Manifestación de Intereses y Motivos Académicos

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 11

Manifestación de intereses y motivos académicos

En este documento me permito hacer un repaso a los intereses y razones


que me motivan a ingresar al posgrado en filosofía de la ciencia. A manera de
resumen, mis intereses van enfocados en el llamado problema de demarcación,
en el campo de la filosofía de la ciencia, sobre todo acerca de la distinción entre
ciencia y pseudociencia. Me interesa porque es un tema que engloba a la práctica
científica en su totalidad, y pareciera que muchos científicos no están enterados o
tienen nociones muy superficiales del mismo, lo cual puede limitar su práctica (o
ponerla en peligro si trabajan en áreas relacionadas con la salud). Además, como
estudiante de psicología, considero que dicha disciplina atraviesa actualmente por
una crisis relacionada con la pérdida de identidad conceptual; es decir, no hay
consenso sobre cuál es su objeto de estudio, lo que facilita enormemente dos
problemas: la proliferación de prácticas pseudocientíficas y la confusión sobre el
objeto de estudio y los métodos causada por la seducción de los estudiantes por
parte de neurociencia superflua (ambos temas los tocaré en este documento).
Considero que la maestría puede proporcionarme las herramientas lógicas y
epistemológicas necesarias para abordar estos problemas desde una perspectiva
filosófica y rigurosa; al respecto, una de mis metas es aportar filosóficamente en la
consolidación de una psicología científica sólida, así como hacer que la filosofía de
la ciencia se considere una asignatura de valor en la formación de científicos en
general y de psicólogos en particular. A continuación, expondré los puntos antes
mencionados en dos secciones: primero, el problema de demarcación y su
aplicación en psicología, y después la confusión lógica y conceptual entre
psicología y neurociencia.

Distinción entre psicología científica, psicología no científica y


pseudociencia.

Como muchas otras disciplinas, la historia de la psicología se remonta hasta


los griegos, principalmente con Aristóteles. Sin embargo, y a diferencia de
disciplinas como la química o la biología, la psicología sufrió un considerable
retraso debido a que se consideraba que su objeto de estudio (hasta la Edad
Media, el “alma”, y después, la secular pero equivalente “mente”) no era
susceptible de ser abordado por la ciencia. Fue desde el ámbito de la fisiología y
la psicofísica que comenzó a cuestionarse esa creencia, de la mano de Helmholtz,
Fechner, Weber y posteriormente de Sechenov, Sherrington y Pávlov (Keller,
1990). Desde entonces, la psicología científica ha crecido y se ha desarrollado; sin
embargo, las propuestas no científicas y hasta anti-científicas sobre el
comportamiento humano todavía proliferan e incluso gozan de cierto prestigio
dentro y fuera de la academia, llegando a ser incluidas dentro del plan de estudios
de muchas universidades. Esto inevitablemente influye en el desarrollo de
pseudotecnologías que, en el mejor de los casos, son inútiles, y en el peor,
pueden tener efectos adversos. Por ejemplo, dentro del plan de estudios de la
licenciatura en psicología en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala se
incluyen asignaturas relacionadas con el psicoanálisis, que es al mismo tiempo un
marco teórico, un método de investigación y una práctica clínica (interrelacionadas
entre sí). El marco teórico parte de una concepción del ser humano (abiertamente
dualista) que influye en la práctica clínica; y a pesar de que la práctica
psicoanalítica se realiza casi desde su origen, hoy sabemos que tiene efectos
iatrogénicos. Sin embargo, se la sigue permitiendo; su enseñanza y su práctica
continúan, y la probabilidad de que siga dañando a más personas también
continúa.

Por tanto, argumento que estos problemas surgen de: 1) un desconocimiento


de la filosofía de la ciencia; 2) un desconocimiento de la filosofía de la psicología;
3) influencia de filosofías anticientíficas, y 4) no tener claro el objeto de estudio de
la psicología. Resulta difícil especificar cuál de los puntos es el mayor
determinante, ya que, por ejemplo, el poco acuerdo respecto al objeto de estudio
facilita la existencia de psicologías explícitamente dualistas, como la humanista,
cuyos seguidores afirman que no se puede estudiar científicamente la experiencia
humana, lo que revela un desconocimiento de la filosofía de la psicología
transformado en un punto de vista no-científico; derivado de ello, es un campo de
investigación estéril, y en el campo aplicado, usa técnicas de difícil evaluación y
que, en algunas ocasiones, podrían causar efectos iatrogénicos en los pacientes.
Otro ejemplo sería el proveniente de la llamada “tradición de la complejidad y
transdisciplina”, actualmente inserta en el plan de estudios de la FES Iztacala, que
parte de unos presupuestos explícitamente anticientíficos, entre los que se
cuentan disminución de la calidad de vida y aumento de las enfermedades
crónico-degenerativas atribuidos al exceso de medicación, a la tecnificación, a la
“artificialidad” en el modo de vida occidental, así como una falta de contacto con el
cuerpo y con la naturaleza, por lo que considera que el objeto de estudio de la
psicología es el cuerpo y el alma humanos; derivado de ello, usa como métodos
tratamientos naturistas, acupuntura, reiki y quiropraxia, con las consecuencias –a
veces fatales– atribuidas a cada método.

En este sentido, y parafraseando a Imre Lakatos, la distinción entre


psicología científica, no-científica y pseudocientífica no es un mero ejercicio de
filosofía de salón, sino que tiene una importancia social; es un intento de delimitar
la práctica científica a la que han de adherirse los psicólogos si quieren que su
trabajo, además de aportar al acervo científico, mejore de forma tangible las
condiciones de vida de quienes recurren a ellos.

La distinción entre psicología científica y pseudocientífica es un ejercicio ya


realizado antes, tanto por psicólogos como por filósofos de la ciencia, entre
quienes cabe citar a Wilhelm Wundt, pionero de la psicología científica, a John B.
Watson, a Karl Popper y a Mario Bunge. El primero atrajo el método experimental
a la disciplina, con la fundación del primer laboratorio de psicología en Leipzig, en
1879. El segundo desarrolló una aproximación naturalista y experimental a la
psicología, y estableció la conducta como el objeto de estudio. Karl Popper utilizó
como ejemplo de enunciado no falsable algunos de los supuestos del
psicoanálisis, lo que convertía a dicha teoría en una pseudociencia (Okasha,
2000). Mario Bunge desarrolló una propuesta de demarcación basada en doce
criterios para definir qué es la ciencia, la cual aplicó a la psicología en su libro
Filosofía de la psicología (2002), en el cual también establece los objetos y
métodos de estudio de la psicología científica.
Sin embargo, los cuatro ejemplos incurrieron en algunos errores: Wundt
usaba la introspección en sus experimentos para obtener datos sobre la
experiencia inmediata, lo que causaba problemas de validez, pues no todos sus
sujetos daban los mismos reportes. Watson, debido a su formación en fisiología y
zoología, consideraba a la conducta como una respuesta de músculos y
glándulas; además, rechazó la conciencia y la experiencia mental como objeto de
estudio, pero no la redefinió ni negó su existencia: simplemente la colocó más allá
del alcance de la ciencia, sin solucionar el problema del dualismo ontológico y
negándose a acudir a la filosofía cuando era debido. El criterio de demarcación de
Popper es parte importante pero no suficiente para determinar el estatus científico
de alguna proposición; si se convirtiera en el único criterio de demarcación, ni
siquiera algunas proposiciones de la física newtoniana se salvarían de ser
tachadas como pseudociencia. Y mientras el multi-criterio de demarcación de
Bunge pueda ser hasta cierto punto aceptable, la concepción bungeana de
psicología incurre en errores conceptuales y de objeto de estudio, aspecto que
revisaré a continuación.

Relación entre psicología y neurociencia, o los límites entre disciplinas

En las últimas dos décadas, el florecimiento de la neurociencia ha permitido


el acceso a información sin precedentes sobre el cerebro y el sistema nervioso
central, a tal punto que la década de los 90 se declaró como la Década del
Cerebro. Muchos autores vaticinan la pronta desaparición de la psicología, o bien
que la psicología debe pasar todos sus datos por el escáner de la neurociencia
para “validarlos”. Es decir, gran parte del mundo académico considera que: a) la
neurociencia absorberá a la psicología; o b) que no se puede hacer psicología sin
recurrir a los datos de la neurociencia.

Uno de los principales defensores de estas ideas es Mario Bunge, autor de


varios libros sobre el problema mente-cerebro (1980, 2010), filosofía de la
psicología (2002), y principal defensor de una propuesta filosófica llamada
materialismo emergentista, relacionada con el problema antes mencionado. En su
libro Filosofía de la psicología (2002), coescrito con el psicólogo colombiano
Rubén Ardila, Bunge hace una exposición de las principales corrientes de
pensamiento detrás de la psicología del siglo XX, dividiéndolas principalmente en
dos vertientes: psicología sin cerebro (que engloba a la psicología clásica, a la
psicología de la Gestalt, a la psicología informaticista y al conductismo), y
neurobiología, a la que presenta como la última -y definitiva- revolución en
psicología. Para Bunge, el estudio de la neurobiología es el comienzo de la
verdadera comprensión científica dentro de la psicología. Sin embargo, el principal
punto débil en dicha exposición es que jamás se justifica por qué preferir la
neurobiología por encima de otros abordajes. Bunge da por sentado –
peligrosamente– que la neurobiología es suficiente para describir, entender y
explicar el comportamiento, y formula el libro basándose en dicha premisa a priori.
Sin embargo, no es el único: otros autores, como Steven Pinker (2001) o Daniel
Dennett (1995) son famosos defensores del estudio del cerebro como artífice del
comportamiento humano. El cerebro se ha convertido en lo que nos hace
humanos, y aún más: se ha convertido en el origen mismo de la cultura,
propiciando así que, de pronto, proliferen las neuro-ciencias sociales y neuro-
humanidades: neuropolítica, neuroantropología, neurosociología, neurofilosofía,
neuroeconomía.

Considero que hay dos problemas aquí. El primero es el evidente


reduccionismo excesivo del que se está haciendo gala al atribuir tantas cosas al
cerebro; el segundo es, derivado del primero, que no tendría por qué haber tal
reduccionismo.

Sobre el primer problema, ya muchos autores desde la década pasada han


señalado los problemas de la neurociencia cognitiva, empezando por M.R. Bennett
y P.M.S. Hacker, autores del Philosophical Foundations of Neuroscience (2003),
un libro en el que revisan conceptualmente las bases de la neurociencia cognitiva
y su relación –no tan evidente y supuestamente superada– con el dualismo
cartesiano. En específico, su mayor aporte es la exposición de la falacia
mereológica: la tendencia a atribuir a las partes atributos que sólo tiene sentido
atribuirle al todo, o atribuir a una parte del organismo (la mente, o en este caso, el
cerebro) atributos que sólo tienen sentido cuando se adscriben al organismo como
un todo. Bennett y Hacker argumentan que los neurocientíficos incurren con
frecuencia en esta falacia: los predicados psicológicos que se le atribuían a la
mente inmaterial en el pasado, se le atribuyen hoy al cerebro material, reteniendo
la lógica fundamental del dualismo. No se trata de negar, empero, la influencia del
cerebro en la experiencia humana; esto se acepta a priori. De lo que se trata es de
descubrir y deshacerse del dualismo implícito que dificulta el entendimiento
científico del comportamiento.

Otra aportación en esta misma línea es la de Pérez-Álvarez (2011) y Satel y


Lilienfeld (2013), autores de El mito del cerebro creador y Brainwashed
respectivamente. En ambos libros, desde una perspectiva psicológica, se discuten
los riesgos conceptuales, teóricos y prácticos que corren quienes intentan explicar
la totalidad de la conducta y la experiencia humanas basándose solamente en los
datos de las neurociencias. Satel y Lilienfeld (2013) concluyen que, a pesar de la
popularidad y de la imagen científica que transmiten las neuroimágenes, éstas
todavía no son capaces de establecer vínculos causales entre actividad cerebral y
conducta, y que seguimos siendo algo más que sólo un cerebro. Pérez-Álvarez
(2011) argumenta que la insistencia en pasar por el escáner cerebral los datos de
la psicología proviene del aspecto de cientificidad que arrojan dichos estudios, lo
cual, en cierta forma, “validaría” como ciencia a la psicología, disciplina conocida
como joven e incompleta (ver Hatfield, 2000). Y esto tiene relación con el segundo
problema.

Argumento que no tendría que haber tal reduccionismo porque los datos de
la psicología son válidos por sí mismos. La filosofía que Bunge plantea en su libro
es la filosofía de una fisiología del sistema nervioso central, no de una psicología.
Hace más de cien años que los psicólogos encontraron el objeto de estudio de su
disciplina, así como los métodos que han de emplear para estudiarlo: la
interacción entre el organismo en su totalidad y su contexto, interacción que queda
patente, explícita o implícita, en diferentes posturas y metateorías (Hayes, Barnes-
Holmes & Roche, 2001; Piaget, 1964; Skinner, 1953; Vygotsky, 1954/2010, 1980).
A pesar de no tener una terminología en común ni de compartir ciertas
asunciones, todas ellas enfocan al ser humano como una entidad en constante
interacción con su alrededor, y que esta interacción moldea tanto el
comportamiento “visible” como el pensamiento y demás “procesos cognitivos”
(recordemos la concepción del pensamiento derivado de la acción social de
Vygotsky, la necesaria interacción con el mundo durante la infancia que deriva en
aprendizaje en Piaget y la conducta moldeada por la contingencia, es decir, por el
contacto con el medio, de Skinner). Todas estas psicologías serían descartadas
de antemano por Bunge como “psicologías sin cerebro” debido a que no hacen
hincapié en los procesos físicoquímicos dentro del encéfalo. Pero desde estas
perspectivas se presupone un cerebro, ya que, como indica Millenson:

“(…) ha habido poca oportunidad de mencionar las propiedades del


sistema nervioso. No debe considerarse este descuido como una
negación de que las estructuras y funciones nerviosas sirven de base a
las conductas descritas. Más bien es resultado de reconocer la
necesidad de dividir el amplio volumen de información que constituye la
ciencia conductual en divisiones un tanto arbitrarias (…) Aun cuando
anteriormente se indicó que no es posible reemplazar o subsumir las
leyes de la conducta por leyes fisiológicas (o químicas, o mecánicas, o
de la física de partículas), el sistema nervioso está íntimamente
relacionado con todos los fenómenos conductuales. Para todas las leyes
del fortalecimiento operante y para muchas leyes del reflejo constituye
un prerrequisito la existencia de un cerebro y una médula espinal
intactos y en funcionamiento. Es obvio que los fenómenos naturales
trascienden los límites arbitrarios de esas disciplinas. De tal suerte, la
conducta incluye un complejo de acontecimientos físicos, bioquímicos,
fisiológicos, psicológicos y sociológicos. La posición adoptada está
dictada por la conveniencia: la psicología se refiere a las relaciones,
regidas por leyes, que existen entre el ambiente y la conducta.”
(Millenson, 1977, pág. 407-408).
Es decir, que la psicología debe encargarse del estudio de la interacción
entre un organismo entero (incluyendo su cerebro, o, para el caso, sus genes) y el
contexto, mientras que otras disciplinas estudiarán el cerebro y la relación del
cerebro con dicha interacción (la neurociencia y la neuropsicología, entre otras),
sin suplantar los datos obtenidos por la propia psicología. La reducción que
plantea Bunge es una microrreducción gnoseológica, una reducción entre
disciplinas, equivalente a reducir la ecología a simples hipótesis propias de la
física o de la química: la ecología las contiene, pero no se reduce a ellas. De la
misma manera, como afirma Millenson, la psicología presupone un sistema
nervioso, que es el sustrato orgánico que posibilita el comportamiento y le da
soporte, pero no es causal del mismo, ni se reduce a él. Un ejemplo es el estudio
clásico de Maguire et al. (2000) sobre la neuroplasticidad, citado siempre como un
ejemplo del poder del cerebro. En dicho estudio, se analizó el rol del hipocampo
sobre la memoria y se descubrió que aquellos taxistas londinenses que se habían
sometido a un entrenamiento especial llamado The Knowledge, que dura dos años
en promedio, tenían más desarrollado el hipocampo que aquellos que no lo
pasaron. En pocas palabras, el cerebro, como facilitador de la conducta, es
relativamente sensible y maleable ante cambios que se ejecutan en respuesta a
contingencias ambientales. En el ejemplo del estudio, la psicología estudiaría
cómo funciona el entrenamiento Knowledge, qué procesos psicológicos (es decir,
procesos que involucren la relación individuo-contexto) se ponen en marcha
durante el entrenamiento, las habilidades que el sujeto posee y cuáles han de ser
modificadas, qué métodos son más efectivos dependiendo de la historia de
interacción de cada individuo y cómo adaptarlo y modificarlo conforme el sujeto
avanza en el entrenamiento. La neuropsicología estudiaría los cambios en las
estructuras cerebrales (en este caso, el hipocampo) y los procesos químicos que
se producen paralelamente al cambio conductual y que, por ende, lo facilitan, pero
no lo causan. Muchos excesos en neurociencias, como reconocen Bennett y
Hacker (2003) y Lilienfeld (2013), se deben a la confusión explicativa en este
sentido, pues se pasa a interpretar una mera correlación entre la conducta y la
actividad cerebral (sabiendo que correlación no implica causalidad) como que el
cerebro es artífice del comportamiento, cayendo además en la ya mencionada
falacia mereológica.

El trabajo dirigido a reconocer qué niveles de abordaje son propios de la


psicología y cuáles lo son de la neurociencia puede llevar a evitar el
reduccionismo gnoseológico, lo que también puede llevar a enriquecer y fortalecer
el conocimiento en ambas áreas. Al retirar el papel del cerebro como causante de
la conducta, y al mismo tiempo hacer de la interacción individuo-ambiente el objeto
de estudio de la psicología, se le atribuiría al encéfalo su justo lugar como sustrato
facilitador del comportamiento, con lo que los neurólogos y neuropsicólogos
podrían enfocar su atención en los mecanismos celulares e incluso moleculares
que intervienen en afecciones cerebrales, lesiones o malformaciones, siempre
teniendo en cuenta un contexto más amplio (para ver una definición amplia de qué
significa contexto en psicología, ver Morris, 1992).

Conclusión

El problema de demarcación es uno de los asuntos básicos, si no el


problema fundamental, de la filosofía de la ciencia, y tiene como meta el hallar lo
que distingue a la ciencia de otras prácticas humanas. Lejos de ser un problema
abstracto y alejado de la realidad, lo cierto es que impacta en la formación y en la
práctica diaria del científico, sea este básico o aplicado, por lo que un adecuado
criterio de demarcación, además de aportar al conocimiento mediante una
solución tentativa al problema, podría ser también una guía en la vida cotidiana del
practicante de ciencia –y de la sociedad en que está inserto, por supuesto.

En la filosofía de disciplinas tan complejas como las ciencias biológicas y


sociales en general y la psicología en particular, hallar un criterio de demarcación
apropiado se convierte en algo de importancia mayúscula por las razones
anteriores: un psicólogo ajeno a estos razonamientos es más fácilmente
influenciable por prácticas que arrojan resultados inútiles en el mejor de los casos
(si hablamos de investigación) o peligrosos en el peor (en cuanto pasamos a las
tecnologías derivadas de la investigación, en psicoterapia o psicología de la salud,
por ejemplo). Convencido de que está obrando bien, un psicólogo sin una sólida
formación en la filosofía de su disciplina es totalmente ajeno a los posibles efectos
iatrogénicos de sus intervenciones o a la falta de consistencia y relevancia, incluso
de validez científica, de sus investigaciones. En cambio, un psicólogo educado en
filosofía de la ciencia y en la filosofía de su disciplina (que incluirá definición del
objeto de estudio, métodos de abordaje, etc.), puede plantear hipótesis de
investigación mucho más útiles en principio, consistentes con el corpus de
conocimiento científico actual, así como estar seguro que la metodología que usa
para diseñar experimentos o para evaluar casos clínicos tiene sentido dentro de su
marco de referencia.

Otro aspecto que me interesa es el límite entre disciplinas. De la misma


forma en que no se estudia la ecología en términos químicos y biológicos, la
psicología no se puede estudiar solamente en términos del cerebro. Por tanto, una
de mis objetivos es el uso de las herramientas de la filosofía de la ciencia para
aportar en la delimitación del objeto de estudio de la psicología: la interacción
constante y fluida de un individuo con su contexto, interacción que recibe el
nombre de comportamiento.

Referencias

Bennett, M.R. & Hacker, P.M.S. (2003). Philosophical Foundations of


Neuroscience. Oxford: Blackwell Publishers.

Bunge, M. (1980). El problema mente-cerebro: un enfoque psicobiológico. España:


Tecnos Edición.

Bunge, M. (2010). Matter and Mind: a philosophical inquiry. US: Springer.

Bunge, M. & Ardila, R. (2002). Filosofía de la psicología. México: Siglo XXI.

Dennett, D. (1995). La conciencia explicada: una teoría interdisciplinar. España:


Paidós Ibérica.

Hatfield, G. (2000). The brain’s ‘new’ science: psychology, neurophysiology, and


constraint. Philosophy of Science, 67(1), 388-403. DOI:
https://doi.org/10.1086/392833
Hayes, S.C., Barnes-Holmes, D. & Roche, B. (2001). Relational frame theory: a
post-Skinnerian account of human language and cognition. New York: Kluwer
Academic/Plenum Publishers.

Keller, F.S. (1990). La definición de psicología. México: Trillas.

Maguire, E.A., Gadian, D.G., Johnsrude, I.S., Good, C.D., Ashburner, J.,
Frackowiack, R.S.J. & Frith, C.D. (2000). Navigation-related structural
change in the hippocampi of taxi drivers. Proceedings of the National
Academy of Sciences of the United States of America, 97(8), 4398-4403.

Millenson, J.R. (1977). Principios de análisis conductual. México: Trillas.

Morris, E.K. (1992). The aim, progress, and evolution of behavior analysis. The
Behavior Analyst, 15(1), 3-29.

Pérez-Álvarez, M. (2011). El mito del cerebro creador. Cuerpo, conducta y cultura.


Madrid: Alianza Editorial.

Piaget, J. (1964). Seis estudios de psicología. México: Siglo XXI Editores.

Pinker, S. (2001). Cómo funciona la mente. España: Destino.

Satel, S. & Lilienfeld, S.O. (2013). Brainwashed. The seductive appeal of mindless
neuroscience. New York: Basic Books.

Skinner, B.F. (1953). Ciencia y conducta humana. España: Fontanella.

Vygotsky, L.S. (1954/2010). Pensamiento y lenguaje. México: Booket Paidós.

Vygotsky, L.S. (1980). Mind in society: development of higher psychological


processes. Estados Unidos: Harvard University Press.

También podría gustarte