La Comunicacion Entre El Profesional de PDF
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En cualquier caso, es necesario señalar que esta guía de aplicación recoge modos de
actuación en el ámbito laboral y nada dicen sobre lo que el profesional sanitario debe o no
debe hacer en las relaciones sociales implicadas en su vida privada.
4.- Ayudar al interlocutor a que se sienta cómodo y libre en aquello que quiera
expresar. Para ello será necesario propiciar un clima de cordialidad no intrusiva, esto es, de
apertura completa para explicar todo aquello que sea relevante desde la perspectiva del
paciente y todo aquello que sea necesario saber desde la perspectiva del profesional, pero, al
mismo tiempo, manifestando respeto absoluto e incondicional hacia la persona particular y
hacia su intimidad.
5.- Cuando el paciente habla, hay que demostrar interés por lo que está diciendo, por
medio del feedback no verbal y mediante acciones tales como mirar al interlocutor a la cara,
colocar el cuerpo frente a él, asentir con la cabeza,… La relación comunicativa correcta no
sólo implica escuchar, sino también demostrar que se hace. El paciente que se siente
escuchado se mostrará mucho más implicado en el tratamiento, así como más colaborador con
el profesional que lo atiende.
6.- Escuchar siempre para comprender al otro y no estar pensando qué es lo que se va
a decir cuando el otro acabe de hablar. Escuchar significa prestar atención y demostrar que se
hace. El énfasis en la elaboración cognitiva sobre cuál va a ser la propia intervención
posterior podría resultar útil en un debate o contrastación de opiniones, pero en el caso de la
mayoría de interacciones sociales −y, en especial, de la relación terapéutica− actúa como un
distractor, por ser una interferencia psicológica a la comunicación eficaz. En definitiva,
escuchar para comprender y no sólo para responder.
8.- Ser siempre empático. La empatía consiste en ponerse en el lugar del otro y, por un
momento, situarse en la perspectiva ajena y no en la propia, con la finalidad de comprender
mejor los sentimientos, necesidades y situaciones particulares de la otra persona. Ser
empático no significa estar de acuerdo en todo, sino comprender la perspectiva ajena desde su
posición, desde sus necesidades, desde sus sentimientos y desde sus circunstancias. La
empatía implica un ejercicio de inteligencia relacional que permite entender las circunstancias
para poder entender a las personas, incluso aunque se estuviera en desacuerdo con opiniones
concretas del otro. Se trata, por tanto, de hacer uso de la inteligencia en la relación social para
comprender mejor y más profundamente a los demás y a sus circunstancias.
9.- Tener paciencia en el trato con el interlocutor. Dejar tiempo para que se exprese de
manera completa, pues no todo el mundo sabe expresarse con la misma facilidad. Además,
esto es especialmente relevante en el marco de la interacción terapéutica, pues ésta suele
incluir la expresión de sentimientos, preocupaciones, dudas o datos íntimos, que no siempre
resultan fáciles de comunicar. El profesional ha de transmitir siempre calma y cordialidad.
10.- Evitar juicios de valor sobre el interlocutor. El juicio emitido sobre otra persona
impele a ésta a asumir una actitud defensiva y la invita a buscar justificaciones. A la hora de
analizar hechos problemáticos, es conveniente hacerlo desde la concreción objetiva de los
comportamientos, los momentos y las consecuencias, más que generalizar y emitir juicios de
valor sobre la persona del paciente. Por ejemplo, no es lo mismo decir “dejaste de tomar la
medicación durante tres días y, como consecuencia, pasó tal cosa”, que decir “así no vas a
llegar a nada, no te vas a curar porque no colaboras”. En el primer caso, tenemos sobre la
mesa los datos objetivos que permitirán la eficacia del tratamiento; en el segundo caso, sólo
contamos con una afirmación genérica e irresoluble −y, tal vez, injusta−; en el primer caso, el
paciente sabe lo que puede hacer para mejorar su estado; en el segundo caso, no lo sabe.
11.- Ser conscientes de que todas las personas tenemos necesidades físicas,
psicológicas y sociales, pero que tanto éstas como la manera de satisfacerlas pueden ser muy
distintas entre personas distintas. Hay muy pocas necesidades universales en cuanto al
contenido y modo de satisfacción; es necesario respetar las peculiaridades personales, siempre
que no entren en conflicto con los derechos ajenos.
12.- Atender no sólo al contenido del mensaje sino también a los sentimientos y
necesidades de la persona. Esto significa atender no sólo al mensaje, sino también a la
persona. El profesional ha de ser plenamente consciente de que se encuentra ante una persona
completa y no sólo ante una colección de datos laborales. Las personas tienen sentimientos y
actúan en función de ellos, como también lo hacen conforme a sus pensamientos, opiniones,
expectativas, temores, creencias,… El profesional sanitario está aplicando unos
procedimientos terapéuticos ante un individuo completo y complejo, con reacciones
psicológicas complejas y, a menudo, imprevisibles, lo cual convierte su labor terapéutica en
algo bastante más intrincado que lo que significaría reparar un elemento tecnológico inerte.
13.- Hacer preguntas siempre que se necesite conocer un dato relevante o entenderlo
mejor, así como cuando se desee animar a la otra persona a expresarse. Esto también ayuda a
conocer y comprender el punto de vista del paciente sobre las cuestiones tratadas. Nunca hay
que dar por supuesto que se conoce sobre el paciente algo sobre lo que no se tiene certeza.
Pero, desde luego, preguntar debe ser una manera de obtener información relevante, nunca de
adoptar un comportamiento intrusivo.
14.- Estar atento a los mensajes no verbales del otro, pues ésta es una buena fuente de
información para comprender mejor a la persona, sus sentimientos, necesidades, dudas y
preocupaciones. A través de los mensajes no verbales del paciente se puede obtener
información de gran valor comunicativo sobre cómo es esa persona, cuál es su estado de
ánimo, cuáles son sus expectativas, sus temores, su motivación para el tratamiento, así como
sobre una gran cantidad de rasgos caracterológicos, comportamentales y psicosociales del
paciente. No obstante, conviene no obsesionarse con los datos no verbales percibidos, ni
pretender convertirse en un adivino a través de la observación de éstos.
15.- Ser consciente de la propia comunicación no verbal y utilizarla como un recurso
comunicativo de primer orden. Esto implicará acciones concretas tales como sonreír o
mantener una expresión facial distendida −siempre que la situación no sea impropia para
ello−; mirar hacia el interlocutor cuando se le hable o cuando se le escuche, pero no
haciéndolo de manera agresiva ni insistente; usar un tono de voz que transmita calma,
cordialidad y servicialidad; mantener una postura corporal abierta −no cruzarse de brazos, ni
esconder las manos, ni expresar tensión corporal,…−; no gesticular excesivamente, ni
tampoco mostrarse inexpresivo;… La utilización de los recursos comunicativos no verbales es
el instrumento más idóneo para crear un clima de cordialidad y confianza mutua en la relación
terapéutica. Hay que ser consciente de que la manera en que se dicen las cosas es tan
importante como lo que se dice explícitamente.
16.- Siempre hay que considerar el ambiente físico y social en el que nos encontremos.
Lo que para un individuo es un lugar habitual y rutinario de trabajo, para otro puede ser un
lugar extraño, incómodo o desagradable. En el ámbito sanitario esta circunstancia es
especialmente relevante. Para el profesional, el centro de salud o el hospital es su “oficina”, el
lugar en el que desarrolla cotidianamente sus rutinas de trabajo. Sin embargo, para el paciente
o para sus familiares, puede ser un espacio incómodo y vinculado a sentimientos dolorosos.
Además, es un contexto despersonalizador, en el que el paciente es despojado de su ropa, de
su intimidad y de su individualidad; donde sus hábitos cotidianos de comidas, sueño o
descanso se tienen que interrumpir; donde está continuamente recibiendo órdenes y
sometiéndose a procedimientos altamente burocratizados e intrusivos; donde el campo
perceptivo está dominado por fuertes olores característicos −muchas veces imperceptibles
para el profesional sanitario, por un simple proceso de habituación perceptiva−; donde las
reacciones emocionales intensas y desagradables son frecuentes;… Todo ello hará que lo que
es el espacio habitual de trabajo para el profesional sea para el paciente un lugar poco grato.
Será imprescindible tomar esto en consideración para llegar a una empatía terapéutica más
completa y correcta.
19.- Demostrar, en todo momento, una elevada motivación hacia el propio trabajo. Es
claro que la motivación laboral depende de factores muy diversos, que no sólo corresponden
al esfuerzo actitudinal del profesional. En todo caso, el paciente no es responsable ni causante
de esos posibles factores. Por ello, si eventualmente existieran causas de desmotivación
laboral, el profesional sanitario debe aislarse de ellas durante su relación con el paciente. La
desmotivación es fácilmente captada por quien recibe el servicio, produciendo, así, un
decremento de la credibilidad otorgada al profesional, de la credibilidad otorgada al
tratamiento y, por tanto, de la adhesión al mismo. Este efecto de la desmotivación laboral
sobre el paciente es tan significativo como el que produciría una desconfianza en las
competencias técnicas del profesional.
Se entiende por “paciente difícil” a aquél que por su comportamiento constituye una
importante fuente de estrés para el profesional de la salud, principalmente en el ámbito
hospitalario. Siguiendo la interesante y exhaustiva aportación de Vanderpool (1988),
definiremos en este apartado una tipología de este tipo de paciente, así como las respuestas
que deberían ser más adecuadas por parte del profesional que lo atiende.
− Pacientes “incurables”. Son pacientes que no parecen curarse nunca y que, incluso,
pueden empeorar con la terapia aplicada. En cierto sentido, se niegan a ponerse bien aunque
el tratamiento sea el adecuado. El terapeuta debe considerar la posibilidad de que el enfermo,
por algún motivo, desea conservar sus síntomas. Hay que identificar cuáles son estos posibles
motivos: evasión de responsabilidades en la vida social, asegurar la atención de otras
personas, somatizaciones,… En cualquier caso, las ganancias secundarias que el paciente
pudiera obtener derivadas de sus síntomas sólo podrán ser eliminadas sometiéndose a
tratamiento psicológico. Así pues, el profesional debe detectar los condicionantes
psicológicos de este comportamiento anómalo en su paciente, para lo cual puede ser
conveniente buscar asesoramiento en un especialista de la psicología clínica. Insistir en un
tratamiento farmacológico o físico cuando el problema del enfermo es de otra índole, sólo
servirá para acentuar los sentimientos de frustración del profesional y para mantener las
quejas crónicas del paciente.
Ajzen, I. (1991). The theory of planned behavior. Organizacional Behavior and Human
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Bensing, J., Schreurs, K. y De Rijt, A. (1996). The role of general practitioner's affective
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Gil, F., León, J.M. y Jarana, L. (1995). Habilidades sociales y salud. Madrid: Pirámide.
Harrison, A. (1996). Patients' evaluations of their consultations with primary health clinic
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Nouvilas, E. (1999). Psicología social y salud. En J.F. Morales y C. Huici (Eds.), Psicología
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Vanderpool, J.P. (1988). Las relaciones estresantes con el paciente y el paciente difícil. En D.
Krueger (Ed.), Psicología de la rehabilitación. Barcelona: Herder.