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Capítulo III

E
n las provincias donde se cría la alpaca, y es el comercio de lanas la principal
fuente de riqueza, con pocas excepciones, existe la costumbre del reparto
antelado que hacen los comerciantes potentados, gentes de las más acomodadas
del lugar.
 

P
ara los hogar, la erraticidad en a veces disfrazados de
adelantos las soledades de las soldados; y, extrae, en
forzosos que encumbradas romana especial con
hacen los laneros, fijan montañas, los pone a contrapesos de piedra,
al quintal de lana un salvo? No... cincuenta libras de lana

E
precio tan ínfimo, que por veinticinco. Y si el
el rendimiento que ha l cobrador, que indio esconde su única
de producir el capital es el mismo que hacienda, si protesta y
empleado excede del hace el reparto, maldice, es sometido a
quinientos por ciento; allana la choza, cuya torturas que la pluma
usura que, agregada a cerradura endeble, en se resiste a narrar, a
las extorsiones de que la puerta hecha de pesar de pedir venia
va acompañada, casi da vaqueta, no ofrece para los casos en que la

L
la necesidad de la resistencia: deja sobre el tinta varíe de color.
existencia de un batán el dinero, y se a pastoral de
infierno para esos marcha enseguida, para uno de los más
bárbaros. Los indios volver al año siguiente ilustrados
propietarios de alpacas con la lista ejecutoria, obispos que tuvo la
emigran de sus chozas que es el único juez y Iglesia peruana hace
en las épocas de testigo para el mérito de estos excesos,

C
reparto, para no recibir desventurado deudor pero no se atrevió a
forzoso.
aquel dinero hablar de las lavativas
umplido el
adelantado, que llega a de agua fría que en
año se
ser para ellos tan algunos lugares
presenta el
maldito como las trece emplean para hacer
cobrador con su séquito
monedas de Judas. declarar a los indios
de diez o doce mestizos,
¿Pero el abandono del que ocultan sus bienes.
El indio teme aquello hermanos nacidos en el no es posible que
recupere su
más aún que el infortunio.
dignidad, ni ejercite sus
ramalazo del látigo, y ¡Ah! Plegue a Dios derechos!
los inhumanos
toman por la forma el
que

sentido de la ley, alegan


que la flagelación está
que algún
ejercitando su bondad,
decrete la extinción de
la raza indígena, que
día,

E l amargo llanto y
la desesperación
de Marcela al
pensar en la próxima
llegada del cobrador
eran, pues, la justa
prohibida en el Perú, después de haber
explosión angustiosa de
más no la barbaridad ostentado la grandeza quién veía en su
que practican con sus imperial, bebe el lodo presencia todo un
del oprobio. ¡Plegue a mundo de pobreza y
Dios la extinción, ya que dolor infamante.

Capítulo IV
 
 

Lucía no era una mujer vulgar. beneficio de los minerales de plata que
Había recibido bastante buena explotaba, en la provincia limítrofe, una
educación, y la perspicacia de su compañía de la cual
inteligencia alcanzaba la luz de la amabilidad de su carácter con la
verdad estableciendo comparaciones. seriedad de sus maneras. Establecida
De alta estatura y color desde un año atrás con su esposo en
medianamente tostado, lo que se llama Kíllac, habitaba «la casa blanca», donde
en el país color perla; ojos hermosos se había implantado una oficina para el
sombreados por espesas pestañas y beneficio de los minerales de plata que
cejas aterciopeladas; llevaba además ese explotaba, en la provincia limítrofe, una
grande encanto femenino de una compañía de la cual don Fernando
cabellera abundante y larga que, cuando Marín era accionista principal y, en la
deshecha, caía sobre sus espaldas como actualidad, gerente.
un manto de carey ondulado y brillante. Kíllac ofrece al minero y
Su existencia no marcaba todavía los comerciante del interior la ventaja de
veinte años, pero el matrimonio había ocupar un punto céntrico para las
dejado en su fisonomía ese sello de gran operaciones mercantiles en relación con
señora que tan bien sienta a la mujer las capitales de departamentos; y la
joven cuando sabe hermanar la bondad de sus caminos presta alivio a
amabilidad de su carácter con la los peones que transitan cargados con
seriedad de sus maneras. Establecida los capachos del mineral en bruto, y a
desde un año atrás con su esposo en las llamas empleadas en el acarreo
Kilac, habitaba «la casa blanca», donde lento.
se había implantado una oficina para el

 
 
 
 
 
 
 

L
a pastoral de que ocultan sus bienes. hermanos nacidos en el
uno de los más El indio teme aquello infortunio.
ilustrados más aún que el ¡Ah! Plegue a Dios
obispos que tuvo la ramalazo del látigo, y que algún día,
Iglesia peruana hace los inhumanos que ejercitando su bondad,
mérito de estos excesos, toman por la forma el decrete la extinción de
pero no se atrevió a sentido de la ley, alegan la raza indígena, que
hablar de las lavativas que la flagelación está después de haber
de agua fría que en prohibida en el Perú, ostentado la grandeza
algunos lugares más no la barbaridad imperial, bebe el lodo
emplean para hacer que practican con sus del oprobio. ¡Plegue a
declarar a los indios Dios la extinción, ya
que no es posible que
recupere su dignidad,
ni ejercite sus derechos!

El amargo llanto y la
desesperación de
Marcela al pensar en la
próxima llegada del
cobrador eran, pues, la
justa explosión
angustiosa de quien
veía en su presencia
todo un mundo de
pobreza y dolor
infamante

Capítulo IV
 

L ucía no era una


mujer vulgar.
Había recibido
amabilidad de su carácter con la seriedad de sus
maneras. Establecida desde un año atrás con su esposo
en Kíllac, habitaba «la casa blanca», donde se había
bastante buena implantado una oficina para el beneficio de los
educación, y la minerales de plata que explotaba, en la provincia
perspicacia de su limítrofe, una compañía de la cual don Fernando
inteligencia alcanzaba Marín era accionista principal y, en la actualidad,
la luz de la verdad gerente.
estableciendo
comparaciones.
De alta estatura y
color medianamente
tostado, lo que se llama
en el país color perla;
ojos hermosos
sombreados por espesas
pestañas y cejas
aterciopeladas; llevaba
además ese grande
encanto femenino de
una cabellera
abundante y larga que,
cuando deshecha, caía
sobre sus espaldas
como un manto de
carey ondulado y
brillante. Su existencia
no marcaba todavía los
veinte años, pero el
matrimonio había
dejado en su fisonomía
ese sello de gran señora
que tan bien sienta a la
mujer joven cuando
sabe hermanar la
K
 

íllac ofrece al minero y comerciante del volvería después de


interior la ventaja de ocupar un punto muchas semanas.
céntrico para las operaciones mercantiles en
relación con las capitales de   departamentos; y la
bondad de sus caminos presta alivio a los peones que
transitan cargados con los capachos del mineral en
bruto, y a las llamas empleadas en el acarreo lento.
Después de su entrevista con Marcela, Lucía se
entregó a combinar un plan salvador para la situación
de la pobre mujer, que era harto grave, atendidas sus
revelaciones.
Lo primero en que pensó fue en ponerse al habla
con el cura y el gobernador, y con tal propósito les
dirigió, a entrambos, un recadito suplicatorio
solicitando de ellos una visita.
La palabra de don Fernando en esos momentos
podía ser eficaz para realizar los planes que debían
ponerse en práctica inmediata, pero don Fernando
había emprendido viaje a los minerales, de donde

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