F. Martínez-El Nacionalismo Cosmopolita
F. Martínez-El Nacionalismo Cosmopolita
F. Martínez-El Nacionalismo Cosmopolita
Frédéric Martínez
DOI: 10.4000/books.ifea.2819
Editor: Institut français d’études andines
Año de edición: 2001
Publicación en OpenEdition Books: 19 septiembre 2014
Colección: Travaux de l'IFEA
ISBN electrónico: 9782821845619
http://books.openedition.org
Edición impresa
ISBN: 9789586640916
Número de páginas: 580
Referencia electrónica
MARTÍNEZ, Frédéric. El nacionalismo cosmopolita: La referencia a Europa en la construcción nacional en
Colombia, 1845-1900. Nueva edición [en línea]. Lima: Institut français d’études andines, 2001 (generado
el 05 mai 2019). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/ifea/2819>. ISBN:
9782821845619. DOI: 10.4000/books.ifea.2819.
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El «espíritu de imitación» fue, durante mucho tiempo, la razón invocada para explicar por qué los
hispanoamericanos se referían tanto a Europa en su labor de construir nuevas naciones. Pese a
ser inicialmente un discurso etnocéntrico de los europeos, asombrados por la habilidad de los
«bárbaros» latinoamericanos en «copiar» sus formas políticas, el discurso de la «imitación» tuvo
gran fortuna en América Latina. Lo adoptaron los actores políticos que buscaban fundar su
legitimidad en una supuesta «autenticidad», fueran conservadores o revolucionarios, porque les
ofrecía una retórica eficaz para desacreditar a sus adversarios, al criticarlos ante la opinión
pública como «serviles imitadores» de modelos «foráneos».
Este libro muestra, al contrario, cómo las referencias europeas, incluso en la «aislada» Colombia
decimonónica, pueblan la imaginación política nacional no como algo ajeno, sino como algo
propio; cómo todos los actores políticos, - liberales o conservadores, «pueblo» o « elites» - , lejos
de «imitar», recrean e instrumentalizan las representaciones de Europa que convienen a su
estrategia política; y cómo es el encuentro con la mirada inferiorizante de los europeos, lo que
empuja finalmente a los cosmopolitas constructores de la nación a crear una ideología
nacionalista que postula el rechazo - retórico, cuando m e n o s- de las «influencias exteriores». El
nacionalismo cosmopolita, porque desmonta los mitos ambiguos de la imitación y de la
autenticidad, propone una lectura profundamente renovada del proceso de construcción
nacional en el siglo XIX colombiano.
2
ÍNDICE
Prólogo
Marco Palacios
Agradecimientos
Abreviaturas
Terminología
Colombia, Nueva Granada
Civilización
Cuestión social
Naciones adelantadas, civilizadas, avanzadas
Legación, ministro
Publicista
Secretario
Viajes, viajeros
Introducción
Conclusión
El cosmopolitismo inicial
En los orígenes del nacionalismo
Las desilusiones del orden importado
Bibliografía
Indice de Ilustraciones
4
Prólogo
Marco Palacios
Antiguo Virreinato de la Nueva Granada hoy Estados Unidos de Colombia y República del Ecuador.
Publicado en Les États-Unis de Colombie: précis d'histoire et de géographie physique, politique et
commerciale de Ricardo Salvador Pereira, París, C. Marpon et E. Flammarion Éditeurs, 1883.
Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
a presentar el texto a los lectores colombianos. Una presentación que, advierto al amable
lector, no es tanto una reseña como un breve hilado de especulaciones, asidas al texto y
suscitadas por éste.
2 Creo que ninguno de quienes asistimos al seminario organizado por Eduardo Posada-
Carbó en 1992 pudo vislumbrar el alcance de la «referencia a Europa» en el siglo XIX, vista
entonces, al menos en el círculo de historiadores profesionales, como un conjunto de
«influencias» inglesas, francesas o alemanas, que los criollos colombianos habrían
manejado con eclecticismo. Ahora tenemos ante nosotros un espléndido trabajo
monográfico que, con dominio de la historiografía del período y siguiendo una línea
argumental clara y precisa, enlaza con pericia y pertinencia cinco planos, en sí mismos
complejos, y consigue proponer una original lectura de la segunda mitad del siglo XIX
colombiano y, como tal, deja abiertas nuevas líneas de investigación.
3 En palabras de Martínez, he aquí los cinco planos:
¿Una historia del nacionalismo? Sin duda, pero no tanto en su aspecto teórico o
«sentimental» como en su aspecto funcional, instrumental: antes que un
sentimiento, el nacionalismo es un instrumento útil para la conquista y la
legitimación del poder. ¿Una historia de los mitos políticos? Sí, y más
particularmente de los mitos perennes que el régimen de la Regeneración logró
dejar como legado al siglo XX. ¿Una historia de las elites? Sí; lo cual no significa que
yo crea que los grupos dirigentes son los únicos forjadores de una nueva nación —
en el caso de Colombia, la parte que escapa al proyecto de los grupos dirigentes es
de tal magnitud, que sería aberrante creer a priori en el éxito de su proyecto—. Pero
comenzar, y ese es mi propósito, por el estudio de los proyectos de los grupos
dirigentes, de aquellos que reivindican conscientemente el papel de constructores
de la nación, me parece, en efecto, necesario. ¿La historia de una generación
política? Indudablemente, ya que este trabajo estudia la segunda generación
política del país, aquella que en el medio siglo reemplaza en el poder a la
generación de la Independencia y desaparece alrededor de 1900: la misma
generación que experimentará el radicalismo liberal antes de hacer un viraje hacia
el neotradicionalismo de finales de siglo. ¿La historia, en fin, de la construcción del
Estado? También, y más particularmente de las dificultades de la construcción
estatal en el siglo XIX, las cuales pueden aclarar aquellas que hoy día conoce el
Estado colombiano en su papel de regulador de la sociedad.
4 La generación política que buscó forjar Estado y Nación hacía parte de la elite criolla
polivalente, bien delimitada por la historiografía. Propietarios rurales y comerciantes;
políticos y clérigos; pero, ante todo, publicistas. Por tanto, ser rico en la Colombia
decimonónica no era condición necesaria para pertenecer a la elite y nunca fue condición
suficiente. Para estar y permanecer arriba había que demostrar capacidad de opinar y
crear y agitar la opinión pública. Capacidad definida a partir de las redes de sociabilidad
moderna, erigidas desde la Ilustración, que permitían materializar la elaboración y
divulgación discursivas. Político por excelencia a partir de 1810, el discurso adquiría
significados en un entramado táctico y faccioso. Por eso cuando esta elite pareció
alcanzar la cima durante la Regeneración, Martínez no duda en calificar la empresa de
Núñez y Caro «ante todo como una formidable empresa retórica»
5 El período de esa generación herida por el cosmopolitismo europeo, que el autor de este
libro no define con el canon de Ortega y Gasset, puede entenderse mejor analizando dos
temporalidades entrecruzadas: «el tiempo corto de la Independencia», fuente primigenia
del mito y del discurso y «el tiempo largo de la nacionalización de la identidad» que
abarca todo el siglo XIX; la continuidad de la retórica de la identidad a través de sucesivas
6
10 El exilio de Santander fue para las elites colombianas del siglo XIX el modelo del viaje a
Europa. Conclusión a la que sólo llego después de leer a Martínez. En los viajes de
Santander a Europa y a los Estados Unidos se hallan los elementos constitutivos del
imaginario europeo. El neogranadino se beneficia de sus títulos de libertador
sudamericano, republicano y liberal. Con orgullo consigna en su Diario los encuentros
amistosos que sostuvo con Lafayette, Destutt de Tracy o Sismondi en París; Bentham en
Londres; Humboldt en Berlín. Registra el deleite (¿también ideológico, de masón?) que le
producen las representaciones de óperas de Mozart, Cimarosa, Donizetti, Bellini, así como
haber escuchado a Paganini. Sin poseer la sensibilidad de un Stendhal se detiene en
descripciones gozosas del arte renacentista conservado en «la Galería» de Florencia. El 6
de noviembre de 1830 escribe: «Yo por mí sé decir que en estos viajes en que he recorrido
la Francia, la Inglaterra, parte de la Alemania y de Italia, he aprendido más que en todo
tiempo pasado»3. Es el viaje como pedagogía, un aspecto que El nacionalismo cosmopolita
explora detenidamente estableciendo el contrapunto de la pedagogía liberal del progreso
y la pedagogía conservadora del catolicismo.
11 Aparte de este aprendizaje directo en el mundo europeo del arte y la conversación
política, Francisco de Paula Santander visita fábricas, astilleros, «casas de refugio»,
prisiones, «asilos de locos»: el muestrario institucional de la modernidad foucaultiana.
Del periplo europeo concluye que «Inglaterra es la nación más adelantada de Europa y
como la instrucción pública es tan difundida, como la imprenta goza de la más completa
libertad y todo el mundo tiene derecho a reunirse a discutir los negocios de la nación, el
condado, la comunidad, etc., puede decirse que Inglaterra es el primer país del Viejo
Mundo»4.
12 Allí, creo, también hay un modelo y acaso un anticipo de lo que Martínez describe como el
«relato de viaje». El autor contabiliza 38 en el período 1845-1900 e invita a investigar su
impacto en la creación de una Europa textual, es decir, de la Europa imaginada o virtual,
como diríamos hoy, no sólo fijándonos en aquellos que hicieron efectivamente el viaje y
se guiaron por los relatos, sino en la abrumadora mayoría de lectores que no tuvieron la
oportunidad «de cruzar el charco». Sin embargo, Martínez encuentra en el «cuadro de
costumbres» una respuesta criolla tradicional al relato cosmopolita; respuesta que,
muchas veces, traía consigo una crítica mordaz al viajero colombiano por las Europas.
Una reacción bien conocida en otras sociedades como por ejemplo la India o la China de la
misma época.
13 Aprovechemos este punto para anticipar que De sobremesa, la novela de José Asunción
Silva, publicada por primera vez en 1925, casi 30 años después de escrita, alcanza
probablemente el punto más alto de elaboración intelectual y estilística de aquella Europa
textual. El mapa que a este respecto propone Martínez nos permite entonces apreciar la
inmensa distancia de la obra novelística de Silva con María, la famosa obra de Isaacs
publicada en 1867. Si De sobremesa también es un diario de viaje europeo en la época de «la
decadencia parisina», el viaje a Londres de Efraín, a mediados del siglo, es un mero
elemento de la trama, así revele que para los miembros de la clase alta (valle) caucana el
viaje era obligatorio en el curriculum vitae.
14 La cronología de los tres intentos de construcción de Estado analizados en el libro,
corresponde a grandes acontecimientos del Viejo Mundo: el librecambismo inglés, las
revoluciones del 48, las luchas de la unificación italiana y alemana y la consolidación del
nuevo imperialismo «liberal» a fines de siglo, diferente del viejo imperialismo que dejó
episodios como la expedición militar española a la isla de Santo Domingo a fines de los
8
déficit de orden político, sino un déficit de orden social y de ahí que abundaran
consideraciones sobre la nefasta relación entre los dos.
24 Colombia no estaba dominada por clases feudales en plan de modernizarse. De allí la
inseguridad social y los remilgos; los miedos e inhibiciones de las elites de todos los
pelambres políticos. De allí también la exacerbación en la lucha de símbolos y la
precocidad de las guerras de representaciones que encauzaban y daban sentido a las
pugnas y guerras reales. Miedos e inhibiciones que, al igual que sus «referencias»
europeas, debieron filtrarse hacia abajo en la estructura social. Estamos hablando
entonces de la cosmópolis como ideal en un medio de urbanización exigua.
25 La conciencia de las penurias materiales del país no sólo provino de las vivencias de los
viajeros. También estuvo presente en el tema de las exposiciones universales. Si «las
exposiciones universales fueron lugares de peregrinaje al fetiche de la mercancía»7, los
colombianos avisados sabían de sobra que las mercancías nacionales no entraban en la
categoría de los fetiches exóticos, ni pertenecían al género de los verdaderamente
industriales. Las páginas que dedica Martínez a explorar este problema son ricas y
pioneras.
Mientras que el universo de la retórica (periódicos, libros, discursos, banquetes)
permite a los patriotas colombianos, a falta de realizaciones concretas, exaltar
cuando menos las intenciones, las promesas y las leyes, las exposiciones universales
en cambio, por su exigencia de productos materiales y visibles, plantean un serio
problema: ¿Qué mostrar?
26 La inmaterialidad de la civilización se suplió con el discurso sobre los peligros sociales
que entrañaba la nueva civilización industrial. Epítome de ese peligro fue la Comuna de
París (1871) que, todos, liberales y conservadores, repudiaron con la misma pasión
aunque por razones diferentes. Algo similar hubo de ocurrir en la España de la época.
Pero el contraste (aún con la España atrasada en Europa) vuelve a subrayar la
inmaterialidad del capitalismo moderno en Colombia. Aquí «las clases peligrosas» eran
fundamentalmente los artesanos urbanos y no una clase obrera militante que pudiera
hacer de la Comuna su mito revolucionario8.
27 Más de diez años después de la Comuna, con un París en plena renovación urbanística
antiproletaria, el poeta José Asunción Silva, hijo de un rico comerciante de la capital
colombiana, emprende el periplo europeo, o mejor, acomete el saqueo de París 9. Llegó a la
capital francesa en diciembre de 1884, como él mismo dice, al «centro de la civilización».
De esta convicción civilizadora está armado José Fernández y Andrade, el personaje
principal de su novela De sobremesa. Cuando Fernández piensa en Colombia como en una
tierra abierta a la inmigración no vacila en afirmar que será para los inmigrantes «una
patria nueva, para no sentir en las espaldas el látigo inglés que los flagela».
28 En el saqueo de París, Silva emplea el método de la esponja. Absorbe todo y parece
realizar su sueño de llegar al corazón de la vanguardia, cuando se ve forzado a regresar a
Colombia en noviembre de 1885. Silva vive de cerca en París el apogeo de esa nueva época
que Roberto Calasso distingue por «la aparición de los nervios como sujeto histórico» y
que había comenzado antes, en la generación de Baudelaire10.
29 En esos años comienza en Colombia el ascenso de la Regeneración, a la cual un Silva
arruinado tuvo que arrimarse. Pero, a diferencia del poeta bogotano, los regeneradores se
inspiraban en la Restauración española y en la monarquía constitucional británica que
había sido tan admirada por Bolívar y Santander y que recientemente han reivindicado
como modelo político renombrados autores como Lipset y Juan Linz.
11
NOTAS
1. Puesto que el punto aún no está resuelto remito al lector a mis propios trabajos: Entre la
legitimidad y la violencia, Colombia, 1875-1994, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1995 y a la segunda
parte (1875 hasta el presente) del texto escrito con Frank Safford, Historia de Colombia. País
fragmentado, sociedad dividida, de próxima aparición.
2. Renán Silva, Les Éclairés de Nouvelle-Grenade, 1760-1808. Généalogie d'une communauté
d'interprétation, Université de Paris I-Sorbonne, 1996.
3. Diario del general Francisco de Paula Santander en Europa y los Estados Unidos, 1829-1832.
Transcripción y notas de Rafael Martínez Briceño, Bogotá, Imprenta del Banco de la República, 1963,
p. 259.
4. Londres, agosto 1°., 1831, ibid., p. 353.
5. Véase, por ejemplo, Guillermo Bonfil, México profundo; una civilización negada, SEPCIESAS,
México D. F., 1987.
6. Cartas y mensajes de Francisco de Paula Santander (compilación de Roberto Cortázar), vol. VIII,
1829-1833, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1955, p. 59.
7. Walter Benjamin, París, capital del siglo XIX, México D. F., Librería Madero, 1971, p. 29.
8. José Álvarez Junco, La Comuna en España, Madrid, Siglo XXI, 1971.
9. Ricardo Cano Gaviria, «El periplo europeo de José Asunción Silva. (Marco histórico y
proyección cultural y literaria)», en José Asunción Silva, Obra completa, edición crítica, Héctor H.
Orejuela, Coordinador, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1990, p. 457.
10. Roberto Calasso, La ruina de Kasch, Barcelona, Ediciones Anagrama, 1989, p. 285.
13
Agradecimientos
faenas de pulir los textos: Catherine Frammery revisó la versión francesa; Scarlet Proaño
tradujo el texto al español; Martha Jeanet Sierra, Leopoldo Iribarren y Henry Parra me
asistieron en las revisiones de la traducción; Gilma Rodríguez dirigió la edición.
5 Mi gratitud va, por fin, a los amigos que me acompañaron en estos años de investigación,
haciendo crecer en mí el interés por Colombia o simplemente permitiéndome compartir
con ellos las reflexiones, las dudas y los entusiasmos del camino: a Jorge Suárez, Angélica
Uribe, Gustavo Tamayo, Rastine Mérat, Juan Carlos Salazar, Alejandra Miranda, Paulina
Encinales, Alvaro Sanjinés, Fernando Viana Ferreira, Diego Alonso, Olivier Aprile, Eddie
Millet, Ólivier Pissoat y tantos otros. A la memoria de Iván Cabrera, a quien debo mucho
de mi afición por la Colombia rural: si el tiempo le hubiera permitido, creo que se habría
reído a menudo al leer este trabajo. En fin, a mi familia, a aquellos que con su presencia,
su comprensión, su confianza y su amor, me dieron la fuerza para llevarlo a cabo: entre
todos, a Nicki, Toto, y Félix. Este libro es para ellos.
15
Abreviaturas
Archivos
1 ACC Archivo Central del Cauca, Popayán:
2 FA Fondo Arboleda.
3 FM Fondo Mosquera.
4 ACH Academia Colombiana de Historia, Bogotá:
5 FSCR Fondo Salvador Camacho Roldán.
6 AGN Archivo General de la Nación, Bogotá:
7 (Todos los fondos consultados forman parte de la Sección República).
8 MI Fondo Ministerio de lo Interior y Relaciones Exteriores.
9 PN Fondo Policía Nacional.
10 EC Fondo Establecimientos de Castigo.
11 AMAE Archives du Ministère des Affaires Etrangères, París:
12 ADP Fondo Affaires Diverses Politiques.
13 CP Fondo Correspondance Politique.
14 SA Fondo Série A.
15 ANP Archives Nationales, Paris:
16 F12 Fondo imprimerie, Librairie, Presse, Censure.
17 BNB Biblioteca Nacional, Bogotá:
18 Man. Fondo Manuscritos.
19 BLAA Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá:
20 Mss. Fondo Manuscritos.
21 BPP Biblioteca Pública Piloto, Medellín, Sala Antioquia:
22 FMR Fondo Marcelino Restrepo.
23 FAES Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales, Medellín:
16
Otras abreviaturas
36 BCB Boletín Cultural y Bibliográfico, Banco de la República, Bogotá.
37 BHA Boletín de Historia y Antigüedades, Academia de Historia, Bogotá.
38 HAHR Hispanic American Historical Review.
39 JLAS Journal of Latin American Studies.
40 M.A.E. Ministro de Relaciones Exteriores de Francia.
17
Terminología
Civilización
3 En el siglo XIX latinoamericano, los términos civilización, civilizador, civilizadora remiten a la
civilización europea, cristiana, moderna e industrial. A los ojos de los hombres de la
época, Colombia se encuentra en un nivel intermedio: ya ha hecho unos pasos en el
camino de la civilización pero sigue amenazada por una siempre posible victoria de la
barbarie. Más allá de esa definición consensual, los términos civilización y barbarie también
acogen significados variables según la pertenencia política de quien los emplea. Bajo la
pluma de un publicista conservador, el término civilización exalta los principios
tradicionales de una sociedad católica organizada jerárquicamente, mientras que la
barbarie designa, según los casos, el paganismo de las tribus indígenas que no han sido
sometidas a la civilización, las costumbres censurables de los esclavos emancipados, la
agresividad política del pueblo, el anticlericalismo de los liberales y el rojismo en general.
Bajo la pluma de un polemista liberal, el término de civilización evoca los ideales de la
modernidad democrática y de la supresión de las prácticas degradantes —la esclavitud, la
tortura, la pena de muerte— mientras que el de barbarie remite a la intervención del clero
18
Cuestión social
4 Tanto la amenaza política y social que representan los pobres como las formas de
disminuir esa amenaza se califican generalmente durante el siglo XIX con el término de
cuestión social, que utilizamos en este texto con el significado de la época.
Legación, ministro
6 Durante el siglo XIX colombiano, el jefe de una misión diplomática (entonces denominada
legación) tiene generalmente el título de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario,
acortado en el lenguaje común y la literatura administrativa al término de ministro.
Cuando no tiene ese grado, es denominado encargado de negocios.
Publicista
7 El término periodista no existe en la Colombia decimonónica y por eso se utiliza en este
libro la palabra de la época, publicista, que tiene la ventaja de abarcar mejor la posible
multiplicidad de tareas de los que manejan la palabra escrita.
Secretario
8 Hasta la Constitución de 1886, los actuales ministros de gobierno llevaban el título de
secretarios, denominación que se ha conservado en el texto.
Viajes, viajeros
9 Los términos viajes y viajeros se utilizan en este texto para designar la experiencia de los
colombianos que recorren Europa, que residen allí temporalmente o que se instalan en el
Viejo Continente, ya que sería demasiado fastidioso establecer una distinción entre
viajeros y residentes. Eso entraña la paradoja de usar el término viajeros para designar
personas, que exceptuando la travesía del Atlántico que tuvieron que hacer una vez,
vivieron a veces una vida en extremo sedentaria.
19
Introducción
susceptibles de ser estudiados, adoptados y adaptados por los constructores de las nuevas
naciones hispanoamericanas.
5 El recurso del cosmopolitismo, impuesto por la inmensa labor de construcción de la
modernidad política, se ve facilitado por el hecho de que las elites criollas, al mando de
las nuevas repúblicas, siguen participando de un universo cultural europeo. Dueños del
nuevo orden nacional, los primeros dirigentes de las repúblicas hispanoamericanas
tienen en su haber un pasado de fuerza y de poder dentro del orden colonial, y conservan
de ese tiempo la profunda convicción de que la civilización emana de Europa y que debe
ser impuesta a los pueblos del Nuevo Mundo, incluso si éstos aparecen como los nuevos
depositarios de la soberanía nacional. El mecanismo de reemplazo de la antigua metrópoli
administrativa por «metrópolis de substitución»3 durante el siglo XIX asegurará la
permanencia de una fuente externa de legitimidad e inspiración política, principalmente
europea, en los debates políticos nacionales. El nacionalismo por crear será
inevitablemente un instrumento híbrido: el oficio de constructor de la nación exige ante
todo que se asuma un papel de mediación política y cultural. La política
hispanoamericana se caracteriza, desde los orígenes, por un cosmopolitismo obligado e
ineludible.
6 En aparente contradicción con ese eclecticismo indisociable del proceso de construcción
nacional en Hispanoamérica aparece sin embargo, hacia finales de siglo, un discurso
explícitamente hostil al cosmopolitismo. En Colombia, Carlos Holguín explica en 1893,
poco después de terminar su mandato presidencial, que el capítulo de la inspiración
foránea está definitivamente cerrado:
Es acto de demencia política pretender que un país viva eternamente agitado por
discusiones bizantinas que nada tienen que ver con su bienestar ni con su progreso,
o en ensayos permanentes de teorías soñadas por utopistas o novelistas extranjeros
4
.
7 La «imitación» política comienza a ser objeto de sistemáticas denuncias. Incapaz de
aportar soluciones adaptadas al contexto colombiano, es acusada de obstaculizar los
progresos de la construcción nacional, como lo declara al Congreso el ministro del
Interior en 1892:
Cada pueblo, en efecto, tiene caracteres especiales que le dan fisionomía propia, y lo
distinguen de los otros, ni más ni menos que como sucede en los individuos; y estas
condiciones de idiosincrasia tan múltiples y variadas son las que hacen imposible
adoptar instituciones trasplantadas por vía de imitación5.
8 Así, aún cuando la generación de la Independencia —confrontada a la tarea de crear un
nuevo Estado— había tomado como emblema el ideal cosmopolita de la República, los
ideólogos de la nación, décadas después, buscan forjar un nacionalismo asentado en el
rechazo a las influencias externas. El ideal de la «nación homogénea» reemplaza entonces
el de la «nación cívica»6, el «esencialismo» al «epocalismo»7 y la preferencia particularista
sustituye la inspiración universalista.
9 ¿Por qué esta evolución? ¿Por qué razón y de qué manera el cosmopolitismo político de
las décadas que siguen a la Independencia cede el paso a un nacionalismo explícitamente
contrario a las influencias exteriores? En Europa, es cierto, la evolución de los
nacionalismos hacia finales de siglo sugiere que la era de la inspiración universalista ha
llegado a su fin. Pero en América Latina, ¿será que esos discursos, inevitablemente
moldeados por los intereses y estrategias de la política nacional, traducen un rechazo
22
verdadero de los modelos políticos exteriores, o sólo ofrecen una retórica nacionalista
que oculta una realidad más compleja?
10 La comprensión del proceso de creación del Estado-nación requiere que se analicen en
detalle los mecanismos por los cuales, dentro de un universo dominado por el
cosmopolitismo político, se va forjando progresivamente una ideología nacionalista; los
resortes internos que explican la fluctuación de la legitimidad política de un extremo a
otro, del «epocalismo» al «esencialismo». La comprensión de la articulación entre el
proceso de construcción nacional y la inevitable referencia a otras naciones constituye
por lo tanto la razón de ser y la ambición de este libro.
11 Como toda investigación histórica, este trabajo se funda en algunas intuiciones iniciales.
La primera residía en la idea de que la comprensión de la articulación entre el
nacionalismo y la referencia exterior constituye una clave de lectura importante de las
sociedades latinoamericanas: varios viajes y estadías en América Latina me habían
convencido de ello, así como numerosas lecturas sobre el inevitable tema de la identidad
que, si bien habían reforzado en mí esa intuición, no me había dado las respuestas que
esperaba encontrar. A mi juicio, la literatura sobre el tema trillado de la identidad padecía
generalmente de un gran defecto: el de escamotear, evitando abordarla, la cuestión de los
intereses y de los actores del poder político o, por el contrario, de esquematizarla en
exceso. Otra convicción derivaba de la primera: la cuestión de la identidad no puede ser
planteada independientemente de un análisis detallado de las dinámicas del poder
político8. Así surgió el proyecto de abordar históricamente la cuestión de la referencia
exterior con el fin de proponer una relectura de algunos mitos creados por el lati-
noamericanismo intelectual del siglo XX.
12 Una segunda intuición me sugería que, para los constructores de las naciones
latinoamericanas del siglo XIX, el exterior era, ante todo, el continente europeo. Fuera de
este horizonte, los únicos que se perfilaban como países de referencia eran los Estados
Unidos y, hacia finales del siglo XIX, algunos de los países más prósperos de
Latinoamérica: Argentina, Chile y Brasil. Era tentador incluir estos «exteriores»
americanos que también, aunque en menor medida que Europa, son fuentes de
referencias políticas, pero el lugar específico ocupado por el viejo continente, que seguía
encarnando en las imaginaciones políticas hispanoamericanas el espectro monárquico —
es decir un contraejemplo útil para la creación de los discursos nacionales— recomendaba
a mi juicio una atención particular. Aunque se hagan viajes de negocios a Nueva York,
aunque se visite la cárcel de Filadelfia o se contemplen las cataratas del Niágara, es frente
a Europa, es contra Europa como se constituyen las nuevas naciones hispanoamericanas;
es en torno a Europa donde se concentra lo esencial del debate político y es en gran
medida de Europa que se importan modelos institucionales. Antes de que los Estados
Unidos lleguen a reemplazarla en su papel de «metrópoli de substitución» en el siglo XX,
el apogeo de Europa occidental es muy tangible en la América Latina decimonónica.
13 La tercera intuición me indicaba que el fenómeno de la «referencia a Europa», difícil de
asir, encubría seguramente una complejidad más grande de lo que a primera vista
parecía, como lo sugiere la reflexión de Braudel: «corrientes, contracorrientes, flujos y
remolinos se entremezclan. La difusión cultural es, por naturaleza, multivoque...» 9. ¿El
impacto de Europa en el siglo XIX, como se complacían en repetirlo los lugares comunes
de los discursos diplomáticos y de la literatura conmemorativa, sólo habría sido acaso el
aporte del liberalismo moderno a unas sociedades arcaicas —el aporte de la civilización a
unos pueblos atrasados—? ¿O habría sido al contrario, como lo proclamaban los ideólogos
23
demonios externos. Aún estamos lejos de imaginar hasta qué punto dependemos del vasto
mundo que ignoramos»13. Mientras que el fracaso de la inmigración europea se explica
simplemente por la poca competitividad «objetiva» de Colombia en el mercado
internacional de la inmigración14, García Márquez, al atribuir este fracaso a «un miedo
casi teológico hacia los demonios externos» exagera la desconfianza de los colombianos
hacia el exterior y perpetúa así el mito del aislamiento creado por los ideólogos
conservadores de finales de siglo, con claros fines políticos. Efectivamente, un relativo
aislamiento material, perpetuado por la inmensa dificultad de los transportes en la
Colombia del siglo XIX, no significa que las personas, los objetos, los libros, los periódicos
y los imaginarios no hayan circulado. La existencia de ese mito del aislamiento requería
un análisis más profundo, para comprender hasta qué punto una geografía tan
accidentada había podido ser el teatro de una circulación tan considerable de la
imaginación política.
23 En fin, Colombia es un país cuya historia política en el siglo XIX ofrece características que
la distinguen en el conjunto latinoamericano. Por un lado, la precariedad inicial de las
instituciones implantadas a nivel nacional, como la Iglesia15, pero también, y sobre todo,
el Estado: una debilidad heredada de la dificultad para recaudar impuestos en la época
colonial y de una desconfianza persistente hacia el poder que perdurará a lo largo de los
siglos XIX y XX, hasta el punto de hacer hoy de Colombia uno de los países, o el país del
mundo occidental, en donde el Estado tiene menos control sobre la sociedad. Por otro
lado, una politización precoz de la población, legado de la guerra de Independencia y de
las múltiples guerras civiles que marcaron el siglo XIX16. La frecuencia de las guerras
civiles sugiere el pronto recurso de la violencia como forma de consolidación de las
estructuras jerárquicas17 y como vía de solución a los conflictos políticos cuando la
negociación, a pesar de ser el medio dominante de transacción política, fracasa: la
violencia latente de las tensiones socíales, capaz de explotar esporádicamente en
insurrecciones incontrolables, perdura, más allá de las guerras, en una atmósfera
lancinante de conflicto civil.
24 Otra característica colombiana es la intensidad y la precocidad del radicalismo liberal que
aventaja por unos años al radicalismo mexicano (habría que citar entre otras medidas el
voto de las mujeres en la Provincia de Vélez en 1853, la separación de la Iglesia y el Estado
aprobada el mismo año, la libertad total de prensa y de palabra y la abolición de la pena
de muerte consagradas en 1863). La precocidad, también, en la toma del poder por el
pueblo, en 1854, en un episodio que llegó a ser tildado de «Comuna de Bogotá», de manera
abusiva obviamente, pero no sin razón —al menos en vista del papel que cumplió en la
imaginación política de los grupos dirigentes—18.
25 Finalmente, el hecho de que a la ola de radicalismo liberal le siguiera con igual precocidad
un neotradicionalismo político, que se impuso a finales del siglo XIX, haciendo de
Colombia uno de los pocos países del continente hispanoamericano en el que la
consolidación de las instituciones nacionales no se diera bajo el signo del liberalismo sino,
por el contrario, de un conservatismo político forjado en la lucha contra el adversario
liberal.
26 Colombia, en fin, ofrecía un terreno particularmente interesante para estudiar las
implicaciones de la referencia a Europa, y así, producto de la alquimia entre mis
intuiciones iniciales y los meandros de la historia colombiana, nació este trabajo, sin que
me sea todavía posible decir a ciencia cierta qué clase de historia es (y esa duda aun
persiste).
26
27 ¿Una historia del nacionalismo? Sin duda, pero no tanto en su aspecto teórico o
«sentimental» como en su aspecto funcional, instrumental: antes que un sentimiento, el
nacionalismo es un instrumento útil para la conquista y la legitimación del poder. ¿Una
historia de los mitos políticos? Sí, y más particularmente de los mitos perennes que el
régimen de la Regeneración logró dejar como legado al siglo XX. ¿Una historia de las
elites? Sí, lo cual no significa que yo crea que los grupos dirigentes son los únicos
forjadores de una nueva nación —en el caso de Colombia, la parte que escapa al proyecto
de los grupos dirigentes es de tal magnitud, que sería aberrante creer a priori en el éxito
de su proyecto—. Pero comenzar, y ese es mi propósito, por el estudio de los proyectos de
los grupos dirigentes, de aquellos que reivindican conscientemente el papel de
constructores de la nación, me parece, en efecto, necesario. ¿La historia de una
generación política? Indudablemente, ya que este trabajo estudia la segunda generación
política del país, aquella que en el medio siglo reemplaza en el poder a la generación de la
Independencia y desaparece alrededor de 1900: la misma generación que experimentará
el radicalismo liberal antes de hacer un viraje hacia el neotra-dicionalismo de finales de
siglo. ¿La historia, en fin, de la construcción del Estado? También, y más particularmente
de las dificultades de la construcción estatal en el siglo XIX, las cuales pueden aclarar
aquellas que hoy día conoce el Estado colombiano en su papel de regulador de la sociedad.
28 Una última observación: durante mucho tiempo tuve la impresión de trabajar al margen.
Al comienzo, mi investigación se alimentaba de pequeñas anotaciones extraídas de mis
lecturas. Unas pequeñas anotaciones dispersas que, dando la impresión de ser
secundarias con relación al flujo central de la historia política del país, me remitían a la
pregunta de Braudel: «De esos miles de detalles, de esos fenómenos de 'resonancia', en
cuyos vaivenes las ondas se entremezclan, interfieren, se empujan, ¿cómo lograr hacer un
cuadro coherente? Y, sobre todo, ¿cómo, a partir de ellos, aventurar un diagnóstico;
rescatar una historia significativa de esta sucesión de imágenes breves, a veces simples
juegos de espejos?»19. Sin embargo, este enfoque aparentemente secundario, me condujo
poco a poco a abordar en conjunto las dinámicas políticas de la historia colombiana de la
segunda mitad del siglo XIX. ¿Por qué? Porque la referencia europea es un fenómeno
general: es imposible asirla, describirla o analizarla sin ponerla en resonancia con las
dinámicas y las coyunturas políticas nacionales. Es más: les imprime a todas su sello
característico. Cualquier análisis de la referencia exterior que no la inserte en las
fluctuaciones de la política, no permitiría entender las verdaderas implicaciones que
encierra. Tramposa y movediza, la referencia europea se inscribe en los complejos juegos
de la búsqueda del poder, del discurso político y de los conflictos en torno a la creación de
un Estado nacional y, a partir de allí, de una nación. Ella es, en ese sentido, un objeto
eminentemente histórico.
NOTAS
1. S. Bolívar, «Contestación de un Americano meridional a un caballero de esta Isla» [Jamaica],
Kingston, junio 6, 1815, Escritos políticos, Madrid, Alianza Editorial, 1983, p. 69.
27
2. «Efectivamente, alrededor de la segunda década del siglo XIX, e incluso antes, existe ya un
'modelo' de Estado-nación independiente, disponible para quien lo quiera saquear», escribe
Benedict Anderson antes de sostener: «Sería más preciso decir que el modelo fue una mezcla
compleja de elementos franceses y americanos». B. Anderson, Imagined Communities, Reflections on
the origin and spread of nationalism, Nueva York, Verso, 1991, p. 81.
3. La expresión es de François-Xavier Guerra. Cf. F. X. Guerra, «La lumière et ses reflets: Paris et
la politique latino-américaine», en A. Kaspi & A. Marès (eds.), Le Paris des Etrangers, Paris,
Imprimerie Nationale, 1989, p. 180.
4. C. Holguín, Cartas políticas, Bogotá, Editorial Incunables, 1984 [la. ed., 1893], p. 165.
5. Gob. 1892, pp. vi-vii.
6. Cf. Mónica Quijada, «¿Qué nación? Dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario
hispanoamericano del siglo XIX», Imaginar la Nación, Cuadernos de Historia Latinoamericana, AHILA,
№. 2,1994, p. 40.
7. Alusión a términos acuñados por Clifford Geertz en The Interpretation of Cultures: Selected Essays,
Nueva York, Basic Books, 1973.
8. «No es cierto que exista una identidad natural capaz de imponerse por su fuerza propia [...]
Sólo existen estrategias identitarias, racionalmente manejadas por actores identificables [...] y
sueños o pesadillas identitarias a los cuales adherimos porque nos encantan o nos aterrorizan». J.
F. Leguil-Bayart, L'illusion identitaire, París, Fayard, 1996, p. 10.
9. F. Braudel, Le modele italien, París, Arthaud, 1989, p. 76.
10. Malcolm Deas considera el eclecticismo como una constante de la cultura criolla. Cf. M. Deas,
«La influencia inglesa —y otras influencias— en Colombia (1880-1930)», Nueva Historia de Colombia,
Bogotá, Planeta, 1989, vol. III, pp. 161-182.
11. Al llevar la lógica de la importación al centro del análisis de los fracasos de la
«occidentalización del orden político», B. Badie invitaba a privilegiar el estudio, en los países de
la «periferia», de los actores y de los mecanismos de la importación política. Cf. B. Badie, L'Etat
importé. L'occidentalisation de l'ordre politique, París, Fayard, 1992.
12. D. Bushnell, Colombia, una nación a pesar de sí misma, de los tiempos precolombinos hasta nuestros
días, Bogotá, Planeta, 1996, p. 15.
13. . Gabriel García Márquez, «Por un país al alcance de los niños», Informe Conjunto de la Misión
Ciencia, Educación y Desarrollo, Bogotá, Presidencia de la República, Colciencias, julio 21,1994, p. 6.
14. Una baja competitividad debida, en el siglo XIX, a la insuficiencia y al costo de las conexiones
transatlánticas hacia Colombia, a la dificultad de acceso a las regiones interiores del país, a la
obligación de atravesar las tierras bajas insalubres, a la ocupación anterior de las buenas tierras
en las regiones altas, a la dificultad del desmonte en las selvas ecuatoriales, a la falta de
experiencias de inmigración exitosas que hubieran podido servir de modelo, a la insuficiencia de
ayudas gubernamentales y a la frecuencia de las guerras civiles. Cf. capítulos 1, 7 y 9.
15. . Cf. G. M. Arango, La mentalidad religiosa en Antíoquia. Prácticas y discursos, 1828-1885, Medellín,
Universidad Nacional, 1993.
16. . Cf. M. Deas, «La presencia de la política nacional en la vida provinciana, pueblerina y rural
de Colombia en el primer siglo de la República», Del poder y la gramática y otros ensayos sobre
historia, política y literatura colombianas, Bogotá, Tercer Mundo, 1993, pp. 175-206.
17. Cf. F. Guillén Martínez. La Regeneración, primer frente nacional, Bogotá, Carlos Valencia Editores,
1986.
18. Cf. A. Shulgovski. La «Comuna de Bogotá» y el socialismo utópico, América Latina, Moscú, №.
8,1985, pp. 45-46 y №. 9,1985, pp. 47-56.
19. F. Braudel, op. cit., p. 17.
28
Capítulo 1. El recurso de la
legitimidad europea (1845-1854)
EL COSMOPOLITISMO MODERNIZADOR EN LA
PRESIDENCIA DE MOSQUERA (1845-1849)
7 En 1845, la elección de Tomás Cipriano de Mosquera a la presidencia de la República
inaugura una nueva empresa de modernización del Estado. Hijo de una de las principales
familias de la aristocracia de Popayán, bolivariano convencido, ministerial —partidario del
gobierno central— durante la guerra civil de 1839-1842, Mosquera llega a la presidencia
como representante de una tradición centralista que, heredada de Bolívar y Santander,
conserva de las reformas borbónicas la voluntad de modernizar desde arriba el aparato
estatal para ampliar su dominio sobre la sociedad.
8 El Estado que Mosquera pretende construir conjuga el mercantilismo borbónico, la
utilización de los monopolios coloniales y la aspiración a la autonomía técnica de la
nación: «No hai un arquitecto, un mecánico, un agrimensor, un injeniero civil, un
jeógrafo. Tenemos que mendigar conocimientos extraños para la menor obra de este
jénero»4, explica Mosquera al Congreso en 1849. La construcción de un Estado-nación
31
9 Mosquera conoce el viejo continente puesto que al huir de los conflictos generados por el
desmembramiento de la Gran Colombia en 1830, recorrió a Europa durante dos años luego
de una escala en Nueva York. Visitó Inglaterra, Francia, Suiza e Italia, y creó estrechos
vínculos con Santander y Pedro Alcántara Herrán, ambos predecesores suyos en el solio
presidencial. Las cortes europeas, curiosas de política bolivariana, abrieron sus puertas al
antiguo edecán del Libertador, facilitándole así la comprensión de la política europea.
Mosquera observó de cerca los comienzos de la Monarquía de Julio, profundizó sus
conocimientos políticos y militares, y constituyó una imponente biblioteca que trajo
consigo a su regreso a Popayán en 1832.
10 Rufino Cuervo, vicepresidente de Mosquera, conoce también a Europa. Durante su primer
viaje de 1835-1836, se consagró a una de sus principales preocupaciones: el estudio de las
instituciones educativas y caritativas. En Francia e Italia visitó colegios, orfanatos,
hospicios y asociaciones de caridad. En París fue admitido en la Societé pour l'Instruction
Elémentaire y la Societé de la Morale Chrétienne que, en torno a su miembro más ilustre,
Lamartine, promueve la abolición de la esclavitud, la rehabilitación de los criminales y el
desarrollo de las obras de beneficencia. Su segundo viaje, en 1844, lo llevó a Francia e
Inglaterra donde matriculó a su hijo Luis María en una escuela comercial superior 5.
11 Lino de Pombo, nombrado secretario de Hacienda en 1846, es egresado de la Universidad
de Alcalá de Henares en España. Secretario del Interior y de Relaciones Exteriores del
gobierno de Santander entre 1833 y 1838, Pombo encarna el conservatismo cosmopolita y
modernizador. Convencido de la superioridad de la monarquía constitucional, se impone
en los gobiernos de la joven república como uno de los principales promotores de la
importación institucional. Detractor incansable del sistema educativo heredado de la
Colonia, propone en 1832 la creación de una escuela de ingenieros según el modelo de la
Ecole Polytechnique de Francia. En 1845 funda junto con Rufino Cuervo la primera caja de
ahorros del país. En el gobierno de Mosquera, Pombo se encarga en particular de la
modernización de la contabilidad pública.
12 Manuel Ancízar, hijo de un empleado del último virrey, huyó de Bogotá en 1819, rumbo a
La Habana, donde permaneció hasta 1839, fecha en la que viajó a los Estados Unidos antes
de asumir la dirección de una escuela superior en Caracas. Allí conoció a Lino de Pombo,
quien en 1844 lo hizo nombrar ministro plenipotenciario de la Nueva Granada en
Venezuela. En 1846, Ancízar vuelve a Colombia y un año después es nombrado secretario
de Relaciones Exteriores. En el gobierno de Mosquera, Ancízar se destaca por su
particular empeño en promover la inmigración y la educación popular.
13 Florentino González, exiliado en París desde 1840 para huir del ambiente de represión
antiliberal que acompañó la guerra de los Supremos, fundó allí una empresa comercial a la
que se dedicó hasta 1846. Después de publicar para uso de sus compatriotas una obra
titulada Elementos de ciencia administrativa, fruto de su observación de la administración
pública francesa de la Monarquía de Julio, regresa al país para encargarse de la cartera del
Tesoro. Su principal contribución al gobierno de Mosquera, reflejo de su conocimiento del
32
solamente un bello plantel de oficiales científicos para el ejército, sino también una
academia de ingenieros civiles que tanto necesitamos»10. Dos europeos participan en la
creación del Colegio Militar: un matemático francés, Aimé Bergeron y un militar y
geógrafo piamontés establecido en Venezuela, quien será nombrado director en 1849:
Agustín Codazzi. Las armas y los uniformes se compran en Europa11 y el equipo científico
del Colegio Militar aprueba la creación, bajo la dirección de Codazzi, de la Comisión
Corográfica, destinada a realizar un mapa del país, y que tendrá un papel esencial en el
descubrimiento de un territorio y de una realidad nacional hasta entonces casi
desconocidos12.
18 El fomento de la inmigración europea figura también en la lista de prioridades del
gobierno de Mosquera. La primera ley, votada en 1823 por el Congreso de Cúcuta, con
miras a promover el ingreso de campesinos europeos al país, no había tenido éxito. Con el
fin de atraer a esos inmigrantes, de quienes se espera que trabajen y cultiven las tierras
vírgenes, construyan carreteras, desarrollen el comercio y contribuyan a inculcar al
pueblo colombiano el amor al trabajo y al orden, Manuel Ancízar lanza en 1847 un
ambicioso plan de promoción de la inmigración. Ancízar, quien ve en los inmigrantes un
factor de «poderoso impulso a la prosperidad nacional»13, explica que se pueden esperar
muchos beneficios de su llegada: «aumento de producción, aumento de luces industriales,
i mejoramiento de métodos en el trabajo productivo»14.
19 La nueva ley sobre inmigración, que atribuye al Estado un papel clave en la captación de
los inmigrantes europeos contempla la posibilidad de adjudicar tres millones de
fanegadas de tierras baldías a los colonos extranjeros, además de una ayuda financiera de
50 pesos por cada inmigrante que llegue al país. A los cónsules y vicecónsules de la
34
1848 terminan de convencer, a quienes todavía lo dudaban, de que ha sonado la hora del
aniquilamiento de los vestigios del Antiguo Régimen.
partido conservador. Al cabo de un largo debate acerca del nombre idóneo para unir a los
opositores de las reformas liberales, se impone finalmente el término conservador. Pese a
estar todavía lejos de la estructura de los partidos modernos, la aparición de grupos
políticos —que adoptan nombres, elaboran programas y buscan una presencia nacional
coherente— se afianza en gran medida durante esa época. Esos grupos políticos, elitistas
aún en su composición, necesitan apoyarse en estructuras de movilización popular. En
respuesta al movimiento de las sociedades democráticas, rápidamente controlado por las
elites liberales, se afirma el de las sociedades populares de mutua instrucción y fraternidad
cristiana, promovidas por los conservadores a partir de 1849. La importancia que las
sociedades populares otorgan a la caridad y a la asistencia médica a los más desposeídos,
en contraste con las sociedades democráticas, centradas principalmente en la acción
política colectiva, les va a permitir conquistar progresivamente un artesanado cada vez
más decepcionado por los liberales. El clero, en fin, comienza a imponerse como un actor
fundamental de la movilización electoral conservadora, quedando su alianza sellada por
el cuño anticlerical del liberalismo de mediados de siglo.
37 La aparición de nuevos actores, la delimitación de las pertenencias políticas y sociales y el
aumento de la competencia por el poder acrecientan la afluencia de referencias externas
que invaden el debate público colombiano. La referencia a Europa revela entonces la
multiplicidad de sus usos: de simple instrumento de modernización estatal reservado a
los patricios que dominan el Estado, se convierte en manos de esos nuevos actores en
arma retórica de destrucción de las instituciones coloniales y de las jerarquías
establecidas.
conservadora de 1851 no logra alcanzar la fuerza necesaria para hacer tambalear el poder
pero el golpe de estado de Melo, por el contrario, cae como un balde de agua fría sobre los
dirigentes políticos, tanto liberales como conservadores, lo que explica la rapidez de su
alianza para vencerlo. El golpe de 1854, uno de los pocos golpes de Estado que ofrece la
historia colombiana, también constituye el único episodio en el que grupos populares no
controlados por las clases dominantes llegan al poder.
47 Ante este vuelco de las legitimidades establecidas, la invocación de la autoridad de las
naciones civilizadas por parte de los diferentes grupos implicados se generaliza. Más que
para construir un Estado-nación, la referencia a Francia, y en menor medida a Inglaterra
y a los Estados Unidos, servirá para reforzar las frágiles legitimidades de los grupos en
pugna. Todos ellos van, en efecto, a justificarse en función de los ejemplos de las naciones
civilizadas. Pero todos, también, van a atacar los proyectos de sus contrincantes como
soluciones importadas, inadecuadas a la realidad nacional. Así, en el torbellino de una
revolución impregnada de discursos y representaciones de la Europa de 1848, se perfilan
las dos caras de la legitimidad política en el siglo XIX colombiano: la legitimación por el
exterior y la legitimación contra el exterior.
encamina a la abolición del ejército permanente necesita, más que otros, de jefes i
oficiales científicos. Así lo dicta la razón, i así lo han reconocido los Estados Unidos de
América, donde la fuerza de línea es poco numerosa, en el hecho de haber creado i de
conservar a gran costo, el Colegio Militar de West Point», explica el presidente Obando al
Congreso en 185439. Y por último, el federalismo de la Constitución de 1853 también
revela el influjo del federalismo norteamericano en el ideario político colombiano. Otras
medidas liberales dejan en cambio entrever la inspiración del radicalismo inglés, cuyo
principal exponente, Bentham, es conocido en Colombia gracias a la labor de traducción y
de divulgación de Ezequiel Rojas. El discurso de las reformas liberales revela una
imaginación política netamente ecléctica.
51 La retórica política, sin embargo, no sólo sirve para justificar las reformas, sino también
para crear nuevas legitimidades. Para mantener sus alianzas populares el poder liberal
echa mano de una retórica liberadora e igualitaria que va mucho más allá del alcance de
las reformas; la estrategia de movilización política de los artesanos, conducida por los
liberales a partir de 1847, exige efectivamente ese esfuerzo retórico.
52 Una de las primeras medidas de López, adoptada pocos días después de su posesión, es la
utilización obligatoria del término ciudadano para dirigirse al Presidente de la República y
a los generales. En 1851 en Cali, los dirigentes liberales de los distritos parroquiales de
Cali y Caicedo los rebautizan con los nombres de La Libertad y La Democracia. En 1852, se
crea un tercer distrito: La Igualdad, pero los nuevos nombres serán suprimidos en 1853,
después de la salida del gobernador Ramón Mercado40.
53 En 1850, Zaldúa, secretario del Interior, emprende la creación de talleres industriales para
luchar contra el pauperismo, retomando así la fórmula de Louis Blanc; a pesar del
entusiasmo de los artesanos de Bogotá, la ley que atribuye al Estado la total
responsabilidad para crear talleres industriales en las escuelas superiores y en las
universidades de la República «para la enseñanza gratuita de artes y oficios en los que los
granadinos deseen consagrarse» no tiene ningún efecto duradero41. Fuera de esa medida,
el socialismo parece no haber traspasado el estado retórico en la Colombia de mediados
de siglo. El término «socialismo» es, según la definición de Manuel Ancízar, utilizado en el
debate político para designar un interés por la cuestión social 42. Así lo entiende también
José María Samper, cuando explica en su memorable discurso en la Escuela Republicana:
«El socialismo, señores, no es otra cosa que una lágrima desprendida de los ojos del
Salvador en la cumbre del Gólgota»43. Atacado por Mariano Ospina por haber utilizado un
vocablo tan peligroso, Samper se explica en las páginas de El Neogranadino: «Yo soi
socialista porque quiero la igualdad social, i nunca he traducido el socialismo sino como el
reconocimiento de los derechos de todos...»44.
54 El comunismo por su parte se inaugura en el vocabulario político colombiano a través del
título de un diario, El Comunismo Social, que se dedica en particular a denunciar las
desigualdades sociales existentes en Europa45, así como en una serie de artículos
publicados en 1849 por el irreverente periódico El Alacrán46. El autor de esos artículos,
Joaquín Pablo Posada, más tarde notable partidario del régimen de Melo, denuncia
vigorosamente la permanencia de las estructuras sociales coloniales —«Las cosas
quedaron en el mismo estado: un pequeño círculo de opresores, un círculo inmenso de
oprimidos»47—, y ataca nominalmente a varios ricos bogotanos, lo cual lleva a la
prohibición del periódico y al encarcelamiento temporal de sus editores Posada y
Gutiérrez de Piñeres.
43
68 La reconquista moral y religiosa del país será posible una vez que la ola fecundante del
conservatismo europeo llegue a su vez a las costas americanas. El 19 de marzo de 1853,
José Manuel Restrepo, al conocer la proclamación del Segundo Imperio en Francia,
expresa:
Esta variación tendrá un influjo favorable sobre la opinión de la Nueva Granada. Las
doctrinas socialistas y los rojos comunistas de Francia repercutían sobre nosotros y
miserables copistas querían practicarlas. Reprimidas en su origen, nos parece que
en la Nueva Granada principia una reacción saludable contra las doctrinas
exageradas en todo género67.
durante una reunión de la Escuela Republicana, se ofrece para ser el verdugo del prelado 71
. Ejemplos como éste suministran a la retórica conservadora un álbum de espantajos
simbólicos: pese a las fluctuaciones ideológicas de los grupos conservadores colombianos
durante el siglo XIX, la denuncia del origen extranjero de la ideología de los rojos
constituirá una línea directriz admirablemente estable en la definición del conservatismo,
y su arma privilegiada de movilización política. Ella da lugar a una producción panfletaria
de asombrosa profusión. En su literatura de combate, los conservadores reconstruyen una
genealogía de la subversión procedente de ultramar. Genealogía que, por supuesto,
comienza con los «espíritus fuertes» del siglo XVIII y los excesos de la Revolución
Francesa:
Fue también al principio de este siglo el abanse [sic] que hicieron los sansculotes [sic
] en París, y el horrendo grito de Libertinaje se oyó retumbar en toda la Francia.
¡Qué escándalo! ¡Qué espantoso grito! Por allí víctimas del furor de Robespierre; por
allá la barbarie y la desolación72.
72 La explosión de 1848 viene entonces a intensificar el flujo de la subversión europea.
Colombia, por lo tanto:
Vio, delante de la Europa que arde como una inmensa hoguera, y de las repúblicas
americanas que ven reflejarse en ambos mares las llamas de aquel incendio: vio [...]
consumarse en silencio una imprevista revolución, disfrazada con el sencillo ropaje
de una elección de presidente73.
73 La similitud entre subversión colombiana y subversión europea es demasiado evidente:
¿No son los rojos granadinos dignos discípulos e imitadores de los rojos franceses i
de los que fueron antes conocidos como los sans-culottes de la revolución? Sí,
porque hai identidad en su fisionomía, identidad en sus principios, identidad en sus
procedimientos. Alagan [sic] al pueblo, predicándole democracia, igualdad,
fraternidad, etc., pero son tan demócratas como el Emperador Nicolás, tan iguales
como pudiera serlo un pavo respecto a un grajo, y hai tanta fraternidad entre ellos
como la que puede haber entre dos fieras que están a punto de despedazarse 74.
74 Numerosas medidas son denunciadas como simples productos del traslado de la
subversión francesa a América: el exilio del arzobispo de Bogotá75 y la Constitución de
185376 en particular. La crítica a la revolución francesa de 1848 se entremezcla
indisolublemente, en un mismo debate, con las críticas a los excesos de la política de los
rojos colombianos: estigmatizar la una equivale a denunciar la otra. En 1858, al escribir un
panfleto anónimo contra el gobierno radical del Estado de Santander, un conservador
contrapone la exaltación de la revolución por los liberales a su vivencia de la revolución
de 1848 en París, que evoca en términos poco halagüeños:
Nosotros hemos seguido esa revolución paso a paso, hemos asistido casi
diariamente a la Asamblea Legislativa, hemos tenido largas discusiones verbales con
esos pretendidos republicanos, i estando en la escena, interesándonos por los
sucesos, en contacto con los hombres públicos por nuestra posición, no hemos
podido ver, estando cerca, a esos seres virtuosos, a esos ciudadanos modelo de
abnegación de que se nos habla77.
75 La denuncia de la influencia subversiva francesa en Colombia es alimentada además por el
análisis de algunos conservadores franceses, quienes observan aterrados la difusión en el
continente americano de las doctrinas que han combatido en su país. En 1850, R. M.
Taurel, un viajero francés, envía desde Lima, después de recorrer a Colombia, una
apología de la Compañía de Jesús al arzobispo de Bogotá. La expulsión de los jesuitas,
explica, no es más que un indicio adicional de la ciega adopción en América de las
doctrinas de la subversión europea:
48
Ancízar, hijo de un cocinero del virrey Sámano, y a quien le critica sin tregua su
«morcillesco discurso»86, y su «defensa tan mal guisada, tan mal adobada, tan mal
condimentada, tan indigesta»87:
Sabido es de todo el que sabe algo, que no fueron sino los llamados nobles,
aristócratas u hombres distinguidos por sus talentos y su riqueza, los que dieron la
libertad y la independencia a los proletarios, a los esclavos, a los indíjenas abyectos,
a los hijos de los cocineros y a toda la masa de seres degradados que no tenían ideas
ningunas ni de lo que eran, ni de lo que podían ser88.
80 Detrás de la crítica de la imitación se perfila así un odio social avivado por el temor de que
en todos los niveles de la sociedad los subalternos lleguen a usurpar el lugar de los amos.
Paralelamente, la crítica de la imitación aparece cada vez menos como un monopolio
conservador. A medida que va aumentando la oposición de los artesanos y de los
draconianos al gobierno, el tono de los discursos oficiales se endurece. En su primer
mensaje presidencial en 1853, Obando previene a sus conciudadanos en contra de:
Los ecos destemplados venidos a nuestras playas y repetidos por una que otra
concavidad de nuestros Andes, las voces que han proclamado en Europa, como
verdades inconcusas de la democracia, el derecho al trabajo, la asistencia gratuita,
el falansterio, el banco industrial, el banco del pueblo, la limitación de la propiedad
de la tierra, el crédito gratuito y la asociación artificial. Pues todos esos sueños,
todos esos delirios, se han inventado allende los mares para embaucar al pueblo,
haciéndole esperar que no se morirá de hambre ni se helará de frío 89.
81 El imaginario de la amenaza subversiva europea comienza entonces a extenderse. En el
pueblo boyacense de Turmequé, unos «imparciales y amantes de la Justicia» —así firman
su panfleto—, denuncian la exagerada censura, por parte de las autoridades y el clero, de
la agitación liberal que tiene lugar en el pueblo: «Preciso es confesar que las autoridades
le dieron a este motín más importancia del que se podía tener, i que el miedo les hacía ver
en cada indio un revolucionario a la Robespierre»90.
82 Los adversarios de los conservadores —gólgotas, draconianos, y artesanos— no dejan al
contrario de denunciar su monarquismo rampante, su voluntad solapada de subyugar al
pueblo y estrangular la libertad. Se les atribuye la intención de restablecer los títulos
nobiliarios, abandonados durante las guerras de Independencia; corren rumores acerca
de una posible simpatía de Mosquera y de las grandes familias caucanas hacia la campaña
de Flores en Ecuador, apoyada por la corona española. El mismo Mosquera fustiga el
espíritu de imitación de Europa que conduce a Mariano Ospina y a Julio Arboleda a llamar
conservador el partido que están creando. El término conservador, explica Mosquera, es un
absurdo en el contexto político del Nuevo Mundo:
En 1848, en la Cámara de Representantes, el señor Julio Arboleda pronunció un
discurso manifestando la conveniencia de fundar en la República un partido
denominado conservador, repitiendo casi literalmente un discurso de M. Guizot,
pronunciado en la Cámara de diputados de Francia. Después de la sesión pasó a la
casa de gobierno el doctor Mariano Ospina, que también era representante,
manifestándome que era necesario organizar el partido conservador para
contrariar las ideas anárquicas que comenzaban a dominar entre la juventud
liberal; y le contesté que yo era progresista y de ninguna manera debía organizarse
entre nosotros lo que se llama en Europa partido conservador, y le proporcioné el
diario de debates de París para que leyese el discurso de Guizot. Tanto a él como a
Arboleda les hice ver que lo que se denominaba en esa época en Francia e Inglaterra
partido conservador, era el que quería conservar la tradición monárquica, o sea la
legitimidad de los reyes, con instituciones liberales que garantizaban la
representación popular y los derechos individuales. Sin embargo de estas
50
86 Además de estas expresiones de ira popular, los partidarios de Melo enarbolan la bandera
del patriotismo ofendido para defender, contra el extranjerismo de los poderosos, al clero
nacional. Como lo explica el editor del periódico El 17 de abril:
Nosotros no queremos, como lo quieren los radicales, que se niegue a los sacerdotes
la ciudadanía... ni queremos tampoco, como los conservadores, la reimportación de
los hijos de Loyola porque, en cuanto cristianos, sí creemos en la suficiencia
apostólica de nuestro clero nacional...97.
87 Aunque la toma de Bogotá en diciembre de 1854 sella el final de la revolución del medio
siglo, su impacto en el imaginario político colombiano apenas comienza una larga carrera.
En medio del tumulto de las arengas, de los enfrentamientos y de las riñas callejeras, de
las leyes de reforma y de las guerras civiles, las líneas divisorias de la política se han ido
precisando; a los protagonistas, atrapados en el torbellino de los acontecimientos, les ha
faltado perspectiva. El período de reflexión sobre el legado de esos años comienza.
88 Los años 1849 a 1854 tienen el carácter distintivo de las conmociones ocurridas en el
tiempo corto de las revoluciones: estos años constituyen una especie de adelanto en el
siglo XIX colombiano, una experiencia colectiva que desborda a sus propios protagonistas
y que exige, incluso para ellos mismos, ser estudiada, analizada y digerida para poder
entenderla cabalmente. La nueva generación política, aquella que irrumpe a finales de la
década de los cuarenta y que va a gobernar el país hasta finales de siglo, conservará en su
imaginario la impronta de las escenas de la revolución liberal. Tres décadas más tarde, los
veteranos del liberalismo seguirán examinando el papel que desempeñaron entre 1849 y
52
NOTAS
1. P. Messía de la Cerda, «Relación del estado del Virreinato de Santafé, 1772», citada en E. Posada
y P. M. Ibáñez (eds.), Relaciones de mando: Memorias presentadas por los gobernadores del Nuevo Reino
de Granada. Bogotá, Imprenta Nacional, 1910, p. 113.
2. Cf. P. Rosanvallon, Le moment Guizot, París, Gallimard, 1985.
3. Carta de Lino de Pombo a Manuel Ancízar, noviembre 30, 1843, citada en J. Ancízar Sordo,
Manuel Ancízar, Bogotá, Banco Popular, 1985, p. 24.
4. Pres. 1849, p. 8.
5. Ángel y Rufino J. Cuervo, Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época, París, A. Roger y F.
Chernoviz, 1892, t. 1, pp. 241-242 y t. 2, pp. 36-37.
6. Pres. 1849, p. 19. Cf. también L. J. Helguera, The first Mosquera administration in New Granada,
1845-1849, Ph. D. Dissertation, University of North Carolina, 1958.
7. «Naciones adelantadas en la ciencia de gobernar como los Estados Unidos buscaron el hombre
que necesitaban para desembrollar la confusión de su hacienda». Pres. 1849, p. 25.
8. Pres. 1848, pp. 7-8.
9. Carta de T. C. de Mosquera a J. M. Obando, Roma, abril 1°., 1832, citada en D. Castrillón
Arboleda, Tomás Cipriano de Mosquera, Litografía Arco, Bogotá, 1979, p. 73.
10. Pres. 1848, p. 6.
11. «El ejército ha sido vestido y equipado tan completamente como lo están los cuerpos del
ejército francés». Pres. 1849, p. 35.
12. Cf. E. Sánchez, Gobierno y geografía: Agustín Codazzi y la Comisión Corográfica de la Nueva Granada,
Bogotá, Banco de la República, El Áncora Editores, 1998.
13. Circular de septiembre 10, 1847, Colección de documentos sobre inmigración de extranjeros
reimpresos en la Gaceta de la Nueva Granada, N°. 611 del 13 de septiembre de 1847. Bogotá, Imprenta de J.
A. Cualla, 1847, p. 16.
14. Carta de Manuel Ancízar a Manuel María Mosquera, septiembre 11, 1847, ibíd., p. 29.
15. «Al final de la administración Mosquera se habían adquirido cinco mil volúmenes en Europa,
la mayor parte de éstos destinados a la Biblioteca Nacional. Era la primera vez, desde la colonia,
que las bibliotecas del país gozaban de tan cuantioso suministro». L. J. Helguera, op.. cit., p. 177. Cf.
también AGN, Empleados varios, t. 10, ff. 158- 159, Gob. 1848, p. 23 y Gob. 1849, p. 37.
16. Gaceta Oficial, Bogotá, marzo 9, 1848, p. 160.
17. Rel. 1851, p. 9.
18. Cf. L. J. Helguera, op. cit., pp. 517-518, pp. 180-181 y F. Safford, op. cit., p. 253. El Colegio Militar
volverá a abrir esporádicamente sus puertas entre 1866 y 1867 y entre 1883 y 1885.
19. L. J. Helguera, op. cit., pp. 332-341.
20. Cf. B. Badie, L'Etat importé. L'occidentalisation de l'ordre politique. París, Fayard, 1992.
54
21. F. Safford califica así los años de la primera administración Mosquera. Cf. F. Safford, op. cit., p.
189.
22. Aunque, como lo señala Germán Colmenares, «1848 no presencia una revolución abierta sino
más bien el recrudecimiento de pugnas hasta entonces latentes», el hecho que las reformas «son
una resultante de la aceleración histórica producida por la intervención de grupos sociales que
hasta entonces habían permanecido marginados y no lo contrario» hacen que «puede hablarse
legítimamente de una revolución acaecida en 1848». G. Colmenares, Partidos políticos y clases
sociales, Bogotá, Ediciones Universidad de los Andes, 1968, pp. 30-32.
23. El período 1849-1854 se cuenta entre los episodios más estudiados de la historia del siglo XIX
colombiano. Existe una importante producción de «historia inmediata» de la época, en la que se
destacan los Apuntamientos para la Historia de José María Samper (Bogotá, 1853), las Memorias sobre
¡os acontecimientos del Sur, especialmente en la provincia de Buenaventura, durante la administración del
7 de marzo de 1849 de Ramón Mercado (Bogotá, 1953) y el Diario político y militar de José Manuel
Restrepo (Bogotá, 1954), que encarnan respectivamente los puntos de vista gólgota, draconiano, y
conservador. La historia más completa sobre el golpe de Estado de Melo es la obra de un
historiador conservador, que con frecuencia adquiere tintes de panfleto: Historia de la revolución
del 7 de abril de 1854 de Venancio Ortiz (Bogotá, 1855). Más adelante, innumerables actores
políticos de la época consagrarán en sus memorias extensas páginas a los años 1849-1854. En
particular: las Memorias de Salvador Camacho Roldán (Bogotá, 1896), Historia de una alma de José
María Samper (Bogotá, 1881) y la Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época de Ángel y Rufino J.
Cuervo (París, 1892). En el siglo XX los anos 1849-1854 seguirán siendo objeto de estudio
predilecto entre los historiadores (cf. infra).
24. Cf. J. Escorcia, Sociedad y economía en el Valle del Cauca: Desarrollo político, social y económico,
1800-1854, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1983, y M. Pacheco, «El pueblo soberano. Sociabilidad
y cultura política popular en Cali (1848-1854)», Siglo XIX. Revista de Historia, México, enero, 1993,
pp. 119-136, y La fiesta liberal en Cali, Ediciones Universidad del Valle, Cali, 1992. [en adelante: La
fiesta...].
25. Cf. D. Sowell, The early Colombian labor movement: Artisans and politics in Bogotá. 1832- 1919,
Philadelphia, Temple University Press, 1992, y «'La Teoría i la Realidad': The Democratic Society
of Artisans of Bogotá, 1847-1854», HAHR, vol. 67, N°. 4, 1987, pp. 611- 630; F. Gutiérrez Sanín, Curso
y discurso del movimiento plebeyo (1849-1854), Bogotá, IEPRI, El Ancora Editores, 1995; y D. Acevedo
Carmona, «Consideraciones críticas sobre la historiografía de los artesanos del siglo XIX», ACHSC,
N°. 18-19, 1990-1991, pp. 125-144.
26. Artículo de 1852 citado en F. Gutiérrez Sanín, op. cit., p. 198.
27. Para un análisis global de los años 1849-1854, cf. Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultura
en la historia de Colombia, Bogotá, El Ancora, 1983 [1a . ed., 1942]; H. J. König, En el camino hacia la
nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la Nación de la Nueva Granada,
1750-1856, Bogotá, Banco de la República, 1994; y, sobre todo, los trabajos de Germán Colmenares:
«Formas de conciencia de clase de la Nueva Granada (1848-1854)», BCB, vol. 9, N°. 10, Bogotá, 1966
y Partidos políticos y clases sociales, Bogotá, Ediciones Universidad de los Andes, 1968 [en adelante:
Partidos...].
28. Cf. J. García del Río, Meditaciones colombianas, Bogotá, Incunables, 1985 [1 a . ed., 1829].
29. La resonancia de la revolución francesa de 1848 en Colombia es un tema muy estudiado. Hasta
mediados del siglo XX predominó el análisis que privilegia la «influencia» de las ideas de 1848
como principal factor de explicación de los trastornos de 1849-1854 en Colombia. Esta concepción
difusionista, alimentada por la reivindicación liberal de una filiación revolucionaria originada en
Francia, y formalizada durante la segunda mitad del siglo XIX tanto por los conservadores
ansiosos de denunciar las utopías europeas importadas, como por los liberales arrepentidos de
sus errores pasados, es cuestionada a principios de los años de 1940 por L. E. Nieto Arteta, quien,
abogando por una «americanización de la sociología», ataca la interpretación de la revolución
55
1 La Europa que a mediados de siglo invade el debate público colombiano es una Europa
imaginada. a diferencia de los cosmopolitas secretarios de Mosquera, los nuevos actores
políticos surgidos de la revolución liberal —jóvenes gólgotas, artesanos, antiguos esclavos
— no tienen experiencia alguna del «mundo civilizado», y se refieren en sus discursos a
una Europa que conocen más «de oídas» que «de vistas». La generación política de
mediados de siglo empezará, gracias al desarrollo de la navegación a vapor y del
comercio, a tener acceso a Europa durante la década de 1860; y la lenta mutación, en el
debate público, de la Europa imaginada a la Europa real se sentirá realmente en los años
setenta1.
2 Las representaciones de Europa que se debaten en Colombia son profundamente
modeladas por las dinámicas de la política nacional. En vez de revelar máquinas
propagandísticas manejadas desde Europa, un estudio detenido muestra, al contrario, la
preeminencia de los actores nacionales en los procesos de difusión de las referencias
políticas europeas. Durante la segunda mitad del siglo XIX, la referencia a Europa se
nacionaliza cada vez más: los actores políticos colombianos, quienes captan la información,
la filtran, la traducen y la comentan en función del contexto nacional, se apropian el
discurso sobre Europa. Comprender las implicaciones de la referencia exterior en el
debate político colombiano exige que se reconozca la importancia fundamental de esos
mediadores culturales nacionales, cuya influencia sólo irá creciendo a medida que el viaje
a Europa se vaya imponiendo como práctica común entre los grupos dirigentes.
5 Además de los que vienen a buscar fortuna, otros europeos, por lo general más
calificados, llegan al país contratados por el gobierno para desempeñar una misión
científica o pedagógica. En 1822, Francisco Antonio Zea, ministro de Colombia en Europa,
había contratado un grupo de científicos europeos, entre ellos, el químico Jean-Baptiste
Boussingault y el zoólogo François-Désiré Roulin8. Después de las contrataciones hechas
por Mosquera en la década de 1840, la tendencia a contratar docentes en el extranjero se
reduce en las dos siguientes décadas a raíz de la privatización de la educación. Algunos
profesores europeos van a enseñar sin embargo en colegios privados como es el caso de
Charles Saffray, quien da clases de francés y de física en un colegio de Medellín a finales
de los años de 1850, o Víctor Touzet, traductor al francés de las obras de Ezequiel Rojas y
profesor en varios colegios de Bogotá. La contratación de profesores extranjeros vuelve a
retomarse a finales de los sesenta gracias a la política educativa de los gobiernos
radicales. Durante la Regeneración, una afluencia de congregaciones docentes europeas
perpetuarán, con un tinte católico, esta tendencia recurrente a contratar profesores en el
extranjero9.
6 En cuanto a los diplomáticos europeos, es difícil vislumbrar de su parte un verdadero
protagonismo en términos de difusión cultural. Algunos se vinculan por afición personal
a empresas científicas o educativas del país, como el ministro británico Robert Bunch,
miembro de la Academia de Ciencias Naturales de Bogotá. Aparte de esto, sólo un caso
deliberado de propaganda cultural europea se da en la época: la misión del literato
español José María Gutiérrez de Alba. Como «agente confidencial» de su gobierno,
encargado de fomentar el sentimiento hispanista en Colombia, Gutiérrez de Alba se
integra de inmediato a los círculos literarios bogotanos y se consagra a una intensa
actividad periodística y literaria a partir de 1870. De regreso a España en 1883, continuará
colaborando con los periódicos colombianos y se convertirá en el embajador peninsular
de las letras colombianas.
7 La red de vínculos personales que los europeos dejan a su paso en el país es sin duda el
legado más importante de su presencia en Colombia. Científicos, profesores y
comerciantes, una vez regresados a sus respectivos países siguen siendo a menudo
promotores del país y miembros activos de los círculos colombianos en las diferentes
capitales europeas. Así van formándose verdaderas redes, como el círculo del químico
francés Boussingault, después de su estadía en Colombia en los años veinte. De regreso a
París al final de la década, abre las puertas de los círculos científicos franceses a Joaquín
Acosta. Las amistades de Acosta se transmiten, por intermedio de José María Samper, su
yerno, y de Ezequiel Rojas, a una nueva generación de colombianos, entre los cuales
algunos visitarán a Boussingault en su retiro de Alsacia. Otros personajes claves son el
danés Bendix Koppel, quien al cabo de 25 años en Bogotá regresa a Dinamarca en 1883 y
representa varias veces al país en el Congres des Américanistes 10, Robert Stephenson y
Pierre Fourquet, tutores de varios jóvenes colombianos que se van a estudiar a Europa. En
los años cuarenta el británico Thomas Fallon, quien se dedica a la explotación de las
minas de Santa Ana, en Mariquita, Tolima, confía sus tres hijos a su socio Stephenson,
para que éste, de regreso a Inglaterra, se haga cargo de su educación. Tomasa y Cornelia
irán a París al convento de las ursulinas, mientras que Diego entrará en un instituto
protestante en Londres, luego a un colegio superior jesuíta y finalmente a la Escuela de
Ingeniería de Newcastle, antes de regresar a Colombia en los años cincuenta.
8 En junio de 1851, el francés Pierre Fourquet, radicado en Medellín y amigo del
comerciante Marcelino Restrepo, lleva a Vicente, hijo de Marcelino, de 14 años, a París y
61
lo inscribe en la escuela de los hermanos de las Escuelas Cristianas de Passy. En 1855, por
insistencia de Fourquet, Vicente Restrepo entra en la Escuela de Minas, pero «saturado de
geometría descriptiva, de mecánica y de cálculo diferencial»11, la abandona unos meses
después para estudiar química en un laboratorio parisino. Marcelino Restrepo, durante su
estadía en París en 1862, se hospeda en casa de Fourquet12. Éste, tutor de estudios de
numerosos jóvenes colombianos en París, especialmente antioqueños, se destacará como
una figura clave de las amistades colombianas en Francia. Fourquet será descrito sin
embargo, en una de las crónicas de José María Cordovez Moure, como un tutor de mucha
respetabilidad, pero incapaz de prevenir el descarrío de inocentes jóvenes colombianos,
pervertidos por los vicios de la vida parisina13.
9 Una vez de regreso a Europa, los profesores, que a diferencia de los comerciantes vuelven
generalmente a su país, desempeñan un papel particularmente importante en esa función
de enlace con los viajeros colombianos, en particular por el prestigio que les confieren sus
conocimientos. En Medellín, la carta escrita con ocasión de la salida de Charles Fisanne,
maestro de química analítica en la Universidad de Antioquia durante cuatro años,
muestra hasta qué punto este profesor francés se había granjeado la estima de las buenas
familias antioqueñas. Entre los firmantes de la carta, en la que se exaltan los méritos del
profesor, se encuentran los hermanos Pedro Nel y Tulio Ospina, Manuel Uribe Ángel,
Pedro Alcántara Herrán, Ramón Arango, médico formado en París y miembro de la
Sociedad Geográfica de París; Andrés Posada Arango, médico y miembro de la Sociedad
Botánica de Francia; Carlos Greiffenstein, antiguo alumno de la Academia de Minas de
Freiberg y director de las minas de Echandía y, por último, el presidente del Estado de
Antioquia, Marceliano Vélez, quien da fe de las cualidades pedagógicas y científicas de
Fisanne14.
10 Algunos profesores y científicos, después de su regreso a Europa, buscan volver a
Colombia. Es el caso de Bergeron, un profesor de matemáticas contratado por Mosquera
durante su primera administración y a quien Murillo frecuenta en 1862 en París 15, o de
Elisée Reclus, de quien José María Samper se hace amigo en la Sociedad Geográfica de
París en 1861, y recomienda calurosamente al mismo Mosquera, para enseñar en la
Escuela Politécnica, reorganizar el Colegio Militar o completar los trabajos de Codazzi 16.
11 Una última faceta de la presencia de extranjeros en el país se observa en las giras de
espectáculos, en particular las compañías de ópera. En 1892, un director de orquesta
llamado Patin, que da una serie de conciertos en Bogotá, compone una Bogotá High Life
Polka en honor a las «señoras y señoritas de esta capital»17. Además de las modas
artísticas, las giras contribuyen en ciertos casos a difundir un imaginario político o
religioso de Europa, como sucede, a principios de los años de 1870, con la gira del
norteamericano Farrand, quien lleva por todo el país su optorama, ancestro del proyector
de diapositivas. Su paso por Antioquia desencadena un entusiasmo irrefrenable. La
importancia de la imaginería religiosa en las sesiones de Optorama —cuadros de Rafael,
Rubens, Cánova, Da Vinci, Correggio, como también clichés de iglesias europeas—, sugiere
la intervención del clero antioqueño, ávido de utilizar las últimas innovaciones técnicas
para difundir las luces de la religión, en la selección de las imágenes:
En la tercera función nos mostró el señor Farrand la famosa basílica que se ve
destacar en el cielo de Italia [...] Es tan fiel la imagen que puede distinguirse con
perfección la inscripción grabada en el monumento de Sesóstris: «Jesucristo reina,
Jesucristo manda»18.
62
15 El libro, además de importado, es también un bien escaso en esa época. Las bibliotecas de
los conventos, los colegios y las universidades, algunas bibliotecas privadas como la de
Joaquín Acosta y la Biblioteca Nacional de Bogotá concentran lo esencial de los libros
existentes en el país. Después de la decisión de Mosquera, en 1848, de comprar centenares
de libros en Europa para la Biblioteca Nacional, sólo compuesta entonces de obras traídas
durante la Colonia, la renovación de los fondos se empantana en las dos décadas
siguientes. En 1868, el director de la biblioteca, José María Quijano Otero, se queja de esta
situación y solicita un presupuesto para renovar los fondos:
Desde 1847 no se han traído de Europa nuevos libros para enriquecer la biblioteca,
de manera que de los adelantos que ha hecho la civilización en todos sus ramos en
los últimos veinte años, no existe nada en la Biblioteca Nacional 20.
16 El Congreso aprueba un presupuesto de 2.000 pesos para la compra de libros. Pero las
compras se demoran. Quijano aboga entonces por el canje con otras repúblicas
hispanoamericanas21. En esta época, la Biblioteca Nacional cuenta con 22.457 obras de las
cuales: 7.307 son en latín (es decir un 33% del fondo total), 5.700 en francés (25%), 3.892 en
castellano (es decir un 17% del fondo total) —de las cuales 1.551 (7%) son obras nacionales
—, y 998 en inglés (4%)22; el francés por lo tanto se impone sobre el castellano como
idioma moderno del conocimiento. Paulatinamente, la Biblioteca Nacional se va
enriqueciendo con donaciones casuales de bibliotecas privadas como las de Joaquín
Acosta, Manuel Ancízar o Rufino Cuervo, o con adquisiciones de libros procedentes de los
conventos clausurados en virtud de los decretos liberales.
63
que hacen escala allí durante su travesía a Europa. En 1874, Luciano Rivera y Garrido, al
cruzar por primera vez el Atlántico, alude a ella muy impresionado:
Me llamó sobremanera la atención el surtido establecimiento de libros de un
comerciante español, el señor Agustín Bethencourt. No existe en toda la República
de Colombia una sola librería que pueda competir con aquella, por la abundancia y
variedad de las obras, y por la baratura relativa de los precios. Allí hay libros en casi
todos los idiomas, sobre todo en castellano, y entre ellos tuve la grata satisfacción
de ver producciones de compatriotas nuestros, tales como los Viajes por Europa y la
Miscelánea del señor José María Samper, la Gramática ¡atina de los señores Cuervo y
Caro, la María del señor Jorge Isaacs, y otros. El señor Bethencourt es una persona
muy estimable, que quiso favorecerme con señaladas muestras de atención, por lo
cual su recuerdo me será siempre grato. Me manifestó que tenía deseo de establecer
relaciones con algunas casa editoras de Colombia para colocar en Curazao las
publicaciones que se envíen de ello. Lo aviso al señor Borda, al señor Gaitán, a los
señores Pontón y Compañía, y a todos los editores de nuestro país que quieran
entenderse con él, asegurándoles que encontrarán un corresponsal diligente y
honrado39.
23 La circulación de los libros acompaña los viajes transatlánticos. En 1850, Sergio Arboleda
recibe en Popayán, su ciudad natal, numerosas cartas de un compatriota suyo que le
escribe desde Flavigny, Francia, aconsejándole lecturas religiosas40. Próspero Restrepo
envía desde París las últimas publicaciones de la literatura católica francesa a su hermano
Vicente en Medellín41. Entre 1865 y 1874, Rafael Núñez envía regularmente a Mosquera
libros y periódicos europeos42, en particular las obras de Renan recién publicadas43. La
rápida obtención en Colombia de libros susceptibles de desencadenar grandes polémicas
reviste a veces una importancia estratégica para los publicistas que se dedican a la crítica
de las últimas producciones intelectuales europeas. Así, cuando Renan publica la Vida de
Jesús, libro que origina una de las principales polémicas del siglo XIX en Colombia, los
primeros en publicar un comentario al respecto en Bogotá son los liberales José María
Rojas Garrido y Ricardo Becerra. El conservador José Manuel Groot, principal detractor
colombiano de Renan —publicará en efecto una refutación de la Vida de jesús— explica a
Mariano Ospina en 1867 la dificultad de obtener el libro para poder, a su vez, criticarlo:
No habían reunido más que dos ejemplares de Mr. Renan y éstos los tenían sólo
ellos [Rojas Garrido y Becerra]. De las refutaciones que de él se habían hecho en
Europa apenas teníamos noticia de dos, que ningún conservador tuvo cuidado de
mandarnos tan oportunamente como los masones mandaron a sus hermanos el
libro de Renan. Concebí el proyecto de escribir una lijera refutación de este autor,
pero no podía conseguirlo44.
Lecturas
25 La palabra impresa, por lo tanto, remite a los lectores a un universo cultural casi
enteramente europeo. En un párrafo de su autobiografía, similar a muchos otros que se
encuentran diseminados en las memorias de sus contemporáneos, Vicente Restrepo evoca
así su gusto precoz por la lectura:
Uno de mis gratos entretenimientos fue siempre la lectura; el primer mueble que
tuve fue un estante para libros. Chateaubriand, César Cantu, Thiers, Madame de
Stael eran mis autores favoritos; igualmente leía con gusto algunos clásicos
españoles. Entre los poetas prefería a Lamartine y a Víctor Hugo 47.
26 Las obras literarias de la época ofrecen interesantes testimonios sobre las lecturas más
frecuentes: es el caso de María, publicada en 1867 por el vallecaucano Jorge Isaacs e
inspirada en sus años de juventud en la hacienda de El Paraíso48. En las páginas de la
novela se citan trece libros pertenecientes a la biblioteca de Efraín, el personaje central.
De esas trece obras, sólo tres autores no son franceses: Shakespeare, Cervantes y el
filósofo católico español Donoso Cortés. Entre las diez obras de autores franceses, muchas
son religiosas: la Défense du christianisme, del conde de Frayssinous (1825), una traducción
del Christ devant le Siécle de Roselly de Lorgues (1835), otra de L'imitation de la Très Sainte
Vierge de Rouville (1766). Chateaubriand (Le génie du Christianisme, Atala) ocupa el lugar
predilecto que los lectores colombianos del siglo XIX siempre le reconocieron. Isaacs
evoca así el efecto benéfico de su lectura en la frágil y delicada María: «Las páginas de
Chateaubriand iban lentamente dando tintes a la imaginación de María. Tan cristiana y
llena de fe, se regocijaba al encontrar bellezas por ella presentidas en el culto católico» 49.
27 Entre las otras obras mencionadas en la novela se encuentran algunas recopilaciones de
textos de finales del siglo XVIII —traducciones de obras como Les Veillées du Château de la
condesa de Genlis y Les Soirées de la Chaumière, de Ducray-Duminil—, o algunas obras
históricas y políticas francesas —De la démocratie en Amérique de Tocqueville, la Galerie
morale et politique de Ségur, o el Journal de Napoléon à Sainte-Hélène—.
28 Otro testimonio valioso es brindado por el diario de lectura de un joven liberal, Tomás
Cuenca, que conserva los comentarios de sus lecturas hechas entre 1858 y 1860 50. El
estudio de ese diario revela varias tendencias interesantes. En primer lugar, casi todos los
libros mencionados son de autores europeos. Los libros de autores franceses representan
un 80% del total. Así, de cuarenta y seis libros, treinta y siete son de autores franceses,
tres de autores italianos (Cesare Cantú y Silvio Pellico), tres de autores ingleses (Bacon,
Robertson y Bentham), uno de Goethe, y, única excepción a la preeminencia europea, un
libro del norteamericano Fenimore Cooper sobre Cristóbal Colón. En segundo lugar, la
importancia de obras religiosas francesas (cinco de cuarenta y seis, es decir un poco más
del 10%) es digna de interés, si se tiene en cuenta que Cuenca pertenece a la joven guardia
liberal: allí aparecen Bossuet, Auguste Nicolas, dos obras de Lamennais, una historia de
los jesuitas de Crétineau-Joly, y una biografía de Lamennais por el padre Gerbet. Dos obras
de Joseph de Maistre y una de Bonald, adalides del pensamiento tradicionalista francés, se
cuentan también entre los libros leídos por Tomás Cuenca durante esos dos años.
Obviamente, la defensa del absolutismo y del papado emprendida por de Maistre indigna
a Cuenca:
Maistre defiende a despecho de la historia i de la moral todos los crímenes, todas las
iniquidades que han venido de la Iglesia: O! Ceguedad! Llega hasta disculpar las más
grandes iniquidades de los más culpables Pontífices51.
29 Sorprende, sí, la poca presencia de lecturas socialistas o utópicas frente a esta
considerable presencia de literatura religiosa y tradicionalista francesa: Cuenca lee una
67
explicación del sistema societario de Fourier y la Historia de diez años de Louis Blanc, nada
más. Por lo demás evoca el proudhonismo a través de las opiniones sobre el tema de los
políticos conservadores Guizot y Eugène de Mirecourt. Las lecturas históricas, políticas,
económicas y jurídicas se nutren de varias fuentes: Guizot, Cantú, Robertson, Talleyrand,
Bastiat, Bentham. La novela histórica es representada por Dumas, Scribe, Cooper. La
ficción denota un fuerte gusto por lo romántico, donde se mezclan los precursores —
Bernardin de Saint-Pierre, Goethe, Madame de Staël— y, por supuesto, los principales
representantes del género: Chateaubriand, Lamartine, Víctor Hugo. En fin, la abrumadora
presencia de obras del siglo XIX demuestra la «actualidad» de la lectura de obras
europeas: de un total de cuarenta y seis obras, sólo seis son anteriores al siglo XIX.
Tomás Cuenca.
Galería de Notabilidades Colombianas, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
30 Así, en la Colombia de las décadas de 1850 y 1860, el universo de la lectura sigue siendo un
universo casi exclusivamente europeo. El proceso de creación de una literatura nacional,
que comienza a ser tangible en los años sesenta, llevará a reducir paulatinamente el peso
de Europa en las lecturas de los colombianos. Una sorprendente homogeneidad aparece
en las lecturas de los actores del debate público, y sugiere un universo literario que varía
poco en función de las adhesiones partidistas: los radicales leen los autores
ultramontanos, de igual modo que los conservadores leen los grandes éxitos del
romanticismo republicano.
llegan al país, pero en cantidades limitadas: están destinados ante todo a políticos
ilustrados y a publicistas que los necesitan para la redacción de sus propios periódicos. El
público en general casi no tiene acceso a ellos. Así, aunque la prensa europea influya en
forma decisiva sobre el debate público, mediante artículos traducidos al español
publicados en los periódicos colombianos, su difusión «material» en el país es muy baja:
son muy pocos los distribuidores comerciales de periódicos europeos en Colombia 52. Sólo
la prensa europea destinada específicamente a la América hispánica, alcanza una difusión
amplia en el país.
32 Ésta constituye un conjunto bastante heterogéneo de empresas periodísticas europeas
que difunden, desde el Viejo Mundo —París, Londres, Madrid— hacia el Nuevo, periódicos
redactados en español y adaptados a priori a los intereses de los lectores
hispanoamericanos, pero con distintos trasfondos ideológicos.
33 Varias de esas publicaciones perpetúan la gran tradición de los periódicos
independentistas hispanoamericanos publicados en Londres como El Repertorio Americano
de Andrés Bello. Es el caso, en cierta medida, de El Español de Ambos Mundos, fundado en
Londres en 1860 por un periodista chileno y dos liberales españoles. José María Samper
publica en ese periódico una serie de artículos que vuelve a publicar en 1861, en París,
bajo el título de Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas
colombianas, la obra emblemática del liberalismo radical colombiano. A pesar de inclinarse
por una victoria conservadora en Colombia53, El Español de Ambos Mundos es un periódico
sospechoso en Europa: figura en la lista de las publicaciones extranjeras cuya circulación
es prohibida en Francia por la censura imperial54. Otros periódicos se imponen como
instrumentos de propaganda hispánica destinada al Nuevo Mundo, sea en su versión
conservadora y ultramontana —es el caso de Altar y Trono, publicado en Madrid a partir de
1857—, o en su versión liberal, con periódicos como La América, Crónica Hispano-Americana,
órgano de los liberales españoles lanzado en Madrid el mismo año. El Eco Hispano-
Americano, publicado desde 1854 por el español José Segundo Flórez, busca ante todo
promover allende los mares la política «latina» de Napoleón III.
34 Numerosos españoles se encuentran entre los colaboradores de esos periódicos, pero los
dueños de los periódicos parisinos son casi todos editores franceses que buscan sacar
provecho de su inversión. Los hispanoamericanos por su parte, durante las décadas de
1850 y 1860, todavía no están muy presentes en la prensa destinada a sus países natales,
aunque el nombramiento en 1860 del publicista colombiano José María Torres Caicedo,
como principal redactor del Correo de Ultramar ofrece un buen ejemplo de cómo un
periódico, originalmente europeo, puede llegar poco a poco a americanizarse. Habrá que
esperar en todo caso la década de 1870 para que se consolide en Europa una verdadera
corriente de prensa hispanoamericana, en manos de hispanoamericanos y, en la mayoría
de los casos, portadora de un mensaje liberal y continentalista55.
35 Los periódicos publicados en Londres, París, Madrid o Nueva York56 destinados a la
América hispánica, constituyen la mayor parte de las publicaciones extranjeras vendidas
en Colombia. Puesto que no existen, en la mayoría de los casos, cifras de tiraje y de
distribución de dichos periódicos en los diferentes países, resulta difícil evaluar su
difusión. Las listas de los distribuidores comerciales de estos periódicos sugieren sin
embargo una difusión bastante amplia. Así, en 1870 en Bogotá, la agencia distribuidora
Medina Hermanos vende los siguientes periódicos extranjeros: L'Indépendance Belge, La
Moda Elegante Ilustrada, La Ilustración Española y Americana, y El Correo de Ultramar 57. Los
periódicos extranjeros vendidos en el almacén de Venancio A. Calle en Medellín son El
69
América hablen de ella ahora como si esta gloria fuera todavía la más esplendorosa
del viejo mundo!75
50 La difusión de un imaginario europeo más allá de los círculos cultos refleja la intensa
actividad de divulgación emprendida por los intermediarios nacionales: publicistas,
clérigos, maestros y políticos. Una actividad de divulgación que, si por un lado colma la
ambición civilizadora de esos ilustrados letrados, responde por el otro a las exigencias de
la lucha política. La repentina aparición del pueblo, durante la revolución liberal, como
actor ineludible en la escena política, contribuye a ampliar el espectro del debate político,
obligando a las diferentes fuerzas políticas a catequizar el pueblo para ganar su apoyo. El
surgimiento de una nueva competencia alrededor del control del pueblo constituye el
motor más eficaz de divulgación de la argumentación política europea. La difusión
cultural sólo existe en tanto sea necesaria políticamente; en la Colombia de mediados de
los cincuenta, la voluntad de controlar la plebe, que aparece como demasiado
manipulable por el adversario, explica la masiva difusión de los argumentos importados
de la civilización, en su versión liberal o conservadora76. La comprensión de los
mecanismos de difusión de las referencias europeas exige que se reconozca el papel
fundamental desempeñado por los intermediarios nacionales.
un grupo de literatos bogotanos a partir del modelo del Liceo Español creado en Madrid
en 1837, se atribuye una misión eminentemente patriótica:
Esta corporación que tiene por objeto metodizar entre sus miembros el estudio,
mediante la distribución del trabajo, consagrando sus esfuerzos a la propagación i
desarrollo de las ciencias, de la literatura, de los trabajos industriales, i de las bellas
artes, brindando estímulo a todos los talentos, abriendo campo a sus
manifestaciones i encaminada con perseverancia a fundar en su seno la base de una
futura Academia Nacional, que llene en la Nueva Granada los altos fines de un
instituto semejante80.
54 La ambición patriótica del Liceo Granadino se puede leer en su composición bipartidista.
Entre los liberales se encuentran José María Samper, Santiago Pérez, Medardo Rivas,
Ricardo Becerra, y Joaquín Pablo Posada, ex redactor del periódico El Alacrán; entre los
conservadores están José Joaquín Ortiz, Lázaro María Pérez, Mario Valenzuela, Venancio
Ortiz, Carlos Holguín y José María Vergara y Vergara. El mismo equilibrio aparece en la
conformación de la Academia Nacional que, fundada en el seno del Liceo con el fin de
consagrarse a «la propagación i desarrollo de las ciencias, bellas artes, literatura, trabajos
industriales, i mui especialmente a la creación de nuestra Historia i estudio de la lengua
nacional»81, reagrupa de igual forma a liberales y conservadores: durante un año la
Academia revivirá el ideal de la primera Academia Nacional, fundada en 1826 por
Santander.
55 La prematura desaparición del Liceo Granadino y de la Academia Nacional no impedirá la
perpetuación de su espíritu literario, patriótico y apolítico82. El Mosaico, círculo literario
que comienza a reunirse en Bogotá a partir de 1858 con los mismos miembros encarna la
continuidad del Liceo. Luego de una interrupción entre 1861 y 1864, las reuniones de El
Mosaico vuelven a retomarse bajo el impulso de José María Samper, de regreso en
Colombia luego de su permanencia en Europa y Perú. En 1870, El Mosaico sigue en pie:
una semana después de su llegada a Bogotá, José María Gutiérrez de Alba es invitado por
Samper a una de sus reuniones. Samper le explica así el principio de la tertulia:
Años há que diez, doce o más de mis amigos, acostumbrados a venir siempre los
sábados por la noche a esta su casa, a pasar cuatro o cinco horas en franca y cordial
conversación, ocupándose principalmente en lecturas e improvisaciones literarias y
artísticas; sin perjuicio de hablar de todas las cosas y de algunas otras. Esta reunión
se ha llamado «El Mosaico», a causa de su composición personal; pues a ella
concurren caballeros de diversos matices políticos, religiosos y literarios, que
armonizan perfectamente83.
56 En 1871, en fin, bajo el decisivo impulso de José María Vergara y Vergara, quien viaja a
Madrid con este propósito, la Academia Colombiana recién creada es reconocida por la
Real Academia Española: durante varios años perpetuará la tradición apolítica de los
círculos literarios bogotanos84.
La prensa nacional
podría sugerir que el oficio de traducción que incumbe a los periodistas colombianos es
apenas secundario. Sin embargo, el análisis de los circuitos de difusión de la información
demuestra todo lo contrario: en la mayoría de los casos, los colombianos se ven obligados
a hacer ellos mismos la traducción de los textos europeos que desean publicar en sus
periódicos. En efecto, los barcos que llegan a Colombia con paquetes de periódicos y
revistas parten de Saint-Nazaire o de Southampton. No existen enlaces marítimos
directos con España y tratar de proveerse de noticias europeas a partir de los periódicos
españoles no es muy viable; éstos apenas complementan los periódicos franceses e
ingleses que los periodistas reciben regularmente. A excepción de la prensa hispánica e
hispanoamericana de París, Londres y Madrid, que evita las penas de la traducción, la
información llega a Colombia a través de los periódicos franceses o ingleses. Su
publicación en el país requiere por lo tanto que se traduzcan.
59 Las traducciones hechas en Colombia abarcan ampliamente el campo de la producción
intelectual europea. Muchos traducen del francés, los que traducen del inglés son un poco
menos numerosos y son pocos los que traducen del alemán85. Entre las obras traducidas se
encuentran obras de economía, de filosofía política y de moral —Samuel Smiles, George
Sidney Camp, Hyppolite Taine, etc.— y literatura religiosa europea. Después de Juan
Antonio Marroquín, quien a principios de los años cincuenta traduce el Compendio de
catecismo de perseverancia de Gaume, el periodista católico José Joaquín Ortiz publica en
1865 un Testimonio de la historia i de la filosofía acerca de la divinidad de Jesucristo, sacado de
Cantú, Nicolás i Gaume. La polémica que surge tras la publicación de la Vida de Jesús
desencadena una ola de traducciones de obras francesas escritas por los detractores de
Renan como la Respuesta a la Vida de Jesús de M. Renan de Auguste Gratry, publicada en
1865, o la traducción del Jesucristo del padre H. Didon hecha por José Vicente Concha,
empleado de la Librería Americana de Miguel Antonio Caro y futuro presidente de la
República. Por otra parte, la poesía francesa o inglesa, la novela folletinesca y el teatro,
encuentran muchos traductores, sobre todo en la capital, pero también en las principales
ciudades del país. En 1864, Camilo A. Echeverri traduce Lucrecia Borgia de Hugo; Aníbal
Galindo e Ignacio Gutiérrez Ponce, apasionados por la poesía inglesa, publican
traducciones de Milton y Byron. En Medellín, la obra francesa Fe, Esperanza i Caridad,
traducida por Emiliano Restrepo Echevarría es representada dos veces en 1856. En Bogotá,
José Leocadio Camacho, incansable defensor de la causa de los artesanos y gran impulsor
de la educación de las masas urbanas, traduce obras de Dumas, Girardin y Félix Pyat para
las representaciones populares del teatro La Gallera.
60 Como consecuencia de este intenso movimiento de traducción comienza a perfilarse una
nueva vertiente en la incipiente literatura nacional: las novelas y los dramas de temática
europea. La Revolución Francesa y el Primer Imperio francés brindan innumerables
episodios con los que se ejercitan los escritores colombianos. Felipe Pérez escribe una
obra titulada Carlota Corday; Jorge Isaacs, María Adrian o los montañeses de Lyon; Adriano
Scarpetta lleva a las tablas un drama situado durante la ocupación de Madrid por las
tropas de Ney, y que lleva el elocuente título de El Cadalso no deshonra, inmortaliza. Obras de
Víctor Hugo —como Amy Robsart, en versión de Jorge Isaacs— y otras más, son igualmente
adaptadas.
61 Si el trabajo de traducción resulta fácil para los más experimentados en el manejo de
lenguas extranjeras, gracias por lo general a sus años de permanencia en Europa, aquellos
que carecen de práctica se encuentran a menudo en serias dificultades: «He traducido
todo el artículo de La Revue Critique para La Industria; pero temo que algunas frases de la
76
mundo, pagándole veinticinco pesos mensuales»89. En 1858, El Tiempo publica los artículos
en contra del Segundo Imperio francés, que desde Londres envía un tal Pauli, hijo de un
italiano y una española, empleado en la fábrica de las famosas pastillas Holloway 90. Otros
ejemplos son las correspondencias de La América de Bogotá, enviadas durante el año de
1872 por un periodista de la Ilustración Hispano-Americana, o incluso las de Colombia
Cristiana, escritas en 1892 por el cónsul de Colombia en Barcelona Antonio Rubió y Lluch.
65 L'Univers, que se impone rápidamente como periódico de referencia para la prensa
católica colombiana, ofrece correspondencias redactadas específicamente para el público
colombiano. En 1873, Miguel Antonio Caro se dirige al periódico de Louis Veuillot para
enriquecer el suyo —El Tradicionista, fundado en 1871— con una revista de Europa.
Accediendo a la solicitud de Caro, Veuillot le encarga a uno de sus redactores, un tal
Rastoul, que le envíe al publicista colombiano, dos veces al mes, un análisis de la
actualidad europea. La colaboración de L'Univers, no sólo es fuente de prestigio, sino que
aparece como prueba de ortodoxia: «Baste decir que El Tradicionista está en un todo de
acuerdo con las opiniones de L'Univers» escribe entonces Miguel Antonio Caro91.
66 La búsqueda de corresponsales extranjeros por parte de los redactores de periódicos
ávidos de legitimidad transatlántica, comienza a convertirse incluso en objeto de burla.
Así, en 1849, el periódico satírico El Alacrán publica la lista, evidentemente ficticia, de sus
corresponsales en Europa: Lamartine en París, Narváez en Madrid, Louis-Philippe en
Londres y Radetzki en Viena. Joaquín Pablo Posada agrega: «No hemos tenido tiempo para
establecer otras ajencias pero esta dificultad será mui pronto allanada, pues esperamos
noticias de nuestros corresponsales que deben llegarnos mui pronto»92. En el cuarto
número del periódico se publican falsas felicitaciones, supuestamente dirigidas a los
redactores de El Alacrán, por parte del Illustrated London News, del Times y de la Démocratie
Pacifique de París93.
67 A partir de la década de 1860, la expansión del viaje a Europa comienza a permitir que los
corresponsales europeos sean reemplazados por compatriotas, cuya visión periodística es
más pertinente, más familiar, y más adaptada al público nacional; al nacionalizarse, el
discurso sobre Europa se va a volver también cada vez más polémico94.
68 La multiplicación de las referencias a Europa se afirma por lo tanto como un fenómeno
nacional, animado por actores nacionales: lejos de ser únicamente el producto de un
movimiento de difusión unilateral, organizado desde Europa con un propósito consciente
de propaganda, la referencia europea se va constituyendo en un fenómeno indisociable
del proceso político interior, de la elaboración de proyectos de construcción nacional y,
más generalmente, de las tensiones, estrategias y conflictos que acompañan la búsqueda
del poder.
NOTAS
1. Cf. capítulos 4, 5 y 6.
2. Cf. capítulo 1, «Los límites de la modernización del Estado», capítulo 7, «Nuevas iniciativas,
nuevas decepciones» y capítulo 9, «La esperanza frustrada de una inmigración católica».
78
creían candorosamente conocer estos autores a través de esas traidoras traducciones, aunque
Lamartine les resultara inferior a Forero Salazar, Víctor Hugo a Don Peregrino Sanmiguel, Renán
escasamente equivalente al doctor Ledesma y Taine a Constancio Franco». L. García Ortiz, «Las
viejas librerías de Bogotá», Conversando..., Bogotá, Kelly, 1966, pp. 278-279.
38. Cf. capítulo 5, «La ʹdiplomacia tipográficaʹ: libros y periódicos en Europa».
39. L. Rivera Garrido, De América a Europa, Palmira, Imprenta de Materón, 1875, pp. 22-23.
40. Esas cartas, cuyo autor se desconoce por no llevar firma, se conservan en el fondo Sergio
Arboleda, ACC.
41. En una carta de 1881, Vicente le recuerda a Próspero que espera su envío de libros de
monseñor Dupanloup. Cf. carta de Vicente a Próspero Restrepo, Bogotá, julio 20, 1881, BPP, FR.
42. Cf. cartas de R. Núñez a T. C. de Mosquera, El Havre, julio 7, 1866, ACC, FM, D48899, y Villiers,
junio 4, 1869, ACC, FM, D51723.
43. Carta de R. Núñez a T. C. de Mosquera, París, febrero 11, 1866, ACC, FM, D48898. Cf. también
carta fechada en El Havre, julio 4, 1869, ACC, FM, D51724, en la que le anuncia que va a enviarle el
último libro de Renan, y la carta fechada en Liverpool, abril 17, 1874, ACC, FM, D56042,
acompañando su envío con El anticristo de Renan.
44. Carta de J. M. Groot a M. Ospina, Bogotá, abril 6,1867, FAES, AMOR/C/ 14, f. 33.
45. Es el caso, por ejemplo, de José Manuel Rivas Groot, quien en 1886 publica un método titulado
El inglés al alcance de los niños. O también de César Guzmán, especialista en gramática inglesa.
46. Cf. capítulo 4, «La vida europea de los viajeros colombianos».
47. V. Restrepo, op. cit., p. 28.
48. Jorge Isaacs, María, Madrid, Cátedra, 1993. El realismo autobiográfico de la novela permite
atribuirle relativa fiabilidad a la evocación de las lecturas favoritas de María y Efraín.
49. Ibíd., p. 78.
50. Tomás Cuenca, Diario de lectura, BLAA, Mss. 5.
51. Ibíd., p. 92.
52. En 1867, Francisco Ramírez Castro y Lázaro María Pérez aparecen como los dos únicos
agentes distribuidores de periódicos extranjeros en Bogotá. Cf. J. M. Vergara y Vergara,
Almanaque de Bogotá y guía de forasteros, Bogotá, Gaitán, 1866.
53. Carta de J. M. Samper a T. C. de Mosquera, París, octubre 30, 1861, ACC, FM, D40892.
54. ANP, F18 550, «Journaux étrangers introduits en France, 1850-1886».
55. Cf. capítulo 5, «Sociedades científicas, academias, congresos».
56. Luego de París y Londres, Nueva York es otro gran centro editorial para la prensa
hispanoamericana. Durante el siglo XIX, periódicos como El Noticioso de Ambos Mundos, El Revisor,
La América, El Latino-Americano, El Progreso, La Revista Ilustrada de Nueva York y Las Tres Américas,
circulan en las colonias hispanoamericanas de la ciudad y, más allá, en Hispanoamérica en
general.
57. La Ilustración, Bogotá, abril 23, 1870.
58. Boletín Industrial, Medellín, septiembre 15,1873, p. 12.
59. L. Rivera Garrido, op. cit., p. 208.
60. N. Tanco Armero, Recuerdos de mis últimos viajes. Japón, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra,
1888, p. 193.
61. Cf. sobre la polémica entre Torres Caicedo y los dirigentes liberales, Las cartas cruzadas entre el
Señor Manuel Murillo i el Jeneral José Hilario López i la réplica del Señor José María Torres Caicedo, s.f.
[1858].
62. El Correo de Ultramar, París, marzo 22, 1860.
63. Ibíd.
64. Carta del prefecto de policía al ministro del Interior de Francia, 14 de marzo de 1867, ANP,
F18 550, «Journaux étrangers introduits en France, 1850-1886».
65. Ibid.
80
66. Citado en F. Gambrelle, Publier à Paris sous le Second Empire: l'apostolat de journalistes espagnols
d'inpiration comtiste, Université de Paris I, 1990, p. 10.
67. Artículo de El Eco de Ambos Mundos de 1852, citado en ibíd.
68. La Ilustración Hispano-Americana, París, octubre 15, 1857.
69. La América. Crónica Hispano-Americana, Madrid, marzo 8, 1859, p. 1.
70. El Catolicismo, Bogotá, enero 29,1856.
71. Ibíd.
72. Altar y Trono, Madrid, mayo 5, 1869.
73. Cf. J. Jaramillo Uribe, op. cit., 171.
74. Como Claudio Véliz lo sugiere: «Aunque ni el artesano ni el trabajador manual urbanos
podían tomar el té en vajilla de plata inglesa ni comer en platos de porcelana francesa, pudieron
abrazar las ideas políticas francesas y los principios económicos ingleses». C. Véliz, La tradición
centralista de América latina, Barcelona, Ariel, 1984, p. 179.
75. E. Reclus, op. cit., La Revue des deux Mondes, París, diciembre 1°., 1859, pp. 657-658
76. En su artículo sobre la politización de la sociedad colombiana en el siglo XIX, Malcolm Deas
señala la fuerza de difusión que tenían las noticias en un país marcado, no obstante, por una gran
fragmentación regional: «Hay intercambios más o menos continuos, y por donde pasa el
comercio pasan las noticias: poco comercio todavía puede traer mucha noticia» (p. 185). «No
sabemos mucho sobre tiraje y redes de distribución, no hay estadísticas de circulación de la
prensa hasta los años recientes. Tirajes reducidos, distribución provinciana, precio relativamente
alto; claro que por lo tanto en el campo no llegaba sino a los pocos letrados. Sirve como arma [...]
Se leía en voz alta. Por lo menos desde 1849 existe una prensa que se dirige a los artesanos y al
pueblo; existe una prensa que unifica la línea clerical; desde el general Santander en adelante,
son pocos los políticos que no cuidan esa arma, y si la cuidan, no la cuidan a causa de una
desinteresada preocupación popular. Tienen en mente determinada audiencia». M. Deas, «La
presencia de la política nacional en la vida provinciana, pueblerina y rural de Colombia en el
primer siglo de la república», Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y
literatura colombianas, Bogotá, Tercer Mundo, 1993, p. 188.
77. Hasta mediados de los años sesenta, Cartagena, sede del Grande Oriente Neogranadino, es el
centro de la masonería colombiana. En 1866, la creación del Grande Oriente de Colombia, con sede
en Bogotá, confedera las numerosas logias de Cundinamarca, Santander y Cauca. Cf. Américo
Carnicelli, Historia de la masonería colombiana, Bogotá, t. 2 (1833-1940), 1975.
78. Boletín Masónico, Bogotá, junio 1°., 1874 y julio 1°., 1875.
79. Ibíd., N°. 20-21, junio, 1876.
80. Liceo Granadino, colección de los trabajos de este instituto, t. 1, Bogotá, Imprenta de Ortiz i
Compañía, 1856, p. 3.
81. Ibíd., p. 207.
82. Uno de sus miembros, Juan Francisco Ortiz, señala en efecto que, pese a su corta existencia,
«raya en milagroso [...] que subsistiera entre nosotros, por un año, una corporación literaria bien
organizada y en vía de progreso, sin recibir el más pequeño auxilio del gobierno ni de los
particulares». J. F. Ortiz, Reminiscencias, Bogotá, Librería Americana, 1914, p. 349.
83. Carta de José María Samper a J. M. Gutiérrez de Alba, Bogotá, mayo 27, 1870, in J. M Gutiérrez
de Alba, op.cit., BLAA, Mss. 506.
84. Cf. capítulo 7, «El nacionalismo en ciernes».
85. Entre los traductores del francés, habría que citar por ejemplo a José Joaquín Ortiz, editor de
El Catolicismo; Ignacio Borda editor de El Hogar o José Belver; del inglés, a Aníbal Galindo, Lorenzo
María Lleras, Diego Mendoza o César Guzmán; del alemán, a Eustacio Santamaría y Aureliano
González Toledo.
81
86. Carta de Luis M. Lleras a R. J. Cuervo de diciembre 17, 1884, citada en G. Hernández de Alba
(ed.) Epistolario de Rufino José Cuervo con Luis María Lleras y otros amigos y familiares, Bogotá, Instituto
Caro y Cuervo, 1969, pp. 144-145.
87. R. M. Taurel, De la question religieuse en France et de la Compagnie de Jésus, Lima, Imprimerie de
Joseph Marie Massias, s.f. [1850], p. 56.
88. Cf. capítulo 1, «La legitimación contra el exterior».
89. J. F. Ortiz, op. cit, pp. 322-323.
90. ANP, F18 550, «Periódicos extranjeros introducidos en Francia, 1850-1886».
91. Artículo de El Tradicionista, de 1873, citado en C. Valderrama Andrade, El Centenario de «El
Tradicionista», Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1972, pp. 17-20.
92. El Alacrán, Bogotá, enero 28,1849, p. 8.
93. Ibid., febrero 11, 1849, pp. 7-8.
94. Cf. capítulo 6.
82
Capítulo 3. Nacionalismo y
cosmopolitismo en la contienda
política (1854-1867)
1 La alianza sellada entre liberales y conservadores para aplastar el gobierno de Melo y los
sectores populares que lo apoyan desemboca en un gobierno de unión nacional que,
durante dos años, reagrupa a políticos de ambos partidos bajo la presidencia del
conservador Manuel María Mallarino. Pero en 1856, la elección del conservador Mariano
Ospina —en las primeras elecciones presidenciales por sufragio universal masculino,
según lo estipulado en la Constitución de 1853— frente a sus dos contendientes, Manuel
Murillo Toro y Tomás Cipriano de Mosquera, conlleva la exclusión de los liberales del
poder central. El alcance de la elección de Ospina, quien durante su mandato busca
restaurar el poder de una Iglesia debilitada por las reformas liberales será, no obstante,
muy limitado debido a un nuevo brote de federalismo. En los dos años que van de 1855 a
1857, Colombia se divide efectivamente en ocho «Estados Soberanos», que llegan a nueve
en 1861 con la creación del Estado del Tolima.
2 Así, en la oscilación entre federalismo y centralismo que caracteriza el siglo XIX
colombiano, el péndulo se inclina nuevamente hacia el federalismo. La Constitución de
1853, al autorizar a cada provincia para tener su constitución propia, había abierto la vía
al federalismo. La oleada de proclamaciones de los Estados Soberanos, iniciada en 1855,
desemboca en 1858 en una nueva constitución que sanciona la organización federal del
país y adopta el nombre de Confederación Granadina.
3 En vista de la evolución posterior del federalismo colombiano es difícil imaginar hasta
qué punto éste pudo entonces aparecer como una opción racional. En vez de violentar a
fuerza de voluntarismo estatal una tradicional tendencia a la autonomía regional —un
voluntarismo que recordaba inevitablemente las veleidades absolutistas de los Borbones
—, la federación se presentaba ante los actores de la época como un compromiso
inteligente entre el poder central y las libertades regionales; como una opción más idónea
que la de un centralismo que buscaba forzar la realidad y someterla a su ideología sin
tener necesariamente los medios para ello, tal como lo había demostrado el fracaso del
neoborbonismo de los años cuarenta. Y obviamente, ejemplos prestigiosos como los
83
Estados Unidos o Suiza abogaban por el modelo federalista, que los liberales venían
defendiendo desde años atrás. Pese a que la forma federal no era parte del ideario
conservador, los conservadores terminan aceptándola también, sobre todo una vez que el
gobierno de la Unión vuelve a pasar a manos liberales.
4 En 1859, el probable apoyo dado por Ospina a un levantamiento conservador contra el
gobierno radical del Estado de Santander, dirigido por Murillo Toro, brinda a Mosquera,
entonces presidente del Estado de Cauca, el pretexto para romper con el gobierno de la
Unión y organizar la insurrección. Luego de dos años de guerra civil, su victoria, el 18 de
julio de 1861, devuelve el poder político a los liberales, con quienes Mosquera se va a
asociar a partir de entonces. En los años comprendidos entre 1861 y 1867 no sólo prosigue
el proyecto liberal (con la tercera expulsión de los jesuitas, el cierre de numerosos
conventos, la venta de los bienes de la Iglesia, la consagración de las libertades de prensa
y de palabra, la abolición de la pena de muerte y la reducción del ejército), sino que
aparece una creciente tensión, en el seno del liberalismo, entre los radicales —un
calificativo que reemplaza el de gólgotas, en desuso después de 1854— y los mosqueristas.
Esta lucha latente desemboca en 1867 en un conflicto abierto cuando Mosquera da un
golpe contra el congreso radical, lo que lleva a su destitución, su juicio y su exilio por tres
años1.
5 Los conservadores, excluidos del poder central y debilitados por el exilio de varios de sus
dirigentes —Bartolomé Calvo, Pedro Alcántara Herrán, Leonardo Canal, los hermanos
Ospina, quienes huyen a Guatemala luego de su presidio en el fuerte de Bocachica, e
Ignacio Gutiérrez Vergara, exiliado en España— emprenden una lenta reconquista del
poder regional. El levantamiento de los conservadores en Antioquia en 1864 lleva a Pedro
Justo Berrío al poder, en el que permanecerá hasta 1875, convirtiendo ese Estado en
inexpugnable bastión del conservatismo colombiano. Tolima en 1867 y Cundinamarca al
año siguiente pasan, así mismo, a manos de los conservadores —por muy poco tiempo en
Cundinamarca, ya que el presidente de la Unión, el liberal Santos Gutiérrez, encuentra
rápidamente un pretexto para destituir a Ignacio Gutiérrez Vergara—.
6 Después de las presidencias de Mallarino (1855-1857) y de Ospina (1857-1861),
rápidamente debilitados por la indisciplina de los Estados, el predominio vuelve a los
liberales a pesar de la constante tensión que enfrenta a mosqueristas y radicales. Aunque
unánimemente hostiles a la política gubernamental de extensión de las libertades
públicas y de debilitamiento de la Iglesia, los conservadores se muestran, durante los años
sesenta, como un grupo dividido y desorganizado, al que ni siquiera la solidez del
gobierno de Berrío en el Estado de Antioquia alcanza a reforzar. El conservatismo de esos
años se caracteriza por la voluntad de superar las rivalidades regionales y de reagrupar
las fuerzas disgregadas por la federación, con el fin de reconquistar el poder central.
7 La organización federal del país, establecida reiteradamente por las Constituciones de
1858 y de 1863, constituye evidentemente un serio obstáculo para la realización de
cualquier proyecto estatal. El juego político de los nueve Estados, que conlleva una mezcla
de negociaciones y de violencias políticas, reduce las posibilidades de intervención del
Estado central, el cual cuenta con un margen de maniobra particularmente limitado. La
vida política va a desplazarse en cierta medida hacia el mosaico de experiencias políticas
que conforman la vida pública de los diferentes Estados Soberanos.
8 En este contexto, los ejemplos de la política europea, más que modelos de construcción
nacional, van a suministrar, sobre todo, fórmulas y líneas divisorias que, a pesar de ser
esencialmente retóricas, terminan desempeñando un papel fundamental en la lenta
84
12 El ideal del progreso se impone en primer término como un rasgo común de la cultura
política nacional, en su versión liberal o conservadora. Ese anhelo de progreso se expresa
a menudo en la curiosidad unánime respecto de lo que sería una Colombia modernizada.
Así por ejemplo, al evocar sus sueños ante los espléndidos paisajes de los Andes
colombianos, el conservador Juan Francisco Ortiz escribe:
85
¡Qué de veces prolongaba mi paseo hasta la cumbre de un cerro que llaman Pan de
Azúcar, por la forma cónica que ostenta; y en aquel magnífico belvedere que
domina los verdes llanos de Mariquita, el Tolima coronado de perpetua nieve, el
páramo del Ruiz y el curso del caudaloso Magdalena, que fecundiza esos campos
ubérrimos, llenos de tabacales y de plantaciones útiles, me ponía a cavilar lo que
serían, con el andar del tiempo y con la paz, una vez que penetre en ellas el
elemento europeo con los pasmosos adelantos del presente siglo! 5.
13 Unos años más tarde, en 1873, el periodista liberal Adriano Páez escribe a su madre
después de visitar la Exposición Universal de Viena:
Es de sentir que no hubiéramos nacido dos o tres siglos más tarde. Entonces la
civilización habrá transformado en ciudades las selvas del Meta, del Orinoco y del
Amazonas. Calcula como será una Exposición Universal, en el siglo XXII, bajo el cielo
americano!6
14 Otra convicción común entre los dirigentes políticos es la que asocia ineludiblemente la
modernidad con el librecambio y la libre circulación de bienes, personas e ideas. El ideal
de un libre comercio no sólo económico sino también político y cultural, una vez
descartada la tentación proteccionista encarnada por el movimiento de los artesanos, se
impone unánimemente entre los círculos dirigentes colombianos.
15 En una conferencia que da en el seminario de Popayán en 1857, Sergio Arboleda, uno de
los principales exponentes del conservatismo, explica que la repartición de la producción
a nivel mundial es fruto de la voluntad divina. Ese librecambismo teológico lleva a
Arboleda a reconocer a los cultivos de exportación una prioridad absoluta7.
16 Un librecambio de la imaginación política, reivindicado indistintamente por liberales y
conservadores hace eco al librecambio económico. En 1858, el secretario del Interior, el
conservador Manuel Antonio Sanclemente, quien explica en el Congreso que «ideas,
comercio, descubrimientos, adelantos, ausilios, todo es permutable entre los pueblos» 8,
ofrece un análisis agudo de la internacionalización política que caracteriza el siglo XIX:
Es que los ensayos peligrosos, los desaciertos consumados cercenan provechos de la
comunidad jeneral: que no hai adelantos ni retrocesos indiferentes en este taller de
obreros, en donde el átomo imperceptible que lleva su tributo al fondo social
influye más o menos directamente en bien o en mal de los otros 9.
17 El mayor inconveniente de la universalización de la cultura política, percibido
nítidamente por los dirigentes colombianos, reside en la ineludible y difícil necesidad de
la experimentación política. Comolo explica Mariano Ospina en su mensaje presidencial
de 1858, la forma federal permitirá una aceleración de la experimentación política,
necesaria para alcanzar la civilización:
Las diferentes escuelas políticas que controvierten en la prensa i en la tribuna han
procurado reducir a instituciones, en los Estados en que han alcanzado mayoría, sus
opuestas doctrinas. Si, como es de desearse, se establecen jenuinamente estas
teorías antagonistas, i se las deja obrar el tiempo necesario para que puedan ser
juzgadas por sus efectos, se obtendrá por este medio seguro la más interesante i
fecunda esperiencia, no solo para la Nueva Granada, sino para todas las Naciones de
nuestra raza en América. Cuanto más decidido sea el antagonismo de estas
instituciones, tanto mejor se dejarán conocer sus efectos en el progreso moral,
intelectual i material del país. Si hubieran de ensayarse una en pos de otra en toda
la confederación las diversas teorías que los desocupados caviladores de Europa
lanzan al mundo, i que nosotros acogemos con ardor, la Nación no llegaría a ver
consolidadas sus instituciones en un siglo; pero haciéndose la esperimentación de
muchas i contrarias especulaciones a un mismo tiempo en los Estados, i
contrastando las prácticas opuestas, no se necesitará largo tiempo para que la
86
verdad triunfe, i puestas a un lado las teorías que caigan en descrédito, la actividad
intelijente de nuestra juventud se consagrará a objetos más fecundos para la
prosperidad jeneral10.
18 Esta búsqueda de la modernidad, esta sensación de vivir una era de integración a la
civilización universal —Obando explica a los parlamentarios en 1854 que «un país como el
nuestro que [...] empieza a figurar en el catálogo de las naciones civilizadas...»11—
corresponde con el deseo, tan a menudo expresado, de ver figurar a Colombia como una
república moderna en la escena de las naciones. El discurso político revela una fuerte
preocupación por la opinión de las naciones civilizadas. El problema de la imagen del país
en el exterior sorprende por su recurrencia. En 1861, Ospina, sitiado en la capital por las
tropas insurgentes de Mosquera, lamenta poco antes de la última ofensiva el impacto
negativo de «estas detestables revueltas» sobre la reputación del país12. Unos años más
tarde, el secretario del Interior se lamenta de que «nuestro descrédito, como pueblos
turbulentos, ha ido más lejos que nuestro nombre»13.
ingeniero bogotano José Cornelio Borda muere en la defensa del Callao en 1866, y el
general Melo, exiliado a México y enrolado en las tropas de Juárez, muere fusilado en
Chiapas por el ejército invasor.
23 La tensión con las potencias europeas culmina a mediados de los años sesenta. En 1858,
Mariano Ospina advertía ya en su mensaje presidencial contra ese sentimiento de
superioridad europea, que encubre en realidad una censura al carácter progresista de las
instituciones americanas. Detrás del evidente desprecio se oculta, además, la
determinación de las potencias para impedir que los Estados débiles construyan su
libertad:
La Nueva Granada, como las demás Repúblicas Hispano-Americanas, con alguna
feliz escepción, es mal conocida y peor juzgada en las Naciones poderosas llamadas
a tener frecuentes relaciones con ella. Como se la supone sumida en la barbarie, los
frecuentes cambios introducidos en nuestras instituciones, se juzgan una prueba de
incapacidad para gobernarnos; la adopción y la promulgación de doctrinas miradas
con horror o con desprecio en aquellas Naciones, se tienen por una demostración de
nuestra ignorancia i falta de criterio político i moral; las revueltas i guerras
repetidas que aflijen estos paises se miran como señales inequívocas de desgobierno
i anarquía. De esto resulta que cuando aquí se aclama fervorosamente la rapidez
con qué la República recorre sendas no trilladas de progreso político i de perfección
social, allá nos juzgan caminando a paso acelerado acia [sic] el salvajismo. Para
comprender el desdén que tan desventajosos conceptos inspiran acia [sic] nosotros
en aquellas adelantadas rejiones, llamadas por su alta civilización a dispensar a los
pueblos incipientes la reputación o el descrédito, basta leer, no sólo las
publicaciones superficiales de sus diarios, sino los escritos más serios de la
jeneralidad de sus historiadores i estadistas, para reconocer la deplorable
ignorancia en que se hallan de nuestra reciente historia, del estado i circunstancias
actuales de estos paises, i hasta de su jeografía. Como el aprecio o la desestimación
están en el ánimo de los que juzgan, i no basta a cambiarlos la voluntad de los
juzgados; por errónea e injusta que sea la opinión que de nuestro país se tiene, ella
produce, como si fuera esacta, sus naturales efectos, i nos priva de las ventajas que
un conocimiento mejor de nuestro estado i de sus verdaderas circunstancias
debiera procurarnos17.
24 El despotismo y la arrogancia de Napoleón III exasperan. José Joaquín Borda, un
conservador partidario de Julio Arboleda, y quien unos años más tarde sería acusado por
otros conservadores, partidarios de Herrán, de ser un peligroso fanático de la teocracia,
compone en 1856 un poema en francés a la gloria de los proscritos y de las personae non
gratae del régimen imperial:
Lamartine! Dumas! Hugo! je vous envie,
Vous avez sacrifié les grandeurs et la vie,
Pour le Peuple souffrant
Lamartine! Dumas! Hugo! vaillants athlètes
Prêchant la Liberté, vous avez eu vos têtes
Sous les coups d'un tyran18.
25 La definición republicana de la identidad nacional llega a su apogeo. Todos,
conservadores o liberales, insisten en su convicción republicana. «La República es la
forma política de la actualidad» escribe en Popayán Sergio Arboleda19. Otro periodista
conservador de primer orden, José María Quijano Otero, escribe en su artículo
programático titulado Nuestra bandera que «el partido conservador de Colombia no admite
otro sistema de gobierno que el republicano democrático, representativo, alternativo y
responsable, bajo la forma federal»20. El sentimiento nostálgico de la desaparición de las
tradiciones republicanas americanas por la invasión de costumbres aristocráticas
88
programas, a fin de poder extender lo más posible su base política. Los estrategas
clientelistas que buscan el poder se encargan así de mantener deliberadamente una
situación ambigua, puesto que saben que una formulación demasiado precisa, más que
89
ayudarlos, amenazaría con limitar su margen de acción. Esta falta de claridad, como lo
explica Arboleda, genera incongruencias tales como que se encuentren incrédulos dentro
del partido de los católicos y católicos dentro del partido de los incrédulos. Los dos
partidos, que de igual forma han recurrido a la demagogia, son igualmente responsables
de esa situación:
Ambos partidos tomaron por base de conducta política la alucinación y el engaño,
pretendiendo afirmar la República sobre cimientos de movediza arena. Hablemos
claro: ninguno de ellos ha servido francamente a los principios: su principal interés
ha sido apoderarse cuanto antes del gobierno, confundiendo miserablemente el
medio con el fin27.
31 Esta corriente cuestionadora de los partidos inspira los nuevos círculos literarios y
políticos, como el Liceo Granadino, la primera Academia Nacional y el grupo de El
Mosaico, y crea un espíritu que, aunque eclipsado por la violencia de la guerra civil de
1860-1861, perdurará por largo tiempo, sin llegar jamás a ser dominante. En efecto,
durante el siglo XIX la nación existe menos en el patriotismo culto de la república de las
letras, que en la retórica legitimadora de los partidos enfrentados por el acceso al poder.
El republicanismo ecuménico deberá a menudo silenciarse frente a la guerra discursiva de
los partidos.
grupos que detentan el poder incita a los grupos excluidos a la rebelión armada como
única alternativa para sacar provecho del sistema. A la inversa, quienes están en el poder,
teniendo siempre en cuenta que también pueden ser expulsados y nuevamente privados
de la posibilidad de acceso a los recursos disponibles, buscan aprovechar al máximo las
oportunidades que les da el poder mientras lo tienen en la mano.
36 De allí nacen esas frecuentes combinaciones de cargos públicos con comercios privados.
Cuando la coyuntura política es desfavorable, se abandonan los cargos políticos y todos
vuelven a ocuparse de su otra fuente de ingresos. Los abogados vuelven a sus bufetes, los
maestros a las escuelas, los comerciantes se reinstalan detrás de sus mostradores y los
terratenientes van con mayor frecuencia a pedir cuentas a los mayordomos de sus
haciendas. Los diplomáticos extranjeros de la época, a su llegada al país, suelen
asombrarse de tanto vaivén entre cargos públicos y actividades privadas. En 1884, Lanen,
cónsul general de Francia, escribe así en referencia al nombramiento de Mariano Tanco
en la cartera de Relaciones Exteriores:
El nombramiento del señor Tanco para el Ministerio de Asuntos Exteriores ha
sorprendido al público. Es un negociante que posee una especie de bazar donde se
vende todo tipo de mercancías, vestidos, fósforos, licores, etc., etc. Tenemos por
qué sorprendernos de que el señor Núñez le haya confiado la dirección de las
relaciones exteriores de Colombia28.
37 Este diplomático francés, habituado ya a una rígida separación de funciones, no logra
entender que estar detrás del mostrador de «una especie de bazar» no es en absoluto
incompatible con la capacidad para ejercer el cargo de ministro de Relaciones Exteriores:
una capacidad que Mariano Tanco, rico negociante cosmopolita formado en Europa en
economía política, posee indiscutiblemente.
38 Un cargo oficial puede constituir una vía rápida de ascenso social. No faltan los ejemplos
de hombres públicos de origen pobre o modesto que se enriquecen gracias a un
nombramiento diplomático. Murillo, por ejemplo, oriundo de un pueblo tolimense, es uno
de ellos; o incluso Rafael Núñez, hijo de un modesto oficial de Cartagena, quien se
enriqueció —aunque moderadamente— gracias a la obtención de los dos cargos
consulares más lucrativos de Colombia: El Havre y Liverpool. Sobre todo, el estar cerca de
los círculos dirigentes permite el acceso a las oportunidades económicas que sólo abre el
poder político. Las oportunidades de enriquecimiento van de la compra de tierras a bajo
precio a raíz de la abolición de los resguardos indígenas o de la venta de las tierras del
clero, cuyos precios bajan vertiginosamente una vez que los compradores son
amenazados de excomunión, al beneficio personal sacado del manejo de la deuda en
Inglaterra, de las comisiones pagadas por la compra en Europa de armamento, uniformes
o material educativo solicitados por el gobierno o, durante la Regeneración, de las
emisiones clandestinas del papel moneda.
39 Así, para aquellos de origen modesto o «emergente», y que tienen la suerte de ascender
en la pirámide social, el acceso al poder político se plantea en términos de búsqueda de
ventajas y consolidación de su posición social. Pero para quienes corrieron con la suerte
de nacer en las capas privilegiadas de la sociedad, el acceso al poder significa por lo
general, más que la oportunidad de ganar, la esperanza de no perder. Para ellos, el
objetivo no es tanto el ejercicio directo del poder político, que casi siempre se delega a
personas de extracción más modesta, sino la perspectiva de mantener buenas relaciones
con el gobierno.
91
40 En efecto, el Estado colombiano es a lo largo del siglo XIX un Estado expoliador. Las
revoluciones justifican los préstamos forzosos —el término es, evidentemente, un
eufemismo ya que la esperanza de que se reembolsen es más que ilusoria—, las
expropiaciones y todo tipo de expoliación. Los reclutamientos forzados de campesinos,
característicos de las guerras civiles, despojan al campo de la fuerza laboral útil a los
terratenientes. La historia colombiana de la segunda mitad del siglo XIX ofrece
innumerables ejemplos de contribuciones forzosas. Luego de las instauradas por el
gobierno de Meló en 1854, el alzamiento de Mosquera contra Ospina a principios de los
sesenta da lugar a numerosas expropiaciones arbitrarias. En los archivos personales de
Luis María Cuervo, hijo de Rufino Cuervo y rico hacendado conservador de la Sabana de
Bogotá, se conservan las numerosas cartas que los representantes del nuevo poder le
envían en 1862 solicitándole con respeto pero también con firmeza, les fueran
entregados: primero caballos, al día siguiente ganado y más adelante, carretas29. La
resistencia de los hermanos Arboleda —propietarios de algunas de las haciendas más ricas
del país en los alrededores de Popayán— a los ejércitos de Mosquera, justificará su
expropiación total en 186530. En 1885, la guerra dirigida por las fuerzas del gobierno
contra la insurrección liberal será esencialmente financiada con las contribuciones
forzosas impuestas a los ricos liberales pacifistas31. Numerosos políticos advierten
claramente este círculo vicioso. En 1858, Mariano Ospina explica el vínculo existente
entre penuria y expoliación: «Cuanto más reducido es un Estado político, tanto más se
presta a la formación de pandillas, que por el fraude o la violencia usurpan los Poderes
públicos, i se mantienen luego en ellos por la persecución i la fuerza»32.
41 Trece años más tarde, el radical Felipe Zapata, secretario del Interior de Eustorgio Salgar,
denunciará con admirable lucidez, en un análisis de los males del federalismo presentado
al Congreso en 1871, el círculo vicioso de las revoluciones políticas:
El decreto de un cabecilla de revolución que exige contribuciones forzosas,
desiguales i enormes a los propietarios pacíficos; la violencia que se hace a los
ciudadanos desvalidos para obligarlos a cometer el delito de turbar el orden
público; las prisiones arbitrarias; las prohibiciones i gravámenes al comercio de
otros Estados, i la larga serie de atentados que se cometen en cada movimiento
local, son hechos que se repiten frecuentemente33.
42 Los poderosos, los propietarios, también pierden en este juego. Sin embargo sus pérdidas
son a menudo pasajeras, mientras que para las «grandes masas populares» que evoca
Zapata, el perjuicio es por lo general irreversible:
Ellos [«labriegos pacíficos», «humildes trabajadores»] no saben quién gobierna, ni
se curan de ello; pero sí son enemigos de la guerra, porque ésta como todas las
plagas que caen sobre la especie humana, se ceba en los desgraciados; porque para
ellos la guerra es la falta de trabajo i de pan; el robo de sus animales; la destrucción
de sus labranzas; la fuga i el abandono de sus casas, la prostitución de sus familias;
la orfandad, la mutilación, la mendicidad i la muerte. ¿Qué les importa a las masas
populares quién gobierna ni cómo se gobierna, si ninguna situación política
ahuyenta la miseria de sus hogares, ni disipa la oscuridad de sus almas? Ante el
derecho revolucionario las masas populares no significan nada; son materia inerte i
contribuyente; verdadera carne de cañón; brazos para el lazo del recluta, espaldas
para la vara del cabo34.
43 La cabal comprensión de ese círculo vicioso —que por lo general ocurre cuando los
dirigentes, después de haberse beneficiado del sistema, se convierten repentinamente en
sus víctimas— lleva a los más sagaces a reconocer que las críticas provenientes de las
naciones civilizadas, aunque ambiguas y llenas de prejuicios, tienen un fondo de verdad.
92
Así, en 1869, José María Samper, cada vez más marginado por el poder radical, escribe con
amargura a Mosquera desde París:
Al hallarme ahora en Europa, he tenido muchas ocasiones de avergonzarme y
afligirme, a causa del mal concepto en que se halla por acá nuestra patria, como
país inseguro, sin estabilidad, sin cordura en su política; y esto me ha hecho
hacerme cargo de muy dolorosas verdades35.
44 Samper explica que su carrera política fue frustrada por su voluntad de no
comprometerse con los radicales y que él trabaja para garantizarle la tranquilidad a sus
hijas pero que «todo es en balde, pues las revueltas políticas me dejarán en la miseria»36.
La historia le dará la razón antes de que la Regeneración le permita recuperar su posición
política y social: acusado por el gobierno radical de haber incitado a la rebelión
conservadora de 1876 verá su periódico cerrado, su imprenta confiscada y se exiliará por
unos meses en Venezuela.
45 Sin embargo, la lucidez y la denuncia resultan impotentes ante la descomunal fuerza del
sistema. Lo que predomina es la lógica del conflicto por el poder, haciendo inútiles los
esfuerzos por reducir la violencia, e irrisorias las escasas tentativas de conciliación entre
los partidos. Los períodos de tregua, como lo expresa con pesimismo Sergio Arboleda,
dependen de la buena voluntad pasajera de los dirigentes: «no hay más garantías que las
que da acaso el buen carácter de tal o cual de los gobernantes»37.
46 La lógica implacable de la competencia por el poder político contribuye así a la definición
de proyectos nacionales antagónicos que sin embargo tienen originalmente mucho en
común. En ese proceso de diferenciación, de delimitación de las estrategias liberales y
conservadoras, la referencia a Europa desempeña un papel cada vez más importante. La
búsqueda de legitimidad, tan crucial en la carrera al poder, pasa primero por la
elaboración de un proyecto de contenido «nacional». Esta inevitable modalidad en toda
estrategia política pone al descubierto la verdadera naturaleza del nacionalismo que
comienza a perfilarse en la Colombia decimonónica: más que la expresión ideológica de
una entidad hipotética —la nación—, el nacionalismo aparece como un instrumento
indispensable en la conquista del poder político. En un país desprovisto de un verdadero
aparato estatal capaz de crear una nación, como lo es Colombia en esa época, la nación
sólo existe en la competencia de grupos políticos en torno a la legitimidad nacional. Es en
esas estrategias de legitimación donde se debe estudiar la articulación entre la definición
nacional y la referencia exterior.
La vanguardia republicana
respuesta que los reyes de Holanda y Prusia no están manejando los asuntos de sus reinos
sino que están descansando en lujosas estaciones termales. Indignado con esos lujos
monárquicos financiados con la explotación de los súbditos, escribe a su amigo Luis
Bernal: «¡Qué contrastes y qué cosas se ven en este mundo que llamamos civilizado!»45.
55 Frente a esa recrudecimiento de la tiranía europea, una joven república como Colombia
aparece, en el discurso liberal, como el santuario de la libertad. Esta imagen inspira una
enumeración de las conquistas del liberalismo que invade el discurso político liberal, en
especial los catecismos cívicos que explican las nuevas medidas en un debate imaginario
que con frecuencia reproduce los debates europeos leídos en la prensa46. Republicana por
esencia, la sociedad colombiana se distingue también en el discurso liberal por su carácter
democrático heredado del mestizaje de su población: los años sesenta representan por lo
tanto la edad de oro de la retórica igualitaria y meritocrática del mestizaje, como lo
ilustran las observaciones de Felipe Pérez en la geografía que publica en 1865. Luego de
evocar la cuestión de la composición étnica del país, señala:
Estas diferencias nada significan en el país para los efectos civiles ni políticos, pues
hay la más completa igualdad ante la lei i la sociedad por lo que el camino a los
cargos i los honores públicos está abierto a todos, no por el color de su piel, ni por la
forma de su cráneo, sino por su talento, su ciencia, su virtud, o su valor 47.
56 Las conquistas del liberalismo colombiano se convierten en eco de la lucha de los
republicanos europeos. Se rinde homenaje a esa Europa liberal, oprimida, y se saluda a sus
héroes, como en ese mensaje en el que Medardo Rivas se dirige en inglés a Kossuth con
motivo de su llegada a Nueva York:
In the name of the democrats of New Granada I salute you [...] My country suffered, as yours,
for centuries the opprobious yoke of Kings; as yours, it sweared to obtain independence and
liberty; and eventually our just cause succeeded, so that we are now free and happy. [...] Till
the hour of redention is arrived, should the European democrats seek a shelter, in New
Granada they will find a home, honor and liberty 48.
57 América, en fin, es maestra en republicanismo. Las predicciones sobre el porvenir de una
Europa finalmente modelada por la voluntad de los pueblos es bocadillo predilecto de los
embajadores colombianos de la libertad: «Mi convicción profunda en vista del estado
actual de Europa es que dentro de dos años o la Europa será libre i toda constitucional, en
virtud de oportunos e indispensables concesiones de estos gobiernos (particularmente los
de Francia, Austria, Rusia, Prusia i Turquía, España i Grecia, que son de los más
retrógrados o reaccionarios) o estos pueblos se hallarán en plena revolución, i una
revolución mucho más grave, jeneral, profunda i eficaz que la de 1848» escribe Samper a
Mosquera en 186249.
El tabú monárquico
58 La vocación republicana del Nuevo Mundo no está, sin embargo, a salvo de la tiranía
europea, como lo explican los liberales; conviene por lo tanto censurar la simpatía de los
conservadores hacia la causa monárquica y papal, que sigue siendo susceptible de
amenazar el reino de las libertades en América. Mosquera, sin duda el mayor detractor de
la Iglesia en la Colombia decimonónica, se especializa en la retórica del complot papal
contra las libertades. Camino a Europa a comienzos de 1865, escribe desde el puerto
istmeño de Colón una alocución titulada A los colombianos, en la que revive la amenaza
eclesiástica:
96
Al suelo de Colombia acaban de llegar individuos que por sus precedentes i sus
doctrinas nos autorizan para mirarlos como emisarios de Roma, particularmente en
esta época de agitación i de incertidumbre en Europa, que los más grandes
pensadores luchan contra las tendencias del romanismo... 50.
59 La psicosis de la invasión extranjera llega a su cúspide. Ese mismo año, Carlos Arboleda
aconseja a Mosquera volver lo más pronto posible para tomar las riendas del país «de lo
contrario Colombia se pierde porque caeremos en manos de los fanáticos y del poder de
ellos pasaremos al de una potencia extranjera»51. La internacional negra, aliada de los
príncipes, amenaza la libertad colombiana. La denuncia del complot teocrático será el
tema central de los dos testamentos políticos de Mosquera: su último discurso como
presidente del Estado de Cauca en 1873 y su folleto titulado Los partidos en Colombia,
publicado al año siguiente, en donde acusa a los radicales de abrir el camino a la dictadura
teocrática:
El partido contrario al tradicionista es el gólgota, que adultera el sufragio popular
para adueñarse del poder público; y está corrompiendo la verdadera República,
atacando el derecho de propiedad en varias leyes llamadas de crédito público, para
disminuir la deuda nacional y creyendo al mismo tiempo que la prescindencia en las
usurpaciones eclesiásticas darán un buen resultado; pero cuando vean como en
otros tiempos la potestad eclesiástica erigida en poder público, tendrán que
lamentar su error sin poderlo remediar52.
60 Para los liberales, la complacencia de los conservadores colombianos hacia los déspotas
europeos, particularmente los del Vaticano y de las Tullerías, se expresa de diversas
maneras. En primer lugar, se acusa a los conservadores de llamar a una intervención
militar europea para derrocar al gobierno liberal. En este sentido, el síndrome mexicano
funciona perfectamente en Colombia. No se trata tan sólo de una quimera de la
imaginación liberal: luego de la victoria de Mosquera, dichas tentativas ocurren
realmente. En septiembre de 1861, dos meses después de su victoria, los representantes
del Estado de Antioquia escriben a Napoleón III para quejarse de las fechorías del gran
general:
La enumeración de sus escándalos i delitos sería larga, i traería a la memoria de V.
M. el recuerdo de los crímenes de Tiberio, Calígula, Nerón, Domiciano, Cómodo,
Heliogábalo i Dioclesiano de quienes Mosquera es miserable imitador. También
recuerda a los funestos corifeos de la Revolución Francesa, de esa revolución colosal
que el Augusto tío de V. M. sepultó providencialmente53.
61 Después de haber ensalzado a Francia, «nación cristianísima» —«La Francia como el Sol
esparce en benéfica luz sobre todos los puntos donde hai moral, donde hai justicia i
sumerge en antros tenebrosos la iniquidad»54—, los autores de la carta solicitan a
Napoleón III una intervención de la escuadra francesa de las Antillas para liberar a los
hermanos Ospina encerrados por Mosquera en el fuerte de Bocachica, cerca de Cartagena.
Al año siguiente, Samper escucha en París rumores acerca de otra intervención militar
francesa, esta vez a solicitud de dos conservadores caucanos, Nicanor Hurtado y Enrique
Arroyo, partidarios de Julio Arboleda quien, hasta su asesinato unos meses después,
persiste en creer que puede derrotar a Mosquera. Samper, quien reconoce no darle mayor
crédito a ese rumor, informa sin embargo a su cuñado Manuel Ancízar55.
62 Aunque la amenaza de una inminente intervención imperial es bastante remota, la
importación de ideas y medidas antiliberales es algo que se les reprocha duramente a los
conservadores. Es el caso de un panfleto de los masones de Cartagena, quienes en 1869 se
quejan del origen europeo de las medidas antimasónicas tomadas por el obispo
Bernardino Medina:
97
El relativismo institucional
72 Mientras los liberales sueñan con el reconocimiento de sus obras por los papas del
republicanismo europeo, los conservadores aspiran a que los verdaderos papas
reconozcan sus desventuras. Las cartas de apoyo, como la que en 1862 envía Pío IX al
arzobispo Herrán a raíz del decreto de desamortización de los bienes de manos muertas 65,
son para los conservadores tan valiosas como el estímulo de un Víctor Hugo para los
liberales.
73 La atmósfera intelectual del conservatismo, en efecto, se ve impregnada de la actualidad
europea de la misma manera que el imaginario liberal. Los panfletos antimasónicos
europeos son traducidos o adaptados por prelados y polemistas católicos. El obispo de
Santa Marta, Rafael Celedón, declara en un panfleto escrito en 1876: «Figúraos ahora que
en cada ciudad, en cada pueblo se abre una logia como puede suceder, y que todas esas
logias están estrechamente unidas por medio de terribles juramentos con las logias
madres y abuelas que existen en Europa»66. La abundante literatura contra Renan
propone compilaciones de textos religiosos europeos67; la difusión y traducción de textos
europeos contra el catolicismo liberal se acelera y los panfletos ultramontanos franceses,
italianos o españoles se amontonan en los estantes de las bibliotecas católicas
colombianas.
74 Cada vez más se tiene la convicción de que la reconquista católica del país —un ideal que
comienza a poblar los sueños políticos y sociales de los conservadores— sólo puede
realizarse si se siguen las orientaciones, los métodos y las formas de organización del
clero europeo. Sergio Arboleda, gran ideólogo del conservatismo, explica el papel que
debe desempeñar un partido conservador:
Entendámonos: tampoco pretendemos fundar escuela; pues la escuela a que
pertenecemos existe: es la misma de los publicistas católicos de Europa, y nada
nuevo tendremos que decir: apenas nos tocará expresar alguna vez nuestra opinión
sobre la manera de aplicar sus doctrinas a la política republicana 68.
75 La acción del clero, remedio contra la inmoralidad, debe hacerse siguiendo el modelo
francés: «Tratemos pues de formar un clero virtuoso, ilustrado, patriota que semejante al
clero francés alumbre el campo de las ciencias físicas y políticas con la luz radiosa de la
verdad teológica y habremos cumplido con poner los medios»69. La campaña organizada
100
por la Iglesia tras la instauración del sufragio universal masculino por la Constitución de
1853 para incitar a los católicos colombianos a participar en la votación —exitosa, ya que
desemboca en la elección de Mariano Ospina—, se basa ampliamente en la publicación de
declaraciones del clero francés: El Catolicismo publica en 1855 varios llamados redactados
por prelados franceses —monseñor Parisis, obispo de Arras, monseñor Sibour, arzobispo
de París—, con ocasión de las elecciones de 1848, incitando a los católicos a participar en
el voto:
Los escritores públicos representantes del principio religioso i moral, en las épocas
eleccionarias más que nunca, tienen el deber de recordar a los católicos, cuales sean
los suyos i como han de desempeñarlos. Así se ha practicado con buen suceso en
Francia.
Allí la prensa católica excita en estas épocas a los hombres relijiosos a que tomen
parte activa en las elecciones para que la causa del catolicismo i de la moral triunfe
de los ataques solapados o descubiertos de los falsos liberales, de los sectarios del
filosofismo70.
Sergio Arboleda.
Galería de Notabilidades Colombianas, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
La modernización de la caridad
Esa clase llamada en Francia burguesa, que entre nosotros se traduce por clase
media, aquella que goza de las comodidades de la vida sin el fastidio del ocio, no
tiene otras barreras que la protejan contra la invasión de la pobreza, sino la
previsión, la economía, el ahorro, y la frugalidad, que, unidos al trabajo, dan el
capital75.
81 Samper descarta el proteccionismo por considerarlo una pura quimera y explica a los
artesanos que no deben dejarse arrastrar por el odio social. Al encomiar el
«restablecimiento de la confianza entre obreros y capitalistas»76 hace notar que, al
comprar sus productos, el rico le da al pobre con qué subsistir. El llamado de Samper a la
creación de una cultura del ahorro y del trabajo recomienda el rechazo de todo tipo de
caridad pública, mas aboga por el fomento de una caridad privada, la cual garantiza una
ayuda más racional para quienes realmente la necesitan:
Detestamos la caridad oficial, pero reconocemos en la asociación voluntaria para
socorrer al desgraciado los mismos elementos de fuerza que la industria ha
derivado de aquel fecundo principio. Ojalá que las preocupaciones o la avaricia
dejaran de ser obstáculos para el desarrollo y progreso de las sociedades de caridad
recientemente organizadas en Bogotá, y que fuera un hábito arraigado en todas las
familias el de estar suscritas a una o más sociedades de esta clase. Más de un falso
mendigo dejaría el oficio y los vicios de muchos de ellos serían corregidos 77.
82 La demostración de Samper no logra no obstante ocultar cierta inconsistencia de la
posición liberal en ese campo. El apoyo brindado a título personal, por varios
prominentes liberales, a organizaciones y congregaciones caritativas muestra los límites
de la ideología del ascenso social frente a la realidad de su status de elites patriarcales
tradicionales. Entre los grandes benefactores liberales de la época habría que citar a
Manuel Ancízar, Ramón Gómez y Medardo Rivas, quien publica ditirambos sobre las
hermanas de la Caridad, y el mismo Miguel Samper, quien escribe su estudio sobre la
miseria en Bogotá para la Sociedad de San Vicente de Paúl.
83 En contraste con las ambigüedades y las disensiones liberales, los conservadores
demuestran tener una visión mucho más coherente de la cuestión social, que, articulada
en torno a la idea y a las prácticas de la caridad, apunta a granjearse la simpatía de los
artesanos, aprovechando su desengaño respecto del liberalismo radical, que lleva a los
más conspicuos dirigentes artesanales de Bogotá —en especial Ambrosio López y José
Leocadio Camacho— al conservatismo. En sus intentos por organizarse en materia de
educación y de asistencia mutua, los artesanos señalan que «con estas bellas teorías [las
del poder liberal], el pueblo colombiano, feliz por la forma de gobierno que se ha dado, no
lo es por su estado de civilización ni por su riqueza industrial»78 y no dejan de criticar
incisivamente el egoísmo del poder. Una proclama de 1866 explica:
Quisimos por nosotros mismos, ya que el gobierno no tomaba la iniciativa,
establecer una casa de instrucción para civilizar al pueblo, es decir, a nuestros
hermanos pobres, i para alentar el progreso de las artes. También fue la tradición
francesa la que nos movió en sentido tan digno: vimos que allí florecían las artes i
que su gobierno, lo mismo que los demás gobiernos de Europa, daba especial
importancia a la clase obrera en jeneral...79.
84 Frente a Mosquera, quien busca captar en beneficio propio la hostilidad de los artesanos
hacia los radicales, los conservadores buscan también maneras de complacerles: en 1857,
después de denunciar la preparación de un golpe comunista por parte de «algunos
personajes siniestros, de esos que hicieron los primeros papeles en la cómica dictadura de
Meló»80, el redactor del periódico conservador El Porvenir responde a la reacción
indignada de los artesanos de la capital precisando que entre los conspiradores «no figura
103
pobres» que, organizado cada año, constituirá una de las fuentes de financiamiento más
importantes de la Sociedad de San Vicente de Paúl. El apoyo del arzobispo Herrán a las
actividades de la sociedad a su regreso del exilio en 1864 le valdrá el apodo «de arzobispo
de la caridad».
88 En 1867 el arzobispo Herrán intenta sin éxito la incorporación de la Sociedad de San
Vicente de Paúl de Bogotá a su homóloga de Roma; en 1869 José María Vergara y Vergara,
uno de los miembros fundadores de la sociedad aprovecha su estadía en París para
estudiar la posibilidad de integrarla a su homóloga parisina, pero en vano. En 1885, la
sociedad parisina propondrá la integración bajo la aceptación de todos los puntos del
reglamento parisino, pero los dirigentes de la sede de Bogotá preferirán conservar su
organización propia86.
89 Siguiendo el ejemplo de las obras benéficas de la Sociedad de San Vicente de Paúl,
aparecen otras organizaciones y periódicos tales como La Caridad, fundado en 1864 o los
Anales de los establecimientos de beneficencia, mediante el cual Vergara se propone salvar la
memoria de las instituciones de beneficencia heredadas de la colonia y «poner nuestros
deteriorados establecimientos de beneficencia i educación bajo la salvaguardia de la
opinión pública»87. El movimiento de la caridad, que irá de la mano con el movimiento
conservador, está lanzado.
90 Mientras las formas de acción se renuevan, se consolida también el arsenal retórico de los
conservadores, que, cada vez más, articulan su discurso en torno de la crítica a las
instituciones e ideologías importadas de Europa por los liberales, esos «hijos legítimos de
Voltaire y de Marat»88. En 1860, desde las columnas del Correo de Ultramar, José María
Torres Caicedo acusa a los liberales santandereanos, alzados contra el gobierno de
Mariano Ospina, de no ser más que unos viles imitadores de Girardin y, peor todavía, de
Proudhon89. La denuncia del plagio la hace también Sergio Arboleda quien considera que
la Independencia «fue un efecto de la gran revolución de 1793 y que se pareció a ella como
una hija se parece a su madre»90 y cita ejemplos de plagios previos como los primeros
actos de Independencia de Cartagena, Antioquia y Bogotá, que mencionan al Ser Supremo.
Para construir una verdadera república católica, se debe por lo tanto olvidar los sofismas
franceses que llegaron a Colombia de la mano de la idea republicana.
91 Poco a poco se va esbozando el viraje de la retórica conservadora hacia el culturalismo. El
secretario de Relaciones Exteriores de Mariano Ospina, lejos de negar el impacto de las
ideas y de las experiencias políticas francesas, que evoca extensamente, explica que del
genio francés sólo hay que tomar «lo que conviene al nuestro i sea compatible con la
situación en que nos hallamos, nos haga partícipes de su saber i de sus descubrimientos, i
no de los estravíos con que en circunstancias graves suele poner a tributo...»91. Si el genio
propio de la nación colombiana no es tomado en cuenta, se corre el gran riesgo de
cometer los mismos errores de las naciones que «olvidando las tradiciones de raza i
poderío, cometieron la locura de dejar el puesto de modelo, de ser orijinales, por el triste
papel de imitadoras, avasallándose, ya que no al influjo de la fuerza, sí a pueriles
sujestiones»92, pondera el secretario del Interior de Ospina. Aunque el tono es moderado,
la crítica a los liberales es apenas disimulada.
92 Derivándose de ese discurso culturalista en formación, la reivindicación de la herencia
española comienza a despuntar. Después de Sergio Arboleda, José María Vergara y
105
Vergara se impone como su más brillante portavoz. En una larga serie de cartas en las que
defiende el valor de la herencia española, Vergara le responde en 1859 a Manuel Murillo
Toro quien, sin vacilación alguna, había declarado en un discurso en el Senado que «todo
lo malo que tenemos proviene de nuestro oríjen español»93. Reunidas bajo el título de
Cuestión española, esas cartas representan sin duda, dentro de la historia de la Colombia
independiente, la primera apología argumentada de la hispanidad y de su legado a la
nación.
93 Vergara propone en sus cartas una crítica detallada de la leyenda negra de la colonización
española, leyenda que no es más, explica, que el fruto de la propaganda de los
protestantes y filósofos franceses y anglosajones, como lo es ese fuerte sentimiento
antihispánico que invade a la América española del siglo XIX. Al reivindicar
fervientemente su sentimiento hispánico, Vergara desentona en el debate colombiano de
la época: retomando los términos del debate entre latinos y anglosajones, que comienza a
dividir el mundo occidental, Vergara relativiza las crueldades cometidas durante la
Conquista, alaba el sentido humanitario de las Leyes de Indias y la obra del catolicismo
español, niega la decadencia de la España decimonónica y exalta el espiritualismo
hispánico como el mejor escudo contra el materialismo anglosajón. El rechazo al legado
ibérico es, según Vergara, un absurdo para los colombianos puesto que sin darse cuenta
están totalmente modelados por su origen peninsular, hasta en la naturaleza misma de
sus conflictos políticos:
Nuestros partidos políticos no creáis que son invención nuestra. Vuestro partido
gólgota no es el furioso partido liberal de Francia, el de bombas en el teatro:
razonadores, astutos e intelijentes como sóis, sóis los mismos del partido liberal en
España. El partido draconiano, ¿no es el mismo reaccionario i absoluto en que se
apoyó Fernando VII en España, como se apoya en el de la Nueva Granada cierto
héroe de nuestros días, por quien profesan un fanatismo profundo sus partidarios?
El partido conservador, despacioso en su andar, mesurado, inútil para las
conspiraciones, relijioso i apegado a sus tradiciones, no es el mismo brillante
partido conservador de Francia: es el de España, menos en su realismo. Nuestras
guerras civiles no son los horrorosos i brillantes levantamientos de Paris: son los
pronunciamientos de España94.
94 Al observar que el peso de las calumnias antihispánicas va en relación inversa a la
cantidad de colombianos que conocen España, o cuando menos, sus producciones
intelectuales95, Vergara aboga por un acercamiento a la que él aún llama, con una pizca de
provocación, la «metrópoli»; y reconoce que su resistencia a un cosmopolitismo que
percibe como antinatural está guiada por «la convicción seria que tengo de que los
pueblos españoles se debilitan porque se afrancesan o se inglesan, permitáseme el uso de
estas dos palabras»96.
95 La crítica de la imitación de las costumbres europeas comienza también a afirmarse
mediante la literatura costumbrista, que ofrece una descripción burlona y sentimental de
las costumbres colombianas. El costumbrismo, expresión fundamental de la incipiente
cultura nacional, es cultivado tanto por autores liberales como conservadores. Salvador
Camacho Roldán, José María Samper, Felipe y Santiago Pérez, Medardo Rivas, Manuel
Ancízar, David Guarín, personalidades liberales de primer orden, figuran en el índice del
Museo de cuadros de costumbres, primera obra colectiva del género publicada por El Mosaico
en 186697.
96 La imitación de las modas europeas es uno de los elementos de burla predilectos de los
autores costumbristas. Medardo Rivas evoca un personaje de su época de estudiante —
106
alrededor de 1840—, un tal Latorre, obsesionado por todo lo inglés, quien no frecuenta
sino ingleses y cambia el tradicional chocolate por el té. Sus compañeros terminan por
darle el apodo poco envidiable de «Lord Creston»: un juego de palabras con la sonoridad
«inglesa» de crestón, palabra que designa a los malos gallos de pelea y, por extensión, a los
tontos98. En 1867, Ángel Cuervo publica un largo poema en ocho cantos a la gloria de los
dulces tradicionales santafereños, mientras se comienza a sentir la invasión de los
bizcochos franceses en la capital. Más grave que el imperialismo gastronómico de este
pueblo que ya «logró invadir el mejicano suelo»99 es la facilidad con la que los bogotanos,
fascinados por la novedad, cambian sus dulces tradicionales por la pastelería francesa:
Se originó la plaga en el instante
En que unos desertaron, según cuento,
Y de un franchute a la boutique se entraron
A comerse los dulces que encontraron100.
97 Si el costumbrismo trasciende las fronteras de los partidos, los conservadores logran
sacar un mejor partido del género para difundir sus mensajes políticos y erigirse en
defensores de la tradición, en contra de los liberales cuya supuesta fascinación por una
modernidad de pacotilla fustigan sin descanso. En primer lugar, son más numerosos los
conservadores que se ejercitan en el arte del cuadro de costumbres. A la lista de los más
conocidos —José Manuel Marroquín, José María Groot, José María Vergara, José Caicedo
Rojas, Juan Francisco Ortiz, Lázaro María Pérez, Rafael Carrasquilla, Ignacio Gutiérrez
Vergara y José Joaquín Borda— habría que añadir una multitud de nombres que revelan la
misma tendencia política. En segundo lugar, los conservadores son más hábiles para
dibujar caricaturas ridiculas en las que es imposible no reconocer a los políticos liberales.
Al erigirse en depositarios del buen gusto colonial, en caballeros herederos de las mejores
virtudes aristocráticas, los costumbristas conservadores se ensañan más que todo contra
los representantes de las clases humildes que ascendieron socialmente gracias a su
ambición personal y a la demagogia de los políticos liberales. Mezclando la crítica social
con la crítica política, los costumbristas denuncian la codicia y el mal gusto del siglo XIX,
buscando ante todo desacreditar a una generación de ambiciosos políticos de pueblo que
se beneficiaron de las reformas liberales. La máscara europeizante de su ascenso social es
violentamente atacada en los cuadros de costumbres.
98 El gusto por las modas europeas encuentra su mejor detractor en José María Vergara y
Vergara: sus dos principales escritos sobre este tema, publicados durante 1865 y 1866,
describen con nostalgia burlona la lenta desaparición de las costumbres tradicionales en
la antigua Santa Fe. Lenguaje de las casas describe el interior de tres casas: la casa
santafereña, la de Santa Fe de Bogotá y la de Bogotá, tres denominaciones de la capital
que remiten a los lectores a tres momentos bien diferenciados del siglo XIX. La primera, la
de Pedro Antonio de Rivera, que las indicaciones de Vergara permiten situar en los
primeros años del siglo, conserva el encanto aristocrático y añejo de la época colonial; la
segunda, la de las hijas de «Facundo Torrenegra, prócer de la Independencia»101 revela el
gusto neoclásico y afrancesado de los años posteriores a la Independencia. En su
descripción de los grabados que decoran las paredes Vergara anota: «Cada lámina tiene al
pie la explicación en francés y español, o mejor dicho, en francés y francés. Véase un
ejemplo: [...] Mentor obliga a Telémaco de se precipitar en el mar». La última, la de Juan
Manuel Dorronsoro y Matilde del Pino, refleja el eclecticismo europeizante de los años
sesenta: se trata de una «casa à la dernière»102. Después de examinar los grabados —
Lamartine, Garibaldi, La Reina Victoria, planos de Nueva York y San Francisco— y las
107
103 A la reducción del dominio estatal corresponde una tendencia a la hipertrofia del debate
público: la inflación retórica que acompaña los conflictos de poder nacionales, regionales
y locales esconde también un vacío, o al menos una insuficiencia de creación
institucional. La sobreproducción constitucional —desencadenada por la Constitución de
1853 que otorga a las provincias el derecho de promulgar su propia constitución, y
confirmada en los años que siguen por la creación de los Estados Soberanos— no debe
engañar: no es más que otra manifestación de esa inflación retórica.
104 El auge del viaje a Europa, sensible a partir de la década de 1860, vendrá a complicar aún
más las implicaciones de la referencia exterior. Los relatos de los viajeros, la creciente
cantidad de artículos enviados por los colombianos que viajan por el viejo continente y
publican periódicos en español en las grandes capitales europeas confirmarán el
movimiento de americanización y de nacionalización de la referencia europea. La
temática patriótica se enriquecerá con un sentimiento nacional reforzado por el contacto
con los prejuicios europeos y por la necesidad, acrecentada por el viaje, de trabajar para
hacer figurar la patria en la escena de las naciones. La importación institucional se
enriquecerá con las recomendaciones y las observaciones de los viajeros. Paralelamente,
la evocación de los peligros europeos se cargará del peso de la experiencia; la crítica del
viaje vendrá a alimentar la burla de la pretensión de los viajeros y la denuncia de su
estúpida idolatría del extranjero, portadoras de un mensaje político más profundo.
105 El progresivo auge del viaje a Europa concordará igualmente, contribuyendo a aclararlas,
con las mutaciones fundamentales de las lógicas políticas en juego en Colombia: con el
creciente deseo de los conservadores de establecer una estrategia política en los espacios
dejados vacantes por el poder liberal; con la toma de conciencia, en las filas liberales, del
impasse del federalismo de los años sesenta. La búsqueda de la libertad política llega a su
fin; la construcción del Estado comienza. En esa inflexión fundamental de la política
colombiana, el viaje a Europa va a desempeñar un papel esencial.
NOTAS
1. Cf. capítulo 7.
2. Citado en I. Gutiérrez Ponce, Vida de don Ignacio Gutiérrez Vergara y episodios históricos de su
tiempo, t. 2, Bogotá, Kelly, 1973, p. 180.
3. Una hoja suelta titulada El Triunfo, firmada por «Muchos Liberales» y que propone en julio de
1861 el programa por implementar luego de la victoria de Mosquera, pone la limitación del
sufragio en el primer lugar de las prioridades liberales: «1. Limitación del sufragio, de manera
que sólo puedan ir a las urnas aquellos que saben leer y escribir». Citado en I. Gutiérrez Ponce, op.
cit., t. 2, p. 379. El mismo año, José María Samper, en un fascículo titulado El programa de un liberal,
escrito por él en París para la Convención Constituyente, señala que la institución del sufragio
universal en Colombia está viciada por el control que ejerce la Iglesia sobre las masas. Cf. J. M.
Samper, El programa de un liberal, París, Thunot, 1861, p. 25.
4. A mediados de la década de 1870 solamente los Estados de Panamá, Magdalena, Bolívar y Cauca
habían conservado el sufragio universal masculino. Los Estados de Cundinamarca, Santander y
Boyacá habían limitado el sufragio a los hombres que sabían leer y escribir, mientras que
109
66. Rafael Celedón, La Logia en Sud-América. Diálogos entre un masón y un católico, París, J. E.
Gauguet, 1885, p. 86.
67. Cf. capítulo 2, «Lecturas».
68. S. Arboleda, op. cit, p. 249.
69. Ibíd., p. 369.
70. El Catolicismo, Bogotá, junio 26, 1855.
71. Ibíd., septiembre 25, 1855.
72. Ibíd., octubre 9, 1855.
73. «En Inglaterra, el Distrito tiene obligación de mantener a sus pobres, llevados los ingleses de
la idea antes enunciada, han establecido las casas de trabajo (work-houses) en que los pobres son
mantenidos y obligados a trabajar, estando sometida la población pudiente a una contribución
especial, con el objeto de sostenerlos (poor-rate)». Enrique Cortés, «Organización de la Caridad
Pública» [artículo de 1863], Escritos varios, París, Imprenta Suramericana, 1896, p. 412.
74. M. Samper, La miseria en Bogotá, Bogotá, Incunables, 1985 [I a. ed., 1867], p. 71.
75. Ibíd., p. 75.
76. Ibíd., p. 73.
77. Ibíd., pp. 17-18.
78. Cosas de artesanos, Bogotá, Echeverría Hermanos, marzo 22, 1866.
79. Ibíd.
80. Al Público. El redactor del Porvenir, Bogotá, noviembre 10, 1857.
81. Ibíd.
82. Carta de J. M. Torres С. a A. Pineda, Paris, septiembre 15, 1858, BNB, Man. 440, f. 457.
83. El Catolicismo, Bogotá, junio 19, 1855.
84. José Manuel Marroquín Osorio, «Orígenes de la Sociedad de San Vicente de Paúl», BHA, N°.
280, vol. XXV, febrero de 1938, Bogotá, pp. 108-109.
85. A. J. Uribe (ed.), Sociedad Central de San Vicente de Paúl de Bogotá. Celebración del quincuagésimo
aniversario (1857-1907), Bogotá, Imprenta Nacional, 1908, p. 55.
86. Ibíd., pp. 106-107.
87. Anales de los establecimientos de educación y beneficencia de Bogotá, Bogotá, 1865.
88. M. Briceño, La revolución, 1876-1877, Bogotá, Imprenta Nueva, p. 113.
89. El Correo de Ultramar, París, febrero 29, 1860.
90. S. Arboleda, «Nuestra Revolución...», op. cit., p. 376.
91. Rel. 1858, pp. 26-27.
92. Gob. 1858, pp. 7-8.
93. J. M. Vergara y Vergara, Cuestión española. Cartas dirijidas al doctor M. Murillo, Bogotá, Imprenta
de la Nación, 1859, p. 3.
94. Ibíd., p. 52.
95. . «Del millón i medio de individuos que pueblan estas rejiones, apenas habrá ciento que
conozcan la España. Los demás, nos seguimos por las relaciones de los viajeros i por las historias
escritas en Inglaterra i en Francia. Pero de los historiadores españoles, desde Mariana hasta La
Fuente, no conocemos sino los nombres. Me olvidaba nombrar las novelas francesas que son las
otras fuentes en que hemos bebido esos raros conocimientos que poseemos sobre la calumniada
península», ibíd., p. 16.
96. Ibíd., p. 65.
97. Museo de cuadros de costumbres, Biblioteca de El Mosaico, Bogotá, F. Mantilla, 1866.
98. M. Rivas, Viajes por Colombia, Francia, Inglaterra y Alemania, Bogotá, Imprenta de F. Pontón,
1885, p. 646.
99. Á. Cuervo, La dulzada. Poema en ocho cantos y un epílogo, por el postre santafereño, Santafé de
Bogotá, Imprenta de Nicolás Gómez, 1867, p. 5.
100. Á. Cuervo, op. cit., p. 6.
112
101. J. M. Vergara y Vergara, «Lenguaje de las Casas», Las tres tazas y otros cuentos, Bogotá,
Minerva, 1936, p. 151.
102. Ibíd., p. 157.
103. Ibíd., p. 159.
104. Ibíd., p. 36.
105. Ibíd., p. 44.
113
1 En el transcurso del siglo XIX, el viaje a Europa deja de ser una aventura excepcional para
convertirse en una etapa codificada, «banalizada», de la formación de las elites. «¿Quién
tiene en nuestros días suerte tan mezquina que no pueda hacer su viajecito al otro lado
del charco?»1 se preguntan los autores del Museo de cuadros y costumbres, publicado en
1866.
2 Un viaje a Europa, a mediados de siglo, constituía todavía una experiencia bastante
excepcional. Mosquera y sus principales secretarios de Estado —González, Pombo, Cuervo
— ya habían cruzado el océano; al igual que José Hilario López, Ezequiel Rojas y José María
Melo, pero ninguno de los representantes de la joven guardia liberal había hecho un viaje
al exterior. En el bando conservador, Nicolás Tanco y Julio Arboleda se cuentan entre los
pocos políticos jóvenes que conocían a Europa, en donde habían hecho parte de sus
estudios. A finales de los años sesenta, la relación con Europa ya es distinta. Muchos
políticos, publicistas, pedagogos y comerciantes, llegados a la edad adulta a mediados de
siglo, han cruzado ya el océano o se preparan a hacerlo; las colonias colombianas en París
y en Londres han crecido considerablemente; la prensa comienza a publicar los relatos de
los viajeros; los autores costumbristas se burlan de las costumbres ridiculas de los viajeros
mal adaptados a su regreso al país y se debate la conveniencia de enviar a los jóvenes a
estudiar a Europa. A finales de siglo, en fin, el viaje a ultramar constituye una etapa casi
obligatoria de la formación de las elites; la excepción entre los hombres públicos
consistirá, como lo atestiguan los casos de los presidentes Miguel Antonio Caro y José
Manuel Marroquín, en no tener experiencia real del mundo civilizado.
3 Escribir la historia del viaje a Europa de los colombianos del siglo XIX no deja de plantear
ciertas dificultades. La principal reside en la gran dispersión de los datos disponibles. Con
excepción de unas pocas fuentes que brindan información sistemática, reconstituir el
fenómeno del viaje a Europa supone recopilar datos en los documentos más diversos. Una
amplia consulta de las fuentes de la época permitió crear una base de datos de 580
colombianos que viajaron a Europa entre 1845 y 19002.
4 A finales de la década de 1840, la mejora de los transportes fluviales y marítimos gracias a
la introducción del vapor influye poderosamente sobre la expansión del viaje. En el
Magdalena, la navegación a vapor reemplaza los antiguos bongos y champanes. En 1887
Salvador Camacho Roldán estima que el tráfico en el Magdalena es diez veces mayor al de
115
18503. En el océano, los vapores ingleses de la Royal Mail, de la West India & Pacific, y de la
francesa Compagnie Générale Transatlantique, que parten de Southampton, Liverpool, El
Havre y San Nazario, llegan a los puertos atlánticos de Colón en el istmo de Panamá y de
Sabanilla, puerto de Barranquilla, y principal punto de entrada hacia el interior de
Colombia4. Los navios de la North & South American, a su vez, ofrecen conexiones regulares
hacia Nueva York; las salidas hacia Hamburgo, Marsella, Génova o Barcelona en cambio,
no son muy frecuentes u obligan a cambiar de navios en las islas del Caribe. A pesar de su
intensidad durante la segunda mitad del siglo XIX, la fiebre del ferrocarril no desemboca
en realizaciones concretas antes de las primeras décadas del siglo XX. A finales de siglo,
sólo unos pocos tramos pueden hacerse en tren: de Bogotá a Facatativá, de Medellín a
Puerto Berrío en el Magdalena, y de Barranquilla al puerto de Sabanilla. El ferrocarril de
Cali a Buenaventura apenas se terminará de construir en 1914.
5 En 1835, la primera travesía de Rufino Cuervo, de Bogotá a Génova, dura 115 días. Al
llegar al puerto ligurino, los viajeros deben guardar todavía 14 días de cuarentena antes
de poder desembarcar5: es decir, que para llegar a Italia desde la capital colombiana
necesitaron más de cuatro meses. A finales de siglo, Europa se encuentra a unas dos
semanas de steamer de la costa Atlántica colombiana, y el viaje por ríos y caminos de
herradura hasta ciudades como Bogotá o Medellín puede hacerse en cuatro semanas.
6 Viajes transatlánticos e intercambios comerciales van de la mano. La base de datos ofrece
cifras que, incluso en los años de mayor afluencia, alcanzan apenas un nivel de 50
colombianos presentes simultáneamente en Europa (véase Gráfico 1). Incluso suponiendo
esas cifras muy inferiores a la realidad, no se trata de un fenómeno masivo, pero el flujo
de viajeros muestra una fuerte tendencia al aumento durante la segunda mitad del siglo
XIX: el promedio anual de colombianos presentes en Europa es, según los datos
compilados, inferior a diez antes de 1850, se sitúa entre 15 y 25 de 1850 a 1865, entre 25 y
35 de 1865 a 1880, sobrepasa los 40 a comienzos de los ochenta, y se estabiliza por encima
de los 30 viajeros entre 1885 y 1900.
7 La curva de los colombianos que viajan a Europa a partir de mediados de siglo sigue la de
la expansión de los intercambios comerciales de Colombia con sus principales socios
comerciales europeos: Inglaterra, Francia y Alemania en particular6. El desarrollo de los
vínculos interoceánicos y la reducción de los aranceles aduaneros favorece la creación de
agencias de exportación e importación, que prosperan con la aparición de productos de
116
exportación más lucrativos que en las décadas pasadas. Los efímeros ciclos del tabaco, del
algodón, de la quina y del añil entre 1850 y 1880 son reemplazados, en los años noventa,
por el del café, mucho más estable.
Vapores en el Magdalena.
Fotografía extraída de Clímaco Calderón & Edward E. Britton, Colombia 1893, Nueva York, 1893.
12 El sueño del viaje es uno de los principales productos del imaginario europeo de las elites
colombianas. Que termine haciéndose o no, el viaje a Europa es ante todo un viaje
imaginario, alimentado por la lectura. Un viajero como tantos otros, Nicolás Pardo, evoca
en 1873 el origen esencialmente literario de su deseo de viajar:
Visitar la Europa, conocer sus maravillas, estudiar su historia, sus antigüedades, sus
descubrimientos y sus progresos, y cuanto concierne a la marcha civilizadora de la
humanidad, había sido el sueño dorado de nuestra juventud. La lectura de viajes de
escritores célebres de nuestro siglo, como Chateaubriand y Lamartine, Dumas y
Ochoa, Lafuente y Madama Stael, habían excitado ardientemente nuestra
imaginación con sus bellas y poéticas descripciones de campos, ciudades y
monumentos7.
13 De la misma manera, el sueño de viajar a Oriente hunde sus raíces en una experiencia
literaria. Al evocar su excesiva afición por la lectura de relatos de viajes a Tierra Santa, el
clérigo José Santiago de la Peña escribe en 1858:
Cada vez que leía alguno de estos viajes a la Palestina, más aumentaba en mí el
deseo de hacerlo, pero se me hacía una cosa muy difícil, o diré imposible, por la
mucha distancia, por no saber idiomas, por mi salud quebrantada [...] por no tener
los recursos necesarios para los muchos gastos que se orijinan... 8.
14 Una vez en Europa, las impresiones visuales de los viajeros no son más que un eco,
animado esta vez, de las imágenes que poblaban su imaginación: en su descripción de un
paisaje inglés, Medardo Rivas señala que el campo «[...] le parece al viajero de América
una pintura de esas que llegan a su país, y que no le es dado ver animada y llena de vida» 9.
En una carta dirigida a su esposa en 1880, Carlos Holguín evoca el carácter casi onírico de
su primera percepción de Europa:
Estoy sorprendido de lo que yo conocía a Paris por conversaciones y libros o
pinturas. Desde que llegué eché a ver por todas partes edificios, columnas, estatuas,
bulevares, plazas, sitios y paseos que como que me los sabía de memoria y apenas
los he visto los he reconocido... Es también necesario educar los sentidos para
aprender a admirar, y sólo después de fijarse en las cosas mucho y muchas veces,
principia uno a verlas con los ojos del cuerpo del mismo modo que antes las veía
con los ojos del alma10.
15 Los ojos del alma, en efecto, habían observado con asombrosa intensidad la Europa
imaginada por los lectores colombianos. El contacto con la Europa real revela
118
¿Quiénes viajan?
17 Los colombianos que atraviesan el Atlántico en la segunda mitad del siglo XIX, viven en los
principales centros urbanos del país. En primer lugar figuran las tres principales ciudades
coloniales, cuna de las grandes familias de origen aristocrático: Cartagena (el Estado 14 de
Bolívar representa el 10,5% de los viajeros), Popayán (el Estado del Cauca, el 16,9%) y
Bogotá (el Estado de Cundinamarca, más de la tercera parte). Antioquia, cuya economía,
basada en el oro, comienza a diversificarse, suministra un gran contingente de viajeros
(23,6%), aventajando regiones de poblamiento más antiguo como Santander o Boyacá. De
orígenes regionales variados, los viajeros colombianos que atraviesan el Atlántico se
diferencian también por sus afinidades espirituales y políticas. Cerca del 10% de ellos son
masones (56 de 580) mientras que los clérigos representan un 5% (29 de 580). Liberales y
conservadores, que se reparten en dos grandes campos el escenario político nacional,
viajan en proporciones comparables a Europa, aunque se puede advertir cierto
predominio de los conservadores (sobre 242 viajeros de quienes se conoce la fe política, se
cuentan 129 conservadores, 88 liberales y 25 regeneradores), debido al hecho de que
durante la segunda mitad del siglo XIX, los liberales pasan más tiempo en el poder que los
conservadores (fuera del episodio de la presidencia de Ospina entre 1857 y 1861, éstos
sólo llegan al poder después de 1886). Los años de 1851,1861 y 1877, testigos de la victoria
de las tropas liberales, dan la señal de la huida para numerosos conservadores.
119
18 Los cambios políticos influyen directamente sobre la presencia colombiana en Europa. Los
primeros años de la década de 1880, que ostentan el nivel más alto de viajeros
colombianos en Europa en todo el siglo XIX, lo demuestran claramente. El país se
encuentra entonces en un contexto de severa recesión económica debida a la caída de los
precios del tabaco y de la quina, originada por la crisis europea que comienza en la década
de 1870: un factor objetivamente desfavorable para la expansión de los viajes a ultramar.
Pero la coyuntura política nacional constituye el verdadero factor determinante: Rafael
Núñez, quien acaba de llegar al poder, atado por un sinnúmero de deudas políticas,
distribuye cargos diplomáticos y consulares y aumenta su número para poder cumplir
con los compromisos adquiridos durante la contienda electoral15.
19 Todo cambio de gobierno tiene ganadores y perdedores, y los éxitos y las derrotas
influyen sobre los viajes. Frecuentemente los más acomodados entre los perdedores
abandonan el país para ir a vivir en alguna capital europea durante unos años y de ese
modo sustraerse a las incertidumbres de la política nacional. En ese vaivén transatlántico
cuyo ritmo es dado por los cambios de gobierno, los decretos de exilio son escasos. De los
580 viajeros reseñados que atraviesan el Atlántico por lo menos una vez durante la
segunda mitad del siglo, sólo diez (es decir menos del 2%) son víctimas de un decreto de
exilio. El exilio europeo es un lujo que no todos pueden costear y muchos de los exiliados
se dirigen a Ecuador, Perú, Venezuela o Guatemala. Ese bajo número se debe también al
hecho de que el exilio formal es relativamente poco utilizado en las persecuciones
políticas del siglo XIX porque no es necesario. Tratándose de una medida siempre
percibida como severa y hasta cruel, las presiones e intimidaciones de todo tipo contra los
adversarios del poder bastan para reemplazarla: los opositores cuyas riquezas están
amenazadas y que se sienten personae non gratae deciden en la mayoría de los casos
embarcarse por su propia iniciativa para evitar mayores problemas.
20 Sin embargo, se advierten algunas oleadas de exilios formales durante la segunda mitad
del siglo. En primer lugar están los exilios decretados por el gobierno liberal a comienzos
de los cincuenta, de los cuales el más estrepitoso es el del arzobispo Mosquera;
posteriormente, los que decide Mosquera tras su victoria de 1861 en contra de algunas
personalidades conservadoras como Ignacio Gutiérrez Vergara —quien vivirá en Madrid
unos años— y altos prelados como los obispos Vicente Arbeláez y Manuel Canuto
Restrepo. Otros religiosos serán exiliados luego de la derrota de los conservadores en la
guerra civil de 1876-187716 entre ellos monseñor Montoya, monseñor Bermúdez y, de
nuevo, monseñor Restrepo —estos dos últimos buscan refugio en Roma—. La última
oleada de exilios será la de los liberales acusados de conspiración contra el orden público
por el gobierno de la Regeneración. Entre ellos, Modesto Garcés y Santiago Pérez —
exiliado en 1893, muere en París en 1900— también buscarán refugio en Europa. Los
exilios más o menos voluntarios, según los casos, dibujan la fisionomía de las colonias
colombianas en el viejo continente. Así, si un ligero predominio liberal comienza a
sentirse en la diáspora colombiana en Europa hacia finales de los años noventa, las
décadas de 1850 y 1860 presencian, a raíz de la revolución liberal y, más tarde, de la
victoria de Mosquera, una fuerte concentración conservadora en Europa. Los dos
emisarios de Mosquera, José María Samper y Manuel Murillo Toro, perciben la hostilidad
que les tienen las colonias colombianas de Francia e Inglaterra y Murillo se queja
120
El comercio
25 Los estudios superiores son otro factor que explica la presencia colombiana en Europa.
Una quinta parte de los colombianos que cruzan el Atlántico entre 1845 y 1900 cursan
estudios en Europa24. De esos estudios, que tienen un costo alto para las familias, se espera
un resultado concreto: un diploma prestigioso que será un arma sólida para el futuro de
los hijos, conocimientos prácticos, familiaridad con una o varias lenguas europeas y,
algunas veces, una red de contactos útiles para la empresa familiar.
26 Así, las motivaciones morales e incluso políticas —hacer que los hijos adquieran los
valores «anglosajones» del trabajo y la previsión, por ejemplo, o, en el caso de los
conservadores, sustraerlos de la mala influencia de una educación laica— no son muy
determinantes. El 80% de los jóvenes colombianos que estudian en Europa recibieron su
educación primaria y secundaria en Colombia. Exceptuando el caso específico de los niños
nacidos en Europa o que viven con sus padres en Londres o París25, los jóvenes
colombianos van a Europa para realizar estudios universitarios, casi nunca antes. Los
casos de hijos enviados a Europa para que reciban una educación primaria o secundaria se
restringen a los hijos de extranjeros —Carlos Balen, de padre francés, que estudia en el
Liceo Charlemagne en París, o Diego Fallon, de padre británico, que estudia en Inglaterra.
En otros casos, los hijos acompañan al padre —Luis María Cuervo, los hijos de Medardo
Rivas en Inglaterra y Ernesto Restrepo, alumno de la Escuela de Saint-Jean de Passy donde
su padre Vicente fue alumno— o son confiados a un tutor, europeo o colombiano.
27 El costo de unos años en el viejo continente y el deseo de garantizarles a los hijos un
ambiente de adecuada moralidad, actúan sin duda como un eficaz parapeto en contra de
la tentación de hacer estudios superfluos. Por lo tanto, y contrariamente a lo que muchas
denuncias podrían hacer creer26, no existe en la Colombia decimonónica un frenesí
irracional por los estudios en el extranjero.
28 Los estudios superiores se concentran en la medicina, la ingeniería o las ciencias aplicadas
(química, mineralogía, etc.): disciplinas que objetivamente no pueden adquirirse en
Colombia, incluso des pués de abierta la Universidad Nacional en 1868. De 102 jóvenes
reseñados que cursaron estudios en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX, 45
estudiaron medicina, 32 ingeniería, nueve derecho o economía política, otros nueve bellas
artes y siete estudios religiosos. La medicina es la primera carrera que se realiza en el
exterior —en la mayoría de los casos, en la Facultad de Medicina de París—. Algunos
122
médicos jóvenes —José Ignacio Barberi e Ignacio Gutiérrez Ponce, por ejemplo—
completan su formación en Inglaterra, pero la norma de la medicina francesa es
absolutamente dominante en Colombia. La ingeniería —de ferrocarriles y minas en
especial—27, la física, la química y la metalurgia se estudian por lo general en Alemania o
Francia. Una caja de archivos del ministerio de Relaciones Exteriores francés, que
conserva algunas solicitudes de admisión en las escuelas francesas efectuadas por la
legación colombiana entre 1882 y 1895 confirma el predominio de estudios de medicina e
ingeniería. De siete solicitudes, tres están dirigidas a la Escuela de Puentes y Calzadas, dos
al Conservatorio de París, una a la Escuela de Minas y otra a la Facultad de Medicina 28. La
pintura29 o la música 30 se estudian también en París y hacia finales de siglo, en Roma o
Madrid. Y por último, las carreras religiosas que se siguen especialmente en el Colegio Pío
Latinoamericano, fundado en Roma en 1857, representan el 6,9% de los estudios
superiores de los jóvenes colombianos en Europa.
29 La familia es la que asume, en la mayoría de los casos, la pesada carga financiera que
representa el envío de uno o más hijos a Europa para completar sus estudios superiores.
Pero la idea de que la ad quisición de ciertos conocimientos, útiles para el país, pueda ser
financiada por la comunidad, se difunde progresivamente. Así, luego de haber costeado la
estadía en Europa de Joaquín Acosta en los años veinte, el gobierno contrata en 1857 al
botánico José Jerónimo Triana, formado en la Comisión Corográfica dirigida por Codazzi,
con el objeto de que publique en París una flora colombiana. En la misma época, los
miembros del Liceo Granadino deciden financiar los estudios en París de un joven
violinista llamado Jesús Buitrago; sin embargo, terminará defraudando a sus
benefactores: al encontrarlo por casualidad en la capital francesa unos años después,
Aníbal Galindo reconocerá en él los estigmas de la vida de perdición a la que se había
rápidamente entregado31.
30 El aprendizaje industrial en Europa, también objeto de animados debates en la Colombia
decimonónica, es en realidad un fenómeno marginal. En 1865, Manuel Ponce de León
visita las salinas en Alemania y Austria y se entusiasma con la idea de llevar al país
algunas técnicas que permitan reducir los costos de producción de la sal32. A finales de los
setenta, los hijos de Mariano Ospina, siguiendo al pie de la letra las indicaciones
mandadas desde Medellín por su enérgica madre Enriqueta Vásquez, se dedican a cumplir
un programa intensivo de visitas de fábricas. Mientras que Tulío se especializa en las
aplicaciones de la corteza de la quina, Pedro Nel trabaja en su proyecto de montar una
fábrica de licores a su regreso a Medellín: «Yo trabajo hace un més en una casa donde se
fabrican licores, o mejor se falsifican con parte de licores finos i gran cantidad de alcohol,
agua i azúcar...»33. Pese a la oportunidad de adquirir tras bastidores una experiencia de la
industria europea, Pedro Nel, quien informa regularmente a sus padres sobre el progreso
de sus conocimientos, expresa a veces sus dudas acerca de la utilidad real de esa
inversión: «Me mortifica mucho pensar en los inmensos gastos que estamos
ocasionando...»34.
31 El cuadro es, por lo demás, muy pobre: apenas pueden encontrarse algunos casos de
aprendizaje y de experiencias profesionales en química, ingeniería y metalurgia. En 1853,
Pastor Ospina consigue, a través de una pasantía en un laboratorio parisino, una
formación básica en química, aplicada en particular al tratamiento de la quina, pero se da
cuenta rápidamente de que no va a poder obtener todos los secretos de la fabricación, y le
cuenta a su hermano Mariano que su experiencia en la cristalización del sulfato sólo le
será útil en el caso de que quiera montar a su regreso una fábrica de ácido sulfúrico que
123
utilice las fuentes de azufre del Ruiz35. Ingenieros formados en Europa como Andrés
Triana, hijo del botánico José Jerónimo Triana —diplomado de la Escuela de Puentes y
Calzadas de París, sólo vendrá a Colombia por una breve temporada a finales de siglo— o
Rafael Arboleda Mosquera, hijo de Julio Arboleda, formado en la Escuela Central de París y
en Dresde, aportarán su experiencia al país —éste último, como ingeniero en la
construcción de ferrocarriles después de una experiencia similar en España y Portugal—.
En el campo de la metalurgia se destacan los escasos ejemplos de Julio Barriga, quien se
consagra a su aprendizaje en Europa entre 1874 y 1876, y el fundidor Juan Nepomuceno
Rodríguez, quien es enviado a Europa en los años ochenta por el gobierno de Núñez para
perfeccionar sus conocimientos y es nombrado a su regreso director del taller-modelo de
metalurgia, abierto en 1892 en la plaza de Nariño de Bogotá.
32 Sin embargo, el aprendizaje en el exterior, considerado intelectualmente como el nec plus
ultra de la educación técnica e industrial por las elites colombianas, sedientas de cultura
práctica para sus hijos, es un fenómeno tan marginal como problemático. Problemático
porque, como lo explica Ramón Gómez, es difícil, debido a la desconfianza de los
industriales europeos, conseguir en Europa un puesto de aprendiz que permita realmente
adquirir conocimientos industriales:
Recomendamos a nuestros compatriotas que vayan un día a ver el gran depósito de
agua del Mont-Souris, obra nueva i que ha costado más de cuatro millones de
francos, las fábricas de vidrios planos que hai a corta distancia de Paris, la de
Porcelana de Sèvres, la de Gobelinos i otras a las cuales se puede ir por el ferrocarril
de cintura. Pero no se crea que en Europa es fácil aprender una industria i que basta
para ello tener aplicación i visitar talleres i fábricas, porque de paso diremos que
deseando que un miembro de nuestra familia conociese la manera de hacer vidrios
planos se dirijieron algunos amigos a los dueños de estos establecimientos para que
le enseñasen el oficio pagando, i tanto los de Francia como los de Béljica
contestaron que por sus reglamentos era prohibido admitir aprendices extranjeros
en sus fábricas36.
33 El aprendizaje agrícola tampoco es fácil: desde Cádiz, en 1853, Pastor Ospina escribe a su
hermano Mariano que allá no hay nada para aprender en materia de agricultura y que
intentará perfeccionar sus conocimientos en Francia, lo cual «no es tan fácil como parece,
pues se necesita llegar en las estaciones oportunas i tener medios para visitar
detenidamente las fincas rurales»37. Por otra parte, como lo señala Felipe Zapata desde
Londres en 1876, a propósito de un joven colombiano de quien es tutor, los gastos del
aprendizaje son elevados38. Las posibilidades más alcanzables de aprendizaje son las
pasantías como aprendices comisionistas en una casa comercial colombiana radicada en
Europa. El santandereano Adolfo Harker comienza así su carrera con los Santamaría Uribe
en Liverpool a finales de los años cuarenta. La experiencia de Carlos Ponce de León, quien
antes de fundar la empresa textil Nacional de Tejidos habría comenzado su carrera en
Manchester como barrendero en una fábrica, es sin lugar a dudas muy excepcional 39.
34 El aprendizaje en talleres, fábricas o en laboratorios europeos no tendrá finalmente
mucho éxito, a raíz de las pocas oportunidades que brinda en ese entonces la actividad
industrial en Colombia, pero también debido al desfase entre el origen social de los
jóvenes que tienen la oportunidad de ir a Europa y el nivel social de los oficios asequibles
a través del aprendizaje. Entre las múltiples oportunidades de formación que ofrece
Europa a los viajeros colombianos, la de convertirse en un buen obrero no resulta muy
atractiva para la mayoría de ellos, ávidos de conocimientos más prestigiosos.
124
35 Más de una tercera parte de los colombianos (35,6%) que viajan a Europa entre 1845 y
1900, se hacen tarde o temprano acreedores a un cargo diplomático o consular. Esta cifra
tan alta se debe en parte a una probable distorsión debida a la naturaleza de las fuentes
utilizadas40; pero es también el reflejo de la inexistencia, en la época, de una función
diplomática y consular de carrera.
36 El cargo diplomático, cuando es prestigioso, no sólo representa una etapa dentro del
cursus honorum político, sino que además, resulta ser la mejor manera de subvencionar
una temporada en Europa motivada por razones de otra índole. Así, los personajes
conspicuos de Colombia, políticos, científicos, geógrafos, periodistas, comerciantes,
militares, educadores, a los que en un momento u otro de su permanencia fuera del país
no se les hubiera confiado una responsabilidad diplomática o consular, son escasos.
37 El mecanismo de atribución de cargos diplomáticos responde esencialmente a dos lógicas:
la retribución política y el manejo del patrimonio familiar. El nepotismo salta a la vista en
las listas de las personas nombradas para esos puestos. Basta mencionar las familias de los
presidentes y expresidentes de la República: Herrán, Mosquera, Mallarino, Otálora,
Holguín y Marroquín consiguen para alguno de sus hijos, o todos, cargos diplomáticos y
consulares; y Núñez, para su hermano menor Ricardo. Son muchos los miembros de las
poderosas familias Samper, Ancízar, Hurtado, Aldana y Gutiérrez que se benefician de
esos nombramientos. En ciertos casos, el manejo de los puestos como patrimonio familiar
es obvio. Cuando Próspero Pereira Gamba, rico comerciante liberal, abandona el cargo de
cónsul en San Nazario en 1873, deja en él a su hijo Ricardo. Los hijos de Manuel Ancízar,
Jorge y Manuel, que se dedican al manejo de su próspera agencia comercial en
Manchester, se alternan en el cargo consular de esa ciudad durante toda la década de
1890.
38 La retribución política, o al contrario la voluntad de alejar a un adversario incómodo es
otro factor clave de los nombramientos. Muchos testimonios de la época revelan la
intensidad de las presiones ejercidas sobre el gobierno para la obtención de esos cargos,
sin duda los más codiciados en el arsenal de las herramientas de retribución política. En
1890, el influyente conservador José Manuel Marroquín escribe al ministro de Relaciones
Exteriores para recomendarle el nombramiento en Europa de Aurelio Mutis, hijo de una
buena familia santandereana: «A más de los méritos personales del doctor Mutis, media la
circunstancia de haber prestado importantes servicios al gobierno en la última guerra»41.
Le solicita al ministro una respuesta rápida a fin de poder responder a los dos «padrinos»
de Mutis, un influyente general y el gobernador de Santander. Por otro lado, la
designación a un cargo diplomático permite también a los dirigentes saldar sus deudas
morales. El liberal Aníbal Galindo, hijo de un prócer de la Independencia tolimense
fusilado durante la guerra de los Supremos por orden de Mosquera, obtiene sin dificultad
su nombramiento al cargo de secretario de la legación de París en 1866. Deseoso de
conocer a Europa, Galindo se había acordado de la deuda moral que le tenía el gran
general. El mismo año, a cambio de la revisión de la geografía de Colombia escrita por
Mosquera, Pedro María Moure, establecido en París y agobiado por la estrechez
financiera, le pide insistentemente un puesto de cónsul —tiene en mente el de El Havre,
que por ese entonces ocupa Rafael Núñez—. Una vez nombrado cónsul en Italia, le escribe
125
de nuevo a Mosquera para agradecerle y sobre todo para preguntarle: «Quién, cuándo,
cuánto y en dónde se me paga?»42.
39 El caso del publicista conservador José María Torres Caicedo constituye un ejemplo
significativo de los beneficios que se esperan del nombramiento de un adversario político.
Opositor declarado del gobierno liberal, cruza el Atlántico en 1851 luego de haber
recibido una herida muy grave en un duelo con un periodista liberal; en 1856, el regreso
al poder de los conservadores acarrea su nombramiento como secretario de la legación
colombiana en París. El virulento juicio que emite dos años más tarde en contra del
gobierno de José Hilario López indigna a éste, tratándose de un hombre que ha sido
premiado con un nombramiento diplomático:
Nada dice el señor Torres en cuanto a la pródiga recompensa que le han valido esas
aventuras. No es cualquier cosa ser nombrado Secretario de la Legación Granadina
en Europa, elevada a la categoría de primer órden en la República i por consiguiente
dotada con un sueldo considerable43.
40 La designación a un puesto diplomático que no responda a una lógica de retribución no
deja de causar asombro. José María Samper, nombrado en 1862 por Mosquera encargado
de negocios en Francia en ausencia del ministro titular Manuel Murillo, expresa al gran
general su asombro por ser objeto de semejante «recompensa», pese a que, como él
mismo lo explica, no había «[...] prestado ninguna cooperación al movimiento», es decir, a
la guerra lanzada por Mosquera en contra del gobierno de Ospina44.
41 La utilización de los puestos diplomáticos como medio de redistribución familiar o
política implica su frecuente renovación. Los felices elegidos saben bien que sólo se trata
de un beneficio temporal: en efecto, el gobierno necesita disponer libremente de esos
cargos, y no podría permitirse inmovilizarlos al dejarlos ocupados por la misma persona
durante demasiado tiempo. Más que un verdadero desapego con respecto a las ventajas
del status diplomático, es sin duda la plena conciencia de ese mecanismo lo que lleva en
1876 al radical Felipe Zapata, entonces ministro en Londres, a declarar al presidente
Aquileo Parra que está completamente dispuesto a entregar su cargo cuando éste lo
requiera:
Sentiría en el alma que Ud. me hiciese la injusticia de no nombrar a alguna de las
personas que merecen este puesto por temor de que yo considerase tal
nombramiento como una falta de estimación y miramiento hacia mi persona. Creo
que Ud. me conoce bastante para hacer justicia a mi desinterés y a mi nobleza. Esta
legación me cayó de las nubes por chiripa, y estoy dispuesto a separarme de ella sin
sentimiento alguno45.
42 Obtener un cargo en Europa supone la movilización, la activación de redes familiares y
políticas, y la elaboración de estrategias a veces complejas. El político conservador Julio
Arboleda relata en 1859 a un amigo las principales razones del apoyo de Fidel Pombo a la
candidatura del adversario conservador de Arboleda, el ex presidente Pedro Alcántara
Herrán: «Herrán es el que más conviene a nuestra familia, porque de otro modo mi papá
no saldrá de la N[ueva] G [ranada] y Herrán sí lo mandará a los Estados Unidos o a Europa,
que es lo que nos conviene» le explicó Pombo46.
43 El dinero constituye obviamente una poderosa motivación en la búsqueda de cargos
diplomáticos; el sueldo es, entre todas, la primera de las recompensas. A finales de los
años cincuenta, cansado de su activismo político, el dirigente radical Manuel Murillo Toro
le expresa al conservador Juan Francisco Ortiz su deseo de irse a Europa con un cargo
diplomático: «Hombre, [...] si alguno me diera diez mil pesos me iba para Europa y me
dejaba de estas arracachas de política americana que me tienen aburrido»47. Luego de la
126
ministro en Berlín, no hace más que seguir las instrucciones del vicepresidente Carlos
Holguín: «Recuerdo mucho que el Dr. Holguín me dijo que no me daba secretario, porque
no quería que viniese a montar oficina, sino simplemente a procurar el restablecimiento
de mi salud»58.
54 La consecuencia más evidente de esas prácticas es la frecuente incompetencia de las
personas elegidas. Aunque motivada por cierto rencor personal, la descripción que
hiciera José María Samper del desempeño de Murillo Toro, elegido por Mosquera en 1861
como ministro de su gobierno en Europa, apunta a la ineficiencia de los nombramientos
puramente políticos. Murillo, quien tiene la delicada misión de obtener el reconocimiento
del gobierno de Mosquera por un gobierno francés que le es claramente hostil, no cuenta
en realidad con ninguna de las cualidades requeridas para la misión: no tiene experiencia
diplomática y no habla francés, ni inglés, ni italiano. En su obstinación por presentar sus
cartas de acreditación al ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón III, y al no seguir
los consejos de Samper —quien sabía de la oposición del ministro francés en Colombia al
gobierno de Mosquera y al mismo Murillo por sus artículos contra el Segundo Imperio—
de que intentara preferiblemente un acercamiento confidencial, Murillo fracasa en su
misión diplomática y no logra que se reconozca el nuevo régimen59; su misión, es verdad,
tenía pocas probabilidades de éxito.
55 Veinte años después, en 1883, el presidente Otálora nombra como ministro en Francia a
su íntimo amigo Francisco de Paula Mateus y a su propio hijo Carlos como secretario. «No
conoce Europa y no habla ni entiende el francés», escribe entonces Lanen, el cónsul
general de Francia en Bogotá, al ministro francés de Relaciones Exteriores; es más,
«algunos de sus amigos políticos me han asegurado que no se puede dar crédito alguno a
sus palabras»60.
56 Las denuncias sobre la calidad del servicio diplomático —que por lo general emanan de
exdiplomáticos o de los mismos cónsules— se multiplican, motivadas tanto por una justa
indignación como por el deseo de menoscabar al adversario político. Se denuncia en
primer lugar la creación de puestos diplomáticos que no tienen otra justificación que el
clientelismo. En 1896, un artículo titulado «Viajes de recreo», publicado en el periódico El
Conservador, señala la organización de misiones diplomáticas ficticias —como por ejemplo
el pretexto de traer estatuas importadas— con el fin de permitir que viajen unos «jóvenes
regeneradores»: «Se inventan empleos ultramarinos y... buen viaje! »61. En 1870, en un
panfleto en el que Eustacio Santamaría arregla cuentas con José María Torres Caicedo,
escribe:
Soy el único cónsul colombiano en Europa que durante la legación de este señor [J.
M. Torres Caicedo] ha cumplido estrictamente con su deber; el único, lo digo con la
boca llena y lo puedo probar a la hora que quiera al que lo desee; soy el único que ha
creído que el empleo de cónsul es una cosa seria y no una canongía, como lo han
creído los demás, que les permitiera vivir en donde les diera la gana, y dar en
arrendamiento a personas extrañas los consulados62.
57 Por otra parte, se estigmatiza la costumbre propia de los cónsules de entremezclar sus
negocios comerciales con la defensa de los intereses nacionales: «Ningún país americano
que tenga en estima su decoro debe mantener en el carácter de cónsules, y muchos menos
de cónsules generales en Europa, individuos cuya profesión sea el comercio o que estén
empleados en casas comisionistas, porque esto tiene el aire de querer favorecer los
intereses del agraciado con menoscabo evidente de los intereses de los otros
comerciantes», escribe en 1892 Filemón Buitrago, editor del periódico Les Deux Amériques 63
129
Pero todos sabemos cómo pasan las cosas entre nosotros, y cuán difícil es para un
Presidente abstenerse de ciertas condescendencias que a primera vista parecen
inocentes, pero que, en el fondo y con el tiempo, son verdaderamente perniciosas 69.
62 La hipertrofia del servicio diplomático, producto del clientelismo imperante, seguirá por
mucho tiempo manteniendo abiertas las puertas de Europa a numerosos colombianos
cercanos al poder político y deseosos de conocerla.
Gráfico 2. Los países europeos visitados por los viajeros colombianos, 1850-1900
siendo el primer socio económico de Colombia hasta finales de los años setenta, con un
volumen de intercambio que sobrepasa ampliamente al de Francia (véase Gráfico 3).
Londres goza en ese entonces de la fuerza de atracción que le confiere su posición de
capital económica y financiera del mundo occidental. En Londres se contratan los
préstamos y se renegocia la deuda contraída durante las guerras de Independencia; varias
empresas comerciales colombianas se establecen en Inglaterra. Sólo en las dos últimas
décadas del siglo comienza a disminuir el predominio económico inglés frente al
crecimiento de los intercambios comerciales con Francia y Alemania. Sin embargo, París,
desde muchos años atrás, venía siendo el gran centro de los colombianos en Europa.
Fuente: J. A. Ocampo, Colombia y la economía mundial, Bogotá, Tercer Mundo, 1994. Valor total en
miles de pesos oro de las importaciones (pp. 432-434) y de las exportaciones (pp. 417-420).
La ausencia de datos sobre las exportaciones colombianas hacia Inglaterra en los años 1850-1854
aminora la cifra reseñada para la década de 1850. Los datos sobre los intercambios comerciales de
Colombia con Alemania sólo son disponibles a partir de la década de 1890.
66 El predominio de la Ciudad Luz como lugar de estadía de los viajeros colombianos refleja
un fenómeno observable en toda Latinoamérica70. No existe un factor único que pueda
explicar el predominio parisino. París se impone como lugar de paso obligado para ciertas
disciplinas, como por ejemplo, la obtención del diploma de la Facultad de Medicina que
constituye una etapa obligatoria para quien desee, a finales del siglo XIX, tener algún éxito
en el ejercicio de la medicina en Colombia. Del resto, las actividades son las mismas y el
comercio, la diplomacia, los estudios, las visitas a los monumentos históricos, a las
instituciones modernas y la asistencia a las reuniones de los círculos hispanoamericanos
conforman, tanto en Londres como en París, el horizonte de sus vidas. Entender el
predominio de París remite, por lo tanto, a factores más inmateriales.
67 El estudio de los viajes de los colombianos en el siglo XIX revela en primer lugar cierta
sensibilidad de América Latina al síndrome de la «Europa francesa» del siglo XVIII71.
América conoció en efecto, por intermedio de la península ibérica, el fenómeno cultural y
lingüístico del «afrancesamiento de Europa», que impuso el francés como idioma de las
elites europeas, mientras la monarquía borbónica intentaba aclimatar el absolutismo
francés allende los Pirineos. Amplificadas por la resonancia a comienzos del siglo XIX de
una revolución cuyo mensaje ideológico había sido filtrado por los liberales españoles 72,
confirmada por la experiencia política de la Monarquía de Julio y renovada por los vientos
132
quien se educa en Europa en las décadas de 1830 y 1840 y luego de sus hijos, décadas más
tarde; es el caso de los hermanos Mariano y Nicolás Tanco, quienes, educados en París,
redescubren la patria en los años cuarenta; lo mismo ocurre con Vicente Restrepo una
década más tarde; y es el caso, igualmente, de los hijos de Medardo Rivas que crecen en
Inglaterra a finales de los setenta. Los matrimonios entre miembros de la colonia
colombiana en París alimentan la crónica mundana, como el que se celebra en 1855 entre
Andrés Santamaría y Manuela Hurtado85, el de Enrique Ponce de León en 1878, o incluso el
de Natalia Tanco, hija de Mariano Tanco, que le vale en 1895 esta dedicatoria de Carlos
Arturo Torres:
Flor del suelo colombiano,
Que a exhalar vas tu fragancia
Del clásico sol de Francia
Bajo el brillo soberano86.
72 Esta brillante vida social sugiere una holgada situación financiera de las familias que
residen en Europa, pero muchos colombianos, al contrario, viven modestamente en
Europa. Unas pocas fortunas, amasadas gracias a los negocios, se destacan: las de los
Santamaría, los De Francisco y los Herrán. El médico bogotano Andrés María Pardo, quien
reside en París en 1866, relata con asombro el lujo que reina en esos tres hogares.
«Ricardo Santamaría reside [...] en una de las mejores calles de París, 'Calle Real' N°. 12, y
con inmensa comodidad»87; la opulencia de Juan de Francisco Martín, que vive en Neuilly,
en el Château de Saint-James, lo deslumbra también. En una descripción detallada del
menú de la cena a la que es invitado, Pardo anota: «Creo que es el Granadino que vive con
más lujo en Europa. Su bajilla [sic], sus adornos de plata, sus muebles de damasco de seda
dan a su casa un esplendor sólo visto en los grandes palacios»88.
73 Además de los fastos de la mansión de los De Francisco, la expansión de los viajes de
turismo y la creciente costumbre de cruzar el Atlántico para «tomar las aguas» en las
estaciones termales europeas denota la holgura financiera de ciertos viajeros. Europa, en
aquella época, es el único destino turístico —sin exceptuar, no obstante, Nueva York y
Palestina— que los colombianos acomodados aspiran a conocer. Es obviamente muy difícil
clasificar un viaje como «turístico» sabiendo que los intereses comerciales, las actividades
científicas, los estudios o los cargos diplomáticos, se mezclan a menudo estrechamente
con la simple curiosidad de viajar. Algunos testimonios revelan, sin embargo, que en
ciertos casos la motivación principal de los viajeros es contemplar el espectáculo de la
civilización europea por lo menos una vez antes de morir: «En todo caso, quien lo haga [el
viaje transatlántico] quedará libre de la triste consideración de salir de este mundo sin
haber visto lo mejor que hay en él»89, como lo escribe en sus memorias el dirigente radical
Aquileo Parra. Así, periplos como los de Filomeno Borrero, un rico comerciante
conservador de Neiva quien emprende en 1865 una verdadera gira de dos años por el
mundo —que incluye las Américas, Europa occidental y central y el Medio Oriente90—, el
de los hermanos Cuervo por toda Europa en 187891 o el de Aquileo Parra en 1866 a los
Estados Unidos, Inglaterra, Francia e Italia, revelan un enfoque esencialmente turístico.
Tanto como la historia milenaria de la civilización europea, la modernidad del siglo
fascina: el Crystal Palace, el túnel bajo el Támesis y los diques de Londres figuran entre las
innovaciones más admiradas por los viajeros, como lo escribe Samper a finales de los años
cincuenta:
135
NOTAS
1. Museo de cuadros de costumbres, Biblioteca de El Mosaico, Bogotá, Foción Mantilla, 1866, p. II.
2. Todas las cifras presentadas en este capítulo provienen de la compilación de datos referentes a
580 colombianos de los cuales se pudo establecer que viajaron a Europa entre 1845 y 1900. La
variedad de las fuentes utilizadas para crear esa base de datos (listas de personal diplomático y
consular, relatos de viajes, periódicos publicados en Colombia o en Europa, correspondencias
privadas, memorias de congresos europeos, catálogos de exposiciones universales, diccionarios
biográficos) permite suponer que esa muestra es representativa del fenómeno del viaje en su
conjunto, aunque los azares de la investigación pueden haber originado distorsiones que son
obviamente difíciles de evaluar, tratándose de un campo todavía virgen de la historia
colombiana. Lejos de considerarse como una fuente definitiva sobre el tema, esta base de datos
debe ser vista como un indicador de tendencias donde las cifras relativas son más fidedignas que
las cifras absolutas. La base de datos se encuentra publicada en F. Martínez, Le nationalisme
cosmopolite. La référence a l'Europe dans la construction nationale en Colombie (1845-1900), Université de
Paris I-Sorbonne, 1997.
3. Cf. J. O. Melo, «Vicisitudes del modelo liberal» en J. A. Ocampo (ed.), Historia económica de
Colombia, Bogotá, Tercer Mundo, 1994, p. 128.
4. En la costa Pacífica, el puerto de Buenaventura ofrece una salida marítima para las ciudades
del suroccidente colombiano, Popayán y Cali. Sin embargo, este puerto sólo comienza a tener real
importancia a partir de 1914, gracias a la inauguración simultánea de la línea de ferrrocarril Cali-
Buenaventura y del canal de Panamá. En las décadas anteriores, la dificultad de atravesar por
tierra el istmo de Panamá, y sobre todo los peligros del viaje en la selva de la ladera oeste de la
cordillera occidental disuadían a los viajeros de tomar esa vía. Jorge Isaacs ofrece en María un
sobrecogedor relato de la subida en la cordillera de Buenaventura a Cali. Cf. J. Isaacs, María,
Madrid, Cátedra, 1993, pp. 290-314.
5. A. & R. J. Cuervo, Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época, París, A. Roger y F. Chernoviz, 1892,
t. 1, p. 240.
6. Cf. en este capítulo, «La vida europea de los viajeros colombianos».
7. Nicolás Pardo, Recuerdos de un viaje a Europa, Bogotá, Imprenta de La América, 1873, p. 7.
8. J. S. de la Peña, Noticias de Jerusalén, Bogotá, Imprenta Torres Amaya, 1860, p. 3.
9. M. Rivas, Viajes por Colombia, Francia, Inglaterra y Alemania, Bogotá, Imprenta de Fernando
Pontón, 1885, p. 363.
10. Carta de C. Holguín citada en H. Holguín y Caro, Carlos Holguín. Una vida al servicio de la
República, Bogotá, 1981, t. 2, p. 658.
11. J. M. Vergara y Vergara, «Un manojito de hierba», Las tres tazas y otros cuentos, Bogotá,
Minerva, 1936, p. 83.
12. Cf. capítulo 2, «Los canales nacionales de la difusión».
13. Ibíd., p. 87.
14. Las divisiones administrativas utilizadas para la clasificación regional de los viajeros
colombianos son las de los «Estados Unidos de Colombia» (1863-1886).
15. Cf. en este capítulo, «Los cargos diplomáticos y consulares».
16. Cf. capítulo 7, «La estrategia del conflicto».
17. Carta de Manuel Murillo Toro a T. C. de Mosquera, Nueva York, octubre 10, 1862, ACC, FM,
D42452.
18. BNB, Man., t. 446, f. 213.
138
81. Cf. capítulo 6, «La crítica del viaje: una experiencia inútil y nociva».
82. Carta de Manuel Ospina a su padre Mariano, Clapham, diciembre 16,1862, FAES, AMOR/C/11,
f. 244.
83. Carta de Carlos Holguín a P. N. Ospina, París, noviembre 28, 1880, FAES, AGPNO/C/44, f. 5.
84. Carta de Pastor Restrepo a su hermano Próspero, París, agosto 31, 1895, BPP.
85. Participación de matrimonio de A. Santamaría y M. Hurtado, París, agosto 8, 1855, ACC, FM,
D34214.
86. El Heraldo, Bogotá, diciembre 3, 1895, p. 215.
87. A. M. Pardo, Diario de viaje a Europa, junio 30, 1866, BLAA, Mss. 10.
88. Ibíd., junio 28,1866.
89. Aquileo Parra, Memorias, Bogotá, Imprenta de «La Luz», 1912, p. 480.
90. Cf. «Viajes del Sr. Filomeno Borrero», y «Don Filomeno Borrero, viajero colombiano», La
Caridad, Bogotá, enero 27, 1870 y julio 7, 1870.
91. Cf. Mario Germán Romero (ed.), Epistolario de Ángel y Rufino José Cuervo con Rafael Pombo,
Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1974.
92. J. M. Samper, Filosofía en cartera, Bogotá, Imprenta de «La Luz», 1887.
93. E. Isaza, «Viaje por Italia», La Nación, Bogotá, octubre 6, 1885.
94. Vicente Restrepo, Apuntes autobiográficos con comentarios y notas del padre Daniel Retrepo
S. J., Bogotá, Editorial Centro, 1939, p. 46.
95. Ibíd., p. 58.
96. Cf. capítulo 5, «Los límites de la promoción nacional».
97. Carta de Narciso Benítez a T. C. de Mosquera, París, s.f. [1865], ACC, FM, D46583.
98. Ibíd., diciembre 30,1865, ACC, FM, D46584.
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experiencia del viaje a Europa desmiente cruelmente esta ilusión, puesto que les enseña
que los europeos no están en absoluto dispuestos a reconocer a los latinoamericanos
como iguales: la imagen devuelta por el espejo europeo es casi siempre la de unos pueblos
atrasados y al margen de la civilización occidental. En vez de reconocimiento y
familiaridad, lo único que encuentran por parte de los europeos es un sentimiento de
diferencia, distancia y superioridad. En vez de poder asimilarse discretamente, sólo
encuentran el rechazo, el desdén o peor aún, la curiosidad mezclada de desprecio que
despierta generalmente la barbarie1.
LA PROMOCIÓN NACIONAL
19 Confrontados al desprecio europeo, los viajeros colombianos, sean comerciantes,
eruditos, periodistas, diplomáticos, estudiantes, sacerdotes, liberales o conservadores,
desdican sus energías a hacer figurar la patria en la «escena de las naciones». Todos
convergen en el mismo propósito de demostrar que Colombia no es un país de salvajes ni
de «rastacueros», sino una república moderna, digna del reconocimiento internacional y
prometedora en cuanto a perspectivas económicas. Las tareas de la «promoción nacional»
van a desempeñar un papel clave en el esbozo de una ideología nacional en Colombia.
general, política, física y espacial de los Estados Unidos de Colombia23, que retoma un trabajo
suyo publicado anteriormente en Nueva York en 185224. En los años ochenta, Ricardo
Pereira, hijo de Nicolás Pereira, y Ricardo Núñez, hermano de Rafael, publicarán a su vez
en Europa unas geografías de Colombia25.
24 Más allá de los encargos oficiales, son cada vez más numerosos los colombianos que
publican libros en Europa, sobre todo en París, entonces capital de la edición
hispanoamericana. En 1874, Adriano Páez exalta el trabajo de Clémentine Denné-Schmitz,
cuya ayuda le permite editar la Revista Latinoamericana. Páez invita a sus lectores a enviar
obras a la librería Denné-Schmitz, cuyo catálogo ya contiene libros de varios autores
colombianos: José María Torres Caicedo, José María Samper, José María Vergara y
Vergara. Librerías como Garnier, Rosa & Bouret o Chernoviz son otros nombres clásicos
de la edición hispánica en París. Un rápido estudio de las obras publicadas en París por
autores colombianos durante la segunda mitad del siglo XIX revela una multitud de
editoriales de menor importancia —algunas no especializadas en la edición en español— a
donde los autores llegan con sus manuscritos: la Imprenta Sudamericana, creada por dos
colombianos, Emiliano Isaza y Filemón Buitrago26; la Biblioteca de la Europa y América,
Lahure, la Imprenta Nueva, las Imprentas reunidas, Dentu, Schlaeber, Thunot, Simon
Raçon, Paul Dupont, Rochette, Barthier, Blot, Dubuisson, Noirot, Cagniard (en Rouen),
Lemâle aîné (en El Havre) y Durand (en Chartres). Las imprentas que publican en español
ven su clientela renovarse, en función de las recomendaciones personales, a medida que
van llegando nuevos viajeros hispanoamericanos. En 1892, Soledad Acosta de Samper, de
regreso de España donde representó a Colombia en los congresos del Cuarto Centenario
del descubrimiento de América, solicita a los hermanos Cuervo que le recomienden una
imprenta francesa que trabaje en español a precios razonables, con la idea de publicar el
texto de sus conferencias pronunciadas en Madrid. Rufino José Cuervo le recomienda la
de Durand en Chartres, con la que él mismo suele trabajar, puesto que sus precios son más
bajos que los de París27.
25 Los autores colombianos prefieren publicar sus obras en Europa, no sólo por la mejor
calidad editorial28, sino, sobre todo, por las perspectivas de difusión incomparablemente
más amplias que las que ofrecen una edición en Bogotá, Cartagena o Medellín. Publicar en
París o en Londres abre la posibilidad de obtener reseñas en uno de los periódicos
europeos impresos en español y de alcanzar un prestigio internacional.
26 Los periódicos hispanoamericanos de Europa, puesto que su difusión es más rápida que la
de los libros y su alcance mucho mayor, desempeñan un papel esencial en las actividades
de promoción nacional, sobre todo aquellos periódicos de ideología continentalista de los
años setenta, que de entrada asumen funciones de foro para los periodistas y gobiernos
latinoamericanos.
27 Esa nueva oleada de periódicos surge tras una larga espera. Desde los años sesenta, los
pioneros de la promoción nacional vienen recomendando la creación de un dispositivo,
organizado y subvencionado por el Estado, de «diplomacia tipográfica» en Europa,
aunque también se acostumbran a compensar su ausencia con los medios que tienen a la
mano. En un comienzo, el interés es partidista: se trata, para los liberales colombianos, de
oponer un contrafuego a la argumentación conservadora de la prensa europea destinada
a América Latina, o de utilizar los periódicos liberales europeos para defender la causa del
liberalismo en América, sofocada por el monopolio periodístico de una prensa hostil. Sin
ser partidario del gobierno liberal de Mosquera, José María Samper lo defiende, en 1861,
en el periódico londinense El Español de Ambos Mundos, favorable, sin embargo a la causa
147
conservadora; en 1866, Núñez alerta sobre el poder nocivo del periódico redactado por
Torres Caicedo, el famoso Correo de Ultramar, y de la importancia de no dejar sus ataques
sin respuesta: «Mui importante sería hacer uso de los diarios de París como medio de
publicidad de nuestra marcha política [...] Entretanto, el Correo de Ultramar sigue
hostilizándonos...»29.
28 La inspiración de la diplomacia tipográfica pasará sin embargo de partidista a patriótica.
El primer impulso de Samper, es decir, la defensa de la causa liberal en Colombia, cede
muy pronto el paso a un interés más amplio: dar a conocer su patria a la opinión pública
europea. El plan de promoción nacional que expone a Mosquera desde París en 1861, se
basa en la utilización de la prensa europea como medio de publicidad patriótica —«no
dejaremos nunca de mano el interés de apoyarnos en la prensa europea»— y en la
esperanza de una inversión oficial:
Considero de la mayor importancia que se provea el Poder Ejecutivo de un fondo de
$5000 siquiera, destinado a sostener publicaciones en el esterior, en defensa del país
i su gobierno. De ese modo, nos hallaríamos en aptitud para llenar esa parte
importantísima de nuestra misión, asegurándonos el apoyo de un diario respetable
de Paris, otro en Londres i otro en Bruselas, i pudiendo publicar i distribuir gratis,
cuando fuese necesario, algunos folletos. [...] Una de las cosas esenciales sería una
publicación en francés que revelase con precisión i ventaja el estado de nuestras
rentas, instituciones, industrias, comercio, i la importancia de nuestras minas,
tierras, etc, etc...30.
29 Frente al silencio oficial respecto de esas iniciativas, los pioneros de la promoción
nacional se acostumbran a no contar más que con sus propias fuerzas. Una vez
abandonado su proyecto de editar un libro en francés sobre Colombia, al año siguiente
Samper se interesa por un proyecto de enciclopedia hispanoamericana que tiene la casa
editorial Hachette. En respuesta a la preocupación de los republicanos franceses por el
probable menoscabo de la influencia francesa en América Latina a raíz de la expedición
mexicana, el editor propone la publicación de una «vasta empresa de publicidad para
nuestras repúblicas», con el propósito de atraer las simpatías hispanoamericanas.
Samper, según la propuesta del editor, formaría parte del «Comité franco-hispano-
americano que ha de impulsar la grande obra»31. Una gran obra que, como tantas otras,
no vería la luz del día. Unos años más tarde, la correspondencia de Nicolás Pereira Gamba
con el secretario del Interior expresa la soledad del promotor de la nación, desprovisto de
todo tipo de apoyo oficial para sus gestiones encaminadas a la defensa de la buena imagen
de la patria. Al salir de Colombia, Pereira lleva ocho bultos con productos nacionales
(minerales, corteza de quina, fique, pájaros, mariposas, insectos y granos diversos) para
ofrecerlos a museos, asociaciones científicas, y personas escogidas, con la esperanza de
que puedan suscitar algún interés por su patria. En la Biblioteca del Congreso de
Washington, los únicos documentos acerca de Colombia que encuentra son la geografía de
Mosquera y algunos panfletos de la guerra de 1861 que dan una imagen polémica del país.
Pereira convence entonces a los bibliotecarios de quemar todos esos panfletos y les ofrece
a cambio un ejemplar de la Constitución de 1863, algunos trabajos geográficos «y otros
cuantos libros y producciones de los cuales podamos enorgullecernos con mucha razón»32
.
30 A comienzos de los años setenta esos sueños de diplomacia tipográfica comienzan
precisamente a tomar forma, debido a la renovación de la prensa hispanoamericana en
Europa. Aunque dominada durante mucho tiempo por las exigencias de una difusión
política y cultural, sea imperial, hispanista o católica, la prensa europea destinada a
148
Adriano Páez. Galería de Notabilidades Colombianas, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
Paris-Guide hecho para la exposición universal de 1867, que contaría con la colaboración
de las más prestigiosas plumas colombianas. Miguel Samper sobre economía, Manuel
Ancízar sobre educación universitaria, Diego Fallón sobre música, Santiago Pérez sobre
las instituciones republicanas, entre otros. Páez confía en su patriotismo: «Espero el
apoyo más decidido de ustedes y de toda la prensa colombiana»44. Sin embargo, no tendrá
el tiempo de apreciar la buena voluntad patriótica de sus compatriotas. Debilitada por un
programa de difusión gratuita demasiado ambicioso, y viéndose en insalvables
dificultades financieras, la revista debe cerrar en diciembre de 1874.
41 Luego de la experiencia de El Mundo Americano —una revista fundada en París en 1875 por
dos venezolanos, Miguel Tejera y Andrés Parra Bolívar— quienes se proponen promover
en Europa a los países latinoamericanos «cuales son: llenos de vida, ricos de producciones
y abundantes de todo lo que ha menester el hombre para gozar de una vida feliz, en
cuanto ella puede serlo sobre la tierra»45, la antorcha de la prensa americanista es
retomada en junio de 1878 por tres jóvenes colombianos —Ignacio Gutiérrez Ponce y
Alberto Urdaneta, conservadores, y Ricardo S. Pereira, liberal—, quienes fundan en París
el semanario Los Andes. Menos apegado a una bandera política y más «cultural» en su
contenido que sus predecesores, Los Andes, tendría por su calidad gráfica —el periódico
contiene un gran número de grabados hechos por Alberto Urdaneta— gran resonancia en
los círculos cultos de Colombia.
42 El mismo espíritu de promoción nacional presente en El Americano, La Revista Latino-
americana y El Mundo Americano, anima a los redactores de Los Andes, quienes aplauden la
labor de Varela, Páez y Tejera:
El programa de un periódico latino-americano en París, no puede ser otro que el de
defender en Europa aquellas jóvenes repúblicas a las veces tan injustamente
atacadas; llevar a América noticia de los adelantamientos alcanzados por las
ciencias, las artes y la industria en el viejo continente; y por último servir de lazo de
unión intelectual y de medio para darse a conocer unos de otros, a esos mismos
países46.
43 Como vínculo entre los diferentes países latinoamericanos, el periódico debe servir para
«fomentar el sentimiento del americanismo, tan poderoso en la raza anglo-sajona, tan
flojo y casi nulo en la nuestra»47. En octubre, el veterano de la prensa americanista de
Europa, Torres Caicedo, manda una carta de apoyo al nuevo periódico48. Y el equipo
editorial, deseoso de una buena difusión en América Latina, modifica las fechas de
publicación para el primero y el quince de cada mes, de manera que el periódico pueda
ser enviado en cada uno de los barcos que cada mes parten para el Nuevo Mundo. Sin
embargo, la redacción da rápidamente a conocer las dificultades financieras del periódico.
En diciembre de 1878, poco antes del final de su existencia, la redacción incita a los
gobiernos suramericanos a suscribir todas las escuelas y bibliotecas populares, lo que le
permitiría al periódico ser publicado semanalmente. Pero una vez más, la falta de fondos
y de un verdadero apoyo oficial, llevan a la prematura desaparición de la revista.
152
Primera entrega de la revista Los Andes, París, 1878. Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
científicos, no deja sin embargo de ser un caso excepcional: los colombianos admitidos en
las sociedades científicas europeas lo son en general por mérito científico. En 1863, Felipe
Pérez es admitido en la Société de Géographie de Paris luego de haber publicado, por encargo
del gobierno, la geografía de Colombia derivada de los trabajos de la Comisión
Corográfica. La Société de Géologie de France acoge a dos especialistas reconocidos en la
fundición de metales preciosos en Antioquia, Pedro Nel Ospina, el hijo de Mariano Ospina,
y Vicente Restrepo. Otro antioqueño, el médico Andrés Posada Arango, integra la Société
Botanique de France debido a sus múltiples trabajos sobre plantas medicinales colombianas.
Cabe agregar a estos ejemplos las varias admisiones en sociedades científicas de médicos
colombianos formados en Europa, sin contar los numerosos congresos de medicina
europeos en los que participan en representación de su país.
47 El Congreso de Americanistas ofrece una buena muestra de la producción erudita de
Colombia en la época. Fuera de los cónsules designados por el gobierno para garantizar
una presencia oficial, los representantes colombianos en las sesiones del Congreso entre
1875 y 1900 son reconocidos eruditos: se encuentra el historiador José María Quijano
Otero, director de la Biblioteca Nacional, Liborio Zerda, rector de la Universidad Nacional,
Ricardo Pereira, diplomático, geógrafo y autor de una obra sobre los límites territoriales
del país; y las dos personalidades científicas colombianas más reconocidas en los medios
eruditos de Europa de finales de siglo: el lingüista Ezequiel Uricoechea y el botánico José
Jerónimo Triana.
un serio obstáculo para participar en las exposiciones: en 1851, Rufino Cuervo, quien
junto con un grupo de entusiastas compatriotas (Lino de Pombo, José Manuel Restrepo,
Pedro Fernández Madrid y Juan Manuel Arrubla) funda en Londres la Sociedad Central
Neogranadina con el fin de organizar la presencia colombiana en esta primera exposición
universal, no logra reunir un verdadero fondo de productos nacionales y debe replegarse
sobre una menguada colección compuesta de sus posesiones personales: cacao, tapioca,
nuez moscada y algunas esmeraldas de Muzo75.
59 Ante la indiferencia de los productores y los pocos logros de las veleidades oficiales, los
promotores de la participación colombiana en las exposiciones tienen que actuar solos,
con medios limitados e improvisados. Juan de Francisco Martín, ministro de Colombia en
Francia, reúne, junto con algunos compatriotas, una colección de productos nacionales
para la exposición parisina de 1855: oro, plata, platino, cobre, hierro, hulla, esmeraldas,
nácar, carey, corteza de quina, bálsamo de Tolú, cera vegetal, café, cacao, tabaco de
Ambalema, vainilla, joyas de oro y plata de Panamá, bordados de Bogotá, vajillas de
madera de Pasto y sombreros de paja de Neiva76.
60 En 1867, al ver que los estantes de Colombia en el Palacio de la Industria siguen vacíos a
pocos días de la inauguración, el botánico José Jerónimo Triana decide hacer lo necesario
para garantizar una presencia, aunque sea modesta, de su patria, y presenta un envase de
tintura verde extraída de la chilca, una planta que crece en el Sur de Colombia, con el cual
gana el primer premio —un cheque de tres mil francos— el diploma y la medalla de oro
del grupo de productos químicos en la sección de la industria universal77. Del resto, la
participación colombiana pasa relativamente inadvertida78. Triana buscará un
reconocimiento en Colombia, tratando de hacer publicar en el Diario Oficial los elogios
escritos por el cónsul colombiano en París79.
61 A partir de esa fecha y hasta su muerte en 1890, Triana se impone como el gran artífice,
como el hombre providencial que resuelve siempre la ineficacia de la organización oficial
y logra garantizar a último momento una presencia colombiana en las exposiciones. En
1874, nombrado vicepresidente de la exposición internacional de horticultura de
Florencia, expone una colección de tabaco, café, añil y otras plantas de la flora nacional 80.
En 1878, Triana salva in extremis la participación colombiana en la exposición parisina, ya
que el gobierno había dejado vencer el plazo de inscripción: Triana obtiene un espacio en
la sección de Guatemala para dar testimonio de los progresos alcanzados en materia de
botánica y de pedagogía, y se lleva un premio en cada una de las categorías. La medalla de
bronce obtenida en la sección de pedagogía es la más notable, explica, en vista de la fuerte
competencia con otras naciones en esa área; el premio obtenido en la sección de botánica
pone también de manifiesto la calidad de los trabajos de la Comisión Corográfica. Triana
recibe una entusiasta felicitación por parte del gobierno colombiano81.
62 Luego de la exposición de 1889, las exposiciones de Madrid en 1892 y de Chicago en 1893
ven por primera vez el éxito de una participación oficial organizada por el gobierno
colombiano, gracias a la creación, en 1891, de una comisión presidida por el conservador
Carlos Martínez Silva. En su informe al gobierno, Martínez Silva relata el éxito obtenido
por la colección de objetos precolombinos ofrecida por Vicente Restrepo, y anuncia con
optimismo que numerosas personas pudieron hacerse una idea de lo que es Colombia y
manifestaron su voluntad de aportar capitales y establecer industrias82.
158
LA OBSERVACIÓN CIVILIZADORA
68 La importación de los modelos institucionales observados en Europa permite también a
los viajeros —quienes ya han demostrado su patriotismo al hacer ondear la bandera de la
159
beneficencia, las prisiones, las escuelas y las instituciones religiosas —que obviamente
reflejan preocupaciones nacionales— captan con prioridad la atención de los viajeros.
75 Las instituciones de beneficencia ofrecen ejemplos de respuestas al problema, dejado en
abandono por el gobierno, de la agravación de la miseria urbana. Hospicios, hospitales,
asilos y círculos de beneficencia despiertan la admiración unánime de los viajeros.
Personalidades políticas tan opuestas como los conservadores Rufino Cuervo, Nicolás
Tanco, José Joaquín Borda o los liberales José María Samper, Medardo Rivas, Nicolás Pardo
y Ramón Gómez se admiran ante las obras de beneficencia en Europa.
76 Londres y París son en la época las capitales internacionales de la beneficencia. José María
Samper señala ya en 1862 la calidad de los hospitales londinenses87 y, en 1885, Medardo
Rivas defiende la beneficencia británica como modelo absoluto:
En ninguna parte del mundo hay, como en Londres, cunas para expósitos, salas de
maternidad, casas de asilo, depósitos de niños de obreras, casas de beneficiencia, casas de
trabajo para los muchachos; hospicios para los ciegos, los mudos, los estropeados, los
sordos y los locos; hospitales para los obreros, los marineros, los militares y los
empleados; casas de curación para los caballos, los perros y los gatos, ni mayor
número de institutos para ofrecer el bienestar a la clase desvalida de la sociedad 88.
77 Francia es el otro país modelo en materia de beneficencia. Nicolás Tanco publica en su
libro de 1861 las cifras de la caridad oficial en Francia entre 1850 y 1855 y elogia su
capacidad a corregir las desigualdades sociales89. En 1866 en París, el médico Andrés
María Pardo visita el hospital Lariboisière, a cargo de las hermanas de la Caridad, y anota
en su diario datos como estos: 18 enfermerías, 60 dispensarios y 800 enfermeras 90. Dos
décadas más tarde, Medardo Rivas describe el hospicio de sordomudos, los inválidos, el
hospital de los Quinze-Vingts, los manicomios de París y exalta la labor de Pinel, el
benefactor de los enfermos mentales.
78 El estudio de las instituciones de caridad no se limita a visitas: los viajeros consiguen los
reglamentos de los establecimientos y los mandan a Colombia. En 1850, José Joaquín
Borda copia el reglamento del hospicio de Filadelfia y se lo envía a Anselmo Pineda 91. La
circulación de los reglamentos de las instituciones caritativas entre Europa y Colombia se
puede reconstruir a través de la correspondencia privada. En 1858, José María Torres
Caicedo promete al mismo Anselmo Pineda una abundante documentación sobre los
establecimientos de beneficencia europeos. De la carta siguiente se desprende que el
envío no ha llegado, y Torres promete mandar lo más pronto posible la próxima obra de
Louis Veuillot sobre ese tema:
Extraño mucho que Ud. no haya recibido un cuaderno de 300 páginas sobre
establecimientos de beneficiencia que envié a Ud. a Bogotá desde el 31 de Marzo.
Está anunciado por el mes de diciembre una obra completa de M. Veuillot, redactor
de l'Univers, que tratará detenidamente de todos los establecimientos de Caridad
que se hallan en Europa. Inmediatamente que salga a luz, prometo a Ud. que le
enviaré un ejemplar con alguno de los compatriotas que sigan para Bogotá 92.
79 Cuando en 1880 el 'Sapo' Ramón Gómez, gran artífice de la manipulación electoral liberal,
pero también afamado benefactor de muchas obras caritativas colombianas, visita
algunas casas de beneficencia parisinas —gracias a su amigo Picard, miembro del círculo
de beneficencia de Passy—, recoge cuidadosamente sus estatutos para llevarlos a
Colombia. También visita, con el mismo entusiasmo, la sede de las hermanas de la Caridad
en Tours93.
80 Si para los conservadores se trata de la aplicación de un precepto cristiano fundamental,
que además resulta ser un factor eficaz de orden social, los liberales en cambio se
161
entusiasman con el noble proyecto, hasta ese momento muy poco promovido por el
gobierno, de reducir el sufrimiento material del pueblo. Luego de un viaje a Suecia,
Nicolás Pereira Gamba aboga por la construcción por el gobierno de viviendas populares:
garantizar a las clases desposeídas acceso a la comodidad y a la propiedad es la mejor
manera de remediar el problema social, ya resuelto en Suecia, pero que sigue
amenazando de manera alarmante a Francia e Inglaterra. Pereira ofrece al secretario del
Interior los libros y documentos reunidos en Suecia, en especial «unos planos de
construcción de casas de obreros», señalando que él los juzga «de suma utilidad para
nuestro país, porque la adaptación de sus modelos introduciría una mejora de
trascendentales ventajas en las habitaciones de nuestros trabajadores»94. Aunque las
finanzas, públicas o privadas, no estén siempre disponibles, cierta unanimidad se dibuja
entre los viajeros colombianos en torno a los modelos europeos de caridad y de
beneficencia.
81 No todas las instituciones europeas despiertan tanto consenso. El elogio de la cárcel
moderna, correctora más que represiva, y portadora de la abolición de la pena de muerte,
forma parte del patrimonio de la modernidad; en este sentido, pertenece tanto a
conservadores como a liberales. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XIX, el
ideal de la cárcel moderna se convierte en un leitmotiv liberal, lo que empuja a los viajeros
liberales a contar en detalle sus visitas a las prisiones europeas, elogiando la reducción de
penas y la rehabilitación de los prisioneros por medio del trabajo. En los Estados Unidos,
el panóptico de Filadelfia se convierte en el sitio más visitado por los viajeros
colombianos, superando incluso las cataratas del Niágara. Durante su gira europea entre
1858 y 1862, José María Samper multiplica las visitas a instituciones penales; en especial a
la casa correccional de Génova, los panópticos de Lausanne, Dublín y las cárceles de Gante
y Saint-Gallen. Samper ofrece en seis páginas una descripción muy precisa de la casa
correccional de Génova, que encarna ante sus ojos un sistema penitenciario virtuoso,
basado en el aislamiento, el trabajo y la capacidad de redimirse; la administración de la
prisión panóptica de Dublín se encarga de los detenidos que salen de la prisión para que
se reincorporen a la sociedad a través del trabajo; en el Cantón de Vaud, la pena de
muerte ha sido abolida, al igual que los trabajos forzados, las confiscaciones y las
degradaciones públicas95. Medardo Rivas visita a finales de los años setenta las cárceles
parisinas de Sainte-Pélagie y de Saint-Lazare y nota que en Francia «no está el sistema
penitenciario a la altura de las Casas de Cincin en Nueva York o del Panóptico de Filadelfia;
pero la suerte del delincuente ha mejorado, las prisiones son sanas, no hay crueles
castigos»96. Como lo resume José María Samper en 1862:
Es consolador observar que en todas partes el desarrollo de la libertad corre parejo
con la mejora del régimen penitenciario, como se ve en los Estados de Norte
América, en Suiza, en Bélgica, en Baden y en la Gran Bretaña 97.
82 Inspirada por los relatos de los viajeros, la creación de un sistema penal humano y
moderno será una de las principales metas de los gobiernos radicales de los años setenta.
83 La educación constituye otro terreno privilegiado de observación para los viajeros
colombianos, en primer lugar porque la adquisición de una formación superior en Europa,
pese a ser muy debatida98, es una atractiva perspectiva para los padres deseosos de
asegurar a sus hijos una posición de prestigio y poder; y obviamente, porque Europa
aparece como una fuente de modelos pedagógicos portadores de civilización y aplicables
a Colombia. Quienes siguieron estudios superiores en Europa son a menudo sus más
fervientes defensores. Un buen ejemplo es el caso de Eustacio Santamaría, quien a
162
NOTAS
1. Retomando el análisis de Benedict Anderson sobre el impacto de la imprenta en la creación de
un sentimiento de pertenencia a un conjunto más amplio que la comunidad inmediata, local o
regional (cf. B. Anderson, Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism,
London, New York, 1983), se podría concluir que existe entre los colombianos cultos del siglo XIX,
una «comunidad imaginada» que los engloba, junto con Europa, en el universo de la civilización;
y sólo con el viaje a Europa se dan cuenta de que esta «comunidad imaginada» no es percibida de
la misma manera por los europeos, para quienes los hispanoamericanos forman parte de un
universo cultural que perciben como radicalmente extraño; y sobra decirlo, irremediablemente
inferior. Del resquebrajamiento de esa comunidad imaginada, de la toma de conciencia de que el
lugar que les es asignado en Europa es el de seres humanos de segunda clase va a nacer la
ideología nacionalista.
165
2. «Cuando nosotros decíamos que éramos americanos, se nos tomaba por yankees, equivocación
que más de una vez nos fue útil en regiones a donde no ha llegado jamás la pobre y desconocida
bandera de Colombia», F. C. Aguilar, Recuerdos de un viaje a Oriente, Bogotá, Imprenta del
Tradicionista, 1875, p. 40.
3. F. Pérez, Episodios de un viaje a Europa, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1946
[1a. ed., 1881], pp. 187-188.
4. Carta de C. Holguín citada en H. Holguín y Caro, Carlos Holguín. Una vida al servicio de la
República, Bogotá, 1981, t. 2, p. 663.
5. «Dios mío! Y es posible que los sudamericanos sepan latín y francés a más del italiano en que
Ustedes hablan! Quién puede haber llevado a tan remotas y casi ignoradas regiones las lenguas
que Ustedes conocen? O acaso Ustedes las han aprendido en Europa? Riéndome, como era
natural, de la ignorancia de mi interlocutor, le hice comprender que no estábamos tan atrasados
como se creía por acá, dándole una idea de aquellos países», José Hilario López, Memorias,
Medellín, 1969, [1a. ed, París, 1857], p. 400.
6. J. M. Samper, Historia de una alma, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1948, t. 2.
[en adelante Historia...], pp. 188-191.
7. F. C. Aguilar, op. cit., p. 50.
8. «Eso no vale nada: son cuadros de pacotilla que se hacían en Sevilla para los conventos de
América», Moreli (seud.) [Á. Cuervo], Conversación artística, París, Imprentas reunidas, 1887, p.
118.
9. Andrés Posada Arango, Viaje de América a Jerusalén, tocando en París, Londres, Loreto, Toma i Ejipto,
París, A. E. Rochette, 1869, p. 48.
10. F. Pérez, op. cit., pp. 150-151.
11. M. Rivas, Viajes por Colombia, Francia, Inglaterra y Alemania, Bogotá, Imprenta de Fernando
Pontón, 1885, p. 219.
12. Valga recordar además que los colombianos del siglo pasado parecen efectivamente haber
tenido poca propensión al «rastacuerismo», con excepción quizá del espléndido comerciante
medellinense Carlos Coriolano Amador (cf. L. F. Molina Londoño y O. Castaño Zuluaga, «El burro
de Oro. Carlos Coriolano Amador, empresario antioqueño del siglo XIX», BCB, Vol. 24, N°. 13, 1987,
pp. 3-27). Sus fortunas limitadas, sus costumbres de sobriedad y de frugalidad, propias de cierta
cultura tradicional colombiana, su reflejo arraigado de esconder sus riquezas para evitar la
expoliación o el robo, y su poca inclinación al oropel impedía tal vez a los viajeros colombianos
más que a cualquier otro, reconocerse en la caricatura del «rastacuero».
13. J. S. de la Peña, Noticias de jerusalén, Bogotá, Francisco Torres Amaya, 1860, pp. 41-42.
14. F. Pérez, op. cit., p. 148-149.
15. E. Reclus, «Un voyage à la Nouvelle-Grenade, Paysages de la Nature Tropicale», La Revue des Deux
Mondes, París, mayo 1, 1860, p. 83.
16. J. M. Samper, Historia... p. 198.
17. «No sólo mostraba grande interés por el progreso de las Repúblicas Americanas y el triunfo
práctico y definitivo de las instituciones libres en el Nuevo Mundo, sino que frecuentemente
citaba como ejemplos las buenas soluciones que habíamos logrado dar en América, con la
libertad, a muchos problemas políticos y económicos, verdaderamente sociales, que estaban por
resolver y eran temibles en Europa», ibíd., p. 195.
18. Carta de Jose Camacho Roldán a su hermano Salvador, Paris, agosto 18, 1873, ACH, FSCR.
19. Carta de J. M. Samper a T. C. de Mosquera, París, mayo 28, 1862, ACC, FM, D42948, f. 5.
20. Ibíd., París, diciembre 21, 1861, ACC, FM, D40893.
21. Cf. J. Acosta, Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada, París,
1848.
22. Cf. Jeografía jeneral de los Estados Unidos de Colombia, escrita de órden del Gobierno por Felipe Pérez,
París, Rosa y Bouret, 1865.
166
por varios de sus contemporáneos, sino también al hecho de haber dejado su país muy joven y de
no haber regresado nunca, Torres Caicedo se había alejado material y afectivamente de la patria,
a pesar del papel central que ocupaba en la colonia colombiana de París. Los casos de otros
colombianos que se quedan a vivir en Europa — J. J. Triana, R. J. y Á. Cuervo, E. Uricoechea, R. S.
Pereira, S. Pérez Triana, I. Gutiérrez Ponce, M. Vélez Barrientos, P. M. Moure— muestran, así
mismo, un alejamiento progresivo del acontecer político nacional. Para aquellos Colombianos
expatriados, sea cual sea la intensidad de sus vínculos epistolarios, una estadía prolongada en el
Viejo Mundo trae como consecuencia una menor implicación en el debate político nacional.
85. Cf. capítulos 7 y 9.
86. Cf. capítulo 6, «La guerra de las representaciones».
87. J. M. Samper, Viajes de un colombiano a Europa, París, E. Thunot, 1862 [en adelante: Viajes...], t. 1,
pp. 115 y 125.
88. M. Rivas, op. cit., p. 291.
89. N. Tanco, op. cit. , pp. 173 y sigs.
90. A. M. Pardo, Diario de viaje a Europa, marzo 30, 1866, BLAA, Mss. 10.
91. Carta de J. J. Borda a Anselmo Pineda, París, marzo 15,1850, BNB, Man., t. 447, f. 130-132.
92. Carta de J. M. Torres Caicedo a A. Pineda, París, septiembre 15,1858, BNB, Man., t. 440, f. 457.
93. Ramón Gómez, Apuntes de viaje, Bogotá, J. B. Gaitán, 1880, p. 51.
94. Carta de N. Pereira Gamba al secretario del Interior, Bogotá, agosto 7,1872, AGN, SREMI t. 82,
f. 1002.
95. J. M. Samper, Viajes... t. 2, pp. 51-57; pp. 292-293 y p. 89.
96. M. Rivas, 1885 op. cit., p. 650.
97. J. M. Samper, Viajes... t. 2, p. 413.
98. Cf. capítulo 6, «La crítica del viaje: una experiencia inútil y nociva».
99. Cf. capítulo 7, «La misión pedagógica alemana».
100. N. Tanco, op. cit., pp. 131 y sigs. y 183 y sigs.
101. J. M. Samper, Viajes... t. 2, pp. 89,141, 245 y 335.
102. M. Rivas, op. cit., p. 568.
103. L. Rivera Garrido, De América a Europa, Palmira, Imprenta de Materón, 1875, pp. 201-202.
104. Cf. capítulo 3, «La lenta definición del conservatismo», capítulo 7, «El fracaso del proyecto
radical» y capítulo 9, «La construcción del orden católico».
105. M.T. Arrubla, Viajes por España e Italia, Bogotá, Imprenta de La Ilustración, 1886, p. 166.
106. Carta de R. Núñez a T. C. de Mosquera, París, febrero 5, 1866, ACC, FM, D48897.
107. La mayor parte de los artículos escritos entonces por Núñez están reunidos en Ensayos de
critica social, Rouen, Imprenta de E. Cagniard, 1874.
108. Los artículos de Eustacio Santamaría están reunidos en Conversaciones familiares sobre
industria, agricultura, comercio, etc.. La Haya, Lemâle aîné, 1871, 3 t.
109. Cf. capítulo 6, «La ideología del viaje: mérito, prestigio y patriotismo»
169
1 De la travesía del Atlántico nace un nuevo discurso sobre Europa: el relato de viaje.
Aparecido en los diarios íntimos, en las apuntaciones escritas apresuradamente en el
camino y en las cartas a los amigos o familiares, el relato de viaje surge como género
literario a partir de la década de 1860. Desprovisto de esteticismo e impregnado de la
convicción de que la descripción de las naciones «civilizadas» es obra patriótica, el
discurso de los viajeros contribuye a intensificar la referencia a Europa y a aumentar su
densidad polémica.
3 Las cartas del viajero a su familia o el diario íntimo que abre apenas se despide de los
suyos constituyen a menudo una primera experiencia de escritura y de introspección. Las
incorrecciones estilísticas y los errores de ortografía que aparecen a veces en esos
documentos revelan esa falta de familiaridad con la escritura. Peregrinos y comerciantes,
poco acostumbrados a la redacción, se ponen a contar sus tribulaciones en el extranjero y
al publicar sus relatos. Muchos apelan modestamente a la indulgencia del lector ante la
insuficiencia del estilo1.
170
4 Lo importante es, en todo caso, compartir las impresiones, y los viajeros saben que hay en
su lejana patria un auditorio lleno de curiosidad. Sus cartas pasan de mano en mano y son
leídas en voz alta en el círculo de amigos y familiares. Adolfo Harker, un comerciante
conservador de Santander, relata en sus memorias el éxito que tuvieron las cartas escritas
a su madre por su segundo esposo, José María Coronado, durante su viaje a Europa entre
1871 y 1872:
El Doctor Coronado era un hombre sumamente observador, y muy agradable y
correcto en su correspondencia epistolar; así que las cartas que escribió a mi madre
acerca de sus impresiones de viaje y de todo cuanto vio en los países que recorrió en
Europa, eran interesantísimas, siendo leídas con sumo agrado, aún fuera del círculo
de nuestra familia2.
5 El interés cada vez mayor que despierta este tipo de testimonios lleva a los amigos o a los
parientes del viajero a proponer sus cartas a los editores de libros o de periódicos para
que sean publicadas. Por su parte, la prensa se muestra ávida de relatos escritos por
plumas nacionales. En los círculos literarios, la carta a los amigos se convierte en la forma
predilecta del viajero para contar las aventuras del viaje; ésta tiene la virtud, mucho más
que la carta enviada a la familia, por lo general más formal y sentimental, de permitir el
6 humor, la ironía y los guiños literarios, como lo ilustran las cartas escritas por José María
Vergara y Vergara durante su viaje a Europa entre 1869 y 1871 a sus amigos literatos: José
Joaquín Ortiz, Ricardo Carrasquilla, José María Quijano Otero, Manuel Pombo y José
Manuel Marroquín3. En casos como éste la identidad del remitente y de los destinatarios
garantiza la publicación de las cartas en los periódicos de la capital.
7 Las cartas escritas por los viajeros ajenos a los círculos cultos y por lo tanto desprovistas
de ambiciones literarias contrastan con los relatos de los literatos experimentados, por su
ausencia de afectación y la sinceridad de su tono. Esas cartas ofrecen por lo general un
retrato menos complaciente y más verídico del viaje a Europa4. Éste se revela a menudo
como una experiencia desagradable. La descripción de las molestias de la travesía del
Atlántico reemplaza los ensueños oceánicos bajo noches estrelladas que llenan las
primeras páginas de los relatos publicados. Una vez en Europa, la sensación de fealdad, de
tristeza, de suciedad y de decepción es a veces sorprendente. En 1853, Pastor Ospina
escribe a su hermano Mariano:
Ginebra sobre el lugar donde el Ródano sale del lago dicen que es bella: yo no he
encontrado la belleza de esa ni de ninguna otra ciudad, porque me parece que no
merecen este nombre unas calles más o menos anchas formadas por casas más o
menos altas con tiendas más o menos surtidas que es lo que hai en todas ellas 5.
8 En el diario íntimo de Andrés María Pardo, un médico bogotano que parte por seis meses
a Europa en 1866 y recorre a Francia, Italia, España e Inglaterra con sus tres hermanos, el
viaje aparece como una sucesión de sinsabores que le hacen olvidar rápidamente su
entusiasmo inicial. La ausencia de su familia le es insoportable —«Si estuviera con mi
familia, con mis queridas hijas, entonces gozaría de las ventajas de Europa»6—, la mala
calidad de los hoteles le pesa, la comida le es indigesta y el clima le parece peligroso,
particularmente en Inglaterra —«Lo que he visto de Londres es sumamente triste y feo»7
—; se deprime frente a la pobreza de Roma8, de Londres, de Barcelona, donde la catedral
lo decepciona: «Es bien fea, como casi todo edificio gótico»9. El hastío del viaje se trasluce
claramente: «He perdido por Europa las ilusiones constantes que sobre ella tenía y me he
aburrido de ver iglesias»10. El sentimiento de soledad y fastidio es abrumador:
171
20 Los relatos de viaje reflejan también las líneas divisorias de la política colombiana, y el
discurso sobre Europa —sea liberal o conservador— se plantea en el debate público como
pedagogía nacional. El discurso de los viajeros conservadores es ante todo una pedagogía
católica. En 1847, Rufino Cuervo expone las motivaciones que lo empujaron a publicar las
cartas de Cordovez Moure:
Al emprender este trabajo hemos consultado no tan sólo nuestras simpatías por la
familia, sino también una idea de patriotismo. El buen juicio y la erudición que
manifiesta el joven Cordovez al hablar de la Grecia, las comparaciones que de ella
hace con nuestra patria, y el tierno respeto con que pinta las emociones que
esperimentó al ver la ensangrentada roca sobre la cual el Salvador del mundo rindió
el último suspiro para reconciliar la tierra con los cielos, son cosas con las cuales se
hace algo más que satisfacer la curiosidad: con su lectura, el filósofo medita, el
político calcula y el hombre relijioso se edifica25.
21 Unos años después, Domingo Arosemena explica en la introducción de su libro Sensaciones
en oriente: «sería feliz si con mi obra pudiera inculcar estas verdades, en el corazón de
174
algunos niños que desde la infancia dudan de las cosas sagradas, i suponen fabulosos los
hechos en la Biblia referidos»26. El Viaje a Roma y a Jerusalén, publicado por monseñor
Manuel C. Restrepo en 1871 en París, es sin duda el que ofrece la mejor ilustración del
relato de viaje como empresa de pedagogía religiosa: «Mi único deseo es que los que lean
este libro adquieran sentimientos relijiosos, si por su desgracia no los tienen, y que los
aviven y confirmen más y más, si por su dicha los poseen en su corazón»27. Al describir en
detalle los lugares santos o el culto católico en Roma, monseñor Restrepo explica que lo
hace porque ninguno de sus compatriotas se preocupa por transmitir a sus lectores una
idea precisa de los oficios religiosos de la Ciudad Eterna. La descripción de los lugares
emblemáticos del cristianismo es uno de los múltiples recursos de la pedagogía católica.
22 Si los relatos de viaje aparecen, cuando son escritos por plumas conservadoras, como
instrumentos de catequización, se convierten bajo las plumas liberales en herramientas
de la pedagogía del progreso. En 1862, José María Samper formula claramente el proyecto
ideológico del relato del viaje liberal:
Viajo por mi patria, es decir con el solo fin de serle útil, y escribo para mis
compatriotas los Hispano-colombianos. He creído que lo que importa más por el
momento no es profundizar ciertos estudios, sino vulgarizar o generalizar nociones.
A los pueblos de His-pano-Colombia no les ha llegado todavía el momento de los
estudios fuertes, por la sencilla razón de que la inmensa masa popular no tiene aún
la noción general del progreso europeo. Hasta tanto que esa masa no haya recibido
la infusión elemental de luz y fuerza que necesita para emprender su marcha
(porque hoy no se marcha sino que se anda a tientas) el mejor servicio que se le
pueda hacer es el de la simple vulgarización de las ideas elementales. Después
vendrá el tiempo de los trabajos laboriosos y profundos.
La inmensa mayoría de los Hispano-colombianos no conoce, por falta de contacto
íntimo con Europa, los rudimentos o las verdaderas condiciones del juego general
de la política, las letras, la industria, el comercio, y todos los grandes intereses
vinculados con Europa. De ahí provienen graves errores de apreciación, de
imitación o de indiferencia que se revelan en la política, la literatura, la legislación
y las manifestaciones económicas de Hispano-Colombia.
Desvanecer, si puedo, esos errores, dándole a la expresión de lo que me parece la
verdad las formas simpáticas de lo pintoresco y el atractivo de una rápida, fiel y
animada narración, tal es el objeto de estas páginas de impresiones 28.
23 La voluntad, compartida por liberales y conservadores, de hacer del relato de viaje un
instrumento de pedagogía nacional revela que existe un consenso sobre la pertinencia de
las experiencias europeas en el contexto nacional; pero también refleja el anhelo de las
elites de adueñarse de las representaciones políticas del viejo continente. Este deseo de
apropiarse y controlar el discurso sobre Europa se fundamenta también, tanto para los
liberales como para los conservadores, en la convicción de que la difusión incontrolada de
escritos europeos puede ser peligrosa políticamente y que es preferible filtrarla y
controlarla.
24 En el bando liberal, José María Samper observa en 1862 que los únicos escritos sobre
Europa, hasta entonces asequibles a los lectores colombianos son novelas como las de
Alejandro Dumas «que desnaturalizan las cosas a fuerza de ingenio, exageración o
fantasía, y prescinden de los hechos sociales, ocupándose sólo de lo pintoresco y
divertido»29, o de obras especializadas incomprensibles para los no-iniciados. Samper
explica que ya es hora de realizar una gran síntesis pedagógica sobre Europa, adaptada al
lector hispanoamericano: es justamente lo que se propone hacer con sus Viajes de un
colombiano a Europa. Del lado conservador, liberarse de los intermediarios europeos
significa evitar la contaminación de la impiedad y del ateísmo, presente incluso en ciertos
175
relatos de viaje a Oriente escritos por plumas europeas. José Santiago de la Peña, él
también lector asiduo de este tipo de obras, recomienda a los fieles la mayor prudencia
frente a ellas:
El venir a la Palestina a visitar los Santos Lugares de nuestra redención lo considero
como una cosa necesaria a todo cristiano, pues no es lo mismo leer las relaciones de
los viajeros i peregrinos porque todo cuanto puedan decir estos es nada, i no puede
formarse idea de lo que es en realidad: cada uno cuenta las cosas como las ha visto,
según como las concibe, i según esté su corazón desposeído de las ideas que infunde
la relijión30.
25 El intermediario europeo es peligroso. Domingo Arosemena queda aterrado por la
tolerancia de Lamartine respecto al islam; monseñor Restrepo previene a sus lectores
contra las blasfemias de Renan en su Vida de Jesús. La impiedad europea, además de ser
impresa y difundida, puede incluso contaminar la percepción misma de la Tierra Santa.
En 1858, José Santiago de la Peña observa con horror el nacimiento del turismo europeo
en Palestina y señala que «querer unir a un mismo tiempo la piedad i la diversión como lo
hacen algunas caravanas de la Europa, no tiene buen éxito, i por razón natural se
desconciertan i escandalizan los que las observan»31. Por eso propone la separación de las
nacionalidades en las caravanas a Palestina y la organización por el clero colombiano de
una caravana suramericana. El control del viaje a Tierra Santa por parte de la Iglesia
nacional es la única garantía contra la difusión del ateísmo europeo. Así, mientras los
conservadores se empeñan en oponer la descripción de una Europa engrandecida por su
piedad a la difusión de escritos socialistas, comunistas y ateos, los liberales buscan
contrarrestar la difusión de embrutecedores panfletos de propaganda ultramontana,
nocivos para la educación política del pueblo. La voluntad de cortar el cordón umbilical
que une a Colombia con los debates europeos va acompañada de un intento de creación de
otro cordón, sanitario esta vez.
26 Así, estimulada por el enfrentamiento de los partidos, la «nacionalización» de la
referencia a Europa comienza a tomar ímpetu a partir de mediados del siglo XIX,
sugiriendo que la primera etapa de la emancipación del discurso reside en la creación de
una literatura nacional sobre otras naciones. La paradoja, sin embargo, sólo es aparente:
el valor de referencia central que se le reconoce a la Europa Occidental explica la
importancia del «discurso sobre el otro» en ese movimiento de búsqueda de identidad.
Crear un discurso sobre Europa —¿habría que decir, sobre el futuro?— es sin duda una
etapa esencial en el proceso de afirmación nacional32. No es un azar del calendario que el
auge del relato de viaje concuerde cronológicamente con la aparición del costumbrismo,
el primer género literario propiamente nacional: esta concordancia sugiere la
consustancialidad del discurso sobre el otro y del discurso sobre sí mismo. La progresiva
«nacionalización» de la referencia a Europa termina por convertirla en parte integrante
del debate público en Colombia. Los actores de la referencia son, más que nunca, actores
nacionales. La lucha entre las dos modernidades en conflicto en el mundo occidental —
una modernidad católica e inclinada hacia el «orden» y una modernidad laica más
sensible al «movimiento»— viene entonces a reforzar las líneas divisorias de la política
nacional. La guerra de las representaciones librada en los relatos de viaje es un pálido
pero significativo reflejo de las verdaderas guerras civiles que se libran en Colombia.
176
30 Pero el afán catequizador conservador o liberal, incita a los viajeros a forzar la realidad
para adaptar las descripciones a sus propósitos. Europa está cargada de demasiada
ejemplaridad como para no darle a los más nimios detalles un significado útil en la
contienda política. Así, los relatos de viaje que más se amoldan a las exigencias del
discurso político —los de Samper por el liberalismo o los de monseñor Restrepo por el
conservatismo— también son los más contrastados, los más bipolares: el texto parece
estar depurado de anécdotas que no sirvan el propósito político del autor. Las líneas
divisorias se acentúan, los contrastes se profundizan: dos Europas aparecen.
31 Los textos publicados por José María Samper durante su primer viaje a Europa entre 1858
y 1862 —Ensayo sobre las revoluciones políticas, los dos volúmenes publicados de Viajes de un
Colombiano en Europa (de cuatro previstos inicialmente) y las Cartas de un americano,
publicadas en el periódico limeño El Comercio en 1862— ofrecen la mejor ilustración de
una representación liberal de Europa. Samper lleva al paroxismo la tendencia general a
someter la descripción de la realidad a la lógica de la demostración, hasta el punto de
proponer, más que una descripción, una verdadera alegoría liberal de Europa. Siguiendo
la lógica del Ensayo, que llama a la destrucción de las instituciones coloniales en
Hispanoamérica, Samper ve, en cada uno de los países que visita —Inglaterra, Francia,
España, Suiza, Alemania, Bélgica— los signos del conflicto entre el espíritu democrático y
el antiguo régimen: un conflicto edificante para quienes, como él, aspiran a la victoria
definitiva del liberalismo sobre los vestigios de la Colonia. Así lo explica en el Ensayo sobre
las revoluciones políticas, un título plagiado de Chateaubriand, cuando describe el edificio
híbrido que es la sociedad colombiana: «Ese techo nuevo, mal ajustado es la república
democrática, y esas murallas cuarteadas, pero resistentes son las instituciones y
costumbres oligárquicas de la Colonia. Colombia no tendrá paz ni estabilidad ni armonía,
en tanto que su extravagante edificio no haya sido enteramente renovado»38. Durante su
viaje, Samper se da cuenta de que Europa también es un edificio híbrido y que las bases
del antiguo régimen están todavía sólidas aunque el avance democrático se haga sentir
ineluctablemente. Observa a Europa a través del prisma exclusivo de la grandiosa lucha
entre libertad y opresión y, así filtrada, la restituye en sus relatos. En todas partes, hasta
en el corazón de las grandes ciudades, utiliza el mismo tamiz para su lectura e identifica
la misma línea divisoria entre lo antiguo y lo moderno.
178
32 Barcelona y la «libre y activa Cataluña», que por su actividad industrial se parece a una
«comarca inglesa», pertenecen indudablemente al campo del progreso. Samper, al evocar
a Barcelona, exalta el valor de la palabra dada, el amor al trabajo y el sentimiento
igualitario ligado a la cultura del trabajo: «como todos trabajan, todos se tienen por
iguales y se tratan con una sencillez que permite la fusión de todas las clases sociales» 39.
Las Provincias Vascongadas, entregadas a la industria y al comercio, o Málaga, uno de los
principales centros del liberalismo, encarnan ante Samper «la España laboriosa,
republicana, independiente, individualista»40. En Madrid en cambio, la línea divisoria
entre la antigua y la nueva España atraviesa la ciudad, así como en Valencia o Valladolid:
«Valladolid es quizá la ciudad española que hace resaltar mejor el contraste de la vieja y
la moderna España»41. Por un lado está el urbanismo claro y luminoso del siglo XIX, la
comodidad, la luz, la limpieza, la actividad, el cosmopolitismo y el liberalismo; por el otro,
los barrios góticos —Samper manifiesta en varias ocasiones su repugnancia por el estilo
gótico, no tanto por motivos estéticos como por la sociedad que evoca— las calles sinuosas
y sucias, la mendicidad, los conventos, el encierro y la oscuridad que sugieren la
resistencia al progreso y el conservatismo político. En efecto, explica Samper, «El
conservatismo no tiene sus fortalezas en España sino en las ciudades donde reinan la
inmovilidad y el silencio»42. Toledo forma sin duda parte de éstas últimas, al punto que la
califica de «museo de la vieja España, custodiada por clérigos, militares y mendigos» 43.
Otras ciudades encarnan el inmo-vilismo clerical: Friburgo en Suiza, ciudad marcada por
la vieja impronta de los jesuitas, y en Bélgica, Lovaina, Brujas y Malinas, paralizadas por la
decadencia clerical: «En todos mis viajes he podido observar que el progreso de las
ciudades está en razón inversa del número de sus canónigos, frailes y demás seres
179
inútiles, que duermen, cantan y consumen. Malinas es a Bélgica lo que Toledo a España y
Friburgo a Suiza»44. La descripción de las antiguas ciudades eclesiásticas europeas brinda
a Samper la oportunidad de ensalzar la venta de los bienes de la Iglesia decretada por
Mosquera en 1861 —el año de la publicación de los Viajes de un Colombiano en Europa. Su
insistencia en la decadencia de las ciudades sometidas a la influencia del clero anuncia el
sombrío futuro de Colombia si no logra deshacerse del dominio de la Iglesia. El
contraejemplo europeo habla por sí mismo.
33 Pero el clero no es el único obstáculo que se opone a la victoria del principio democrático
en Europa. En Alemania, «país de reyezuelos», no obstante agradable a Samper por la
relativa tolerancia religiosa que lo caracteriza, la aspiración democrática está ahogada
por la tiranía de los príncipes. En las ciudades antiguas como Nuremberg, Hannóver,
Colonia o Maguncia «se ve donde quiera el estilo enteramente feudal, el sello de los
pueblos en acción, de las clases sociales en lucha, del capricho y de las tradiciones de la
época feudal»45; en las ciudades transformadas por el urbanismo moderno como
Francfort, Stuttgart, Dresde, Hamburgo o Berlín no sopla libremente el espíritu
democrático como en España, Bélgica o Suiza: la modernidad alemana es creación de los
príncipes y no de los pueblos. Francia decepciona igualmente a Samper: lejos de
encontrar, como lo imaginaba, un espíritu democrático, intacto y vivaz, contenido a duras
penas por el autoritarismo imperial, descubre aterrado que «el verdadero fondo del
pretendido espíritu democrático de los franceses no es el sentimiento del derecho
individual y colectivo, sino la envidia y la vanidad —la envidia social, de persona a
persona y de clase a clase, y la vanidad nacional o de raza y nombre común». Francia,
explica, que se caracteriza no por un verdadero espíritu democrático sino por un
igualitarismo envidioso y agresivo, encarna la «negación de toda superioridad
permanente»: está corroída por la «guerra social en permanencia, la guerra sorda, poco
aparente, pero incesante»46. E Inglaterra, por último, «verdadera imagen de la
civilización, del progreso de la humanidad», que se destaca también por sus instituciones
liberales, está debilitada en su papel de modelo político por una estructura social
jerárquica que avala inmensas desigualdades. La bipolaridad europea se expresa en el
contraste de las sombras y las luces londinenses «oro y mugre», «grandeza y oprobio»47.
Como Tocqueville al descubrir a Manchester en 1835, Samper percibe la lucha que
enfrenta a la civilización y a la barbarie en el campo de batalla que es la capital inglesa 48:
Londres es la ciudad-escuela por excelencia porque abriga en su hirviente seno
todos los elementos de la lucha terrible empeñada entre la civilización y la barbarie,
es decir: la justicia y la iniquidad, el goce fecundo y la miseria 49.
34 Finalmente es en Suiza y en Bélgica donde Samper encuentra la mejor respuesta a su
esperanza de ver el principio democrático victorioso en suelo europeo. Bélgica, «liberal,
industriosa y progresista» lo seduce por su libertad de opinión y de prensa, por su cultura
parlamentaria, por su hospitalidad hacia los refugiados políticos franceses, italianos,
alemanes, rusos y austriacos. Suiza, por último, brinda a los liberales colombianos una
verdadera lección de democracia: el federalismo, el espíritu democrático, la modernidad
del sistema judicial, la ideología ilustrada de la reducción de penas, el interés por la
educación y la tolerancia religiosa definen el panorama político de la Confederación. En
un tren suizo Samper descubre el wagon sin compartimento, que interpreta como prueba
irrefutable de democracia: «La promiscuidad de los grandes wagones no se acomoda en
rigor sino a las costumbres democráticas, y bajo este aspecto me pareció perfectamente
suiza»50. El paisaje de Lausana constituye, para un Samper siempre dado a las visiones
alegóricas, otro símbolo ineludible de la democracia suiza:
180
siglo XIX. Como lo explica en 1869 Andrés Posada Arango, quien busca defender la imagen
de una Francia católica:
La patria de San Luis no ha apostatado por entero; aún se cantan en sus templos las
alabanzas del Altísimo, se lleva la ofrenda a sus altares, se enjugan las lágrimas del
desgraciado i se busca en el santuario de la penitencia la paz y el perdón. La cátedra
sagrada no ha enmudecido todavía: los Bossuet, los Massillon, tienen aún sus
sucesores; la fe cuenta con adalides como Gaume y Augusto Nicolas 57.
39 El discurso conservador sobre Europa evoca a los oradores sagrados franceses, el trabajo
de las congregaciones, la grandeza de la Iglesia galicana y de sus prelados, monseñor
Dupanloup y Sibour y la política católica de Napoleón III. En Italia, el itinerario
conservador pasa por Turín con el fin de admirar el Santo Sudario —«Es lo mejor que he
visto en Europa» escribe en 1866 Andrés María Pardo en su diario de viaje58—, Loreto,
Napoles para asistir a la licuefacción de la sangre de San Genaro, la misa en San Pedro de
Roma y la visita al Sumo Pontífice. En fin, el viaje a Oriente brinda la oportunidad de
sentir el vigor de la Europa católica en su tarea de evangelización.
El viaje a Oriente
faro inextinguible del porvenir— ejerce en ella su influjo civilizador» señala Pardo68.
Constantinopla ejerce la misma fascinación sobre quienes la visitan: en ella hay coches de
caballos, tranvías urbanos, calles pavimentadas, faroles de gas, colegios europeos,
instituciones católicas y protestantes, hoteles, iglesias y hospitales.
46 Esta abundancia de imágenes de la civilización material europea, en un discurso
conservador que busca ante todo ofrecer una pedagogía católica, revela al mismo tiempo
el lento retroceso de una weltanschauung religiosa. Así, el significado religioso de la lucha
entre Occidente y Oriente se borra imperceptiblemente, y la oposición entre cristiandad y
gentilidad se ve reemplazada por la oposición entre civilización moderna y barbarie.
Tradicionalmente, el viaje a Oriente es edificante porque permite conocer los lugares de
la pasión y meditar sobre la ruina de los imperios y la vanidad de las cosas humanas. Sin
embargo, esta concepción teológica de la historia basada en el sueño de la estatua del
profeta Daniel —la estatua de los pies de arcilla que simboliza la destrucción y la sucesión
de los imperios—, si bien es invocada todavía, va borrándose progresivamente. El Oriente
sigue siendo edificante, pero ahora, sobre todo, porque es el escenario privilegiado para
contemplar la obra civilizadora de la Europa decimonónica.
47 La descripción de Jerusalén brinda el mejor ejemplo de sustitución de una visión religiosa
por una visión moderna y laica: cuando todos los demás viajeros se decepcionan frente a
la fealdad, la tristeza y la insignificancia de la ciudad, monseñor Restrepo es el único en
señalar que la decadencia de Jerusalén es producto del castigo divino. Para los demás, sólo
el «atraso» de los pueblos ignorantes permite explicar su aspecto miserable. Luego de
Cordovez, quien en 1846 se asombra al llegar a las murallas «sin haber encontrado antes,
como sucede en las ciudades de Europa y aún de América, quintas, alamedas, movimiento
de población, algo, en fin, que indicara la cercanía de una capital»69 el piadoso Posada
confiesa su decepción: «No hai plaza, ni paseos, ni fuentes, ni estatuas, ni teatros» 70.
48 La obsesión por el urbanismo europeo, la ausencia de una percepción estética del
«exotismo» de los lugares que diferencia radicalmente a los viajeros colombianos de sus
homólogos europeos, revela la carga de «europeidad» que Oriente reviste para ellos.
Oriente, en efecto, tiene esa extraña virtud de hacerlos sentir europeos. En Europa no hay
ninguna posibilidad de que esto ocurra: el mare mágnum de prejuicios de los europeos
hacia los suramericanos lo impide. Mientras que Europa tiende a hacer olvidar la
«europeidad», es decir, la «occidentalidad» del criollo americano, Oriente en cambio la
reafirma. En 1846 Cordovez había observado que, en tierra musulmana, el americano
tiene en común con el europeo el ser completamente extranjero; es la ventaja de la
religión católica, que hace que todos los hombres sean hermanos. Aquí también, a esta
identificación mediante la religión, se va a superponer otro tipo de identificación
desprovista de sentido religioso y basada en el acceso a la participación, junto con los
europeos, en cierto número de signos de modernidad: lujosos hoteles (el Gran Hotel de
Europa en Beirut, el Hotel Oriental y el Hotel del Comercio en El Cairo) y primeras clases
en los vapores que atraviesan el Mediterráneo oriental. El mundo de los viajeros a Oriente
de la segunda mitad del siglo XIX es por lo tanto un mundo lujoso, descrito a porfía por los
conservadores colombianos. Nicolás Tanco, quien viaja con el hijo de Lord Aberdeen,
observa que ningún suramericano ha puesto su firma en el libro de viajeros del Hotel
Oriental del Cairo; el padre Aguilar, con una evidente satisfacción, se pone en la escena
del universo cosmopolita y políglota del vapor que lo lleva de Trieste a Corfú: «Casi todos
los pasajeros de primera, inclusas las señoras, hablaban muy bien tres o cuatro idiomas.
Nosotros nos entendíamos con los pasajeros y tripulación en francés o italiano, lenguas
184
sabidas por todos, y a las veces en inglés con nuestro americano, ensayando también de
cuando en cuando algunas frases en griego antiguo, que eran bien comprendidas por los
descendientes de Pericles»71. Se simpatiza con viajeros ingleses y se recorre Palestina en
caravanas italianas o francesas. En un cambio de nacionalidad simbólica, Domingo
Arosemena, quien pierde su pasaporte en Jaffa, lo reemplaza en Beirut por un documento
que le expide el consulado de Francia, en ausencia de una representación consular
colombiana: «Era la mejor garantía con que podía contar para viajar con alguna seguridad
pues para los turcos, franco i europeo son sinónimos»72.
49 Teatro de la confrontación entre el Occidente cristiano y la barbarie musulmana, el
Oriente permite a los viajeros colombianos confirmar su pertenencia a la modernidad
europea, clasificándolos de entrada del lado de los civilizados. Allí vuelven a encontrar su
posición social de elites cultas que Europa les había negado, y pueden entonces elaborar
un discurso civilizador sobre un pueblo ignorante al que únicamente la acción pedagógica
del poder podrá integrar a la vida moderna.
50 No sorprende, por lo tanto, el raudal de comparaciones entre Oriente y América. La
similitud entre los musulmanes y los aborígenes del Nuevo Mundo es en efecto un lugar
común inevitable en los relatos de viajes, reflejo de la tentación colonial que ofrece
Oriente a los viajeros colombianos: «Allí están los días enteros los perezosos Turcos
fumando su pipa, con una indolencia igual a la de los salvajes de América» anota Cordovez
73
. El editor de los viajes de Rafael Duque, el escritor José Caicedo Rojas escribe en 1869:
«Si no fuesen odiosas las comparaciones, e inoportunas en este lugar, qué bien vendría
aquí una entre los pueblos musulmanes y los pueblos sur-americanos»74. Esta fiebre
comparativa, inexistente en los relatos de viaje a Europa, invade los textos consagrados a
Oriente. Además de la degradación moral y física de los indígenas se compara la suciedad
de las calles, el entorno, la cocina, las fisonomías, la hospitalidad del pueblo y su
ignorancia, las creencias paganas, los instrumentos de música tradicionales, el retraso de
la industria y el comercio, el clima y los paisajes. Hasta la penetración de las costumbres
europeas en Oriente recuerda a los viajeros colombianos la evolución que su patria
conoce; en especial, obviamente, los progresos de la impiedad europea. «Entre los Turcos
que se han educado en Inglaterra, Francia o Alemania, se nota lo mismo que entre
nuestros liberales de por acá, sumo indiferentismo religioso [...] el Turco ilustrado, como el
liberal colombiano, han perdido su religión, pero no la han sustituido por ninguna otra,
de manera que son deístas, ateos prácticos, animales»75 escribe el padre Aguilar en 1875,
antes de concluir:
Entre la gente ilustrada y el pueblo hay en Grecia una enorme desproporción, como
sucede también en Colombia; mucho atraso, miseria y barbarie se ocultan bajo
ligera corteza de civilización. Entre ese pueblo y el nuestro hay muchos puntos en
común y una notable similitud76.
185
Vista de Jerusalén. Grabado extraído de Andrés Posada Arango, Viaje de América a jerusalén tocando
en París, Londres, Loreto, Roma i Ejipto, París, A. E. Rochette, 1869.
El Crystal Palace de la Exposición Universal de 1851 en Londres. Grabado extraído de Medardo Rivas,
Viajes por Colombia, Francia, Inglaterra y Alemania, Bogotá, Imprenta de Fernando Pontón, 1885.
Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
empresarios de esas ricas naciones, que andan buscando en lugares nuevos una
colocación más ventajosa91.
63 Cuando en 1881 Carlos Holguín relata su encuentro con Ferdinand de Lesseps, lo que le
permite dar a sus compatriotas noticias del proyecto de canal interoceánico, muestra su
preocupación por el éxito del proyecto:
Porque una de las cosas que no sabemos allá es cómo se desarrolla en nosotros por
acá el amor por aquel pedazo de tierra infortunada que se llama la patria ausente; y
mientras más pequeña y desgraciada la vemos, más nos interesamos por ella 92.
64 Patriotas por su función de intermediación cultural, los viajeros lo son también por
convertirse ellos mismos en hombres experimentados, maduros, calificados, y por tanto
aptos para dirigir los destinos de la nación. Preocupados por aumentar su prestigio
personal en la patria, los viajeros tienden también a dedicar muchos esfuerzos a la
promoción de su propia experiencia europea.
65 El prestigio de la experiencia europea, obviamente, no es algo nuevo en Colombia. En
1846, la elocución «peninsular» del joven Julio Arboleda, educado en Europa, había
causado gran impresión en el Congreso:
Su primer discurso causó sensación extraordinaria pues nunca tal vez se había oído
en la tribuna de este país ese género de elocuencia literaria y compuesta, tanto en el
fondo como en la forma. La forma sobre todo: los ademanes, las inflexiones de la
voz, la pronunciación española de c y la z, denotaban estudios teóricos del arte y
buenos ejemplos de los países europeos, en donde aquél había recibido su primera
educación93.
66 A medida que se generaliza el viaje al exterior, se extiende la idea de que la sociedad
colombiana debe gratitud y reconocimiento a aquellos que contribuyen, de una manera u
otra, a la tarea patriótica de dar a conocer mejor la patria en las naciones civilizadas,
hacen resonar su nombre en los cenáculos eruditos del Viejo Mundo, difunden mediante
la prensa sus conquistas republicanas y hacen figurar sus productos en las exposiciones
universales. Las noticias de las colonias hispanoamericanas de Europa que difunde la
prensa colombiana evocan irresistiblemente la metáfora de un teatro donde la masa de
lectores colombianos observa desde la tribuna la actuación de sus compatriotas en el
escenario de las capitales europeas. En 1872, la madre de Rafael Reyes, en ese entonces
joven exportador de quina, lee en el periódico El Americano el discurso pronunciado por su
hijo con ocasión de la celebración del 20 de Julio en París: «Este periódico fue a Bogotá en
donde estaba mi madre. Mi tío José Prieto se lo llevó, y cuando lo leyó derramó lágrimas
de satisfacción, las que cayeron en la carta que me escribió en esa ocasión»94.
67 Ese mismo año, el secretario del Interior felicita a Nicolás Pereira Gamba por sus
actividades de promoción nacional en Europa95. Tres años más tarde, el secretario del
Interior y de Relaciones Exteriores exalta la labor de promoción que realiza Adriano Páez
con la Revista Latinoamericana, y lamenta profundamente que el presupuesto de 10.000
pesos aprobado el año anterior para publicar una obra sobre Colombia, no haya sido
prorrogado. Si la revista hubiera sido publicada sistemáticamente en inglés o en francés,
explica, habría sido de una enorme utilidad para el país96. Otro ejemplo: el nombramiento
de Ezequiel Uricoechea como profesor de árabe en la Universidad Libre de Bruselas
aparece en todos los periódicos de Bogotá. Su amigo Miguel Antonio Caro anuncia su
nombramiento y le transmite «la felicitación que le envía la patria regocijada»97.
68 No obstante, el reconocimiento a las proezas de los viajeros en Europa no siempre resulta
tan fácil ni tan fluido. Muchos indicios sugieren que en ciertas ocasiones los viajeros
190
quien lo siguió por un tiempo en su campaña militar contra las fuerzas mosqueristas, le
confía su temor de no poder volver a Francia en donde dejó a su familia y a sus más
queridos afectos. Su funesto presentimiento se hará realidad: ya que será asesinado unos
meses después104. Dos décadas más tarde la historia se repetirá, esta vez en las filas
liberales: seis días antes de encontrar la muerte en la hecatombe de La Humareda, la
batalla que marcará el aniquilamiento de la rebelión liberal de 1885 contra el gobierno de
Núñez, el liberal Luis María Lleras expresa a su compadre Rufino José Cuervo, instalado en
París, su anhelo irrealizable de dejarlo todo y llegar a Europa para sustraerse a la
absurdidad de la guerra:
Compadre, la guerra es un vértigo, es una locura, una insensatez; y los hombres más
benévolos se vuelven bestias feroces; el valor del guerrero es una barbaridad; pero
cuando uno toma las armas, no puede, no debe dejarlas en el momento del peligro,
no puede volver la espalda a amigos, enemigos y hermanos, sin cometer la más baja
de las acciones, sin ser un cobarde y un miserable. Preciso es que responda yo de
mis acciones en las horas de prueba y amargura; que mi carácter se temple en la
adversidad, y que cumpla hasta el fin con las obligaciones que me impuse de
soldado, y con las del patriotismo, como yo las entiendo. Perdone, compadre, toda
esta palabrería vacía quizá de sentido para quien juzga las cosas con ánimo
tranquilo y desapasionado; pero es el caso que no acierto a explicarme, y que sin
embargo tengo que buscar una escusa para no tomar hoy mismo el vapor de la
Mala, satisfaciendo así una de mismayores aspiraciones: hacer un viaje a Europa y
estrechar a Ud. y a Ángel entre mis brazos105.
76 Antes de dejarse invadir por un irresistible deseo de volver a irse, el progresivo ascenso
de Rafael Núñez hacia la presidencia a finales de los años setenta constituye sin duda el
más perfecto ejemplo de utilización política de la legitimidad brindada por la estadía en
Europa. Gozando ya, a través de sus correspondencias publicadas en los periódicos
colombianos durante sus años europeos, de una imagen de hombre de Estado
familiarizado con la política internacional, y pasando por alto las críticas de algunos de
sus adversarios que pretenden pintarlo como un hombre demasiado cosmopolita106,
Núñez sabe utilizar mejor que nadie el prestigio europeo durante su carrera a la
presidencia. Una vez sentado en el solio presidencial, seguirá utilizando el discurso de la
experiencia europea como fuente de competencia y de legitimidad, difundiéndolo incluso
a través de sus colaboradores. El discurso al Congreso en 1885 del ministro de Gobierno,
Diógenes Arrieta, es una obra maestra del género. En ese texto que, sin mayor sorpresa
constituye una apología de Núñez, el programa político de la Regeneración es presentado
como un producto directo de su experiencia en Europa:
A poco de terminada la revolución que coronó su triunfo con la Constitución de
1863 y la reorganización política de la República, el Doctor Rafael Núñez siguió a
Europa, nombrado Cónsul de Colombia en Liverpool. Allí permaneció diez años 107.
Hemos dicho en otra parte, y queremos repetir aquí, que la ausencia de la Patria,
siquiera por un corto tiempo, es semejante a la perspectiva aérea que el Ticiano
trajo a la pintura; suaviza los toques fuertes, rectifica o esconde las innobles
depresiones de las líneas en las figuras de los hombres y en los contornos de los
hechos, y comunica a todo el cuadro el tranquilo apacible color del cielo querido
que le sirve de fondo.
Los pequeños rencores que aquí nos agitan, estos rencores de cada día, esta fragua
de mezquinas pasiones que sopla a cada instante sobre las inspiraciones de la
conciencia y sobre los impulsos de la voluntad; esta atmósfera viciada, en que
necesariamente nos sentimos arrastrados a estimar a los hombres y a los partidos
con el criterio de una ambición no satisfecha, o bajo la impresión de los favores de
un día, no nos acompañan fuera de la Patria.
193
Ocultas las riberas nativas entre las brumas del horizonte lejano, y llegada la
primera hora de melancolía por los afectos que quedan detrás, el espíritu del
hombre sacude al punto el polvo de estas miserables rencillas lugareñas que aquí
amancillan el carácter, envenan los ánimos y extravían la voluntad.
Libre, así, el entendimiento de preocupaciones, y transportado a la región más alta
y más serena, solo obran ya sobre él, en tratándose de la Patria, los móviles de los
grandes intereses, los estímulos del bien, de la verdad, y del amor. Desaparecen
entonces las líneas divisorias de los bandos políticos, la acritud de nuestras
controversias, la intolerancia de nuestras costumbres: el compatriota se toma en
hermano, y el sentimiento de la rivalidad política en sentimiento fraternal 108.
77 Sigue una larga digresión sobre la manera en que la observación cotidiana de la política
inglesa permitió que Núñez adquiriera una gran madurez en el manejo de los asuntos de
Estado, además de un verdadero espíritu patriótico.
78 La lectura del discurso de Arrieta permite fácilmente comprender hasta qué punto los
colombianos que no habían cruzado el océano podían irritarse con tanta retórica sobre el
mundo exterior. Los argumentos de los ideólogos del viaje, en efecto, llevan
implícitamente a la conclusión de que aquellos que no han viajado no pueden ser
verdaderos patriotas ni alcanzar una verdadera visión política. La virulencia de los
términos utilizados por Arrieta («esta fragua de mezquinas pasiones», «esta atmósfera
viciada», «miserables rencillas lugareñas que aquí amancillan el carácter, envenan los
ánimos y extravían la voluntad», etc.) es reveladora de los excesos de la ideología del
viaje. No es asombrosa por tanto, la vehemencia de la respuesta de sus detractores.
79 Lo que buscan ante todo los detractores del viaje es demostrar la inutilidad y la nocividad
de una estadía en el Viejo Mundo, y el primer capítulo de la crítica del viaje apunta a la
creciente tendencia de enviar a los jóvenes colombianos a estudiar a Europa. Solos o
vagamente supervisados por un familiar, un amigo, o, peor, un comisionista, los jóvenes
estudiantes están expuestos a todos los riesgos de depravación que presentan las capitales
europeas, y París en particular. En 1862, desde la capital francesa, Uladislao Vásquez
manifiesta a Mariano Ospina su deseo de no dejar a sus hijos allá cuando tenga que
regresar a Medellín:
Esta ciudad es sumamente peligrosa para un joven de la edad de Pedro, i por esto
estoi haciendo lo posible por llevarmelo a trabajar, persuadido como estoi que aquí
no hace sino perder su tiempo, gastar más de lo que debería gastar i esponerse a mil
males con la prostitución que aquí reina109.
80 París, capital de los estudiantes hispanoamericanos, aparece también como capital del
vicio y de la inmoralidad; algunos ejemplos de descarrío estudiantil lo atestiguan, como el
de Jesús Buitrago, financiado por el Liceo Granadino para estudiar violín en París, o el de
Darío Mazuera, su compañero de perdición. En 1889, el periódico El Heraldo de Bogotá
relata el suicidio en París del joven médico Alejandro Restrepo Restrepo. Este joven
abusaba de la morfina y había comenzado a consumir cocaína poco antes de su muerte 110.
Las justificaciones al respecto son a veces más elocuentes que los episodios conocidos. Así,
Vicente Restrepo siente la necesidad de escribir en su autobiografía, cuando evoca su vida
estudiantil en un colegio religioso de París, que su «vida en Passy fue inocente y pura»111;
y más adelante, evocando su amistad parisina con el futuro presidente del Ecuador,
Gabriel García Moreno: «Más de un año vivimos en la grata intimidad que produce la
afición a la ciencia, sin pensar en asomarnos una sola vez a los bailes y los cafés del barrio
194
profiere innumerables palabras de desprecio por el país: «Un año de viaje bastó para
convertirlo en el enemigo más implacable de su patria»128.
91 Una novela corta de Soledad Acosta de Samper, publicada en 1869, brinda una descripción
parecida de un político de provincia convertido por un viaje a Europa en el más
desenfrenado «rastacuero»:
Sin relaciones ni posición, se entregó a los vicios y acabó de corromper el escaso
corazón con que la naturaleza lo había dotado. Alimentando su espíritu con la
lectura de obras escépticas como las que entonces estaban de moda, imitaciones de
los nuevos sistemas filosóficos de la moderna Alemania, el joven americano se
convirtió en un materialista sin ningún sentimiento de virtud. Resuelto a crearse
una carrera brillante en su país, volvió con mil proyectos ambiciosos, y muy pronto
se hicieron notar sus artículos en los periódicos de uno y otro partido. Poseía una
memoria muy feliz, una instrucción regular y cierta elocuencia irónica, aunque
superficial, con que se engaña fácilmente. Se firmaba B. de Miraflores y decían que
en París había pasado por barón. Hablaba francés e inglés con bastante correción y
siempre adornaba su conversación con frases y citas de autores extranjeros. Se
vestía con un lujo extravagante y de mal gusto y daba almuerzos en que desplegaba
un boato charro con que alucinaba al vulgo129.
92 El tipo del «recién desempacado»130 comienza entonces un largo itinerario literario. En
1886, Francisco de Paula Carrasquilla ofrece en un artículo titulado Tipos de Bogotá, El
recién llegado de Europa131, la descripción de un dandy presumido, vestido a la última moda,
que habla con acento francés, evoca París a cada instante, hace alarde de una irreprimible
sensación de superioridad, tiene vergüenza de la rusticidad de su familia y desprecia todo
lo nacional. El hecho de que Carrasquilla lo tilde de petimetre —una adaptación del francés
petit maitre muy en uso en el siglo XVIII español— revela los orígenes peninsulares de esa
representación criolla de un afrancesado presumido y grotesco.
93 La arrogancia del viajero que regresa a Colombia encuentra su contrapartida en la
mediocridad de su protagonismo en Europa. Incluso antes de que las inmoralidades del
baile y la atracción de los placeres comprados sean denunciados en Colombia, la
esterilidad de la fiebre consumista del viaje es atacada por sus detractores. La crítica de
superficialidad es en efecto una vertiente esencial de la crítica del viaje. Al igual que Boca-
de-lobo, quien no aprende estrictamente nada útil durante su viaje, Basilio, el político
pueblerino pintado por Soledad Acosta, apenas logra sacar de su viaje a Europa una
conversión al materialismo filosófico y algunas citas en francés e inglés que sirven para
deslumbrar a su auditorio. El «recién llegado» de Carrasquilla «por desgracia sólo pudo
contraer el contagio de los vicios degradantes en los arrabales de la gran ciudad»132.
94 Antes de hacerse odioso en su propio país, el viajero hispanoamericano se cubre de
ridículo en Europa. Los autores de relatos de viajes censuran esos grotescos
comportamientos, debido sobre todo a una notable desmesura en la imitación: «El joven
novicio con pretensiones a elegante, o aspirante a relaciones encumbradas
(particularmente español o hispano-colombiano) se muestra poseído del vértigo de la
imitación, haciendo a veces de sí mismo una caricatura», anota José María Samper en
1862, al observar a los jóvenes hispanoamericanos en Baden-Baden133. El viajero se vuelve
también despreciable por su incontrolable vanidad, su arribismo y su ansia de prestigio
social que lo lleva a hacerse pasar por lo que no es. Medardo Rivas ofrece una descripción
sin concesiones de la mitomanía de los hispanoamericanos en Europa. Uno de sus amigos
lo presenta como su traductor y uno de sus sobrinos se hace pasar en Londres por un
artista italiano: «En París todos los americanos son grandes dignatarios de su país o hijos
198
del Presidente»134. Entre tantas identidades postizas la más común por supuesto es la de
los títulos nobiliarios: muchos americanos compran condecoraciones extranjeras en
desuso para figurar en los bailes y recepciones o añaden un complemento aristocrático a
su nombre: como lo explica Rivas en todas esas cortes europeas: «les da pena ser simples
ciudadanos de la ignorada Colombia»135.
95 Más allá de estos cuadros de costumbres, algunos comentadores tratan de proponer un
análisis más profundo de la moda del viaje y sus consecuencias en la sociedad colombiana.
El texto clave de esta corriente es un artículo, publicado en 1879 por un conservador
santandereano, Carlos Eduardo Coronado, titulado Nostalgia en la Patria. Coronado, quien
también ha viajado a Europa, se interesa menos en la descripción de las costumbres
ridiculas de los compatriotas que viajan que en la esencia de lo que él califica como
tœdium patrise: «cierta dolencia moral, que consiste en una idolatría de lo extranjero, y en
cierta lástima mezclada de desprecio por todo lo del país»1136. Esa dolencia —una
enfermedad de ricos, señala Coronado— originada en gran parte por el desarrollo de los
intercambios con Europa y América del Norte, es sobre todo mantenida en el país por la
moda perniciosa de los relatos de viaje que transmiten una imagen falsa de esas lejanas
tierras. Coronado se dedica entonces a criticar la manera en que los viajes se suelen
relatar en Colombia: al depurarlos de todo sentimiento real, al borrar las dificultades, las
humillaciones, los fracasos, las decepciones y al copiar las páginas de las guías turísticas,
los autores «mutilan la vida que se pasa en el extranjero, y peor que lo hace la novela, la
cual siquiera pinta las pasiones»137. La crítica a la distorsión de la realidad hecha por los
primeros autores de relatos de viaje al género novelesco les es ahora devuelta: son
acusados de ser ellos mismos los peores vendedores de ilusiones:
Con mucha desconfianza debe, pues, recibirse lo que los touristes nos traigan como
estudios morales, pescados a la ligera en ferrocarriles, museos, teatros y hoteles, y
hechos con las desventajas consiguientes138.
96 La característica principal del viaje turístico, explica Coronado, es su profunda inutilidad
para los compatriotas que lo emprenden. No les permite comprender verdaderamente las
sociedades que apenas atraviesan, ni aprender apropiadamente sus idiomas. Coronado,
quien ve en ese tipo de viaje una diversión pueril y sobre todo materialista, explica que la
experiencia superficial que constituye para la mayoría de los viajeros un paseo por
Europa, les da la peligrosa ilusión de otra vida: «En los hoteles se siente uno tratado como
un príncipe y por fin acaba por creer que lo es», anota139. La irrealidad de la experiencia
europea es de este modo denunciada frecuentemente en las polémicas que acompañan el
auge de la moda del viaje. En 1894 el redactor de un periódico conservador de Bogotá
evoca el peligro de las falsas percepciones que engendra la visión sesgada de los viajeros:
Los viajes, si se hacen con el propósito de estudiar todo lo bueno y todo lo malo que
naturalmente debe haber en los países recorridos dejarán forzosamente un caudal
de conocimientos útiles de buen sentido práctico de grande utilidad para el que lo
posea y para el país a que vuelve; pero si el viajero va a ver sólo la parte lustrosa del
país que visita, y vuelve a su tierra, así impresionado, notará sólo la falta de las
bellezas que ha admirado en otra parte; pero dispuesto a conceder nada bueno a su
propia patria, pues no comparará los males de otra parte con los de ella 140.
97 La engañosa experiencia de Europa hace de los viajeros, a su regreso a Colombia, personas
inadaptadas que dilapidan su fortuna trayendo a grandes costos bienes lujosos de las
capitales europeas. Sumergidos en una idolatría al extranjero que los lleva a desvalorizar
todo lo nacional, los viajeros, sintiéndose investidos de autoridad suficiente, se proponen
199
99 Estos argumentos en favor del viaje, sin embargo, parecen proceder de otra época: el fin
de siglo se acerca. El ideal anticuado del viaje «ilustrado», propio de la ideología
cosmopolita de mediados de siglo se desvanece lentamente, dando lugar a una
representación dominante de la opulencia de las colonias hispanoamericanas de Europa.
La prensa refleja esta evolución: los periódicos hispanoamericanos del Viejo Mundo
pierden poco a poco la inspiración americanista y republicana característica de los años
setenta. En las dos últimas décadas del siglo XIX ya no tienen esa ambición, esa densidad
patriótica, esa convicción de estar desempeñando un papel histórico de promoción de la
idea continental. Los periódicos publicados en Europa se transforman
imperceptiblemente en órganos de la vida mundana de las colonias hispanoamericanas,
de las cuales proyectan hacia el otro lado del océano, una imagen de lujo y de prestigio.
Así, El Correo Hispano-Americano, lanzado en París en 1870, define de esta manera su
misión:
La numerosa colonia hispano-americana residente en Paris, verdadera capital del
mundo civilizado, carecía hasta ahora de un periódico que defendiera sus más caros
intereses144.
100 Otro buen ejemplo es el periódico Europa y América, fundado en 1880 por Federico de la
Vega, un periodista liberal español radicado en París en los años sesenta y periodista de El
Americano, amigo de Vergara, Samper y Jorge Isaacs. A pesar de las colaboraciones de
algunos escritores colombianos como Adriano Páez, Ángel Cuervo o Jorge Isaacs, Europa y
América no ofrece a los lectores mucho más que una crónica de la vida hispanoamericana
en París; periódicos como La Revue Sudaméricaine dirigida en París por el uruguayo Pedro
S. Lamas (1882-1890), América en París (1891-1892) que publican edificantes crónicas de
vida social hispanoamericana, o Les Deux Amériques, una «revista franco-anglo-española,
destinada especialmente a las colonias extranjeras residentes en París», publicada a partir
de 1892 y dirigida por el colombiano Filemón Buitrago, tienen las mismas características.
En este último periódico, aparte de los artículos escritos por Buitrago a la gloria de la
Regeneración, el grueso de la información se refiere a la vida de los ricos
hispanoamericanos residentes en París. Así, por ejemplo, se informa sobre la baja de los
precios de la vivienda en los barrios preferidos de los hispanoamericanos:
Varias familias suramericanas que residían en París desde cierto tiempo han dejado
la capital o están a punto de hacerlo a raíz de la crisis monetaria que se da en sus
respectivos países. Esas partidas, bastante numerosas, han acarreado una baja muy
sensible en el precio de los apartamentos, amoblados o no, de las casas cercanas a
los Campos Eliseos y a la Glorieta de «L'Etoile», lugar habitual de residencia de las
familias americanas145.
101 La perspectiva ya no es la misma: de objeto de aleccionamiento, de exhortación patriótica
y de divulgación civilizadora, el lector hispanoamericano parece haber pasado a la simple
condición de espectador del deslumbrante espectáculo que ofrecen sus privilegiados
compatriotas instalados en las grandes capitales del mundo civilizado, París en especial.
Olvidada, la ambición pedagógica y nacionalista cede su lugar a un cuadro vistoso del
universo de los ricos hispanoamericanos residentes en la capital francesa. Privada de su
dimensión ejemplar y civilizadora, Europa parece limitarse ahora a ser un bien material,
un simple símbolo de distinción social.
102 Estimulada por esta evolución, la crítica al viaje culmina hacia comienzos de la década de
1890 con una serie de artículos publicados en París por Ángel Cuervo bajo el sugestivo
título de Etnografía. Cuervo los vuelve a publicar en 1893 en forma de libro, con el título no
menos sugestivo de Curiosidades de la vida americana en Paris. Los artículos de Cuervo
201
105 La crítica del viaje, tan recurrente en la segunda mitad del siglo XIX, encubre, por tanto,
implicaciones más complejas que la sola denuncia de la tendencia de los viajeros a la
depravación o de sus ridiculas pretensiones a su regreso.
106 ¿Quiénes son los detractores del viaje? En primer lugar, colombianos que han pasado
largos años en Europa: objetivamente, son los que mejor pueden observar el doble juego
202
Querer ser gente a fuerza de dinero, a más de ser una tontería, es peligroso cuando
el caudal es de los que se agotan por aquello de que de donde sale y no se echa de
acabarse tiene149.
110 A pesar de todos sus esfuerzos de disimulación el nuevo rico que busca adquirir en Europa
la legitimidad social y el prestigio que su nacimiento no le dio se delata a cada instante. Su
ignorancia150, su relación obsesiva con el dinero151 y una infinidad de otros signos lo
revelan inexorablemente. Rafael Reyes relata en sus memorias la presencia en París, en
1872, de un vendedor de chicharrón del barrio bogotano de Egipto, llamado José María
Garzón, quien se hizo rico gracias a sus prósperas actividades comerciales. Los
comentarios de Reyes sugieren hasta qué punto la presencia de ese representante de la
guacherna de Egipto, apodado «el chicharronero» entre sus distinguidos compatriotas,
debió pa-recerles inapropiada. Reyes viaja con Garzón a Roma, le consigue el frac
requerido para la audiencia con el Santo Padre y lo lleva al Vaticano, preocupado por su
conducta en el mundo refinado de las cortes europeas:
Garzón José María continuaba en extremo emocionado. Yo lo veía pálido y que el
sudor le corría por el rostro. Lo tenía a mi lado y le advertía que tratara de
dominarse para no dar un grito al ver al Papa. El me miraba y hacía todos mis
movimientos, como hace un soldado recluta con su instructor152.
111 El mensaje de los patricios está claro: los advenedizos podrán tener acceso a Europa pero
no accederán a la distinción que ésta ofrece a los hombres de alcurnia. Sólo las personas
cultas pueden sacar provecho e incluso prestigio de una estadía en Europa. El dinero, en
su visión del mundo, no abre las puertas del prestigio social.
112 El debate sobre el viaje es finalmente revelador de la forma en que los grupos dirigentes
responden a la apropiación por una clase «inferior» de un signo de distinción que habían
monopolizado hasta entonces: el acceso a Europa. La denuncia del surgimiento del
«plebeyo», del «advenedizo», del «rastacuero» en la escena de la vida hispanoamericana
en Europa responde sin duda a una percepción exagerada de las elites. No hay indicios
que permitan concluir en una invasión por los «nuevos ricos» del universo exclusivo del
viaje a Europa. A lo sumo se pueden ver ejemplos, cada vez más frecuentes, pero aún así
muy escasos, de colombianos de origen modesto que logran cruzar el Atlántico. El caso del
«chicharronero» Garzón, contado por Rafael Reyes es todavía, incluso a finales del siglo
XIX, muy excepcional. Así, una de las principales motivaciones de la crítica del viaje
reside, más que en una invasión real, en la percepción de una mayor presencia de
colombianos recién enriquecidos. Una percepción que refleja la abrumadora impresión,
en el imaginario de los grupos dirigentes, de una creciente pérdida de control sobre la
sociedad. Un pueblo rebelde y unos nuevos ricos insolentes: la sociedad colombiana
parece salirse más y más de sus límites jerárquicos. La confusa percepción del peligro,
alimentada con el imaginario europeo de la amenaza social crecerá a medida que se
acerque el fin de siglo.
113 El auge del debate sobre el viaje revela finalmente una profunda mutación de las fuentes
de la legitimidad política. Alrededor de 1880, el paradigma del viaje civilizador de las
elites «ilustradas» se desvanece. Esgrimir los modelos de la civilización para aplicarlos a
Colombia ya no convence; a raíz de la expansión del viaje, la cuestión de la legitimidad se
ha vuelto más compleja. La grandilocuencia republicana de los viajeros liberales exaspera
a los conservadores; el discurso moralizador de los viajeros conservadores irrita a los
liberales. El complejo de superioridad patriótica de todos aquellos que cruzan el Atlántico,
sean liberales o conservadores, acarrea involuntariamente un endurecimiento de la
204
crítica de la imitación, mientras que los defensores del orden jerárquico fustigan la nueva
tendencia de los plebeyos en completar su ascenso social con un viaje a Europa.
114 La ideología del viaje, porque termina cristalizando a su alrededor las líneas divisorias de
la sociedad colombiana, tiene finalmente como efecto restringir la validez de la
legitimidad adquirida en el exterior y dar inicio a una nueva legitimidad fundada en la
autenticidad, la nacionalidad, e incluso la referencia a un pueblo mítico portador de
arraigo y de rechazo a las influencias externas: en pocas palabras, anunciar el discurso
nacionalista de la Regeneración. Obviamente, la legitimidad creada por el viaje está lejos
de extinguirse; sin embargo, a finales del siglo XIX, ya no es suficiente y debe ser
completada por un discurso nacionalista de rechazo al exterior. La evolución del discurso
de los viajeros hacia un alejamiento prudente de Europa —observable en los escritos de
Núñez— y luego hacia la consolidación de una retórica de la felicidad nacional que
contrasta con la felicidad ficticia y la miseria que se ven en Europa, revela la evolución
hacia un discurso de legitimación menos cosmopolita. Atentos a la transformación de los
nacionalismos europeos, los ideólogos conservadores de la nación, acostumbrados a una
ya antigua práctica de denuncia de la imitación, comienzan, retomando la iniciativa
contra la retórica liberal, a construir una nueva legitimidad «culturalista» y
«autenticista». Ante el tribunal ficticio de la nación soberana, ellos lograrán, mejor que a
la inversa, desprestigiar a sus adversarios radicales tildándolos de «viles imitadores».
115 Así se va perfilando la combinación de las últimas décadas del siglo. Frente a la conciencia
del impasse del liberalismo federalista de los años sesenta —aumentada por la toma de
conciencia, en Europa, de los límites del discurso de la superioridad republicana— la
importación institucional, estimulada por la actividad de los viajeros en Europa, va a
consolidarse ahora como modo principal de construcción del Estado. Pero la
reivindicación pura y simple de los modelos importados será cada vez menos fácil en el
debate político. Allí reside la gran paradoja del siglo XIX colombiano: la denuncia de la
imitación se impone como herramienta predilecta para negar la legitimidad del
adversario político antes de que una verdadera importación normativa haya tenido
tiempo de llevarse a cabo. La retórica se difunde más rápido que los modelos de
organización, lo que contribuirá a hacer más difícil aún la construcción del Estado. Los
promotores radicales de la importación institucional, quienes durante los años setenta
buscan crear un nacionalismo oficial, lo experimentarán en carne propia: su proyecto
nacional se verá confrontado a la poderosa estrategia «autenticista» de sus adversarios
políticos. En las tres últimas décadas del siglo XIX, esas retóricas políticas opuestas
ocultarán, sin embargo, el mismo anhelo, compartido entre liberales y conservadores, de
construir un orden estatal con herramientas importadas.
NOTAS
1. Filomeno Borrero, un rico comerciante de Neiva, escribe en el prólogo de su relato de viaje:
«En esta ocasión tuve el cuidado de llevar un diario en que apuntaba todo lo que veía y me
pasaba; es este diario, a veces muy poco minucioso, y no otra cosa, lo que doy a luz». F. Borrero,
205
Recuerdos de viajes a América, Europa, Asia y Africa en los años de 1865 a 1867, Bogotá, Ortiz Malo, 1869,
pp. 3-4.
2. Adolfo Harker Mutis, Mis recuerdos, Bogotá, Cosmos, 1954, p. 91.
3. Cf. J. M. Vergara y Vergara, «Un manojito de hierba», Las tres tazas y otros cuentos [en adelante:
Las tres tazas...], Bogotá, Minerva, 1936, y la serie de artículos «De Santafé a París», publicadas en
La Caridad, Bogotá, 1869-1871.
4. Sería ingenuo reconocer sistemáticamente a los relatos de viaje un valor de «testimonio» ya
que muchos son textos elaborados para el público; sin embargo, es muy difícil evaluar en cada
texto el grado de «sinceridad» o, al contrario, de «distorsión» de las impresiones reales del
viajero. De manera general —sin que sea una regla estricta, porque un relato inédito puede haber
sido escrito para el público y un relato publicado puede al contrario ser una edición no revisada
de cartas dirigidas estrictamente a amigos o parientes íntimos— los relatos publicados por
personalidades literarias o políticas revelan una elaboración discursiva cargada de una fuerte
intencionalidad, mientras que los relatos no publicados en la época y escritos por viajeros
insospechables de ambición literaria revisten un valor más fiable de «testimonio».
5. Carta de Pastor Ospina a su hermano Mariano, agosto 30, 1853, BNB, Man., t. 194, f. 66.
6. A. M. Pardo, Diario de viaje a Europa, abril 18, 1866, BLAA, Mss. 10.
7. «El clima en Inglaterra me sienta mal. Los alimentos son insoportables, carne cruda, pepinos
incípidos [sic] y papas acuosas. Estos son los alimentos ingleses. La Inglaterra se hizo para los
ingleses pero para la raza latina es imposible». Ibíd., junio 2, 1866.
8. «Lo que he visto de la ciudad es muy sucio, parecido a las calles de Bogotá. Huele muy mal. La
ropa se pone a secar en la calle. Hay una horrible pobreza. Todos piden limosna y hay que darles
porque su facha excita el corazón más duro». Ibíd., abril 24, 1866
9. Ibíd., mayo 8, 1866.
10. Ibíd, abril 19, 1866.
11. Ibíd., abril 20, 1866.
12. Carta de P. N. Ospina a su madre, Hamburgo, abril 25, 1880, FAES, AGPNO/C/ 35, f. 36.
13. Carta de Inés Arboleda a su padre (Sergio) y a sus hermanas, Nueva York, junio 11, 1882, ACC,
FA, S. 442, ff. 100-101.
14. Correspondencia de Pastor Ospina, BNB, Man, t. 194, f. 67.
15. Carta de José Camacho Roldan a su hermano Salvador, París, octubre 6, 1873, ACH, FSCR.
16. Cf. por ejemplo el diario de viaje de Santander en Europa durante su exilio europeo de 1829 a
1832 [F. de P. Santander, Diario (Europa y los Estados Unidos), Bogotá, Editorial Incunables, 1984];
los fragmentos del diario de J. Acosta, publicados en su biografía escrita por su hija (S. Acosta de
Samper, Biografia del general Joaquín Acosta, prócer de la independencia, historiador, geógrafo, hombre
científico y filántropo, Bogotá, Librería Colombiana, 1901); o el diario de Rufino Cuervo en su
biografía publicada por sus hijos (A. & R. J. Cuervo, Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época,
París, Roger & F. Chernoviz, 1892, 2 t).
17. Cf. por ejemplo la publicidad para la suscripción del relato de viaje a Europa de Nicolás Pardo
en el Boletín Industrial, Medellín, septiembre 15, 1873, p. 12. La lista publicada en el libro de L.
Rivera Garrido en 1875 da una cifra de 181 suscriptores, entre los cuales están algunas librerías
(Foción Mantilla, de Bogotá; Venancio Calle, de Medellín), allegados y personalidades como Jorge
Isaacs, Eliseo Payán, Modesto Garcés, Primitivo Crespo y Santiago Eder. Cf. L. Rivera Garrido, De
América a Europa, Palmira, Imprenta de Materón, 1875
18. M. I. Cordovez Moure, La primera visita de un granadino a la tierra santa, Bogotá, José A. Cualla,
1847, p. 2.
19. D. Arosemena, Sensaciones en Oriente o Impresiones bíblicas de un Granadino en la tierra santa,
Nueva York, Robert Craighead, 1859, p. V.
20. R. Duque Uribe, Recuerdos de la Tierra Santa, Bogotá, Echeverría Hermanos, 1869, p. XX.
206
21. N. Pardo, Impresiones de viaje de Italia a la Palestina y Egipto [en adelante: Impresiones...], París,
Barthier y Cía., 1872, p. 5.
22. L. Rivera Garrido, op. cit., prólogo, sin paginación.
23. Los viajeros colombianos por otra parte, se muestran indignados por el «ocaso» del poeta en
los años cincuenta y sesenta, mientras que en Hispanoamérica éste se encuentra en el cénit de su
gloria. Felipe Pérez, quien escribe a Lamartine una carta llena de admiración en 1864, señala
como prueba de la decadencia literaria del Segundo Imperio el hecho de que Lamartine haya sido
«proscrito de los salones de la corte» (F. Pérez, Episodios de un viaje, Bogotá, Biblioteca Popular de
Cultura Colombiana, 1946 [1a. ed. 1881] p. 155). En 1871, Nicolás Pardo, quien va a visitar la casa
natal de Lamartine en Mácon y su casa de Saint-Point, donde el poeta había muerto un año antes,
se indigna por el hecho de que esos lugares no hayan sido declarados monumentos históricos y
reclama el traslado de sus cenizas al Panteón. Francia, recuerda Pardo, le debe a Lamartine que la
haya salvado de las hordas comunistas en 1848. Cf. N. Pardo, Recuerdos de un viaje a Europa [en
adelante: Recuerdos...], Bogotá, Imprenta de La América, 1873, pp. 234-235.
24. R. Duque Uribe, op. cit., p. 2.
25. Introducción de Rufino Cuervo a M. I. Cordovez Moure, op. cit., p. 4.
26. D. Arosemena, op. cit., p. V.
27. M. C. Restrepo, Viaje a Roma y a jerusalén, París, Paul Dupont, 1871, pp. 618-619.
28. J. M. Samper, Viajes de un colombiano en Europa [en adelante: Viajes...], París, E. Thunot, 1862, t.
2. pp. 2-3. En aquellos años, José María Samper había decidido llamar «Hispano-Colombia» a la
América Hispánica.
29. Ibid., p. 3.
30. J. S. de la Peña, Noticias de jerusalén, Bogotá, F. Torres Amaya, 1860, pp. 55-56.
31. Ibid., p. 73.
32. En un análisis que podría aplicarse perfectamente a la Colombia decimonónica, Mary Louise
Pratt escribe acerca del viaje a Europa de Domingo Faustino Sarmiento en los años cuarenta: «La
novedad no reside en el hecho de que Sarmiento haya viajado al extranjero o ni siquiera en
dónde haya estado. La novedad está en que él escribió un libro al respecto. Los criollos
hispanoamericanos viajaban con frecuencia a Europa y enviaban a menudo a sus hijos a estudiar
allá, pero nunca produjeron una literatura sobre Europa. Podría decirse que, en tanto individuos
sujetos a la colonia, ellos no tenían una autoridad del discurso o una posición de legitimidad
desde la cual se pudiera elaborar una imagen de Europa. Dentro de las estructuras coloniales no
existía un proyecto ideológico capaz de dar nacimiento a una representación criolla de Europa»,
M. L. Pratt, Imperial eyes: Travel writing and transculturation, Routledge, Londres y Nueva York,
1992, pp. 189-190.
33. De 28 autores de relatos de viaje de quienes se conoce la fe política, diecinueve son
conservadores y nueve son liberales.
34. F. C. Aguilar, Recuerdos de un viaje a Oriente, Bogotá, Imprenta de El Tradicionista, 1875, p. 19.
35. A. Posada Arango, Viaje de América a jerusalén tocando en París, Londres, Loreto, Roma i Ejipto,
París, A. E. Rochette, 1869, p. 29.
36. A. Parra, Memorias, Bogotá, Imprenta de La Luz, p. 475.
37. David Viñas, en su estudio sobre los relatos de viaje argentinos del siglo XIX subraya el papel
de distinción social que desempeña el discurso sobre Europa: «Es así como Europa a partir de
Caseros [1852], y en especial luego de 1880 a través del grupo social que detenta la literatura, se
convierte en proyección y ratificación de las distancias sociales; es decir Europa exalta y sacraliza
las distancias sociales instauradas en América», D. Viñas, Literatura argentina y realidad política,
Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1964, p. 46.
38. J. M. Samper, Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas
colombianas [en adelante: Ensayo...], Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, s. f. [1 a. ed.,
París, 1861], pp. 45-46.
207
104. C. Saffray, Viaje a la Nueva Granada, Bogotá, Incunables, 1984 [1 a. ed., Le Tour du Monde, París,
1872], p. 258.
105. Carta de Luis María Lleras a R. J. Cuervo, Barranquilla, junio 11, 1885, en G. Hernández de
Alba (ed.), Epistolario de Rufino José Cuervo con Luis María Lleras y otros amigos y familiares, Bogotá,
Instituto Caro y Cuervo, 1969, p. 150.
106. Rafael Núñez, al regresar a Colombia para participar en la lucha electoral de 1875, es
acusado por sus adversarios políticos de no tener suficiente «arraigo» en el país. Eduardo Posada
Carbó, Electíons and civil wars in Nineteeth Century Colombia: the 1875 presidential campaign, JLAS, №.
26, 1994, pp. 621-649. En 1862, J. M. Samper expresaba ya sus temores acerca de los reproches que
no dejarían de hacerle sus copartidarios por no haber «participado de los sacrificios y peligros de
la lucha, por estar gozando en Europa». Carta de J. M. Samper a T. C. de Mosquera, París, junio 28,
1862, ACC, FM, D42949, f. 5.
107. Se trata de una ligera distorsión en cuanto a los países de residencia de Núñez en Europa: cf.
capítulo 8, «Inglaterra: la atracción del liberalismo conservador».
108. Diógenes Arrieta, Exposición preliminar a la Memoria de Gobierno de 1885, pp. CXX-CXXI.
109. Carta de U. Vásquez a M. Ospina, París, diciembre 29, 1862, FAES, AMOR/C/11, f. 245.
110. El Heraldo, Bogotá, noviembre 20, 1889.
111. V. Restrepo, Apuntes autobiográficos con comentarios y notas del padre Daniel Restrepo S. J. [en
adelante: Apuntes...], Bogotá, Editorial Centro, 1939, p. 15.
112. Ibíd, p. 17.
113. Les Deux Amériques, París, septiembre 25, 1892.
114. M. C. Restrepo, op. cit., p. 49.
115. M. Rivas, op. cit, p. 136.
116. A. Harker, op. til, p. 23.
117. Felipe Zapata, Cartas a Aquileo Parra, Londres, marzo 3 y abril 10, 1876, BLAA, Mss. 426.
118. V. Restrepo, Apuntes..., p. 23
119. Ibíd., p. 19.
120. R. Gómez, op. cit., pp. 68-75.
121. P. M. Moure, Introducción a N. Tanco Armero, op. cit., p. VI-VII.
122. R. S. Pereira, «Inmigración y emigración» [texto fechado en París, enero 1, 1886], Colombia
Ilustrada, mayo 15, 1889, p. 45.
123. Rafael Reyes escribe en sus memorias respecto de J. M. Torres Caicedo: «Se vió obligado a
expatriarse, como lo han hecho multitud de colombianos por iguales causas, llevando sus
capacidades y energías a otros países, mientras el propio carecía de ellas y quedaba en poder de
hombres apasionados. Esta es una de las causas principales del atraso y ruina de Colombia».
Lamenta también que los hijos de José Jerónimo Triana, Antonio y Andrés hayan escogido
realizar su carrera industrial en Barcelona, en lugar de hacerlo en Colombia: «Estas fuerzas
podrían haber servido a su patria». R. Reyes, op. cit, pp. 96-97.
124. Cf. capítulo 3, «El nacimiento del culturalismo conservador».
125. J. M. Vergara y Vergara, Las tres tazas..., p. 36.
126. J. J. Borda, «Un viajero», Museo de cuadros de costumbres, Bogotá, Biblioteca de «El Mosaico»,
Foción Mantilla, 1866, t. 1, pp. 150-155. Borda explica que es necesario «incrustar uno de ellos
[ejemplos de viajeros presumidos] en la galería de costumbres del país. El lienzo que le toca está
vacío: es preciso llenarlo». Ibíd., p. 151.
127. Ibíd., p. 151.
128. Ibíd., pp. 153-154.
129. S. Acosta de Samper, «Dolores», Cuadros y novelas de la vida Sur-americana, Bogotá, 1869, pp.
11-12.
130. J. J. Borda, ov. cit., p. 150.
210
131. F. de P. Carrasquilla, en Tipos de Bogotá, Bogota, F. Pontón, 1886. "El recién llegado de
Europa». El texto fue reproducido por El Orden, Bogotá, febrero 6, 1894, p. 35.
132. Ibíd.
133. J. M. Samper, Viajes..., t. 2, p. 301.
134. M. Rivas, op. cit., p. 251.
135. Ibid.
136. C. E. Coronado, «Nostalgia en la patria», El Repertorio Colombiano, Bogotá, septiembre, 1879, p.
210.
137. Ibid., p. 212. Coronado deplora que el modelo de sinceridad que encarna la obra de Lawrence
Sterne, Sentimental Journey, no haya sido seguido nunca por los autores colombianos de relatos de
viajes.
138. Ibid., p. 216.
139. Ibid., p. 218-219.
140. «Viajes perjudiciales», El Orden, Bogotá, abril 14, 1894, p. 89.
141. C. E. Coronado, op. cit., p. 217.
142. N. Tanco Armero, «Los Viajes», El Repertorio Colombiano, Bogotá, diciembre, 1880, pp. 451-452.
«Júzganlo así los hombres ilustrados, y viajan cuantos pueden, principalmente los jóvenes de las
familias más distinguidas de Europa, y casi todos los presuntos herederos de los tronos visitan los
lugares más apartados de la tierra antes de entrar en la penosa faena de gobernantes que los
arraiga en la patria».
143. «La mejor educación posible del carácter y del espíritu es la que se adquiere con los viajes»
escribe en Montevideo en 1884. J. M. Samper, Filosofía... p. 119.
144. El Correo Hispano-Americano, París, febrero 23, 1870.
145. Les Deux Aménques, París, junio 1, 1894, p. 7.
146. Cuervo se basó para afirmar eso en un cuadro publicado en Le Journal des Débats, al parecer
errado. El periódico El Heraldo restablecerá la verdad: «A pesar de la cita de Le Journal des Débats, el
15 de octubre de 1891 cursaban en la facultad de París los doctores Manuel Cantillo P., Miguel
Rueda, Andrés Carrasquilla, Manuel Antonio Pérez, un joven Santamaría (hijo de D. Eustacio),
Indalecio Camacho y Rafael Barreto». «Curiosidades de París», El Heraldo, Bogotá, noviembre 30,
1893, citado en M. G. Romero (ed.), Epistolario de Ángel y Rufino Cuervo con Rafael Pombo, Bogotá,
Instituto Caro y Cuervo, 1974, p. 164.
147. J. J. Borda, op. di., p. 151.
148. Ibid., pp. 151-152.
149. A. Cuervo, Curiosidades de la vida americana en París, Chartes, Imprenta de Durand, 1893, pp.
107-108.
150. «El orgullo les hace olvidar lo limitado de su caletre, y cuando menos se piensa salen con
algún desatino mayúsculo». Ibid., p. 186.
151. «En nada se diferencia tanto un caballero de antigua raza de un advenedizo, que de
mercachifle o especiero paró en gran señor como en la manera de apreciar los sueldos». Ibid., p.
209.
152. R. Reyes, op. cit., p. 94.
211
una sociedad quebrantada por su salida del orden colonial y del antiguo régimen. Europa,
que después de la expedición mexicana abandona sus ambiciones imperiales en América,
vuelve a aparecer como fuente de modelos políticos legítimos, en particular a la luz de los
acontecimientos de 1870 y 1871. En fin, el descubrimiento hecho por los viajeros de la
amenaza social existente en Europa los remite a la sorda tensión que enfrenta a ricos y
pobres en Colombia y les plantea la ineludible cuestión de las clases peligrosas. Los
instrumentos de organización social observados en Europa —las escuelas, las
organizaciones de beneficencia, las congregaciones religiosas, las cárceles y los
mecanismos de orden público— responden a la creciente preocupación de las elites
liberales y conservadoras por hacer de Colombia una sociedad viable.
presidente del estado del Cauca desde finales de los años cincuenta, había empuñado la
bandera de la libertad federal ultrajada por los abusos del centralismo. Una vez en el solio
presidencial, su autoritarismo y su relativismo en la interpretación de las leyes lo habían
convertido en una amenaza permanente para el orden constitucional, haciendo que sus
adversarios radicales y conservadores busquen reducir su poder por todos los medios
legales a su alcance. El excesivo federalismo de la década de 1860, si bien refleja la
fragmentación histórica del poder en Colombia, obedece también a la voluntad de reducir
la amenaza dictatorial encarnada por Mosquera: la Constitución de 1863 y la ley del 16 de
abril de 1867 son buenas pruebas de ello: un aparato estatal demasiado centralizado
hubiera sido presa fácil de un Mosquera siempre ávido de poder. Su deslumbrante
capacidad para volver al poder explica que su sombra haya pesado tanto sobre la política
nacional. Después de su juicio y su exilio en 1867, la amenaza mosquerista se reanima
momentáneamente en 1869, cuando ciertos conservadores desprovistos de aliados
políticos le ofrecen a Mosquera, quien fuera una década antes su peor enemigo,
convertirse en su candidato en las elecciones presidenciales para el período de 1870-1872.
Pero la Liga, debilitada por la oposición de los conservadores antioqueños, se derrumba
luego de la prisión de su principal artífice, Carlos Holguín, detenido en Panamá por
conspiración revolucionaria cuando se embarcaba a Lima para reunirse con el viejo
general2. En una carta en la que le conmina a no aliarse a esos «conservadores violentos»
que querían utilizarlo como un simple instrumento de acceso al poder, José María Samper
escribe a Mosquera desde París: «Y es tan fácil, señor general, que U. acabe sus días
gloriosamente! Le bastaría para eso estarse quieto »3.
7 Inaugurada por la salida forzada del gran general, el período que va de 1867 a 1875 es la
edad de oro del liberalismo radical colombiano. Durante esos ocho años, que concluyen,
en 1875, con el nacimiento de una fracción independiente en torno a la disidencia de Rafael
Núñez, el liberalismo goza de una unidad excepcional en su historia. El exilio de Mosquera
aleja los riesgos de abusos de autoridad contra el gobierno federal. Los conservadores, a
pesar de sus evidentes maniobras de unificación nacional no representan todavía un
riesgo real para el poder central. Por último, un grupo de hombres —algunos de ellos
ajenos a las maniobras políticas de los años sesenta y por lo tanto portadores de un
mensaje de conciliación nacional— llegan al poder, convencidos de la necesidad de
construir un Estado-nación moderno. Varios presidentes de la época como Santos
Gutiérrez (1868-1870), Santiago Pérez (1874-1876) y sobre todo Eustorgio Salgar
(1870-1872), no obstante cercano a Mosquera, se cuentan entre los dirigentes liberales
más consensuales del siglo XIX. Empresarios liberales cercanos a los radicales y respetados
tanto por el éxito de sus negocios como por su moderación política, como es el caso de
Miguel Samper y de Salvador Camacho Roldan, llegan a ocupar cargos claves.
8 Un ambiente de conciliación política, desaparecido desde finales de los años cincuenta se
impone de nuevo. Así, el presidente Santos Gutiérrez explica al Congreso en su mensaje
de 1870:
La nación ha entrado evidentemente en una vía de rejeneración; las pasiones
políticas, calmándose, toman una dirección menos peligrosa; la confianza pública se
ha restablecido; los capitales vuelven a dar vida a la industria: los hombres vuelven
al trabajo, i una era de paz i de prosperidad se presenta, halagadora, delante de
nosotros4.
9 Durante esos años, en efecto, algunos conservadores como Manuel María Mallarino o
César C. Guzmán se asocian con entusiasmo al proyecto educativo liberal; el arzobispo de
Bogotá, monseñor Arbeláez, exiliado por Mosquera en 1864, ayuda al gobierno radical a
realizar la reforma educativa; el conservador José María Torres Caicedo representa en
París la Colombia liberal5. En la prensa se renueva la colaboración entre liberales y
conservadores6. La aspiración a construir el Estado central, marginada desde la primera
presidencia de Mosquera, vuelve a tomar fuerza, y los constructores del Estado liberal van
de nuevo a buscar modelos de organización estatal en el ejemplo de las naciones
civilizadas.
El anhelo unitario
10 La primera prioridad del plan de consolidación del Estado diseñado por los radicales es la
corrección de los excesos del federalismo. El balancín político, que desde los años
cincuenta se había inclinado hacia el modelo federal, comienza nuevamente a oscilar
hacia el centralismo.
11 Retomando las palabras del radical Santiago Pérez, quien en 1866 había declarado al
Congreso que: «el Gobierno de la Unión ha quedado reducido a las modestas funciones de
testigo, en lo ordinario, del libre andar de los Estados»7, el secretario del Interior, Carlos
Martín, denuncia en 1868 el absurdo de la ley del 16 de abril de 1867 y propone
reemplazarla por un artículo de la Constitución estadounidense que preve la intervención
del poder federal en los conflictos internos8. Tres años más tarde, Carlos Martín, esta vez
como senador de Cundinamarca, presenta un proyecto de abrogación de la ley que,
aprobado por el Senado, es rechazado en la Cámara, a raíz de la oposición de los
216
conservadores de Antioquia y Tolima. Ese mismo año, Felipe Zapata, secretario del
Interior del gobierno de Salgar aboga vehementemente contra la ley de 1867 en su
informe anual al Congreso. Al denunciar el círculo vicioso en el que de manera infinita se
suceden los pronunciamientos y la monopolización del poder por fraude electoral, Zapata
concluye, en referencia al lema de la bandera colombiana, «Libertad y Orden»:
El Gobierno jeneral debe garantizar el orden o borrar esta palabra del escudo
nacional; porque parece una burla que la Nación que ostenta órden en sus armas
sea precisamente la única que no lo sabe conservar. I al borrar la palabra órden debe
suprimir también la palabra libertad, porque sin órden no hai derechos para los
individuos ni soberanía para el pueblo9.
12 A pesar de la elocuencia de Zapata, algunos radicales continuarán defendiendo la ley de
1867; pero habrá que esperar hasta 1876 para que, frente a una situación de emergencia —
la insurrección conservadora en el Cauca— la ley sea finalmente abrogada10 y hasta 1880
para que otra ley redefina el papel del Estado central en materia de conservación del
orden en la federación. La historia de la ley de 1867, que simboliza el círculo vicioso del
federalismo, muestra también las dificultades de los políticos favorables a la
centralización frente a la inercia del sistema dispositivo federal, y revela hasta qué punto
la Constitución, reformable únicamente bajo la unanimidad de los nueve Estados
constituidos en 1863, pudo llegar a constituir una cárcel jurídica para los dirigentes
radicales sedientos de construcción nacional.
13 La codificación legislativa constituye uno de los frentes principales de la empresa liberal
de homogeneización nacional. El impulso inicial en este campo proviene del gobierno de
López, cuya voluntad de destrucción del orden jurídico colonial exigía una codificación
legislativa. En 1852, el secretario del Interior, José María Plata, explica al Congreso:
No tenemos código civil; el criminal, reformado ya por varias leyes dispersas,
adolece de graves defectos; i los códigos de organización i procedimiento de los
tribunales i juzgados, no existen en un sólo cuerpo, sino que se hallan diseminados
en multitud de actos legislativos. Esto en cuanto a la forma: si entramos en la
discusión de las disposiciones sustanciales cuyo conjunto constituye los actuales
códigos, veremos que ellas en gran parte son contrarias a los principios que hoi
profesamos; que se resienten de la época remota i atrasada en que se sancionaron; i
que de ninguna manera son adaptables a las nuevas necesidades i a la nueva vida
del país11.
14 Plata propone así un proyecto de ley que preve la redacción de códigos de legislación civil
y penal, y la extensión del jurado, introducido éxitosamente en los procesos criminales, a
«otros muchos delitos que hoi son juzgados por los trámites antiguos, cuyos defectos os
son demasiado conocidos»12. La mejora del sistema judicial, la mayor rapidez en los
procesos y la reducción de los riesgos de evasión de los reos deben también llevar a
suprimir la crueldad de las penas.
15 En su último mensaje presidencial, José Hilario López expresa la necesidad de establecer
nuevos códigos —sólo existe el código penal de 1837 y el de procedimiento criminal
adoptado en 1848—, y en 1855 el gobierno de Mallarino la reafirma. El secretario del
Interior, el conservador Pastor Ospina, presenta un nuevo proyecto de ley, que prevé el
establecimiento de una comisión legislativa de codificación13, pero la proclamación de los
estados soberanos a partir de 1855 lleva a aplazar sine die el proyecto de una legislación
unificada.
16 No obstante, algunos estados emprenden rápidamente la tarea de codificación legislativa:
Cundinamarca figura como el pionero en este terreno. Una comisión de juristas,
217
compuesta por liberales —José María Rivas, Justo Arosemena— y conservadores —Pastor
Ospina, Manuel Pombo— se crea en la capital, y emprende la elaboración de un código
civil —adaptado del código de Andrés Bello, inspirado a su vez en el código civil
napoléonico y adoptado por Chile en 1857— y de los códigos judicial, penal, electoral,
policial, fiscal y militar. Muchos son entonces, como lo expresa Medardo Rivas, cuyo
hermano, José María, forma parte de la comisión de juristas de Cundinamarca, los que
recomiendan una inspiración jurídica francesa:
En Inglaterra la legislación es un maremagnum de las viejas leyes, de las antiguas
costumbres, de las sentencias de los jueces y de las medidas adoptadas para
remediar males inmediatos, incomprensible para el extranjero, e indescifrable para
los que no están iniciados en sus misteriosos arcanos. En Alemania, dividida en
infinitos reinos, ducados y marquesados soberanos, ni hay una ley común, ni
semejanza en la legislación, y en España apenas se están adoptando códigos, de
acuerdo con los progresos de la ciencia y de la civilización. En Francia, no; en
Francia existía la mejor legislación del mundo, clara, ordenada, filosófica y digna
[...] Estos códigos son la legislación común en Francia: ellos han dado vuelta al
mundo, se han adoptado en todos los países, y sobre ellos se fundó la nueva
legislación en el Estado de Cundinamarca14.
17 El código civil propuesto por la comisión de juristas es adoptado en 1859 por
Cundinamarca, seguido por el Cauca en 1859 y Antioquia en 1864. Pero habrá que esperar
la década de 1870 para que el proyecto de una unificación de la legislación nacional sea
retomado por los radicales. En 1871 se adopta un código de comercio de la Unión. Ese
mismo año el secretario del Interior, Felipe Zapata, denuncia la inadecuación y el retraso
de la legislación nacional en comparación con la de los estados. La necesidad de
codificación es urgente: Zapata retoma la idea, aparecida en los años cincuenta, de una
comisión permanente del Congreso consagrada a la codificación. El Congreso preferirá sin
embargo delegar a profesores de derecho la redacción de los códigos: en junio de 1872 se
publica un código jurídico de la Unión, redactado bajo contrato por Juan Manuel Pérez15.
Los otros códigos son preparados por dos profesores de derecho, Agustín Núñez y José
Belver. Gil Colunje, secretario del Interior, quien expresa en 1872 la inadaptación de una
legislación civil anticuada16, propone al Congreso adoptar los proyectos de código civil y
penal elaborados por Agustín Núñez. Entre los códigos redactados por éste último, el civil,
el fiscal y el penal son adoptados entre 1872 y 187417. En cambio, los códigos
administrativo y militar siguen aún sin aprobar en 187618. En el terreno de la codificación
como en muchos otros, la guerra civil de 1876-1877 pone fin al esfuerzo liberal de
construcción del Estado. No obstante lo esencial de la tarea de codificación de las leyes
será retomado por la Regeneración.
18 El ideal de la cárcel moderna, otra de las aspiraciones liberales que quedó en el limbo
después del rechazo por el Congreso, en 1853, de los planos de la cárcel panóptica
presentados por Thomas Reed, es retomado por el Estado central. El dispositivo penal
sigue estancado desde la década de 1850. Los tres establecimientos de presidio que tiene
el país —en Bogotá, Cartagena y Buenaventura— emplean a sus presidiarios para abrir
carreteras o realizar obras de cantería. Los prisioneros retenidos en las tres casas de
reclusión ubicadas en Guaduas, Cartagena y Popayán trabajan el cuero, mientras que las
prisioneras fabrican cigarros, todo en beneficio de una compañía privada19. El federalismo
aleja aún más las perspectivas de modernización del sistema penal, ya que, según la
Constitución de 1858, los establecimientos de castigo dependen de los Estados, y la cárcel
federal no se construye por falta de fondos públicos20. El ideal de la cárcel moderna se
desplaza entonces a los estados soberanos, aunque sólo Boyacá se dedicará a esa tarea: en
218
1863, el radical Sergio Camargo, presidente de Boyacá, y su secretario del Interior Ricardo
Becerra encargan a Enrique Cortés el estudio de una penitenciaría reformadora para
Tunja. Instalada en un convento, la penitenciaría pondrá en práctica los ideales liberales
de reducción de penas y la rehabilitación por medio del trabajo. Se organizan talleres en
los que los detenidos tejen tapices de fique21. La dirección de la penitenciaría de
Cundinamarca, instalada en el antiguo convento de San Buenaventura en Bogotá, se
orienta también hacia este método de rehabilitación. Su director, Carlos Sáenz, presenta
los trabajos de los presidiarios en la exposición nacional de 1871, mientras que la
Sociedad de San Vicente de Paúl se encarga de su educación moral y religiosa.
19 En los primeros años de la década de 1870 renace el proyecto de construir una cárcel
panóptica en Bogotá: por solicitud del gobierno, los planos de Reed son modificados en
1872 por Ramón Guerra Azuola, mientras que Enrique Cortés se encarga de traducir del
inglés algunos documentos «relativos a la organización y administración de las casas de
prisión, con el objeto de que, circulando en Sur América, se preparase la opinión pública y
se enviasen comisionados al Congreso Internacional sobre las Penitenciarías y
Establecimientos de Reforma que se debe reunir en Londres en 1872»22. Finalmente, en
1875, luego de haber exaltado los progresos de las penitenciarías de Bogotá y de Tunja, el
secretario del Interior Jacobo Sánchez anuncia el comienzo de los trabajos de la cárcel
según los planos de Thomas Reed, en un terreno situado al norte de la ciudad, cerca del
convento de San Diego23. En 1878, Eustorgio Salgar, entonces secretario del Interior, pone
la primera piedra con la siguiente inscripción: «Honor al siglo XIX. Los distinguidos
ciudadanos Dr. Eustorgio Salgar y Carlos Sáenz impulsaron con denuedo la construcción
de este panóptico en 1878»24. Sin embargo, no les corresponderá a los gobiernos radicales
sino a los de la Regeneración la tarea de concluir la obra de la construcción de una cárcel
moderna en Colombia25.
El nacionalismo en ciernes
20 Otra faceta del proyecto liberal es la voluntad de crear un nacionalismo oficial. A través
de la valoración de la producción nacional y de la organización del culto a los padres
fundadores, los gobiernos radicales buscan fomentar el sentimiento patriótico.
21 En 1872, el gobierno de Salgar decide organizar una «gran fiesta de la patria» para
celebrar la fiesta nacional del 20 de Julio, decretada en 1864 por Murillo Toro: «para que
nunca mengüe el amor a la República, conviene fomentarlo por medio de demostraciones
como la del 20 de julio de 1872, que bien podemos llamar civilizada, en contraposición a
las que consisten en bárbaras corridas de toros i en abominables bacanales»26. Al año
siguiente, el 20 de Julio es declarado día feriado en todo el territorio nacional y se concede
un presupuesto de 2.000 pesos al poder ejecutivo para la organización de las festividades.
La idea de la erección de una estatua de Santander, prevista en una ley de 1850 pero no
realizada, se reactiva con la atribución de un presupuesto de 16.000 pesos, enviado al
cónsul en Francfort, quien se encarga de hacerla fundir en Europa27. Entre 1870 y 1878 el
gobierno decide erigir otras cuatro estatuas: dos en Bogotá —una de Nariño y la otra
dedicada a los mártires de la Independencia— una en Medellín, de José María Córdova, y
la última en Popa-yán, de José María Obando. Las exposiciones nacionales, ampliamente
inspiradas por las exposiciones universales, completan las fiestas nacionales. Más que
simples conmemoraciones, las grandes fechas de la patria deben también dar lugar a la
presentación al público de las producciones de la nación. En 1866, el autor anónimo de un
panfleto que critica el tono demagógico y estéril de las celebraciones del 20 de Julio
organizadas por Mosquera, propone aplicar en Colombia el modelo civilizador de las
exposiciones nacionales que, como bien lo advierte, «estimulan el trabajo, sostienen la
actividad, despiertan el injenio, provocan la emulación, purifican el gusto, premian el
mérito, estienden la producción, determinan el consumo»28. La producción nacional debe
mostrarse a los ojos de todos:
Respecto a libertad, a industria, a riqueza, a moralidad, a civilización, algo hemos de
haber hecho también en más de medio siglo de soltura. Pero en cuanto a estas
cosas, los adelantos no son siempre visibles. Hai que estudiarlos. Hai que provocar
una especie de exhibición para que puedan salir a la superficie, saltar a los ojos,
nuestros demás progresos sociales29.
22 Mostrando riquezas naturales insospechadas o frutos del trabajo nacional, las
exposiciones tendrán el papel de revelar las potencialidades del país. Así, la que se
inaugura el 20 de Julio de 1871 ofrece una orientación esencialmente productiva,
industrial y agrícola. La división en doce secciones —minerales, materiales de
construcción, maderas, sustancias textiles, materiales de alumbrado, sustancias
medicinales, granos, añil, animales y productos alimenticios— refleja la prioridad dada al
crecimiento económico, al desarrollo del consumo interno, a la atracción de los capitales
extranjeros y al fomento a las exportaciones. La sección miscelánea reúne productos
artesanales (cigarros, zapatos, textiles), muestras de la producción de los talleres de la
penitenciaría de Bogotá y trabajos artísticos y científicos: cuadros de pintores como
Ramón Torres Méndez, Alberto Urdaneta y Epifanio Garay, un retrato de Bolívar por José
María Espinosa y un mapa geológico de la sabana de Bogotá. En su discurso de clausura, el
presidente de la junta de comisarios señala que:
La riqueza natural de nuestro país, que más por tradición que por conocimiento
positivo, gozaba fama de maravillosa, ha empezado a revelar, hoi que se alza a
220
medias el velo que la cubre, los tesoros que durante siglos enteros han estado
perdidos o desconocidos30.
23 Sin embargo, la figura de la exposición nacional demostrará rápidamente sus límites,
frente a lo endeble de la producción nacional. En 1882, el secretario de Fomento explica
las dificultades surgidas en la organización de una segunda exposición, un año apenas
después del éxito de la de 1880: «tales concursos no pueden ser entre nosotros tan
frecuentes como en otros países, por oponerse a ello lo defectuoso y tardío de nuestras
comunicaciones internas i la lentitud del movimiento progresivo de la industria»31. Los
redactores del Papel Periódico Ilustrado por su parte proponen que las exposiciones se
organicen sólo cada cinco años32.
24 Otros indicios revelan la preocupación de los radicales por la formalización de una
cultura nacional. En 1868, el secretario del Interior, Carlos Martín, pretende revivir la
idea de una Academia Nacional, abandonada desde el fracaso de la primera Academia en
1855. «Contribuyamos a conservar la unidad i la pureza clásica de la lengua [...]
hagámonos dignos herederos del grandioso idioma de Castilla», explica a los congresistas
33
. Fruto de la acción decisiva de Vergara y Vergara, quien consigue en Madrid el
beneplácito de la Real Academia Española, la Academia Colombiana, primera de su género
en América, nace en 1871. Pese a las reticencias de algunos liberales en contra de lo que
ellos denuncian esporádicamente como «los soldados póstumos de Felipe II»34 —la
mayoría de los académicos son conservadores— los radicales representados en ella por
Santiago Pérez y Felipe Zapata, apoyan los esfuerzos de la Academia por fomentar la
literatura nacional y la historia patria.
Aquí tuvimos una prueba muy clara de ello [de la simpatía hacia Francia] hace unos
días: un alemán, quien tras la noticia de la derrota de nuestras tropas en
Wissembourg se permitió izar en su casa la bandera de la Confederación de
Alemania del Norte, no pudo dejarla sino unas cuantas horas ya que fue obligado a
retirarla ante las amenazas de la gente39.
32 Los sentimientos favorables a Francia crecen con el anuncio de la caída del Imperio. En
París, el ministro Torres Caicedo, no obstante cercano a los círculos políticos imperiales,
se apresura, sin esperar siquiera las instrucciones oficiales, a reconocer el gobierno
provisional republicano, colocando así a Colombia entre los primeros países en hacerlo.
Las manifestaciones oficiales de apoyo a Francia se multiplican. El arzobispo de Bogotá,
monseñor Arbeláez, ofrece una misa por los muertos de la guerra franco-prusiana40. El
gobierno ofrece una ayuda financiera a la representación diplomática francesa,
incomunicada con su gobierno a raíz de la interrupción del servicio transatlántico41. La
espontaneidad popular también se manifiesta con entusiasmo a pesar de que, como bien
lo advierte el cónsul, sus expresiones no se deben en nada a los franceses de Bogotá, que
se abstienen de tomar parte en esos desórdenes «y sólo deben ser atribuidas a la justa
indignación del pueblo colombiano»:
Hace algunos días, cuando de manera inopinada llegó aquí la fatal noticia de la
capitulación de París y mientras que el presidente Salgar se apresuraba en
expresarme con su visita qué parte tomaba en este doloroso evento, algunos
alemanes establecidos en Bogotá tuvieron la imprudencia de circular por las calles
de la ciudad con una banda de músicos (la música militar les había sido prohibida
por las autoridades). Esta demostración exasperó tanto a la población que la gente
dispersó violentamente a este grupo rompiendo parte de los instrumentos de
música: no satisfechos con esta hazaña, decidieron venir en masa a mi casa para
hacer una estridente demostración gritando «Viva la Francia», «Abajo los
Prusianos», «Muerte a los Alemanes». De allí se dirigieron hacia la casa del Cónsul
General de la Confederación de Alemania del Norte y rompieron las ventanas, así
como también lo hicieron en otras casas habitadas por alemanes 42.
33 Los conservadores se muestran en general favorables a Francia. Aunque las simpatías
imperiales eran escasas, la política católica de Napoleón III en Oriente y en Roma había
ganado la aprobación de muchos conservadores. En octubre de 1870, el conservador
antioqueño Joaquín Vásquez escribe inquieto a Mariano Ospina: «Parece que se confirman
las noticias de Francia, agregando que el Papa ha sido echado de Roma. Dios nuestro señor
nos asista»43. Otro conservador, Manuel María Madiedo, comenta en su periódico La
Ilustración, que sería temible una victoria prusiana porque favorecería la causa
monárquica en Europa44. Sin embargo, ciertos conservadores reconocen que su posición
en favor de Francia no es muy racional. Entusiasmado por la noticia de una batalla ganada
por los franceses, Francisco Vásquez escribe a Ospina: «Dicho triunfo nos complace sólo
por razón de raza, pues en efecto no son los republicanos franceses los llamados a
proteger la relijión i la moral»45.
34 A pesar de algunas dudas, un sentimiento de compasión hacia Francia, cuya victoria
aparece entonces como el desenlace más favorable a los intereses del catolicismo, se
confirma entre los conservadores, mientras se hace evidente que muchos liberales
esperan de una victoria prusiana el impulso decisivo para la unidad italiana y la extinción
del poder temporal del Papa. Aunque los liberales deploran el infortunio de Francia, se
alegran en cambio de la derrota de los ejércitos imperiales, que conduce a la restauración
de la República. El liberal santandereano José David Guarín escribe en un texto titulado Ay
de la Francia!: «Afila de nuevo tu espada, porque tras la noche del Imperio asoma el día de
223
38 Pero más aún que la novela de la unidad italiana o de la incierta victoria de la República
en Francia, el espectacular surgimiento de Alemania fascina a los radicales colombianos.
Alemania había ocupado hasta ese momento un lugar modesto en el imaginario político
colombiano. Representada esporádicamente en el país por un puñado de inmigrantes
(Juan Bernardo Elbers, promotor en los años veinte de la navegación a vapor en el
Magdalena, o Geo von Lengerke, constructor de carreteras en El Socorro, Santander),
insignificante en el campo diplomático, Alemania había sido más marginal aún en las
bibliotecas de los lectores colombianos que en los recorridos de los viajeros. Pocos eran
los colombianos que, por haber seguido estudios superiores en Alemania, conocían el
idioma alemán. Eustacio Santamaría —formado en Alemania a comienzos de los años
cincuenta y casado con una alemana— y, en menor medida, Ezequiel Uricoechea —quien
había publicado en 1854 en Berlín la primera obra nacional de arqueología precolombina
— se destacaban como los dos escasos colombianos familiarizados con ese país. Viajando
por Alemania a finales de los años cincuenta, José María Samper había dado su veredicto:
un país de «reyezuelos»56 en donde se respira la opresión de los pueblos por los príncipes.
La patria de Humboldt, a mediados de los años sesenta, apenas atraía las miradas de las
elites colombianas.
39 Los progresos de la unificación alemana comienzan, sin embargo, a despertar
paulatinamente la curiosidad. En 1867 se publica en Bogotá la traducción de la obra
francesa de Emile de Laveleye titulada La Alemania después de la guerra de 1866, hecha por
un joven liberal residente entonces en Europa, Aureliano González Toledo. El texto,
consagrado en gran parte a una descripción detallada del ejército y de la escuela en Prusia
ofrece una apología de lo que comienza a ser percibido como un verdadero modelo
nacional alemán:
Instrucción obligatoria, servicio obligatorio para todos, ejercicio militar en los
colegios, como en las escuelas de cadetes en Suiza, un pequeño número de soldados
sobre las armas, pero millones de hombres en sus hogares, bien adiestrados,
prontos a levantarse, para defender la patria; tales son las reformas que serían para
la Europa un ejemplo a la vez que una prenda de sosiego, i para la Francia misma
una garantía de sus libertades, una fuente de fuerza, de riqueza, de virilidad, de
instrucción i de moralidad, cuyos saludables efectos es difícil medir 57.
40 En 1870 la lengua alemana entra a formar parte del programa de estudios de literatura y
de filosofía de la Universidad Nacional, y el interés por Alemania crece con el anuncio de
la guerra franco-prusiana. Eustacio Santamaría, entonces cónsul de Colombia en Saint-
Nazaire, escribe en el Diario de Cundinamarca, bajo el seudónimo de John Wilkes, algunos
artículos en los que compara la causa de la unidad alemana a la de las independencias
hispanoamericanas:
Los alemanes están defendiendo la causa más sagrada de todas, su independencia,
su soberanía y la integridad de su territorio contra un enemigo audaz, ambicioso i
presuntuoso; i quien defiende tal causa tiene que triunfar, como triunfaron los
mejicanos, como triunfaron los dominicanos, como triunfaron los españoles sobre
Napoleón I, i como triunfaron nuestros padres sobre los españoles 58.
41 Los conservadores comienzan entonces a denunciar sin tregua la fascinación que ejerce
Alemania en los círculos liberales colombianos. Francisco Vásquez le escribe a Ospina:
«Como es natural la mayor parte de los liberales de aquí son partidarios de la Prusia
porque esperan que con la caída de la Francia vengan abajo los buenos principios
católicos»59. Los periódicos conservadores fustigan las simpatías prusianas de los
liberales. El cónsul Goepp señala que Francia recoge todas las simpatías colombianas con
225
excepción de una «minoría perteneciente a la parte más exaltada del partido rojo»60. La
crítica de la tendencia germanófila de los radicales persistirá en el arsenal de la
propaganda conservadora durante la década de 1870: así, en 1876, el obispo Rafael
Celedón denuncia en un panfleto antimasónico la culpable condescendencia de los
liberales hacia el imperio alemán y la monarquía italiana, que revela que su
anticlericalismo prevalece finalmente sobre su convicción republicana: «¿No observáis
que todos los demócratas anticatólicos simpatizan fraternalmente con Guillermo que es
Emperador, y con el Victor que es Monarca?»61.
42 Así, los acontecimientos de la década de 1870 van transformando profundamente la
relación con Europa. Los ejemplos de España y Francia sugieren que la hora de la
República ha sonado también para el Viejo Continente; la unidad italiana conforta la
causa liberal; el surgimiento de Alemania y de Italia demuestran que los estados-nación se
crean a fuerza de voluntarismo político. Si se pueden crear pujantes estados nacionales a
partir de una multitud de principados y reinos, construir la coherencia nacional en
Colombia debe ser infinitamente más fácil. Los ejemplos europeos ya no predican la
simple destrucción del Antiguo Régimen, sino que se ofrecen ahora como herramientas
concretas en la construcción del estado-nación.
y aparceros, sus costos y beneficios, la duración de los contratos, las obligaciones del
terrateniente, etc.—; un estudio de los criterios tomados en cuenta por los emigrantes
europeos en el momento de elegir su destino (lengua, religión, instituciones políticas,
clima, seguridad). Se les encarga, en fin, de informar al gobierno colombiano sobre los
«alicientes o incentivos que ofrecen diversos países de América, Asia y Australia para
atraer a los emigrantes»67. La ley prevé, además, la creación, en los principales puertos de
Colombia, de juntas encargadas de ayudar a los europeos pobres que quieran instalarse en
el país. Éstas deberán proporcionar información a los inmigrantes a su llegada,
procurarles vivienda, asistirlos, aconsejarlos y encontrarles un lugar para instalarse en el
interior del país. Las juntas también deberán encargarse, con la ayuda del personal
consular, de promover la inmigración en el extranjero y mantener al gobierno informado
sobre las dificultades encontradas. Otras juntas establecidas en todo el país, se encargan
de recibir a los inmigrantes enviados desde los puertos.
50 La ley de 1871 ofrece una definición más amplia del inmigrante anhelado que la
imaginada por el legislador de 1847: será idealmente un labriego europeo, pero la circular
de Camacho Roldán señala que los inmigrantes hispanoparlantes que hayan vivido en
climas tropicales y subtropicales también serían bienvenidos. Los habitantes de las
Antillas inglesas, francesas y holandesas, los suramericanos y sobre todo los canarios y
cubanos, tendrían la ventaja de aclimatarse con mayor facilidad. Los cubanos, cuya patria
está socavada por las luchas independentistas, se beneficiarán excepcionalmente de una
dotación de 25 hectáreas de tierras por familia. Para captar el interés de los inmigrantes
se aprueba un presupuesto de 20.000 pesos, de los cuales 1.500 se consagran a la
publicidad en Europa.
51 A pesar de la relativa modestia de sus esperanzas, Salvador Camacho Roldán emprende
una verdadera campaña internacional de promoción. Retomando la idea de ligar el
reembolso de la deuda externa y la inmigración de extranjeros, Camacho escribe a Carlos
O'Leary, vicecónsul en Inglaterra, para proponerle el pago de la deuda con terrenos en los
Llanos Orientales, y al empresario americano Johathan Waters, a quien invita para
organizar la inmigración en las tierras cedidas por el gobierno en esta misma región 68.
Respondiendo a la circular de Camacho, el cónsul de Colombia en Bélgica le señala que la
emigración belga es insignificante pero que sería posible emprender la importación de
mano de obra alemana a condición de organizar su recepción69.
52 Las juntas de inmigración de Santa Marta, Barranquilla, Bogotá y Medellín son las únicas
que resultan ser activas. La junta de Barranquilla expresa su deseo de atraer trabajadores
canarios instalados en Venezuela, ansiosos de emigrar otra vez a raíz de la guerra civil
que acaba de estallar. Camacho declara estar dispuesto a otorgar una ayuda financiera al
proyecto. En 1872 se aprueba un presupuesto para apoyar la junta de inmigración de
Santa Marta. Paralelamente, algunos colombianos que poseen empresas comerciales en
Europa comienzan a interesarse en el negocio de la inmigración70. Unas familias
originarias de Cuba se establecen en los estados de Magdalena y Bolívar donde siembran
café, caña y tabaco.
53 El proyecto de colonización más ambicioso emana de un francés, Jean-Elie Gauguet, quien
en mayo de 1872 solicita al gobierno de la Unión una concesión de 2.500 hectáreas de
tierras baldías en la cuenca del río Santa Clara, en la Sierra Nevada de Santa Marta, para
establecer allí una colonia francesa de varias familias, que vendrán a cultivar trigo y uvas
71
. El gobierno acepta la propuesta en 1873 y el prefecto del territorio de la Sierra Nevada i
Motilones escribe el mismo año en su informe anual al secretario del Interior palabras
228
debe contentarse con la esperanza de atraer pueblos latinos sin soñar con inalcanzables
pobladores anglosajones.
61 Antes de que la suerte de la familia Gauguet pusiera un término trágico a la campaña
voluntarista de Camacho Roldán, ya se habían alzado numerosas voces que denunciaban
el ideal de la inmigración como una vana ilusión, por lo menos para las próximas décadas.
Aunque algunos, como el viejo general Mosquera, continúan manejando la retórica
inmigracionista, los analistas más lúcidos comienzan en efecto a formular la idea de que
Colombia no será jamás un país de inmigración. En 1867, Miguel Samper vaticina el
fracaso de la inmigración en el país: «es vano intento dirigir nuestras miradas hacia el
Viejo Mundo en busca de auxiliares. La emigración europea impone condiciones que no
podemos ofrecerle: climas sanos, acceso fácil o barato y seguridad»85. Muchos son los que
están de acuerdo con su recomendación de no seguir con la quimera de la inmigración86 y
los sucesores radicales de Camacho critican el carácter irrealista de su plan y explican que
el desfase entre lo que ofrece Colombia y lo que ofrecen países como Argentina o los
Estados Unidos es demasiado grande como para seguir soñando con la inmigración.
62 El sueño de la inmigración resultará finalmente inefica en la realización del proyecto
liberal, mientras que el repliegue operado durante la década de 1870 sobre la esperanza
de una inmigración italiana y española volverá a la escena política en los años noventa,
asociado esa vez a la voluntad de la Regeneración de instaurar un orden católico en
Colombia87
LA REFORMA EDUCATIVA
63 El rápido fracaso de la política de inmigración recarga de expectativas la reforma
educativa, que después de una notable inactividad oficial de los liberales en el campo
educacional antes de la caída de Mosquera88, se ve promovida en el transcurso de unos
años al rango de principal herramienta de la construcción nacional, como lo sugiere
Rafael Núñez desde Liverpool en 1871: «El problema de la inmigración por ejemplo, debe
ceder evidentemente el paso al de la educación; porque por ministerio de ésta
realizaremos aquella sólida i lógicamente. No son, en efecto, brazos lo que nos falta, sino
brazos intelijentes»89. La reforma educativa llegará a simbolizar el proyecto radical hasta
el punto de arrastrarlo en su caída; una vez paralizada la reforma educativa por la
insurrección conservadora de 1876-1877, la hegemonía radical apenas llegaría a
sobrevivirle unos años.
64 Los gobiernos radicales esperan obviamente de esa ambiciosa reforma educativa —que
abarca la creación de la Universidad Nacional, de la Escuela de Artes y Oficios y de una
enseñanza primaria, gratuita, obligatoria y laica— nuevos conocimientos, nuevas
calificaciones y una reducción de las tensiones sociales; pero ante todo ven en ella un
poderoso factor de unificación y de construcción nacional. Como lo explica Felipe Zapata
al Congreso en 1871: «Entre los elementos que contribuyen a mantener i estrechar la
unidad nacional, el más poderoso es la instrucción pública»90.
65 La Universidad Nacional, fundada por una ley de septiembre de 1867, abre sus puertas en
la capital a comienzos de 1868 con cuatro facultades: medicina, ciencias naturales,
231
Colombia, adelantándose a la decisión final del gobierno: «propasando esa orden [la orden
del gobierno], he resuelto mandar inmediatamente una persona competente, de aquellas
a quienes he estado enseñando el español, con la esperanza de que se me diera algún día
orden de enviar uno o más maestros prusianos para las escuelas normales de Colombia» 118
.
81 En los términos del contrato firmado en Berlín con Santamaría el 4 de enero de 1872, el
maestro prusiano Alberto Blume se compromete a instalarse en Bogotá para «fundar i
dirigir i [...] subdirigir una escuela normal i una elemental modelo a ella adjunta, i a dar
en la primera las enseñanzas que se dan en las escuelas normales de Prusia, e indicar al
maestro o maestros que dirijan la segunda el método de enseñanza pestalozziano, como
se practica en las escuelas de Prusia»119. El contrato, firmado por seis años, prevé que
Blume recibirá un viático de 220 pesos, un salario anual de 1.200 pesos, y gozará de todas
las garantías otorgadas a los extranjeros en Colombia siempre y cuando no se mezcle
«directamente ni de otro modo en las cuestiones políticas ni religiosas del país»120.
82 Una vez instalado en Bogotá, Blume organiza la Escuela Normal del Estado de
Cundinamarca mientras llegan otros ocho institutores alemanes —Hotschick, Meisel,
Pankow, Radlack, Uttermann, Wallner, Weiss y Wirsing— con contratos similares al suyo;
cada uno de ellos con la misión de crear una escuela normal en alguno de los otros ocho
estados de la federación. Llevado por el entusiasmo de la reforma educativa, el gobierno
radical parece subestimar las dificultades previstas por el secretario del Interior Felipe
Zapata, quien el año anterior había declarado en el Congreso:
A la realización de un plan jeneral de instrucción pública, el mayor obstáculo que se
presenta es la desconfianza que inspira la intervención del Gobierno jeneral en todo
asunto que se roce con la administración interior de los Estados 121.
83 Las dificultades no tardan en aparecer. Según los términos de la Constitución de 1863, un
decreto tomado por el gobierno central, como lo era el decreto orgánico de instrucción
pública, no podía ser aplicado en los Estados Soberanos sin su explícita aprobación. Los
debates generados en cada uno de los estados sobre el problema de aceptar o rechazar el
decreto orgánico, desembocan en una amplia aceptación. Sólo el estado de Antioquia
rechaza formalmente su aplicación, pero permite al mismo tiempo fundar una escuela
normal en Medellín. Todos los demás estados lo aceptan, aunque a veces con enmiendas
que tienden a desvirtuarlo: mientras que el estado de Magdalena expresa sus reservas
acerca del carácter obligatorio de la educación, Tolima y Cauca incluyen desde el
comienzo la enseñanza de la religión católica en las escuelas oficiales.
84 Independientemente de sus resultados, los debates suscitados por el decreto orgánico
generan grandes polémicas en los Estados Soberanos. El decreto orgánico, al buscar la
homogeneización nacional de la educación, provoca la hostilidad de los políticos
regionales siempre dispuestos a empuñar la bandera de la libertad federal ultrajada por
los abusos del poder central. El acento puesto en el carácter obligatorio de la enseñanza
primaria provoca críticas entre quienes anticipan la resistencia de las familias campesinas
a enviar a sus hijos a estudiar, cuando aportan una apreciable ayuda en las faenas
agrícolas. Pero, sobre todo, la proclamación del carácter laico de la educación oficial
provoca una onda de descontento en las filas conservadoras.
85 El decreto orgánico establece el carácter laico de la educación en las escuelas primarias
oficiales pero otorga a los Estados que lo quieran avalar la libertad de organizar una
enseñanza religiosa no obligatoria, a cargo de profesores laicos o eclesiásticos que
tendrían acceso en determinadas horas a los salones de clase de las escuelas oficiales. Esa
236
94 Los promotores del orden católico, además de dedicarse a adaptar a Colombia fórmulas de
movilización religiosa europea, consagran crecientes esfuerzos a traer al país las
congregaciones de la renovación católica. La voluntad de importar órdenes religiosas
europeas, obviamente, no es nueva. El «regreso» de los jesuitas a la Nueva Granada,
organizado en 1842 por Mariano Ospina, entonces secretario del Interior, para dirigir
misiones, un seminario y varios colegios superiores había sido, más que un regreso, una
nueva contratación de misionarios europeos, españoles en su mayoría129. Después de la
segunda expulsión —decretada por los gólgotas en 1850— e incluso de la tercera,
decretada por Mosquera en 1861, de algunos jesuitas contratados en 1858 por monseñor
Herrán para la reapertura del Colegio de San Bartolomé en Bogotá, Ospina había
continuado, desde su exilio guatemalteco, su esfuerzo por traer a los jesuitas al país,
aunque fuera sólo a Antioquia. Sus proyectos no siempre le habían parecido acertados a
Manuel Gil, el superior español de los jesuitas expulsados en 1850, quien respondiendo a
su propuesta de enviar sacerdotes de la misión de América Central a Antioquia le había
escrito desde Italia en 1871: «Pero qué seguridad presenta la Nueva Granada?»
explicándole que entre los numerosos colombianos que tuvo la oportunidad de conocer
en Roma, ninguno le había hecho la descabellada propuesta de volver a enviar jesuitas a
Colombia130. Mientras tanto, los allegados de Ospina se seguían quejando por el contrario
del exceso de prudencia del clero colombiano en relación con sus planes de hacer venir
religiosos europeos al país131. Pero la situación evoluciona rápidamente. En 1873 el padre
Gil comienza a ser más conciliador con la idea de que algunos jesuitas ingresen
discretamente en Colombia como sacerdotes auxiliares. El auge del movimiento católico
en el país lo anima a ello:
Veo efectivamente que en Nueva Granada se va haciendo poco a poco una reacción
religiosa la cual hará grandes progresos si los buenos salen de su apatía ordinaria, y
trabajan eficazmente por todos los medios que las Asociaciones Católicas se
proponen, principalmente en un país todo católico y tan bien dispuesto 132.
95 Los años setenta inauguran en efecto una coyuntura favorable para la llegada de
religiosos europeos. En 1870, bajo el impulso del obispo de Popayán, monseñor Carlos
Bermúdez, tres padres lazaristas son contratados en Francia para encargarse de la
dirección del seminario de la ciudad:
[...] obligándose a organizar, administrar y regir el Seminario Mayor y Menor en
todo, dando las clases que alcanzaran, y poniéndoles auxiliares para las que no
pudieran. Para ajuar de viaje hasta 300 francos a cada uno, y los gastos de
transporte, siendo ellos favorecidos en ferrocarriles y vapores por el Gobierno. Las
utilidades del Seminario y pensiones, etc., etc., quedaban a favor del Colegio,
debiendo anualmente rendir las cuentas correspondientes al Obispo 133.
96 Tres años más tarde, en 1873, las primeras hermanas de la Caridad llegan a Bogotá, cerca
de veinte años después del intento fallido de la Congregación de Caridad de Bogotá. El
síndico del hospital San Juan de Dios, Pedro Navas Azuero, con la colaboración de Ramón
Gómez, miembro de la Junta Suprema de Beneficencia de Cundinamarca y apoyado desde
Francia por Manuel Vélez Barrientos y José María Torres Caicedo, había logrado organizar
su llegada en condiciones adecuadas134. Esta llegada es acogida con entusiasmo unánime,
que abarca inclusive a los periódicos más anticlericales135. Las seis hermanas, una vez
instaladas en Bogotá, se encargan de mejorar el funcionamiento del hospital, abren un
hospicio en 1874, y extienden rápidamente sus actividades creando el noviciado de la
Presentación en 1875 y un colegio, además del hospital militar de Bogotá en 1876. En
1878, el síndico del hospital San Juan Dios, Roberto Suárez Lacroix, recibe una carta de la
239
98 El lento auge del movimiento católico en Colombia da indudablemente a los sectores más
intransigentes de la Iglesia y del conservatismo la convicción de que un ataque frontal
contra el gobierno es por fin posible gracias al argumento legitimador que constituye la
resistencia a la reforma educativa, y que ésta es la mejor estrategia para vencer al
liberalismo. Además de la coyuntura nacional concurre también el sentimiento de un
240
101 La guerra de 1876-1877, si bien les impone una derrota militar, brinda a los conservadores
la oportunidad de afinar su discurso de corte anticosmopolita, que se convertirá en
discurso oficial del Estado colombiano en las dos últimas décadas del siglo XIX. Amplios
fragmentos de la nueva retórica política, impuesta por Núñez después de su llegada al
poder en 1880, se encuentran ya en la retórica de los conservadores opuestos a la reforma
educativa. Núñez, elegido presidente del estado de Bolívar luego de su fracaso como
candidato presidencial de 1875, se mantiene en una posición de estricta defensa del
gobierno central —frustrando así a los conservadores, quienes esperaban que los nuñistas
se unirían a ellos en la insurrección— y, a pesar de haber recomendado en 1871 la
adopción del modelo alemán de educación primaria y ratificado la reforma educativa para
el estado de Bolívar, presta la mayor atención a la nueva retórica conservadora.
242
102 La lenta incubación del conflicto civil de 1876-1877 revela en efecto una interesante
evolución del discurso de legitimación, manejado por los clérigos y los conservadores: la
naturaleza, la vocación, la identidad profunda del país, explican ellos, es ser católica y,
por ende, conservadora. En 1864, el Syllabus había confirmado la intuición de que el
liberalismo y el catolicismo no eran compatibles, abriendo el paso a la censura de los
radicales acusados de querer sofocar la autenticidad nacional bajo modelos importados
ajenos a la esencia profunda de la sociedad. El discurso culturalista de la autenticidad
nacional engañada por la imitación y la importación se afianza más que nunca como el eje
central de la estrategia de legitimación conservadora. Este discurso, cuyos delineamientos
se fijan en los años setenta, va a atravesar la historia política colombiana, mucho más allá
de los límites del siglo XIX.
103 A comienzos de la guerra franco-prusiana, la preferencia de muchos liberales por la
victoria de la Prusia laica contra la Francia imperial y católica ya había suscitado críticas
acerbas por parte de los conservadores. La decisión liberal de organizar la educación
primaria nacional según el modelo prusiano brinda un argumento adicional a los
detractores de la moda germanófila, que buscan combatir la referencia política a una
potencia «anticatólica». En 1872, el cónsul de Francia, Mancini, vinculado por su
matrimonio con una renombrada familia conservadora de Bogotá, los Tanco, fustiga la ola
de «tudescomanía» liberal:
Desde hace algún tiempo cierta tudescomanía invadió el partido liberal que
gobierna actualmente a Colombia. Un señor Santamaría, cónsul general de
Colombia en Berlín ha enviado aquí a varios institutores alemanes, quienes sin
entender una sola palabra de español están obligados a volverse ellos mismos
alumnos. El partido conservador, eminentemente católico, ve con muy malos ojos
esta invasión germánica y protestante146.
104 La germanofilia liberal incomoda a las sensibilidades conservadoras. En 1874, otro
conservador, el bugueño Luciano Rivera Garrido, describiendo a los pasajeros del vapor
que lo lleva a Europa, evoca burlonamente a ese «jovencillo de uno de los Estados de la
Costa que, obedeciendo a la manía de la época, se dirige a un colegio de Alemania, como si
por el hecho de haber vencido esa nación a la culta y hermosa Francia, sólo ella tuviera
colegios»147. Pero, más que la moda, lo que incomoda a los conservadores es el inevitable
mensaje de racionalismo teñido de protestantismo que el nombre de Alemania sugiere en
su imaginación y que se suma a las numerosas denuncias contra el complot de los
masones europeos, quienes a través de la Liga de la Educación creada en 1864 trabajan,
ayudados por los radicales colombianos, en la destrucción de la educación católica como
preludio a la erradicación del cristianismo148. La amenaza protestante y masónica no sólo
incomoda: también sirve para movilizar, y los adversarios de la reforma educativa
utilizarán incansablemente el argumento de la inadaptación fundamental del modelo
educativo prusiano en una sociedad católica como Colombia. En noviembre de 1871,
Soledad Acosta advierte a los lectores de su periódico La Caridad contra la ola de
racionalismo prusiano que amenaza con invadir el país. En un artículo titulado ¡Ya somos
prusianos! denuncia las maniobras del cónsul en Berlín, Eustacio Santamaría, quien
contrata a un profesor alemán adelantándose a la decisión del gobierno. Fustigando la
falta de patriotismo de Santamaría, cuyos discursos no hacen más que revelar una
idolatría excesiva por Alemania y una convicción abusiva de la incuria de los profesores
colombianos, Soledad Acosta anuncia en un tono dramático la inminente llegada de un
«maestro prusiano, luterano o materialista, por de contado» y hace un llamado al
243
NOTAS
1. Cf. I. Liévano Aguirre, El proceso de Mosquera ante el Senado, Bogotá, Tercer Mundo, 1987, pp.
88-89.
2. Cf. J. W. Park, Rafael Núñez and the politics of Colombian regionalism, 1863-1886, Baton Rouge,
Louisiana State University Press, 1985, pp. 118-121.
3. ACC, FM, D51803, Carta de J. M. Samper a T. C. Mosquera, París, noviembre 7, 1869, p. 7.
4. Pres. 1870, p. 5.
244
5. Carta de J. M. Torres Caicedo al secretario del Interior, París, julio 27, 1868, AGN, MI, t. 80, f.
681.
6. J. M. Vergara y Vergara, en su periódico La Ilustración, felicita desde París a M. M. Madiedo por
haber incluido a varios liberales entre los colaboradores de su periódico La Ilustración: «Desde el
momento en que veo nombres de liberales, hombres útiles i estimables, al lado de los de otros
conservadores de iguales condiciones, comprendo que se quiere hacer algo nacional, algo
duradero; i si para la faena menguadilla de los partidos soi moro al agua, para el servicio del país
soi siempre materia dispuesta». La Ilustración, Bogotá, marzo 19, 1870, p. 177.
7. 7. Int. 1866, p. 3.
8. H. Delpar, Red against blue. The liberal party in Colombian politics, 1863-1899, Alabama, The
University of Alabama Press, 1981, pp. 85-86.
9. Int. 1871, p. 16.
10. Cf. Int. 1878.
11. Gob. 1852, p. 14.
12. Ibíd., p. 14.
13. «Podemos admirarnos de que una cosa tan importante i tan hacedera no se haya realizado
durante treinta i cuatro años de independencia». Gob. 1855, p. 24.
14. M. Rivas, Los trabajadores de tierra caliente, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1972, pp. 381.
15. Cf. Int. 1872.
16. «En materia civil rigen los códigos españoles dados, como dice el señor Procurador Jeneral en
su informe, para otra época i otra civilización; así es que muchas de las leyes que ella contienen
han caído en desuetud, i vienen a ser un verdadero anacronismo en la República». Int. 1872, p. XV.
17. Int. 1874.
18. Int. 1876.
19. Gob. 1856, pp. 17-18.
20. Cf. Gob. 1860.
21. E. Cortés, «La penitenciaría en el estado de Boyacá», Escritos varios, París, Imprenta
Sudamericana, 1896, pp. 399-407.
22. Carta de E. Cortés al secretario del Interior, Bogotá, agosto 5, 1871, AGN, MI, t. 81, f. 485.
23. 23. Int. 1875.
24. A. León Gómez, Secretos del panóptico, Bogotá, Imprenta de M. Rivas, 1905, p. 346.
25. Cf. capítulo 9, «El ideal civilizador de la represión».
26. . Int. 1872, p. XXXVIII.
27. . Int. 1874, p. 35.
28. Las fiestas nacionales, Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1866, p. 6.
29. Exhibición del 20 de julio de 1871. Distribución de premios, Bogotá, Imprenta de M. Rivas, 1871, p. 3.
30. Ibíd., p. 3.
31. . Fom. 1882, pp. 60-61.
32. Papel Periódico Ilustrado, Bogotá, octubre 1, 1881, p. 32.
33. Int. 1868, p. LXVI.
34. . Citado en M. Deas, Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura
colombianas, Bogotá, Tercer Mundo, 1993, p. 32. En una carta al periódico liberal parisino El
Americano en 1872, el mosquerista José María Rojas Garrido ataca las artimañas de los académicos:
«Creemos que hasta el idioma patrio tiene que regenerarse, lo mismo que la poesía, en el suelo
americano [...] y la educación española, formada y nutrida con supersticiones de todo linaje, es la
que menos conviene a los pueblos americanos. Así, ni a la Academia española damos importancia
siquiera en asuntos de lenguaje». El Americano, París, septiembre 30, 1872.
35. J. M. Samper, Cartas y discursos de un republicano, Bruselas, Typographie de Veuve Parent et
fils, 1869, pp. 6-7.
36. R. Núñez, Ensayos de crítica social, Rouen, Imprimerie de E. Cagniard, 1874, p. 99.
245
71. Cf. Carta de Rafael de Porras, secretario de Hacienda, al secretario del Interior, Bogotá, junio
17, 1872, AGN, MI, t. 85, f. 562.
72. . Cf. T. Carrasquilla, op. cit., p. 16.
73. Informe del prefecto de los Territorios Nacionales de la Sierra Nevada i Motilones, Int. 1878,
doc, p. 72. El instigador de la misión parece sin embargo haber escapado a la muerte ya que un
libro de Rafael Celedón, obispo de Santa Marta, es impreso en 1885 en París por J. E. Gauguet.
74. Cf. H. Rodríguez Plata, La inmigración alemana al estado soberano de Santander en el siglo XIX.
Repercusiones socioeconómicas de un proceso de transculturación, Bogotá, Kelly, 1968.
75. Cf. Mario Acevedo Díaz, La culebra pico de oro (historia de un conflicto social), Bogotá, Biblioteca
Colombiana de Cultura, Imprenta Nacional, 1978.
76. Rel. 1856, p. 26.
77. Joaquín Batis, Inmigración: Apreciaciones sobre tan importante negociado que para su consideración
presenta Joaquín Batís a sus conciudadanos, Barranquilla, Imprenta de los Andes, 1875, pp. 3-4.
78. Int. 1875, p. 86.
79. F. Pérez, Episodios de un viaje. Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1946 [1 a. ed.,
1882], p. 35.
80. El folleto de A. E. Escobar y L. M. Girón titulado Probabilidades de ¡a venida de una emigración
egipcia a América no pudo ser consultado por el autor.
81. José Francisco Bayón, Inmigración a los Llanos de Casanare y San Martín, Chocontá, 1881, ibíd., p.
12.
82. Ibíd., p. 15.
83. J. Batís, op. cit., p. 14.
84. J. F. Bayón, op. cit, p. 16.
85. M. Samper, La misma en Bogotá, Bogotá, Editorial incunables, 1985 [1 a. ed., 1867], p. 13.
86. En 1880, en su viaje de regreso a Colombia, Ramón Gómez se aterra de la escasez de europeos
observable en el vapor: «Para Colombia no venían sino cinco estranjeros i ninguno de ellos en
condición de emigrante de Europa i como lo mismo sucede todo el año, hai que confesar con
profunda pena que nuestro país está fuera de las corrientes de emigración con que el viejo
mundo está abonando i enriqueciendo a las Américas [...] La Europa no nos enviará muchos
brazos, pero sí nos puede prestar luces y capitales». R. Gómez, Apuntes de un viaje, Bogotá, Gaitán,
1880, p. 15.
87. . Cf. capítulo 9, «La esperanza frustrada de una inmigración católica».
88. Cf. J. M. Loy, Modernization and educational reform in Colombia, 1863-1886, Ph. D. Dissertation,
University of Wisconsin, 1969 [en adelante: Modernization...], p. 223. Publicado en español como
Jane Rausch, La educación durante el Federalismo: la reforma escolar de 1870, Bogotá, Instituto Caro y
Cuervo, 1993.
89. R. Núñez, op. cit., p. 334.
90. Int. 1871, p. 32.
91. Int. 1870, p. 7.
92. Pres. 1849, p. 8
93. Informe del rector de la Universidad Nacional, Antonio Vargas Vega, Int. 1872, sin paginación.
94. 94. Ibíd.
95. Informe del rector de la Universidad Nacional, Manuel Ancízar, Int. 1869, p. IX.
96. Cf. carta de J. M. Torres Caicedo al secretario del Interior, París, junio 7, 1870, AGN, MI, t. 80,
ff. 649-650.
97. Informe..., Int. 1869, p. VI.
98. Informe..., Int. 1872, sin paginación.
99. Informe..., Int. 1869, p. V.
100. Informe..., Int. 1869, p. V.
247
133. Carta de José Benigno Perilla a Ángel y Rufino Cuervo, Bogotá, marzo 10, 1887, citada en G.
Hernández de Alba (ed.), Epistolario de Rufino José Cuervo con Luis María Lleras y otros amigos y
familiares, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1969, p. 291.
134. Cf. Carta de Pedro Navas Azuero al secretario del Interior, Bogotá, agosto 14, 1871, AGN, MI,
t. 81, f. 444.
135. Es el caso de El Tolerante, Bogotá, julio 1°., 1873.
136. Carta de la superiora de las hermanas de la Caridad, Tours, junio 30, 1878, documentos
Suárez Lacroix, BLAA Mss. 104, pieza 31.
137. Carta de Manuel Uribe Ángel a M. Ospina, Medellín, marzo 25, 1874, FAES/ AMOR/C15, ff.
200-201.
138. Colombia Cristiana, Bogotá, diciembre 7, 1892.
139. A. J. Uribe (ed.), op. cit., p. 118.
140. Artículo del periódico Los Principios, Cali, 1876, citado en B. Castro Caicedo, "Caridad y
beneficiencia en Cali, 1848-1898", BCB, vol. 27, N° 22, 1990, p. 72.
141. Carta de M. Murillo a T. C. Mosquera, Bogotá, noviembre 21, 1872, Int. 1873, doc, p. 4.
142. J. M. Loy, Primary..., p. 284.
143. A. Valencia Llano, Estado soberano del Cauca, federalismo y regeneración, Bogotá, Banco de la
República, 1988, pp. 134-135.
144. J. M. Quijano Wallis, Memorias autobiográficas, histórico-políticas y de carácter social,
Grottaferrata, Tipografía Italo-Orientale, 1919, p. 221.
145. J. M. Loy, Modernization..., p. 171.
146. Carta de Mancini, Bogotá, junio 5, 1872, AMAE, CP, t. 32, f. 141.
147. L. Rivera Garrido, De América a Europa, Palmira, Imprenta de Materón, 1875, p. 18.
148. Cf. J. M. Loy, Modernizatíon..., p. 132.
149. . «¡Ya somos prusianos!», La Caridad, Bogotá, noviembre 16, 1871, pp. 391-394.
150. M. Briceño, La revolución 1876-1877, Recuerdos para la historia, Bogotá, Imprenta Nueva, 1878, p.
84.
151. Ibíd., p. 83.
249
1 El gobierno de Rafael Núñez, elegido presidente en 1880, retoma bajo otro emblema
político la misma labor de construcción nacional dejada inconclusa por los radicales; la
novedad reside en que la edificación del Estado-nación emprendida por la Regeneración
se lleva ahora a cabo bajo el signo del orden. Las razones de la victoria de Núñez son
múltiples: el deterioro del poder radical, debilitado desde 1875 por la escisión de los
independientes; el acercamiento de Núñez a un partido conservador más sólido que en la
década de 1860; la crisis económica, generada por la caída de las exportaciones de la
quina, del añil y del tabaco, que exige un Estado más intervencionista en materia
económica; los intereses regionales que hacen del cartagenero Núñez un candidato
idóneo para los costeños, caucanos y antioqueños, exasperados por el predominio de los
políticos de la cordillera Oriental en los gobiernos radicales; y en fin, la creciente
aspiración de los grupos dirigentes a la consolidación de la autoridad política y social.
2 El régimen de la Regeneración se caracteriza por lo tanto por la importancia que otorga a
la construcción de la autoridad: Miguel Antonio Caro, uno de sus principales arquitectos,
la califica de «república autoritaria»1. Unos meses antes de su elección, Núñez le escribía a
su amigo Luis Carlos Rico: «El país entero pide que el timón de la nave no vacile ni una
línea. El dilema actual es éste: fuerza o anarquía»2.
3 Fundar el orden. La consigna de la Regeneración exige de entrada dos empresas
prioritarias: la instauración del centralismo político y la rehabilitación de la Iglesia como
principal actor social. El primer mandato de Núñez (1880-1882) sólo le permite iniciar esta
evolución, puesto que la Constitución federalista de 1863 reduce su margen de maniobra,
de la misma manera que lo había hecho con los gobiernos radicales. Pero en 1885, en
medio de su segundo mandato (1884-1886) el estallido de una insurrección liberal,
finalmente aniquilada por las tropas gubernamentales, le brinda la oportunidad de
proclamar el fin del federalismo y convocar un Consejo de Delegatarios encargado de
redactar una nueva Constitución. La Constitución, adoptada en 1886, convierte al país en
una República unitaria, conformada por departamentos dirigidos por gobernadores que
son designados por el poder ejecutivo, y quienes a su vez designan a los alcaldes; los
recursos fiscales vuelven a ser centralizados; el mandato presidencial es extendido de dos
a seis años; el sufragio es limitado a los hombres que sepan leer y escribir; las libertades
250
13 Pese a la profunda huella impresa por las utopías de 1848 sobre la política colombiana, la
crítica de la imitación no se restringe a un balance de los errores del pasado. La victoria
contra el liberalismo radical es un hecho, pero todavía es frágil. La difusión por parte de
los liberales de ideas disociadoras procedentes de ultramar continúa amenazando el tejido
social colombiano, quizás entonces más que nunca.
14 La representación de una Europa en estado de descomposición social y política coge por lo
tanto mucha fuerza durante los años ochenta. El indudable aumento de la presión política
y social de las masas en Europa, redoblado por la difusión de las imágenes amenazantes de
la plebe incontrolable, contribuye a generalizar la representación de una Europa
subversiva.
15 Desde la aparición de los relatos de viaje a finales de los años cuarenta, la evocación de la
cuestión social se había impuesto como un inevitable lugar común del discurso sobre
Europa. La miseria material y moral de la clase obrera, la disolución de los lazos
familiares, la delincuencia, la prostitución, la impiedad, el suicidio, el socialismo, la
anarquía, el nihilismo, la Comuna, todo es descrito, amalgamado, como un solo y único
fenómeno. La evocación de los sufrimientos del pueblo responde obviamente a una
sensibilidad liberal alimentada por las lecturas románticas europeas. Felipe Pérez anota
durante su viaje de 1864: «Que desengaño para los que están creyendo que en Europa no
hay una calle torcida, un trapo viejo, un dolor social...»11. Pero esa generosa emoción de
tono hugoniano da paso rápidamente, más que a la denuncia de las desigualdades
sociales, a un discurso alarmista sobre las monstruosidades engendradas por la miseria
europea: el socialismo, el comunismo y la anarquía.
16 Inglaterra y Francia se imponen sin duda alguna como los dos países más emblemáticos
de la descomposición social y política que corroe Europa. Menos industrial pero más
revolucionaria, Francia es, en última instancia, la que encarna para las elites colombianas
253
Casi todas vienen de las provincias, seducidas por alguno, o vendidas por sus
padres, o fascinadas por perspectivas que jamás se tocan. (Confidencia) Me dijo una:
'Ud no puede idear cuantos tormentos, cuanto fastidio, cuantas humillaciones he
sufrido'. Tenía una hija de cinco años de un padre católico (polaco) que la abandonó
desde muy temprano en Besançon21.
20 El padre jesuita Federico Aguilar, quien deplora que el progreso europeo en
Constantinopla haya traído consigo el crecimiento de la inmoralidad revela que, como en
Mabille y en la Alhambra de Londres, las mujeres entran gratuitamente a los bailes de
Constantinopla22. Toda Europa, explica, sufre del alcoholismo, de la decadencia moral y de
la pornografía23.
21 En 1881, Carlos Holguín, ministro de Colombia en Inglaterra ofrece en un artículo
publicado en la revista conservadora El Repertorio Colombiano la mejor ilustración de esta
representación amenazante de Europa. Al querer responder a la pregunta de si los
europeos son o no más felices que los colombianos, Holguín recurre a todos los
ingredientes de la miseria y del peligro social para describir el lado oscuro de la
prosperidad europea. La miseria es infinitamente más profunda en Europa que en
Colombia; en Francia se han registrado más de 7.000 suicidios en el solo año de 1880; la
inseguridad civil aumenta vertiginosamente24. Los atentados nihilistas en Rusia, la
amenaza irlandesa, la agitación agraria en Inglaterra y el espectro rojo en Francia hacen
del trabajo de los gobiernos en Europa «una labor sobrehumana»25:
«Nosotros o el Terror y la Guillotina», decían los Borbones; «La monarquía de Julio o
el Rojismo» se decía en tiempo de Luis Felipe; «El Imperio o los descamisados», se
repetía en tiempo de Napoleón III; y «nosotros o la Comuna» gritan hoy los
oportunistas. Siempre el espectro rojo, siempre la perspectiva de algo peor como
unico alivio para el mal presente. Triste destino el de Francia 26.
22 La retórica conservadora de los años ochenta se caracteriza, contrastando con el
entusiasmo liberal sobre ese punto, por un discurso de desconfianza hacia la incipiente
Tercera República. En 1880, Carlos Holguín presenta un severo balance de los comienzos
de la joven República francesa y relata la indignación de la Francia cristiana contra las
medidas anticlericales de los gobiernos radicales. La Francia de los «radicales» — la
homonimia con los liberales colombianos basta para desacreditarlos a los ojos de Holguín
— es una República de opereta que no se puede tomar en serio. La falta total de cultura
republicana en Francia hace sumamente incierta la consolidación del nuevo orden:
Aquí no hay sentimientos, tradiciones, ideas, costumbres, aspiraciones ni gustos
que no sean monárquicos. Se llama republicanismo al odio contra los privilegios de
la aristocracia y cierta vaga aspiración a un gobierno de plaza pública para tener
otros esos mismos privilegios. Pero bajo el régimen actual existen las mismas
desigualdades que bajo las anteriores dinastías. Nada se comprende fuera del
monopolio y del privilegio, y desde el ómnibus hasta los fósforos, todo está
monopolizado. Cuando se viene a Francia viendo antes los Estados Unidos e
Inglaterra, palpa uno que aquí no han llegado todavía al ABC de la República 27.
23 En realidad, las dudas en cuanto a la capacidad republicana de Francia no son exclusivas
de los conservadores, y se entremezclan con la tradicional denuncia liberal de la
tendencia monárquica de la sociedad francesa. Medardo Rivas se interroga en una carta a
Murillo sobre las causas de la decadencia de Francia, de lo que ha hecho de ella una
«nación enervada» en comparación con Alemania, y concluye que perdurará siempre una
amenaza monárquica en ese país: «En Francia, los tradicionistas, los imperialistas y los
legitimistas harán siempre guerra a la República, y mantendrán el país en eterna
ansiedad...»28.
255
26 Más allá de los efectos retóricos de Miguel Antonio Caro, la gran atención dada por la
opinión pública de la época al peligro social europeo nace de la convicción de que la
subversión se puede trasladar en muy poco tiempo a Colombia: los ideólogos de la
Regeneración persuaden entonces a sus compatriotas de que la influencia subversiva
europea se advierte ya en Colombia, en las explosiones de cólera popular, en las
conspiraciones políticas y en la propagación del suicidio y de la prostitución.
27 La prensa es frecuentemente acusada de ser el principal difusor de la subversión: para los
gobiernos de la Regeneración, los más temibles enemigos del orden público son los
periódicos que divulgan en sus columnas peligrosas doctrinas europeas, como lo escribe
Soledad Acosta en 1892:
El periodismo es hoy, — como nadie lo ignora— la potencia intelectual que tiene
mayor influencia en la civilización del mundo: pero en las Repúblicas americanas
esta influencia es mayor aún que en Hija del general Joaquín Acosta, de origen
británico por su madre y esposa de José María Samper, Soledad Acosta reside en
varias oportunidades en Europa. A finales del siglo XIX se impone, gracias a su
intensa labor editorial, como una de las más conspicuas representantes del
hispanismo conservador. Galería de Notabilidades Colombianas, Biblioteca Luis
Ángel rango, Bogotá. Europa, porque allí, por lo general, se considera la palabra
impresa como una verdad irrefragable. La prensa es una arma ofensiva, que puede
ser peligrosísima, no solamente entre las manos del perverso, sino también en las
de aquellos que no comprenden el valor, la fuerza que tiene la palabra publicada en
hoja volante: la prensa es un instrumento defensivo excelentísimo y de gran
256
28 El estudio de los periódicos de la época sugiere sin embargo que lo que la prensa
colombiana difunde en el país es, más que la subversión en sí, el miedo a la subversión.
Entre los periodistas colombianos, el crimen y la descomposición social que corroen las
sociedades europeas es tema predilecto. En 1882, en la introducción de una obra de teatro
titulada La policía de París, adaptada de un folletín francés, Aquilino León evoca «esos
grandes crímenes que suelen cometerse en las ciudades populosas a la luz meridiana, y
que, envueltos en los complicados sucesos de una transformación política, no dejan huella
alguna que pueda dar idea del autor, y confunden o exasperan a la más activa policía»32. El
crimen parece experimentar en Europa una curva exponencial; en 1892, el semanario
católico Colombia Cristiana publica un artículo extraído de la prensa parisina sobre la
delincuencia juvenil que reina allí, en el que se anuncia que la cárcel de la Roquette ya es
demasiado pequeña; el editor de la revista se apresura en atribuir el aumento de
criminalidad a la educación laica impuesta por Jules Ferry33. Si la evolución del crimen en
Francia hace temer una evolución comparable en Colombia, la amenaza socialista se
acerca con más peligro aún y comienza a obtener sus primeras victorias en el Nuevo
Mundo: «El socialismo impera en el mundo, es de prepararnos para cuando nos invada
seriamente. Sabrá que el candidato de esa secta por Alcalde de Nueva York obtuvo 67.000
257
sufragios contra los esfuerzos de los partidos políticos nacionales», escribe Núñez a
Marceliano Vélez en 188634.
29 Los dirigentes creen ver una prueba inequívoca de la difusión en Colombia de los ideales y
de los medios de acción de la Internacional Socialista en la utilización de una referencia
europea «alternativa» — aunque fundamentalmente simbólica— en las revueltas
populares. En efecto, la referencia a la Comuna de París aparece regularmente en las
proclamas y lemas que acompañan las sublevaciones urbanas. En 1875, los habitantes de
Bogotá, en protesta contra el aumento repentino de los precios del pan concluyen su
proclama con «¡Viva Rovespierre [sic] ! ¡Viva Danton! ¡Viva Marat! ¡Viva Ronsell [sic]!
¡Viva Delécluse!»35. En la insurrección de Bogotá los días 15 y 16 de enero de 189336, el
pueblo armado que pasea «banderas negras y coloradas» en las calles de la capital,
recurre a la misma simbología revolucionaria: «Las partidas eran numerosísimas: por
todas las calles recorrían considerables grupos gritando vivas a la Comuna'; al '93';
mueras al Gobierno; a la Policía»37; a un siglo de distancia —asombrosa coincidencia del
calendario— la referencia al 93 espanta. En cuanto a los dirigentes liberales que preparan
una insurrección armada, también recurren a una simbología capaz de inquietar al
gobierno, como lo demuestra el ejemplo de la Sociedad de Salud Pública creada en 1881
por Ricardo Vanegas como brazo armado del liberalismo: «En una sesión pública se
proclamó la necesidad de matar a Núñez [...] En 1882 se fijaron en las esquinas carteles
con los nombres de los senadores amigos del Dr. Núñez a quienes se debía degollar. La
casa del senador Becerra fue atacada a balazos y él escapó milagrosamente. El gobernador
general Daniel Aldana, amigo también del Dr. Núñez, fue atacado por asesinos en la calle
en pleno día, quedando gravemente herido él y muerto su compañero»38. Unos años más
tarde, al evocar la corta vida de la Sociedad de Salud Pública —es desmantelada en 1882
por estar implicada en los atentados—, Carlos Holguín denuncia su aparición como el
producto de la reaparición en Colombia del espíritu del Terror:
Las formas de la revolución francesa se reproducen en el acto, y vuelven los clubs
políticos con las camarillas que los dirigen. En aquella ocasión, se quiso, con el
nuevo nombre hacer más palpable la semejanza, y para eso se adoptó el nombre que
traía a la memoria el comité de Robespierre, Saint-Just y compañía, de donde
salieron las proscripciones principales y las grandes matanzas colectivas: el Comité
de Salud Pública39.
30 La propagación en Colombia de la prostitución40 y el suicidio es percibida también como el
producto de la contaminación europea. En 1896, al anunciar a los hermanos Cuervo,
instalados en París, el suicidio del poeta José Asunción Silva, Rafael Pombo lo atribuye no
solamente al atavismo sino también a sus lecturas: «Tenía a la mano el Triunfo de la muerte
por D'Annunzio y otros malos libros»41. La estadía de Silva en Europa, la atmósfera fin de
siglo de su novela De sobremesa que transcurre en el viejo continente, contribuyen a hacer
de él, a los ojos de sus compatriotas, la primera víctima nacional de ese mal europeo.
Pombo denuncia entonces la «literatura de suicidio»: Baudelaire, Richepin, Rollinat. El
año siguiente, el suicidio del joven Julio Gutiérrez genera comentarios del mismo tipo:
«Quien sabe si también ésta es, entre nosotros, otra víctima más de la escuela de Paul
Verlaine y de la apoteosis del suicidio», escribe el editorialista del periódico La Época 42.
31 El último fruto del miedo a la contaminación europea es la aparición, a comienzos de la
década de 1880, de un discurso opuesto a la inmigración. El consenso reinante desde la
Independencia en cuanto a las ventajas de un aporte europeo se resquebraja: en lugar de
una desventaja, el fracaso de la inmigración europea, visto hasta entonces como una
desgracia, comienza a aparecer como una bendición. Los ejemplos de Argentina y Brasil,
258
por más que encarnen modelos de inmigración exitosa, dejan entrever los riesgos de
subversión social inducidos por los inmigrantes europeos. Durante una misión
diplomática en Uruguay en 1884, José María Samper anota que la inmigración es un
fenómeno natural, querido por Dios, pero que acarrea una seria amenaza social:
También contienen las inmigraciones extranjeras, en los pueblos nuevos, como los
americanos, un gran peligro: el de comprometer la unidad nacional del pueblo que
las recibe. [...] Si no se adoptan correctivos eficaces, un pueblo joven puede perder,
dominado por las ondas de los inmigrantes extranjeros, lo más noble i lo más
íntimo de su ser colectivo: su espíritu nacional y su lengua43.
32 El discurso oficial comienza a denunciar sistemáticamente los peligros de una
inmigración que de todas maneras sigue sin asomarse a las costas colombianas. El ideal, a
veces ingenuo, del progreso material comienza a ser sacrificado en el altar del orden
social. En su último discurso presidencial en 1888, Rafael Núñez alerta a los miembros del
Congreso sobre los riesgos de la inmigración:
La inmigración en larga escala debe, por consiguiente, ser precursora de la
multiplicación de los rieles; y sólo Dios sabe —como lo hacen temer ejemplos
contemporáneos— si el problema de la inmigración no guarda en su seno
amenazadoras incógnitas, que pueden ser causa de relativo consuelo de su retardo,
mientras logramos fortificar elementos propios suficientes para la defensa de
nuestra nacionalidad44.
cada individuo: es necesario asegurar el orden y norma en que han de coexistir estos
derechos»51. Otra reflexión de Castelar acerca de los países desprovistos de todo
radicalismo político —al contrario de Francia y España, sujetas a los asaltos de los
Communards o de los Cantonalistas—, inspira a Arrieta: «Registrad los pueblos libres por
excelencia: Suiza, Inglaterra, los Estados Unidos, y no encontraréis partido intransigente»
52
.
40 Inglaterra no sólo ofrece el necesario contrapeso al impacto desestabilizador de la política
francesa, sino que también ofrece un promontorio desde donde observarla en detalle y
juzgarla bajo el punto de vista de otra nación civilizada. Después de Núñez, quien se
consagra a ella en sus crónicas escritas desde Liverpool, Holguín, en Londres a comienzos
de los años ochenta, se dedica al análisis de la sociedad francesa a través de la opinión
británica. La condena de la política anticlerical de Gambetta, de su falta de dignidad
frente a Alemania, la burla de la comedia parlamentaria, la descripció n, en una palabra,
de Francia como una república de opereta que caracterizan a su Revista de Francia de 1881,
son ampliamente tomados de la prensa inglesa y en especial del Times. En tanto fuente del
principio de equilibrio y de moderación, Inglaterra se impone en los primeros años de la
Regeneración como el contrapeso necesario a una Francia todavía desgarrada entre la
tiranía y la anarquía. La España de la restauración, otro modelo alternativo a la
subversión francesa, lograría sin embargo aventajar a Inglaterra en la retórica de la
Regeneración.
41 Hasta la década de 1870, España había quedado marginada tanto en el imaginario político
como en los viajes de los colombianos a Europa. Visitada por muy pocos viajeros, ella
había dado lugar a escasas referencias políticas dentro del debate público colombiano. Las
profecías de José María Samper, quien a finales de la década de 1850 le había vaticinado
un futuro republicano, no habían despertado la curiosidad de la opinión, mientras que los
periódicos conservadores, estimulados por los dos principales apologistas del legado
español —Sergio Arboleda y José María Vergara y Vergara— se habían confinado a la
denuncia, alimentada con los artículos de la prensa española, de la «triste situación
política y relijiosa de la península»53, debido a la política anticlerical de los liberales
españoles: «La antigua madre patria de esta tierra americana está actualmente más loca
que sus hijas en puntos relijiosos relacionados con la política», deploraba en 1855 el
redactor de El Catolicismo54. Un buen número de panfletos antiliberales publicados en
España venía a engrosar el arsenal retórico de los conservadores colombianos como esa
obra titulada Las ruinas de mi convento — que relata las persecusiones antirreligiosas en la
península durante las décadas de 1810 y 1820 —, reimpresa varias veces en Colombia
durante los años sesenta55. La reticencia de España a reconocer Colombia, el imperialismo
de su política americana entre 1859 y 1866 y la ausencia de lazos transatlánticos directos
entre las costas colombianas y la península ibérica, contribuían sin embargo a confinar a
España en el papel de una figura antipática y, sobre todo, marginal de la escena europea.
Son muy pocos los viajeros colombianos que van a España en los años cincuenta y sesenta:
fuera de José María Samper, quien luego de haber colaborado con el periódico La América
de Madrid, conserva sus amistades republicanas en España, algunos viajeros —entre los
cuales están Domingo Arosemena y Filomeno Borrero— la recorren brevemente. Exiliado
por Mosquera en 1861, Ignacio Gutiérrez Vergara figura entre los primeros colombianos
261
que fijan su residencia europea en Madrid, donde vive hasta 1865. Desde París, Torres
Caicedo trabaja en mantener sus relaciones con los medios políticos y literarios: colabora
con varios periódicos madrileños —El Nuevo Mundo, La América, La Reforma— y, como
Samper, desarrolla relaciones epistolares con Emilio Castelar, antes de ser nombrado
corresponsal de la Real Academia. Por lo demás, el cuadro de los intercambios entre
España y Colombia es pobre. De manera más profunda, el sentimiento de que un
republicano colombiano no tenía nada que aprender de España —ni modernidad política,
ni modernidad económica— reforzaba todavía más el desinterés general hacia ella, como
lo revela Ramón Gómez a finales de los años setenta:
No somos de la opinión de los que afirman que un viaje a la península no vale la
pena, porque equivale a anticipar la vuelta a cualquiera de las Repúblicas de
América del Sur56.
42 Sin embargo, las cosas cambian a comienzos de la década de 1870. La pizca de curiosidad
que despierta la revolución española de 1868 —aún si el programa de los republicanos
españoles de 1868 parece «copiado» del de los liberales colombianos de 1849 como lo
señala Núñez— contribuye a esa evolución, al igual que la llegada en 1870 a Bogotá de José
María Gutiérrez de Alba, un literato español encargado por su gobierno de una misión
confidencial, la de difundir el legado literario peninsular entre los círculos cultos de
Colombia, con el fin de crear un sentimiento de proximidad entre los dos países.
Paralelamente, José María Vergara viaja ese mismo año a Madrid en compañía del
publicista Adriano Páez, se vincula a varios escritores españoles —Campoamor,
Hartzenbusch, Bretón de los Herreros, Castelar— y regresa a Colombia con la aceptación
de la Real Academia española para fundar en Bogotá la primera academia
correspondiente en América57.
43 La evolución política de España, sobre todo, comienza a interesar a los políticos
colombianos. Los avatares de la revolución española, el movimiento federalista que libera,
los debates que rodean la elaboración de la Constitución de 1869, los tropiezos de Amadeo
de Saboya y la proclamación de la Primera República en 1873 contribuyen a reanimar la
curiosidad hacia la antigua metrópoli, a darle una nueva pertinencia en la vida política
colombiana. España, atrasada en su proclamación de las reformas liberales, hundida en la
anarquía tras la revolución, alcanza a Colombia en su aspiración a restaurar el orden. Los
conservadores y los nuñistas siguen con interés los comienzos de la Restauración de los
Borbones. El paralelo entre las fórmulas políticas colombianas y españolas comienza a ser
evidente en la década de 1880. La Sociedad de la Salud Pública, creada en Bogotá en 1881
por los liberales beligerantes remite, además de la Revolución Francesa, al Comité de
Salud Pública fundado en Madrid en 1873 por el cantonalista Roque Barcia. El término de
república autoritaria utilizado por Caro para designar la Regeneración remite al mismo
calificativo aplicado, en 1874, al viraje conservador de los últimos meses de la Primera
República española. La fórmula del liberalismo conservador que reivindican los
regeneradores remite a la formación política creada en los primeros años de la
estauración española por Cánovas. Una referencia española que traspasa el mero campo
de la semántica política para extenderse a varios de los principios fundamentales de la
Regeneración. La restricción de la libertad de prensa, la consolidación administrativa, la
modernización del ejército y la restricción del sufragio que figuran en el programa de la
Restauración española, se encuentran unos años más tarde en el programa de los nuevos
dirigentes colombianos. Los trabajos constitucionales se responden: mientras que la
Constitución española de 1876 es esbozada por una Asamblea de Notables, la nueva
262
tiempos de gloria hubo en realidad grandes sabios, pero aislados; por más que
digan, ellos no constituyeron el ápice de una pirámide68.
52 El papel de la referencia hispánica durante la Regeneración aparece entonces claramente:
el homenaje a los padres fundadores de esta lejana colonia que iba a convertirse un día en
la Colombia independiente, y la afirmación de la hispanidad colombiana, apuntan
principalmente a apoyar otro discurso: el que tiende a afirmar que la esencia católica de
la sociedad debe constituir la base de todo programa político. Los regeneradores se lanzan
a revelar al país su verdadera naturaleza, que las importaciones inconsideradas de los
liberales, según explican, terminaron ocultando. Quitando el velo que las deformes
producciones del liberalismo moderno le pusieron al país, se proponen revelar la imagen
de una nación rural y cristiana: una Colombia que, alejada de las perniciosas influencias
del cosmopolitismo del siglo, podría por fin gozar de la inmensa felicidad de vivir en
armonía consigo misma.
Rafael Núñez.
Galería de Notabilidades Colombianas, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
56 Liberada de las quimeras y espejismos con que el Viejo Mundo amenazaba llevarla a la
decadencia, Colombia puede por fin, explican los ideólogos de la Regeneración, ser feliz;
volver, sobre todo, a ser ella misma. La representación de una Colombia rural, aislada,
pobre pero digna y feliz se impone progresivamente en el arsenal de la retórica
conservadora. En 1874, el presidente de la Sociedad de Caridad de Chiquinquirá había
recordado a los notables de la ciudad el verdadero significado de la palabra civilización:
Mal se entiende por el vulgo lo que es la civilización. Muchas veces se ha abusado de
esta palabra, invocándola en horas de insensatez y en excenas [sic] de exterminio.
[...] Un pueblo rico, pero inmoral, merecerá el título de civilizado? No. [...] Una
nación sabia, pero inmoral, merecerá el título de civilizada? Tampoco. [...] Una
nación pobre, ignorante, pero profundamente moral, merecerá ser llamada
civilizada? Sí77.
57 En su artículo escrito en París en 1880 sobre el nivel de felicidad de que se goza
respectivamente en Europa y Colombia, Holguín, afecto al discurso conservador de la
felicidad, concluye que: «bajo muchos aspectos, son mejores las condiciones de nuestra
existencia»78. Mejores tal vez para todos, pero sobre todo —Holguín lo reconoce
abiertamente— para los grupos dirigentes. Comparada con la labor sobrehumana que es el
manejo del poder político en Europa, la de sus homólogos colombianos «parece y es juego
de niños»79.
58 Una vez sentado en el solio presidencial dejado por Núñez, Holguín retoma el discurso de
la felicidad nacional que había elaborado, frente a la realidad europea, diez años antes,
cuando la urgencia de rechazar los espejismos de la modernidad y de encontrar la
felicidad en la vida rural apenas comenzaban a formar parte del imaginario conservador.
Inspirado en gran medida en las reflexiones de su cuñado Miguel Antonio Caro, quien
predica sin cesar la paciencia frente a las ilusiones de la modernidad, Holguín repetirá,
antes de dejar la presidencia, las condiciones en las que Colombia podrá ser feliz:
Debemos aprender también a vivir con lo que tenemos, y a no vivir atormentados
con el espejismo del extraordinario progreso material de otros paises. Ni la riqueza
es por sí sola elemento de felicidad para los pueblos, como no lo es tampoco para los
individuos, ni a su consecución se pueden sacrificar otros bienes de orden superior.
Colombia sería uno de los países más felices de la tierra, con sólo que nos diéramos
cuenta de nuestra felicidad. [...] Veo un peligro serio en la impaciencia que se ha
apoderado de algunos espíritus por que lleguemos de un salto a ser millonarios, a
decuplicar nuestras rentas, a ver nuestro territorio cruzado por ferrocarriles, y a
decuplicar también nuestra población trayendo los sobrantes de otras regiones. Y
todo esto para que seamos felices! Para que no haya pobres! Para que no haya
desgraciados! Como si la desgracia y el dolor no fueran en todas partes el lote de la
humanidad, y le fuera dado al hombre suprimirlos en la tierra! Yo querría que
muchos de nuestros conciudadanos fuesen a los grandes centros de la civilización,
no a deslumbrarse con las exterioridades del lujo de unos pocos y la brillantez de las
exposiciones, sino a penetrar algo en el fondo de aquellas sociedades, y nos dijeran
si habían hallado la felicidad en el seno de aquellas multitudes encorvadas por el
trabajo, hambreadas por las contribuciones, que sucumben por millares bajo la
intemperie de los climas y desesperadas por emigrar. Yo las he visto de cerca
267
durante años enteros, y puedo deciros que somos muy felices, que no cambiaría
nuestro atraso por la prosperidad de ninguno de los países que he visitado. Cuando
uno conoce el mundo, no puede, sin sonreir, oir al espíritu de partido hablar de
nuestras desgracias y enumerar entre ellas las enormes contribuciones que
pagamos. Nuestra gran necesidad aquí es la paz, para que a su sombra se vayan
desarrollando paulatinamente, pero de modo estable, los gérmenes de nuestras
diversas industrias. Y esto sin gravar a las generaciones venideras con el pago de
empréstitos, y sin poner en peligro nuestros derechos señoriales con grandes masas
de inmigrantes80.
59 El mensaje de los ideólogos de la Regeneración es diáfano: mientras Colombia permanezca
al margen del movimiento que conduce el Viejo Mundo a la era de las masas democráticas
y mientras no dirija su mirada a los espejismos de la civilización moderna, podrá,
viviendo en armonía con su ser más profundo, ser feliz. Ese consejo de Holguín al pueblo
colombiano, esa invitación a buscar en sí mismo las respuestas anheladas —que recuerda
el discurso de la felicidad republicana difundido por los liberales en las décadas anteriores
— no iba sin embargo a ser escuchado por los propios dirigentes de la Regeneración: la
prioridad dada a la consolidación del orden social los llevaría, al igual que sus
predecesores radicales, a dirigir cada vez más sus miradas a Europa en busca de
instituciones importables a Colombia.
NOTAS
1. M. Palacios, Entre la legitimidad y la violencia, Colombia, 1875-1994, Bogotá, Editorial Norma, 1995,
p. 48.
2. Carta de R. Núñez a L. C. Rico, Cartagena, abril 17,1879, BLAA, Mss. 99, pieza 49.
3. Al destacar la dimensión retórica de la Regeneración, M. Deas escribe: «Núñez empieza una
campaña que es básicamente periodística. Gastó su plata en periódicos y en labor periodística
más que en ninguna otra forma de campaña política. Es una campaña ideológica, con muchos
argumentos dados a la prensa», y más adelante "hubo mística [...] Núñez insistía en lo de la
mística». M. Deas, «La Regeneración y la guerra de los Mil Días», Aspectos polémicos de la historia
colombiana del siglo XIX. Memoria de un seminario, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1983, pp. 60 y 62.
4. R. Núñez, Ensayos de crítica social [en adelante: Ensayos....], Rouen, Imprenta de E. Cagniard, 1874,
p. 206.
5. Epistolario de Rafael Núñez con Miguel Antonio Caro, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1977, p. 15.
6. Carta de M. A. Caro a Manuel A. Sanclemente, Bogotá, septiembre 4, 1900, BLAA, Mss. 650,
pieza 5.
7. N. Tanco, Los partidos y la nación [en adelante: Los partidos...], Bogotá, Imprenta de Silvestre y
Cía., 1882, p. 11
8. «Rectificamos», El Porvenir, Cartagena, octubre 6, 1889, en R. Núñez, La reforma política en
Colombia [en adelante: La reforma...], t. 3, Bogotá, Editorial ABC, 1945, p. 109.
9. N. Tanco, Los partidos..., p. 19
10. C. Calderón Reyes, Núñez y la Regeneración, París, Biblioteca de la Europa y América, 1894, pp.
77-78.
11. F. Pérez, Episodios de un viaje, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1946 [1 a., ed.,
1882], p. 175.
268
12. N. Tanco Armero, Viaje de Nueva Granada a China y de China a Francia, París, Simon Raçon, 1861,
p. 183.
13. N. Tanco, Los partidos..., p. 8.
14. N. Pardo, Recuerdos de un viaje a Europa, Bogotá, La América, 1873, p. 171
15. M. Rivas, Viajes por Colombia, Francia, Inglaterra y Alemania, Bogotá, Imprenta de F. Pontón,
1885, p. 372.
16. R. Núñez, Ensayos..., p. 208
17. Ibíd., p. 255.
18. F. Pérez, op. cit., p. 228.
19. M. Rivas, op. cit., p. 170
20. Al evocar el suicidio colectivo de los indios del Valle de Aburrá durante la conquista, Soledad
Acosta señala en uno de sus discursos de 1892: «Esto prueba una vez más que la extrema barbarie
y la extrema civilización se tocan: hoy en Francia el suicidio es generalísimo: por cualquier
motivo se matan hombres, mujeres y hasta niños». S. Acosta de Samper, «Los aborígenes»,
Memorias presentadas en Congresos internacionales que se dieron en España durante las fiestas del IV
Centenario del Descubrimiento de América, en 1892 [en adelante: Memorias...], Chartres, Durand, 1893,
p. 20
21. Carta de R. Núñez a S. Camacho Roldán, El Havre, agosto 11, 1865, citada en A. Cacua Prada,
Salvador Camacho Roldán, Tunja, Biblioteca de la Academia Boyacense de Historia, 1989, p. 173
22. F. C. Aguilar, Recuerdos de un viaje a Oriente, Bogotá, El Tradicionista, 1875, pp. 140-141.
23. El padre Aguilar señala que en el museo de Trieste «no faltan los cuadros indecentes o cínicos,
que por todas partes se ven en los museos de Europa», Ibíd.., p. 30.
24. C. Holguín, «Revista de Europa», El Repertorio Colombiano, Bogotá, diciembre, 1881, p. 443.
25. Ibíd., p. 429.
26. Ibíd., p. 440
27. C. Holguín, «Revista de Francia», El Repertorio Colombiano, Bogotá, enero, 1881, p. 81.
28. M. Rivas, op. al, pp. 501-502.
29. El Orden, Bogotá, agosto 3, 1889
30. Pres. 1896, p. 45.
31. S. Acosta, «El periodismo en Hispano-América», Memorias..., p. 86.
32. La policía de París. Drama en cinco actos en prosa por Aquilino León, Bogotá, Imprenta de Torres
Amaya, 1882, p. 3.
33. Colombia Cristiana, Bogotá, octubre 26, 1892, p. 47
34. Carta de R. Núñez a Marceliano Vélez, Cartagena, diciembre 2, 1886, BLAA, Mss. 674, pieza 34.
35. Cf. Eugenio Gutiérrez Cely, «Nuevo movimiento popular contra el laissez-faire: Bogotá, 1875»,
Universitas Humanística, Bogotá, año XI, N°. 17, marzo, 1982, p. 189.
36. Cf. capítulo 9, «El desprestigio de la autoridad».
37. Informe del comisario de la cuarta división, AGN, PN, t. 2, f. 471
38. C. Holguín, Cartas políticas, Bogotá, Editorial Incunables, 1984 [1 a . ed., 1893], pp. 151-152.
39. Ibíd., 1893, p. 151.
40. El director de la Policía Nacional la denuncia en términos elocuentes en 1892. Carta de J. M.
Gilibert al ministro del Interior, marzo 9, 1892, AGN, PN, t. 1., f. 201.
41. Carta de mayo 25,1896, Bogotá, M. G. Romero (ed.), Epistolario de Ángel y Rufino José Cuervo con
Rafael Pombo, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1974, p. 202.
42. La Época, Bogotá, marzo 2, 1897, citado en ibíd., p. 221.
43. José María Samper, Filosofía en cartera [en adelante: Filosofía...], Bogotá, Imprenta de La Luz,
1887, pp. 111-112.
44. Pres. 1888, p. 11
45. Int. 1879, p. 50.
46. Mensaje del presidente de la Cámara de Representantes a la del Senado, Bogotá, 1851, p.
269
47. Citado en A. Holguín y Caro, Carlos Holguín. Una vida al servicio de la República. Bogotá, 1981, t. 2,
p. 667.
48. Cf. capítulo 6, «La ideología del viaje: mérito, prestigio y patriotismo».
49. D. Arrieta, La Regeneración. Exposición preliminar a la Memoria de la Secretaría de Gobierno, Bogotá,
1885, p. CIII.
50. Ibíd., p. CIV.
51. Ibíd., p. CVI.
52. Ibíd., p. XXVI.
53. El Catolicismo, Bogotá, septiembre 4,1855.
54. Ibíd., julio 10,1855, p. 148.
55. F. Patxot y Ferrer, Las ruinas de mi convento, Bogotá, Imp. del Constitucional por N. Pontón,
1866.
56. R. Gómez, Apuntes de viaje, Bogotá, J. B. Gaitán, 1880, p. 68
57. Cf. capítulo 7, «El nacionalismo en ciernes».
58. M. A. Caro, Artículos y discursos, primera serie, Bogotá, Librería Americana, 1888, p. 3
59. A. Urdaneta, «Una excursión a España», El Repertorio Colombiano, Bogotá, diciembre, 1879, pp.
457-464; enero, 1880, pp. 20-28; marzo, 1880, pp. 161-163.
60. Cf. M. T. Arrubla, Viajes por España e Italia, Bogotá, Imprenta de la Ilustración, 1886, y S. Acosta
de Samper, Viajes...
61. Cf. C. Restrepo Canal (ed.), Menéndez y Pelayo en Colombia, Bogotá, Kelly, 1957.
62. Papel Periódico Ilustrado, Bogotá, julio 10, 1882
63. «Escritores modernos españoles», La Familia, Bogotá, octubre, 1884, p. 320.
64. Cf. Rel. 1888, doc., pp. 75-76.
65. Congreso Internacional de Americanistas, Actas de la 9a. reunión, Huelva, 1892, Madrid, M. G.
Hernández, 1894, p. 137.
66. J. M. Samper, Filosofía..., p. 29
67. Cf. capítulo 9, «La construcción del orden católico».
68. Carta de R. J. Cuervo a Rafael Pombo, París, enero 25, 1897, citada en M. G. Romero (ed.), op.
cit, pp. 218-219.
69. Pres. 1880, p. 3.
70. «Debe, por ejemplo, imprimirse vigoroso impulso a las obras públicas, que no sólo ocupan
numerosos brazos, que la ociosidad hace peligrosos, sino que preparan el crecimiento de la
riqueza y son, así, doblemente reproductivas, como cualesquiera otros gastos dedicados a
empresas industriales». Pres. 1880, p. 33.
71. D. Arrieta, op. cit., p. CXXXVIII.
72. Ibíd., p. CXLII.
73. Pres. 1888, p. 11. En 1880 Núñez habría tal vez hablado de un «cronómetro científico» más que
de un «cronómetro providencial», pero la firma del Concordato en 1887 y la atmósfera de
renovación católica reinante en el país explica que haya preferido el empleo del término
«providencial» para calificar el ritmo de cada sociedad humana, confirmando así la tendencia a la
desaparición del discurso positivista de los comienzos de la Regeneración.
74. Artículo de Núñez en El Porvenir de Cartagena, agosto 18, 1889, La Reformo..., t. 3, p. 7
75. Carlos Nicolás Rodríguez, secretario del Interior en 1877 había denunciado sin equívoco la
causa principal del conflicto de 1876-1877: «el exagerado espíritu de partido, que es uno de los
más perniciosos defectos de nuestra raza, i el que tal vez ha contribuido en mayor escala a
impedir que los pueblos de oríjen español, tanto en Europa como en América, hayan logrado aliar
el órden con la libertad, i fundar instituciones libres al lado de gobiernos fuertes i estables». Int.
1877, p. 4, y Diógenes Arrieta, considerando la conquista española como «punto de partida de
270
nuestra enfermedad social» había hablado en 1885 de los «defectos inherentes a nuestra raza». D.
Arrieta, op. cit., p. XCVII.
76. Colombia Cristiana, Bogotá, noviembre 2, 1892, p. 36.
77. Discurso pronunciado en la sesión solemne de la Sociedad de Caridad por su presidente, señor Enrique
Álvarez, el día 31 de mayo de 1874, Chiquinquirá, Imprenta de Luis J. Fajardo, 1874, p. 3.
78. C. Holguín, «Revista de Europa», p. 450.
79. Ibíd., p. 430.
80. Pres. 1892, pp. 48-49.
271
1 Cuando en 1888 Rafael Núñez se retira a su ciudad natal de Cartagena, la construcción del
Estado esbozado por él apenas comienza. En los ocho años que transcurrieron desde su
primera elección, Núñez logró establecer las bases de la «regeneración administrativa
fundamental» que predicaba. La oposición liberal, aplastada por la guerra de 1885, está
debilitada por mucho tiempo. El país está dotado de una Constitución duradera —logrará
vivir más de un siglo— que establece el centralismo político, la limitación del sufragio y la
restricción de las libertades públicas. El Concordato, firmado en 1887, sanciona la
restitución a la Iglesia de su misión educativa, evangelizadora y reglamentadora de la vida
social. El marco institucional del nuevo orden está establecido.
2 Sin embargo, la obra política de Núñez no basta en sí para engendrar el orden prometido
por la Regeneración; en la mayoría de los casos estableció tan sólo las líneas generales y
un marco jurídico nacional, que requiere otros esfuerzos1. La tarea de crear los
instrumentos políticos y sociales necesarios al nuevo orden delineado por la Constitución
de 1886 y el Concordato de 1887, les corresponderá a los dirigentes conservadores
nacionalistas2, a quienes Núñez deja en el poder: Carlos Holguín (1888-1892) y Miguel
Antonio Caro (1892-1898). Una nueva fase comienza para la Regeneración: la importación
de los instrumentos del orden social.
3 El orden social se impone efectivamente como la prioridad absoluta de los dirigentes
políticos. En 1869, Núñez ya había escrito a Mosquera desde Francia: «Lo más grande es el
problema social, que es el fondo del problema político. El miserabile vulgus no se conforma
ya con cambios de superficie, i la cuestión de la forma de gobierno no creo que le interese
tanto como pudiera acaso suponerse»3. En la mente de los sucesores de Núñez, ansiosos
de recuperar el tiempo perdido, el nuevo orden debe ser por lo tanto un orden
autoritario. La Regeneración, que se presenta como un ejemplo de «modernización
conservadora» acude al recurso de los modelos importados para acelerar el proceso de
reestructuración de una sociedad aparentemente en vía de disgregación. La urgencia es
doble: contener la sociedad para evitar a corto plazo la explosión del conflicto social; y, a
largo plazo, transformar esta sociedad inculcando a las generaciones futuras el respeto a
la autoridad. La Iglesia deberá, a través de la educación, crear una generación formada en
la aceptación del principio de autoridad; mientras tanto, las nuevas políticas de orden
272
público permitirán evitar a corto plazo la explosión social. En ambos casos, los modelos se
van a buscar en Europa: el tiempo apremia4, y el recurso de instituciones ya probadas por
las naciones adelantadas aparece, una vez más, como la mejor garantía de éxito.
4 La Regeneración muestra en eso más continuidad con los gobiernos radicales que lo que
sugiere el nuevo discurso oficial. La nueva retórica plantea una ruptura total con la época
radical; pero la voluntad de instaurar una autoridad estatal gracias a la importación
institucional revela una gran estabilidad respecto de los gobiernos radicales, aunque los
instrumentos escogidos difieran. Consciente de que el Estado colombiano no es lo
suficientemente fuerte como para imponer la disciplina social sin la ayuda de la Iglesia,
Núñez se alía con ésta y le delega casi por entero la educación. La preocupación por el
orden público, que induce la consolidación del ejército, la creación de la policía y el
endurecimiento de la justicia penal contrasta también con los principios dominantes de la
época liberal. Radicales y regeneradores, obviamente, no fundamentan su proyecto de
construcción estatal sobre los mismos pilares, pero más allá de ciertas diferencias
ideológicas, se desprende una misma inspiración: construir un Estado-nación recurriendo
a herramientas importadas.
5 Los gobiernos de Holguín y Caro demuestran en efecto un creciente interés por la
importación institucional. Todos los instrumentos del nuevo orden se derivan de modelos
europeos: congregaciones religiosas, educación, medidas de restricción de las libertades
públicas, ejército, policía, derecho civil y contabilidad pública. Una vez más, el estímulo a
la inmigración, esta vez hispánica y católica, despertará el ideal de una transformación,
con sangre europea, de la sociedad colombiana.
273
su remuneración anual»37. Monseñor Perilla pide entonces a los hermanos Cuervo que
negocien lo mejor que puedan para contratar a los religiosos: «quedan autorizados para el
contrato en los términos que lo juzguen convenientes con tal que logren conseguirlos y
enviarlos»38. En el caso de que fuera muy difícil contratar a los lazaristas, las
congregaciones españolas del Espíritu Santo, de los escolapios o de los redentoristas, de
quienes Perilla cree recordar que tienen establecimientos en París, ofrecen interesantes
alternativas. Por último, luego de haber expresado su preferencia por clérigos españoles o
hispanoparlantes, les precisa el modo de transferencia del dinero —a través de una letra
de cambio pagadera a la vista por una agencia comercial en París— antes de reiterar su
esperanza de ver que la contratación llegue a buen término:
Quiera la buena suerte sernos propicia [...] y que Uds. tomen todo interés y toquen
todo resorte para el caso, que Dios les pagará los pasos que den, pues que esta obra
es de absoluta necesidad para la Iglesia y nuestra tierra 39.
25 El tono de la carta siguiente, escrita dos semanas después, es más apremiante. Habiendo
obtenido de los lazaristas de Popayán un modelo de contrato de quince artículos para
entregar al superior de la congregación en París, monseñor Perilla explica a los hermanos
Cuervo que el salario del superior podrá ser de 1.200 a 1.500 francos anuales, el de los
profesores un poco menos elevado, que 7.000 francos están a su disposición con el agente
comercial y que es urgente que le adviertan si se necesita más dinero. Perilla comunica a
los hermanos Cuervo el nombre de un padre lazarista que vivió en Popayán y que podría
tal vez acelerar el proceso de contratación. «Si no hubiere Lazaristas, entonces, Escolapios
o de otra Congregación que llene el objeto, para Seminario Mayor y Menor», insiste el
obispo en el colmo de la impaciencia. Al conocer la noticia del retorno inminente a
Colombia de Carlos Holguín le pide reunirse con los hermanos Cuervo: «le encargo se vea
con Uds. y de acuerdo, hagan cuanto puedan para el asuntico... ¡Qué bueno, si él los
trajera!»40.
26 Pese a esas dificultades, los católicos colombianos logran por lo general convertir en
realidad su deseo de atraer al país clérigos europeos. La Regeneración desencadena así, un
movimiento de inmigración religiosa en Colombia que continuará durante las primeras
décadas del siglo XX. Numerosas congregaciones y órdenes religiosas se implantan —o se
reimplantan, como los jesuitas que retoman en 1883 sus colegios bogotanos de San
Bartolomé y del Rosario. La congregación de Jesús y María, una orden educativa francesa
fundada en el siglo XVII, llega al país en 1880, seguida por los redentoristas en 1884, los
maristas en 1889, los salesianos, los hermanos de las Es cuelas Cristianas y la
congregación de novicias de Nuestra Señora del Buen Pastor de Angers en 1890. En 1891
llegan los padres candelarios, seguidos por las hermanas visitandinas francesas en 1892,
la congregación italiana de las hijas de María Auxiliadora en 1897, y por último, en 1899,
las hermanitas de los pobres, también venidas de Francia41.
27 Francesas, italianas y españolas, las congregaciones que se establecen en ese entonces en
Colombia son también, en buena parte, de fundación reciente: es el caso de los salesianos,
una orden fundada en 1859, de la congregación de las hijas de María Auxiliadora creada
en 1872, de la Sociedad de María de Lyon, de la congregación de Nuestra Señora de la
Caridad del Buen Pastor fundada en Angers en 1829, o de las hermanitas de los pobres,
una congregación nacida en Bretaña en 1839. Las instituciones de la renovación católica
europea y en particular francesa serán los principales protagonistas, a finales del siglo XIX
, de la empresa de fomentar la religión católica en Colombia organizada por la
Regeneración42.
279
33 La creación en la capital, dos años más tarde, del Instituto Nacional de Artesanos revela
esta voluntad de asumir la educación de los artesanos a nivel oficial con el propósito de
brindarles a éstos y a sus hijos una formación de base completa. El Instituto, dirigido por
el padre Pedro María Briceño, se limitará, sin embargo, a difundir fundamentalmente
entre los artesanos de Bogotá una educación religiosa, como se advierte en los títulos de
la primera entrega de su revista El Instituto, publicada el día de la Inmaculada Concepción:
«La Inmaculada Concepción»; «La Virgen de Lourdes»; «8 de Diciembre»; «A María»; «A la
Virgen Inmaculada»54. Las denuncias a la masonería, al socialismo y al protestantismo, la
crónica de las victorias del catolicismo en Europa, así como los incesantes elogios a los
prohombres de la Regeneración en sus columnas, contribuyen a hacer de El Instituto, más
que un instrumento de formación de los artesanos, un canal de difusión de la retórica
católica hacia las clases peligrosas de la capital.
34 Por último, la contratación en Italia de un grupo de nueve salesianos que llegan a Bogotá
en 1890 «con la mira de crear y organizar convenientemente escuelas de artes y oficios
para la educación popular», responde a la misma lógica de control de los artesanos de la
capital adoptada por la Iglesia55. En Colombia se les une Evasio Rabagliati quien dirigirá la
misión y el grupo es instalado en el Convento del Carmen en Bogotá. El ministro de
Instrucción Pública pone a su disposición al director del Instituto Nacional de Artesanos,
Pedro María Briceño56. El primero de septiembre de 1890, el Colegio Salesiano de León XIII
de Artes y Oficios abre sus puertas con 40 alumnos inscritos. Rabagliati regresa a Italia
para buscar refuerzos y vuelve al país en abril de 1891, acompañado de seis salesianos,
cuatro maestros laicos respectivamente de encuademación, mecánica, zapatería y
horticultura, y 175 cajas de herramientas pagadas por el gobierno. La donación de una
máquina por parte de Miguel Samper permite además abrir un taller de imprenta. De 40
en 1890, los alumnos del Colegio Salesiano pasan a 140 en 1892. En esta época funcionan
nueve talleres: tipografía, encuadernación, mecánica, metalurgia, zapatería, decoración,
confección, carpintería y panadería57. Entusiasmados con la fundación de otro colegio en
Cartagena, así como con la dirección del lazareto de Agua de Dios en Tocaima, los
salesianos preven también abrir una colonia agrícola.
35 En 1892, el cuadro de la actividad salesiana trazado por Rabagliati sugiere un éxito total.
Sin embargo, algunas tensiones en torno a su presencia en el país no tardan en aparecer.
La desconfianza de los artesanos de la capital constituye una primera fuente de tensiones.
La importación de instrumentos, conocimientos y especialistas europeos en los campos
tradicionalmente ocupados por el artesanado bogotano contribuye a difundir la sensación
de que esos extranjeros calificados y equipados representan una competencia desleal para
los talleres de la ciudad. En la revuelta urbana de 189358, el Colegio Salesiano es una de las
instituciones atacadas por los insurgentes. Mientras las piedras vuelan contra las paredes
del colegio acompañadas con los gritos de «¡Abajo los Salesianos!», «¡Abajo los frailes
extranjeros!», el periódico El Artesano publica violentos ataques verbales en contra de la
nueva institución59.
36 El hecho de que los sectores populares, sublevados en enero de 1893, incluyan a los
salesianos entre los objetos de su encono revela la existencia de una relación delicada
entre la institución y el gobierno de Miguel Antonio Caro. El ministro de Instrucción
Pública Liborio Zerda, utilizando los argumentos de los artesanos, le reprocha a Rabagliati
el alto nivel de los salarios de los salesianos y la competencia desleal de sus productos con
los modestos talleres de la ciudad. Rabagliati le responde en una carta que no es cierto
que haya una competencia con los artesanos bogotanos, puesto que los productos de los
282
eterno ideal conservador del orden. Así, evocando las realizaciones de la Regeneración en
cuanto a orden público, Carlos Holguín declara en 1890 al Congreso:
Hoy tenemos las garantías y la libertad reservadas para el hombre honrado, para el
ciudadano pacífico, para la industria, el trabajo y el progreso; el revolucionario, el
perturbador, el delincuente, saben que le esperan la represión, el castigo y la
expiación67.
41 El discurso de la civilización ha cambiado: el ideal liberal de libertad, tolerancia y
aligeramiento de las penas es reemplazado en la Regeneración por el discurso del orden
como la mejor expresión de la civilización. «Un cuarto de siglo de anarquía había sido
prueba demasiado evidente de que habíamos errado en el camino y de que siguiendo así,
no podíamos entrar económica ni políticamente en el concierto de los pueblos
constituidos por razas disciplinadas» explica Caro al Congreso en 189668; garantizando el
reino del orden público, la solidez del edificio social y la eficacia del principio de
autoridad, Colombia iba por lo tanto a lograr unirse al concierto de las naciones civilizadas.
42 La instauración del orden público en Colombia, lejos de ser presentada como la
restauración de una hipotética edad de oro, se presenta como un proyecto político
radicalmente nuevo, civilizador y moderno. Aunque algunos, Caro en particular, sigan
exaltando el legado de la colonización española, la creación del orden no es restauración;
es más bien innovación. Conscientes del débil dominio que desde la Colonia ejercían la
Iglesia y el Estado sobre la sociedad colombiana, los promotores del orden anuncian su
llegada como un paso fundamental hacia el acceso del país a la civilización moderna: a
pesar del constante rechazo retórico a los modelos importados, el discurso de la
civilización continúa imponiéndose como fuente principal de legitimación política.
43 Allí también, los nuevos modelos de referencia son europeos. La multiplicidad de peligros
a los que están expuestos los Estados del Viejo Mundo garantiza la calidad de sus aparatos
represivos: expuestos a la subversión, al socialismo y al anarquismo, los Estados europeos
se imponen como expertos en orden público:
En las naciones europeas, teatro de avanzada civilización, el peligro de un conflicto
internacional o de una conflagración producida por el anarquismo, es causa de
enormes gravámenes para los pueblos durante largos años de paz. A gran precio se
conserva el orden, pero se considera que el bien asegurado excede al precio 69.
44 A pesar de todo, Colombia es un país menos contaminado por la subversión que Europa; la
adopción de políticas europeas de orden público promete por lo tanto brillantes
resultados.
Regeneración se fija sobre la revolución de mediados de siglo por ser ésta la época en que
los liberales tenían la imprudencia de manejar una retórica teñida de socialismo. Las
diatribas de Caro apuntan sistemáticamente a los excesos retóricos de los gólgotas: en su
último discurso al Congreso en 1898, Caro estigmatiza la perniciosa influencia de las
«sociedades secretas o clubs jacobínicos»71, citando nuevamente el episodio en el que, en
el momento más álgido del conflicto entre el gobierno de López y la Iglesia, un miembro
de la sociedad democrática de Bogotá se había postulado para ser el verdugo del
arzobispo72. Los que siguen «las pisadas de legislaciones extranjeras, suelen no distinguir
la imitación inteligente de la imitación servil»73 critica Caro, denunciando la prensa de
oposición como principal enemigo del orden público:
En pueblos nuevos los instrumentos menos vulgarizados, como es el de la imprenta,
tienen mayor poder; el apostolado en todo sentido encuentra más vasto campo; los
periódicos de un gran centro producen vivísima impresión en el país; surgen
gamonales de pluma, más fieros y terribles que los gamonales de garrote; y
cualesquiera que sean las causas, es el hecho que aquí estamos acostumbrados a ver
en el periodismo incubados el pronunciamiento, la revolución 74.
46 Es precisamente en Europa donde los dirigentes de la Regeneración —convertidos, en
términos de Caro, en los protagonistas de una «imitación inteligente»— van a buscar los
modelos de la restricción de la libertad de prensa. En los países habitados por «razas
disciplinadas», en efecto, la prensa, en lugar de incitar al crimen o de llamar
constantemente a la insurrección desempeña un papel constructivo de oposición al
gobierno. «En los países civilizados aún la prensa oposicionista debe contribuir a formar
la opinión pública y a ilustrar el criterio de los gobernantes»75, explica Holguín en 1892.
Este equilibrio sólo ha sido alcanzado con la implementación de un dispositivo represivo
contra los abusos de los periódicos, el cual, aunque muy poco utilizado, no deja de tener
un importante papel de disuasión. Caro explica que en Inglaterra existen leyes represivas
en materia de prensa:
En Inglaterra, el país clásico de la libertad de imprenta, donde la prensa política es
verdaderamente modelo, existen leyes antiguas que penan la publicación de libelos
que contengan imputaciones falsas o calumniosas contra una persona pública o
privada, con un año de prisión, y dos años si a la publicación presidió la intención
de ofender o lastimar, fuera del pago de daños o perjuicios causados a la parte
agraviada; y con deportación perpetua o pena de muerte, los abusos de la palabra o
de la imprenta que constituyan actos de felonía, como provocaciones a la
destitución del Rey, o al uso de la fuerza contra él o contra el Parlamento, o a la
invasión del territorio, o a la guerra civil76.
47 Pero esas disposiciones nunca se utilizan puesto que la prensa inglesa, justamente, no
comete abusos, continúa Caro. Holguín recuerda que «es claro que en países como
Inglaterra, Bélgica o los Estados Unidos, donde lo fundamental del orden social no está en
discusión, la prensa política puede disfrutar de mayor suma de libertad que en países que
están bregando por constituirse»77. Francia, tantas veces denunciada por los republicanos
colombianos por el autoritarismo de su tradición política y su incapacidad para el self-
government ofrecerá en este caso un modelo más idóneo, por estar también más sujeta a la
presión revolucionaria de las masas; la preocupación por el orden que revela la evolución
de los republicanos oportunistas en Francia, proveerá dentro del campo de la prensa, como
en otros, un marco de referencia adaptado a las intenciones políticas de la Regeneración.
48 La Constitución de 1886 había previsto una disposición transitoria de restricción de la
libertad de prensa en espera de la aprobación de una ley sobre prensa. En virtud del
Artículo K —así llamado por ser la K la «letra con que los antiguos romanos marcaban a
285
los calumniadores»78—, era obligación del gobierno prevenir y reprimir los abusos de la
prensa. En 1887, Eliseo Payán, temporalmente encargado del poder ejecutivo por Núñez,
decide ampliar de nuevo la libertad de prensa y otorga la amnistía a muchos prisioneros
liberales arrestados ese mismo año. Núñez retoma entonces las riendas del poder antes de
confiarlas a Carlos Holguín, esta vez seguro que con él no volverán a ocurrir esos deslices
liberales.
49 En 1889, la promulgación del decreto 286 permite al ministro del Interior prohibir la
venta y circulación de algunos periódicos extranjeros «perjudiciales a la paz pública, al
orden social o a las buenas costumbres»79, detener a los vendedores de periódicos
extranjeros prohibidos, e instituye la previa autorización del gobierno para la venta de
periódicos. La medida, según explica el ministro Evaristo Delgado, es ampliamente
justificable por la restricción de la libertad de prensa en Francia:
El partido que había defendido hasta ahora la libertad ilimitada de imprenta, como
baluarte obligado de la libertad civil, empieza ya a retroceder en ese camino y así
vemos que el Gobierno francés, presidido hoy por los más notables corifeos de
aquella escuela, ha presentado y sostenido en las Cámaras la tesis de que es medida
indispensable para la conservación de la paz y la estabilidad de la República, la
intervención gubernativa en los asuntos de imprenta80.
50 La política de restricción de la libertad de prensa traerá los frutos esperados por los
dirigentes de la Regeneración: a pesar de la gran cantidad de acusaciones lanzadas a la
prensa liberal, el mismo Caro reconocerá que la campaña de difusión de las ideas
anarquistas en Colombia, de cuyo lanzamiento él acusa a la oposición, ha tenido muy poco
éxito en el país:
Merced a la índole de nuestro pueblo y a nuestras condiciones sociales, no se ha
presentado aquí el anarquismo organizado en la forma siniestra que reviste en
Europa, más no porque deje de ser efecto de una propaganda doctrinaria que
confronta la que aquí se sostiene por la prensa81.
51 La transformación del derecho constituye otra vertiente de la obra civilizadora de los
regeneradores, quienes, conservando la mayor parte del esfuerzo de codificación de los
radicales, se empeñan, sin embargo, en acelerar la modernización jurídica —una ley de
1887 anula de un plumazo toda la legislación española que había sido conservada hasta
ese momento, y seguía rigiendo en caso de ausencia de una legislación posterior a la
Independencia82— y sobre todo, en dar un giro más represivo a la legislación penal. La
Constitución de 1886 restablece la pena de muerte, abolida en Colombia desde 1863;
Holguín se pronuncia por una definición restrictiva del delito político, la misma que había
llevado a Francia a no reconocer los crímenes de la Comuna como crímenes políticos. En
otros términos, explica Holguín, «se ha pasado pues, del antiguo sistema de dejar impunes
a los delincuentes al serio régimen del justo castigo que corrigiendo con eficacia moraliza
al hombre y puede sacar de él un ser útil para la sociedad»83. Irónicamente, de un poder
radical tan criticado por su tendencia a dejar los crímenes impunes, los regeneradores
van a heredar uno de los más poderosos instrumentos de represión: una cárcel moderna,
el panóptico de Bogotá. En esta cárcel, prevista inicialmente como la contrapartida a la
abolición de la pena de muerte, portadora de la esperanza de un sistema carcelario más
humano, se acabará el siglo en una pesada atmósfera de represión política.
52 A finales de la década de 1880 los prisioneros detenidos en la antigua cárcel de Bogotá son
transferidos al panóptico, incluso antes de que se terminen las obras de construcción: la
psicosis de una insurrección liberal explica entonces el renovado interés de los
gobernantes por las cárceles en las que anhelan ver aherrojados a todo tipo de
286
un nuevo interés por la modernización del ejército. En 1877, el cónsul de Francia describía
así el paso de revista de la guardia colombiana con ocasión de la fiesta del 20 de julio
durante la presidencia interina de Sergio Camargo:
Tuvo lugar en la Plaza de Bolívar entre las 4 y 6 horas de la tarde una muy notable
revista de tropas de la guarnición. Fue de admirar el batallón de artillería de la
guardia colombiana con sus cañones de acero recientemente llegados de Inglaterra,
sus carabinas Remington y sus uniformes franceses91.
56 Nombrado al año siguiente ministro en Europa, Camargo participa a su amigo Salvador
Camacho Roldán su deseo de aprovechar la estadía en el Viejo Continente para
perfeccionar sus conocimientos en el arte de la guerra92; pero esos conocimientos nunca
se pondrán al servicio del gobierno, ya que en 1885 Camargo será uno de los cabecillas de
la insurrección liberal contra Núñez. Es precisamente la sublevación de 1885 la que
convence a Núñez de la necesidad de crear un ejército profesional; y la tarea le
corresponderá finalmente al gobierno de Carlos Holguín, generando un flujo de contactos,
intercambios y misiones oficiales para acercarse a los ejércitos europeos. En 1880, la
propuesta del gobierno español —deseoso de sustentar con intercambios militares la
Unión Iberoamericana, inaugurada el año anterior— de recibir jóvenes colombianos en las
academias militares de la península es acogida con entusiasmo por el gobierno
colombiano93. Al año siguiente un oficial de la marina real española acepta una misión de
cuatro años al servicio de la marina colombiana y explica que «no sería muy difícil
encontrar oficiales de artillería que entraren al servicio de esa república, por la sencilla
razón de hallarse muy paralizadas las escalas de ascenso en dicho cuerpo, lo mismo que
en lo demás del ejército»94, debido a la desmovilización tras la última guerra civil
española. Sin embargo, España sólo iría a tener un papel secundario en la reorganización
del ejército colombiano: en 1891 se crea una Academia Militar cuyo director, Lemly, es
norteamericano y el instructor de artillería, Warming, alemán95. La creación de la
academia no implica que la fiebre de observación de la organización militar de los países
europeos, Francia en particular, se reduzca. En 1892 el encargado de negocios en París,
Gonzalo Mallarino, pide, a solicitud del ministro de Guerra colombiano, al ministro
francés de Relaciones Exteriores que le mande las «leyes, ordenanzas, decretos o
cualquier otra disposición en vigencia actualmente en Francia en materia militar para un
estudio comparativo que dicho ministerio está efectuando»96. El jefe de despacho de
Freycinet, ministro de Guerra y presidente del Consejo, responde con cierta irritación a
una solicitud tan poco precisa:
No es posible satisfacer una solicitud formulada en términos tan vagos como la del
señor Mallarino porque para tal efecto sería necesario suministrar al señor
Encargado de Negocios de Colombia la colección completa del Boletín Oficial del
Ministerio de la Guerra, el cual contiene, en sus sucesivas publicaciones, todas las
disposiciones concernientes a la legislación, administración y demás del ejército, y
cuya consulta sería sumamente difícil para los extranjeros. Ahora, si por la
expresión «legislación militar» se refiere él al código de justicia militar, con mucho
gusto se lo proporcionaría de inmediato para que usted pueda responder a su
solicitud97.
57 Pese a los malentendidos, el gobierno colombiano logrará tener un acceso satisfactorio a
las instituciones castrenses francesas al enviar a París en 1894 al coronel Isaías Lujan,
para que siga estudios militares98. El año siguiente, por el contrario, un joven suboficial
del ejército colombiano, Luis Suárez Castillo, enviado por el gobierno, verá cerrársele las
puertas de la Escuela de Artillería de Fontainebleau, por decisión de Cavaignac, ministro
de Guerra. El rechazo es motivado por el carácter confidencial de muchas de las
288
60 El intento de crear una policía moderna, que emprende Carlos Holguín en 1888, simboliza
más que cualquier otro la voluntad regeneradora de imprimir una nueva autoridad a la
sociedad colombiana. Como lo explica Holguín a los miembros del Congreso:
Deseo que le consagréis preferente atención al importante ramo de Policía que en
todos los países civilizados se considera como uno de los agentes más poderosos
para el buen gobierno de los pueblos. En Europa como en los Estados Unidos, es
objeto de grande esmero y minucioso cuidado la organización de estos Cuerpos,
porque ellos son la avanzada, por decirlo así, de los ejércitos para la conservación
de la paz pública y la tranquilidad social, al mismo tiempo que la fuerza
imponderable para todo lo que tiene que ver con la moralidad y las buenas
costumbres101.
61 A finales de los años ochenta, en efecto, las ciudades colombianas no están todavía
dotadas de una verdadera fuerza policial. En la capital, la antigua institución de los
serenos, encargados de vigilar los comercios durante la noche, se había completado en
1873 con un embrión de policía municipal compuesto por 25 agentes. El alcalde de Bogotá,
Cenón Figueredo, consideraba sin embargo imposible el mantenimiento del orden en la
ciudad, que contaba entonces con cerca de 100.000 habitantes, con una fuerza pública tan
diminuta, que contrastaba con la obsesión de la amenaza social cristalizada sobre el
proletariado urbano y las clases peligrosas agazapadas en la sombra de las ciudades 102.
62 En 1888, Holguín tiene al contrario una idea muy precisa de la fuerza policial que requiere
la capital, y aborda en detalle, en su mensaje al Congreso, los problemas esenciales del
reclutamiento, de la probidad, de la instrucción y de la lealtad de los agentes. Una buena
remuneración, fundamental para atraer a la función policial personas honestas, deberá
asegurarles interés y prestigio. Se hacen cálculos acerca del número necesario de policías
para la vigilancia de la capital: a partir de un estudio de la densidad de las fuerzas de
policía en ciudades como Londres, París y Nueva York se concluye que se necesitan por lo
menos doscientos policías en Bogotá. Estos policías deberán recibir una formación
289
rápidamente apreciado por Gilibert, quien elogia su eficacia y dedicación111. Los dos
dividen la ciudad en seis circunscripciones de policía; encuentran los locales que servirán
para instalar cada una de las seis divisiones y mandan a realizar en ellas, así como en el
inmueble otorgado por el Estado para la dirección de la policía, trabajos de reparación; a
pesar de las dificultades del proceso, presentidas anteriormente por Holguín en 1888,
proceden al reclutamiento de 400 policías —el doble de la cifra mínima propuesta por
Holguín— y de 48 oficiales, y mandan a confeccionar los uniformes. El 12 de diciembre el
ministro firma el reglamento general de la policía, elaborado por Gilibert. Las funciones
del nuevo cuerpo, las atribuciones del director, del subdirector, de los comisarios y
agentes, la estructura jerárquica, la repartición en divisiones y los estatutos de la caja de
pensiones se definen detalladamente en las 67 páginas que conforman el reglamento 112. El
primero de enero de 1892, el cuerpo de policía, armado y en uniforme, ofrece su primer
desfile en la capital.
68 Entusiasmado con la magnitud de la labor efectuada con Corena, Gilibert ofrece un
balance optimista de los primeros meses de existencia de la Policía Nacional. El impacto
de su presencia en la ciudad ya es visible: las elecciones presidenciales de 1892
transcurren en paz. Corena lanza la cifra de una reducción del 52% de los crímenes «de
naturaleza personal» en la capital113. En una carta en la que solicita al ministro del
Interior comunicar al gobierno francés su apreciación en cuanto al trabajo realizado,
Gilibert escribe que se siente capaz de «formar un Cuerpo de Policía modelo, de la clase de
los que existen en Europa»114.
69 A pesar del optimismo inicial se perfilan desde los primeros reportes de 1892 varios
obstáculos que no irían sino aumentando durante la década de 1890: el desprestigio de la
función policial, el poco margen de selección para el reclutamiento, la insuficiente calidad
del personal y un contingente demasiado reducido generalizarán rápidamente la idea de
una policía, no sólo poco eficaz, sino también culpable de muchos abusos.
70 El reclutamiento constituye desde el comienzo una de las principales dificultades. La
necesidad de incorporar desde el comienzo más de 400 funcionarios de policía exige una
campaña ambiciosa de «enrolamiento» en la que las recomendaciones personales
desempeñan un papel importante. El ministro del Interior, con el fin de acelerar el
proceso, firma decretos de nombramiento sin consultar siquiera a los interesados, lo que
provoca una oleada de cartas de rechazo. Para evitar su integración al cuerpo de policía,
los funcionarios nombrados autoritariamente invocan problemas de salud, edad
avanzada, nombramiento a otros cargos, enfermedades de la esposa, o de otros familiares.
Pero no todos disfrazan sus verdaderas motivaciones. Un cierto Alejandro Becerra, al
enterarse de su nombramiento para un cargo de comisario, manifiesta su rechazo al
ministro en términos perfectamente claros: «Como yo no he solicitado esta colocación,
ruego muy respetuosamente a Su Señoría se sirva hacerme borrar del Decreto
correspondiente, por perjudicarme [sic] tal vez a mi posición social»115.
71 La degradación que representa el hecho de estar asociado a la institución policial se
extiende igualmente a aquellos que son víctimas de rumores tendientes a relacionarlos
con ella. En 1897, un ciudadano bogotano que se define como «liberal y por consiguiente
enemigo del Gobierno», le escribe al ministro del Interior para informarle que «se ha
afirmado que yo soy o fui policía secreto y policía de seguridad, que equivale a tratárseme
de delator infame [...] tal aseveración me ha herido en el fondo del alma porque soy hombre
de aspiraciones y de honor»116. El solicitante pide una certificación que pruebe que no
291
a una tienda a tomar trago», «haberse dormido estando de centinela dejándose quitar la
cachucha sin apercibirse»125.
75 Ante los numerosos abusos cometidos por los policías, el equipo dirigente no duda en
ordenar despidos. En su informe de 1892, Corena explica que en los cinco primeros meses
y medio de funcionamiento del cuerpo de policía más de la tercera parte de los
funcionarios de policía fueron removidos de sus cargos: 141 agentes y 14 oficiales
«quienes fueron colocados, la mayor parte de ellos, en virtud de muy honorables
recomendaciones»126. En 1894 Gilibert confirma su política de despidos disciplinarios al
ministro:
Por causa de las malas disposiciones del personal, inclinado a la embriaguez y a
cometer otras muchas faltas de gravedad, me he visto obligado a remover
frecuentemente los agentes, y a pedir también la separación de los comisarios que
no han correspondido a la confianza que en ellos ha depositado el Gobierno 127.
76 No obstante, esta política de remociones sistemáticas para luchar contra la delincuencia
policial crea más puestos vacantes, sin que sea posible encontrar personas capaces de
ocuparlos a causa de la escasez de candidatos. En 1894, el ministro del Interior, Luis María
Holguín, señala en su informe al Congreso el círculo vicioso que nace de la renovación
permanente del personal de policía, sabiendo que la eficacia del cuerpo de policía es de
por sí reducida por la insuficiencia numérica de su contingente, que, a pesar de los
constantes reclamos de Gilibert, no logra rebasar los 600 agentes durante la década de
1890, incluso después de las revueltas de enero de 1893 o las de junio de 1894, cuando el
pueblo de Bogotá ataca la casa del ex presidente Carlos Holguín.
El desprestigio de la autoridad
Niños pobres.
Fotografía de Julio Racines, c. 1885.
Museo de Arte Moderno, Bogotá.
80 En 1897, Gilibert llama la atención del ministro del Interior sobre el desarrollo de la
prostitución y del alcoholismo, contribuyendo así a hacer de las chicherías el símbolo de
la degradación moral y la indisciplina social:
De ellas salen los asesinatos, y fraguan en sus oscuros y nauseabundos rincones los
complots más horribles para los golpes de mano, como robos, palizas y homicidios y
finalmente se van embruteciendo sus comensales de la manera más rápida y
lastimosa134.
81 La confusión de las amenazas lleva a describir en términos de moral y de civilización a los
enemigos del orden social y político, en una palabra: a los bárbaros. Así concluye
Wenceslao Jiménez, director de la División de Seguridad, su informe sobre la insurrección
de enero de 1893:
Espectáculos de sangre, de saqueo, de escándalo y de libertinaje como los que
hemos presenciado, exhibidos en una sociedad cristiana, llevan al ánimo la
convicción de que aún no se hallan suficientemente desarrollados los gérmenes y
elementos de civilización y de moralidad y de que aún existe en el seno de nuestros
pueblos la tradición de la barbarie, que es necesario reprimir con mano vigorosa, y
cuán necesario es inculcar el respeto a la autoridad que vela por todos 135.
82 Sin embargo, la represión civilizadora ejecutada por la Regeneración se concentra ante
todo en las conspiraciones políticas. Es obviamente difícil ver en Gilibert a un feroz
partidario de la represión, ya que parece más bien haber defendido cierta neutralidad
política de la institución —el hecho por ejemplo de saber que un policía es un militante
liberal no constituía para él, incluso en los momentos marcados por el peligro de una
insurrección liberal, un motivo suficiente de despido136— pero es un hecho que la policía
es percibida por el público como un instrumento de defensa de las instituciones
consagradas por el régimen. En 1897, Pedro Corena escribe una larga carta al ministro del
295
de la mendicidad, el autor describe con gran violencia verbal los medios populares de
Bogotá. La visita a las viviendas de los indigentes de la ciudad recuerda extrañamente,
explica el autor, los bajos fondos de Londres. Los lazos familiares en esta clase social son
inexistentes, la palabra no tiene valor y los padres no se preocupan en absoluto de la
educación de sus hijos:
La honradez les es desconocida; son embusteros, incumplidos en los tratos, cínicos
en sus raterías; para ellos no existe el séptimo mandamiento, que han borrado del
Decálogo148.
87 La pobreza se debe esencialmente, según Gutiérrez, al alcoholismo, puesto que en lugar
de ahorrar, los artesanos dilapidan todos sus ingresos en las tabernas. A pesar de tanta
irresponsabilidad de los pobres, Gutiérrez no recomienda la fuerza en contra de la
mendicidad sino más bien seguir reforzando las instituciones caritativas. Explícitamente
inspirado en el ejemplo de la caridad inglesa, exalta también el papel del hospital de San
Vicente de Paúl y de la Sociedad de Beneficencia de la capital, y propone la creación de
una Sociedad Protectora de la Clase Obrera que, asistida por consejos auxiliares en cada
barrio, compuestos por el cura, el inspector de policía y una persona notable por su
espíritu cívico, reglamentaría la vida de los humildes149.
88 Poco entusiasmados por las propuestas paternalistas de Gutiérrez, los artesanos
bogotanos se sienten propiamente insultados por sus comentarios ofensivos acerca de su
moralidad. El 13 de enero, un grupo de artesanos cerca a Gutiérrez en una calle de la
capital: «Señor Gutiérrez, Ud. ha cometido una acción infame, quizá todavía es tiempo de
repararla»150.
89 En realidad, ya es demasiado tarde. El 15 de enero un grupo de artesanos y de jornaleros
atacan la casa de Gutiérrez. La insurrección se generaliza con los gritos de «¡Abajo el
Gobierno!», «¡Muerte al Gobierno!», y «¡Viva el partido radical!». Los policías que
intentan contener el motín son desbordados. La cólera popular se vuelve entonces contra
la Policía Nacional y las comisarías son el primer blanco. Cinco de las seis comisarías de
barrio con que cuenta la ciudad son saqueadas, dejando un agente muerto y 20
gravemente heridos. La muchedumbre se lanza contra la sede de la Policía en donde
Gilibert está atrincherado con 120 hombres. Gilibert relatará en estos términos en una
carta al director de la Seguridad General francesa los tres ataques sucesivos al puesto de
policía:
Una multitudinaria horda de salvajes —ese es el calificativo que se merecen—
arremetió contra ella [la dirección de la policía nacional] con todo tipo de armas, y
quería invadirla. Después de haber empleado todos los recursos de la moderación y
para evitar que nos masacren me vi en el apuro de ordenar el fuego; porque debo
decirle que todos los agentes llevan remingtons. Es este acto de energía lo que
también salvó los archivos del inmueble de la Dirección. Yo no conozco con
precisión el saldo de heridos; en cuanto a los muertos fue de 21. Durante todo el día
y al día siguiente reinaba el terror en la ciudad, que fue declarada en estado de sitio.
Por todas partes bandas de fieras gritaban: «¡abajo el gobierno, abajo la policía,
muera el francés Gilibert!»151.
90 El gobierno, que decide mandar la tropa, retoma progresivamente el control de la
situación. Miguel Antonio Caro, quien estaba descansando en Ubaque, decreta el estado
de sitio el 16 y la represión es aplastada la misma noche. Caro le envía entonces un
telegrama a Núñez: «Motín no político sofocado. Reina tranquilidad completa»152.
91 Las dos jornadas de disturbios arrojan el siguiente balance: cuatro comisarías destruidas,
un buen número de casas saqueadas entre las cuales figuran la de Gutiérrez Isaza, la del
297
alcalde de Bogotá, la del general A. B. Cuervo, ministro del Interior, y la de un juez de paz,
así como el edificio de las religiosas del Buen Pastor donde se encontraban 270 detenidas
153. El Panóptico, atacado varias veces desde el exterior sin éxito, es también teatro de un
público: las instalaciones de la Policía Nacional, la casa del ministro del Interior y de
varios funcionarios de justicia, el colegio de los salesianos y las cárceles 158.
94 Cuando Gilibert renuncia finalmente en junio de 1898, el balance de los primeros años de
funcionamiento de la Policía Nacional es bastante desalentador. La ineficacia, el
alcoholismo, los abusos cometidos por los policías, el círculo vicioso de los despidos por
motivos disciplinarios, las manipulaciones políticas, la hostilidad popular, la resistencia
del gobierno a aumentar los efectivos de la policía y las dificultades cotidianas de todo
tipo habían erosionado progresivamente su entusiasmo. Su primera renuncia de 1894 no
había sido aceptada por el ministro y su contrato, renovado cada dos años, lo llevó a
dirigir la Policía Nacional hasta 1898. En su carta de renuncia definitiva justifica su
decisión por el hecho de no querer «asumir por más tiempo responsabilidades con que no
puedo gravarme»159 y señala que el reclutamiento es un problema prioritario para evitar
que la policía sea «una constante amenaza para la sociedad, como desgraciadamente ha
habido varios ejemplares»160.
95 Los promotores oficiales del orden público comienzan a entender la dificultad de crear
una autoridad aceptada por la sociedad. La reticencia de los colombianos a trabajar en la
policía, el progresivo desprestigio de la institución debido a su ineficacia, su politización y
los abusos de sus agentes plantean serios obstáculos a la realización del sueño del orden
público. En 1898, poco después de la renuncia de Gilibert, el ministro Antonio Roldán
ofrece un elocuente retrato de los siete primeros años de funcionamiento de la policía y
del desprestigio reinante sobre la función policial:
299
Esta creencia, emanada de una falsa idea de lo que es la Policía, y acaso también de
una suspicacia política que pretende ver siempre y en todas partes agentes del
Gobierno espiando conspiraciones, ha causado ya graves contrariedades; pues al
propio tiempo que la dignidad personal —que algunos imaginan ser cualidad
exclusiva de las clases privilegiadas— aleja a los hijos del pueblo de una colocación
en que prestarían a su patria útiles servicios, se obliga al Gobierno las más de las
veces, a enganchar individuos que carecen de las condiciones indispensables para
desempeñar el empleo. No debemos, sin embargo, desesperar 161.
96 Mientras se acerca el final del siglo XIX, las desilusiones del orden importado se vuelven
ineludibles. Las sucesivas iniciativas de importación institucional lograron en raras
oportunidades producir los resultados esperados por sus promotores, insuficientemente
atentos a analizar sus probabilidades de éxito en el contexto nacional. En este sentido, la
dificultad inicial de la importación institucional —la contratación en Europa de los
agentes de la modernización, sea educativa, militar, policial o religiosa— había ocultado
otra dificultad mucho mayor: la aceptación de estas instituciones por la sociedad
colombiana.
97 Entre las diversas importaciones institucionales, la de las congregaciones religiosas es sin
duda la que más rápidamente satisface a sus promotores y responde a sus objetivos. A los
diez años de su firma, la supresión del Concordato desaparece del programa político
liberal. En eso, la importación católica puede considerarse exitosa. Núñez había
comprendido que el Estado por sí solo no tendría la fuerza de construir el orden en
Colombia y, a pesar de las tensiones políticas y sociales provocadas por el establecimiento
de congregaciones europeas en el país, un relativo modus vivendi en torno a la labor de los
clérigos europeos se perfila. El resto del cuadro es más pobre, y el naufragio de la
importación estatal contrasta notablemente con la eficacia de la importación religiosa. En
la búsqueda del orden público, la impresión de fracaso, de desilusión, se impone a pesar
del optimismo de la retórica oficial.
98 La exageración de las esperanzas depositadas en los modelos importados parecía de
entrada prometer a sus promotores algunas desilusiones. Para oponerse a los
conservadores y a la Iglesia, quienes basan su estrategia de poder en una reconstitución
del tejido social a través de una red de asociaciones caritativas, religiosas y educativas, los
radicales tratan de derrotarlos en su propio terreno imponiendo una educación laica,
organizada y controlada por el poder central. Pero es demasiado tarde ya: el instrumento
recién importado revela su debilidad frente a una fuerza de movilización construida
durante dos décadas por los conservadores. Por otra parte, la insistencia de los gobiernos
de la Regeneración en imponer a la sociedad instituciones represivas que no logran hacer
funcionar satisfactoriamente, revela también un serio error de apreciación sobre la
posibilidad de crear autoridad con la sola reproducción de las instituciones europeas en
Colombia.
99 Los modelos importados revelan también su capacidad para generar efectos exactamente
inversos a los esperados. Pensar que la imposición, en todo el país, de un sistema
educativo único iba a engendrar la homogeneidad requerida por el Estado radical revela
un serio error de diagnóstico: el sublevamiento en 1876 de los conservadores del Cauca en
contra de la nueva política educativa prefigura por el contrario la pérdida del poder por
los liberales y su larga exclusión del juego político. Pensar que el establecimiento de un
aparato represivo iba automáticamente a crear autoridad y obediencia revela también
otro gran error de diagnóstico, cometido esta vez por los regeneradores. El autoritarismo,
esencialmente intencional, de los gobiernos de Holguín y Caro, justificado
300
NOTAS
1. Marco Palacios ve en Rafael Núñez el tipo exacto del «líder que propone pero no ejecuta»:
«Produce la visión, omitiendo si se quiere la ideología; escribe permanentemente, da realmente la
línea política general, pero no está implementándola». Aspectos polémicos de la historia colombiana
del siglo XIX. Memoria de un seminario [en adelante: Aspectos...], Bogotá, Fondo Cultural Cafetero,
1983, p. 84.
2. El término de nacionalistas designa, en las dos últimas décadas del siglo, a los conservadores
favorables al régimen, por oposición a los conservadores históricos, quienes se oponen al
autoritarismo y al centralismo del gobierno. En 1900, los históricos, aprovechando el
debilitamiento del gobierno provocado por la insurrección liberal que iría a desembocar en la
301
guerra de los Mil Días (1899-1902), destituyen al viejo Manuel Antonio Sanclemente —sucesor de
Caro en 1898— poniendo así un término a la experiencia política de la Regeneración.
3. Carta de R. Núñez a T. C. Mosquera, El Havre, julio 4, 1869, ACC, FM, D51724.
4. M. Garrido evoca así ese proceso de aceleración, ese sentimiento de urgencia que caracteriza la
evolución política de la Regeneración: «Ante las dificultades encontradas para llevar adelante las
reformas políticas y económicas, el discurso del nuevo orden que habrá sido expuesto
principalmente entre 1880 y 1882, va sufriendo una evolución transdiscursiva hacia el discurso
autoritario de urgencia». M. Garrido, La regeneración y la cuestión nacional estatal en Colombia, Bogotá,
Banco de la República, Programa Centenario de la Constitución, 1986, p. 66. Al punto de que
Núñez llegará a expresar sus temores de haber ido demasiado rápido: «Cada día me persuado más
de que anduvimos demasiado aprisa cuando cambiamos de cucarda: el gorro frigio por el león», le
escribirá a Caro. Ibid.
5. Cf. J. M. Quijano Wallis, Memorias autobiográficas, histórico-políticas y de carácter social,
Grottaferrata, Tipografía Italo-orientale, 1919, pp. 407-408.
6. R. Núñez, La reforma política en Colombia, t. 3, Bogotá, Editorial ABC, 1945, p. 111. Cf. también el
elogio a Gambetta por M. Rivas, Viajes por Colombia, Francia, Inglaterra y Alemania, Bogotá, Imprenta
de Fernando Pontón, 1885, p. 672, y a Thiers por J. M. Quijano Wallis, op. cit., pp. 179-182.
7. Carta de G. Mallarino al M. A. E., junio 12, 1890, AMAE, ADP, Colombia, caja N° 3.
8. Pres. 1880, p. 3.
9. Discurso de Rafael Núñez al Consejo de Delegatarios, Bogotá, noviembre 11, 1885, citado en Núñez
y Caro 1886. Documentos del Simposio Núñez-Caro, Cartagena, mayo de 1986, Bogotá, Banco de la
República, 1986, p. 46.
10. Pres. 1888, p. 14.
11. Cf. documentos de F. de Lesseps, 1887, AMAE, ADP, Colombia, caja N° 2.
12. M. Rivas, op. cit., pp. 123-124.
13. El conservador Nicolás Tanco Armero, quien fue el único colombiano de la época que viajó al
Extremo Oriente para organizar la inmigración china hacia Cuba, contribuyó con sus obras a
reforzar en la mente de los colombianos cultos la idea de la barbarie asiática. Cf. N. Tanco
Armero, Viaje de Nueva Granada a China y de China a Francia, París, Simon Raçon, 1861, y Recuerdos
de mis últimos viajes: Japón, Madrid, Rivadeneyra, 1888.
14. R. Méndez, Emigración e inmigración, Cartagena, Mogollón Editor, 1915, p. 177.
15. El Conservador, Bogotá, octubre 11, 1900.
16. Anales de la Cámara de Representantes, Bogotá, septiembre 20, 1892, p. 240.
17. Colombia Cristiana, Bogotá, diciembre 7, 1892.
18. Ibid., noviembre 9, 1892, p. 46.
19. «Esa especie de inmigración es la única que me parece posible y de buenos efectos por ahora».
Pres. 1888, p. 2.
20. Carta de A. Llopis al presidente de la República de Colombia, Barcelona, julio 27, 1889,
documentos A. B. Cuervo, BLAA, Mss. 31, pieza 112.
21. El Orden, Bogotá, abril 14, 1894.
22. El Agricultor, Bogotá, N°. 6, diciembre de 1894, p. 272.
23. Ins. 1882, p. 7.
24. Ins. 1883, doc, p. 7.
25. Carta de C. Siegert al secretario de Instrucción Pública, Bogotá, junio 28, 1880, Ins. 1881, doc, p.
85.
26. Carta de E. Santamaría al secretario de Instrucción Pública, Bogotá, julio 5, 1880, Ins. 1881, doc,
p. 88.
27. Ins. 1882, p. 4.
28. Carta de R. Núñez a M. Vélez, diciembre 2, 1886, Cartagena, Cartas a Marceliano Vélez,
1885-1891, BLAA, Mss. 674, pieza 34.
302
92. «En el año entrante pienso dedicarme al estudio de la milicia para ayudar a formar la nuestra
i a expedir el código militar de la Unión, a mi regreso al país». Carta de Sergio Camargo a
Salvador Camacho Roldán, Londres, octubre 31, 1878, ACH, FSCR.
93. Rel. 1888, doc., pp. 103-104.
94. Carta de A. Llopis a R. Núñez, Barcelona, julio 27, 1889, documentos A. B. Cuervo, BLAA, Mss.
31, pieza 112.
95. O más precisamente se la recrea: la Academia ya había sido fundada por Mosquera durante su
primer mandato presidencial. Cf. capítulo 1, «Los instrumentos importados de la construcción
nacional» y A. León Atehortúa & H. Vélez, Estado y Fuerzas Armadas en Colombia, Bogotá, Tercer
Mundo, 1994, p. 36.
96. Carta de G. Mallarino al M.A.E., febrero 5, 1892, AMAE, ADP, Colombia, Caja N°. 3.
97. Carta del jefe de despacho del ministro de Guerra al M.A.E., febrero 12, 1892, ibíd.
98. Carta de G. Mallarino al M.A.E., febrero 2, 1894, ibíd.
99. Carta del ministro francés de Guerra al M.A.E., París, diciembre 5, 1895, ibíd..
100. Pierre d’Espagnat, Souvenirs de la Nouvelle-Grenade, París, Eugène Fasquelle, 1901, p. 216.
101. Gob. 1888, p. 65.
102. Cf. Óscar de J. Saldarriaga Vélez, «Bogotá, la Regeneración y la policía, 1880-1900», Revista
Universidad de Antioquia, Medellín, enero-marzo, 1988, vol. LV: 211, pp. 37-55, e Historia de Bogotá,
Bogotá, Fundación Misión Colombia, Villegas Editores, 1988, t. II, capítulo IV: «Delincuentes
policías. La Policía y sus problemas», pp. 113-128.
103. Gob. 1888, p. 65.
104. Ibíd., p. 66.
105. Gob. 1892, doc., p. 116.
106. Carta de G. Mallarino al M.A.E., mayo 28, 1891, AMAE, ADP, Colombia, Caja N°. 3.
107. Carta del M.A.E., Ribot, al ministro del Interior Constans, junio 4, 1891, ibíd.
108. Carta de Léon François Mouchot al director de la Seguridad General francesa, junio 10, 1891,
ibíd.
109. Carta del director de la Seguridad General francesa al M.A.E., ibíd.
110. Una copia del contrato en francés se encuentra en la caja N°. 3 de la serie AMAE, ADP,
Colombia. Una versión española está publicada en Gob. 1892, doc, pp. 120-121.
111. Gob. 1892, doc, p. 152.
112. Reglamento general de la policía nacional de Bogotá, Bogotá, Imprenta de El Telegrama, 1891.
113. Gob. 1892, doc, p. 157.
114. Carta de Gilibert al ministro del Interior colombiano [en adelante: M. I.], febrero 27, 1892,
AGN, PN, t.1, f. 182.
115. Carta de A. Becerra al M. I., diciembre 17, 1891, ibíd., 1.1, ff. 78-79.
116. Carta de Carlos Oramas Uscátegui al M. I., abril 27, 1897, ibíd.
117. Carta de Gilibert al M. I., diciembre 21,1891, ibíd., t. 1, ff. 90-91.
118. Ibíd., febrero 6, 1892, t. 1, f. 47.
119. Carta de Gilibert al M. I., citada en Óscar de J. Saldarriaga Vélez, op. cit., p. 55.
120. Gob. 1892, p. 157.
121. Ibíd., p. 153
122. Carta de Eudora Moreno a Gilibert, enero 9, 1892, AGN, PN, t. 1, f. 113.
123. Carta de Gilibert al M. I., marzo 1°., 1894, ibíd., t. 3, ff. 739-740.
124. Carta de A. Pomareda Tanco a Gilibert, julio 17,1892, ibíd., t. 1, f. 382.
125. Hoja de servicio del agente Siervo González, ibíd., t. 6, f. 68.
126. Gob. 1892, doc, p. 156.
127. Carta de Gilibert al M. I., julio 24, 1894, AGN, PN, t. 3, ff. 866-869.
128. Cf. Gob. 1892, Gob. 1894, Gob. 1896, y Gob. 1898.
305
129. «Las pocas estadísticas sugieren que en la segunda mitad del siglo XIX el poder de compra de
los jornales de los altiplanos cayó a la mitad, frente a cuatro productos básicos de la dieta (maíz,
carne, harina de trigo y papa)». M. Palacios, Entre..., p. 28.
130. Cf. E. Gutiérrez Cely, «Nuevo movimiento popular contra el laissez-faire: Bogotá, 1875»,
Universitas Humanística, Bogotá, marzo, 1982, pp. 177-212.
131. M. Palacios, Entre..., p. 54.
132. Cf. capítulo 8, «De la subversión europea a la subversión nacional».
133. Carta de Ignacio Caycedo al M. I., enero 7, 1892, AGN, PN, t. 1, f. 107.
134. Carta de Gilibert al M. I., agosto 25, 1897, AGN, PN, t. 5, ff. 708 y sigs.
135. Informe de Wenceslao Jiménez a Gilibert, enero 22, 1893, ibíd., t. 2, f. 476.
136. En 1893, un vecino de Facatativá denuncia la presencia de un liberal, ex partidario del
dirigente liberal R. Gaitán Obeso, escondido bajo una falsa identidad en las filas de la Policía
Nacional. Puesto que el agente era apreciado por su jerarquía esta denuncia no tuvo ningún
efecto. Cf. AGN, PN, t. 2, f. 744.
137. Carta de P. Corena al M. I., diciembre 23,1897, ibíd., t. 6, f. 864.
138. «Todavía Gilibert», El Rayo X, Bogotá, diciembre 24, 1897.
139. Rectificación de Gilibert dirigida al periódico El Rayo X, enero 13, 1898, AGN, PN, t. 6, f. 20.
140. Carta de Wenceslao Jiménez a Gilibert, febrero 8, 1893, AGN, PN, t. 2, ff. 520-521.
141. Carta de Gilibert al M. I., abril 3, 1894, ibíd., t. 4, f. 779. Cf. Mario Aguilera Peña y Renán Vega
Cantor, Ideal democrático y revuelta popular. Bosquejo histórico de la mentalidad política popular en
Colombia, 1781-1948, Bogotá, Fondo Editorial Instituto María Cano, 1991, pp. 172-174.
142. Cartas de Gilibert al M. I., agosto 12,1894, AGN, PN, t. 4, f. 882 y Teófilo Vélez a Gilibert,
octubre 28,1894, ibíd., t. 4, ff. 998-999.
143. «En el año pasado fue la Policía Nacional la que impidió en gran parte el inaudito atentado
que se tramaba en la capital contra los poderes públicos establecidos y residentes en ella».
Informe de Gilibert, Gob. 1896, doc.
144. «Crónica electoral», El Conservador, Bogotá, abril 28, 1896, p. 106.
145. Gob. 1892, p. XLVII.
146. AGN, PN, t. 6, f. 940.
147. Gob. 1898, p. XXV.
148. Colombia Cristiana, Bogotá, diciembre 14, 1892, pp. 84-85.
149. Ibid., diciembre 28, 1892, pp. 101-102.
150. El Heraldo, Bogotá, enero 14, 1893.
151. Carta de Gilibert al director de la Seguridad General francesa, enero 25, 1893, AMAE, ADP,
Caja N°. 3.
152. Telegrama de M. A. Caro a R. Núñez, enero 22, 1893, Epistolario de Rafael Núñez con Miguel
Antonio Caro, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1977, p. 126.
153. «Quedó igualmente comprobado que los amotinados, convertidos en lapidadores, atacaron a
la Policía Nacional en sus cuarteles, destruyeron sus archivos e inutilizaron los locales de algunas
comisarías; que abrieron las puertas de las prisiones correccionales de donde se fugaron más de
doscientas mujeres que purgaban allí sus faltas con arreglo a la ley; que rompiendo puertas y
ventanas penetraron en casas de funcionarios públicos, destruyeron mobiliarios y perturbaron el
bienestar de las familias; y que en las calles de la ciudad destruyeron muchos elementos del
alumbrado público». Gob. 1894, p. V.
154. El Heraldo, Bogotá, enero 25, 1893.
155. David Sowell estima que el número de muertos del lado de los insurgentes es de 40 a 45
hombres. Cf. D. Sowell, «The 1893 Bogotazo: Artisans and Public Violence in Late Nineteenth-
Century Bogotá», Journal of Latin American Studies, Londres, N°. 21, mayo, 1989, p. 275.
156. El Orden, Bogotá, enero 23, 1893.
157. Ibíd.
306
158. Evocando una carta en la que José Leocadio Camacho, presidente de la Sociedad Filantrópica
hace notar a Rafael Núñez que los insurgentes atacaron solamente los símbolos de la autoridad
gubernamental, David Sowell concluye que la reorganización acrecentó las tensiones sociales en
la capital: «Por su acción colectiva la multitud buscó hacer justicia en diferentes niveles: censurar
a Gutiérrez por sus ataques contra los artesanos, castigar a la policía por su protección al autor y
tal vez también como una consecuencia más profunda de la alienación que surge de la
reorganización del cuerpo de policía y, finalmente, censurar al gobierno por su fracaso en aplicar
la restricción de la libertad de prensa y en proveer un ambiente económico estable para vivir y
trabajar». D. Sowell, op. cit., pp. 280-281.
159. Carta de Gilibert al M. I., junio 3,1898, ibíd., t. 6, ff. 160-161.
160. Gob. 1898, doc, p. 62.
161. Gob. 1898, p. XXIV.
162. M. Samper, «Las reformas y el cesarismo», Selección de escritos, Bogotá, Instituto Colombiano
de Cultura, 1977, p. 280.
163. Ibíd., p. 281.
164. Ibíd., p. 289.
307
Conclusión
El cosmopolitismo inicial
4 En este sentido, el Estado-nación aparece como un proyecto necesariamente cosmopolita.
El nacionalismo, esbozado lentamente al ritmo de las luchas políticas, revela también ese
cosmopolitismo inicial: en sus fuentes y en sus modelos de inspiración, en el recorrido de
sus artífices, y en su articulación esencial con el exterior, el nacionalismo es,
inevitablemente, cosmopolita. La poca integración de un país como Colombia en la
economía mundial podría llevar a pensar en un verdadero aislamiento: el estudio
histórico, sin embargo, lo desmiente. Desde el comienzo, Colombia participa de la
modernidad occidental, por lo menos en su vertiente más universal: los debates.
5 Consecuencia de ese cosmopolitismo original, la referencia a las naciones europeas invade
el debate público y se impone como componente central de la política colombiana.
Central, porque ofrece a los actores políticos respuestas, argumentos, discursos, normas,
modelos e instrumentos útiles para su doble ambición: construir su propia legitimidad y
construir el Estado.
6 La recurrencia de la referencia europea en el debate público colombiano revela por tanto
una dinámica interior, nacional. Quienes trabajan por captar, adaptar, transponer y
difundir los discursos europeos son actores nacionales. La referencia a Europa es un
patrimonio compartido: ningún grupo político la monopoliza. Todos, en modalidades
distintas, hacen referencia a las naciones adelantadas de Europa: artesanos, liberales
radicales, draconianos, mosqueristas o independientes, conservadores históricos o
nacionalistas; en el siglo XIX no existe ninguna fuerza política colombiana que no recurra
a los argumentos importados de la civilización. El europeísmo no tiene bandera: bajo
distintas modalidades, todos los programas políticos llevan la marca de un inevitable
cosmopolitismo; todos los actores políticos son europeístas. Difundida por actores
nacionales, la referencia europea se impone, bajo múltiples facetas, como un fenómeno
endógeno, inscrito en el corazón de la dinámica política colombiana: en una palabra,
como un objeto de historia nacional.
7 Si la presencia de la referencia a Europa es tan obsesiva, si es tan manoseada por los
actores del debate público colombiano, es porque es útil y funcional para sus estrategias.
La necesidad de argumentos, de herramientas y de modelos explica la participación de los
actores nacionales en las tareas de difusión política: la circulación de noticias, de ideas, de
modelos europeos es obra de los colombianos que leen, viajan, observan, traducen,
publican, escriben, debaten. La referencia a Europa, práctica, pragmática, responde más a
un interés bien comprendido que a una ciega voluntad de imitación. El «genio imitador»
no existe, de la misma manera que no existe una hipotética «influencia» directa de tal o
cual país europeo sin la mediación de los actores nacionales; lo que sí existe, es el genio
instrumental de la política, que lleva a los protagonistas del debate público a escoger
libremente en el arsenal de normas y discursos que ofrecen entonces los países europeos.
8 La referencia a Europa, instrumental y manejada por los actores de la política colombiana,
refleja inevitablemente los conflictos nacionales. Es en los terrenos conflictivos donde los
ejemplos europeos se esgrimen con mayor intensidad: la Europa que se invoca en el
debate político es, por esencia, una Europa polémica. La lógica del conflicto engendra una
avalancha de argumentos importados de Europa; un mecanismo observable desde los
tumultuosos años de mediados de siglo, en los que la creciente práctica de movilizar al
pueblo, por el voto o por la guerra, alimenta la necesidad de una afluencia permanente de
309
argumentos de combate. La manipulación del pueblo exige, desde luego, poder material;
pero también exige consignas y denuncias del adversario. La referencia europea viene a
reforzar las líneas divisorias trazadas por toda empresa de movilización popular: la
precoz politización de la sociedad colombiana garantiza una incesante renovación de
discordias importadas. Si se denuncia con tanta vehemencia la amenaza de la impiedad
europea o, al contrario, del complot papista, tal vez no sea tanto porque estas amenazas
sean reales para el país, sino porque les sirven a los dirigentes políticos para cerrar las
filas en su propio campo. A la hora de disputarle al partido adverso el control del pueblo,
la función movilizadora de la denuncia se pone a prueba. Para dar más solidez a una
pirámide social frágil, se necesita, ante todo, una representación diabolizada del enemigo;
y aunque el pueblo, de manera general, no logra imponerse como actor político
autónomo, suscita en cambio, en tanto objeto de movilización, la suficiente competencia
entre los grupos políticos protagonistas como para engendrar una verdadera inflación
retórica. Durante todo el siglo XIX, tanto la invocación de Europa como su denuncia
desempeñan ese papel esencial en la política colombiana.
9 La estela del conflicto político delinea una Europa necesariamente antagónica, dividida y
binaria. La referencia a Europa se convierte en una guerra de las representaciones
europeas. En efecto, toda referencia positiva a Europa llama su contrario: enfrente de
cada Europa ideal hay una Europa amenazante. Déspotas, papas, jacobinos, burgueses,
aristócratas, proletarios, nihilistas, suicidas y comuneros se codean en el esperpento
europeo enarbolado en el debate político nacional. La permanencia de Europas
imaginarias, aún una vez asentada la costumbre del viaje transatlántico entre los grupos
dirigentes, revela que es conveniente para ambos bandos conservar su arsenal de
representaciones amenazantes.
10 La referencia europea no sólo es una herramienta partidista; también es un instrumento
útil para las elites, deseosas de defender una jerarquización social todavía rígida, pero
cuya fragilidad comienza a percibirse. La búsqueda de la distinción social a través del
viaje a Europa lo revela: la indiferenciación social evocada por la política moderna y la
conciencia tocquevilliana de una evolución ineluctable hacia más igualitarismo crean
también una necesidad renovada de referencias. Habiendo renunciado, cuando los tenían,
a sus títulos nobiliarios, los patricios hispanoamericanos recurren a otros modos de
distinción social. Desde luego, innumerables signos materiales los distinguen de la plebe;
pero el acceso a Europa incrementa su distinción, su prestigio, al mismo tiempo que
ofrece un santuario donde sustraerse a la siempre amenazante barbarie nacional. Así, la
búsqueda de la legitimidad social brindada por Europa aumenta a medida que se
desvanecen, lentamente, las rígidas estructuras sociales heredadas de la Colonia, aunque
la crítica de esta inflación de referencias exteriores emane precisamente de quienes ven
con mayor inquietud borrarse las jerarquías coloniales. La historia de la competencia por
la adquisición de signos de distinción social evoca una incesante carrera: los signos de
distinción reservados en un comienzo a las elites se democratizan progresivamente, al ser
apropiados a medida que quienes aspiran a que se reconozca su ascenso social los van
utilizando. Las elites los abandonan o los reivindican de manera diferente, tratando de
desacreditar el uso que de ellos hacen los advenedizos. La historia del viaje a Europa en la
sociedad colombiana del siglo XIX ofrece una perfecta ilustración de este fenómeno.
11 General pero conflictiva, la referencia a Europa revela así una complejidad suplementaria,
vinculada con su ambivalencia, con su inevitable ambigüedad. A la hora de denunciar a
sus adversarios mediante la utilización del ejemplo europeo, los actores políticos, antes
310
20 El estudio del discurso nacionalista forjado por los dirigentes de la Regeneración, conduce
a entrever el predominio de la definición negativa, de la definición por el enemigo.
Colombia no era industrial y debía dejar de querer serlo; no estaba sometida a la
influencia subversiva europea y era lo mejor que le podía suceder. Con excepción del
catolicismo, que constituye sin duda la única definición afirmativa, positiva, los otros
elementos de definición son negativos y aparecen deduciendo lo que Colombia no es. La
empresa, muy hábil, de los ideólogos de la Regeneración consiste en reivindicar como
representación nacional precisamente aquello que Colombia no es. La habilidad de esta
empresa no conduciría, sin embargo, a dar un verdadero contenido a los grandes rasgos
de la autodefinición nacional. El discurso nacionalista de la Regeneración se ajusta mal a
un país ya caracterizado por una politización precoz de las masas, por una débil autoridad
del Estado y de la Iglesia y por la búsqueda incesante de una inspiración cosmopolita por
parte de los grupos dirigentes. Sumisión, respeto a la autoridad eclesiástica, sentimiento
de unidad, rechazo a la modernidad material, aislamiento y voluntad de protegerse de las
influencias externas: estos elementos de una definición nacional, impuesta a la sociedad
colombiana a finales del siglo XIX, se chocan con la realidad, la cual, si no les es
totalmente contraria, les plantea serias objeciones, como si la definición nacional
propuesta al país debiera servir para contrabalancear su realidad por el verbo, debiera
exorcizar, por la magia de la palabra, las características —los defectos, las taras, habrían
dicho los regeneradores— de la sociedad colombiana. Además de este truco retórico, de
esta transformación en elementos de autodefinición nacional de las características
sentidas como taras por los liberales —la ausencia de industrialización, el insuficiente
contacto con la modernidad exterior, la superstición y la herencia hispánica—, la obra de
los regeneradores consiste también en construir un discurso nacionalista precisamente
en los lugares donde la sociedad colombiana no corresponde a su ideal de sociedad. El
espíritu de disciplina es débil: es necesario convencer a los colombianos de que ellos son
disciplinados. La percepción de una unidad nacional es casi inexistente: es necesario
elaborar un discurso que los convenza de que están unidos por un nacionalismo común. El
sentimiento religioso es insuficiente, a pesar de los esfuerzos de educación y de
evangelización: es necesario reforzarlo por medio de un discurso sobre la nación católica.
En otras palabras, la empresa regeneradora trata de llenar con el discurso el vacío dejado
por la debilidad del Estado y de la Iglesia. El verbo compensa las insuficiencias de la
construcción nacional y se impone en algunos terrenos como una herramienta alternativa
de creación del Estado-nación.
21 No se trata, evidentemente, de invertir el discurso de la Regeneración, que afirma que la
esencia católica y tradicional del país fue violentada por la tiranía de las utopías
importadas y de afirmar por el contrario que se trata de un país ya sumergido en la
modernidad política, pero refrenado por un neotradicionalismo tardío. Esto, además de
ser inexacto, no tendría sentido: la Colombia decimonónica no es por esencia ni liberal ni
conservadora. Se trata más bien de llamar la atención sobre el hecho de que su
trayectoria política particular —hecha con poco Estado, un liberalismo precoz y mucha
manipulación del pueblo—, se acomoda mal con un intento de construcción nacional
basado en el mito de la homogeneidad cultural y la disciplina social. El discurso de la
cohesión nacional tenderá más bien, al asignar autoritariamente al pueblo una postura de
sumisión, a agravar la violencia de la explosión social en el momento en que la estructura
jerárquica de la sociedad comenzaría realmente a disgregarse: es la historia del siglo XX
colombiano.
314
Bibliografía
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Secretaría de Relaciones Exteriores, 1881-1885.
SANTAMARÍA, Eustacio,
Memoria del Secretario de Relaciones Esteriores dirijida al Presidente de la Unión para el Congreso de 1881,
Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos, 1881.
CALDERÓN, Clímaco,
Memoria del Secretario de Relaciones Exteriores presentada al Congreso Nacional de 1882, Bogotá,
Imprenta de Colunje y Vallarino, 1882.
BECERRA, Ricardo,
Memoria de Relaciones Exteriores presentada al Presidente de la Unión por el Secretario que estuvo
encargado de dicho departamento, en el período trascurrido desde el 11 de febrero hasta el 23 de julio de
1881, Bogotá, Imprenta de Echeverría Hermanos, 1882.
QUIJANO WALLIS, José María,
Memoria del Secretario de Relaciones Exteriores dirigida para el Congreso de 1883, Bogotá, Imprenta de
«La Luz», 1883.
PÉREZ, Julio E.,
Memoria del Secretario de Relaciones Exteriores presentada al Congreso Nacional de 1884, Bogotá,
Imprenta de «La Luz», 1884.
TANCO, Mariano,
Memoria del Secretario de Relaciones Exteriores dirigida al Presidente de la Unión para el Congreso de 1885,
Bogotá, Imprenta de Zalamea Hermanos, 1885.
Secretaría de Instrucción Pública, 1881-1884.
PÉREZ, Rafael,
Memoria del Secretario de Instrucción Pública dirijida al Presidente de los Estados Unidos de Colombia para
el Congreso en sus sesiones de 1881, Bogotá, 1881.
BECERRA, Ricardo,
Memoria del Secretario de Instrucción Pública correspondiente al año de 1881, Bogotá, 1881.
URUETA, Rufo,
Memoria del Secretario de Instrucción Pública, Bogotá, 1882.
URIBE, José Vicente,
Memoria del Secretario de Instrucción Pública correspondiente al año de 1883, Bogotá, 1884.
Secretaría de Fomento, 1881-1885.
OBREGÓN, Gregorio,
Memoria que el Secretario de Fomento dirije al Presidente de los Estados Unidos de Colombia, Bogotá,
1881.
GONZÁLEZ LINEROS, Narciso,
Memoria que el Secretario de Fomento dirije al Presidente de los Estados Unidos de Colombia, Bogotá,
1882.
326
REINALES, Buenaventura,
Memoria que el Secretario de Fomento dirije al Presidente de la Unión, Bogotá, 1884.
BORRERO, Napoleón,
Memoria del Secretario de Fomento, dirigida al Presidente de la Unión para el Congreso de 1885, Bogotá,
1885.
Con la adopción de la nueva Constitución en 1886, las Secretarías de Estado creadas en 1881 pasan a
ser Ministerios, con responsabilidades nacionales mucho más amplias.
Ministerio de Gobierno, 1888-1898.
HOLGUÍN, Carlos,
Memoria del Ministro de Gobierno de Colombia al Congreso Constitucional de 1888, Bogotá, 1888.
OSPINA CAMACHO, José Domingo,
Informe presentado por el Ministro de Gobierno al Congreso de la República en 1890, Bogotá, 1890.
DELGADO, Evaristo,
Informe del Ministro de Gobierno de Colombia al Congreso Constitucional de 1892, Bogotá, 1892.
HOLGUÍN, Luis María,
Informe que presenta el Sub-Secretario encargado del Ministerio de Gobierno de Colombia al Congreso
Constitucional de 1894, Bogotá, 1894.
ROBAYO, Antonio W.,
Informe que el Sub-Secretario encargado del Ministerio de Gobierno de Colombia presenta al Congreso
Constitucional de 1896, Bogotá, 1896.
ROLDÁN, Antonio,
Informe presentado por el Ministro de Gobierno de Colombia al Congreso Constitucional de 1898, Bogotá,
1898.
Ministerio de Relaciones Exteriores, 1888-1898.
RESTREPO, Vicente,
Informe que el Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Colombia dirige al Congreso
Constitucional de 1888, Bogotá, Casa editorial de J. J. Pérez, 1888.
ROLDAN, Antonio,
Informe del Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Colombia al Congreso Constitucional de
1890, Bogotá, Imprenta de la Nación, 1890. SUÁREZ, Marco Fidel, Informe que el Sub-Secretario de
Relaciones Exteriores encargado del Despacho de Relaciones Exteriores dirije al Congreso de 1892, Bogotá,
Imprenta de Echeverría Hermanos, 1892.
— Informe dirigido al Congreso de 1894 por el Ministro de Relaciones Exteriores, Bogotá, Zalamea
Hermanos, 1894.
HOLGUÍN, Jorge,
Informe del Ministro de Relaciones Exteriores al Congreso de 1896, Bogotá, Imprenta de Antonio M.
Silvestre, 1896.
GÓMEZ RESTREPO, Antonio,
Informe que el Sub-Secretario de Relaciones Exteriores encargado del Despacho presenta al Congreso de
1898, Bogotá, Imprenta de Luis M. Holguín, 1898.
Ministerio de Instrucción Pública, 1888-1890.
CASAS ROJAS, Jesús,
Informe presentado al Congreso de la República en sus Sesiones ordinarias de 1888 por el Ministro de
Instrucción Pública, Bogotá, 1888.
327
— Informe que el Ministro de Instrucción Pública presenta al Congreso de Colombia en sus sesiones
ordinarias de 1890, Bogotá, 1890.
Ministerio de Fomento, 1890-1894.
CANAL, Leonardo,
Informe del Ministro de Fomento al Congreso de la República de Colombia en sus sesiones ordinarias de
1890, Bogotá, 1890.
URIBE, Carlos,
Informe que el Ministro de Fomento presenta al Congreso de Colombia en sus sesiones ordinarias de 1892,
Bogotá, 1892.
DE BRIGARD, Juan,
Informe que el Ministro de Fomento presenta al Congreso de Colombia en sus sesiones ordinarias de 1894,
Bogotá, 1894.
ARBOLEDA, Julio,
Mensajes cruzados entre los presidentes de las Cámaras del Senado y de Representantes sobre
naturalización de extranjeros, Bogotá, s. f.
CADENA, Pedro Ignacio (ed.),
Anales diplomáticos de Colombia, Bogotá, Imprenta de Manuel José Barrera, 1878.
CARRASQUILLA, Tomás,
Inmigración y colonización. Informe que presenta Tomás Carrasquilla H. al Señor Ministro de Obras
Públicas y Fomento, Bogotá, Imprenta Nacional, 1906.
Colección de documentos sobre inmigración de extranjeros reimpresos de la Gaceta de la Nueva Granada,
Número 611 del 13 de setiembre de 1847, Bogotá, Imprenta de J. A. Cualla, 1847.
Colección de los principales documentos relacionados con la administración de la Hacienda Nacional en el
año de 1871, Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1872.
F. LINCE, J. M.,
Informe del gobernador de Medellín, Medellín, 1852.
Lei sobre protección de los inmigrantes estranjeros, Bogotá, Imprenta de M. Rivas, 1871.
MURILLO TORO, Manuel,
Mensaje del Presidente de la Cámara de Representantes a la del Senado, Bogotá, 1851.
PINZÓN, Cerbeleón,
Catecismo republicano para instrucción popular, Bogotá, Imprenta de «El Mosaico», 1864.
Reglamento general de la Policía Nacional de Bogotá, Bogotá, Imprenta de El Telegrama, 1891.
SOLANO, J. N.,
Exposición que dirige Juan N. Solano, cesante en la Presidencia del Estado de Boyacá, a su sucesor,
Duitama, Imprenta del Colejio de Solano, 1867.
URIBE, José Antonio (ed.),
Anales diplomáticos y consulares de Colombia, Imprenta Nacional, 1901, 9 ts.
328
2.2 Periódicos
2.2.1 Periódicos colombianos
Abeja, La, Órgano del Consejo Directivo de la Sociedad Protectora de Niños Desamparados, Bogotá, 1883,
1884.
Alacrán, El, Bogotá, 1849.
América, La, Bogotá, 1872.
Anales de los establecimientos de educación y beneficiencia de Bogotá, Bogotá, 1865. Bogotano libre, El,
Bogotá, 1855.
Boletín Industrial. Revista Comercial de la Casa de Pereira Gamba & Compañía, Barranquilla, 1872.
Boletín Industrial. Órgano de la Casa de Pereira Gamba y Compañía, Medellín, 1873, 1874.
Boletín Masónico. Órgano de la Gran Lojia de Bogotá, Bogotá, 1874, 1875, 1876.
Boyacense, El, Tunja, 1866, 1870.
Bruja, La, Bogotá, 1866, 1867.
Caridad, La, Bogotá, 1870, 1871.
Catolicismo, El, Periódico oficial del arzobispado, Eco de las poblaciones católicas de la Nueva Granada,
Bogotá, 1849, 1850, 1855, 1856.
Civilización, La, Bogotá, 1849, 1850.
Colombia Cristiana, Bogotá, 1892, 1893.
Colombia Ilustrada, Bogotá, 1889, 1890, 1891, 1892.
Conservador, El, Bogotá, 1893, 1896, 1900.
Día, El, Bogotá, 1851. 17 de Abril, El, Bogotá, 1854.
Familia, Las Lecturas para el hogar, Bogotá, 1884, 1885.
Gaceta Mercantil, La, Santa Marta, 1847.
Gaceta Mercantil, La, Barranquilla, 1882.
Heraldo, El, Bogotá, 1893, 1894, 1895, 1896.
Hoja Noticiosa, La, Barranquilla, 1882.
Ilustración, La, Bogotá, 1870.
Instituto, El, Órgano de la Escuela de Artesanos, Bogotá, 1886 a 1892.
Mosaico, El, Bogotá, 1860.
Mujer, La, Bogotá, 1880, 1881.
Nación, La, Bogotá, 1885.
Neogranadino, El, Bogotá, 1849 a 1852.
Observador, El, Panamá, 1892.
Opinión, La, Periódico Oficial, Bogotá, 1900.
Orden Público, El, Bogotá, 1900.
Orden, El, Bogotá, 1893, 1894.
Papel Periódico Ilustrado, El, Bogotá, 1881 a 1883.
329
Acontecimientos de Turmequé, desde el 11 de setiembre último, hasta la fecha, octubre 10, 1853.
ACOSTA DE SAMPER, Soledad,
Memorias presentadas en congresos internacionales que se dieron en España durante las fiestas del IV
Centenario del descubrimiento de América, en 1892, Chartres, Imprenta de Durand, 1893.
— Novelas y cuadros de la vida sur-americana, Gante, Imprenta de Eug. Vanderhaegen, 1869.
— Viaje a España en 1892, Bogotá, A. M. Silvestre, 1893, 2 ts.
AGUILAR, Federico Cornelio,
Colombia en presencia de las repúblicas hispano-americanas, Bogotá, Ignacio Borda, 1884.
— Recuerdos de un viaje a Oriente, Bogotá, Imprenta de El Tradicionista, 1875.
Al Público. El Redactor del Porvenir, Bogotá, noviembre 10, 1857.
Almanaque curioso para el año de 1861. Contiene datos estadísticos, recetas, anécdotas i avisos importantes.
Calculado para la Confederación Granadina, Bogotá, Imprenta de El Mosaico, 1860.
Almanaque de la Imprenta de « La Luz » histórico, astronómico y eclesiástico para el año bisiesto de 1884,
Bogotá, Imprenta de « La Luz », 1883.
Almanaque para el año bisiesto de 1852 acompañado de algunas máximas jenerales que deben observar los
ciudadanos a quienes toca desempeñar el cargo de jurados, por el General Joaquín Acosta, Bogotá,
Imprenta de El Día, [1852].
Almanaque para el año de 1862 calculado por un intelijente, Bogotá, Imprenta de Nicolás Gómez,
[1862].
330
ÁLVAREZ, Enrique,
Discurso pronunciado en la sesión solemne de la Sociedad de Caridad por su Presidente, Señor Enrique
Álvarez, el día 31 de mayo de 1874, Chiquinquirá, Imprenta de Luis J. Fajardo, 1874.
AMÉZQUITA, Antonio M.,
Oración fúnebre pronunciada por el señor doctor Antonio M. Amézquita en las honras que por el alma del
señor D. José María Vergara y Vergara tuvieron lugar en la Iglesia de San Francisco el día 22 de febrero de
1873, Bogotá, Imprenta de « La América », 1873.
ANCÍZAR, Manuel,
Anarquía y rojismo en la Nueva Granada, Santiago, Imprenta de Julio Belin, marzo 21, 1853.
ANDRADE GONZÁLEZ, Gerardo, (ed.),
Prosa de Julio Arboleda. Jurídica, política, heterodoxa y literaria, Bogotá, Ediciones del Banco de la
República, 1984. Annuaire du Comité d'Archéologie Américaine, París, 1863 a 1865.
ARAÚJO VÉLEZ, Angelina (ed.),
Epistolario de Ángel y Rufino José Cuervo con corresponsales colombianos, Bogotá, Instituto Caro y
Cuervo, 1990.
— Epistolario de Rufino J. y Ángel Cuervo con corresponsales colombianos. Segunda parte, Bogotá,
Instituto Caro y Cuervo, 1993.
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AROSEMENA, Domingo,
Sensaciones en Oriente o impresiones bíblicas de un granadino en la tierra santa, Nueva York, Robert
Craighead, 1859.
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Viajes por España e Italia, Bogotá, Imprenta de La Ilustración, 1886.
BATIS, Joaquín,
Inmigración. Apuntaciones sobre tan importante negociado que para su consideración presenta Joaquín
Batís a sus conciudadanos, Barranquilla, Imprenta de los Andes, 1875.
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Catálogo de las obras en español existentes en la Biblioteca Nacional, formado i publicado de órden del
Poder Ejecutivo, Bogotá, Imprenta del Estado, 1856.
Catálogo de las obras en francés existentes en la Biblioteca Nacional, formado i publicado de órden del
Poder Ejecutivo, Bogotá, Imprenta del Neo-Granadino, 1855.
Catálogo de las obras en inglés existentes en la Biblioteca Nacional, formado i publicado de órden del Poder
Ejecutivo, Bogotá, Imprenta del Estado, 1856.
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Congrès International des Américanistes:
Compte-rendu de la première session, Nancy, Crépin-Leblond, 1875, 2 ts.
Compte-rendu de la seconde session, Luxemburgo, V. Bück, 1878, 2 ts.
Compte-rendu de la troisième session, Bruselas, Librairie Européenne C. Muquardt, 1879, 3 ts.
Actas de la cuarta reunión, Madrid, Imprenta de Fortaner, 1882.
Compte-rendu de la cinquième session, Copenhague, Thiele, 1884.
Compte-rendu de la septième session, Berlín, Kühl, 1890.
Compte-rendu de la huitième session, tenue à París en 1890, Paris, Ernest Leroux, 1892.
Actas de la 9a. reunión, Huelva, 1892, Madrid, M. G. Hernández, 1894.
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El libro del estudiante, colección de tratados elementales. Contiene: moral y urbanidad; doctrina cristiana;
historia santa; gramática castellana; aritmética; cálculo de memoria; jeografía jeneral; teneduría de libros
por el método de partida doble, París, Imprimerie de E. Blot, 1866.
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— Obras, Bogotá, Imprenta de Fernando Pontón, 1883.
— Viajes por Colombia, Francia, Inglaterra y Alemania, Bogotá, Imprenta de Fernando Pontón, 1885.
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— « Viajes del Sr. Filomeno Borrero », en La Caridad, Bogotá, enero 27, 1870.
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— « Un paseo a Londres », en El Comercio, Lima, 1862.
— Cartas y discursos de un republicano, Bruselas, Typographie de Veuve Parent et fils, 1869.
— El programa de un liberal, dedicado a la convención constituyente de los Estados Unidos de Nueva
Granada, París, E. Thunot, 1861.
— Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas, Bogotá,
Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, s. f. [1a ed., París, 1861].
— Filosofía en cartera. Colección de pensamientos sobre religión, moral, filosofía, ciencias sociales, historia,
literatura, poesía, bellas artes, carácteres, viajes, etc., en prosa y en verso, Bogotá, Imprenta de « La Luz
», 1887.
— Historia de una alma, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1948 [1 a. ed., Bogotá,
1881], 2 ts.
— Los partidos en Colombia, Bogotá, Editorial Incunables, 1984 [1 a. ed., Bogotá, 1873].
— Viajes de un colombiano en Europa, París, E. Thunot, 1862, 2 ts.
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La miseria en Bogotá, Bogotá, Editorial Incunables, 1985 [1a. ed., Bogotá, 1867].
— Selección de escritos, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1977.
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Conversaciones familiares sobre industria, agricultura, comercio, etc, etc, etc..., por Eustacio Santamaría,
consul de los E.U. de Colombia en el Havre, promovido por decreto de 12 de enero de 1S71 al consulado
general en Berlin. Le Havre, A. Lemâle aîné, 1871, 3 ts.
— Cosas del señor J. M. Torres Caicedo, Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas, 1870.
Sueño de un Granadino, Bogotá, Imprenta de El Día, 1851.
T. A.M. [Tanco Armero, Mariano] « Cartas de un viajero », en La Semana Literaria de « El Hogar »,
Bogotá, Imprenta de Nicolás Pontón, 1869, pp. 97-235.
337
3. FUENTES SECUNDARIAS
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