus almas quedarían condenados a una eternidad de esclavitud. Ya no habría
posibilidad de ganarse un lugar entre los Elegidos. No moriría con la espada ni con el
hacha en la mano, ni encontraría una muerte gloriosa ni un rápido tránsito a la Sala de
los Héroes de las Montañas de los Dioses.
Mirando hacia atrás a lo largo de la cubierta azotada por la lluvia, Ragnar vio que
todos los imponentes guerreros estaban tan atemorizados como él, pero ellos lo
ocultaban muy bien. La tensión estaba escrita en cada pálido rostro, y asomaba a los
ebookelo.com - Página 14
ojos azules de todos. La lluvia empapaba sus largos cabellos rubios y les daba un
aspecto desesperanzado. Estaban sentados en sus bancos y apretados unos contra
otros, los remos ociosos listos para entrar en acción, las enormes capas pluviales de
piel de dragón echadas sobre los hombros o volando al viento como alas de
murciélago. Las armas de cada uno descansaban delante de su dueño sobre la cubierta
inundada, impotentes contra el enemigo que ahora amenazaba sus vidas.
El viento ululaba, hambriento como los grandes lobos de Asaheim. El barco
quedó cubierto parcialmente por el extremo lejano de otra gran ola y el colmillo de
dragón de la proa atravesó el agua espumosa como una lanza. En lo alto, las velas
aleteaban y se hinchaban. Ragnar estaba contento de que estuvieran hechas de la más
pura tripa de dragón; ninguna otra habría resistido las afiladas garras de la tormenta.
Frente a ellos se precipitaba otra enorme montaña de agua y parecía imposible que el
barco pudiera sobrevivir al impacto.
Ragnar se sintió invadido por la furia y la frustración al creer adivinar que su
corta vida se había terminado casi antes de haber empezado. Ni siquiera viviría para
convertirse en hombre la próxima estación. Apenas había cambiado la voz y ahora
estaba condenado a desaparecer en el océano. Entrecerró los ojos y los clavó en la
tormenta, con la esperanza de avistar el gran barco de su gente. No los iba a ver más
porque probablemente la mayoría de ellos habrían ido a parar al fondo. Sus cuerpos
serían pasto de los dragones y de los kraken, y sus almas quedarían esclavas de los
demonios.
Se dio la vuelta y dirigió una torva mirada al extranjero que lo había metido en
esto. Le daba cierta satisfacción saber que, si morían, él lo haría con ellos. Eso si no
se trataba de un brujo, o de algún demonio del mar disfrazado para atraer a los Puños
de Trueno a su perdición. Observando el modo en que el anciano se mantenía erguido
en la cubierta inundada, impávido y sin temor, todo parecía posible en ese momento.
Algo sobrenatural trascendía de este sarmentoso anciano. Se veía fuerte como un
guerrero en la flor de la vida, a pesar de todas las arrugas que la edad había marcado
en su frente, y mantenía el equilibrio mejor que muchos como si fuera un navegante
con la mitad de su edad pese al cabello encanecido. Ragnar supo que era un brujo,
porque ¿quién sino un brujo podría llevar sobre sus hombros las pieles de aquellos
enormes lobos y aquella extraña armadura de metal que cubría todo su cuerpo, tan
diferente de las túnicas de cuero de las gentes de mar? ¿Quién sino un brujo llevaría
esos extraños amuletos y colgantes sobre su cuerpo? ¿Quién sino un brujo podía
ofrecer a su padre y a su familia suficientes lingotes del preciado hierro para intentar
el cruce casi suicida del Mar de los Dragones en este barco y en la Estación de las
Tormentas?
Ragnar vio que el extranjero señalaba algo. ¿Sería algún encantamiento mágico,
pensó para sus adentros, o el extranjero estaría lanzando un conjuro? Ragnar se dio
ebookelo.com - Página 15
vuelta para mirar y sintió que su boca se resecaba por efecto del miedo. Una vez más
lució un relámpago, y a su luz Ragnar vio una descomunal cabeza que había surgido
de las aguas cerca de la embarcación, casi como si el extranjero la hubiese
convocado. Una cara de pesadilla poblada de filas de dientes como dagas se elevó
sobre ellos. Su largo cuello se dobló y su cabeza descendió para buscar una presa. Era
un dragón marino, y no una simple cría sino un monstruo en su máximo esplendor,
tan largo como el barco, arrancado del fondo del mar por la furia de la tormenta.
El trueno pronunció sus airadas palabras. La muerte acortaba distancias con
respecto a Ragnar, que sintió su aleteo cuando las enormes mandíbulas del dragón se
cerraron sobre Yorvik. Los grandes colmillos atravesaron el duro cuero de la
armadura de Yorvik como si fuera papel. Se quebraron los huesos y la sangre brotó a
borbotones mientras el hombre era alzado por los aires en medio de grandes alaridos,
agitando los brazos y soltando el arpón. Una mueca de desprecio asomó a los labios
de Ragnar. Siempre había sabido que Yorvik era un cobarde y ahora ya tenía la
prueba. Encontraría un lugar en los helados infiernos de Frostheim. El dragón mordió
y tragó, y una parte de Yorvik desapareció garganta abajo. La otra se aplastó sobre la
cubierta cerca de Ragnar, pero las rugientes olas lo limpiaron de la sangre y la bilis.
Los guerreros se levantaron de sus bancos blandiendo las hachas y las lanzas en
actitud de desafío. Ragnar podía decir que en sus corazones reinaba el gozo. Estaban
ante la oportunidad de una muerte rápida y heroica mientras luchaban contra un
monstruo de las profundidades. Para muchos era como si Russ hubiera oído sus
plegarias y les hubiese enviado a esta bestia para garantizarles una muerte honrosa.
La enorme cabeza empezó a descender otra vez y ante su vista muchos guerreros
se quedaron congelados. Como si hubiera sido enviada para eliminar a los cobardes,
la bestia los golpeó y apresó a dos entre sus fauces clavándolos con puntiagudos
colmillos. Otros guerreros de Thunderfist la hostigaron y le lanzaron sus armas. Las
hachas rebotaban contra las escamas acorazadas del animal y sólo algunas lanzas
penetraron en la carne, pero la enorme criatura les prestó la misma atención que una
persona puede prestarle a un pinchazo. El dolor no hacía más que aumentar su furia.
Abrió las fauces y lanzó un rugido aterrador, que se oyó incluso por encima del
fragor de las olas. El imponente volumen de la bestia dejó paralizados a los guerreros
como si se les hubiera helado la sangre en las venas por el efecto del encantamiento
de un brujo. Ragnar se fijó en que la criatura había sacado del agua la mitad de su
cuerpo y su enorme longitud se cernía sobre el bote como una torre. No tenía más que
abalanzarse sobre él y su ingente peso lo partiría en dos.
Algo se revolvió en el interior de Ragnar. Le hervían las entrañas de rabia contra
la tormenta, contra los dioses, contra la enorme bestia y contra sus cobardes
hermanos. Echó mano del arpón que había soltado Yorvik y sin pensarlo dos veces,
sin que el miedo por el peligro que representaban aquellas enormes fauces lo
ebookelo.com - Página 16
paralizase ni por un momento, lanzó el arpón contra el ojo de la criatura. Fue un tiro
realmente bueno, porque la lanza con punta de hueso voló directa hacia su objetivo y
se enterró profundamente en el ojo del dragón.
El monstruo se irguió todavía más en el agua, rugiendo de rabia y dolor. Ragnar
creyó que iba quedar sordo por la intensidad de aquellos rugidos y tuvo la certeza de
que ahora sí había llegado su hora, de que el barco iba a ser reducido a astillas por la
bestia enfurecida. Luego oyó otro sonido, un bramido balbuceante que venía de la
proa del barco. Miró de soslayo al extranjero y se dio cuenta de que él era el causante
de semejante ruido.
El anciano había extraído una especie de icono macizo de hierro de su costado y
lo mantenía en alto apuntando hacia la bestia. Al mismo tiempo que el horrísono
ruido, de la punta del sagrado amuleto salió una abrasadora llamarada cuyo efecto
pudo comprobar Ragnar cuando dirigió su mirada hacia el lomo del dragón y vio las
enormes grietas que había producido en él la potencia de la magia del extranjero.
Abrió la boca para lanzar un grito de dolor y el extranjero elevó todavía más su
talismán. En el cielo del paladar del dragón apareció un enorme agujero y la parte
superior de su cabeza explotó. La criatura cayó hacia atrás y desapareció bajo las
olas.
El extranjero echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada cuyo eco estentóreo
ahogó el fragor de la tormenta. Ragnar se sintió invadido por un temblor de miedo
supersticioso. Pudo ver cómo sobresalían dos enormes colmillos de la boca del
extranjero. ¡Tenía la marca de Russ y por sus venas corría la sangre de los dioses! Sin
duda alguna, se trataba de un brujo o de alguien superior.
Agachándose sobre la cubierta para poder mantener mejor el equilibrio a pesar de
los bandazos del barco, Ragnar se dio la vuelta y se dirigió hacia el timón. El agua
resbalaba por su cara como si fueran lágrimas y, al mojarse los labios con la lengua,
notó el sabor a sal. Cuando pasaba al lado del extranjero, rompió sobre el barco una
enorme ola. Sintió sobre su cuerpo la presión de toneladas de agua y quedó
sumergido. La fuerza de la ola lo levantó en vilo y lo lanzó rodando sobre la cubierta.
Con la furia de la ola no pudo darse cuenta de dónde estaba, simplemente supo que
ésta acabaría arrebatándolo y llevándolo a su fin.
Gruñó lleno de ira y contuvo el miedo. Parecía como si hubiese sobrevivido a las
fauces del dragón para ser pasto de los demonios marinos. Luego, unos dedos fuertes
como el hierro se cerraron sobre su muñeca y una enorme fuerza pugnó contra la
fuerza del mar. Después, el agua se retiró y un momento más tarde Ragnar trataba de
avanzar por la cubierta, salvado por el extranjero que había derrotado al dragón.
—Quédate tranquilo, chico —dijo el brujo—. Mi destino no es morir aquí. Y creo
que el tuyo tampoco.
Dicho esto, el extranjero se dio la vuelta para dirigirse hacia la proa del barco.
ebookelo.com - Página 17
Permaneció allí escrutando la lejanía como un dios antiguo. Embargado por el miedo
y por una reverente y extraña superstición, Ragnar se dirigió al lugar en que se
encontraba su padre. Al elevar la vista encontró comprensión en él.
—Ya lo entiendo, hijo —gritó su padre.
Ragnar se dio cuenta de que no era necesaria ninguna otra explicación.
Como si la muerte del dragón hubiera roto algún conjuro maligno, el mar recobró
la calma. Algunas horas más tarde, estaba liso como un espejo y el golpeteo
acompasado del tambor del jefe de remeros era el único sonido aparte del chapoteo
suave de las olas contra el casco del barco.
El extranjero seguía de pie en la proa, como si estuviera montando guardia contra
los demonios del mar. Oteaba el lejano horizonte, haciéndose sombra con una mano
sarmentosa, buscando algo que sólo él podía ver. Por encima de sus cabezas, el sol
brillaba en todo su esplendor. No era el pálido y pequeño disco solar del invierno,
sino una enorme y encendida esfera que inundaba el cielo con su luz dorada. El Ojo
de Russ estaba totalmente abierto, vigilando a su pueblo elegido mientras sufría los
terrores del largo y duro verano de Fenris. El agua estancada se evaporaba de la
cubierta ante sus ojos.
Los guerreros se mantenían en silencio. Habían quedado sobrecogidos. No se oían
los comentarios habituales ni las fanfarronadas que hubiera sido normal oírles
después de haber salido indemnes de semejante tormenta. Tampoco sonaban las
canciones alegres que todos conocían, ni el padre de Ragnar había ordenado que se
abriese el barril de cerveza para celebrarlo. La tripulación parecía presa de un temor
reverencial que se aproximaba al terror.
Ragnar podía entender muy bien el porqué de aquella actitud. Habían visto cómo
el extranjero eliminaba a un dragón con el poder de sus conjuros y cómo destruía con
el rayo de su magia a uno de los terrores de las profundidades abismales. Con su
mirada había calmado la tormenta; ¿acaso habría algo que no pudiera hacer?
Muchas preguntas seguían flotando en el aire, pensó Ragnar. Si el extranjero era
tan poderoso, ¿por qué necesitó alquilar el barco de su padre, pagando con precioso
hierro y prometiendo más al final, para llegar a su destino? ¿Por qué no había usado
la brujería? Seguro que podría haber aprovechado su dominio de las runas para
invocar a una nave o a un lobo alado que lo condujera a su meta. ¿Había un motivo
último y siniestro para su viaje?
Ragnar trataba de apartar de su cabeza este pensamiento. Tal vez el brujo se había
ganado la enemistad de los demonios de la tormenta y no podía volar. Tal vez sus
poderes no servían para controlar esas runas. ¿Cómo iba a saberlo Ragnar? No sabía
nada de conjuros ni conocía a nadie que supiera, salvo el viejo eskaldo de los Puños
de Trueno, Imogrim, y él había mirado al extranjero con supersticioso
sobrecogimiento, negándose a decir nada de él, pero insistiéndole a su gente en que
ebookelo.com - Página 18
debía obedecerlo en todo.
Ragnar dudaba de que su gente, pese a todo el supersticioso temor que envolvía al
extranjero como una capa, hubiera aceptado emprender este viaje de no haber
mediado la recomendación expresa del eskaldo. Su destino, la isla de los Señores del
Hierro, lo evitaban todo el año los hombres del mar, salvo en la época del comercio
que coincidía con la primavera. La última primavera había finalizado hacía unos
quinientos días y la época del comercio ya quedaba muy lejos. Quién sabe cómo
recibirían ahora a los extranjeros los misteriosos herreros de las islas. Se mantenían
básicamente aislados de los demás y defendían sus minas de precioso hierro del
mismo modo que un troll protege sus tesoros. Ragnar se preguntaba si podrían haber
rechazado la solicitud del extranjero, incluso aunque no les hubiera pagado tan
generosamente. Creía que ni el pueblo entero de valerosos guerreros Puños de Trueno
habría podido resistir a la magia que el extranjero había mostrado. Dudaba de que sus
armas hubieran perforado siquiera la segunda piel de metal que rodeaba su cuerpo.
Había algo fascinante en el anciano, y Ragnar tenía un vivo deseo de hablar con
él y de hacerle preguntas. El extranjero los había salvado y le había hablado, lo cual
con toda seguridad tenía algún significado. A pesar de todo, Ragnar permaneció
quieto como si hubiera echado raíces en el puente, pues la idea de hablar con el brujo
lo intimidaba más que hacer frente a las fauces del dragón.
Se quedó helado por un instante, luego reunió todo su coraje y se dijo que era una
tontería, que todavía no le había dado las gracias por salvarle la vida. Ragnar avanzó
en silencio dirigiéndose hacia la proa, con la cautela de quien acecha a una cabra
salvaje.
—¿Qué ocurre, muchacho? —le preguntó el extranjero, sin darse vuelta, incluso
antes de que Ragnar hubiese llegado a diez pasos de él. Ragnar sintió que se le
paralizaba el cuerpo. Ésa era una prueba más de los poderes mágicos del extranjero;
Ragnar sabía muy bien que se había movido con toda cautela, sin que sus pies
hubiesen producido el menor ruido sobre la cubierta; además, su gente lo consideraba
un gran cazador. Sin embargo, el extranjero se había dado cuenta de que estaba allí, y
de que era Ragnar, sin haber girado siquiera la cabeza. Ragnar tuvo la completa
certeza de que poseía algo así como una segunda visión.
»Te hice una pregunta, chico —insistió el extranjero, volviéndose hacia Ragnar.
No había enfado en su voz, sólo autoridad. Sonaba a la voz de un hombre que estaba
acostumbrado a seguir su propio camino. También había algo raro en su manera de
hablar. Hablaba muy despacio, y tenía un acento antiguo que le recordaba a Ragnar el
modo de hablar que adoptaría el eskaldo al citar las hazañas de Russ y del Padre de
Todas las Cosas. Le parecía que este hombre podría haber salido directamente de una
de aquellas sagas. Había una cualidad en él que podría haber tenido cualquiera de
aquellos héroes.
ebookelo.com - Página 19
—Quería agradecerle que haya salvado mi vida, jarl —respondió Ragnar, usando
el tratamiento más encumbrado que conocía.
Se dio cuenta de que había algo extraño en la cara del anciano. Era alargada y
feroz, con una nariz enorme de orificios nasales notablemente ensanchados. Las
profundas arrugas de piel correosa de sus mejillas acentuaban todavía más su
apariencia lobuna. Y Ragnar se preguntó qué significado tendrían aquellas tres
tachuelas que lucía en la frente, y cómo se mantendrían en su sitio. No se le ocurría
cómo podría hacerse algo así sin provocar una gangrena y la invasión de los espíritus
de la infección.
—No había llegado tu hora de morir —replicó el brujo y volvió a otear el
horizonte.
Ragnar se preguntó cómo era posible que el extranjero supiera eso.
—¿Qué está mirando? —volvió a preguntar Ragnar, asombrado de su propio
atrevimiento.
El extranjero permaneció en silencio por un momento, y Ragnar temió no recibir
respuesta alguna. En ese momento, el brujo apuntó con el dedo y Ragnar se dio
cuenta de que estaba revestido de metal y que reflejaba la luz del sol. Miró en la
dirección que le indicaba el extranjero y contuvo el aliento.
Delante de ellos se alzaban en el horizonte los poderosos picos, como una gran
muralla erizada de lanzas que atravesaba las nubes. Las laderas de los picos eran
blancas y por su superficie resbalaba algo parecido al hielo, incluso en el punto donde
se hundía el mar.
—Las Murallas de los Dioses —exclamó al tiempo que hacía sobre su pecho el
signo rúnico de Russ.
—Los picos de Asaheim —murmuró el extranjero con voz queda y sonrió
dejando al descubierto sus enormes colmillos—. Yo tenía tu edad cuando los vi por
primera vez, chico, y de ello hace por lo menos trescientos años.
Ragnar se quedó mirándolo con la boca abierta. El extranjero acababa de admitir
que era un ente sobrenatural. Ningún hombre de Fenris, ni siquiera el barbado más
canoso, vivía más de treinta y cinco años.
—Me alegra tener la oportunidad de volver a verlos de este modo —exclamó el
extranjero y sonó como si lo dijera uno de los ancianos de la aldea antes de marcharse
para leer su poema de muerte.
El extranjero meneó la cabeza y se inclinó sobre Ragnar mostrando sus
estremecedores colmillos.
—Debe de estar atacándome la senilidad, para parlotear de este modo —
concluyó.
Ragnar no dijo nada, se limitó a mirarlo y luego dirigió la vista hacia aquellas
distantes montañas.
ebookelo.com - Página 20
—Ve a decirle a tu padre que cambie el rumbo. Debe acercarse a la costa y
bordearla, de este modo llegaremos antes a nuestro destino.
Lo dijo con toda la fuerza de una profecía, y Ragnar se lo creyó.
Durante los dos días siguientes, navegaron a lo largo de la costa de Asaheim.
Fueron dos días de mar tranquilo y vientos fríos, y la quietud la rompía sólo el crujido
de las enormes masas de hielo que se despeñaban desde las montañas y acababan
cayendo al mar.
Asaheim, al norte de su ruta, también era el lugar en el cual nacían los icebergs, la
tierra helada de la que venían las montañas de hielo flotantes. Sobre su cabeza,
graznaban las poderosas águilas marinas y, de vez en cuando, los hombres podían ver
las manadas de grandes oreas cuando éstas surgían de las heladas y puras aguas.
Dejaron atrás los entrantes de los grandes fiordos, lugares de asombrosa belleza, y en
algunos casos pudieron ver aldeas de casas de piedra de la gente del glaciar que
parecían colgadas de las empinadas laderas. En esos casos navegaban con toda
cautela, porque la gente de los fiordos era feroz, algunos decían que corría sangre de
troll por sus venas, y se rumoreaba que devoraban a sus prisioneros en lugar de
esclavizarlos. Semejante perspectiva hacía desear, incluso, una muerte en las garras
de los demonios del mar.
Durante todo el tiempo que pasaron costeando, el extranjero no abandonó su
puesto en la proa del barco. A la puesta del sol permanecía allí bañado por los rayos
moribundos del Ojo de Russ. Al amanecer, cuando se levantó el vigilante del día,
seguía en el mismo lugar. Ragnar habló con el vigía nocturno y no se sorprendió
cuando le dijo que el extranjero no había dormido. Si sentía cansancio, no se le
notaba. Sus ojos estaban tan claros y brillantes como el día en que se había
enfrentado al dragón. Ragnar no tenía ni idea de por qué estaba vigilante,
simplemente se sentía contento de que el anciano vigilara. Sentía que ningún mal
podría alcanzarlos mientras él montara guardia.
Luego, una vez más, la tierra desapareció de su vista, y se encontraron en el mar
abierto. El tiempo seguía siendo bonancible. El extranjero olfateó el aire y sentenció
que el mar permanecería en calma hasta que alcanzasen su destino. El mar, como si
tuviera miedo de desobedecerlo, aceptó sumiso.
Después de dos días de navegación vieron humo a lo lejos, y las hogueras
iluminaban el cielo nocturno. Los hombres rezaban a Russ con supersticioso miedo,
pero temían que no los escuchara. Sabían que estaban entrando en una zona sagrada
para los gigantes del fuego, y aquí Russ y el Padre de Todas las Cosas tenían poca
influencia.
Al día siguiente, a medida que se acercaban a las islas, Ragnar pudo ver que éstas
estaban en llamas, que sus techos ardían. La baba naranja fundida de los gigantes de
fuego se deslizaba por sus laderas ennegrecidas y chisporroteaba y producía vapor
ebookelo.com - Página 21
cuando entraba en el agua. El rugido de los gigantes aprisionados los sacudió hasta la
médula.
Presa de una gran agitación, Ragnar se acercó al brujo otra vez. Estaba
envalentonado al ver que el anciano no mostraba signo alguno de miedo,
simplemente traslucía un tranquilo placer y una cierta tristeza, como la del hombre
que ha disfrutado de un buen día y desea que no acabe.
—Dicen que Ghorghe y Slan Nahesh están encarcelados en esas islas —aventuró
Ragnar, repitiendo algo que había oído decir al eskaldo después de la temporada de
comercio.
A pesar de su miedo, estaba exultante porque nunca había navegado tan lejos con
su padre.
—Dicen que Russ los encadenó cuando el mundo aún era nuevo —continuó
Ragnar.
—Ésos son nombres malos, chico —le respondió el brujo—. No deberías
pronunciarlos.
—¿Por qué? —preguntó Ragnar, desinhibido por una vez con el extranjero.
Su curiosidad venció a su temor. El extranjero lo miró fijamente y sonrió; no
parecía que lo hubiera disgustado la pregunta.
—Ésos son nombres de grandes males, nacidos en un lugar que se encuentra a
millones de leguas de aquí, y hace muchos miles de años. Russ no los encadenó
porque nadie podría hacerlo, ni siquiera el Emperador, el propio Padre de Todas las
Cosas, en sus días de gloria.
Ragnar no se sorprendió al oír la edad que tenían, después de todo, Russ había
luchado contra ellos en las eras pasadas antes de que hubiera desterrado a su pueblo
de Asaheim. Lo que lo sorprendió fue el hecho de que hubieran nacido a millones de
leguas de allí, porque era una distancia que no podía concebir.
—Creo que eran hijos de la reina dragón Skrinneir, de su matrimonio con el dios
de las tinieblas, Horus.
—Y ése es otro nombre que no debes pronunciar, chico, porque no tienes idea de
su verdadero significado.
—¿Me dirá entonces su significado?
—No, jovencito, no lo haré. Si tu destino es saber esas cosas, las sabrás a su
debido tiempo.
—¿Y cuándo será eso?
—Cuando mueras y vuelvas a nacer, impaciente muchacho.
—¿Es así como ha conseguido usted su gran sabiduría? —preguntó Ragnar,
desconcertado por las respuestas del extranjero y sorprendido por el tono sarcástico
de sus propias preguntas. Para sorpresa suya, el extranjero se limitó a reír.
—Eres valiente, joven, y no te equivocas.
ebookelo.com - Página 22
El brujo dio la espalda a Ragnar y fijó la vista en el mar. Sobre ellos se cernían
nubes oscuras, y el mar estaba en calma y lucía negro como la pez. Hacia el oeste, la
montaña se conmovió y de su cumbre salió un chorro de fuego.
—La Montaña del Fuego está enfadada hoy —comentó el brujo—. Es una mala
señal.
ebookelo.com - Página 23
DOS
EL ÚLTIMO BALUARTE
ebookelo.com - Página 24
—Por Russ, ¿has visto nunca nada semejante? —preguntó Ulli, con evidente
sobrecogimiento.
Ragnar miró a su hermano lobo y negó con la cabeza. Tenía que reconocer que
no.
El puerto era muy grande y extraño, una especie de enorme hendidura en los
acantilados negros que conducía a un gigantesco lago circundado por una playa de
arenas negras. Había espacio suficiente para que amarrasen al mismo tiempo unos mil
barcos dragón y todavía sobraba lugar, y Ragnar sabía que durante la época del
comercio se reunían allí no menos de esa cantidad de barcos. La gente venía de todos
los puntos del gran océano para hacer el trueque de sus mercancías por hachas, puntas
de lanza y todo tipo de artículos de metal.
No era la inmensidad del puerto lo que mantenía tan prendida la atención de
Ragnar. Eran los edificios que lo rodeaban, el menor de los cuales tenía dos veces el
tamaño del gran vestíbulo comunal de su pueblo, que era la mayor estructura que
había visto en toda su vida. Lo más extraño de todo era que estaban construidos de
piedra.
Piedra, pensó Ragnar y se estremeció porque le parecía casi inconcebible. ¿Qué
pasaría si se producía uno de esos grandes terremotos y los derribaba? ¿Acaso no
quedarían convertidos en una papilla sanguinolenta todos los habitantes por la
avalancha de piedras desprendidas? Aquéllas enormes estructuras ennegrecidas eran
trampas mortales. Todo el mundo sabía que lo único sensato era construir una casa
como se hace un barco dragón: con cuero de dragón adherido a una estructura hecha
de huesos de dragón. También podían usarse maderas preciosas para las estructuras
sagradas, aunque podían arder si una lámpara de aceite caía al suelo durante las
sacudidas. Ragnar, al igual que los demás, había visto cómo pasaban esas cosas. Las
islas de Fenris eran inestables y lo habían sido desde antes de que Russ condujera
hasta aquí a su pueblo elegido.
Era una locura hacer casas de piedra, pero esta gente lo hacía y no precisamente
de piedras amontonadas unas sobre otras, que era la forma en que podía construirse
un dique. Éstos edificios los construían de enormes bloques trabajados y tallados en
cubos perfectos que asentaban según la técnica de entrelazado. Y a juzgar por las
grandes capas de hollín incrustadas en los edificios y los musgos ennegrecidos de las
paredes, estas estructuras eran antiguas. Se las veía viejas, gastadas por el tiempo,
como las runas más antiguas del gran círculo que coronaba la Montaña del Trueno. Y
el eskaldo aseguraba que aquéllas estaban allí desde el principio de los tiempos.
No se trataba de un solo edificio enorme, sino que había cientos de ellos, algunos
altos como colmas. De los tejados de otros surgían poderosas chimeneas de las que
salían humo negro y gigantescas lenguas de fuego.
—Han descubierto los elementos básicos del fuego —dijo Ulli—. Hay grandes
ebookelo.com - Página 25
magos aquí.
Eso parecía, pensó Ragnar. Seguro que estas personas tampoco temían al fuego.
Sin duda debían de ser poderosos magos para no tenerle miedo a los temblores de
tierra ni a la amenaza del fuego. ¿Y cómo habían construido estas moles enormes?
¿Es posible que hubieran puesto a hacer el trabajo a sus siervos demoníacos? Aquí, la
capacidad y la habilidad para trabajar producían asombro.
Con todo, Ragnar no estaba seguro de que le hubiese gustado vivir aquí. El aire
era denso y acre y tenía el mismo hedor químico que el de las curtiembres de su
tierra, sólo que aumentado y mil veces peor. Nubes de hollín como negros copos de
nieve llenaban el aire y se posaban en el pelo y en la ropa. El agua tenía un color
extraño, en algunos lugares era negra y de aspecto viscoso, en otros, rojiza o verde
por los vertidos que derramaban los tubos negros que iban hasta el puerto.
—Por los huesos de Russ —barbotó Ulli—. ¡Mira aquello!
Ragnar echó una ojeada en la dirección que le indicaba Ulli y vio la cosa más
asombrosa que había visto hasta entonces. Una torre totalmente construida de hierro,
uno de los metales más preciosos, que se levantaba al borde del agua. Mirando con
más atención, Ragnar se dio cuenta de que era una construcción extraña. No era
maciza, sino una especie de enrejado de vigas de metal, como el esqueleto sobre el
que se podría construir una sala. La diferencia era que no estaba revestida con la piel
estirada de un dragón. La estructura estaba abierta al aire y a los elementos, y podía
verse la intrincada maquinaria que encerraba.
Había enormes ruedas dentadas y grandes brazos de metal que subían y bajaban
con un movimiento rítmico y regular como el latido de un gran corazón. Una
sustancia negra, líquida y viscosa, salía a borbotones de los tubos que asomaban por
la punta de la torre y corría por largas tuberías que desembocaban en grandes tanques
de madera situados en la base. Pequeñas figuras iban y venían en constante trajín
moviendo constantemente los tanques y vaciándolos con cubos. Era, a la vez, la
estructura más grande, impresionante y desconcertante que Ragnar había visto hasta
ese momento.
—¿Por qué no teme esta gente a los terremotos? —preguntó Ragnar a Ulli, más
para manifestar su curiosidad que porque esperase una respuesta.
—Porque no tienen motivo para ello, chico —sonó la voz del brujo—. Éstas islas
son estables y lo han sido durante cientos de años. Y lo seguirán siendo durante
muchos más.
La mente de Ragnar se bloqueó. El concepto le resultaba impresionante. Una
tierra que no se sacudía y contorsionaba constantemente como una bestia embridada.
Un lugar en el que no existía la amenaza de que la tierra se abriera bajo los pies y lo
tragara a uno. Un refugio a salvo de los grandes desastres que habitualmente afligían
al pueblo de Russ. ¿Podrían ser realmente tan dichosos los habitantes de estas islas?
ebookelo.com - Página 26
Pero otro pensamiento asaltó a Ragnar, el que podría ocurrírsele lógicamente a
cualquier individuo de ese pueblo guerrero.
—Entonces ¿por qué nadie se las ha arrebatado a sus habitantes? Los clanes
matarían por hacerse con este paraíso tan seguro. ¿Cómo ha sobrevivido este pueblo
durante tanto tiempo sin que lo hayan dominado?
—Pronto lo verás, muchacho. Pronto lo verás.
El extranjero movió la cabeza como si tratara de contener su alegría.
—¡Decid a qué venís, extranjeros, si no queréis morir!
La voz del isleño sonaba áspera y gutural y en cada palabra había una amenaza.
La amplificaba valiéndose de un cuerno de metal que sostenía en la mano y que
contribuía a hacerla más desafinada.
Ragnar observó maravillado los barcos que habían zarpado de la isla para
recibirlos. De repente se sintió sobrecogido por el pensamiento de que allí había
barcos tocados por la alta brujería. Eran barcos sin velas, construidos de metal, pero
que a pesar de ello no se hundían como una piedra. ¿Qué los movería? ¿Tendría algo
que ver el fuego? Seguramente era eso lo que producía el humo que salía de la
chimenea que se alzaba en la popa del barco. Era algo que parecía una auténtica
afrenta a los demonios del mar, pero que evidentemente funcionaba. Tal vez eran
producto de algún extraño pacto…
Antes de que el padre de Ragnar pudiera responder, el brujo saltó a la proa y
extendió un brazo en señal de saludo.
—Soy yo, Ranek Icewalker. Ésta gente me ha traído hasta aquí a petición mía.
Tengo que hablar con el Señor del Hierro.
Éste anuncio desató una febril actividad en la cubierta del barco de metal. Varias
figuras se reunieron en consulta antes de que el portavoz levantase de nuevo su
cuerno.
—La verdad es que Ranek murió. ¿Eres algún espíritu marino salido de las
aguas?
Ésta pregunta hizo correr un escalofrío de horror por la cubierta del Lanza de
Russ. Ragnar pudo percibir cómo los hombres se movían inquietos en sus bancos.
Sobre las aguas resonó una estentórea carcajada del brujo.
—¿Acaso tengo el aspecto de un fantasma? ¿Suena mi voz como la de un
fantasma? ¿Será mi bota la de un fantasma cuando te dé un puntapié en el trasero por
tu atrevimiento?
De la cubierta del otro barco le respondieron con un coro de carcajadas.
—Baja, pues, a tierra, Sacerdote Lobo, y sé bienvenido entre nosotros. Y que
bajen contigo tus acompañantes para que podamos honrarlos.
El extraño barco realizó una maniobra que a Ragnar le pareció sobrenatural. Sin
dar la vuelta invirtió el rumbo y empezó a moverse hacia atrás en dirección a la costa,
ebookelo.com - Página 27
sin perder de vista al barco dragón. El sonido del tambor del maestro remero devolvió
a la vida al Lanza de Russ para dirigirse hacia el puerto.
Ragnar siguió al Sacerdote Lobo, o comoquiera que se llamara, a través de las
calles, sin saber muy bien por qué lo hacía, pero decidido a acompañarlo y a hacerle
preguntas porque no sabía si se le iba a presentar otra oportunidad semejante en toda
su vida. El resto de la tripulación había decidido pasar el tiempo de espera en una
taberna del puerto o deambulando por las calles. Ragnar estaba a sus anchas con el
brujo.
Ragnar avanzaba por calles pavimentadas de adoquines, a través de un laberinto
de edificios ennegrecidos por el hollín y de estrechas callejuelas. El aire estaba
saturado con el olor a humo y a emanaciones alquímicas ácidas. Las personas eran
extrañas y nuevas para él y hablaban una lengua que no entendía. Muchos parecían
raquíticos y desnutridos. Vestían túnicas y calzas de color gris oscuro y marrón y
marchaban deprisa con sus cargas a cuestas y sus encargos. Incluso aquí, en estas
islas ricas en metal, había pobreza.
Los gobernantes de la isla eran una minoría y los más ricos. Todos ellos iban
embutidos en armaduras de metal y llevaban espadas de acero en vainas de cuero de
dragón. Eran hombres altos, fornidos, de piel oscura y ojos castaños. Lo saludaban
con una educada y distante inclinación de cabeza al pasar, y él respondía del mismo
modo.
—¿Por qué me sigues, muchacho? —preguntó el Sacerdote Lobo.
—Porque quiero hacerle algunas preguntas.
El anciano meneó la cabeza, pero sonrió, dejando a la vista sus escalofriantes
colmillos.
—A tu edad todo son preguntas y más preguntas, ¿no es así? Empieza cuando
quieras.
—¿Por qué vino aquí? O, mejor, ¿por qué nos pagó para que lo trajéramos aquí?
¿No podría haber usado sus poderes mágicos?
—No tengo poderes mágicos, chico. No por lo menos en el sentido que tú crees.
—Sin embargo su talismán… la forma en que mató al dragón…, eso…
—Eso no es magia. El «talismán», como tú lo llamas, es un arma, como un hacha
o una lanza, sólo que… un poco más complicada.
—¿Un arma?
—Un arma.
—Entonces ¿usted no es un mago?
—¡Por Russ, que no lo soy! Conozco a algunos de los que vosotros llamaríais
magos, chico, y no me cambiaría por ninguno de ellos por todo el hierro de estas
islas.
—¿Por qué?
ebookelo.com - Página 28
—Llevan encima una pesada carga.
Ragnar permaneció en silencio. Parecía evidente que el anciano no diría nada
más. Ragnar tenía la certeza absoluta de que el talismán de hierro de Ranek era un
potente instrumento mágico, dijera lo que dijese el Sacerdote Lobo. Siguieron
avanzando por distintas calles, cruzando por delante de talleres llenos de forjas. Las
sombras del interior se iluminaban con el brillo del metal incandescente. Podía oír el
sonido del martillo al golpear sobre el yunque y sabía que en estos lugares era donde
se fabricaban los artículos de metal de los Maestros del Hierro.
—No ha respondido a mi primera pregunta —saltó Ragnar, asombrado por su
propia temeridad.
—No sé si podré hacerlo de una manera que tú puedas entenderlo, ni sé siquiera
si debería hacerlo.
—¿Por qué no?
El anciano soltó una carcajada que retumbó en las callejuelas. Ragnar vio que
todos se daban vuelta para mirarlos, luego hacían el signo del martillo y desviaban la
mirada.
—No te desalientas fácilmente, ¿no es así, chico?
—No.
—Muy fácil. Estaba cumpliendo una misión. Hubo un accidente y mi barco
quedó destruido. Necesitaba volver aquí y tomar contacto con mis… hermanos. Para
cruzar semejante distancia rápidamente necesitaba el barco de tu padre, que será
recompensado por esta ayuda.
—¿Cuál era su misión?
—No te lo puedo decir —respondió Ranek en un tono que no admitía réplica.
—¿Tenía que ver con los dioses?
—Tenía que ver con mis dioses.
—¿Acaso no son iguales todos los dioses? Todos en las islas creemos en Russ y
en el Padre de Todas las Cosas.
—Yo también creo, pero de una forma diferente que tú.
—¿Cómo puede ser eso?
—Algún día lo sabrás, chico.
—¿Pero no hoy?
—No. Hoy no.
Desembocaron en una enorme plaza situada en la cumbre de la colina. Estaba
rodeada de enormes edificios, tan anchos que se veían achaparrados a pesar de que
tendrían diez veces la altura de un hombre. Las paredes estaban labradas al modo
antiguo y los macizos bloques que las formaban estaban unidos por juntas dentadas.
Tubos de metal atravesaban las paredes hacia dentro y hacia fuera, como enjambres
de gigantescos gusanos que surgían de la tierra y volvían a introducirse en ella. El
ebookelo.com - Página 29
hollín ennegrecía las paredes, y de los tubos habían salido aguas sucias en el pasado,
por eso las partes bajas de los muros presentaban grandes manchas rojas de óxido.
Del interior salía el sonido de monstruosas máquinas en pleno funcionamiento, un
concierto de estallidos y chirridos como si los gigantes golpeasen furiosamente sobre
enormes yunques. El olor del humo y del metal caliente inundó las fosas nasales de
Ragnar. Se preguntó si era el único entre toda aquella muchedumbre que se daba
cuenta del ruido y el hedor.
Cruzaron la plaza en dirección a la mayor de todas las estructuras.
—Éste es el Templo de Hierro —apuntó con voz suave Ranek, el Sacerdote Lobo
—. Y aquí es donde se separan nuestros caminos por ahora.
Ragnar echó una mirada al voluminoso edificio. Era una fortaleza achaparrada y
enorme que empequeñecía a los edificios circundantes. En sus paredes se abrían
chispeantes aspilleras como ojos de una bestia hambrienta. En la parte superior del
edificio había una gran flor de metal, tan grande como un barco dragón. Ragnar no
pudo ni imaginarse para qué serviría.
Grandes puertas ribeteadas con metal cerraban el camino de acceso a la rampa.
Ragnar pudo comprobar por la suavidad de las piedras y por las melladuras que
muchos pies se habían arrastrado por este camino durante cientos de años. Extrañas
runas, las más extrañas que había visto nunca Ragnar, estaban inscritas sobre sus
arcadas. Dos centinelas armados con lanzas rematadas de hierro custodiaban la
entrada, y ellos mismos parecían de metal. La armadura de hierro los cubría como si
fuera su segunda piel y su cabeza estaba protegida por un casco también de metal. De
su brazo izquierdo colgaban sendos escudos de acero grabados con las mismas runas
que se veían sobre la puerta.
—¿Son parientes tuyos? —preguntó a Ranek.
La cabeza del anciano se inclinó rápidamente para mirarlo. Sus profundos ojos se
clavaron en los de Ragnar. Con esta cercanía Ragnar se dio cuenta de lo enorme que
era el Sacerdote Lobo. A él lo consideraban alto y bien formado entre los suyos, pero
comparado con este anciano quedaba a la altura de un niño. Ranek le llevaba los
hombros y la cabeza y habría parecido más corpulento sin la extraña armadura que lo
encorsetaba.
—No, muchacho, los Maestros del Hierro sólo están emparentados entre sí. No
hay otros como ellos en ninguna de las demás islas del Gran Océano. Son gente
aparte.
—No lo entiendo —se extrañó Ragnar—. Con todo este metal y toda esta…
magia, ¿por qué no se han hecho los dueños del mundo? Seguro que lo conseguirían.
—A los Señores del Hierro no les interesa ningún dominio que no sea el del metal
y el fuego. La conquista no es su destino. Luchan sólo para defenderse. Es parte del
Pacto Antiguo.
ebookelo.com - Página 30
—¿Pacto?
—Ya está bien de preguntas, chico. Debo marcharme.
—Espero que volvamos a encontrarnos algún día, jarl —se despidió Ragnar con
toda seriedad.
El anciano se dio la vuelta y lo miró con una extraña mirada.
—Me caes bien, muchacho, por eso voy a darte un consejo. Reza por qué no
vuelvas a encontrarte conmigo, porque si lo hicieras, ése sería un día funesto para ti.
Algo que percibió en el tono del anciano le llegó a Ragnar hasta la médula de los
huesos. Las palabras habían sido pronunciadas con toda la fuerza de una profecía.
—¿Qué quiere decir eso? ¿Qué me mataría?
—Lo sabrás si alguna vez ocurre —respondió Ranek, y dicho esto se dio la vuelta
y echó a andar apresuradamente.
Ragnar observó cómo el anciano subía la rampa. Cuando llegó al final, las
grandes puertas se abrieron silenciosamente. Salió a saludarlo una figura encorvada
vestida de negro, la cara oculta por una máscara de metal. Ragnar lo vio desvanecerse
en la oscuridad y luego se quedó estático durante unos interminables minutos.
Pasado un tiempo, oyó un chirriante y quejumbroso ruido. La gran flor de la cima
del edificio empezó a moverse y, finalmente, quedó orientada hacia la distante
Asaheim. Se quedó maravillado mientras los pétalos se abrían y dejaban ver en el
centro unas luces que parpadeaban de una manera sobrecogedora. Ragnar no estaba
seguro de lo que significaba esa magia, pero sí estaba seguro de que tenía algo que
ver con el anciano brujo.
Abandonado a su suerte en la enorme plaza, algo parecido al pánico se apoderó de
Ragnar. Se dio vuelta y echó a correr hacia los muelles.
El ruido acompasado del tambor sonó alto en los oídos de Ragnar cuando el
Lanza de Russ abandonó las oscuras aguas del puerto de los Señores del Hierro para
adentrarse en mar abierto.
Respiró hondo el aire limpio y fresco y sonrió, contento de haber dejado atrás
aquella loca y contaminada ciudad. Los isleños podrían ser ricos, pensó, pero vivían
de un modo que parecía menos saludable que el del esclavo más humilde.
En la popa del barco dragón se amontonaba una carga de hachas y puntas de lanza
de hierro, envuelto todo ello en pieles de dragón para protegerlo de los efectos
corrosivos del mar. Se trataba de un inapreciable tesoro para el clan de los Puños de
Trueno, y Ragnar estaba orgulloso de haber tomado parte en el viaje que había
permitido ganarlo. Tenía la impresión de que era un golpe de buena suerte, y creía en
el viejo adagio según el cual los dioses hacen pagar a los hombres por los dones que
reciben. Nadie más a bordo compartía sus preocupaciones. Cantaban canciones
festivas y tabernarias, aliviados por haber dejado atrás el puerto y por no tener ya a
bordo al Sacerdote Lobo. Todo el respeto y la admiración que sentían por él habían
ebookelo.com - Página 31
apagado sus ánimos. Ahora, bromeaban y contaban anécdotas de los acontecimientos
del viaje. Se comían su carne salada y ahumada con fruición y bebían grandes tragos
de cerveza con regocijo. Las carcajadas se oían en todo el barco y ponían una nota de
alegría en el corazón de Ragnar.
De repente se produjo un estruendo como el de un trueno. Ragnar miró hacia
arriba con miedo. No había nubes negras en el cielo ni señal alguna de tormenta. No
había el menor motivo para ese ruido. Sus inquisitivos ojos escrutaron el horizonte
buscando la fuente. Alrededor pararon las risas y se elevaron fervorosas plegarias a
Russ pidiendo protección.
Descubrió el origen del estruendo en la lejanía, en dirección a Asaheim. Era
apenas un punto negro en la distancia y dejaba tras de sí una cola blanca como la de
un meteorito en el cielo nocturno, sólo que ahora era pleno día y la estela era una
línea blanca trazada en el azul pálido del cielo. Incluso mientras miraba, el punto se
dio vuelta y ahora se dirigía hacia ellos haciéndose cada vez más grande con
asombrosa velocidad.
Las plegarias y los rezos subieron de tono, y los hombres echaron mano de sus
armas. Ragnar no apartaba sus ojos del punto, preguntándose qué sería. En ese
momento pudo ver que tenía dos alas, como las de un pájaro, sólo que no se movían.
¿Qué tipo de monstruo era? ¿Un dragón o quizás algún demonio conjurado por un
encantamiento?
No, no parecía que fuese un ser vivo. A medida que se aproximaba, pudo ver que
se parecía mucho a esos barcos de hierro del puerto que acababan de dejar atrás.
Sintió que su cabeza daba vueltas, porque si parecía imposible que aquellas cosas
pudieran flotar, era totalmente imposible que pudieran volar. Y, sin embargo,
resultaba completamente obvio que lo hacían. No había forma de desmentir lo que
veían sus propios ojos.
Aminoró la marcha a medida que se acercaba, reduciendo la impresionante
velocidad que lo impulsaba por el cielo a más velocidad que cualquier pájaro.
También había parado el ruido atronador, que había sido reemplazado por un rugido
semejante a la llamada de un millar de almas perdidas sometidas a tormento.
La cosa volaba bajo y Ragnar pudo ver que la turbulencia que producía a su paso
levantaba olas de espuma. Ahora parecía venir directamente hacia ellos y Ragnar se
preguntaba si habrían hecho algo para enfurecer a los dioses. Tal vez esta terrible
aparición había sido enviada para destruirlos.
Pasó casi rozando sus cabezas; mirándolo por abajo, Ragnar pudo ver que era una
especie de vehículo de metal, una cruz alada con forma de águila pintada en los
laterales y en las alas.
Por un momento pensó que había entrevisto ventanas en su parte frontal y rostros
humanos que observaban desde ellas, pero rechazó el pensamiento como si se tratara
ebookelo.com - Página 32
de una aberración momentánea. Girando la vista una vez que hubo pasado, vio que de
su parte trasera salían llamas como si se tratase del aliento de un dragón. A lo lejos se
lo vio virar hacia la isla de los Señores del Hierro y en ella se detuvo, lanzando hacia
adelante grandes chorros de llamas. Se mantuvo por un momento flotando en el aire
sobre el Templo de Hierro y Ragnar lo observó con la respiración contenida, sin saber
a qué atenerse. Por un lado creía que iba a destruir la ciudad con sus llamas; por otro,
tenía la impresión de que iba a ser testigo de un singular y estremecedor episodio de
magia.
No ocurrió nada de eso, pues el vehículo se posó lentamente en el tejado del
Templo de Hierro. Todos miraban en silencio preguntándose qué iba a pasar a
continuación. Nadie osaba decir nada y Ragnar podía oír cómo en su pecho latía
desbocadamente el corazón.
Algunos minutos después, el pájaro de metal se elevó nuevamente en el aire y
tomó la misma dirección que antes. Cuando pasó sobre ellos, batió sus alas en forma
de saludo. De pronto, y de manera inexplicable, Ragnar supo que Ranek, el Sacerdote
Lobo, había encontrado un nuevo medio de transporte que lo conduciría a
dondequiera que fuese.
Después de esto, toda la tripulación del Lanza de Russ permaneció callada
durante horas.
ebookelo.com - Página 33
TRES
EL ÚLTIMO BALUARTE
ebookelo.com - Página 34
Ragnar sonrió con nerviosismo y se dijo que aquello era algo sin sentido. Ahora era
un hombre. Ya había prestado su juramento de lealtad a los espíritus de los
antepasados en el altar de las runas. Tenía su propia hacha y su escudo confeccionado
con cuero de dragón estirado sobre un armazón de hueso. Incluso había empezado a
dejarse crecer el cabello negro para tener el aspecto de un hermano lobo. Ahora era
un hombre y no debía tener miedo de pedirle a una chica que bailara con él.
Y sin embargo debía admitir que lo tenía, y lo que es peor, no sabía realmente por
qué. La chica, Ana, parecía estar pendiente de él. Le sonreía de una manera
alentadora cada vez que la miraba. Y, por supuesto, la conocía desde que eran niños.
No sabía exactamente qué era lo que había cambiado entre ellos, pero algo había
cambiado. Incluso desde que él había vuelto de la isla de los Señores del Hierro,
hacía ya muchas lunas, se había producido un cambio.
Miraba a sus compañeros, los hermanos lobo con los que había establecido pactos
de sangre, y apenas podía contener la risa. Le parecían niños que intentaban ser
hombres. Todavía tenían el bozo de la adolescencia sobre el labio superior. Trataban
con gran dificultad de emular el porte de los guerreros adultos, pero seguían sin
conseguirlo. Parecían niños jugando a los soldados, no guerreros propiamente dichos.
Y sin embargo no era así. Todos ellos se habían hecho a la mar y habían empujado los
remos en medio de los coletazos de la tormenta. Absolutamente todos habían
participado en la caza del dragón y de la orca. Todos habían recibido su parte de las
cacerías, una parte muy pequeña, había que reconocerlo, pero parte al fin. Según las
costumbres de su tribu, eran hombres.
Ragnar miró alrededor. Era una tarde del otoño tardío y hacía un tiempo
estupendo. Se celebraba el Día del Recuerdo, el primer día de la última centena del
año, el comienzo de la corta estación otoñal cuando el clima, durante un brevísimo
período, se volvía bonancible y el mundo estaba en calma. El Ojo de Russ se iba
haciendo cada vez más pequeño en el cielo. El período de los terremotos y de las
erupciones casi se había acabado. Antes de que se dieran cuenta, vendrían las nieves
y caería sobre el mundo el largo invierno, a medida que se empequeñeciese más el
Ojo de Russ. El aliento de Russ helaría el mundo y la vida se haría inevitablemente
más dura.
Alejó de su cabeza ese pensamiento diciéndose que no era el momento de pensar
en esas cosas. Era el tiempo de las fiestas, y de estar alegre y de casarse mientras el
tiempo era bueno y los días largos. Miró alrededor y se dio cuenta de que todos
estaban poseídos por la alegría. Las chozas habían sido recubiertas con pieles de
dragón nuevas. Las paredes de madera de la gran sala habían sido pintadas de blanco
y rojo brillantes. En el centro del poblado se levantaba una enorme pira de madera sin
encender. Ragnar podía percibir el olor mentolado de las hierbas que perfumarían el
aire cuando se le prendiese fuego. Los cerveceros ya estaban arrastrando grandes
ebookelo.com - Página 35
barriles al aire libre. La mayoría de la gente todavía estaba trabajando, pero Ragnar y
sus amigos acababan de desembarcar. Todo ese día iba a ser festivo para ellos y no
tenían nada que hacer más que gandulear ataviados con sus mejores galas. Los habían
echado de sus cabañas para que sus madres pudieran barrer y limpiar. Sus padres
estaban ya en la gran sala contando historias de la gran batalla contra los
Cráneotorvo. En la lejanía podía oírse al eskaldo afinando su instrumento, y a sus
aprendices tocando ritmos básicos en los tambores con los que habrían de
acompañarlo.
Un enjuto y alargado perro se le cruzó en el camino y lo miró amigablemente.
Ragnar se le acercó y lo acarició detrás de las orejas, sintiendo el calor de la piel que
ya se estiraba preparándose para el invierno. El perro le lamió la mano con su lengua
áspera como el papel de lija y luego se marchó calle abajo, corriendo por el puro
gusto de hacerlo. De repente, Ragnar supo cómo se sentía. Aspiró una profunda
bocanada de aire fresco y sintió la necesidad de aullar por el puro placer de estar
vivo. En lugar de ello, se volvió hacia Ulli, lo alcanzó, le dio una bofetada en la oreja
y gritó:
—¡Tig! Ése eres tú.
Luego echó a correr antes de que Ulli tuviese tiempo de reaccionar. Al ver que
había empezado el juego, los demás hermanos lobo se dispersaron, corriendo entre
las cabañas y la gente atareada, lanzando pollos cacareantes al aire. Ulli se lanzó a la
carrera tras él, desafiándolo a voz en grito.
Ragnar se dio la vuelta en redondo, perdiendo casi el equilibrio al hacerlo, y le
hizo frente a Ulli. Su amigo se lanzó sobre él con el brazo estirado. Ragnar le
permitió que casi lo alcanzara con el puño antes de darse vuelta otra vez y echar a
correr. Torció a la derecha y se internó en una estrecha callejuela, se inclinó a la
izquierda para evitar el choque con uno de los barriles de los cerveceros y, en esa
maniobra, su pie resbaló en un cenagoso retazo de hierba y cayó al suelo. Antes de
que pudiera levantarse, Ulli se abalanzó sobre él y lucharon a brazo partido sobre el
suelo como niños juguetones. Rodaron sin parar cuesta abajo hasta que oyeron un
griterío femenino y tropezaron contra algo. Ragnar abrió los ojos y se encontró
mirando la bonita cara alargada de Ana. Ella se arregló la trenza cuando fijó en él su
mirada y luego sonrió. Ragnar le devolvió la sonrisa y sintió que se ruborizaba.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Ana con su voz dulce y grave.
—Nada —respondieron a una Ragnar y Ulli, y luego se echaron a reír a
carcajadas.
Strybjorn Cráneotorvo se plantó en la proa del barco dragón y oteó con ferocidad el
horizonte. Tosió con fuerza y lanzó al mar con desprecio un enorme escupitajo. En su
interior podía sentir cómo iba creciendo la sed de guerra. Tenía la esperanza de entrar
pronto en combate.
ebookelo.com - Página 36
A la vista de la flota se encontraba la isla originaria de los Cráneotorvo, el asiento
de su piedra rúnica sagrada, el lugar de donde habían sido expulsados hacía veinte
largos años por los Puños de Trueno. Desde luego, eso fue antes de que Strybjorn
hubiera nacido, pero eso no importaba. Había crecido oyendo hablar constantemente
de la belleza de la isla y tenía la impresión de que ya la conocía. Tenía una clara
imagen en la cabeza sacada de las historias de su padre. Era la tierra sagrada de la que
habían sido arrojados por la traición de los Puños de Trueno hacía ya tantos años y
que hoy, en el aniversario de su antigua pérdida, iban a reclamar por fin.
Estaba lleno de odio hacia los intrusos y este sentimiento estaba tan arraigado en
él como en los supervivientes del ataque y de la masacre que habían perpetrado los
Puños de Trueno venidos del mar para apoderarse de su tierra por la fuerza. Diez
barcos dragón habían aplastado a las mermadas fuerzas de los Cráneotorvo mientras
la mayoría de los guerreros se encontraba en el mar persiguiendo a las manadas de
oreas. Al volver de la pesca, aquellos valientes guerreros se habían encontrado su
propia tierra fortificada contra ellos, y a sus mujeres e hijos esclavizados por los
Puños de Trueno. Después de una corta lucha en la playa habían sido rechazados
hasta sus barcos y obligados a internarse en el mar, donde habían sufrido las
penalidades y la miseria de la Larga Búsqueda.
Strybjorn compartía la amargura de ese terrible viaje. Los desesperados ataques
contra otros asentamientos, los esfuerzos inútiles por encontrar una nueva tierra.
Recordaba los nombres de los que habían muerto de hambre y sed y también en la
lucha como si se tratara de sus propios antepasados muertos. Juró una vez más que
vengaría sus espíritus y calmaría a sus fantasmas con la sangre de los Puños de
Trueno. Sabía que sería así, ¿acaso no había sido ordenado por los dioses?
¿Acaso el propio Russ no había acabado recompensando con un premio la
perseverancia de los guerreros Cráneotorvo? Ellos habían encontrado la aldea
Ormskrik cuyos habitantes estaban moribundos a causa de una devastadora peste y
los habían vencido, matando a los hombres y esclavizando a las mujeres y a los niños
de acuerdo con las antiguas tradiciones. Y luego se habían establecido allí para
engendrar y criar con el fin de recuperar la población de antaño. Durante aquellos
años interminables no habían olvidado el emplazamiento de la piedra rúnica
ancestral.
Durante veinte largos años habían planeado y preparado su recuperación. Habían
nacido más hijos y los dioses les habían sonreído. Una nueva generación había
llegado a la edad adulta. Sin embargo, los Cráneotorvo habían tenido siempre
presente la traición de los Puños de Trueno, y los firmes juramentos de venganza que
habían hecho. Ésa noche, Strybjorn sabía que iban a cumplirse y sin duda los dioses
les sonreían porque justamente esa noche era el aniversario del día en que los Puños
de Trueno los habían atacado. Era lo más lógico que veinte años después del día en
ebookelo.com - Página 37
que habían perdido sus tierras ancestrales, los Cráneotorvo las reclamasen.
Strybjorn estaba orgulloso de su gente; habría sido muy fácil olvidarlo todo y
adormecerse en las comodidades de su nueva tierra. Sin embargo, no era ése el estilo
Cráneotorvo, porque sabían lo que valía un juramento. Estaban condenados a
vengarse y habían formado a sus hijos en la idea de buscar venganza tan pronto como
tuvieran edad suficiente para tomar los votos de la adultez. Cuando Strybjorn se había
convertido en un Hermano Lobo, había jurado que no descansaría hasta recuperar la
piedra rúnica y bañar el suelo sagrado de sus ancestros con la sangre de los Puños de
Trueno.
Golpeó su arrugada frente con una mano grande y fuerte, y entrecerrando los ojos
oteó el horizonte. Supo que pronto desembarcarían y, entonces, que se echaran a
temblar los Puños de Trueno.
Ragnar observó cómo el Gran Jarl Torvald encendía las grandes almenaras. La tea
ardiente se precipitó sobre la madera untada de aceite y las llamas se elevaron hacia
lo alto como demonios danzantes. El olor del ámbar gris y de las hierbas aromáticas
inundaba las callejuelas y el calor de las llamas hizo que su cara se enrojeciera. Miró
en derredor y vio que todos los habitantes de la aldea se habían reunido alrededor de
la hoguera y miraban fijamente cómo el jefe desempeñaba sus obligaciones
ceremoniales.
Torvald blandió su hacha, primero hacia el norte, hacia Asaheim, y hacia la gran
Montaña de los Dioses, luego hacia el sur como desafío a los demonios que moraban
allí. Levantó el arma por encima de su cabeza, sosteniéndola con ambas manos, y se
situó de cara al poniente. Lanzó un poderoso grito al que se unió la muchedumbre,
alabando y glorificando el nombre de Russ, con ánimo de invocar la protección y los
favores del dios durante un año más, como habían hecho año tras año desde que Russ
les había sonreído otorgándoles la victoria.
Cuando el jefe concluyó la ceremonia y volvió al lado de sus guerreros, el
anciano eskaldo Imogrim avanzó cojeando hasta quedar iluminado por la luz de las
hogueras e hizo un gesto pidiendo silencio. Sus aprendices lo seguían portando sus
instrumentos y empezaron a acompañar sus palabras con un ritmo suave.
Imogrim levantó el arpa y pulsó algunas cuerdas. Sus dedos se movían con
elegancia entre las cuerdas mientras permanecía distraído por un momento, como si
estuviera poniendo en orden sus pensamientos. En sus labios finos y pálidos se dibujó
una sonrisa, en tanto que la luz del fuego iluminaba cada uno de los pliegues de su
arrugada cara y convertía sus ojos en profundos cuévanos. La blancura de su larga
barba brillaba por efecto de la luz parpadeante. El gentío esperaba, conteniendo la
respiración, que el anciano se decidiese a empezar. La noche que los envolvía estaba
en calma. Ragnar miró alrededor y se encontró con la mirada de Ana. Daba la
impresión de que ella lo había estado mirando, porque sus ojos se encontraron y ella
ebookelo.com - Página 38
desvió la mirada, casi con vergüenza, y la clavó en el suelo.
Imogrim empezó a cantar con una voz suave que, sin embargo, sorprendía por su
resonancia, y sus palabras parecían fluir al mismo tiempo que el golpeteo de los
tambores. Era como si brotara un enorme manantial de memoria dentro de él y
hubiera empezado a fluir, lenta pero inexorablemente.
Cantaba La Saga de los Puños de Trueno, su canción ancestral, una obra cuyo
origen se perdía en la noche de los tiempos, hacía cientos de generaciones, y a la que
cada eskaldo había ido añadiendo capítulos. La obra de toda la vida de Imogrim era
memorizar esa canción, ampliarla y pasársela a sus aprendices para que ellos, a su
vez, se la pasaran a los suyos propios. Había un proverbio antiguo que decía que si el
jarl era el corazón de su pueblo, el eskaldo era la memoria. En momentos como éste
era cuando Ragnar entendía cuán cierto era.
Por supuesto que no había tiempo suficiente, ni esa ni ninguna otra noche, para
cantar todo el relato, por eso Imogrim debía conformarse con algunos pasajes. Aludió
al pasar a los tiempos más remotos, en que el pueblo había navegado entre las
estrellas en barcos construidos por los dioses. Cantó a Russ, que había venido a
enseñar al pueblo a sobrevivir en los tiempos oscuros cuando el mundo se había
sacudido y los demonios habían entrado en él. Habló de los tiempos de la elección en
los que Russ había seleccionado a los diez mil mejores guerreros de todos los clanes,
y se los había llevado con él, sin que se hubiera vuelto a saber nunca más de ellos,
para luchar en las guerras de los dioses.
Cantó los relatos de las antiguas guerras, y de las grandiosas hazañas de los Puños
de Trueno. Entonó las historias de cómo Berek había degollado al gran dragón
Thrungling y, por ello, había pedido un casco de hierro y la mano del espíritu del
trueno, Maya; de cómo el gran navegante Nial había dado la vuelta al mundo en su
potente barco, el Viento del Lobo; del día en que los trolls habían atacado y
expulsado de su tierra ancestral a los Puños de Trueno.
Puso al día la historia de cómo el padre de Ragnar y su gente habían encontrado
esta isla, dominada por los crueles y bestiales Cráneotorvo, y se habían apoderado de
ella en un día de sangrientas luchas. En esta parte de la canción, algunos de los
presentes habían proferido gritos de celebración. Otros permanecieron con la mirada
fija en el fuego como si estuvieran recordando a los camaradas muertos y la brutal
lucha del pasado. Ragnar sintió el corazón henchido de orgullo cuando Imogrim
relató su viaje para conducir al Sacerdote Lobo Ranek a la isla de los Señores del
Hierro, y el modo en que Ragnar clavó su lanza en el ojo del dragón antes de que
cayera muerto por la magia del anciano brujo.
Ahora sabía que su nombre perduraría para siempre. Mientras su clan existiera
sobre la faz de la tierra, su nombre sería recordado por el eskaldo y por sus
aprendices, y tal vez se cantara incluso en los días santos y en otras fiestas. Incluso
ebookelo.com - Página 39
después de que él traspasara el umbral de la muerte, su nombre seguiría vivo.
Levantó la mirada y vio un gesto de orgullo en la cara de Ana.
Estaba tan entusiasmado que apenas oyó el resto de la canción.
Strybjorn, entretanto, observaba atentamente el vasto resplandor de la hoguera que
iluminaba el horizonte, pensando que los Puños de Trueno eran muy amables al
encender una almenara para guiarlos. Lucía con toda brillantez y su reflejo, captado
por las olas, no hacía más que ampliar la luz.
En un principio, Strybjorn había pensado que la almenara era una especie de señal
de aviso, porque se habían percatado de la aproximación de la flota de los
Cráneotorvo, pero no había indicios de que se estuviesen preparando para luchar. No
había guerreros reunidos en la playa, ni barcos dragón saliendo a su encuentro. Se
había producido cierta consternación entre los tripulantes cuando se corrió la voz por
toda la flota, pero hasta ese momento no había pasado nada.
Strybjorn sospechó en un primer momento que podría tratarse de una especie de
emboscada. Una prueba más, si hacía falta alguna, de la naturaleza traidora y
retorcida de los Puños de Trueno. Luego corrió la voz entre los bancos de remeros de
que lo más probable era que los Puños de Trueno estuviesen celebrando el aniversario
de su infame victoria, y vanagloriándose de la carnicería que habían cometido a
traición y con alevosía. Muy pronto sabrían lo que se siente. El jarl les había
ordenado que desembarcasen en la Bahía de Grimbane, escondida a la vista de la
aldea, desde donde sólo había que hacer una corta marcha para saborear la ansiada
venganza.
Strybjorn se sintió invadido por la oleada de rabia que se había desatado entre su
gente.
Por Russ, que esos Puños de Trueno lo iban a pagar caro.
La canción no tardó mucho en terminar y, a continuación, empezaron la fiesta y los
bailes. El jarl y su guardaespaldas se retiraron a la gran sala comunal. Allí, las mesas
crujían bajo el peso de los pollos asados y el pan recién salido del horno. Montañas
de quesos se elevaban sobre las mesas de caballete y lagos de miel rebosaban de los
cuencos. El olor de la cerveza saturaba el aire y los cerveceros ya estaban llenando
con ella enormes jarras de cuero, y los vasos de cuerno de buey pasaban de mano en
mano.
Ulli le sonrió y le pasó el cuenco de cuero. Ragnar vació alegremente la cerveza
amarga como les había visto hacer a los guerreros curtidos. Ésta no era la cerveza
rebajada reservada para los niños. Ésta era la bebida de los días festivos para los
guerreros y era fuerte y potente. Las burbujas casi lo hicieron estornudar y su extremo
amargor le sorprendió. Pero no la escupió ni se puso en ridículo, sino que vació el
cuenco de unos cuantos tragos ante la admiración y el aplauso de sus compañeros.
Enfrente vio a su padre empinando el gran vaso de cuerno y cómo el contenido
ebookelo.com - Página 40
entraba inexorablemente en su boca mientras los demás guerreros contaban hasta
diez. Cuando llegaron a cinco había desaparecido la cerveza del recipiente. Era un
buen tiempo. Cuando se hubo llenado el cuerno, lo pasaron al siguiente y volvió a
empezar la cuenta, pero ahora a partir de cinco; sin embargo, el nuevo bebedor no era
contrincante para el padre de Ragnar y no fue capaz de tragar el líquido antes de que
terminara la cuenta. Con gesto avergonzado pasó el cuerno al siguiente guerrero.
Ragnar se dirigió a las mesas preparadas para los Hermanos Lobos y atacó el
pollo caliente y el pan. La carne caliente sabía de maravilla. El jugo le escurría por la
barbilla y él limpió la grasa que se enfriaba con trozos de pan antes de llevárselos a la
boca. La cerveza se había asentado en su estómago y se sentía bien, aunque un poco
embriagado por lo fuerte que era.
Ulli lanzó un prolongado aullido seguido de un eructo. Miró a Ragnar de manera
significativa y luego dirigió la mirada hacia las mesas donde se sentaban las chicas
sin compromiso. Ragnar sonrió y asintió, ahora con menos nervios. Muy pronto
empezaría el baile.
Strybjorn ayudó a los demás guerreros a arrastrar el barco dragón hasta la orilla, y lo
encallaron en la arena. Sus músculos se resintieron por el esfuerzo y respiraba
entrecortadamente. El barco era pesado por más que tirasen de él cuarenta guerreros.
Sus pies quedaron empapados, al igual que sus pantalones subidos hasta la rodilla
por el efecto del agua al saltar del barco. Se sentía ligeramente inestable así de pie, e
incómodo por la dura estabilidad de la tierra firme. Semanas de navegación lo
inducían a compensar los movimientos del barco, pero se dijo a sí mismo que no
tardaría mucho en recuperar sus piernas de tierra, y eso era bueno porque las
necesitaría muy pronto para luchar y matar.
Se puso en movimiento para unirse a sus Hermanos Lobos, jóvenes como él
dispuestos a conquistar la gloria en esta su primera batalla, tratando de hacerse un
nombre y de atraer la atención del jarl y de los dioses. Dirigió una plegaria a Russ
para que lo ayudara a luchar bien, y para que, si moría, lo hiciera a causa de sus
heridas y bajo la protección de Los Buscadores de Valientes.
A lo largo de la playa habían empezado a formarse largas filas de guerreros
Cráneotorvo, armas en ristre. Cuando estuvieron organizados en grupos de combate,
empezaron a avanzar con rapidez y en silencio por el sendero que conducía a la aldea
de los Puños de Trueno.
Ragnar lanzó un grito de alegría y alcanzó a enlazar su brazo con el de Ana. Estaba
borracho y feliz. Los bailarines habían formado largas líneas y se movían trenzando
intrincados pasos al son de la música del eskaldo y de sus aprendices.
Ana le sonrió, arrebolada la cara, mientras giraban en círculo antes de volver a
sus respectivos sitios en la fila un lugar más abajo. De este modo todos los jóvenes
podían bailar unos con otros. Era un baile general. Más tarde vendrían las danzas más
ebookelo.com - Página 41
personales.
A lo lejos, Ragnar podía oír el estrépito de los mayores que cantaban y bebían sin
parar en la fiesta organizada en el salón comunal. Poco a poco, las parejas casadas se
fueron acercando para unirse a la danza. Los perros ladraban, las ocas graznaban, las
cabras balaban, pues las fiestas las estimulaban más que ninguna otra cosa.
De pronto, la música paró porque el eskaldo y sus aprendices hicieron un alto
para apagar la sed con cerveza. Dejándose llevar por un impulso, Ragnar dio unos
pasos hacia Ana y las miradas de ambos se cruzaron. Sin decir ni una palabra y
cogidos del brazo se internaron en la oscuridad dejando atrás la sala comunal. Ragnar
se dio cuenta de que la chica se ruborizaba. Sus cabellos estaban revueltos y sus ojos
parecían enormes en la oscuridad y a la luz de las antorchas. Ragnar la alcanzó y pasó
su brazo por la cintura de Ana, y ella hizo lo mismo con el suyo. Se miraron a los
ojos y lanzaron una risita cómplice mientras se movían entre las sombras de las
chozas.
Allí en la oscuridad, mientras escuchaba el barullo festivo que inundaba la aldea,
Ragnar era consciente de que estaba ocurriendo algo importante. Se sintió atraído por
la chica con la misma atracción que orientaba al imán hacia el norte. Se lo dijo así y
esperaba que ella se riera, pero Ana lo miró y esbozó una sonrisa entreabriendo
levemente los labios. Él quedó fascinado inmediatamente por su belleza y casi pudo
sentir el suave calor de su cuerpo ceñido al suyo. Sin pensarlo, la atrajo hacia sí y sus
labios se encontraron. Ella rodeó el cuello de Ragnar con los brazos y le propició un
nuevo beso.
Después de un largo rato, se apartaron y sonrieron de manera cómplice, luego
volvieron a besarse.
Avanzando con pasos amortiguados, Strybjorn y sus Hermanos Lobos se acercaban a
la aldea de los Puños de Trueno. Él estaba impresionado. Los muy locos estaban tan
confiados que ni siquiera habían puesto un centinela. La vida holgada en la tierra de
los antepasados de Strybjorn los había vuelto blandos. Sin embargo, muy pronto iban
a pagar caro su error.
Supo que los guerreros Cráneotorvo habían ocupado posiciones por toda la aldea.
Muy pronto, los guerreros con más experiencia saltarían la empalizada y les
franquearían la entrada. Luego, Strybjorn y su gente caerían sobre los odiados
enemigos como lobos que se abalanzan sobre el redil.
Ahora no había nada que los detuviera.
—Formula un deseo —pidió Ana, arreglando su falda.
Ragnar dejó de abrochar su túnica y miró en la dirección que ella le indicaba. Por
encima de sus cabezas vio una luz en el cielo y en el primer momento pensó, como la
chica, que se trataba de una estrella fugaz, pero luego se dio cuenta de la cola de
fuego que lo seguía. Eso le recordó algo, pero en ese momento, aturdido por la
ebookelo.com - Página 42
cerveza y por el intenso abrazo que acababa de compartir con Ana, no supo muy bien
qué. A lo lejos, los perros ladraban en respuesta a la visión de la caída del meteoro.
Rodó de nuevo y alcanzó a la chica atrayéndola hacia sí para que volviera a
besarlo. Ella se resistió por un momento, jugueteando, antes de reunirse con él en el
suelo. Ragnar no creía haber sido nunca tan feliz como lo era en aquel momento, pero
el pensamiento de las llamas cayendo seguía latente en su conciencia.
Finalmente recordó que había visto algo semejante saliendo del tubo de escape
del barco volador que había ido a pedir el Sacerdote Lobo Ranek a la isla de los
Señores del Hierro.
Se preguntó perezosamente cuál podría ser su significado, antes de abandonarse
por completo al arrebato pasional. Apenas se dio cuenta cuando empezó el griterío.
Strybjorn enarboló el hacha firmemente sujeta en la mano y entró a la carrera por la
puerta abierta. Alrededor, sus Hermanos Lobos se apretaban unos contra otros, con
un brillo anticipado en los ojos y las bocas abiertas. Strybjorn se sintió desfallecer por
un instante. Sabía qué le pasaría, pues esta sensación lo asaltaba justo antes de
enfrentarse con un peligro. Era una especie de señal de que su cuerpo estaba
preparado para el choque. De pronto se dio cuenta de su agitada respiración, del
rápido latir de su corazón, del sudor que empapaba las palmas de sus manos hasta el
punto de hacerle difícil sostener el hacha. Con sus camaradas penetró en la aldea y,
mientras avanzaban, pudo oír claramente los sones de la música y el ruido de la
danza.
Por el camino, en un recodo, se encontraron con gente; no eran Cráneotorvo.
Strybjorn, aguzado cada sentido como una cuerda tensada, no necesitaba ninguna otra
provocación. Atacó con su hacha y, seguidamente, se oyó un horrible chapoteo
cuando la hoja del arma llegó a su destino y luego se retiró. Strybjorn volvió a lanzar
un hachazo, sintiendo cómo la sangre caliente brotaba del cuerpo del hombre que
cayó a sus pies. Extrañamente, la música seguía sonando y, a lo lejos, ladraba un
perro. En alguna parte del cielo, como si estuviera anunciando el ataque, sonó una
explosión semejante a un trueno.
—¿Qué fue eso? —preguntó Ana, con gesto atemorizado.
Ragnar se apartó de ella y miró hacia arriba.
—No lo sé —respondió.
Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no era cierto. El había oído antes un
sonido atronador como aquél, cuando el barco volador se había aproximado por
primera vez. ¿Acaso era esto una especie de presagio o de señal? ¿Y qué era ese
ruido? Resonaba como si se hubiera armado una tremenda trifulca en la sala comunal.
Se puso de pie y Ana con él. La cogió de la mano y empezó a avanzar entre las
chozas en dirección al lugar de la conmoción. Lo que vio era mucho peor de lo que
podría haberse imaginado. Entre los danzantes había extraños. Hombres enormes y
ebookelo.com - Página 43
fornidos de largos cabellos negros, de rasgos bestiales y poderosas mandíbulas.
Tenían un aspecto casi de trolls, y Ragnar los reconoció al instante por las canciones
del eskaldo. Era como si hubieran salido de una de sus canciones. Eran los
Cráneotorvo.
Por un momento, un miedo supersticioso dejó helado a Ragnar. ¿Habrían vuelto
de la tumba para apoderarse de las almas de sus conquistadores? ¿Estaba funcionando
la magia negra? ¿Podría la muerte haberse levantado para vengarse de la vida?
Cuando prestó más atención vio a un joven de facciones toscas, vestido como un
hermano lobo, que daba un hachazo al padre de Ulli. El anciano parecía aturdido aún
por la cerveza y, sorprendido, se llevó las manos al estómago, tratando de contener el
manojo de tripas que se le salía.
—¡Esto es un ataque! —gritó Ragnar, empujando a Ana hacia las sombras—. Es
una incursión.
En lo más íntimo de su corazón, sabía que no era una simple incursión. A juzgar
por la cantidad de guerreros que había y por los gritos de batalla que se oían por todas
partes, era una invasión en toda regla que trataba de esclavizar o destruir a su gente.
Lanzó una maldición, sabedor de que el ataque había llegado en el peor momento
posible, cuando todos los guerreros estaban borrachos o bailando. Y no cabía echarle
la culpa a nadie; era su propia culpa. Tendrían que haber apostado centinelas y haber
estado preparados, pero no lo habían hecho. Los largos años de paz los habían
sumergido en una falsa sensación de seguridad que ningún hombre de Fenris podía
permitirse. Y ahora estaban pagando por ello.
La rabia y la desesperación se turnaban en el corazón de Ragnar. Durante unos
interminables minutos estuvo paralizado, consciente de que no había ninguna
esperanza. Más de la mitad de los habitantes de la aldea ya estaban muertos o
agonizantes, aplastados como huesos de dragón podridos por estos terribles
invasores. Los atacantes eran expertos, iban bien equipados, guardaban la formación
y luchaban con una terrible y voluntariosa disciplina. Los Puños de Trueno estaban
desarmados, desorganizados, confundidos e incapaces de hacer nada que no fuese
dejarse cortar como pollos en una matanza.
De pronto, Ragnar supo que el destino de los Puños de Trueno estaba en las
manos de ellos dos.
ebookelo.com - Página 44
CUATRO
EL ÚLTIMO BALUARTE
ebookelo.com - Página 45
—¡Atrás! —gritó Ragnar, empujando a Ana dentro de la cabaña más próxima.
Sabía que ésta poco podría protegerlos, pues muy pronto los atacantes prenderían
fuego a toda la aldea. Sin embargo, necesitaba tiempo para pensar, y no tenía la
menor duda de que dentro habría armas mejores que la daga que llevaba en el
cinturón.
Sin entender muy bien lo que estaba pasando, Ana se resistió, pero él era más
fuerte y la retuvo dentro de la vivienda al tiempo que le tapaba la boca con la mano.
—¡Quédate quieta si valoras en algo tu vida! —le dijo con decisión, y vio cómo
en sus ojos aparecía un asentimiento aterrorizado, seguido rápidamente por una
resolución firme.
Era una auténtica mujer de su pueblo, como pudo comprobar Ragnar.
Los lamentos y los gritos de guerra llenaban la noche, apenas amortiguados por
las paredes de las tiendas de piel de dragón. Dentro, todo era oscuridad. Ragnar
revolvió frenéticamente entre los enseres de la casa hasta que encontró un escudo y
un hacha. Rápidamente, lo ajustó a su brazo y sopesó el arma. Se sintió un poco
mejor, pero todavía no estaba seguro de lo que iba a hacer. Lo que acababa de ver ya
era una presencia acuciante en su cerebro.
Recordó la mirada de horror en la cara del padre de Ulli, y también al viejo
Horgrim tirado entre la basura, con la tapa de la cabeza levantada y los sesos
esparcidos. Recordó la horrible herida palpitante en el pecho del cervecero Ranald.
Cosas que en su momento no había reconocido le quemaban ahora en la cabeza. Las
lágrimas humedecieron sus mejillas. Eso no era lo que él hubiera esperado; no era el
tipo de batallas que cantaban los eskaldos. Era la brutal masacre de un pueblo
desarmado por parte de un enemigo mortal.
Sin embargo, una pequeña parte racional de su mente le decía que era realmente
una batalla. Siempre había en ellas muerte, agonía y terribles heridas. Los
contendientes rara vez jugaban limpio y eso terminaba siempre en muertes terribles.
La cuestión más peliaguda era decidir lo que iba a hacer ahora.
¿Se iba a quedar cobardemente dentro de esa cabaña como un perro apaleado, o
iba a salir y enfrentarse a la muerte como un valiente? Sabía que tenía poco donde
elegir. Lo más probable es que acabase muriendo de todos modos, y era mejor
encontrarse con los espíritus de los ancestros cubierto de heridas y con el arma
firmemente apretada en la mano muerta y fría.
Pero, a pesar de todo, algo le impedía hacer lo que sabía que debía hacer. Sus ojos
estaban clavados en la atemorizada muchacha, que sin verter una sola lágrima y con
la cara pálida y desencajada permanecía en un rincón. Ella limpió sus lágrimas con el
puño de la manga y trató de sonreírle. Era una mueca terrible y Ragnar sintió que se
le iba a romper el corazón.
¡Cómo había cambiado su vida en cuestión de minutos! Hacía menos de una hora
ebookelo.com - Página 46
había sido plenamente feliz. Él y Ana habían yacido juntos y las cosas entre ellos
parecían tomar el rumbo acostumbrado en el poblado. Se habrían casado, habrían
tenido hijos y habrían vivido su vida juntos. Ahora, ese futuro se les había ido de las
manos, como si alguien le hubiera prendido fuego realmente. Todo lo que quedaba
era la sangre, las cenizas y tal vez la vida infame de la esclavitud, si sobrevivía. Supo
que no podría enfrentarse a eso.
¿Qué iba a hacer? No podía quedarse quieto, porque si lo hacía no haría más que
arriesgar la vida de Ana. Podría producirse una pelea, y se sabía de hombres airados
que habían dado muerte a inocentes observadores. Lo más probable es que no la
mataran, para que se convirtiera en la esposa o la esclava de algún Cráneotorvo. Así
era como sucedían las cosas. Éste pensamiento le produjo más dolor del que podía
manifestar, pero por lo menos ella seguiría viva.
A pesar de todo, no pudo marcharse, pues el mismo magnetismo que lo había
atraído antes hacia la chica le impedía marcharse ahora. En lugar de eso, se acercó a
ella, dejó el hacha en el suelo y tocó su cara con la mano, siguiendo sus rasgos con
los dedos, tratando de memorizarlos para llevárselos con él hasta el infierno si era
necesario. De todo lo que le había ocurrido en su vida, ella era lo mejor. Ahora se le
partía el corazón al comprender que ya no habría futuro, que sus vidas se habían
acabado antes incluso de que hubiesen empezado.
La atrajo hacia sí para darle un último beso. Los labios de los dos jóvenes se
unieron en un prolongado beso y, luego, él la apartó.
—Adiós —dijo Ragnar muy quedamente—. Habría sido maravilloso.
—Adiós —respondió ella, hija consciente de su pueblo para no impedirle que se
fuera.
Él se adentró en la noche incendiada, internándose entre el caos de alaridos y de
locura. El siguiente encuentro fue con una enorme figura que surgió ante él
amenazadora y enarbolando un hacha.
Strybjorn acechaba en la noche, matando a su paso todo lo que encontraba. Aullaba
de contento, sabiendo que había llegado la hora de la venganza de su pueblo. El sabor
de la sangre le resultaba dulce; en realidad, le gustaba matar, le gustaba la sensación
de poder que le daba. Amaba las luchas cuerpo a cuerpo.
Claro que estos Puños de Trueno eran enemigos de poca monta; casi ni merecían
que los ensartase una espada de los Cráneotorvo. Estaban borrachos y mal armados y
apenas comprendían lo que estaba pasando. Se preguntó cómo habían sido capaces de
expulsar de esta isla a su valiente pueblo de guerreros.
En el breve respiro que le permitía el combate, sólo lo obsesionaba un
pensamiento: ¿acaso era parte del precio que había que pagar por vivir en estas islas?
¿Había reblandecido la buena vida a sus antepasados del mismo modo que lo había
hecho con los Puños de Trueno? ¿Había perdido en el pasado su pueblo el espíritu
ebookelo.com - Página 47
guerrero como lo había perdido este rebaño de ovejas? Sintió que era algo que debía
hablar con su padre. Esto no debía volver a pasar nunca más y no pasaría cuando él se
convirtiese en jefe.
Ragnar detuvo a la desesperada el golpe de su atacante. El choque del impacto
paralizó su brazo a pesar de que el escudo absorbió parte del impulso. Ragnar dirigió
su contraataque a la cabeza del hombre, que también paró el golpe.
Lanzó hacia adelante su brazo protegido con el escudo y alcanzó a su atacante en
la cara. Cuando el hombre perdió el equilibrio cayéndose hacia atrás, Ragnar le partió
el cráneo de un hachazo.
Miró alrededor y vio que su casa estaba en llamas. El gran salón comunal también
ardía por los cuatro costados mientras alrededor todo era locura. Sombrías figuras
cortaban y mataban en la negrura de la noche como si se tratara de una escena del
mismísimo infierno. Las mujeres escapaban en medio de la noche llevándose a sus
hijos. Los perros se lanzaban a las piernas de los invasores y un pollo volaba
torpemente en la oscuridad, las alas en llamas.
Ragnar se preguntó dónde estaría su padre. Lo más probable era que estuviese en
el gran salón ayudando a recuperarse a los guerreros, si todavía estaba vivo. Ragnar
trató desesperadamente de alejar este pensamiento, pero como un cuchillo se hundía
en la convicción de que, al terminar esa noche, no sólo su padre sino todos los
guerreros que conocía, y con toda probabilidad él también, estarían muertos.
Sin embargo, no había más remedio que seguir luchando sin que importase cuán
negros fueran los augurios. Con todos los sentidos alerta, Ragnar corrió hacia el salón
comunal, esperando contra toda esperanza que su padre y los demás estuvieran vivos.
Una vez más, el extraño zumbido pasó sobre sus cabezas, y Strybjorn tomó
conciencia de que había caído sobre el campo de batalla una enorme sombra alada.
Miró hacia arriba y vio cómo la cola ardiendo de aquella cometa sobrevolaba sus
cabezas a baja altura. Por un momento, la lucha se detuvo y todos miraron hacia
arriba sobrecogidos y admirados por la mágica aparición.
—¡Los Buscadores de Valientes! —gritó alguien.
Strybjorn no estaba seguro de si era Cráneotorvo o Puños de Trueno. Sólo sabía
que, fuera quien fuese el que lo dijo, estaba en lo cierto. Un escalofrío recorrió su
cuerpo. Los mensajeros de los dioses estaban allí y juzgaban a los combatientes.
¡Ahora! En ese instante miraban hacia abajo con su mirada ardiente para ver si
alguno de los presentes era digno de unirse a los grandes guerreros de la Sala de los
Héroes. Era posible que esa noche alguien fuera llevado a vivir a la legendaria
montaña donde los Elegidos de los Dioses moraban en esplendor inmortal.
Strybjorn sabía que elegirían sólo al más valiente de los valientes y al más fiero
de los fieros. Sólo los más osados eran dignos de la inmortalidad. Los nombres de los
Elegidos vivirían por toda la eternidad y serían recordados por los eskaldos en sus
ebookelo.com - Página 48
cantares de gesta. Una ambición ardiente despertó en su corazón.
Ahora sabía lo que debía hacer. En algún lugar entre estos perros apaleados tenía
que encontrar enemigos dignos de sus armas. Debía encontrar enemigos a los que
pudiese llamar por su nombre y retarlos en combate singular. Los Buscadores no
aparecían en todas las batallas; tal vez esta oportunidad no se le volviese a presentar
nunca más. Tal vez no volviese a tener pruebas físicas tangibles de la presencia de
estos seres misteriosos en toda su vida.
Echó una mirada en derredor. A la misma conclusión parecían haber llegado todos
los guerreros independientemente de su clan. Los Cráneotorvo se apartaban de sus
enemigos, dándoles tiempo a echar mano de mejores armas. Strybjorn esperaba
ansiosamente para ver lo que iba a ocurrir después.
En el fragor de la batalla, Ragnar miró hacia arriba y vio pasar sobre su cabeza al
barco volador. Parecía haber pasado toda una vida desde que lo había visto desde la
cubierta del Lanza de Russ, aunque en realidad habían sido sólo doscientos días. Tal
vez no fuera el mismo barco; tal vez no hubiera más que uno. ¿Quién, salvo los
dioses, sabía esas cosas?
Lentamente se abrió paso en su mente el pensamiento de que los Buscadores
estaban allí. Podrían estar observándolo en ese preciso momento. Sopesando si
Ragnar sería, o no, digno de entrar en el Salón de Russ. Era un pensamiento
extrañamente edificante y daba sentido a la carnicería que podía ver alrededor. De
repente, ésta no era simplemente una batalla por la supervivencia, sino una prueba de
honor y merecimientos. Desde luego que todas las batallas lo eran, pero en muy
pocas se manifestaba la presencia de los mensajeros de los dioses. Ésta era una de
esas batallas y cabía la posibilidad de que un hombre pasase directamente de aquí a la
leyenda.
El enorme y fornido guerrero con el que había estado intercambiando golpes
hacía un instante clavó la mirada en él, y en sus brutales ojos grises brilló la sombra
del entendimiento. Se apartaron uno del otro y Ragnar retrocedió hacia los restos de
su gente reunida en torno al gran salón comunal en llamas, mientras que el
Cráneotorvo se retiraba hacia sus propias líneas.
Ragnar echó una mirada alrededor para ver a quién reconocía. Allí estaba Ulli, y
también su padre, lo que le permitió respirar con alivio. El jarl Torvald seguía en pie,
si bien su cabeza sangraba por una fea herida. Cuando Ragnar lo miró, el jefe
guerrero arrancó la manga de su túnica y se la ató a la cabeza. Se produjo entre todos
ellos un intercambio de extrañas miradas atormentadas. Todos sabían que eran
hombres muertos y que sólo era una cuestión de tiempo.
Mirando a la horda reunida de Cráneotorvo era obvio que los Puños de Trueno
estaban en minoría en una proporción de cinco a uno. Muchos de ellos habían caído
en el furioso ataque inicial y no había esperanza alguna de que pudiesen vencer a
ebookelo.com - Página 49
tantos Cráneotorvo, incluso aunque resultasen ser guerreros mucho mejores que sus
enemigos. Y a juzgar por el salvajismo de los Cráneotorvo, que habían sufrido ya en
sus propias carnes, ése no era el caso. A regañadientes, Ragnar tuvo que admitir que,
aunque pareciera que estaban igualados hombre por hombre, en realidad la balanza
no era favorable a su pueblo.
Con todo, la aparición de la nave celestial había provocado un cambio en el
ambiente de la batalla. Eso era completamente obvio. En ese momento, los
Cráneotorvo se habían retirado y permanecían a la expectativa. Al igual que los
Puños de Trueno, ellos también querían impresionar a los observadores celestes.
Habían pasado de buscar una carnicería a buscar enemigos dignos. Una chispa de
rabia se encendió en el corazón de Ragnar.
Ahora estaban preparados para luchar honorablemente. Sabiendo que los ojos de
los dioses los miraban, estaban dispuestos a garantizar a los enemigos una lucha justa.
Hacía sólo algunos minutos no estaban dispuestos a ello. A duras penas respondía
aquello a la naturaleza del auténtico honor. Una pequeña parte de Ragnar todavía se
reía de su propia ingenuidad. ¿De qué servía protestar sobre la justicia o injusticia de
la lucha? Los dioses harían sus elecciones del modo inescrutable que les era propio y
seguro que no eran idiotas, o eso era, al menos, lo que él esperaba.
¿Por qué protestaba entonces? Los Cráneotorvo le estaban dando la oportunidad
de morir dignamente aunque fueran unos sucios hipócritas. Y aseguraban a los Puños
de Trueno la posibilidad de llevarse al infierno a unos cuantos de ellos.
Cuando resultó evidente lo que estaba pasando, un puñado de guerreros Puños de
Trueno entró a la carrera en el salón comunal y, pese a las llamas, regresó con un
cargamento de armas y escudos. Los Cráneotorvo parecían totalmente dispuestos a
dejarles hacer y a permitir que los enemigos se preparasen para la batalla.
Ahora se percibía una fuerte tensión en el aire. Casi podía palparse, como si la
presencia de los Buscadores hubiera generado su propia energía eléctrica. Los
guerreros hacían el precalentamiento barriendo el aire con sus armas. Los jefes de los
Cráneotorvo estaban apiñados discutiendo entre ellos acerca de lo que iban a hacer o,
lo que es lo mismo, debatiendo cómo quedarían mejor ante los ojos de Russ.
Bueno, por lo menos entre los Puños de Trueno no había ningún debate sobre ese
asunto, pensó Ragnar. Su obligación estaba clara: debían vender sus vidas tan caras
como pudieran y luchar bien y con honor antes de morir. No había ninguna otra
posibilidad.
De pronto empezó a oírse la voz de un hombre que gritaba y que parecía ser la de
Ranald Undiente. Ragnar se quedó sorprendido, porque conocía a Ranald de toda la
vida y siempre había sido un hombre dispuesto, inasequible al desaliento incluso ante
la mayor de las tormentas o la más fuerte de las orcas. Por todo lo que había oído,
siempre había salido bien librado en todas las correrías y batallas en las que había
ebookelo.com - Página 50
tomado parte. Efectivamente, se había enfrentado al Troll Nocturno de Gaunt en un
combate cuerpo a cuerpo del que había salido triunfante.
Ragnar se preguntó a qué se debería el que se hubiera roto ahora su temple. De
todos los hombres presentes, Ranald era uno de los que parecerían tener asegurado el
favor de los Buscadores. Su valentía se había puesto a prueba una y otra vez durante
años. ¿Era posible que un hombre tuviese sólo una reserva limitada de coraje para
toda su vida, y que cuando se terminaba fallase su valentía? ¿O acaso era la presencia
de los Buscadores lo que lo había desarbolado? Sabiendo que los ojos de tus dioses te
están observando, puedes llegar a hacer cosas realmente raras en un hombre, pensó
Ragnar.
O tal vez fuera la certidumbre que tenía ahora cada guerrero Puños de Trueno de
que muy pronto sería juzgado y conocería su destino final. Una cosa es entrar en
batalla o encontrarse en medio de una tormenta o de cualquier otro peligro sabiendo
que se podría seguir vivo gracias a la suerte o al favor de los dioses o, incluso, a la
propia fortaleza o habilidad. Y otra muy diferente es saber que la propia vida podría
estar tocando a su fin.
Ragnar examinó su propio estado de ánimo y se dio cuenta de que tenía miedo,
pero no era abrumador. Estaba nervioso y a la vez extrañamente emocionado, pero no
aterrado. Todo lo contrario. Estaba tan lleno de ira y tenía tanta sed de vengarse de
los Cráneotorvo por su traición que su miedo parecía insignificante. Se sintió como si
estuviera al borde de caer en una furia asesina. Estaba impaciente por enzarzarse con
sus enemigos, desesperado por que empezase la matanza.
Y tuvo que admitir que el deseo del favor de los dioses no tenía nada que ver con
ello. Ésta seguro de poder entrar feliz en el infierno si podía llevarse por delante a un
Cráneotorvo, y que su vida no habría sido en vano si arrastraba a dos a las
profundidades. Sabedor de que su vida se había acabado, no tenía nada que perder.
Todo lo que le quedaba era la oportunidad de venderla cara.
Era extraño que en el transcurso de una tarde, un hombre pudiera experimentar
tantos cambios. Trató de recordar la cara de Ana, esa cara que había tratado de
memorizar con tanto empeño hacía sólo unos minutos, y que ahora le costaba trabajo
representársela mentalmente. Era una pena, pensó fríamente Ragnar. Hubiera sido
hermoso llevarse a la otra vida la memoria de algo tan hermoso.
Los guerreros Puños de Trueno habían terminado de armarse y estaban listos. Los
Cráneotorvo parecían haber elegido ya a sus guerreros. Estaban frente a frente a
través de las sombras de la plaza en llamas. Durante un largo rato se miraron unos a
otros con miedo y con odio. Luego, los ojos se volvieron hacia la enorme figura que
emergió de las sombras. Era un hombre monstruoso y fornido, enfundado en una
armadura de metal y con los hombros cubiertos por una enorme piel de lobo.
Ragnar quedó sorprendido al reconocerlo; era el Sacerdote Lobo al que ellos
ebookelo.com - Página 51
habían transportado hasta la isla de los Señores del Hierro hacía apenas doscientos
días. De pronto, Ragnar recordó, con un escalofrío de miedo, las palabras finales del
Sacerdote Lobo. Efectivamente, éste había sido un día de duelo para él. Pareciera que
Ranek no sólo era brujo, sino también adivino.
Ahora todos se quedaron quietos esperando a ver si el Sacerdote Lobo iba a
intervenir, pero no hizo nada, sólo los inspeccionó con sus llameantes ojos. En ese
momento, Ragnar vio con claridad meridiana que había algo inhumano, o tal vez
sobrehumano, en Ranek. Sea lo que fuere lo que le hubiera ocurrido, lo había
apartado del camino de los mortales, y lo había convertido en algo bastante
monstruoso.
No mostraba miedo alguno y permanecía allí de pie con profunda confianza en su
propia invulnerabilidad como si se tratara de un hombre que observa los juegos de los
niños, no como alguien que está al borde de una batalla entre fornidos guerreros
armados hasta los dientes. Era como si supiera que nada podía causarle ni el menor
daño, como si él pudiera matarlos a todos sin esfuerzo si llegaban a molestarlo.
Recordando cómo se había enfrentado al dragón marino, Ragnar no tuvo ni la menor
duda de que era cierto.
Otro pensamiento ocupó su mente. Ranek había llegado en la nave celestial, lo
cual quería decir que no era un simple brujo. Era uno de Los Buscadores de Valientes,
un representante de los propios dioses. El mismo pensamiento parecía haber surgido
en la cabeza de todos los presentes mientras miraban el reflejo ígneo de la brillante
armadura del Sacerdote Lobo. Todos ellos se sintieron invadidos por una sensación
sobrecogedora. Sabían que estaban en presencia de algo sobrenatural.
El terrible anciano los miraba con impaciencia, como si estuviera esperando que
empezasen. Ragnar sospechó que su presencia había intimidado a los guerreros. Por
un instante, abandonados a sus propias cavilaciones, habían dejado de luchar. Luego,
el anciano hizo un gesto para que reanudasen la lucha. Las dos fuerzas se armaron de
valor, como lobos que se preparan para saltar al combate cuerpo a cuerpo, y luego se
enzarzaron en un duro enfrentamiento.
Strybjorn sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo cuando vio al anciano
saliendo de las sombras. En lo más íntimo de su ser sabía que era uno de los
Buscadores, un ser que podía garantizarle la inmortalidad y una eternidad de batallas
sin fin, si así lo quería. Sus ojo$ se dirigieron a la figura revestida de metal como
limaduras de hierro a un imán. Había una impresionante sensación de poder en el
Buscador que llenaba de envidia y de deseo a Strybjorn. Él quería compartir ese
poder, ser capaz de permanecer en medio de la carnicería con la misma seguridad.
Quería sentir una parte de ese mismo orgullo. Sabía que el más fuerte y el mejor de
los guerreros Cráneotorvo no era más que un palurdo comparado con aquel ser. Fuera
lo que fuese lo que tuviera el anciano, él lo quería. Por eso decidió que tenía que
ebookelo.com - Página 52
comportarse como un héroe en la batalla que se avecinaba o, por lo menos, tenía que
morir intentándolo. Si tuviera una oportunidad, lo conseguiría, pero no estaba en la
primera oleada de guerreros que iban a enfrentarse cuerpo a cuerpo con los Puños de
Trueno.
Lanzó una mirada tratando de calcular el número de enemigos que quedaban y
vio que uno de los Puños de Trueno, un joven de su misma edad, miraba al anciano
con una expresión en su cara como si lo conociera. ¿Era posible que conociera a un
Buscador? No. No podía ser, lo que pasaba era simplemente que estaba poseído por la
locura de la muerte. Strybjorn se esforzó en memorizar la cara del joven y, de
repente, se sintió invadido por una oleada de desprecio hacia él, y pidió
fervientemente que el chico sobreviviera a la carga inicial para que él, Strybjorn,
pudiera matarlo.
A la señal del anciano, los Cráneotorvo atacaron.
Ragnar esquivó el golpe del enorme y zafio guerrero y, seguidamente, balanceó su
hacha y alcanzó al hombre en pleno pecho. Los huesos se astillaron y se produjo una
gran efusión de sangre y entrañas. Se volvió justo a tiempo para esquivar el mandoble
de otro Cráneotorvo y luego, para su propio horror, se sintió inmovilizado.
El hombre moribundo se había erguido en el charco que formaba su propia sangre
y estaba aferrado a la pierna de Ragnar. Parecía decidido a que su matador muriese
junto con él. Puesto en pie por su propia fuerza, de pronto parecía posible que lo
consiguiese. El segundo Cráneotorvo se lanzó sobre él y Ragnar apenas pudo parar el
golpe con su escudo. Impedido por el lastre de su pierna, fue todo lo que pudo hacer
para mantener el equilibrio. Lanzó un contragolpe y derribó hacia atrás a su atacante.
En ese momento de respiro, decidió jugarse el todo por el todo. No había forma de
que pudiera sobrevivir clavado como estaba al suelo. Tenía que liberarse. Por un
instante, se arriesgó a apartar la vista de su atacante ileso, miró hacia abajo y lanzó un
golpe contra la muñeca del brazo que lo aferraba.
Cayó limpiamente cuando el filo aguzado del hacha rasgó la carne, el hueso y el
tendón. Un chorro de sangre caliente empapó la pierna de Ragnar mientras el
moribundo lanzaba un grito desgarrador. Ragnar se echó a un lado rápidamente, a
tiempo para esquivar a su nuevo atacante.
Cuando el cuerpo del hombre cruzaba ante Ragnar llevado por el impulso, éste le
lanzó un terrible golpe en la parte posterior del cuello. El hacha se hundió en las
vértebras y la cabeza del hombre quedó medio separada del tronco del cuello. Sin
saber todavía que estaba muerto, el cadáver echó a correr dando algunas zancadas
antes de desplomarse sobre el hombre sin mano, yendo a caer sobre la tierra
empapada de sangre.
Ragnar se puso de pie y se lanzó hacia adelante dando golpes con su hacha a
diestra y siniestra a medida que avanzaba. Su primer golpe alcanzó a un sorprendido
ebookelo.com - Página 53
guerrero en la sien y le rebanó el cráneo. Su segundo golpe fue parado por un
pequeño y achaparrado guerrero Cráneotorvo. Con la rapidez del rayo, él y Ragnar
intercambiaron una lluvia de golpes. Una oleada de dolor atravesó el brazo de Ragnar
cuando la punta de la lanza del hombre se hundió en él. El golpe de respuesta de
Ragnar envió al hombre directamente al infierno.
Ragnar se quedó sorprendido de lo bien que estaba luchando. Le parecía que todo
pasaba a cámara lenta. Luchaba con una coordinación y una rapidez perfectas que
nunca había sabido que poseía. Su mente estaba clara como el cristal, fría como un
arroyo dé montaña. Se sentía fuerte y rápido y apenas sentía el dolor de sus heridas.
Por supuesto que ya había oído alguna vez a los guerreros más viejos decir que esto
podía pasar, pero también sabía que más tarde su cuerpo pagaría por esta explosión
de energía de la batalla. Ahora, en ese instante, se sentía invencible.
Una rápida mirada alrededor lo convenció de lo equivocado que era su
sentimiento. Parecía que aún quedaba una horda interminable de guerreros
Cráneotorvo. Cuando uno caía, otro ocupaba su lugar, ansioso por entrar en combate.
Los Puños de Trueno se las arreglaban muy bien por el momento, pero más de la
mitad ya había caído. Cuando miró su entorno vio a su padre muerto sobre el suelo.
Sus ojos sin vida miraban fijamente al cielo y sus manos apretaban todavía el mango
del hacha, con dos Cráneotorvo a los pies.
El corazón de Ragnar dio un vuelco ante el horror de esa visión. Éste era el
hombre que lo había criado en solitario después de la muerte de su madre. El que
había sido, desde que Ragnar tenía recuerdos, un pilar firme de indómita fortaleza.
Era sencillamente increíble que estuviera muerto. Derribando enemigos como si
cortara cañas, a medida que avanzaba, se abrió camino hasta donde yacía su padre. El
joven Puños de Trueno se arrodilló ante su cuerpo y consiguió tocar su frente, que ya
estaba fría, y al palpar su cuello comprobó que no había pulso. La rabia se apoderó de
él por un instante y lo dejó paralizado.
Un Cráneotorvo corría hacia Ragnar y él lo vio venir. La rabia lo endureció hasta
dejarlo tan frío y tan rígido como el cadáver de su padre. La necesidad de matar
inundó por completo su espíritu. El Cráneotorvo se movía con tanta lentitud que
parecía que estuviese avanzando por un campo de miel. Ragnar pudo percibir todos y
cada uno de los detalles del atacante, desde la verruga del dorso de su mano derecha
hasta las muescas en el brillante acero de su espada. Todo era de una claridad
meridiana, incluso podía ver por la manera en que cojeaba el hombre que se había
torcido una pierna, aunque eso apenas le impedía correr. También vio cómo el
guerrero echaba hacia atrás su hacha, preparándose para el golpe que decapitaría a
Ragnar. Era como si todo eso le estuviera sucediendo a otro.
El se apartó de su trayectoria, golpeándolo en su pierna herida y haciéndole
perder el equilibrio hasta caer a tierra. Cuando cayó, Ragnar le partió el cráneo como
ebookelo.com - Página 54
si fuera una astilla de madera y avanzó hacia las filas de los Cráneotorvo, sembrando
la muerte a su paso.
Ahora luchaba como un dios. Nada se le oponía, y su rabia y su odio lo elevaban
a nuevas alturas de velocidad y ferocidad. No conocía el miedo y vivía sólo para
matar sin preocuparse de si vivía o moría. Con toda la furia avanzaba entre los
Cráneotorvo como un barco dragón a través de un mar tormentoso. Todo lo que se
ponía en su camino acababa abatido en el suelo.
En algún momento de esta locura, el golpe del hacha de un Cráneotorvo partió su
escudo. Ragnar mató al hombre que había tenido la osadía de hacerlo y se apoderó de
su hacha pertrechada con una clava cuando cayó al suelo. Con un arma en cada mano
irrumpió en la batalla como un remolino de muerte que acababa con todo lo que
estaba a su alcance. Perdió la cuenta del número de víctimas después de las veinte
primeras. Se acabó acostumbrando a la mirada de miedo y horror que veía en las
caras de los hombres que se le enfrentaban. Era la misma mirada que se podría tener
si uno se enfrentase a un demonio. Ragnar no se preocupaba; en ese momento se
sentía como un demonio. Tal vez estuviera poseído por uno, y si ése fuera el caso le
daba la bienvenida como se la hubiera dado a cualquiera que le hubiese permitido
matar a un Cráneotorvo.
Por un momento, le pareció que él solo podría cambiar el signo de la batalla. Los
Puños de Trueno se habían reagrupado tras él y formaban una cuña volante que se
abría paso entre sus enemigos fortalecida por la destreza y la fuerza de Ragnar. Pero
esa situación no podía durar mucho. Sus compañeros cayeron uno tras otro y nada
podía mantener el nivel sobrehumano de ferocidad que tenía Ragnar. Sangraba por
innumerables cortes que le habían infligido. Su fortaleza estaba minada por los
cientos de golpes que había encajado. Empezaba a reducir la marcha, tomaba
conciencia del dolor y volvía al nivel de ser humano.
Strybjorn abatió a otro Puños de Trueno y trató de localizar al joven que había
visto antes. Estaba en algún lugar a la vista, pero seguramente se había desplazado
hacia alguna otra parte del campo de batalla. No tenía suerte, pero seguía tratando de
localizar al anciano que el joven parecía haber reconocido. Ése chico había luchado
con mucho valor y notable destreza para ser un Puños de Trueno. Strybjorn estaba
orgulloso de sí mismo. Ahora que los Puños de Trueno se habían recuperado un poco,
ya eran oponentes bastante dignos, y él había matado a cinco. Estaba muy seguro de
que los ojos del Buscador se habían fijado en él cuando lo hizo. Había elegido bien a
sus enemigos. Todos eran guerreros en la flor de la vida y todos habían demostrado
destreza en el combate, pero todos habían caído bajo el hacha de Strybjorn.
Una vez más, lo embargaba la euforia de la sangre vertida. Se dio cuenta de que
era feliz como nunca lo había sido en su corta vida llena de odios. El acto de abatir a
alguien le proporcionaba más placer que comer, dormir o beber cerveza. Era más
ebookelo.com - Página 55
dulce que la miel o que los besos de una doncella. Al dar muerte a otro, el hombre se
revestía de un poder equiparable al de los dioses. O tal vez no, quizás hubiese algo
más dulce que eso, algo que sólo conocían los Buscadores y sus señores. Strybjorn
estaba casi seguro de poder encontrarlo.
Ahora era el momento de encontrar a la presa que había elegido. Era el momento
de volver a matar.
El cansancio empezó a hacer mella en Ragnar. Sentía un progresivo retardo de sus
miembros y se le iban las fuerzas. Había perdido velocidad. Paró el golpe de un
guerrero Cráneotorvo y se echó hacia atrás para evitar un segundo golpe, pero el filo
del hacha rasgó su túnica y dejó un trazo de sangre sobre su pecho. Dejó que el hacha
siguiera su curso, dio un paso adelante y cortó un buen trozo del hacha de su atacante
con su segunda arma. Un golpe desde la derecha envió al hombre a reunirse con sus
antepasados.
Detrás de él había muchos más Cráneotorvo. Parecía que por cada uno que
mataba había otros dos que ocupaban su puesto. Eso no preocupaba a Ragnar, porque
su objetivo sólo era matar, hacerlos pagar por haber matado a su padre y por haberle
robado la vida que habría vivido con Ana. Sabía que cuando se precipitase en los
helados infiernos sería recibido por muchos de los que había matado, y esa
convicción lo ponía contento. Lo único que sentía era que no sería capaz de matarlos
a todos, y que no podía mantener la rabia asesina que le había permitido vencer a
tantos.
Una lluvia de golpes abrumó a dos nuevos atacantes y, luego, Ragnar supo que ya
había consumido todas sus fuerzas. Las había quemado en esta batalla como un fuego
consume la madera. No quedaba nada que pudiera utilizarse. Ahora estaba luchando
sólo por instinto y reflejos. Sus golpes ya no tenían la potencia mortífera de antes, y
entonces se encontró frente a frente con la cara del hombre que con toda seguridad
iba a matarlo.
Era un joven Cráneotorvo en el que no había reparado hasta ese momento.
Tendría la misma edad que Ragnar y en su cara destacaban una frente como una roca
y una enorme mandíbula colgante. Reía salvajemente enseñando dos hileras de
dientes como piedras de molino. En sus ojos había una mirada de locura sanguinaria
que Ragnar pensó que debía de hacer juego con la suya. Se tomaron un breve respiro
antes de enfrentarse el uno contra el otro. Ambos sentían que en este encuentro estaba
la mano del destino.
Strybjorn clavó la mirada en la presa que había elegido y que por fin había
encontrado. Era el joven que había dejado tras de sí un reguero de muerte entre la
gente de Strybjorn. Era el mismo que se había propuesto como objetivo para
destruirlo, el que había parecido reconocer al Buscador.
No parecía gran cosa, era uno más de aquellos chicos Puños de Trueno flacos, de
ebookelo.com - Página 56
hombros anchos y con una mata de pelo negro fuera de lo común, pero Strybjorn no
lo subestimó. Había visto con sus propios ojos los estragos que había ocasionado este
joven. Pero eso había tocado a su fin. El destino de Strybjorn era abatir a este gran
matador y de ese modo merecer la aprobación de los dioses. Éste encuentro estaba
escrito desde hacía mucho en el destino de ambos, estaba seguro de ello.
—Soy Strybjorn —gritó—. Y te voy a matar.
—Yo soy Ragnar —replicó el chico Puños de Trueno—. Ven por mí e inténtalo.
Ragnar vio el odio que asomaba a los ojos del Cráneotorvo, captó la
relampagueante mirada que indicaba que estaba a punto de atacar y retrocedió como
un rayo cuando Strybjorn se lanzó sobre él.
El Cráneotorvo era rápido, sin lugar a dudas. Ragnar apenas pudo esquivar el
golpe con su hacha y apartarse de su trayectoria. Y, cuando lo hizo, Strybjorn reanudó
el ataque lanzándole desde abajo un golpe con el escudo cuyo impacto le hizo ver a
Ragnar las estrellas. Cayó hacia atrás y los cadáveres rebotaron en el suelo bajo su
peso.
El hacha del Cráneotorvo descendía trazando un violento arco. Ragnar a duras
penas tuvo tiempo para rodar hacia un lado, luego sintió cómo lo salpicaba la sangre
del cadáver que tenía al lado, sobre el cual se había descargado el hacha con un ruido
que recordaba al hacha del carnicero cortando el costillar de un buey. Ragnar lanzó
una patada tratando de golpear las piernas del Cráneotorvo desde abajo, pero su
enemigo la esquivó y lanzó un nuevo golpe con su hacha. Ésta vez, Ragnar consiguió
interponer su hacha izquierda en la trayectoria, pero estaba en muy mala posición y la
fuerza del impacto lanzó el hacha contra su pecho, junto con la del Cráneotorvo. Esto
le provocó una mueca de dolor y sintió que su propia sangre empezaba a correrle por
el pecho.
Strybjorn levantó su hacha dispuesto a descargar otro golpe, pero Ragnar volvió a
rodar y se puso de pie, saltando hacia adelante justo a tiempo para esquivar otro
golpe. Cayó al suelo cuan largo era una vez más y, luego, rodó hasta ponerse de pie.
Se encontró cara a cara con otro guerrero Cráneotorvo. El hombre sostenía en alto su
hacha dispuesto a descargar un golpe mortal.
—¡No, déjalo! ¡Es mío! —oyó que bramaba Strybjorn a sus espaldas. El segundo
Cráneotorvo se quedó paralizado de sorpresa. Ragnar se aprovechó de su confusión
para golpear sus costillas con el hacha y se volvió justo a tiempo para esquivar el
golpe de Strybjorn. Ésta vez, la fuerza del impacto provocó algo más que el
entumecimiento del brazo izquierdo de Ragnar. Sintió que también su muñeca había
resultado afectada, y un relámpago de agonía abrasadora recorrió su brazo. El hacha
cayó de su mano inerte. Los brutales y abultados labios de Strybjorn se contrajeron en
una mueca de triunfo.
—Ahora muere, Ragnar Puños de Trueno —aulló el Cráneotorvo.
ebookelo.com - Página 57
Ragnar acompañó aquella mueca con la suya propia, al tiempo que le lanzó un
golpe con el arma que le quedaba. El golpe fue rápido, más rápido que el del
Cráneotorvo, y Strybjorn apenas tuvo tiempo de reaccionar y retroceder saliéndose de
la trayectoria del arma. Sin embargo, el filo de navaja barbera del hacha cortó su
carne y levantó un enorme jirón. La sangre empezó a inundar los ojos de Strybjorn y
él sacudió la cabeza vigorosamente para apartarla.
Ragnar dio un paso atrás para admirar su obra, sabiendo que si era paciente ahora
tenía la ventaja de su lado. La sangre de la herida cegaría muy pronto a su enemigo, y
luego Ragnar podría matarlo a su antojo.
El mismo pensamiento ocupaba la cabeza de Strybjorn, como es obvio, que
emitió un rugido de rabia brutal y cargó como un jabalí enfurecido. La lluvia de
golpes que lanzó casi abrumaron a Ragnar, pero consiguió en cierta medida
retroceder sin recibir más que algunos pequeños cortes. Según lo hacía, se dio cuenta
de que no tenía esperanza alguna, pues el ataque de Strybjorn lo obligaba a internarse
en un enorme semicírculo de guerreros Cráneotorvo, los cuales estaban dispuestos a
saltar a la menor oportunidad para vengar la matanza de sus compañeros. No había
forma de defenderse de ellos y de Strybjorn al mismo tiempo.
De pronto tomó una determinación. Pondría en práctica su decisión de llevarse al
infierno a un último enemigo. Franqueándose por completo, se preparó para el golpe
mortal y luego lanzó su hacha disparada hacia adelante. Sintió en ella el peso de la
muerte, incluso antes de que la hoja llegara a su destino. Supo que su atacante estaba
condenado a muerte. El hacha destrozó el pecho de Strybjorn. Las costillas se
rompieron, las entrañas se vaciaron y Ragnar sintió por un momento la satisfacción
de haber conseguido su venganza; a continuación sintió en su propio pecho un
manantial de brillante agonía.
Strybjorn, con un reflexivo golpe mortal, había enterrado profundamente su hacha
en el puño de Ragnar. Acto seguido, su gente avanzó para terminar el trabajo.
Hundido en la agonía por la lluvia de golpes, Ragnar entró en la oscuridad en la que
sabía que la muerte lo esperaba para darle la bienvenida.
ebookelo.com - Página 58
CINCO
EL ÚLTIMO BALUARTE
ebookelo.com - Página 59
Ragnar flotó en un océano de dolor. Todo su cuerpo ardía y le dolía como nunca
pensó que pudiese dolerle; soportaba una agonía que estaba seguro de que no había
mortal que pudiese hacerlo.
De modo que éste era el infierno, pensó. No era lo que esperaba. No era frío, era
sólo dolor. ¿Dónde estarían los que había enviado por delante de él? ¿Por qué no
estaban allí para darle la bienvenida? ¿Dónde estaban los jueces de la muerte?
¿Dónde estaban su padre y su madre y el resto de su gente?
En medio de su dolor era consciente de la terrible sensación de desasosiego. No
habían sido elegidos, no estaban invitados a la gran mesa del banquete en el Salón de
los Héroes, en la cima de la Montaña de la Eternidad. No había demostrado ser
suficientemente digno. Se sintió disminuido. El pensamiento lo conmovió
amargamente y luego perdió la conciencia.
Una vez más tuvo conciencia de la agonía, pero parecía haber disminuido. Era un
extraño zumbido en los oídos, junto con el fragor de un fuerte viento. Poco a poco fue
dándose cuenta de que el zumbido podría ser el latido de su propio corazón y, el
viento, el jadeo de su respiración.
Luego fue como si quemaran su pecho con atizadores al rojo vivo, en cada uno de
los lugares en que había sido herido. Quería gritar, pero no podía abrir la boca. No
pudo emitir sonido alguno y tenía la sensación de que atravesaban su piel con agujas
de hielo y de que vertían sobre sus heridas plomo derretido para cauterizarlas.
El infierno era, realmente, un lugar de tormento, de oscuridad, de silencio, pensó.
Ahora hacía frío y lo rodeaba el hielo, apretándolo en un abrazo a la vez ardiente
y helado. Esto ya se acercaba más. Esto era lo que los eskaldos y las canciones
antiguas le decían que podía esperar. Éste era el lugar del frío interminable por donde
las almas solitarias vagaban antes de perder por completo la memoria y de ser
absorbidas una vez más en la materia prima del universo.
Pero ¿dónde estaban los otros muertos ambulantes? ¿Por qué no podía verlos? No
hubo respuestas y se fue a la deriva por la inmensidad sin fin durante eones, luego
volvió a perder la conciencia.
Estaba entrando en calor. Su cuerpo se sacudió. No había posibilidad de distinguir
el dolor del calor. Lo envolvieron en una capa como un sudario. Parecía estar
temblando y se sentía muy cansado. Le dolía todo el cuerpo y se encontraba como si
su espíritu hubiera recorrido un largo camino y las fuerzas lo hubiesen abandonado
por completo.
Sin embargo conservaba la conciencia de sí mismo, seguía existiendo en
cualquiera que fuese el vacío solitario que ocupaba. Sólo tenía conciencia del dolor y
de sus propios recuerdos, pero estaba consciente. Había algo a lo que aferrarse.
Apenas hubo hecho esta comprobación, sintió que los cuchillos empezaban a cortarlo
una vez más y se hundió en la profunda oscuridad de la inconsciencia.
ebookelo.com - Página 60
Un peso comparable al de una isla lo oprimía, aplanándolo. No podía respirar y
por primera vez sintió la falta de aire. Sentía sus extremidades, pero le parecían
demasiado pesadas para moverlas. Sentía sus párpados, pero no podía abrirlos. Le
parecía que desde algún lugar, a mucha distancia, alguien había pronunciado su
nombre.
Podría ser el muerto, se dijo a sí mismo, aunque ya sabía que no lo era.
Se obligó a hacer un esfuerzo y a permanecer consciente. Trató de abrir los ojos y
sintió que levantaba un peso infinito. Ahora supo cómo debía de haberse sentido Russ
midiendo sus fuerzas con el enorme poder de la Serpiente del Mediomundo. La
empresa parecía sobrepasarlo, y sin embargo no se permitió abandonar.
El dolor asaeteó todos sus miembros una vez más, pero no se dejó distraer por él.
¿Estaba ese sudor resbalando por su frente? No lo sabía, porque no podía levantar la
mano para limpiarlo. Todo lo que podía hacer era concentrar todas sus fuerzas en el
intento de abrir los ojos. Debería haber sido una tarea sencilla para un hombre que
había luchado en una batalla tan dura como lo había hecho él, pero no lo era. Era lo
más difícil que se había propuesto nunca.
Se puso a pensar en su padre y en su madre y en todos sus amigos. Si era capaz de
abrir los ojos podría verlos otra vez. Podría ver en la tierra de la muerte. Pensó que
era escalofriante, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Ahora estaba allí y tarde o
temprano tendría que afrontarlo, y no era un cobarde. Se conocía lo suficiente para
saber que era cierto.
¿Por qué se resistía, entonces? ¿Por qué sentía ese extraño miedo en la boca del
estómago? ¿Le daba miedo asomarse a lo desconocido o acaso temía ver otra vez a
los que había amado y tener que darles una explicación? Se obligó a seguir adelante y
tuvo la recompensa de un breve rayo de luz.
De pronto, un relámpago blanquiazul rasgó la oscuridad. Esto no era, de ningún
modo, lo que él esperaba. Hizo un esfuerzo por seguir con sus intentos, por abrir los
ojos completamente y, poco a poco, tuvo la sensación de que estaba contemplando un
cielo idéntico al de Fenris. A decir verdad, el otro mundo no era lo que le habían
hecho creer y se sentía un poco estafado.
Como si la visión del cielo fuera una señal, en su cerebro se produjeron otras
sensaciones. Tomó conciencia del aroma de la tierra, del canto de los pájaros, del
batir distante de las olas sobre la costa. Luego percibió el olor acre de las cenizas, el
olor a humo de una hoguera y el hedor acre y dulzón de la carne humana que se
quema en una pira funeraria.
Bajo él había algo blando y suave. Sintió la hierba que se aplastaba bajo sus
dedos a medida que se deslizaban sobre la tierra húmeda. Sentía dolor y cierto
entumecimiento que lo distanciaba de ese dolor, del mismo modo que la cerveza lo
había apartado del mundo, sólo que este entumecimiento era mil veces más potente
ebookelo.com - Página 61
que el del alcohol.
Ante sus ojos apareció una enorme cabeza llorosa. Ojos azules y fríos, como
chispas desprendidas de la bóveda celeste, que se reflejaban en los suyos propios.
Reconoció la cara arrugada y gastada que no era otra que la de Ranek, el Sacerdote
Lobo, el Buscador de Valientes.
—¿De modo que me ha seguido hasta aquí? —quiso decir, pero las palabras se
convirtieron en un barboteo ininteligible.
—No intentes decir nada, chico —le respondió Ranek—. Has recorrido un largo
camino desde la tierra de la muerte hasta la de la vida, y no hay muchos hombres que
tengan la oportunidad de recorrerlo. Ahorra tus fuerzas, porque las vas a necesitar.
El anciano dijo algo, en una lengua que Ragnar no reconoció, a alguien que
estaba fuera de su campo de visión. Ragnar sintió la mordedura del dolor en su brazo,
y luego fluyó por sus venas algo frío como el agua de los glaciares, y volvió a perder
la conciencia.
En esta ocasión se despertó de repente y al instante, con la sensación del sol sobre
su cara y de los dedos del viento acariciando sus mejillas. Se sentía descansado y
apenas tenía dolores. Trató de sentarse y, aunque le costó un enorme esfuerzo, lo
consiguió. Comprobó que estaba desnudo e, instintivamente, levantó los dedos para
tocar el lugar del pecho en que lo había golpeado el hacha de Strybjorn. Para su
sorpresa, sólo encontró la marca de una cicatriz apenas perceptible y una zona
sensible que al tocarla le produjo dolor.
Mirando más abajo vio una cicatriz rosada reciente y una zona amarillenta que
parecía una antigua magulladura. Había otras cicatrices y otras magulladuras en todo
el pecho, y no le cupo duda alguna de que en su espalda habría más. Se preguntó qué
estaba pasando allí. Se dio cuenta de que yacía próximo a una nave celestial de
enormes proporciones y, al echar una mirada alrededor, pudo ver lo que parecían ser
los restos de una aldea arrasada por el fuego.
Era extraño; el otro mundo guardaba un asombroso parecido con el mundo real.
Sólo algunas cosas no eran del todo correctas. Donde debería alzarse el poblado de
los Puños de Trueno sólo había un montón de ruinas. El techo del destruido salón
comunal seguía ardiendo y abajo, en la playa, ardían piras funerarias.
Grupos de mujeres y niños vivos estaban siendo cargados en barcos dragón que se
balanceaban sobre las olas.
Lentamente se abrió paso en la mente de Ragnar la idea de que tal vez estaba en
el reino de los vivos. Recordó la gran batalla con los Cráneotorvo, y los incendios que
se habían producido en ella. Su aldea nativa se vería así después de semejante batalla,
estaba seguro.
O tal vez se tratase de un nuevo y desconocido infierno conjurado por los
demonios. Tal vez era un lugar dispuesto para mostrarle las consecuencias de la
ebookelo.com - Página 62
derrota de los Puños de Trueno. Desde luego la escena era suficientemente triste
como para pensarlo.
Oyó fuertes pisadas que hacían crujir la hierba que lo rodeaba, y volvió a ver a
Ranek. El anciano Sacerdote Lobo lo examinaba con ojos de entendido.
—Ya has vuelto al mundo de los vivos, chico —le dijo.
No era una pregunta.
—¿De verdad? ¿Acaso no es usted uno de los Buscadores de Valientes?
La ruidosa carcajada del anciano retumbó entre las ruinas. Varias figuras distantes
se volvieron sobresaltadas para mirarlo.
—Ya empezamos con las preguntas, ¿eh? No has cambiado mucho, chico.
—No soy un chico. Hace algunos días que gané la túnica de la adultez.
—Y vaya días ¿eh? Hay que ver cómo destacaste en el campo de batalla. Lo diré
cuando sea el momento. Eres un luchador, muchacho. No había visto una carnicería
semejante desde los tiempos de Berek y eso fue… bueno, hace mucho tiempo.
—¿Entonces es usted un Buscador?
—Sí, muchacho, eso es lo que soy. Pero no en el sentido que tú crees.
—¿En qué sentido, entonces? ¿Es, o no es, un Buscador?
—Algún día, si vives, lo entenderás. El universo no es tan simple como tú crees.
Te darás cuenta de ello más pronto de lo que piensas.
—¿Si vivo? —Ragnar se miró las heridas del pecho maravillado—. Seguro…
—¿Seguro que has estado muerto? ¿Era eso lo que ibas a decir? Sí, lo estuviste.
Muerto o lo más parecido a estar muerto. Tu corazón había dejado de latir y habías
perdido gran cantidad de sangre. Tu cuerpo estaba muy deteriorado, pero no
irremediablemente. Nuestro curandero te trajo antes de que se produjera la muerte del
cerebro, y de que traspasases los límites del poder de nuestra… magia… para
repararlo.
Ragnar estaba seguro de que había callado otra palabra antes de decir magia, pero
nunca antes había oído la palabra y no tenía sentido, pero eso era lo que se esperaba
de los magos. Hablaban con dobleces y sinsentidos. Sin embargo, sus palabras dieron
una esperanza a Ragnar.
—¿Ustedes pueden hacer regresar a alguien de la muerte? Entonces, mi padre…
—Tu padre está fuera de los limites de nuestra ayuda, chico —respondió Ranek e
hizo un gesto hacia las hogueras distantes.
—¿Por qué no puede ayudarlo a él, si ha podido ayudarme a mí? Tendría que
haberlo hecho.
Ragnar estaba avergonzado de que la tristeza empañase su voz.
—No nos pareció que fuera digno de nuestra ayuda ni de nuestro interés. Tú sí, y
por eso has sido elegido, chico.
—¿Elegido para qué?
ebookelo.com - Página 63
—Lo sabrás a su debido tiempo, si ése es tu destino.
—Siempre me dice eso.
—Lo digo porque es cierto.
El anciano le mostró los colmillos con una perturbadora sonrisa.
—Ahora perteneces a los Lobos. Perteneces a los Lobos en cuerpo y alma.
Ragnar se puso de pie, inseguro como un recién nacido. Trató de poner un pie
delante de otro para caminar, pero empezó a tambalearse y a dar traspiés. Casi
enseguida perdió el equilibrio y dio con sus huesos en el suelo con una fuerza que le
produjo dolor.
Sin embargo, no se quedó ahí. Apoyándose sobre las manos se volvió a poner de
pie. Ésta vez consiguió dar algunos pasos y antes de llegar a caerse se detuvo y se
quedó de pie, tambaleándose. Tenía náuseas y se le revolvía el estómago. Se sentía
muy mal, pero al mismo tiempo lo inundaba una gratificante sensación de alivio.
No estaba muerto. Estaba entre los vivos. Por las misteriosas razones que sólo
ellos conocían, Ranek y sus compañeros lo habían elegido para que se salvara. En
cierto modo parecía que lo habían elegido, si bien no había sido exactamente de la
forma que relataban las historias de héroes que él había oído.
Sin duda se trataba de magos poderosos porque habían curado sus heridas, lo
habían rescatado de la muerte; ¿o acaso no había sido así? ¿Se trataba de un tipo
horrible de brujería como la que se decía que practicaban los demonios del mar?
¿Habían cogido su alma y la habían introducido en su cadáver usando magia negra?
¿Empezaría su cuerpo a pudrirse y a descomponerse en cualquier momento? Se
volvió hacia el Sacerdote Lobo.
—¿Estoy muerto? —preguntó.
Sabía que era una pregunta desquiciada, pero Ranek le dirigió una mirada que
podría decirse que era de comprensión y tal vez, incluso, de simpatía.
—Por lo que respecta a esa gente que ves, sí, chico. Estás entre los caídos.
Partirás de este lugar para no volver a él jamás. Ahora tu destino está en otro lugar,
entre los hielos interminables, y tal vez entre las estrellas.
Ragnar pensó que había visto a Ana arrastrada hacia uno de los barcos dragón. De
pronto supo sin la menor sombra de duda que tenía que llegar hasta ella. Empezó a
moverse en dirección a la playa, tambaleándose como un borracho. Tenía la ligera
expectativa de que Ranek trataría de detenerlo, pero el Sacerdote Lobo lo dejó
avanzar.
Ragnar no sabía cuánto tiempo le iba a llevar llegar hasta la playa. Cuando llegó
allí jadeaba como si hubiera recorrido diez kilómetros por la arena. Vio a los
guerreros Cráneotorvo que se daban vuelta para mirarlo. Sus caras reflejaban
asombro y horror a la vez. Hacían la señal de Russ sobre su pecho y seguían entrando
en el mar para subir a bordo de sus barcos.
ebookelo.com - Página 64
Ragnar trató de seguirlos, pero las olas chocaron contra él y lo hicieron caer. El
agua lo cubrió por completo y empezó a llenar sus pulmones. Se puso de pie y
empezó a toser. Trató de seguir adelante, pero una poderosa mano se cerró sobre su
hombro. Se dio la vuelta rápidamente y atacó con el puño. Un dolor intensísimo
recorrió su brazo y tuvo la sensación de haberse roto los dedos.
—La ceramita no cede ante la carne desnuda, muchacho —dijo Ranek,
levantándolo con la misma facilidad que si fuese un muñeco, a pesar de sus intentos
de soltarse.
—Si persistes en esa actitud, no harás más que romperte las manos.
En el agua, los tambores empezaron a retumbar, los remos chapotearon en el agua
y los barcos dragón empezaron a apartarse de la playa.
—¿Adónde van?
—Vuelven a sus casas con sus nuevas pertenencias, chico. Ya no vivirán aquí.
Creen que después de esta batalla la isla quedará embrujada. Imagino que tu aparente
resurrección no hará más que reafirmar esa creencia. Éste será un lugar sagrado antes
de que pase mucho tiempo. De eso no tengo la menor duda.
—Y luego lo olvidarán. Los hombres siempre olvidan.
Ragnar observó cómo los barcos se alzaban sobre las olas y se preguntó si aquella
pequeña figura que parecía saludarlo sería Ana. No había forma de saberlo en ese
momento y dudó de que pudiera saberlo algún día.
Ranek lo devolvió a la playa y él volvió a saludar, preguntándose si la humedad
salada de sus mejillas eran lágrimas o, simplemente, salpicaduras del mar.
Ragnar se dirigió dando traspiés hacia la colina donde reposaba la nave celestial.
Trató de grabar en su memoria la aldea, porque creyó a Ranek cuando le dijo que no
volvería aquí nunca más.
Pasó por la pequeña choza, cercana al gran salón, que había sido la casa de Ulli.
Ahora Ulli estaba muerto, lo sabía. Debía de haber muerto con su padre durante la
batalla y no había sido elegido por los Buscadores. Parecía imposible que no volviera
a ver nunca más a Ulli, pero así eran las cosas. El amigo con el que había jugado
durante toda su infancia había desaparecido. Todos se habían ido.
Ragnar recordó haber jugado a las canicas, al fútbol y a la caza del monstruo en
ese mismo lugar. Si prestaba atención podía oír las voces fantasmales de aquellos
chicos que jugaban juntos, pero desde luego era una necedad. Todo aquello
pertenecía al pasado, se había ido para no volver. Estaba tan frío como las cenizas de
la casa quemada.
Ragnar dejó atrás el lugar en que había caído su padre, y aventó aquel
pensamiento de su mente. Ya habría tiempo para volver sobre ello más adelante. De
momento era un concepto demasiado grande para que pudiera lidiar con él. Si le
permitiese invadir su conciencia, estaba seguro de que la rabia y la tristeza acabarían
ebookelo.com - Página 65
devorándolo.
Evitó conscientemente el paso por la cabaña que había ocupado su padre, la única
casa que podría recordar aparte de la cubierta del Lanza de Russ. Sus pasos vacilantes
lo empujaron hacia los límites de la aldea. Sabía que había cometido un error
internándose entre las ruinas. El recuerdo y el horror estaban demasiado frescos para
atreverse con ellos. Sólo quería marcharse, y con toda la velocidad que pudo caminó
hacia la nave celestial de los Buscadores.
A medida que se acercaba a la nave, Ragnar vio que había otro cuerpo en el suelo.
Estaba sobre una especie de camilla metálica y todo tipo de tubos transparentes
estaban enterrados en su carne. Todos ellos estaban conectados a un artilugio de
metal que se apoyaba sobre el pecho del joven como una araña. A través de los tubos
borboteaban una serie de líquidos y extrañas runas de colores rojos y verdes chillones
parpadeaban alrededor.
Cuando Ragnar estuvo más cerca se dio cuenta de que era Strybjorn, el
Cráneotorvo con el que había luchado. Al parecer, los Buscadores también le estaban
aplicando su magia, y lentamente llegó a la conclusión de que esto sólo podía
significar que Strybjorn también había sido elegido. A Ragnar se le revolvieron las
entrañas con odio y fría furia.
Parecía que el enemigo al que había matado estaba a punto de escapar a su
destino. Pensando en la forma en que el joven Cráneotorvo había masacrado a su
gente, recordando la mirada de odio que había en su cara cuando empezaron a luchar,
Ragnar se preguntó si los dioses se estaban burlando de él al salvar a su enemigo, al
igual que lo habían salvado a él.
Sin pensarlo dos veces se agachó, echó mano de una enorme piedra e intentó con
todas sus fuerzas levantarla para machacarle el cerebro y, luego, machacar el extraño
y místico artilugio colgado de su pecho. No sabía si daría resultado. Tal vez los
Buscadores encontrarían el modo de volverlo otra vez a la vida. Tal vez su magia era
así de poderosa. Ragnar no tenía ni la menor idea, pero trataba por todos los medios
de encontrarla. Se acercó más a la forma yacente de Strybjorn con la muerte en su
corazón.
Miró hacia su pretendida víctima y Strybjorn le devolvió una fiera aunque
tranquila mirada. Su enorme mandíbula y su abultada frente le daban el aspecto de un
salvaje primitivo. Ragnar sintió que una terrible y enfermiza alegría se desataba en su
interior mientras levantaba la piedra. En ese momento, no se preocupó de lo que
podrían pensar los Buscadores. No se preguntó si no estaría desafiando la voluntad de
los dioses. Lo único que le importaba era la venganza y trataba de conseguirla por
todos los medios.
Lo invadió la alegría mientras giraba su brazo hacia abajo. Sonrió lleno de
ansiedad al pensar cómo caería la piedra sobre la cabeza de Strybjorn, convirtiendo
ebookelo.com - Página 66
su cerebro en papilla. No sucedió nada de eso, pues unos dedos fuertes como el acero
rodearon su brazo deteniendo instantáneamente el golpe. Los intentos de Ragnar por
moverlo fueron tan inútiles como si tratase de mover una montaña.
—Por Russ, chico, que fiereza la tuya —se oyó decir a Ranek—. Un asesino
natural sin la menor duda. Sin embargo, éste no es para ti. Ha sido elegido también, y
no para que tú lo mates.
—Lo veré morir —replicó Ragnar, con una voz terriblemente firme.
—Al lugar adonde vais, chico, muy bien podría ser así. Por otra parte, también es
posible que él vea tu fin.
—¿Qué quiere decir?
—Lo sabrás a su debido tiempo. ¡Ahora ve! ¡Sube a la Thunderhawk!
El anciano hizo un gesto hacia la nave celestial. En medio de la intensa
trepidación, Ragnar subió a bordo.
El interior de la nave tenía un aspecto que Ragnar no hubiera podido imaginarse
en ningún caso. El suelo era de metal, lo mismo que las paredes, excepto las
pequeñas ventanas circulares de vidrio que permitían mirar hacia fuera. El asiento al
que lo habían sujetado con correas era de una especie de extraño cuero antiguo. En
los paneles próximos a su cabeza parpadeaban runas desconocidas para él. Bramidos
extraños hacían temblar a la nave como si estuviera tratando de emprender el vuelo.
Ragnar se removía inquieto en su asiento. La nueva vestimenta que le había
proporcionado el Sacerdote Lobo resultaba extraña. Se componía de una túnica
enteriza de color gris que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. A la altura
del corazón tenía la figura de la cabeza de un lobo, el símbolo de Russ. El traje le
cubría todo el cuerpo, salvo la cabeza. Estaba fabricado con un tipo de tela que
Ragnar no había visto jamás en su vida. Se ajustaba elásticamente al cuerpo, pero era
ligera y transpirable. Su tacto no era frío, sino levemente tibio. Mientras se la ponía,
Ragnar tuvo la impresión de que podría caminar entre la ventisca sin sentir frío, lo
cual era asombroso, porque la tela era más fina que la más fina de las pieles de
becerro.
De repente, la nave se sacudió fuertemente y el bramido aumentó de tono y de
volumen. Se sintió comprimido contra el asiento y mientras miraba por la ventanilla
sintió una leve sensación de mareo cuando la tierra empezó a quedar atrás. No era
normal ver cómo la isla se quedaba atrás, a medida que la nave se liberaba de las
fuerzas de la gravedad y se lanzaba al cielo abierto.
Todo se hizo más pequeño y Ragnar pudo observar la aldea en ruinas abandonada
sobre la tierra como si fuese el juguete de un niño. Vio también las playas que
rodeaban la isla, que aparecían lentamente por encima de las cumbres de las colinas a
medida que la nave celestial aceleraba su marcha.
Volviendo la vista hacia el interior, Ragnar pudo ver que toda la cubierta se había
ebookelo.com - Página 67
desviado del mismo modo que se alza la proa de un barco. Miró de nuevo por la
ventanilla y comprobó que avanzaban con mayor rapidez y estaban cada vez más
altos y que su isla natal casi estaba a punto de perderse en la distancia. En el mar
pudo ver cómo los barcos de la flota de los Cráneotorvo avanzaban entre las olas, y
volvió a preguntarse por la gente que conocía y que iba a bordo de ellos.
Luego, una niebla gris fue envolviendo la nave, que empezó a sacudirse
violentamente. El miedo invadió a Ragnar al pensar que tal vez los demonios del aire
los estaban arrojando del cielo o que habían caído en las garras de algún maleficio.
Luego, poco a poco, tomó conciencia de que estaban pasando a través de una capa de
nubes.
Éste pensamiento no hizo más que abrirse paso en su cabeza cuando salieron a la
brillante luz del sol y cesó el estremecimiento de la nave. Por debajo de él, Ragnar
pudo ver un océano infinito de color blanco, interrumpido de cuando en cuando por
jirones azules. Comprendió que estaba mirando hacia abajo desde lo alto de las
nubes, disfrutando de un panorama que a pocos mortales les era dado ver. Por un
momento sintió que lo invadía una oleada de asombro y gratitud.
La nave celestial seguía subiendo y Ragnar aún se sentía comprimido contra su
sillón. Era como si un gigantesco puño lo estuviera presionando y amenazara con
aplastarlo. Miró alrededor y observó a los demás, especialmente a Ranek, cuyas
mejillas parecían retroceder como empujadas por dedos invisibles. Se preguntó qué
nueva brujería era ésta, pero estaba demasiado asombrado para sentir miedo. Fuera lo
que fuese no parecía molestar al anciano, simplemente sonreía e hizo a Ragnar una
señal levantando el dedo pulgar.
Ragnar miró hacia atrás a través de la ventanilla y se dio cuenta de que fuera
estaba oscuro y se veían las estrellas. Debajo de ellos había un hemisferio gigantesco,
tan grande que su curva ocupaba la mayor parte del campo visual. Era básicamente
azul y blanco, pero aquí y allá se veían retazos de verde. Se le ocurrió a Ragnar que
tal vez estaba viendo el globo terráqueo y que el azul era el mar, el blanco las nubes y
el verde la tierra.
La presión sobre su pecho se redujo con asombrosa rapidez y tuvo la sensación de
que se estaba despegando del sillón. Parecía como si sólo las correas lo sujetasen.
Sintió por un momento que su cuerpo no tenía peso, una sensación extraña pero no
desagradable. El ruido de la nave había cesado y el silencio era sobrecogedor y casi
ensordecedor.
De repente volvió a sentirse pesado. El morro de la nave celestial se inclinó hacia
abajo y la esfera del mundo se hizo cada vez más grande hasta ocupar todo el campo
visual.
Nuevamente, la nave empezó a sacudirse. Mirando por la ventanilla, Ragnar pudo
ver que las puntas de las alas habían empezado a ponerse de un color rojo intenso
ebookelo.com - Página 68
como el carbón encendido. Lo invadió una ola de terror, mientras se preguntaba si la
nave acabaría consumida por las llamas mágicas, o si los demonios del cielo estarían
coléricos. Se atrevió a mirar otra vez a Ranek. El Sacerdote Lobo tenía los ojos
cerrados y parecía profundamente relajado. Ragnar luchó por controlarse durante un
largo rato, luego decidió dejar de preocuparse. Tal vez, las alas en llamas eran sólo
una parte del conjuro que mantenía a la nave en suspensión. Estaba más allá de su
comprensión; además, Ranek no parecía estar preocupado en absoluto. Como nadie
parecía preocupado, él decidió no preocuparse.
La nave celestial siguió sacudiéndose durante unos interminables minutos. En
cierto modo, le recordaba a Ragnar los descensos en trineo ladera abajo en las
postrimerías del invierno. De nuevo se oyó el bramido de la nave celestial y daba la
sensación de que se estaban aplicando grandes cantidades de potencia. Ragnar volvió
a sentir su pecho oprimido cuando el vehículo empezó a desacelerar.
Las estrellas desaparecieron y el color del cielo iba desde el negro profundo y el
oscuro sombrío hasta el azul oscuro y el azul claro. Las nubes salieron a su paso y la
nave se sumergió otra vez en un vacío neblinoso y se desvió de manera escalofriante
como una barca alcanzada de costado por una ola. Luego se enderezó y, por primera
vez, Ragnar pudo avistar la tierra que se extendía bajo sus pies.
Era un inmenso y desolado paisaje de rocas y montañas, de líquenes y de nieve.
El horizonte se veía muy lejano y entre los picos de las montañas se apreciaban
enormes glaciares. En todo aquel espacio no había vestigio de vida alguno. Parecía
tan muerto y ajeno como la superficie de la luna. La nave celestial corría por la
interminable e inhóspita llanura como él no había visto correr nada ni a nadie en su
vida.
—Asaheim —oyó murmurar a Ranek.
La tierra de los dioses, pensó Ragnar, y se preguntó qué le esperaba aquí.
ebookelo.com - Página 69
SEIS
EL ÚLTIMO BALUARTE
ebookelo.com - Página 70
—Todos vosotros habéis sido elegidos —empezó diciendo Ranek, al tiempo que
miraba fijamente a los recién llegados desde la Roca de los Oradores.
La enorme roca se levantaba del suelo como un colmillo; parte de la punta había
sido tallada para hacer el podio. Toda la roca estaba tallada por el lado del público en
forma de cabeza de lobo.
—Y ahora os estaréis preguntando por qué.
Ragnar dirigió la vista más allá de Ranek, hacia las lejanas montañas y sintió un
escalofrío. Sí, él estaba preguntándose eso y, por lo que vio en las caras de los que
estaban alrededor, también ellos se lo preguntaban. Sus ojos estaban clavados en la
figura del anciano Sacerdote Lobo con una intensidad casi fanática.
Había casi otros cuarenta recién llegados además de él. Los habían reunido al
amanecer en una planicie de las afueras de la ciudad para oír el discurso del
Sacerdote Lobo. Todos vestían las extrañas túnicas que Ragnar había vestido en la
nave celestial, y muchos de ellos lucían rasguños y cicatrices en la cara y las manos
que indicaban a Ragnar que habían sido sometidos a una cura semejante a la que él
había experimentado. Ragnar volvió a estremecerse. El aire era frío y su aliento se
condensaba al exhalarlo. Se dio cuenta de la extraña naturaleza de la luz de las
montañas, bajo la cual todo parecía más brillante, y del aire, que era anormalmente
delgado y transparente. Tenía la sensación de que podía ver mucho más lejos de lo
que era posible en las islas.
—Todos habéis sido elegidos por mí o por algún Sacerdote Lobo como yo,
porque nos pareció que podríais ser dignos de uniros a nosotros. Y pongo el acento en
la palabra «podríais».
»Ante todo, tendréis que desaprender muchas cosas. Se os ha dicho que teníais
que morir para uniros a los héroes de Russ en la gran sala. En algunos casos, con
respecto a algunos de vosotros, esto ha sido realmente así. Estabais muertos y os
hemos resucitado con nuestra magia. Otros habéis sido traídos aquí mientras estabais
vivos, pero, en cualquier caso, no hay diferencia alguna.
»Quiero que toméis conciencia de una cosa. No habrá una segunda oportunidad.
Si morís aquí, morís definitivamente y vuestro espíritu se internará en el más allá para
reunirse con vuestros antepasados. También debéis saber otra cosa: si morís aquí, será
porque no sois dignos de contaros entre los héroes.
»En este lugar y en este momento se os está dando una oportunidad de demostrar
que sois dignos de estar entre los mayores héroes de nuestro mundo. Se os dará la
oportunidad de demostrar que sois aptos para estar entre los elegidos de Russ, para
formar parte de las compañías de Lobos.
»En este instante no estáis en condiciones de daros cuenta del honor que se os
hace, ni del peso de la responsabilidad que algún día podéis veros obligados a asumir.
Por ahora tendréis que conformaros con mi palabra y os aseguro que no es nada fácil
ebookelo.com - Página 71
lo que se os pide, ni la tarea que se os propone es de menor envergadura. En lo
venidero puede llevaros a la terrible oscuridad, a enfrentaros con el más terrible de
los enemigos, en lugares que ni siquiera podríais imaginaros ahora.
»Tal vez seáis llamados a situaros entre la humanidad y sus peores enemigos, a
luchar con monstruos mucho más terribles de lo que cuentan las leyendas. Puede ser
que os encontréis al lado del mismísimo Russ en los últimos días cuando las fuerzas
del mal se levanten para destruir todo lo que existe. Todo es posible, si demostráis
que sois dignos.
»Os ofrecemos una tarea digna de héroes y el premio no es una bagatela. Si tenéis
éxito, el premio será una vida más larga que la normal de cualquier mortal, y poderes
tan grandes como los de cualquier semidiós de leyenda. Viajaréis más allá del
firmamento, hasta las estrellas más lejanas, y lucharéis en batallas que demostrarán la
talla de los guerreros. Habrá oportunidades de gloria y honor y tendréis el respeto de
aquellos cuyo respeto es impagable.
»Si pasáis la prueba, entonces alcanzaréis el poder, la gloria y la inmortalidad;
pero, si falláis, os espera la muerte eterna. Éstos son los caminos que tenéis ante
vosotros. A partir del día de hoy, de este mismo instante, no habrá otros. O triunfáis o
moriréis. ¿Me habéis entendido?
Ragnar miró al Sacerdote Lobo y comprobó que en ese momento no había en él ni
amabilidad ni compasión. Éste era el brujo que había conocido por primera vez a
bordo del Lanza de Russ hacía ya toda una vida. El anciano parecía haber
magnificado su estatura y estaba envuelto en una capa de terrible aspecto. Sus
palabras tenían la fuerza de las de un profeta y se abrieron camino directamente hasta
la conciencia de Ragnar. Eran a la vez aterradoras e inspiradoras, y aunque Ragnar no
entendía muchas de las cosas que había oído, sentía la intensidad que el Sacerdote
Lobo había puesto en todo su discurso, y eso lo hacía importante también para
Ragnar.
—¿Me habéis entendido? —repitió el anciano.
—Sí —respondió un coro de voces al unísono.
—Bien. Ahora sois aspirantes al Capítulo de los Lobos Espaciales. Cuando
comprendáis lo que eso significa, entenderéis la grandeza del honor que se os ofrece.
Ahora, permitidme que os presente a Hakon. Es el hombre que os enseñará todo lo
que necesitáis saber, y que juzgará si sois dignos de vivir o de morir. Escuchad
atentamente sus palabras, porque ahora significan vida o muerte para vosotros.
El Sacerdote Lobo hizo un gesto al recién llegado, que subió a la plataforma y los
miró a todos con sus brillantes ojos lobunos y su sonrisa pretenciosa. Ragnar estudió
atentamente la cara del hombre. Era estrecha y casi esquelética, y la piel que la
recubría era demasiado enjuta y estaba marcada por docenas de cicatrices que
convertían sus mejillas en un tapiz de retazos de carne. Tenía el cabello gris recogido
ebookelo.com - Página 72
en una larga cola de caballo. Su cara la componían unos ojos enormes, una nariz
prominente y afilada y unos labios finos y crueles. Tenía el aspecto de un depredador,
como un lobo al que se hubiera dado forma humana, y en ese mismo instante estaba
mirando a los jóvenes reunidos como un lobo miraría a un rebaño de ovejas. No había
nada tranquilizador en su fría mirada.
Una vez hecha la presentación, Ranek saltó de la plataforma sin más ceremonias
y tomó el camino de vuelta hacia la ciudad. Ragnar se fijó en que Hakon no se subió
a la Roca, sino que la rodeó hasta colocarse delante de ella. La enorme cabeza pétrea
de lobo parecía brillar sobre sus hombros, y era difícil decir cuál de las dos tenía un
aspecto más salvaje, si la de piedra o la del hombre.
—¡Bienvenidos a Russvik, perros! Dudo de que consigáis sobrevivir aquí. Como
habéis oído, soy Hakon —gritó airadamente el nuevo personaje—. Soy el sargento
Hakon, ése es mi título, y así me llamaréis vosotros o, por Russ, que os arrancaré los
miembros como quien le arranca las alas a una mosca.
Ragnar miró fijamente al orador y tuvo que reprimir un súbito sentimiento de
rabia. El sargento Hakon era una figura aterradora, pero en ese momento lo único que
sentía Ragnar por él era odio.
Hakon era fuerte y alto, como Ranek, y por lo tanto mucho más alto que un
hombre normal, y más corpulento incluso sin la reluciente armadura que revestía su
cuerpo. Al igual que Ranek dejaba al descubierto dos visibles colmillos cuando
sonreía, que era muy a menudo y de manera cruel. También como Ranek llevaba
consigo varios pequeños talismanes de indudable significado místico. Ceñía una
enorme espada de bordes aserrados, un arma mística como la que Ranek había usado
para deshacerse del dragón, y diferentes aditamentos. Ni su armadura ni sus fetiches
estaban tan ornamentados como los del Sacerdote Lobo, pero se veía claramente que
eran de las mismas características y que provenían de las mismas fábricas.
Ragnar se preguntó dónde estarían situadas. Mirando alrededor no percibió señal
alguna de fundiciones ni herrerías. Todo lo que pudo ver fue un campo poco
fortificado con pequeñas cabañas de madera y piedra muy diferentes de los edificios
de su lugar de origen. O del que fue su origen, se corrigió Ragnar. Ahora no había
lugar alguno al que pudiera volver.
—Puede que penséis que habéis sido elegidos, ¡pero no es así! Habéis sido
seleccionados para demostrar que sois dignos de estar entre los Elegidos. Sin
embargo, viendo ahora vuestra triste cara de cerdos dudo de que alguno de vosotros
llegue a estarlo y creo que los Sacerdotes Lobos se han equivocado y me han traído
un montón de basura de estúpidos, inútiles y tontos. ¿Qué pensáis vosotros?
Nadie era tan estúpido para responder. La voz de Hakon era áspera y gutural y su
tono era de permanente desprecio y ofensa a la naturaleza humana de los
congregados. En la aldea de los Puños de Trueno esos modales podrían haber
ebookelo.com - Página 73
motivado que alguien retara a Hakon a un duelo. Aquí, al parecer, podía hablar como
le viniera en gana. A pesar del odio que despertaba, Ragnar dudaba mucho de que
alguno de los presentes le contestara. Hakon estaba armado y ellos no, y eso sin
contar con alguna magia de la que pudiera echar mano.
—¿No hay ninguno entre vosotros que tenga agallas para responderme? —volvió
a tronar Hakon—. ¿Acaso sois todos unos blandengues? Ya me parecía a mí que no
hay entre vosotros ningún hombre.
—Usted está armado y nosotros no —se oyó decir a una voz que, para sorpresa de
Ragnar, era la de Strybjorn. Le llamó la atención que el Cráneotorvo se hubiera
atrevido a hablar cuando nadie lo había hecho.
—¿Cómo te llamas, muchacho?
—Strybjorn Cráneotorvo, y no soy un muchacho, ya he pasado por el rito de
iniciación a la adultez.
Los brutales y gruesos labios de Strybjorn estaban fruncidos en una mueca. En
sus fríos ojos relampagueaba una mirada de ira.
—Strybjorn Cráneotorvo o como te llames, ¿eres estúpido, chico?
—No lo soy.
Strybjorn dio un paso adelante con los puños cerrados. Todos los aspirantes
respiraron hondo en ese momento. Nadie podía creer que el Cráneotorvo fuera tan
temerario.
—Entonces ¿qué es lo que te hace pensar que yo necesito armas para luchar con
un muñeco pretencioso como tú?
—¿No las necesitaría? Usted habla mucho porque va cubierto con una armadura y
ciñe una espada. Tal vez no sería tan duro sin ellas.
El sargento sonrió como si hubiera estado esperando que alguien le dijera
exactamente eso. Avanzó hasta colocarse frente a Strybjorn. El Cráneotorvo era alto y
fuerte, pero Hakon era mucho más alto y mucho más corpulento. Su sonrisa dejó a la
vista los enormes colmillos de su boca. En la mente de Ragnar surgió un conflicto de
emociones. Daba la impresión de que el Cráneotorvo había cometido un terrible error
y cabía la posibilidad de que Hakon lo matara. Sin embargo, a Ragnar 110 le
importaba tanto la posibilidad de que eso ocurriera como el hecho de que él perdería
la ocasión de ejecutarlo con sus propias manos. Claro que, en ese momento, no había
muchas posibilidades de reclamar semejante derecho.
El sargento desenvainó su espada y la levantó en alto. Strybjorn ni siquiera
parpadeó, por lo que Ragnar no tuvo más remedio que reconocer que el Cráneotorvo
era valiente, aunque estaba loco. Hakon lanzó la espada a los pies de Strybjorn y allí
se quedó la punta enterrada en la hierba, vibrando. Ragnar pudo comprobar que el
arma era extraña y parecía complicada. Estaba enteramente ribeteada por hojas
aserradas y la propia hoja contaba con un mecanismo complejo.
ebookelo.com - Página 74
—Cógela, muchacho —lo incitó el sargento—. Úsala… si puedes. Tú estarás
armado y yo sin armas.
Por un instante, Strybjorn miró fijamente a Hakon. Parecía confuso y un poco
asombrado, pero de repente asomó a sus ojos la sed de sangre y una brutal sonrisa
torció sus abultados labios. Se acercó, echó mano a la empuñadura de aquella
voluminosa arma y dio un tirón confiando en levantarla sin esfuerzo, como había
hecho el sargento. Pero no fue así, pues el arma no se movió ni lo más mínimo.
Strybjorn la cogió entonces con ambas manos. Los músculos de su cuello se
hincharon como cuerdas tensadas, los bíceps se contrajeron y su cara se puso roja.
Finalmente, con mucho esfuerzo, logró despegar la espada del suelo.
—¿Demasiado pesada para ti? —se burló Hakon—. Tal vez te gustaría algo más
ligero. Tengo aquí un cuchillo.
Con un rugido de furia incoherente, Strybjorn se lanzó hacia adelante,
sosteniendo la espada en alto con la intención de dirigirla contra la cabeza
desprotegida del sargento. A la vista del peso del arma y de la fuerza y la velocidad
de Strybjorn, estaba claro que si alcanzaba su objetivo nada podía salvar al sargento.
Y parecía que lo iba a alcanzar. La espada trazó un silbante arco y el sargento no hizo
ni el menor intento de esquivarla ni de apartarse de su trayectoria. Luego, cuando ya
parecía que su cabeza quedaría convertida en puré, Hakon ya no estaba allí.
Sencillamente, había dado un paso hacia atrás y la hoja de la espada pasó por donde
se encontraba él una fracción de segundo antes.
—Usas la espada como una mujer, chico, y así no puedes ni partir astillas.
¡Inténtalo con más fuerza!
Strybjorn rugió y le imprimió al arma un movimiento de vaivén a la altura de la
cintura. Su cara estaba roja y desfigurada por la furia. Estaba claro que no le gustaba
que se rieran de él. Ragnar tomó nota de ello por si pudiera serle útil en el futuro,
para el inevitable día en que tuviera la oportunidad de vengarse de él.
Nuevamente, Hakon esperó hasta el último momento y luego, simplemente, se
elevó en el aire. El ímpetu del golpe hizo pasar la espada bajo él, que aterrizó
fácilmente en el suelo, mientras que Strybjorn estuvo a punto de perder el equilibrio.
—Eres torpe, muchacho. Te voy a dar una última oportunidad, si tienes el valor
de aceptarla. Pero quedas avisado de que te irá muy mal si vuelves a fallar.
Ésta vez Strybjorn apuntó alto, lanzando golpes laterales a la cabeza del sargento,
que se agachó y dejó que los torpes mandobles pasasen sobre su cabeza. Se quedó
parado allí por un instante, riéndose de manera antipática y luego golpeó él. A pesar
de lo atento que estaba al menor movimiento, el golpe resultó demasiado rápido para
que Ragnar pudiera seguirlo. Hakon lanzó un puñetazo que conectó con la mandíbula
de Strybjorn produciendo un escalofriante ruido. El Cráneotorvo cayó hacia atrás,
inconsciente antes de tocar el suelo. El arma cayó de su mano y Hakon se apoderó de
ebookelo.com - Página 75
la espada en el aire sin esfuerzo aparente de su parte, cogiéndola con una sola mano y
alzándola por encima de su cabeza.
Tocó un tachón de la empuñadura y el arma cobró vida mágicamente. Las hojas
que ribeteaban sus bordes empezaron a rotar, acelerándose con tal rapidez que se
volvieron invisibles. Todos los recién llegados vieron atónitos cómo Hakon ondeaba
la espada en el aire, esperando a ver lo que haría el sargento ahora. ¿Iba a decapitar a
Strybjorn y quedarse con su cabeza como trofeo? Parecía lo más probable.
La suciedad que se le había adherido mientras estuvo en el suelo se desprendió
por completo. Pasados unos momentos, Hakon volvió a apretar el tachón y las hojas
dejaron de moverse con un chirrido que ponía los nervios de punta. Hakon la
inspeccionó con fastidio, asegurándose por todos los medios de que estaba
completamente limpia antes de devolverla a la vaina. Luego se inclinó sobre el
cuerpo inconsciente de Strybjorn y lo miró con petulancia. Ragnar pudo ver que el
pecho del Cráneotorvo seguía moviéndose acompasadamente. No supo decir si estaba
complacido o decepcionado.
—Cráneotorvo tenía razón —vociferó Hakon—. Ése golpe podría haber
despedazado la cabeza de cualquiera que no hubiera tenido la cabeza de un buey.
En una explosión de tensión nerviosa, todos los recién llegados rompieron a reír.
Ragnar se sorprendió al comprobar que él también se reía. La mirada de Hakon los
hizo callar enseguida.
—Muy pronto se os pasarán las ganas de reír. Vosotros dos llevadlo al segundo
gran salón y luego dirigios hacia las forjas. El resto que me siga, porque vamos a ver
si estáis debidamente equipados.
Los novatos cruzaron en silencio el pueblecito de Russvik detrás del sargento
Hakon. Atravesaron el foso que bordeaba las empalizadas que protegían el lugar y la
puerta abierta. Guardias armados con lanzas los observaban desde sus torretas de
madera situadas a ambos lados de la entrada.
Ragnar miró alrededor y observó con sorpresa las edificaciones. Era su primera
oportunidad real de estudiarlas de cerca, y comprobó lo diferentes que eran de
aquellas entre las que se había criado. Aquí, los principales materiales de
construcción no eran ni la piel ni los huesos de dragón. Eran la madera, la piedra y la
paja. Algunos de los edificios eran cabañas construidas con troncos de árboles
muertos y techadas con paja. Otros eran de piedras asentadas unas sobre otras a la
manera como se hacían los muros de piedra secos en las islas. También éstos estaban
techados con paja. A ambos tipos de edificación se les habían practicado agujeros
redondos en el tejado que servían de chimeneas para las fogatas que se encendían
dentro.
Todas las calles eran de tierra. Los cerdos se movían entre la basura y los pollos
revoloteaban piando alrededor de precarios gallineros. Había algo extrañamente
ebookelo.com - Página 76
familiar en la presencia de estos animales domésticos. A Ragnar le recordaban un
poco a su casa. Lo que no tenía nada que ver eran las extrañas tallas que se veían en
todos los cruces de calles. Eran de madera y todas representaban lobos criando,
acechando una presa, gruñendo, saltando. Todas estaban magníficamente esculpidas y
daban una extraña sensación de estar vivas. Ragnar no tenía ni idea de lo que
significaban las runas talladas en ellos, pero estaba seguro de que tenían algún
significado místico.
Las calles estaban atestadas de jóvenes, todos ellos provistos de armas, cada uno a
lo suyo con un aire de tranquila seguridad que no tenía, en aquel momento, ninguno
de los de su grupo. Miraban a los recién llegados con una mezcla de conmiseración y
desprecio cuando pasaban. Aquí y allá se veían otros guerreros de mayor edad con
idéntico aspecto al de Hakon. A éstos todos los pasantes los trataban con enorme
respeto.
Algunos de los del grupo de Ragnar se quedaban extasiados al observar los
edificios de piedra, lo cual le indicó que se trataba de isleños como él, pero que no
habían visto nunca, a diferencia de Ragnar, la isla de los Señores del Hierro.
Todo era muy extraño. Russvik se levantaba en un anchuroso valle, a la orilla de
un lago de color azul profundo. Del otro lado se encontraban las enormes montañas,
cuya altura superaba todo lo que Ragnar había visto hasta entonces. Éstos picos
hacían que todo lo que se veía alrededor pareciese miniatura, que las obras del
hombre resultasen insignificantes. Era como si esta ubicación hubiese sido elegida a
propósito para que los recién llegados se sintieran disminuidos. Tal vez fuera así, se
reafirmó Ragnar, tal vez todo este proceso estuviera pensado para que se sintieran
totalmente insignificantes.
No tenía idea de por qué, pero ya no le cabía la menor duda de que era muy
posible. El emplazamiento, el discurso del Sacerdote Lobo y las malas maneras de
Hakon respondían a idéntico fin. Era un modo de decir a los recién llegados que no
tenían que preocuparse, que lo tenían todo para probarlos. En algún rincón muy
profundo, Ragnar sintió que se le encendía una pequeña chispa de rebeldía y que ésta
se convertía en llama. No estaba muy seguro de cuál era el objetivo de su rebelión,
pero estaba seguro de que iba a encontrar algo, y tal vez lograse acabar incluso con el
odiado Strybjorn por el mismo precio.
Echó un vistazo alrededor y trató de establecer contacto visual con los demás.
Sólo uno le devolvió la mirada, al tiempo que sonreía. El resto parecía haberse
perdido en un sueño de sí mismos. Ragnar no mostró sorpresa alguna. Había mucho
en lo que pensar y él había visto tantas cosas nuevas que costaba creer que hacía
apenas un día que había llegado aquí. Había pasado parte de la tarde sometido a un
interrogatorio por parte de Ranek. Todos los detalles que había dado al responder a
las preguntas del Sacerdote Lobo los habían registrado en un enorme tomo
ebookelo.com - Página 77
encuadernado en cuero de la sala central. Luego lo habían sometido a una revisión
física que llevaron a cabo personas a las que Ranek se había referido como
Sacerdotes de Hierro. Le pasaron varios extraños amuletos por encima, y examinaron
su cuerpo minuciosamente como si buscasen algún estigma de mutación. Si la
situación no hubiera sido tan extraña, Ragnar se habría sentido casi insultado. No
había mutantes entre los Puños de Trueno. Todos los niños que presentaban señales
de Caos habían sido ahogados al nacer.
Cuando lo dejaron marcharse, ya había oscurecido. Lo condujeron hacia una
cabaña alargada construida de troncos. El interior olía a pinsapo. Cuando llegó,
algunos de sus compañeros ya se estaban quejando. Encontró un jergón de paja, se
echó sobre él y cayó dormido en el acto.
Sólo a la mañana siguiente tuvo oportunidad de echar una ojeada a sus
compañeros y de darse cuenta de que Strybjorn era uno de ellos. Debía de haber
entrado en la cabaña después de que Ragnar se quedara dormido. Sean cuales fueren
las heridas que había recibido en combate, también había sido curado por la magia de
los sanadores. A Ragnar se le abrieron las carnes sólo de pensar que había pasado la
noche bajo el mismo techo que su enemigo jurado. ¡Un enemigo que ya había matado
una vez! Ragnar dio una patada en el suelo, malhumorado.
Sin embargo, no tuvo tiempo de hacer nada al respecto porque el Sacerdote Lobo
había llegado y los condujo fuera para que escuchasen su discurso y se encontrasen
con el sargento Hakon. Ni siquiera había tenido tiempo de presentarse a los extraños.
Ahora más que nunca, Ragnar sintió la extrañeza de la situación. Estaba rodeado por
gente que procedía de docenas de clanes diferentes. En circunstancias normales,
todos ellos serían sus enemigos salvo si se encontraban en uno de los grandes
festivales. Claro que aquí ninguno llevaba armas, y ninguno de ellos parecía tener
intenciones hostiles. El sargento Hakon les había dado muchas otras cosas en que
pensar.
También le pareció a Ragnar que la mayoría de ellos parecía saber adonde iba.
Era indudable que los dos a los que les habían ordenado llevarse a Strybjorn sabían
adonde tenían que llevarlo. Esto le indicaba a Ragnar que la mayoría de los jóvenes
guerreros llevaba el tiempo suficiente en el desolado campamento para encontrar su
camino, y para tener cierta idea acerca de lo que había dicho Hakon. Ragnar supo que
era un recién llegado y, por el momento, decidió que lo más prudente era mantener la
boca cerrada y los ojos bien abiertos.
Llegaron a uno de los edificios de madera más grandes de Russvik, y Hakon pasó
al interior para volver a los pocos minutos con un montón de armas. Inmediatamente
empezó a gritar nombres y, a medida que cada joven nombrado se adelantaba hacia
Hakon, éste ponía una lanza y una daga en sus manos y luego le ordenaba volver a la
fila.
ebookelo.com - Página 78
—¡Ragnar Puños de Trueno! —oyó gritar Ragnar, que dio un paso al frente.
El sargento se inclinó sobre él y, hasta que no lo tuvo tan cerca, Ragnar no se dio
cuenta realmente de lo enorme que era. Ahora pudo comprobar que era el hombre
más corpulento con el que se había encontrado jamás, incluso más corpulento y más
alto que Ranek. Ragnar pudo ver también que la armadura que llevaba estaba
recubierta de pequeños mecanismos como los que suponía que habían hecho rotar las
hojas de la espada encantada del sargento. El respeto de Ragnar por la valentía —y la
locura— de Strybjorn subió un punto.
—¿Qué estás mirando, chico?
—A usted, mi sargento —contestó Ragnar.
El golpe de Hakon fue casi invisible de tan rápido que era, pero Ragnar pudo
hasta cierto punto verlo venir. Se echó hacia atrás con el tiempo y el impulso
necesarios para aminorar el golpe. La fuerza del impacto era tal que, a pesar de todo,
lo derribó de espaldas contra el suelo polvoriento, pero él rodó y acabó poniéndose de
pie. Se sintió como si lo hubieran golpeado con el martillo de un herrero y vio las
estrellas, pero al menos seguía consciente.
—Tienes buenos reflejos, muchacho —dijo el sargento, y tiró el cuchillo
envainado y la lanza a Ragnar, que consiguió atraparlos en el aire y seguir
manteniendo el equilibrio. Vio que los demás lo miraban con envidia, o tal vez con
respeto. Esto le produjo cierta satisfacción.
La funda era de cuero y la hebilla de acero tenía la forma de la cabeza de un lobo.
Ragnar quedó asombrado por la ostentación, porque sólo una vez en su vida había
visto semejante riqueza y había sido en la isla de los Señores del Hierro. Entre la
gente de las islas, el apreciado acero se usaba sólo para las espadas, y para las puntas
de las lanzas y las herramientas. Podía ser que un jarl rico luciese algunos brazaletes
de acero, pero era más bien raro. Sacó el puñal de la funda aceitada de cuero y lo
examinó. La hoja era de la mejor calidad y el filo era como el de una navaja de
afeitar. La empuñadura estaba rematada con una pequeña cabeza de lobo idéntica a la
de la hebilla. El cuerpo de la lanza era de la apreciada madera de ygra, y la punta de
acero estaba afilada como una aguja y sin la menor traza de herrumbre. En el mango
de la lanza habían grabado pequeñas runas y toda el arma daba la impresión de estar
en buen estado. Ragnar tuvo una visión súbita de las generaciones de principiantes
que habrían usado esta lanza antes que él. No supo decir si aquello lo tranquilizaba, o
no.
Hakon volvió a hablar.
—Ahora, éstas son vuestras armas. Cuidadlas porque pueden salvar vuestra
miserable vida, y no las perdáis porque no recibiréis otras. En el caso improbable de
que alguno de vosotros sobreviva a la estancia en este lugar, se espera que las
devuelva. Si alguno de vosotros muere, se espera que los supervivientes las
ebookelo.com - Página 79
devuelvan por él. Abandonad el cadáver a los cuervos si queréis, pero devolved estas
armas.
»Seguidamente, os voy a asignar a vuestras respectivas Garras. Son las unidades
básicas de combate. Los miembros de una Garra se entrenarán juntos, comerán
juntos, cazarán juntos y es probable que mueran juntos. Cuando pronuncie vuestros
nombres, daréis un paso al frente.
Hakon dijo en voz alta cinco nombres que Ragnar no reconoció. Cinco recién
llegados dieron un paso al frente y se detuvieron ante el sargento. Les hizo señas de
que se apartaran a un lado y, luego, gritó otros cinco nombres. Ragnar esperaba que
pronunciase su nombre, pero no fue así. Seguidamente sonaron otros cinco nombres,
y después otros cinco más, pero el de Ragnar seguía sin aparecer. Muy pronto, sólo
quedaron él y otros tres jóvenes.
—Kjel Falconero, Sven Fuego de Dragón, Strybjorn Cráneotorvo, Ragnar Puños
de Trueno, Henk Lobo de Invierno.
Ragnar miró a sus compañeros y se fijó en un joven de corta estatura y gesto
sombrío, corpulento y aparentemente fuerte. Luego recayó en un chico de cara lozana
que parecía el más joven de todos los presentes, y en un chico alto y pecoso, de
cabellos claros y una ancha sonrisa dibujada en su cara. El corazón le dio un vuelco
cuando comprobó que había sido asignado al mismo grupo que el Cráneotorvo. Por
un instante consideró la posibilidad de protestar, pero una mirada a Hakon lo
convenció de que no habría sido buena idea. En efecto, a juzgar por la maliciosa
sonrisa que se dibujaba en los labios del sargento, Ragnar sospechó que Hakon sabía
perfectamente lo que estaba haciendo y lo antipática que era su actitud.
De todos modos, pensó Ragnar, la situación tenía sus ventajas, pues de ese modo
tendría más a mano al Cráneotorvo para llevar adelante su venganza.
La perturbadora sonrisa de Hakon se hizo todavía más ostensible.
—Echad una mirada alrededor —incitó el sargento—. Fijaos en vuestros
camaradas y recordad bien sus caras. Quiero que sepáis que a menos que seáis muy,
pero que muy especiales, y no creo que así sea, por lo menos la mitad de vosotros
habrá muerto cuando llegue el momento de abandonar este lugar.
Ragnar sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal. Las palabras del
sargento tenían el sonido estremecedor de la verdad.
Fuera del barracón ululaba el viento y hacía tanto frío como en el interior de una
cueva helada. Los aspirantes yacían en sus jergones y sentían la necesidad de un buen
fuego. Había una chimenea en una esquina, pero faltaba leña. Los de cada grupo
habían llegado al mismo tiempo y habían ocupado jergones unos al lado de los otros.
En el grupo de Ragnar había un jergón vacío que estaba reservado para Strybjorn.
Ragnar estaba acostado de espaldas y miraba fijamente al techo mientras pensaba en
los acontecimientos del día. Más exámenes, más discursos de Hakon, mucho ejercicio
ebookelo.com - Página 80
y muy duro. Habían hecho una sola comida compuesta por una papilla de cereales y
nabo y algo que se parecía al tocino de cerdo.
—El viejo Hakon es un poco fiero, ¿no os parece? —preguntó una voz tranquila y
agradable.
Ragnar desvió la mirada para encontrarse con el joven pecoso que había estado
observando antes y que ahora miraba en derredor sonriéndoles a todos. Sus rasgos
eran alargados y su pequeña nariz estaba ligeramente respingada, lo que lo hacía
parecer a la vez descarado y alegre. Una larga melena enmarcaba su cara y se lo veía
insensatamente feliz dadas las circunstancias. Ragnar no podía ayudarlo, pero sonrió
para sus adentros.
—Sí —respondió Ragnar—. Un poco fiero.
—Yo soy Kjel de los Falconeros —dijo mientras extendía la mano con gesto
amistoso y Ragnar se la estrechaba.
—Ragnar de los… Puños de Trueno.
—No pareces estar muy seguro de ello.
—De lo que no estoy seguro es de si quedan ya Puños de Trueno —respondió
simplemente Ragnar.
—¿Puede ser cierto eso?
—Sí.
—Supongo que habrás sido elegido después de la batalla en que tu clan fue…
asaltado.
—Sí.
—¿Fue una gran batalla?
—Fue feroz y despiadada. No estoy seguro de poder decir que fue una gran
batalla. Mi aldea fue quemada y mi gente atacada. Mi novia…
—¿Sí? —preguntó Kjel con gesto comprensivo.
—No sé qué fue de ella.
—Entonces es mejor que la olvides —sentenció el brutal joven del jergón de al
lado.
Sonrió como si le gustara ser el portador de malas noticias. Ragnar pudo ver que
sus dientes eran grandes, cuadrados y todos iguales. Le habían roto la nariz y estaba
fuera de su lugar. Su cabello rojizo estaba cortado con un estilo que no era habitual en
un isleño como Ragnar, estaba muy corto, casi al ras del cráneo.
—No la volverás a ver nunca más. No volverás a ver nunca más a nadie que
hayas conocido.
—No hay por qué alegrarse tanto de ello —respondió Ragnar.
El otro joven meneó la cabeza y cerró su puño. No era un gesto amenazador,
según pudo ver Ragnar, sino sólo de rabia.
—¡Por las sagradas pelotas de Russ, no me alegro de eso! No me gusta nada de
ebookelo.com - Página 81
eso. Yo esperaba unirme a los Elegidos, entrar en la Sala de los Héroes. En lugar de
ello, ¿qué he conseguido? Vérmelas con el maldito sargento Hakon y sus malditos
discursos sobre lo malditamente inútiles que somos todos.
—Quizá tendrías que tratarlo con él —sugirió Kjel con una sonrisa.
—Puede ser que lo haga. Pero, por otra parte, después de haber visto lo que pasó
con Strybjorn y con Ragnar, tal vez no me decida. Al menos hasta que no sepa qué es
lo que lo hace tan diferente de nosotros.
—¿Crees que algo ajeno a él lo convirtió en lo que es? —preguntó Ragnar con
interés—. No crees que…
—Eso es exactamente lo que he oído rondando el campo, pero parece ser que a
los supervivientes de estas pequeñas bandas como la nuestra los llevan a algún
antiguo templo y los someten a la magia. Se transforman en bestias o en hombres
como Hakon y Ranek. Por las cagadas de marfil del Oso Blanco, tengo un hambre
que muerdo. ¿Cuándo pensáis que nos van a dar de comer?
—¿Crees que Hakon es un hombre? —preguntó el cuarto miembro del grupo, el
que parecía demasiado joven para estar allí.
Ragnar lo miró muy de cerca. Sus rasgos eran finos y tenía un aspecto delicado e
inteligente, más como el de un eskaldo que como el de un guerrero.
—Me refiero a esos colmillos y a las demás cosas.
—Seguro que no es un fantasma —respondió Ragnar—. No puede serlo por la
forma en que me golpeó hoy.
—Yo no podía con mi asombro al ver cómo casi lo esquivas —apuntó el
jovencito—. No creía que nadie pudiera hacerlo.
—Ragnar no lo consiguió —insistió el hosco.
—Casi lo consiguió.
—¿Quién eres tú, Sven Fuego de Dragón o Henk Lobo de Invierno? —preguntó
Ragnar.
—Soy el maldito Sven —respondió el achaparrado fortachón—. Y por la sagrada
nalga derecha del Oso Blanco que tienes buena memoria.
—Yo soy Henk —intervino el más joven y se levantó para estrecharles la mano a
todos.
Ragnar le estrechó la mano y lo mismo hizo Kjel, pero Sven permaneció allí
acostado con las manos entrelazadas detrás de la cabeza y mirando hacia el techo.
—Parecería que el último de nuestra maldita y alegre banda es Strybjorn
Cráneotorvo —concluyó Sven.
—Sí —estalló Ragnar e, incluso, él se asombró del veneno que había puesto en su
voz.
Los ojos grises de Sven giraron a la derecha para mirarlo.
—¿No te gusta, no es así, Ragnar? ¿Por qué?
ebookelo.com - Página 82
—Él fue uno de los sucios asesinos que asaltó mi aldea.
—Eso está muy mal —saltó Kjel.
—Hay que matarlo. Pienso matarlo —irrumpió Ragnar.
—Entonces no hiciste un buen trabajo —dijo Sven—. Al fin y al cabo anda dando
vueltas por ahí, o al menos andaba hasta que el viejo Hakon lo mandó al mundo de
los sueños.
—El Sacerdote Lobo usó su magia para curarlo. Y lo mismo hicieron conmigo —
respondió Ragnar.
—Creo que hicieron lo mismo con todos nosotros —apuntó Kjel y abrió su túnica
para mostrar una larga cicatriz que le cruzaba el pecho hasta el vientre—. No creo
que nadie hubiera podido sobrevivir a la herida que me trajo aquí sin ninguna clase de
magia.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Ragnar.
—Hubo una batalla —respondió Kjel.
—Creo que no estamos muy interesados en ese maldito cuento —intervino Sven
con desprecio, y Kjel le dirigió una mirada de intenso disgusto.
—Yo iba con una partida de exploración que descendía del gran glaciar.
Buscábamos ovejas para llevárnoslas…
—¡Ovejas! —se asombró Sven—. ¿Me pregunto qué pensabais hacer con ellas?
—En los valles, la riqueza de un hombre se mide por el tamaño de su rebaño.
—Apuesto a que es así —dijo Sven, con un retintín en la voz.
—Bueno, sea lo que sea, el caso es que caímos en una emboscada de los Cabeza
de Lobo al caer la noche. La batalla fue intensa y feroz. Yo conseguí matar o herir a
unos cinco Cabeza de Lobo antes de que uno de ellos me ensartara con su lanza. En
ese momento pensé que se había acabado todo, pero miré hacia arriba y vi a un
anciano que miraba desde la cima de la colina antes de hundirme en las sombras.
Cuando desperté, el mismo anciano estaba allí, pero yo estaba en una de las naves
celestiales que llegaron aquí. Y tú, Sven, ¿qué hazaña heroica llevaste a cabo para
haber sido elegido?
—Yo maté a ocho hombres en un solo combate.
—¿Ocho a la vez?
—No. Uno después de otro, maldita sea. Eran todos hermanos. Mataron a mi tío y
rehusaron pagar la compensación económica, de modo que los cité en la Fiesta de
Todas las Cosas. El Sacerdote Lobo observaba mientras yo los mataba y, luego, me
dijo que estaba elegido.
—¿No te hirieron? ¿No has llegado a… morir?
—Murieron ocho hombres, ocho guerreros adultos. Murieron ellos, no yo, y ni
siquiera me hirieron.
—Realmente Sven, debes de haber sido un guerrero poderoso —se admiró Henk.
ebookelo.com - Página 83
—Realmente —apostilló secamente Ragnar.
—Maldita sea, no me creéis ni una palabra ¿verdad? —irrumpió Sven, con un
brillo de violencia en los ojos.
—Yo nunca dije eso —repuso Ragnar—. Después de todo, estás aquí ¿no es
cierto?
—Y no lo olvides nunca, por tu bien —finalizó Sven.
—¿Y tú qué, Henk? —preguntó Kjel.
El jovenzuelo se puso rojo y parecía incómodo.
—Yo luché con un troll —respondió—. Lo maté con mi lanza. Había matado a mi
tío y a todos mis hermanos, pero ya estaba herido, por lo que rematarlo no fue una
gran hazaña.
—El Sacerdote Lobo debe de haber pensado que sí lo fue.
—Él lo habría matado con toda seguridad de no haberlo hecho yo.
—¿Por qué estaba allí? —preguntó Sven.
—No lo sé. Tal vez atrajese su atención nuestro huerto en llamas. ¿Quién puede
saberlo?
Ragnar se fijó en el jovenzuelo con asombro. Se había enfrentado y había dado
muerte a la criatura más odiada que jamás existió sobre la faz de Fenris, después de
que ésta hubiera matado a su familia, y hablaba de ello como si no tuviera
importancia. Incluso se sentía incómodo por tener que arrogarse el mérito. A la vista
de los relatos, parecía que todos sus compañeros eran dignos de respeto. Incluso el
Cráneotorvo, si cabe.
Se produjo una corriente de aire y todos los ojos se volvieron hacia la puerta
abierta. Entró el sargento Hakon trayendo el todavía inconsciente cuerpo de
Strybjorn. Se inclinó sobre un jergón vacío y lo dejó caer sin contemplaciones sobre
la paja.
—Mejor que durmáis un poco —dijo Hakon—. Necesitaréis todas vuestras
fuerzas mañana.
Sin decir ni una palabra más dio una vuelta por la habitación y apagó todas las
lámparas de aceite de ballena con sus dedos enfundados, luego se dirigió a la puerta
en medio de la oscuridad, sorteando los cuerpos tumbados sin aparente dificultad. Al
salir dio un portazo para anunciar que se iba.
El silencio se extendió por todo el barracón. Ragnar permaneció a oscuras largo
tiempo mientras consideraba la posibilidad de echar mano del cuchillo para cortarle
el cuello al Cráneotorvo. Finalmente desechó la idea. Quería que su enemigo
estuviese consciente cuando fuera a matarlo.
—Ése extraño gorgoteo que estáis oyendo es mi maldito estómago —murmuró
Sven—. Por las pelotas del Oso Blanco que tengo un hambre de muerte.
ebookelo.com - Página 84
SIETE
EL ÚLTIMO BALUARTE
ebookelo.com - Página 85
Ragnar lanzó un golpe con su bastón de madera alcanzando a Strybjorn en un ojo,
para luego rebotar en su maciza y dura frente.
—¡Mi ojo! ¡Estoy muerto! —gritó, retrocediendo.
El círculo de aspirantes que los miraba rugió con aprobación. Ragnar se arriesgó a
lanzar una mirada al sargento Hakon, para ver si confirmaría la muerte.
El Cráneotorvo gruñó y lanzó un contragolpe con su bastón de madera. La punta
curvada fue a dar bajo las costillas de Ragnar y le cortó la respiración. El impacto
llevaba toda la fuerza y el peso del corpachón del Cráneotorvo. Se trataba de la lucha
con cuchillos y se golpeaba a fondo. Hakon no quiso que se acostumbrasen a luchar
contra enemigos que golpeasen con menos fuerza y rapidez que en situaciones reales.
El dolor hizo doblarse a Ragnar y le provocó un mareo. Apenas era capaz de
mantenerse en pie y todo le daba vueltas. Alrededor pudo ver las caras sonrientes y
burlonas de los demás aspirantes dispuestos en un círculo para ver mejor las peleas.
Strybjorn golpeó con energía la cabeza de Ragnar haciéndole ver las estrellas.
Dejó escapar un prolongado gemido de dolor y cayó de rodillas. Vio cómo Strybjorn
se ponía de pie para golpearlo de nuevo.
De pronto, una furia asesina y fría brotó de algún recóndito lugar del cuerpo de
Ragnar. Se dejó caer hacia adelante en el último segundo y se aferró con los brazos a
las piernas del Cráneotorvo. Con un fuerte tirón consiguió derribarlo. Se oyó un
fuerte chasquido cuando la cabeza de su enemigo chocó contra una de las piedras que
afloraban entre la hierba. Ragnar se permitió un rugido victorioso y se lanzó hacia
adelante para sentarse a horcajadas sobre el cuerpo de Strybjorn. Echó mano de su
propio bastón y lo cruzó sobre la garganta del Cráneotorvo con la intención de
cortarle la respiración y dejarlo morir. Los gritos de la multitud colmaban sus oídos;
era evidente que no habían captado su intención.
En un abrir y cerrar de ojos, una mano fría y con armadura cogió a Ragnar por el
cuello y lo separó de Strybjorn. Ragnar golpeaba con el bastón, pero no hacía mella
en el duro caparazón de la armadura de Hakon y acabó rompiéndose. El sargento lo
miró fijamente.
—Entre vosotros va y viene un cuchillo que no es legal. O por lo menos estabais
luchando como si lo empuñarais.
Dejó a Ragnar en el suelo y echó una mirada a Strybjorn. El Cráneotorvo tosió,
escupió y clavó en Ragnar una mirada llena de odio.
—Yo vencí —dijo jadeando.
—No, no has vencido —replicó Hakon—. Tu último golpe habría destripado a
Ragnar, sin la menor duda, pero, si él hubiera tenido en la mano un cuchillo de
verdad en lugar de este bastón curvado, su último golpe te habría atravesado el ojo y
habría penetrado en tu cerebro.
Ragnar se permitió una sonrisa triunfal. El aire frío y limpio de la montaña le
ebookelo.com - Página 86
supo dulce con la victoria. Incluso trató de olvidar el dolor de sus costillas.
—Incluso podría haberlo matado con mi rebote —gritó Strybjorn,
sorpresivamente.
—Tal vez lo hubieras conseguido —aceptó Hakon—. Eres suficientemente fiero
para ello.
Hakon se volvió hacia los presentes y señaló a Kjel y a otro de los novatos que
Ragnar no reconoció.
—¡Vosotros dos! ¡Adelante! ¡No tenemos todo el día!
Ragnar miró a Strybjorn una vez más, sabiendo que habría matado al Cráneotorvo
de no haber intervenido Hakon.
Ragnar respiraba con dificultad. De repente le parecía que el aire de la montaña
no tenía cuerpo suficiente para sostenerlo. El intenso frío de la madrugada le mordía
las carnes. El corazón palpitaba pesadamente en sus oídos y el sudor resbalaba por su
frente y le escocía en los ojos. Su largo cabello negro estaba pegado a la frente.
Sentía las piernas como si fueran de gelatina y la cuesta que tenía ante él le parecía
interminable.
—¡Vamos! —vociferaba el sargento Hakon—. Tú puedes hacer más que eso. Es
sólo un pequeño promontorio.
Kjel marchaba a la altura de Ragnar y ensayó un sonrisita maliciosa.
—Le resulta fácil decirlo. Nosotros no somos mitad cabra y mitad lobo —jadeó
Kjel.
—Ahorra tus huelgos para correr —respondió Ragnar entrecortadamente—.
Recuerda que el último en llegar a la cima tiene que hacer el recorrido otra vez.
—Entonces, será mejor que te deje atrás —retrucó Kjel y se despegó de Ragnar, a
grandes y rápidas zancadas.
Ragnar reunió las pocas fuerzas que le quedaban y volvió a la carga, pensando
que Kjel había estado bien. El sargento había hecho que pareciera fácil. Había
empezado detrás de ellos, pero a pesar de su pesada armadura había adelantado con
creces a los aspirantes de ligera túnica. Coronó la colina mientras los demás estaban
todavía a mitad de camino, y ahora estaba allí clavado mirando con profunda
contrariedad y dando gritos. Ragnar se preguntó cuál sería su secreto.
—¡Vamos! ¡Corre! —gritaba Hakon.
Ragnar echó una mirada por encima de su hombro. Habían recorrido un largo
camino y allá en el valle se veía Russvik. Desde esta altura parecía diminuto. Al ver
las lejanas figuras de los compañeros que venían tras él, se sintió gratificado al
comprobar que por lo menos no era el último. Y tenía que mantener ese ritmo si
quería conservar la posición.
Con las piernas temblorosas se lanzó decididamente a conquistar la cima de la
colina.
ebookelo.com - Página 87
—¿Quiénes de vosotros sabéis cazar? —preguntó el sargento Hakon.
Casi media docena de voces desmayadas respondieron afirmativamente. Estaban
todos cansados, porque la semana anterior no habían hecho otra cosa que duros
ejercicios físicos. Habían corrido hasta la cima de todas las colinas que se veían desde
el campamento con tanta frecuencia que Ragnar sentía que ahora podría hacerlo
incluso dormido. Habían cortado leña y corrido colina arriba cargados con los haces
de la que habían cortado. Los que no lo habían hecho con suficiente rapidez para el
gusto de Hakon, tuvieron que hacerlo de nuevo hasta que se desmayaron por el
cansancio.
Habían hecho innumerables ejercicios de contorsión de sus cuerpos que habían
apurado su resistencia física hasta el límite, y los habían dejado tendidos en el frío
suelo tratando de llenar de aire sus pulmones mientras sus músculos eran presa de
espasmos y convulsiones. Se habían atravesado con lanzas y puñales y habían
aprendido a luchar con las hachas que usaban para cortar leña, sin contar las
innumerables lanzadas que habían tenido que dar a los hombres de paja.
Los momentos dedicados a la lucha o a la práctica de ésta habían sido casi una
gozada, pensaba Ragnar, y él había sobresalido en ellos. Siempre había sido elegido
como el mejor de su grupo de cinco para enfrentarse a las demás garras. Era algo que
parecía fastidiar a Strybjorn y a Sven, pero no podían hacer nada para impedirlo. Los
había superado con creces en la práctica. Con las armas era mejor que ambos. En la
lucha, le habían devuelto los golpes que les había propinado con las armas
embotadas. Tanto uno como el otro eran fuertes, rápidos y crueles.
Ragnar esperaba que muy pronto empezasen a practicar con armas de filo real.
Luego habría un accidente y Strybjorn Cráneotorvo iría a saludar a sus antepasados
sabiendo que Ragnar lo había enviado allí.
—¿Seguro que sólo éstos saben cazar? —interrogó Hakon con una mueca de
desprecio.
Todos los aspirantes se miraron unos a otros desconcertados. Habían aprendido a
no hacer reclamaciones al sargento. Por lo general, la cosa terminaba con la
asignación de tareas extra o con una buena paliza cuando su nivel de competencia no
satisfacía las altas expectativas de Hakon.
—Bien, si ninguno de vosotros sabe cazar, supongo que tendremos que enseñaros
a hacerlo. Es la única forma de que volváis a ver carne en vuestros platos.
La pequeña partida de cazadores avanzaba en fila india por el largo sendero rocoso.
Ragnar se dio vuelta y miró el camino que llevaban recorrido. El viento helado
revolvía sus largos cabellos negros y le tapaba la cara. Las nubes que atravesaban el
cielo parecían estar más cerca que nunca, pero al menos eran blancas e intermitentes,
no oscuras y pesadas y con amenaza de lluvia. Olfateó el aire y captó la esencia de
los pinos. Totalmente raro para él era la ausencia del olor salado del mar que había
ebookelo.com - Página 88
conocido desde su infancia.
Allá abajo, a mucha distancia, podía verse Russvik como si fuera un diminuto
conjunto de chozas rodeadas por su empalizada de madera y su profundo foso.
Alrededor, se cernían los enormes picos como escrutando el cielo. Le costaba trabajo
respirar; a todos les pasaba lo mismo. Sus muslos parecían de gelatina debido al
prolongado esfuerzo de la subida y sentía debilidad en las rodillas; además, tenía la
cara enrojecida. Era un consuelo ver que los demás no tenían mejor aspecto que él.
Todo ese subir y bajar colinas empezaba a tener sentido ahora. Ragnar dudaba de
que hubiesen podido subir hasta esa altura sin hacer ningún descanso de no haberse
preparado para ello con el entrenamiento. Resultaba gracioso pensar que con todo lo
que habían andado el día anterior en su isla ya habrían caído al mar, pero apenas
había sido una mínima parte de esta vasta región. Parecía que no terminaba nunca y
los pilares de las montañas aguantaban la bóveda de un cielo que se extendía hasta el
infinito por encima de ellos. Las nubes eran blanco-grisáceas y estaban preñadas con
la amenaza de nieve. Las colinas estaban cubiertas de árboles extraños que tenían
agujas en lugar de hojas y una especie de conos de madera alfombraba el suelo bajo
sus pies. Se les había dicho que, si aquellos conos se abrían, lo más probable era que
fuese a llover. Si se mantenían cerrados, era señal de buen tiempo. Era otra parte de la
singular tradición que les habían enseñado en Russvik. En estos árboles anidaban
grandes pájaros y Sven había sugerido que podían aprovisionarse aquí de huevos,
pero los demás habían preferido seguir adelante, para encontrar algo de mayor
tamaño, un ciervo o una cabra salvaje que se llevarían para mostrársela a las otras
Garras.
Era la primera vez que la Garra de Ragnar había sido enviada a cazar. Se
consideraba todo un honor poder alejarse de Russvik bajo la propia responsabilidad,
lo cual en sí mismo era humillante, un hiriente insulto al orgullo de los jóvenes y
fieros guerreros. Nadie se había atrevido a quejarse al sargento Hakon de que estaban
recibiendo el trato propio de los niños. Ahora confiaban en sus recién adquiridas
habilidades. Habían pasado muchos días aprendiendo técnicas básicas de
supervivencia. Cómo sobrevivir en medio de las ululantes ventiscas de Asaheim;
cómo encontrar el camino guiándose sólo por las estrellas. Ragnar había encontrado
esto bastante fácil al estar acostumbrado a viajar por el mar. Es cierto que las estrellas
de Asaheim eran ligeramente diferentes, pero las constelaciones eran las mismas que
él conocía. Les habían enseñado cómo encender fogatas con rapidez y eficiencia;
cómo hacer cobertizos con ramas para resguardarse de los elementos. Les habían
enseñado los conocimientos básicos para reseguir huellas en descampado, lo cual no
era tan difícil de dominar. Ahora sabían buscar los lugares adonde los animales iban a
beber, y distinguir las huellas. Sabían cómo hacer trampas para cazar conejos y
liebres y otros animales pequeños. A los que no lo sabían se les enseñó a eviscerar a
ebookelo.com - Página 89
un animal, a arrancarle la piel, abrirle el vientre y dejar salir las tripas. Una vez más,
Ragnar lo encontró fácil acostumbrado como estaba por haber limpiado pescado toda
su vida.
Ahora, armados con sus lanzas, escudos y dagas, habían sido enviados a la
espesura selvática. Así de sencillo. Dejaban la base para no volver hasta que no
hubieran cazado carne fresca para comer, salvo que perdieran a un guerrero en el
intento. Parecía que el entrenamiento para ser un Lobo consistía en que lo lanzasen a
uno al agua, y luego no lo socorriesen hasta que no supiese nadar. Para Ragnar, la
actitud de Hakon y de los demás de Russvik dejaba traslucir que había muchísimos
más iniciados en el lugar del que provenían. El deber de Ragnar era probarse a sí
mismo y se había dado cuenta de que ahora nadie más lo cuidaría.
De hecho, Ragnar estaba hasta cierto punto contento de haberse librado de la
vigilancia de Hakon. Estaba feliz de que la Garra hubiese sido enviada a su propio
albedrío. Sabía que antes de que terminase este viaje había muchas posibilidades de
que Strybjorn sufriese un accidente mortal. Sin duda lo tendría, si de Ragnar
dependiese. Se dio vuelta y miró al Cráneotorvo, comprobando sin mucha sorpresa
que Strybjorn lo estaba mirando a él. Ragnar se estremeció ligeramente al sentir la
mirada de su enemigo clavada en la suya. También era posible que el Cráneotorvo
estuviese pensando exactamente lo mismo con respecto a él. Con un gruñido de
aburrimiento, Ragnar consideró que debía andarse con cuidado allí en pleno campo.
Podría ser uno de los que se despeñasen por aquellos riscos o se encontrasen con una
avalancha de piedras si no prestaba la debida atención. Ahora estaba a cargo del
grupo, porque el sargento Hakon había decidido que era el más adecuado para dar
órdenes a la Garra. Hasta ese momento no había tenido problemas con Kjel ni con
Henk. Sólo Sven y Strybjorn se habían quejado.
Haciendo un alto en la marcha, Ragnar miró al cielo. El disco rojo del sol estaba a
punto de hundirse por el oeste. En el horizonte, el cielo estaba teñido del color de la
sangre, y a través de las nubes se filtraba una luz carmesí que daba a las montañas un
notable aspecto siniestro. A Ragnar le parecía perfectamente posible que este lugar
pudiera ser frecuentado habitualmente por trolls o por otras bestias más salvajes y
espantosas. En días anteriores habían circulado por el campamento las historias de
una criatura denominada wulfen. Nadie sabía exactamente quién había empezado a
contar esas historias de horror, pero, si había algo de verdad en los relatos de
descuartizamientos y muertes espeluznantes, entonces el wulfen era una bestia a la
que había que temer sin la menor duda. Ragnar sospechaba que, probablemente, la
alarma había sido sembrada por Hakon.
De esta terrible criatura se decía que era un monstruo, mitad hombre y mitad
lobo, y completamente feroz. Según las historias, era casi invulnerable a las armas
normales. Los relatos hablaban también de un demonio wulfen que se colaba en
ebookelo.com - Página 90
Russvik y se llevaba a los aspirantes. Nadie estaba seguro de si eso ocurría, o no,
aunque todos sabían que algunos días atrás un aspirante llamado Loka había
desaparecido mientras montaba guardia. No se sabía con certeza si había desertado de
su puesto. Era posible que se lo hubieran llevado los trolls o algún brujo diabólico por
arte de magia. De todos modos, las historias del wulfen habían circulado
ampliamente. Hakon y los demás jefes se habían armado y habían salido tras un
rastro que, según decían, sólo ellos con sus sentidos extremadamente aguzados
podían percibir. Si habían encontrado algo, no lo habían comunicado a nadie. Ragnar
adivinó, por la postura de sus hombros y por las expresiones de disgusto cuando
volvieron, que no habían encontrado nada. La caza había sido infructuosa.
Ahora, en la creciente oscuridad, con todas esas historias dando vueltas en su
cansada cabeza, Ragnar trató de no pensar en la clase de monstruos que podrían estar
esperándolos en esta majestuosa cordillera. Algunos kilómetros más atrás habían
pasado por delante de una cueva en la que podrían haberse refugiado durante la
noche, pero la Garra había pasado por delante de ella sin decir ni una palabra, como
si hubiera un consenso generalizado. Ninguno de ellos había querido encontrarse con
algo que hubiese buscado refugio allí. Había muchas probabilidades de que estuviese
vacía, ¿pero quién lo sabía? Podría haber un troll, un hechicero, un oso o un wulfen.
Ni siquiera Sven ni Strybjorn parecían inclinados a volver y encontrarla.
Ragnar estaba contento de haber recogido leña para una fogata cuando aún había
claridad. Finalmente, bien avanzado el crepúsculo, eligió un sitio apropiado para
levantar el campamento. Cerca de allí, un pequeño arroyo caía por la ladera y éste les
sirvió para aprovisionarse de agua. Se abría paso hacia la orilla pedregosa de un
pequeño lago situado en el extremo más alejado del claro. Las aguas quietas y
oscuras parecían tener la profundidad del océano, y Ragnar se preguntó si habría
peces que les sirvieran de alimento. Sin embargo, esa noche se arreglarían como
pudieran con las provisiones que les quedaban, porque la noche se echaba encima
rápidamente. Ragnar ordenó a Kjel y a Henk que empezasen a preparar la hoguera
mientras que Strybjorn y Sven recogían ramas para hacer un refugio para pasar la
noche tal como les habían enseñado en Russvik. Él, por su parte, anduvo el trecho
que lo separaba del arroyo para recoger agua. Quería aprovechar la oportunidad para
apartarse de los demás por un momento, y también para tomarse el tiempo de estudiar
los alrededores.
A pesar de lo avanzado del crepúsculo, mientras contemplaba las agrestes colinas,
los cañones rocosos y los densos bosques que se extendían a lo largo de muchas
leguas en todas direcciones, Ragnar tuvo la certeza de que, si no fuera por las bestias
y los monstruos que se decía habitaban esta tierra salvaje, un hombre podría ser feliz
allí. Asintió en silencio como aprobando sus propios pensamientos. Allí, en la ladera,
había espacio suficiente para establecerse, pues no faltaban ni agua ni leña. Por lo que
ebookelo.com - Página 91
habían dicho los demás, estas colinas podrían producir buenos pastos para ovejas y
cabras. Un hombre podía formar una familia allí, vivir en paz. Hasta es posible que
pudiese alcanzar cierto grado de alegría, una huida de los odios y las matanzas. Al
hilo de esto, los pensamientos de Ragnar volvieron a Ana, y sintió que la tristeza, que
le era tan familiar, inundaba su alma. Mirando colina abajo a Strybjorn volvió a sentir
un odio amargo. Ragnar iba a conseguir que el Cráneotorvo pagara, eso era lo único
seguro en su vida actual.
Murmurando, Ragnar hundió su cantimplora de cuero en la corriente con rabia,
como si fuera la cabeza del Cráneotorvo, y la mantuvo sumergida hasta que cesó
definitivamente el rosario de burbujas de plata. Cuando hundió la cantimplora en el
agua, Ragnar dio un respingo al sentirla tan fría. Hasta tal punto estaba helada que
parecía quemarle hasta el hueso. En pocos segundos, sus manos estaban entumecidas,
pero Ragnar se forzó a soportar el dolor y sacó el pellejo lleno de agua mientras
miraba hacia los distantes picos. Era agua del deshielo, según comprobó Ragnar, que
venía de los ventisqueros de las montañas. Estaba mucho más fría que la que afloraba
en los pozos más profundos de las islas.
Éstos pensamientos le recordaron abruptamente que estaba muy lejos de casa y
que no tenía una casa a la que volver.
La áspera carcajada de Ragnar retumbó en medio de la creciente oscuridad.
Ya estaba ardiendo la hoguera y las sombras se cernían sobre el cobertizo.
Strybjorn y Sven habían armado un útil refugio con ramas verdes que habían
arrancado de los grandes árboles que rodeaban el claro. La olla estaba colmada de
burbujeante sopa hecha con harina de avena, la única comida que traían con ellos.
Cada uno tenía una bolsa de ella y un poco de sal. No era precisamente apetitosa,
pero los dejaría satisfechos una vez que estuviera servida en las tazas de madera que
llevaban en su equipaje.
Ragnar echó una mirada en derredor del fuego y se encontró con las caras de sus
compañeros extrañamente alteradas por la luz parpadeante de las llamas. Eso
cambiaba los ángulos de los rostros, los hacía ligeramente diferentes. Lo mismo había
pasado con el sitio. En los pocos días que llevaban en Russvik, Ragnar se había
acostumbrado al campamento a pesar de las privaciones y de la dureza, porque en
cierto modo se había convertido en el lugar que solía asociar con sus recién
adquiridos compañeros. Ahora estaban todos en otro lugar, pero en un lugar extraño y
diferente y esto, en cierta medida, los convertía en personas mentalmente diferentes,
en extraños.
La luna llena había salido brillante y acogedora. En su superficie podía verse la
cara del lobo, una gran mancha de sombras que semejaba a grandes rasgos la cabeza
de un lobo aullando. Se decía que el propio Russ había puesto allí a su mascota, el
lobo Melenagrís, para que velase por el mundo hasta su regreso. Como si fuera una
ebookelo.com - Página 92
respuesta a aquella visión, en la distancia se oyó un aterrador aullido, un sonido de
insuperable soledad y hambre. Todos los miembros de la Garra se miraron unos a
otros.
—No es más que un lobo —sentenció Kjel con una sonrisa que pretendía ser
alentadora.
Hubiera sido más convincente si las caras de los jóvenes no tuvieran un aspecto
tan pálido por efecto de la luz de la luna.
—Russ sabe bien que he oído muchos aullidos como ése. Solían amedrentar a
nuestras ovejas, que pastaban en los valles.
—Juraría que eso no es lo único que amedrenta a vuestras malditas ovejas —dijo
Sven de manera destemplada.
—¿Qué quieres decir con eso?
Antes de que Sven pudiera responder, el aullido del lobo recibió respuesta desde
la otra punta del valle. La nota largamente sostenida retumbó en la distancia y vació
de pensamientos la cabeza de Ragnar. Pareció ser la señal para todo un coro de
aullidos. Desde todos los picos, o eso parecía, al menos, enormes lobos aullaban a la
luna.
—Una jauría ha salido de caza —dijo Kjel.
—¿Tú crees? —interrogó Strybjorn.
—Yo nunca lo hubiera adivinado —añadió Sven.
—Basta ya —se impuso con energía Ragnar.
—No os preocupéis —siguió Kjel—. Los lobos difícilmente atacan a los hombres
armados. Tampoco suelen acercarse al fuego, a menos que estén hambrientos o
desesperados.
—Yo no sé nada sobre ellos —bromeó Sven—, pero por la sagrada nalga derecha
de los osos blancos que yo sí que me muero de hambre. Si se acercan, creo que los
despellejaré y me los comeré.
—Entonces ¿a qué esperamos? —preguntó Ragnar que, en todo caso, estaba de
acuerdo con Sven—. Henk, sirve las gachas.
—Sin perder minuto —aceptó el aspirante más joven, inclinándose hacia adelante
y empezando a servirlas en los cuencos que le alargaban.
—En el nombre de Russ, lo que daría yo por un buen trozo de pescado —dijo
Sven.
—O de pollo —añadió Strybjorn.
—Tampoco estaría mal de cordero —aumentó Kjel.
El aullido de los lobos subió de tono.
—Parece que los lobos están de acuerdo con vosotros —concluyó Ragnar, pero
nadie se rio.
Era tarde y el aullido de los lobos se había perdido en la distancia. Tal vez habían
ebookelo.com - Página 93
encontrado otra presa, pensó Ragnar. O tal vez sólo guardaban silencio mientras se
aproximaban sigilosamente. De los cobertizos improvisados al otro lado de la
hoguera llegaba el sonido de los ronquidos. Eran altos y sibilantes, una combinación
del fuelle de un herrero y de una sierra aserrando un tronco. Era más que suficiente
para que Ragnar desechara todo pensamiento de poder dormir.
Ragnar fijó la mirada más allá de la fogata, como les había enseñado Hakon. No
tenía sentido estropear la visión nocturna cuando se está de guardia. Aferró la lanza
fuertemente con las manos, pensando en lo que haría si los lobos o algún monstruo
inmundo de la noche los atacara. La noche de aquella montaña tenía una magia
extraña como no la había sentido antes en su propia tierra.
Tal vez fuera la sensación de vastedad y soledad de las montañas la que sugería,
en cierto modo, que había un lugar allí fuera donde podría esconderse cualquier cosa
más allá de lo inhumana o maligna que fuese. Volviendo a la isla, Ragnar se había
dado cuenta de que era posible conocerlo prácticamente todo acerca del promontorio
rocoso en el que su tribu había vivido y muerto. Cuando eran niños, e iban de
acampada, nunca se alejaban demasiado del poblado, e inevitablemente deambulaban
por lugares que habían visto o en los que habían jugado antes cientos de veces. Aquí,
entre las montañas, Ragnar sentía que un hombre podía andar de aquí para allí
durante cien vidas sin llegar realmente a conocerlo todo. Era un pensamiento
espantoso e inspirador.
Ragnar se maravilló al comprobar lo rápido que se había adaptado. A pesar de la
naturaleza extraña y ajena del lugar, reconocía que se había acostumbrado
rápidamente a vivir en Russvik, a las caras de sus nuevos compañeros, a la vida de
entrenamiento y dura disciplina. Había momentos en los que su vida en las islas le
parecía como si hubiera sido un sueño, y todas las personas que había conocido
entonces eran poco más que fantasmas. ¿Había pisado realmente la cubierta del
Lanza de Russ durante una tormenta? ¿Había arrastrado desde el mar redes llenas de
peces? ¿Había visto arponear a la orea y matar a los dragones marinos?
Su mente sabía que lo había hecho, pero a su corazón a veces le costaba trabajo
aceptar que alguna vez había sido real. ¿Qué estaba haciendo aquí, sentado en la
ladera de una montaña y rodeado por la oscuridad, tratando de escrutar las tinieblas?
No lo tenía muy claro. Tampoco tenía ni la menor idea de por qué lo habían elegido.
Él no había hecho otra cosa que permanecer vivo mientras otros habían muerto o se
los habían llevado como esclavos.
Ése pensamiento volvió a provocar en su mente una oleada de puras y acuciantes
emociones. De pronto recordó la muerte y los enterramientos y a una chica, que
podría haber sido Ana, arrastrada a la esclavitud por la flota de los Cráneotorvo. La
certidumbre de que uno de los responsables de aquello se encontraba roncando a
apenas veinte pasos de él lo hacía desear ponerse a gritar de rabia o abalanzarse sobre
ebookelo.com - Página 94
Strybjorn lanza en mano y hundírsela en el vientre. Casi podía imaginarse
haciéndolo, casi podía percibir la sensación de satisfacción que le produciría empujar
con todas sus fuerzas la gastada asta de la lanza e hincar la punta de metal brillante en
la carne blanda y yaciente. Los labios de Ragnar se retorcieron en una mueca y se
sintió tentado de hacer realidad sus pensamientos, pero en ese momento sintió el
ruido suave de unos pasos que se acercaban. Instintivamente blandió la lanza y
adoptó la posición correcta, pero una ojeada le permitió comprobar que la sombra que
se acercaba no era otra que la de Kjel.
Kjel se acuclilló en el suelo, a su lado.
—Si quieres puedo terminar tu guardia —musitó—. No puedo dormirme por más
que lo intento con ese par que roncan como un trueno.
—¿Estás seguro? —preguntó Ragnar—. ¿No estás demasiado cansado?
—Quizá si me canso lo suficiente podré dormirme más tarde.
Ragnar asintió con la cabeza, pero no se movió. Él tampoco estaba cansado y se
sentía bien hablando. Estaba seguro de que, a menos que hablaran a gritos, no
despertarían a los durmientes.
—Es un lugar raro —dijo al fin.
—¿El valle o las montañas?
—Ésta tierra. Nunca he visto nada semejante. Cualquiera de estas montañas
parece mayor que la isla en la que me crie.
—En cierto sentido, tal vez lo sean. O por lo menos podrían ser muy bien del
mismo tamaño.
—¿Qué quieres decir?
—He oído decir a algunos que las islas habrían sido en otro tiempo montañas que
fueron tragadas por el mar y de las cuales sólo sus cumbres sobresalen ahora de las
aguas.
—Qué historia más extraña.
—Es parte de una vieja leyenda que cuenta que en la época anterior a la llegada
de Russ había muchas más tierras, cada una de ellas más grande que Asaheim, pero
luego vino el diluvio y llovió durante cien años y se hundieron todas las tierras menos
Asaheim. Se dice que los demonios del mar viven entre las ruinas de las ciudades
sumergidas, cada una de las cuales es tan grande como una isla.
—¿Tú crees eso, Kjel?
—¿Por qué no? Puede que sea cierto. También puede que no lo sea. Las gentes de
mi país no eran grandes navegantes. Vivían en los valles, bajo los grandes glaciares y
pasaban su tiempo guerreando y cazando.
—He oído que la única vez que la gente del glaciar tomó un barco y perdió de
vista la tierra firme fue para visitar las islas de los Señores del Hierro.
—Eso no es cierto del todo. ¿Por qué querría alguien navegar hasta dejar atrás la
ebookelo.com - Página 95
vista de la tierra firme? Los demonios del mar se habrían apoderado de ellos sin la
menor duda.
—También he oído que los habitantes de los glaciares eran… bueno… caníbales.
Kjel se rio.
—¿De verdad dicen eso? Yo había oído que eran los isleños los que se comían
unos a otros. No había comida suficiente en esas islas tan pequeñas.
—Siempre hay pescado y carne de orca —cortó secamente Ragnar.
Lo enfadaba que lo acusaran de canibalismo. Por otra parte, también él había
acusado a Kjel de lo mismo. ¿Entonces por qué rayos tenía que ofenderse? En la
oscuridad, sonrió por la ironía de sus leyendas, por su ignorancia.
—Sin embargo, tienes razón con respecto a este valle —reanudó Kjel—. Tengo
un mal presentimiento.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No lo sé. Hay algo en él que me abre las carnes. Es como si hubiera algo ahí
fuera que no deja de mirarnos.
—¿Lobos?
—Tal vez, o quizá trolls o merodeadores de las sombras.
Ragnar se estremeció.
—¿Has visto alguna vez merodeadores?
—No, pero conozco a un hombre que los vio una vez. Eran cosas malignas y
retorcidas, con piel resplandeciente. Viven en los lugares antiguos bajo la tierra, eso
es lo que se dice, y salen a darse banquetes de carne humana. También se dice que
adoran a los poderes oscuros del Caos.
—Yo nunca oí tales cosas. Nosotros no hablábamos de ello.
—Vosotros vivíais en las islas. El mar está limpio de esa porquería.
Ragnar asintió con un gesto. A pesar del estremecimiento de miedo que le habían
provocado las palabras de Kjel, se estiró y bostezó. De repente estaba cansado.
Se echó al lado del fuego y cayó en un sueño atormentado. Soñó cosas extrañas y
terribles. Con los gusanos ciegos que se arrastran por el fondo del océano y roen las
raíces de las islas. Con los contrahechos merodeadores de la noche y con
monstruosos lobos. Con una bestia enorme con forma de hombre pero con cabeza de
lobo. La simple vista de él en su sueño lo volvió a la conciencia y se sentó en el suelo
escrutando su entorno con ojos de temor y el corazón latiendo desbocado.
De pronto, el miedo le retorció las entrañas porque creyó ver, justo frente a él, del
otro lado de la hoguera a la criatura con la que acababa de soñar. Sacudió la cabeza
para aclarar las ideas, deseando que aquello que tenía ante sus ojos no fuese más que
una imagen residual de su sueño, pero no lo era. El ser seguía allí sin moverse, en la
oscuridad, y era tan real como el propio Ragnar.
Por un instante, Ragnar se quedó paralizado y estudió por un momento a aquella
ebookelo.com - Página 96
presencia. No, no era exactamente como la cosa de su sueño. No tenía la cabeza
como la de un lobo. En cambio pudo ver que tenía un cuerpo monstruoso y deforme.
De su carne brotaban enormes espinas córneas, que dotaban a su figura de una
apariencia abrupta y erizada. La cabeza era enorme y de ella sobresalían una potente
mandíbula y unas grandes orejas de murciélago. Sus ojos brillaban con una espectral
luz verdosa. Lentamente se acercó a Ragnar, que probablemente veía en él a un troll,
una criatura de los cuentos más malvados y horripilantes. Y con toda probabilidad un
troll hambriento, porque avanzaba lentamente en dirección al fuego.
Ragnar se preguntó dónde estaría Kjel o, en el nombre de Russ, quienquiera que
se suponía estaba de guardia. De todos modos, no importaba mucho y él mismo iba a
tener que hacer algo. Como un rayo echó mano de su lanza y de su escudo, pidiendo
entre dientes a Russ que el troll no se apercibiese de sus movimientos.
Lanzó un suspiro de alivio cuando tuvo sus armas fuertemente apretadas, y
adoptó lentamente la posición de lucha. A la luz de la hoguera pudo ver que los
demás seguían durmiendo. Strybjorn y Sven roncaban a todo pulmón. Kjel
permanecía acostado al lado del fuego. Henk estaba sentado de cara a las tinieblas,
pero la forma en que su cabeza colgaba sobre su pecho le hizo pensar a Ragnar que
estaba dormido.
Se dio cuenta de que le correspondería a él distraer a la criatura mientras sus
compañeros se preparaban. Y tuvo conciencia de que iba a tener que hacerlo muy
pronto. Sin embargo, una parte de su cerebro le decía que esperase; tal vez, si lo
hacía, la criatura echara mano de Strybjorn cumpliendo así la venganza en su lugar.
Los labios de Ragnar se retorcieron en una sonrisa maligna. Era una buena idea,
según le susurró esa parte de su mente.
No, se dijo a sí mismo, ésa no era la manera de hacerlo. Quería matar él mismo a
su enemigo, no quería abatir al Cráneotorvo mediante un acto traicionero. Además,
no había ninguna seguridad de que el troll eligiese a Strybjorn. Podría llevarse a uno
de los otros, y tenía que admitir que se había convertido rápidamente en sus amigos.
El monstruo estaba casi al lado de la hoguera, y Ragnar supo que había llegado el
momento de entrar en acción.
—¡Arriba! ¡Arriba todos! —gritó desesperadamente—. ¡Todos en pie! ¡Hay un
troll aquí!
Mientras gritaba se puso en pie de un salto y se lanzó en dirección al troll. Más de
cerca, iluminado por la luz de la hoguera, pudo verlo con más detalle. Pudo distinguir
la piel escamosa y correosa como la de un lagarto y el limo pegado a ella que brillaba
a la luz de la luna. La criatura daba la impresión de haber estado recientemente
mojada, como si no hiciera más que salir del cercano lago.
Ragnar acortó distancias rápidamente. La cosa era todavía más grande y terrible
vista de cerca. Tenía casi dos veces la estatura de Ragnar y era mucho, pero mucho
ebookelo.com - Página 97
más pesada. Su pecho era tan musculoso como el del oso más grande, y sus manos
palmeadas eran tan grandes como su escudo. Cada dedo terminaba en una garra del
tamaño de una daga. Abrió la boca y lanzó un rugido que perforaba los tímpanos.
Ragnar pudo ver que tenía la boca provista de dos hileras de dientes afilados. Lanzó
un ataque con su lanza, esperando poder atravesar uno de sus grandes ojos como
tazones, pero la criatura giró la cabeza y la hoja apenas rozó su mejilla. Para horror
de Ragnar, ante sus propios ojos, la piel correosa empezó a retraerse con un sonido
espantoso de succión. Esto se estaba poniendo muy feo, se dijo para sus adentros.
El troll se lanzó sobre él. Ragnar se agachó para eludir un golpe, que de haberlo
alcanzado le hubiera arrancado la cabeza, y se lanzó puñal en mano contra la ingle de
aquella cosa. La respuesta fue un rugido tan intenso que casi lo dejó sordo. La cosa
contraatacó con otro potente golpe y Ragnar levantó el escudo, inclinándolo, en un
intento por desviar al menos parte del impacto. Tuvo la impresión de que había dado
resultado, pero la fuerza del golpe lo despidió hacia atrás haciéndolo caer. Aterrizó al
lado del fuego y enseguida sintió el hedor del cabello quemado cuando parte de su
negra cabellera se prendió fuego. El impacto del golpe lo dejó aturdido y debilitado,
pero se puso de pie y echó una mirada alrededor para ver lo que estaban haciendo los
demás.
Se habían despertado todos y habían cogido sus armas y escudos. Incluso,
mientras Ragnar miraba, Kjel tomó impulso y disparó su lanza que salió volando
directa y certera para clavarse en uno de los enormes ojos de la criatura. El corazón
de Ragnar saltó de gozo, pues aquél era un lanzamiento mortal, según su leal saber y
entender. Esperaba que el troll cayera en redondo y muriese, pero no fue así. En
cambio, echó mano a la lanza y, en su torpe intento por arrancarla, sólo consiguió
romper el asta mientras que la punta quedó clavada en su globo ocular. Silbó de rabia,
como una serpiente gigantesca, y el sonido era aterrador.
Strybjorn y Sven avanzaron a grandes zancadas, lanzas en ristre e hincaron las
afiladas puntas de hierro en la piel correosa del troll. Por un instante fluyó sangre
verdosa, pero las heridas volvieron a cerrarse enseguida de manera anormalmente
rápida. El troll avanzó raudamente y apresó a Sven con su enorme manaza. Ragnar
pudo ver cómo salía sangre de las heridas abiertas por las garras en el cuerpo de
Sven, pero éste no dio señales de dolor.
—¡Toma esto, perro troll, engendro del infierno! —gritó Sven mientras clavaba y
volvía a clavar su lanza en los tendones de la mano del troll. Éste aullaba de dolor y
acabó soltándolo. Por un terrible instante, Ragnar temió que Sven acabase aplastado
bajo el enorme pie del monstruo, pero él acertó a rodar hacia un lado poniéndose a
salvo. Entretanto, Strybjorn se había abalanzado sobre el troll y había conseguido
tener a pleno tiro su pecho, por lo que no esperó más y le hincó la lanza justo por
debajo de las costillas, empujándola con todas sus fuerzas para que se hundiera donde
ebookelo.com - Página 98
se suponía que debía de tener el corazón la criatura. Aparte de gritar todavía más
fuerte, no parecía que el troll fuera a desplomarse. Ragnar se preguntaba si existiría
algo capaz de detenerlo y empezó a entrarle el miedo.
Luego percibió algo más, un extraño humo que se desprendía de la zona del
estómago perforado de la criatura; además, la herida que le había hecho la lanza de
Strybjorn empezaba a fundirse. Efectivamente, Ragnar recordó que en todos los
cuentos se decía que los jugos digestivos de los trolls eran tan ácidos que podían
disolver las piedras más duras. Las cosas iban de mal en peor. De un manotazo con el
revés de la mano, la monstruosa bestia lanzó a Strybjorn por los aires, que fue a
estrellarse contra el suelo casi diez pasos más allá. Eso tenía que haberlo herido,
pensó. En circunstancias normales habría estado encantado por la posibilidad de que
el Cráneotorvo muriera, pero se daba cuenta de que aquí y ahora eran necesarios
todos y cada uno de los guerreros. Pese a todo lo que habían hecho, no habían tenido
aún el menor éxito en cuanto a abatir al troll.
—¡Hay que usar el fuego! —gritó Henk.
—¿Qué dices?
—Que tenemos que echar mano del fuego. Así fue como maté yo por última vez a
un troll. Conseguí meterlo dentro de la hoguera y es sabido que sus heridas no se
cierran cuando están producidas por el fuego.
Lentamente, las palabras de Henk invadieron el cerebro de Ragnar. Eso tenía
sentido, ya que el fuego fue la mejor defensa de la humanidad contra gran parte de los
horrores de la oscuridad y había oído varias veces el antiguo relato de Imogrim sobre
cómo los hombres de Jarl Kraki habían espantado a uno de los monstruos con
antorchas encendidas y flechas llameantes. Se inclinó y cogió un tizón de la hoguera
y empezó a airearlo sobre su cabeza para aventar las llamas. Cuando el tizón empezó
a arder, Ragnar volvió a la lucha, teniendo a Henk a su lado, que también blandía un
tizón llameante.
El troll se agachó, alcanzando al caído Sven que, mientras luchaba
desesperadamente por ponerse de pie en el suelo rocoso, mantenía a raya al espantoso
monstruo tirándole frenéticos golpes con su lanza al único ojo que le quedaba sano.
Ragnar corrió y agitó el tizón flameante ante la cara del troll. Éste se dio vuelta
rápidamente con un potente rugido. Ragnar no pudo ayudar, pero se sintió bañado por
el aliento de la criatura, que olía a pescado podrido. El hedor le provocó náuseas,
pero atacó con su tizón encendido hasta tocar la carne. La bestia crepitaba, se
quemaba y ennegrecía, pero las heridas no cicatrizaban. Gracias a Russ, pensó
Ragnar, Henk estaba en lo cierto.
Una llamarada vista de reojo indicó a Ragnar que Kjel se había unido a la lucha.
Pudo ver al Falconero agitando un palo en cada mano y, dondequiera que tocaba la
carne del troll, la herida ardía y no cicatrizaba. El troll se había convertido ahora en
ebookelo.com - Página 99
una bestia acorralada. Los tizones encendidos lo confundían y la pérdida de un ojo no
lo ayudaba demasiado. Henk lanzó un aullido de triunfo y se lanzó al ataque para
golpear violentamente al monstruo en la cara, dejándole un enorme verdugón negro.
—Toma ésta, bestia inmunda —gritó mientras reía victoriosamente.
El rugido de respuesta del troll ahogó su voz y luego el animal se agachó y apresó
a Henk. Clavó sus garras en la carne del joven, cortándole el brazo que sostenía la
antorcha, mientras introducía la cabeza de Henk en la enorme caverna de su boca y
luego cerraba las mandíbulas. La sangre empezó a chorrear y el alarido de Henk se
extinguió al cortarle la cabeza y tragársela entera.
Ragnar se quedó paralizado por la impresión durante un instante. No podía creer
que Henk estuviese muerto. Hacía un momento el joven estaba allí, vivo y
combativo, y ahora se había ido, lo había alcanzado la muerte y lo había decapitado.
Ésta terrible comprobación convenció a Ragnar de que lo mismo podría pasarle a él
muy fácilmente, ya que el troll, aunque herido, seguía siendo una criatura de enorme
fuerza, y podría abatirlos sin problemas a todos. Era obvio que el mismo pensamiento
ocupaba la mente de todos los miembros de la Garra, porque se habían quedado
helados, sin saber qué hacer. Ragnar se sintió impulsado a salir corriendo, pero sabía
que si él hacía eso los demás lo seguirían y la muerte de Henk quedaría sin vengar.
Todavía peor, era muy posible que el troll los alcanzase y los matase a todos mientras
escapaban. En un segundo de reflexión, Ragnar comprobó que, asustado como estaba,
no iba a poder correr.
—¡Vamos, adelante, perros! —rugió Ragnar—„ Es mejor morir cubiertos de
heridas, si vamos a morir definitivamente.
Los demás respondieron a su grito enardecido. Sven se puso de pie y empezó a
acuchillar al troll. Kjel se acercó con su antorcha mientras Ragnar se acercaba por el
otro lado. Strybjorn había conseguido ponerse de pie, y también se había armado con
un tizón llameante. Rodeado por todas partes por las odiadas llamas, aturdido,
deslumbrado y presa del dolor debido a su ojo herido, el troll se dio vuelta aullando y
echó a correr paralelamente al río, conservando aún el cadáver descabezado de Henk
clavado en las uñas de su garra. La sangre chorreaba sobre las heladas aguas, oscuras
bajo la luz de la luna.
Ragnar y los demás lo siguieron por el terreno quebradizo, con los tizones más
brillantes que nunca por la acción del viento que avivaba la llama. Fue una
persecución rápida, pero en vano. Pese a su enorme tamaño y a su apariencia pesada,
las zancadas del troll eran mucho más largas que las de ellos. Consiguió llegar hasta
la orilla del lago y se zambulló en sus aguas, levantando una estela de espuma
alrededor. Ragnar y los otros se detuvieron en la orilla y observaron cómo el troll se
deslizaba lentamente hacia las profundidades. Al final, su cabeza acabó
desapareciendo bajo la superficie.