El Espíritu Santo en Los Padres de La Iglesia. Compendio
El Espíritu Santo en Los Padres de La Iglesia. Compendio
El Espíritu Santo en Los Padres de La Iglesia. Compendio
Juan Damasceno
Pedro Crisólogo
Fulgencio de Ruspe
Meliton de Sardes
Anastasio de Antioquía
Gaudencio de Brescia
Beda el Venerable
Máximo de Turín
Dídimo de Alejandría
Gregorio de Nisa
Porque tú, Señor, nos has amado y has entregado a tu único y amado
Hijo para nuestra redención, que él aceptó voluntariamente, sin
repugnancia; más aún, puesto que él mismo se ofreció, fue destinado
al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo
hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente
a ti, Dios, su Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te humillaste para cargarme sobre tus
hombros, como oveja perdida, y me apacentaste en verdes pastos;
me has alimentado con las aguas de la verdadera doctrina por
mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para que
alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.
Por lo que el Apóstol dice que esta unidad del Espíritu en el vínculo de
la paz ha de ser guardada con toda solicitud, y aconseja así a los
Efesios: Yo, el prisionero por el Señor , os ruego que andéis, como
pide la vocación a la que habéis sido convocados.
Sed siempre humildes y amables; sed comprensivos, sobrellevaos
mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu,
con el vínculo de la paz.
Los que acabáis de libraras del poder de Egipto del Faraón, que es el
diablo, compartid en nuestra compañía, con toda la avidez de vuestro
corazón creyente; este sacrificio de la Pascua salvadora; para que el
mismo Señor nuestro, Jesucristo, al que reconocemos presente en
sus sacramentos, nos santifique en lo más íntimo de nuestro ser:
cuyo poder inestimable permanece por los siglos.
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Del comentario de san Beda el Venerable, presbítero, sobre la
primera carta de san Pedro (Cap. 2: PL 93, 50-51):
En efecto, los egipcios, que afligían al pueblo de Dios, y que por eso
eran como un símbolo de las tinieblas y aflicción, representan
adecuadamente los pecados que nos perseguían, pero que quedan
borrados en el bautismo.
La luz de Cristo es día sin noche, día sin ocaso. Escucha al Apóstol
que nos dice que este día es el mismo Cristo: La noche está
avanzando, el día se echa encima. La noche está avanzando, dice,
porque no volver m s. Entiéndelo bien: una vez que ha amanecido la
luz de Cristo, huyen las tinieblas del diablo y desaparece la negrura
del pecado porque el resplandor de Cristo destruye la tenebrosidad de
las culpas pasadas.
Así como no hay noche que siga al día celeste, del mismo modo las
tinieblas del pecado no pueden seguir la santidad de Cristo. El día
celeste resplandece, brilla, fulgura sin cesar y no hay oscuridad que
pueda con él. La luz de Cristo luce, ilumina, destella continuamente y
las tinieblas del pecado no pueden recibirla: por ello dice el
evangelista Juan: La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
En el bautismo nos renueva el Espíritu Santo como Dios que es, a una
con el Padre y el Hijo, y nos devuelve desde el informe estado en que
nos hallamos a la primitiva belleza, así como nos llena con su gracia
de forma que ya no podemos ir tras cosa alguna que no sea
deseable; nos libera del pecado y de la muerte; de terrenos, es decir,
de hechos de tierra y polvo, nos convierte en espirituales, participes
de la gloria divina, hijos y herederos de Dios Padre, configurados de
acuerdo con la imagen de su Hijo, herederos con él, hermanos suyos,
que habrán de ser glorificados con él y reinaran con él; en lugar de la
tierra nos da el cielo y nos concede liberalmente el paraíso; nos honra
mas que a los ángeles; y con las aguas divinas de la piscina
bautismal apaga la inmensa llama inextinguible del infierno.
Pero será mucho mejor que examinemos una por una las palabras del
pasaje evangélico: Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mi y
yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros.
El vínculo de esta unidad es la gloria. Por otra parte, si se examinan
atentamente las palabras del Señor, se descubrir que el Espíritu
Santo es denominado ´gloriaª. Dice así, en efecto: Les di a ellos la
gloria que me diste. Efectivamente les dio esta gloria, cuando les
dijo: Recibid el Espíritu Santo.
Por eso dijo: Les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno,
como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mi para que sean
completamente uno. Por lo cual todo aquel que ha crecido hasta
transformarse de niño en hombre perfecto ha llegado a la madurez
del conocimiento. Finalmente, liberado de todos los vicios y
purificado, se hace capaz de la gloria del Espíritu Santo; Este es
aquella paloma perfecta a la que se refiere el Esposo cuando dice:
Una sola es mi paloma, sin defecto.
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Dios Padre 16.X.1985
1. ´Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy´ (Sal 2, 7). En el
intento de hacer comprender la plena verdad de la paternidad de
Dios, que ha sido revelada en Jesucristo, el autor de la Carta a los
Hebreos se remite al testimonio del Antiguo Testamento (Cfr. Heb 1,
4-14), citando, entre otras cosas, la expresión que acabamos de leer
tomada del Salmo 2, así como una frase parecida del libro de
Samuel:
´Yo ser para él un padre / y él será para mí un hijo´ (2 Sm 7, 14):
Son palabras proféticas: Dios habla a David de su descendiente. Pero,
mientras en el contexto del Antiguo Testamento estas palabras
parecían referirse sólo a la filiación adoptiva, por analogía con la
paternidad y filiación humana, en el Nuevo Testamento se descubre
su significado auténtico y definitivo: hablan del Hijo que es de la
misma naturaleza que el Padre, del Hijo verdaderamente engendrado
por el Padre. Y por eso hablan también de la paternidad real de Dios,
de una paternidad a la que le es propia la generación del Hijo
consubstancial al Padre. Hablan de Dios, que es Padre en el sentido
más profundo y más auténtico de la palabra. Hablan de Dios, que
engendra eternamente al Verbo eterno, al Hijo consubstancial al
Padre. Con relación a El Dios es Padre en el inefable misterio de su
divinidad.
´Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy´:
El adverbio ´hoy´ habla de la eternidad. Es el ´hoy´ de la vida íntima
de Dios, el ´hoy´ de la eternidad, el ´hoy´ de la Santísima e inefable
Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es Amor eterno y
eternamente consubstancial al Padre y al Hijo.
2. En el Antiguo Testamento el misterio de la paternidad divina
intratrinitaria no había sido aún explícitamente revelado. Todo el
contexto de la Antigua Alianza era rico, en cambio, de alusiones a la
verdad de la paternidad de Dios, tomada en sentido moral y
analógico. Así, Dios se revela como Padre de su Pueblo Israel, cuando
manda a Moisés que pida su liberación de Egipto: ´Así habla el
Señor: Israel es mi hijo primogénito. Yo te mando que dejes a mi hijo
ir.´ (Ex 4, 22-23).
Al basarse en la Alianza, se trata de una paternidad de elección, que
radica en el misterio de la creación. Dice Isaías: ´Tú eres nuestro
padre, nosotros somos la arcilla, y tú nuestro alfarero, todos somos
obra de tus manos´ (Is 64, 7; 63, 16).
Esta paternidad no se refiere sólo al pueblo elegido, sino que llega a
cada uno de los hombres y supera el vínculo existente con los padres
terrenos. He aquí algunos textos: ´Si mi padre y mi madre me
abandonan, el Señor me acogerá´ (Sal 26, 10). ´Como un padre
siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles´
(Sal 102, 13). ´El Señor reprende a los que ama, como un padre a su
hijo preferido´ (Prov 3, 12). En los textos que acabamos de citar está
claro el carácter analógico de la paternidad de Dios-Señor, al que se
eleva la oración: ´Señor, Padre Soberano de mi vida, no permitas
que por ello caiga. Señor, Padre y Dios de mi vida, no me abandones
a sus sugestiones´ (Sir 23, 1-4). En el mismo sentido dice también:
´Si el justo es hijo de Dios, El lo acogerá y lo librará de sus
enemigos´ (Sab 2, 18).
3. La paternidad de Dios, con respecto tanto a Israel como a cada
uno de los hombres, se manifiesta en el amor misericordioso.
Leemos, p.e., en Jeremías: ´Salieron entre llantos, y los guiar con
consolaciones. pues yo soy el padre de Israel, y Efraín es mi
primogénito´ (Jer 31, 9).
Son numerosos los pasajes del Antiguo Testamento que presentan el
amor misericordioso del Dios de la Alianza. He aquí algunos: ´Tienes
piedad de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de
los hombres para traerlos a penitencia. Pero a todos perdonas,
porque son tuyos, Señor, amador de las almas´ (Sab 11, 24-27).
´Con amor eterno te amé , por eso te he mantenido mi favor´ (Jer
31, 3). En Isaías encontramos testimonios conmovedores de cuidado
y de cariño:
´Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado
de mí. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no
compadecerse del hijo de sus entrañas.? Aunque ella se olvidare, yo
no te olvidaría´ (Is 49, 14-15. Cfr. también 54, 10). Es significativo
que en los pasajes del Profeta Isaías la paternidad de Dios se
enriquece con connotaciones que se inspiran en la maternidad (Cfr.
Dives in misericordia, nota 52).
4. En la plenitud de los tiempos mesiánicos Jesús anuncia muchas
veces la paternidad de Dios con relación a los hombres remitiéndose
a las numerosas expresiones contenidas en el Antiguo Testamento.
Así se expresa a propósito de la Providencia Divina para con las
criaturas, especialmente con el hombre: vuestro Padre celestial las
alimenta.´ (Mt 6, 26. Cfr. Lc 12, 24), ´sabe vuestro Padre celestial
que de eso ten is necesidad´ (Mt 6, 32. Cfr. Lc 12, 30). Jesús trata
de hacer comprender la misericordia divina presentando como propio
de Dios el comportamiento acogedor del padre del hijo pródigo (Cfr.
Lc 15, 11-32); y exhorta a los que escuchan su palabra: ´Sed
misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso´ (Lc 6, 36).
Terminar diciendo que, para Jesús, Dios no es solamente ´el Padre de
Israel, el Padre de los hombres´, sino ´mi Padre´.
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El Hijo, Dios-Verbo 6.XI.1985
1. La Iglesia basándose en el testimonio dado por Cristo, profesa y
anuncia su fe en Dios-Hijo con las palabras del Símbolo niceno-
constantinopolitano: ´Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de
Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que
el Padre.´.
Esta es una verdad de fe anunciada por la palabra misma de Cristo,
sellada con su sangre derramada en la cruz, ratificada por su
resurrección, atestiguada por la enseñanza de los Apóstoles y
transmitida por los escritos del Nuevo testamento.
Cristo afirma: ´Antes de que Abrahán naciese, yo soy´ (Jn 8, 58). No
dice: ´Yo era´, sino ´Yo soy´, es decir, desde siempre, en un eterno
presente. El Apóstol Juan, en el prólogo de su Evangelio, escribe: ´En
el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era
Dios. El estaba en el principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas
por El, y sin El no se hizo nada de cuanto ha sido hecho´ (Jn 1, 1-3).
Por lo tanto, ese ´antes de Abrahán´, en el contexto de la polémica
de Jesús con los herederos de la tradición de Israel, que apelaban a
Abrahán, significa: ´mucho antes de Abrahán´ y queda iluminado en
las palabras del prólogo del cuarto Evangelio: ´En el principio estaba
en Dios´, es decir, en la eternidad que sólo es propia de Dios: en la
eternidad común con el Padre y con el Espíritu Santo. Efectivamente,
proclama el Símbolo ´Quicumque´: ´Y en esta Trinidad nada es antes
o después, nada mayor o menor, sino que las tres Personas son entre
sí coeternas y coiguales´.
2. Según el Evangelio de Juan, el Hijo-Verbo estaba en el principio en
Dios, y el Verbo era Dios (Cfr. Jn 1, 2). El mismo concepto
encontramos en la enseñanza apostólica. Efectivamente, leemos en la
Carta a los hebreos que Dios ha constituido al Hijo ´heredero de
todo, por quien también hizo los siglos. Este Hijo. es irradiación de su
gloria y la impronta de su sustancia y el que con su poderosa palabra
sustenta todas las cosas´ (Heb 1, 2-3). Y Pablo, en la Carta a los
Colosenses, escribe: ´El es la imagen de Dios invisible, primogénito
de toda criatura´ (Col 1, 15).
Así, pues, según la enseñanza apostólica, el Hijo es de la misma
naturaleza que el Padre porque es el Dios-Verbo. En este Verbo y por
medio de El todo ha sido hecho, ha sido creado el universo. Antes de
la creación, antes del comienzo de ´todas las cosas visibles e
invisibles´, el Verbo tiene en común con el Padre el Ser eterno y la
Vida divina, siendo ´la irradiación de su gloria y la impronta de su
sustancia´ (Heb 1, 3). En este Principio sin principio el Verbo es el
Hijo, porque es eternamente engendrado por el Padre. El Nuevo
Testamento nos revela este misterio para nosotros incomprensible de
un Dios que es Uno y Trino: he aquí que en la ónticamente absoluta
unidad de su esencia, Dios es eternamente y sin principio el Padre
que engendra al Verbo, y es el Hijo, engendrado como Verbo del
Padre.
3. Esta eterna generación del Hijo es una verdad de fe proclamada y
definida por la Iglesia muchas veces (no sólo en Nicea y en
Constantinopla, sino también en otros Concilios, p.e., en el Concilio
Lateranense IV, año 1215), escrutada y también explicada por los
Padres y por los teólogos, naturalmente en cuanto la inescrutable
Realidad de Dios puede ser captada con nuestros conceptos
humanos, siempre inadecuados. Esta explicación la resume el
catecismo del Concilio de Trento, que dictamina exactamente: . es
tan grande la infinita fecundidad de Dios que, conociéndose a Sí
mismo, engendra al Hijo idéntico e igual´.
Efectivamente, es cierto que esta eterna generación en Dios es de
naturaleza absolutamente espiritual, porque ´Dios es Espíritu´. Por
analogía con el proceso gnoseológico de la mente humana, por el que
el hombre, conociéndose a sí mismo, produce una imagen de sí
mismo, una idea, un ´concepto´, es decir, una ´idea concebida´, que
del latín verbum es llamada con frecuencia verbo interior, nosotros
nos atrevemos a pensar en la generación del Hijo o ´concepto´
eterno y Verbo interior de Dios. Dios, conoci éndose a Sí mismo,
engendra al Verbo-Hijo, que es Dios como el Padre. En esta
generación, Dios es al mismo tiempo Padre, como el que engendra, e
Hijo, como el que es engendrado, en la suprema identidad de la
Divinidad, que excluye una pluralidad de ´Dioses´. El Verbo es el Hijo
de la misma naturaleza que el Padre y es con El el Dios único de la
revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento.
4. Esta exposición del misterio, para nosotros inescrutable, de la vida
íntima de Dios se contiene en toda la tradición cristiana. Si la
generación divina es verdad de fe, contenida directamente en la
Revelación y definida por la Iglesia, podemos decir que la explicación
que de ella dan los Padres y Doctores de la Iglesia, es una doctrina
teológica bien fundada y segura.
Pero con ella no podemos pretender eliminar las oscuridades que
envuelven, ante nuestra mente, al que ´habita una luz inaccesible´
(1 Tim 6,16). Precisamente porque el entendimiento humano no es
capaz de Comprender la esencia divina, no puede penetrar en el
misterio de la vida íntima de Dios. Con una razón particular se puede
aplicar aquí la frase: ´Si lo comprendes, no es Dios´.
Sin embargo, la Revelación nos hace conocer los términos esenciales
del misterio, nos da su enunciación y nos lo hace gustar muy por
encima de toda comprensión intelectual, en espera y preparación de
la visión celeste. Creemos, pues, que ´El Verbo era Dios´ (Jn 1, 1),
´se hizo carne y habitó entre nosotros´ (Jn 1, 14), y ´a cuantos le
recibieron, les dio potestad de venir a ser hijos de Dios´ (Jn 1, 12).
Creemos en el Hijo ´unigénito que está en el seno del padre´ (Jn 1,
18), y que, al dejar la tierra, prometió ´prepararnos un lugar´ (Jn 14,
2) en la gloria de Dios, como hijos adoptivos y hermanos suyos (Cfr.
Rom 8, 15; Gal 4, 5; Ef 1, 5).
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El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo 20.XI.1985
1. El Espíritu Santo es ´enviado´ por el Padre y por el Hijo, como
también ´procede´ de ellos. Por esto se llama ´el Espíritu del Padre´
(P.e., Mt 10, 20; 1 Cor 2, 11; Jn 15, 26), pero también ´el Espíritu
del Hijo´ (Gal 4, 6), o ´el Espíritu de Jesús´ (Hech 16, 7), porque
Jesús mismo es quien lo envía (Cfr. Jn 15, 26). Por esto, la Iglesia
latina confiesa que el Espíritu Santo procede del Padre y el Hijo (qui a
Patre Filioque procedit), y las Iglesias ortodoxas proclaman que el
Espíritu Santo procede del Padre por medio del Hijo. Y procede ´por
vía de voluntad´, ´a modo de amor´ (per modum amoris), lo que es
´sentencia cierta´, es decir, doctrina teológica comúnmente aceptada
en la enseñanza de la Iglesia y, por lo mismo, segura y vinculante.
2. Esta convicción halla confirmación en la etimología del nombre
´Espíritu Santo´, a lo que aludí en la catequesis precedente:
Espíritus, spiritus, pneuma, ruah. Partiendo de esta etimología se
describe ´la procesión ´ del Espíritu del Padre y del Hijo como
´espiración´: spiramen, soplo de amor.
Esta espiración no es generación. Sólo el Verbo, el Hijo, ´procede´
del Padre por generación eterna. ´Dios, que eternamente se conoce a
Sí mismo y en Sí mismo a todo, engendra el Verbo. En esta
generación eterna, que tiene lugar por vía intelectual (per modum
intelligibilis actionis), Dios, en la absoluta unidad de su naturaleza, es
decir, de su divinidad, es Padre e Hijo. ´Es´ y no ´se convierte en´;
lo ´es´ eternamente. ´Es´ desde el principio y sin principio. Bajo este
aspecto la palabra ´procesión´ debe entenderse correctamente: sin
connotación alguna propia de un ´devenir´ temporal. Lo mismo vale
para la ´procesión´ del Espíritu Santo.
3. Dios, pues, mediante la generación, en la absoluta unidad de la
divinidad, es eternamente Padre e Hijo. El Padre que engendra, ama
al Hijo engendrado, y el Hijo ama al Padre con un amor que se
identifica con el del Padre. En la unidad de la Divinidad el amor es,
por un lado, paterno y, por otro, filial. Al mismo tiempo el Padre y el
Hijo no sólo están unidos por ese recíproco amor como dos Personas
infinitamente perfectas, sino que su mutua complacencia, su amor
recíproco procede en ellos y de ellos como persona: el Padre y el Hijo
´espiran´ el Espíritu de Amor consubstancial con ellos. De este modo
Dios, en la absoluta unidad de su Divinidad es desde toda la
eternidad Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Símbolo ´Quicumque´ proclama: ´El Espíritu Santo no es hecho, ni
creado, ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo´. Y la
´procesión´ es per modum amoris, como hemos dicho. Por esto, los
Padres de la Iglesia llaman al Espíritu Santo: ´Amor, Caridad,
Dilección, Vínculo de amor, Beso de Amor´. Todas estas expresiones
dan testimonio del modo de ´proceder´ del Espíritu Santo del Padre y
del Hijo.
4. Se puede decir que Dios en su vida íntima ´es amor´ que se
personaliza en el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo. El
Espíritu es llamado también Don.
Efectivamente, en el Espíritu Santo, que es el Amor, se encuentra la
fuente de todo don, que tiene en Dios su principio con relación a las
criaturas: el don de la existencia por medio de la creación, el don de
la gracia por medio de toda la economía de la salvación.
A la luz de esta teología del Don trinitario, comprendemos mejor las
palabras de los Hechos de los Apóstoles: . recibiréis el don del
Espíritu Santo´ (2, 38). Son las palabras con las que Cristo se
despide definitivamente de sus amigos, cuando va al Padre. A esta
luz comprendemos también las palabras del Apóstol: ´El amor de
Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu
Santo, que nos ha sido dado´ (Rom 5, 5).
Concluyamos, pues, nuestra reflexión invocando con la liturgia:
´Veni, Sancte Spiritus´, ´Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de
tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor´.
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2. Esta misión salvífica del Hijo de Dios como Hombre se lleva a cabo
´en la potencia´ del Espíritu Santo. Lo atestiguan numerosos pasajes
de los Evangelios y todo el Nuevo Testamento. En el Antiguo
Testamento, la verdad sobre la estrecha relación entre la misión del
Hijo y la venida del Espíritu Santo (que es también su ´misión´)
estaba escondida, aunque también, en cierto modo, ya anunciada. Un
presagio particular son las palabras de Isaías, a las cuales Jesús hace
referencia al inicio de su actividad mesiánica en Nazaret: ´El Espíritu
del Señor está sobre mi, porque me ungió para evangelizar a los
pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la
recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para
anunciar un año de gracia del Señor´ (Lc 4,17-19; cfr. Is 61, 1-2).
Estas palabras hacen referencia al Mesías: palabra que significa
´consagrado con unción´ (´ungido´), es decir, aquel que viene de la
potencia del Espíritu del Señor. Jesús afirma delante de sus paisanos
que estas palabras se refieren a El: ´Hoy se cumple esta Escritura
que acabáis de oír´ (Cfr. Lc 4, 21).
8. Así pues, Jesucristo, el Hijo de Dios, viene al mundo por obra del
Espíritu Santo, y como Hijo del hombre cumple totalmente su misión
mesiánica en la fuerza del Espíritu Santo. Pero si Jesucristo actúa por
este poder durante toda su actividad salvífica y al final en la pasión y
en la resurrección, entonces es el mismo Espíritu Santo el que revela
que El es el Hijo de Dios. De modo que hoy, gracias al Espíritu Santo,
la divinidad del Hijo, Jesús de Nazaret, resplandece ante el mundo. Y
´nadie (como escribe San Pablo) puede decir: ´Jesús es el Señor´,
sino en el Espíritu Santo´ (1 Cor 12,3).
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«¿No es una arrogancia hablar de verdad en cosas de religión y llegar
a afirmar haber hallado en la propia religión la verdad, la sola verdad,
que por cierto no elimina el conocimiento de la verdad en otras
religiones, pero que recoge las piezas dispersas y las lleva a la
unidad?». Card. + Joseph Ratzinger
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe
Leer: Fragmento de «La Unicidad y la Universalidad salvífica de
Jesucristo y de la Iglesia»
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Con un poco de ti, puedes salvar muchas vidas.
“Dar su propia sangre voluntaria y gratuitamente es un gesto de
elevado valor moral y cívico” Papa Juan Pablo II VATICANO, 13 Jun.
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