El Espíritu Santo en Los Padres de La Iglesia. Compendio

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EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA

Juan Damasceno
Pedro Crisólogo
Fulgencio de Ruspe
Meliton de Sardes
Anastasio de Antioquía
Gaudencio de Brescia
Beda el Venerable
Máximo de Turín
Dídimo de Alejandría
Gregorio de Nisa

De la Declaración de la fe, de San Juan Damasceno, (Cap. l: PG


95, 417-419):

Tú, Señor, me sacaste de los lomos de mi padre; tú me formaste en


el vientre de mi madre; tú me diste a luz niño y desnudo, puesto que
las leyes de la naturaleza siguen tus mandatos.

Con la bendición del Espíritu Santo preparaste mi creación y mi


existencia, no por voluntad de varón, ni por deseo carnal, sino por
una gracia tuya inefable. Previniste mi nacimiento con un cuidado
superior al de las leyes naturales; pues me sacáste a la luz
adoptándome como hijo tuyo y me contaste entre los hijos de tu
Iglesia santa e inmaculada.

Me alimentaste con la leche espiritual de tus divinas enseñanzas.


Me nutriste con el vigoroso alimento del cuerpo de Cristo, nuestro
Dios, tu santo Unigénito, y me embriagaste con el cáliz divino, o sea,
con su sangre vivificante, que él derramó por la salvación de todo el
mundo.

Porque tú, Señor, nos has amado y has entregado a tu único y amado
Hijo para nuestra redención, que él aceptó voluntariamente, sin
repugnancia; más aún, puesto que él mismo se ofreció, fue destinado
al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo
hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente
a ti, Dios, su Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te humillaste para cargarme sobre tus
hombros, como oveja perdida, y me apacentaste en verdes pastos;
me has alimentado con las aguas de la verdadera doctrina por
mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para que
alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.

Por la imposición de manos del obispo, me llamaste para servir a tus


hijos. Ignoro por qué razón me elegiste; tú solo lo sabes.
Pero tú, Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que
gravemente te ofendí; purifica mi corazón y mi mente.
Condúceme por el camino recto, tú que eres una lámpara que
alumbra.

Pon tus palabras en mis labios; dame un lenguaje claro y fácil,


mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu presencia
siempre vigile.

Apaciéntame, Señor, y apacienta tú conmigo, para que mi corazón no


se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu Espíritu
bueno me conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según
tu voluntad hasta el último momento.

Y tú, cima preclara de la más íntegra pureza, excelente congregación


de la Iglesia, que esperas la ayuda de Dios, tú, en
quien Dios descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune de
todo error, tal como nos la transmitieron nuestros Padres, y con la
cual se fortalece la Iglesia.

De los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo (Sermón 108:


PL 52, 499-500):

¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a la vez,


sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la
ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que
va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen
intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que
presenta el sacrificio no podría matar esta víctima.

Misterioso sacrificio en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del


cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os
exhorto, por la misericordia de Dios -dice-, a presentar vuestros
cuerpos como hostia viva.
Este sacrificio, hermanos, es como una imagen del de Cristo que,
permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: él hizo
efectivamente de su cuerpo una hostia viva, porque, a pesar de haber
sido muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la muerte
tuvo su parte, pero la víctima permaneció viva, la muerte resultó
castigada, la víctima, en cambio, no perdió la vida. Así también, para
los mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un principio, al
ajusticiarlos encontraron la vida y, cuando, en la tierra, los hombres
pensaban que habían muerto, empezaron a brillar resplandecientes
en el cielo, Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar
vuestros cuerpos como hostia viva. Es lo mismo que ya había dicho el
profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado
un cuerpo.

Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de


Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido.
Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor,
que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente
que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que
tu oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en
tus manos la espada del Espíritu haz de tu corazón un altar, y así,
afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio.

Dios te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de


tu sangre; se aplaca, no con tu muerte; sino con tu buena voluntad.
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De los libros de san Fulgencio de Ruspe, obispo, a Mónimo


(Libro
2,11-12: CCL 91, 46-48):

La edificación espiritual del cuerpo de Cristo, que se realiza en la


caridad (según la expresión del bienaventurado Pedro, las piedras
vivas entran en la construcción del templo del Espíritu, formando un
sacerdocio sagrado; para ofrecer sacrificios espirituales que Dios
acepta por Jesucristo), esta edificación espiritual, repito, nunca se
pide más oportunamente que cuando el cuerpo de Cristo, ; la Iglesia;
ofrece el mismo cuerpo y la misma sangre de Cristo en el sacramento
del pan y del cáliz: El cáliz que bebemos es comunión con la sangre
de Cristo, y el pan que partimos es comunión con el cuerpo de Cristo;
el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un
solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. Y lo que en
consecuencia pedimos es que con la misma gracia con la que la
Iglesia se construyó en cuerpo de Cristo, todos los miembros, unidos
en la caridad, perseveren en la unidad del mismo cuerpo, sin que su
unión se rompa.
Esto es lo que pedimos que se realice en nosotros por gracia del
Espíritu, que es el mismo Espíritu del Padre y del Hijo; porque la
Santa Trinidad, en la unidad de naturaleza, igualdad y caridad, es el
único, solo y verdadero Dios, que santifica en la unidad a los que
adopta.

Por lo cual dice la Escritura: El amor de Dios ha sido derramado en


nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.Pues el
Espíritu Santo, que es el mismo Espíritu del Padre y del Hijo, en
aquellos a quienes concede la gracia de la adopción divina, realiza lo
mismo que llevó a cabo en aquellos de quienes se dice, en el libro de
los Hechos de los apóstoles, que habían recibido este mismo Espíritu.
De ellos se dice, en efecto: En el grupo de los .creyentes todos
pensaban y sentían lo mismo; pues el Espíritu único del Padre y del
Hijo, que, con el Padre y el Hijo es el único Dios, había creado un solo
corazón y una sola alma en la muchedumbre de los creyentes:

Por lo que el Apóstol dice que esta unidad del Espíritu en el vínculo de
la paz ha de ser guardada con toda solicitud, y aconseja así a los
Efesios: Yo, el prisionero por el Señor , os ruego que andéis, como
pide la vocación a la que habéis sido convocados.
Sed siempre humildes y amables; sed comprensivos, sobrellevaos
mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu,
con el vínculo de la paz.

Dios acepta y recibe con agrado a la Iglesia como sacrificio cuando la


Iglesia conserva la caridad que derramó ella el Espíritu Santo: así, si
la Iglesia conserva la caridad del Espíritu, puede presentarse ante el
Señor como una hostia viva, santa y agradable a Dios.
........................
Del tratado de san Fulgencio de Ruspe, obispo, sobre la regla
de la verdadera fe a Pedro (Cap. 22, 62: CCL 91 A, 726. 750-
751):

En los sacrificios de víctimas carnales que la Santa Trinidad, que es el


mismo Dios del antiguo y del nuevo Testamento, había exigido que le
fueran ofrecidos por nuestros padres, se significaba ya el don
gratísimo de aquel sacrificio con el que el Hijo único de Dios, hecho
hombre, había de inmolarse a sí mismo misericordiosamente por
nosotros.

Pues, según la doctrina apostólica, se entregó por nosotros a Dios


como oblación y víctima de suave olor. Él, como Dios
verdadero y verdadero sumo sacerdote que era, penetró por nosotros
una sola vez en el santuario, no con la sangre de los
becerros y los machos cabríos, sino con la suya propia. Esto era
precisamente lo que significaba aquel sumo sacerdote que entraba
cada año con la sangre en el santuario.

El es quien, en sí mismo, poseía todo lo que era necesario para que


se efectuara nuestra redención, es decir, él mismo fue el sacerdote y
el sacrificio, él mismo fue Dios y templo: el sacerdote por cuyo medio
nos reconciliamos, el sacrificio que nos reconcilia, el templo en el que
nos reconciliamos, el Dios con quien nos hemos reconciliado.

Como sacerdote, sacrificio y templo, actuó solo, porque aunque era


Dios quien realizaba estas cosas, no obstante las realizaba en su
forma de siervo; en cambio, en lo que realizó como Dios, en la forma
de Dios, lo realizó conjuntamente con el Padre y el Espíritu Santo.

Ten, pues, por absolutamente seguro, y no dudes en modo alguno,


que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por
nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor, el mismo en
cuyo honor, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas,
profetas y sacerdotes ofrecían, en tiempos del antiguo Testamento,
sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea, en el tiempo del
Testamento nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, con
quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica
no deja nunca de ofrecer, por todo el universo de la tierra, el
sacrificio del pan y del vino, con fe y caridad.
Así, pues, en aquellas víctimas carnales se significaba la carne y la
sangre de Cristo; la carne que él mismo, sin pecado como se hallaba,
había de ofrecer por nuestros pecados, y la sangre que había de
derramar en remisión también de nuestros pecados; en cambio, en
este sacrificio se trata de la acción de gracias y del memorial de la
carne de Cristo, que él ofreció por nosotros, y de la sangre, que,
siendo como era Dios, derramó por nosotros. Sobre esto afirma el
bienaventurado Pablo en los Hechos de los apóstoles: Tened cuidado
de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado
guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su
propia sangre.

Por tanto, aquellos sacrificios eran figura y signo de lo que se nos


daría en el futuro; en este sacrificio, en cambio, se nos muestra de
modo evidente lo que ya nos ha sido dado.

En aquellos sacrificios se anunciaba de antemano al Hijo de Dios, que


había de morir a manos de los impíos; en este sacrificio, en cambio,
se le anuncia ya muerto por ellos, como atestigua el Apóstol al decir:
Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo
señalado, Cristo murió por los impíos; y añade: Cuando éramos
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.
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De la homilía de Melitón de Sardes, obispo, sobre la Pascua


(Núms. 65-71: SC 123, 95-101):

Muchas predicciones nos dejaron los profetas en torno al misterio de


Pascua, que es Cristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

El vino desde los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos


humanos; se revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal y
apareció como hombre; hizo suyas las pasiones y sufrimientos
humanos con su cuerpo, sujeto al dolor, y destruyó las pasiones de la
carne, de modo que quien por su espíritu no podía morir acabó con la
muerte homicida.

Se vio arrastrado como un cordero y degollado como una oveja, y así


nos redimió de idolatrar al mundo, el que en otro tiempo libró a los
israelitas de Egipto, y nos salva de la esclavitud diabólica, como en
otro tiempo a Israel de la mano del Faraón; y marcó nuestras almas
con su propio Espíritu, y los miembros de nuestro cuerpo con su
sangre.

Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al


demonio en el llanto, como Moisés al Faraón. Este es el que derrotó a
la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la
esterilidad.

Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las


tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de las tinieblas al recinto
eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y
eterno. Él es la Pascua nuestra salvación.

Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el


mismo que fue asesinado en Abel y atado de manos en Isaac, el
mismo que peregrinó en Jacob y vendido en José, expuesto en Moisés
y sacrificado en el madero, perseguido en David y deshonrado en los
profetas. Éste es el que se encarnó en la Virgen, fue colgado madero
y fue sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos,
subió al cielo.

Éste es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que


nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue
arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer
y sepultado por la noche; aquel que no fue quebrantado en el leño, ni
se descompuso en tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos
e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro.
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De los sermones de san Anastasio de Antioquía, obispo


(Sermón
4,1-2: PG 89,1347-1349):

Después que Cristo se había mostrado, a través de sus palabras y sus


obras, como Dios verdadero y Señor del universo, decía a sus
discípulos, a punto ya de subir a Jerusalén: Mirad, estamos subiendo
a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los gentiles y a
los sumos sacerdotes y a los escribas, para que lo azoten, se burlen
de él y lo crucifiquen. Esto que decía estaba de acuerdo con las
predicciones de los profetas, que habían anunciado de antemano el
final que debía tener en Jerusalén. Las sagradas Escrituras habían
profetizado desde el principio muerte de Cristo y todo lo que sufriría
antes de su muerte; como también lo que había de suceder con su
cuerpo, después de muerto; con ello predecían que este Dios; al que
tales cosas acontecieron, era impasible e inmortal; y no podríamos
tenerlo por Dios, si, al contemplar la realidad de su encarnación, no
descubriésemos en ella el motivo justo y verdadero para profesar
nuestra fe en ambos
extremos; a saber, en su pasión y en su impasibilidad; como también
el motivo por el cual el Verbo de Dios; ir lo demás
impasible, quiso sufrir la pasión: porque era el único modo como
podía ser salvado el hombre. Cosas, todas éstas, que sólo las conoce
él y aquellos a quienes él las revela; él, en efecto, conoce todo lo que
atañe al Padre, de la misma manera que el Espíritu sondea la
profundidad de los misterios divinos.

El Mesías, pues, tenía que padecer, y su pasión era totalmente


necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calicó de hombres sin
inteligencia y cortos de entendimiento a aquellos discípulos que
ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria.
Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella
gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese; y esta
salvación es aquella perfección que había de obtenerse por medio de
la pasión, y que había de ser atribuida guía de nuestra salvación,
como nos enseña la carta los Hebreos, cuando dice que él es el guía
de nuestra salvación, perfeccionado y consagrado con sufrimientos. Y
vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como
Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado por un breve
tiempo, le es restituida a través de la cruz en la misma carne que
había asumido; dice, en efecto, san Juan, en su evangelio, al explicar
en qué consiste aquella agua que
dijo el Salvador que manaría como un torrente de las entrañas del
que crea en él. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de
recibir los que creyeran en Todavía no se había dado el Espíritu,
porque Jesús había sido glorificado; aquí el evangelista identifica
gloria con la muerte en cruz. Por eso el Señor, en la oración que
dirige al Padre antes de su pasión, le pide que glorifique con aquella
gloria que tenía junto a él; antes que el mundo existiese.
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De los tratados de san Gaudencio de Brescia, obispo (Tratado


2:
CSEL 68, 30-32):

El sacrificio celeste instituido por Cristo constituye efectivamente la


rica herencia del nuevo Testamento que el Señor nos dejó, como
prenda de su presencia, la noche en que iba a ser entregado para
morir en la cruz.
Éste es el viático de nuestro viaje, con el que nos alimentamos y
nutrimos durante el camino de esta vida, hasta que saliendo de este
mundo lleguemos a él; por eso ; decía el mismo Señor: Si no coméis,
mi carne y no, bebéis mi sangre, no tenéis, vida en vosotros.

Quiso, en efecto, que sus beneficios quedaran entre nosotros, quiso


que las almas, redimidas por su preciosa s sangre; fueran
santificadas por este sacramento, imagen de su pasión; y encomendó
por ello a sus fieles discípulos, a los que constituyó primeros
sacerdotes de su Iglesia, que siguieran celebrando
ininterrumpidamente estos misterios de vida eterna; misterios que
han de celebrar todos los sacerdotes de cada una de las iglesias de
todo el orbe, hasta el glorioso retorno de Cristo. De este modo los
sacerdotes, junto con toda la comunidad de creyentes, contemplando
todos los días el sacramento de la pasión de Cristo, llevándolo en sus
manos, tomándolo en la boca y recibiéndolo en el pecho, mantendrán
imborrable el recuerdo de la redención.

El pan, formado de muchos granos de trigo convertidos en flor de


harina, se hace con agua y llega a su entero ser por medio del fuego;
por ello resulta fácil ver en ,el una imagen del cuerpo de Cristo, el
cual, como sabemos, es un solo cuerpo formado por una multitud de
hombres de toda raza, y llega a su total perfección por el fuego del
Espíritu Santo.

Cristo, en efecto, nació del Espíritu Santo y, como convenía que


cumpliera todo lo que Dios quiere, entró en el Jordán para
consagrar las aguas del bautismo, y después salió del agua lleno del
Espíritu Santo, que había descendido sobre ,él en forma de paloma,
como lo atestigua el evangelista: Jesús , lleno del Espíritu Santo,
volvió del Jordán.

De modo semejante, el vino de su sangre, cosechado de los múltiples


racimos de la vida por ,él plantada, se exprimió en el lagar de la cruz
y bulle por su propia fuerza en los vasos generosos de quienes lo
beben con fe.

Los que acabáis de libraras del poder de Egipto del Faraón, que es el
diablo, compartid en nuestra compañía, con toda la avidez de vuestro
corazón creyente; este sacrificio de la Pascua salvadora; para que el
mismo Señor nuestro, Jesucristo, al que reconocemos presente en
sus sacramentos, nos santifique en lo más íntimo de nuestro ser:
cuyo poder inestimable permanece por los siglos.
______________
Del comentario de san Beda el Venerable, presbítero, sobre la
primera carta de san Pedro (Cap. 2: PL 93, 50-51):

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real. Este título


honorífico fue dado por Moisés en otro tiempo al antiguo pueblo de
Dios, y ahora con todo derecho Pedro lo aplica a los gentiles, puesto
que creyeron en Cristo, el cual, como piedra angular, reunió a todos
los pueblos en la salvación que, en un principio, había sido destinada
a Israel.

Y los llama raza elegida a causa de la fe, para distinguirlos de


aquellos que, al rechazar la piedra angular, se hicieron a sí mismos
dignos de rechazo.

Y sacerdocio real porque están unidos al cuerpo de aquel que es rey


soberano y verdadero sacerdote, capaz de otorgarles su reino como
rey, y de limpiar sus pecados como pontífice con la oblación de su
sangre. Los llama sacerdocio real para que no se olviden nunca de
esperar el reino eterno y de seguir ofreciendo a Dios el holocausto de
una vida intachable.

Se les llama también nación consagrada y pueblo adquirido por Dios,


de acuerdo con lo que dice el apóstol Pablo comentando el oráculo del
Profeta: Mi justo vivir de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor.
Pero nosotros, dice, no somos gente que se arredra para su
perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.
Y en los Hechos de los apóstoles dice: El Espíritu Santo os ha
encargado guardar el rebaño, como pastores de la Iglesia de Dios,
que él adquirió con la sangre de su Hijo. Nos hemos convertido, por
tanto, en pueblo adquirido por Dios en virtud de la sangre de nuestro
Redentor, como en otro tiempo el pueblo de Israel fue redimido de
Egipto por la sangre del cordero. Por esto Pedro recuerda en el
versículo siguiente el sentido figurativo del antiguo relato, y nos
enseña que éste tiene su cumplimiento pleno en el nuevo pueblo de
Dios, cuando dice: Para proclamar sus hazañas.
Porque así como los que fueron liberados por Moisés de la esclavitud
egipcia cantaron al Señor un canto triunfal después que pasaron el.
mar Rojo, y el ejército del Faraón se hundió bajo las aguas, así
también nosotros, después de haber recibido en el bautismo la
remisión de los pecados, hemos de dar gracias por estos beneficios
celestiales.

En efecto, los egipcios, que afligían al pueblo de Dios, y que por eso
eran como un símbolo de las tinieblas y aflicción, representan
adecuadamente los pecados que nos perseguían, pero que quedan
borrados en el bautismo.

La liberación de los hijos de Israel, lo mismo que su marcha hacia la


patria prometida, representa también adecuadamente el misterio de
nuestra redención: Caminamos hacia la luz de la morada celestial,
iluminados y guiados por la gracia de Cristo. Esta luz de la gracia
quedó prefigurada también por la nube y la columna de fuego; la
misma que los defendió, durante todo su viaje, de las tinieblas de la
noche, y los condujo, por un sendero inefable, hasta la patria
prometida.
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De los sermones de san Máximo de Turín, obispo (Sermón


53,1-2. 4: CCL 23, 214-216):

La resurrección de Cristo destruye el poder del abismo, los recién


bautizados renuevan la tierra, el Espíritu Santo abre las puertas del
cielo. Porque el abismo, al ver sus puertas destruidas, devuelve los
muertos, la tierra, renovada, germina resucitados, y el cielo, abierto,
acoge a los que ascienden.

El ladrón es admitido en el paraíso, los cuerpos de los santos entran


en la ciudad santa y los muertos vuelven a tener su morada entre los
vivos. Así, como si la resurrección de Cristo fuera germinando en el
mundo, todos los elementos de la creación se ven arrebatados a lo
alto.

El abismo devuelve sus cautivos, la tierra envía al cielo a los que


estaban sepultados en su seno, y el cielo presenta al Señor a los que
han subido desde la tierra: así, con un solo y único acto, la pasión del
Salvador nos extrae del abismo, nos eleva por encima de lo terreno y
nos coloca en lo m s alto de los cielos.

La resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los


pecadores, gloria para los santos. Por esto el salmista invita a toda la
creación a celebrar la resurrección de Cristo, al decir que hay que
alegrarse y llenarse de gozo en este día en que actuó el Señor.

La luz de Cristo es día sin noche, día sin ocaso. Escucha al Apóstol
que nos dice que este día es el mismo Cristo: La noche está
avanzando, el día se echa encima. La noche está avanzando, dice,
porque no volver m s. Entiéndelo bien: una vez que ha amanecido la
luz de Cristo, huyen las tinieblas del diablo y desaparece la negrura
del pecado porque el resplandor de Cristo destruye la tenebrosidad de
las culpas pasadas.

Porque Cristo es aquel Día a quien el Día, su Padre, comunica el


íntimo ser de la divinidad. Él es aquel Día, que dice por boca de
Salomón: Yo hice nacer en el cielo una luz inextinguible.

Así como no hay noche que siga al día celeste, del mismo modo las
tinieblas del pecado no pueden seguir la santidad de Cristo. El día
celeste resplandece, brilla, fulgura sin cesar y no hay oscuridad que
pueda con él. La luz de Cristo luce, ilumina, destella continuamente y
las tinieblas del pecado no pueden recibirla: por ello dice el
evangelista Juan: La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Por ello; hermanos, hemos de alegrarnos en este día santo. Que


nadie se sustraiga del gozo común a causa de la conciencia de sus
pecados, que nadie deje de participar en la oración del pueblo de
Dios, a causa del peso de sus faltas. Que nadie, por pecador que se
sienta, deje de esperar el perdón en un día tan santo. Porque, si el
ladrón obtuvo el paraíso, ¿cómo no va a obtener el perdón el
cristiano?
____________
Del tratado de Didimo de Alejandría sobre la Santísima
Trinidad
(Libro 2,12: PG 39, 667-674) (I):

En el bautismo nos renueva el Espíritu Santo como Dios que es, a una
con el Padre y el Hijo, y nos devuelve desde el informe estado en que
nos hallamos a la primitiva belleza, así como nos llena con su gracia
de forma que ya no podemos ir tras cosa alguna que no sea
deseable; nos libera del pecado y de la muerte; de terrenos, es decir,
de hechos de tierra y polvo, nos convierte en espirituales, participes
de la gloria divina, hijos y herederos de Dios Padre, configurados de
acuerdo con la imagen de su Hijo, herederos con él, hermanos suyos,
que habrán de ser glorificados con él y reinaran con él; en lugar de la
tierra nos da el cielo y nos concede liberalmente el paraíso; nos honra
mas que a los ángeles; y con las aguas divinas de la piscina
bautismal apaga la inmensa llama inextinguible del infierno.

En efecto, los hombres son concebidos dos veces, una corporalmente,


la otra por el Espíritu divino. De ambas escribieron
acertadamente los evangelistas, y yo estoy dispuesto a citar el
nombre y la doctrina de cada uno.
__________
De las homilías de san Gregorio de Nisa, obispo, sobre el libro
del Cantar de los cantares (Homilía 15: PG 44, 1115-1118):

Si el amor logra expulsar completamente al temor y este,


transformado, se convierte en amor, entonces veremos que la
unidad es una consecuencia de la salvación, al permanecer todos
unidos en la comunión con el solo y único bien, santificados en
aquella paloma simbólica que es el Espíritu.
Este parece ser el sentido de las palabras que siguen: Una sola es mi
paloma; sin defecto. Una sola, predilecta de su madre.
Esto mismo nos lo dice el Señor en el Evangelio aún mas claramente:
Al pronunciar la oración de bendición y conferir a sus
discípulos todo su poder, también les otorgó otros bienes mientras
pronunciaba aquellas admirables palabras con las que El se dirigía a
su Padre. Entonces les asegura que ya no se encontrarían divididos
por la diversidad de opiniones al enjuiciar el bien, sino que
permanecerían en la unidad, vinculados en la comunión con el solo y
único bien. De este modo, como dice el Apóstol, unidos en el Espíritu
Santo y en el vínculo de la paz, habrían de formar todos un solo
cuerpo y un solo espíritu; mediante la única esperanza a la que
habían sido llamados. este es el principio y el culmen de todos los
bienes.

Pero será mucho mejor que examinemos una por una las palabras del
pasaje evangélico: Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mi y
yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros.
El vínculo de esta unidad es la gloria. Por otra parte, si se examinan
atentamente las palabras del Señor, se descubrir que el Espíritu
Santo es denominado ´gloriaª. Dice así, en efecto: Les di a ellos la
gloria que me diste. Efectivamente les dio esta gloria, cuando les
dijo: Recibid el Espíritu Santo.

Aunque el Señor había poseído siempre esta gloria, incluso antes de


que el mundo existiese, la recibió, sin embargo, en el tiempo, al
revestirse de la naturaleza humana; una vez que esta naturaleza fue
glorificada por el Espíritu Santo, cuantos tienen alguna participación
en esta gloria se convierten en partícipes del Espíritu, empezando por
los apóstoles.

Por eso dijo: Les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno,
como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mi para que sean
completamente uno. Por lo cual todo aquel que ha crecido hasta
transformarse de niño en hombre perfecto ha llegado a la madurez
del conocimiento. Finalmente, liberado de todos los vicios y
purificado, se hace capaz de la gloria del Espíritu Santo; Este es
aquella paloma perfecta a la que se refiere el Esposo cuando dice:
Una sola es mi paloma, sin defecto.

+++

En la liturgia se realiza la más estrecha cooperación entre el Espíritu


Santo y la Iglesia. El Espíritu Santo prepara a la Iglesia para el
encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la
asamblea de creyentes, hace presente y actualiza el Misterio de
Cristo, une la Iglesia a la vida y misión de Cristo y hace fructificar en
ella el don de la comunión.

+++

Santísima Trinidad 9.X.1985


1. La Iglesia profesa su fe en el Dios único: que es al mismo tiempo
Trinidad Santísima e inefable de Personas: Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Y la Iglesia vive de esta verdad, contenida en los más antiguos
Símbolos de la Fe, y recordada en nuestros tiempos por Pablo VI, con
ocasión del 1900 aniversario del martirio de los Santos Apóstoles
Pedro y Pablo (1968), en el Símbolo que él mismo presentó y que se
conoce universalmente como ´Credo del Pueblo de Dios´.
Sólo el que se nos ha querido dar a conocer y que ´habitando en una
luz inaccesible´ (1 Tim 6, 16) es en Sí mismo por encima de todo
nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada. puede
darnos el conocimiento justo y pleno de Sí mismo, revelándose como
Padre, Hijo y Espíritu Santo, a cuya eterna vida nosotros estamos
llamados, por su gracia, a participar, aquí abajo en la oscuridad de la
fe y, después de la muerte, en la luz perpetua.(Cfr. Pablo VI, Credo.).
2. Dios, que para nosotros es incomprensible, ha querido revelarse a
Sí mismo no sólo como único creador y Padre omnipotente, sino
también como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En esta revelación la
verdad sobre Dios, que es amor, se desvela en su fuente esencial:
Dios es amor en la vida interior misma de una única Divinidad.
Este amor se revela como una inefable comunión de Personas.
3. Este misterio -el más profundo: el misterio de la vida íntima de
Dios mismo- nos lo ha revelado Jesucristo: ´El que está en el seno
del Padre, se le ha dado a conocer´ (Jn 1, 18). Según el Evangelio de
San Mateo, las últimas palabras, con las que Jesucristo concluye su
misión terrena después de la resurrección, fueron dirigidas a los
Apóstoles: ´Id. y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo´(Mt 28, 18). Estas
palabras inauguraban la misión de la Iglesia, indicándole su
compromiso fundamental y constitutivo. La primera tarea de la
Iglesia es enseñar y bautizar -y bautizar quiere decir ´sumergir´ (por
eso, se bautiza con agua)- en la vida trinitaria de Dios.
Jesucristo encierra en estas últimas palabras todo lo que
precedentemente había enseñado sobre Dios: sobre el Padre, sobre el
Hijo y sobre el Espíritu Santo. Efectivamente, había anunciado desde
el principio la verdad sobre el Dios único, en conformidad con la
tradición de Israel. A la pregunta: ´¿Cuál es el primero de todos los
mandamientos?´, Jesús había respondido: ´El primero es: Escucha
Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor´ (Mc 12, 29). Y al
mismo tiempo Jesús se había dirigido constantemente a Dios como a
´su Padre´, hasta asegurar: ´Yo y el Padre somos una sola cosa´ (Jn
10, 30). Del mismo modo había revelado también al ´Espíritu de
verdad, que procede del Padre´ y que -aseguró- ´yo os enviaré de
parte del Padre´ (Jn 15, 26).
4. Las palabras sobre el bautismo ´en nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo´, confiadas por Jesús a los Apóstoles al concluir su
misión terrena, tienen un significado particular, porque han
consolidado la verdad sobre la Santísima Trinidad, poniéndola en la
base de la vida sacramental de la Iglesia. La vida de fe de todos los
cristianos comienza en el bautismo, con la inmersión en el misterio
del Dios vivo. Lo prueban las Cartas apostólicas, ante todo las de San
Pablo. Entre las fórmulas trinitarias que contienen, la más conocida y
constantemente usada en la liturgia, es la que se halla en la segunda
Carta a los Corintios: ´La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor
de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo est con todos
vosotros´ (2 Cor 13,13). Encontramos otras en la primera Carta a los
Corintios; en la de los Efesios y también en la primera Carta de San
Pedro, al comienzo del primer capítulo.
Como un reflejo, todo el desarrollo de la vida de oración de la Iglesia
ha asumido una conciencia y un aliento trinitario: en el Espíritu, por
Cristo, al Padre.
5. De este modo, la fe en el Dios uno y trino entró desde el principio
en la Tradición de la vida de la Iglesia y de los cristianos. En
consecuencia, toda la liturgia ha sido -y es- por su esencia, trinitaria,
en cuanto que es la expresión de la divina economía. Hay que poner
de relieve que a la comprensión de este supremo misterio de la
Santísima Trinidad ha contribuido la fe en la redención, es decir, la fe
en la obra salvífica de Cristo. Ella manifiesta la misión del Hijo y del
Espíritu Santo que en el seno de la Trinidad eterna proceden ´del
Padre´, revelando la ´economía trinitaria´ presente en la redención y
en la santificación. La Santa Trinidad se anuncia ante todo mediante
la sotereología, es decir, mediante el conocimiento de la ´economía
de la salvación´, que Cristo anuncia y realiza en su misión mesiánica.
De este conocimiento arranca el camino para el conocimiento de la
Trinidad ´inmanente´, del misterio de la vida íntima de Dios.
6. En este sentido el Nuevo Testamento contiene la plenitud de la
revelación trinitaria. Dios, al revelarse en Jesucristo, por una parte
desvela quién es Dios para el hombre y, por otra, descubre quién n
es Dios en Sí mismo, es decir, en su vida íntima. La verdad ´Dios es
amor´ (1 Jn 4, 16), expresada en la primera Carta de Juan, posee
aquí el valor de clave de bóveda. Si por medio de ella se descubre
quién n es Dios para el hombre, entonces se desvela también (en
cuanto es posible que la mente humana lo capte y nuestras palabras
lo expresen), quién es El en Sí mismo. El es Unidad, es decir,
Comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
7. El Antiguo Testamento no reveló esta verdad de modo explícito,
pero la preparó, mostrando la Paternidad de Dios en la Alianza con el
Pueblo, manifestando su acción en el mundo con la Sabiduría, la
Palabra y el Espíritu (Cfr., p.e., Sab. 7, 22-30; 12, 1: Prov 8, 22-30;
Sal 32, 4-6; 147, 15; Is 55, 11;11, 2; Sir 48, 12). El Antiguo
Testamento principalmente consolidó ante todo en Israel y luego
fuera de él la verdad sobre el Dios único, el quicio de la religión
monoteísta. Se debe concluir, pues, que el Nuevo Testamento trajo la
plenitud de la revelación sobre la Santa Trinidad y que la verdad
trinitaria ha estado desde el principio en la raíz de la fe viva de la
comunidad cristiana, por medio del bautismo y de la liturgia.
Simultáneamente iban las reglas de la fe, con las que nos
encontramos abundantemente tanto en las Cartas apostólicas, como
en el testimonio del kerigma, de la catequesis y de la oración de la
Iglesia.
8. Un tema aparte es la formación del dogma trinitario en el contexto
de la defensa contra las herejías de los primeros siglos. La verdad
sobre Dios uno y trino es el más profundo misterio de la fe y también
el más difícil de Comprender: se presentaba, pues, la posibilidad de
interpretaciones equivocadas, especialmente cuando el cristianismo
se puso en contacto con la cultura y la filosofía griega. Se trataba de
´inscribir´ correctamente el misterio del Dios trino y uno ´en la
terminología del será´, es decir, de expresar de manera precisa en el
lenguaje filosófico de la poca los conceptos que definían
inequívocamente tanto la unidad como la trinidad del Dios de nuestra
Revelación.
Esto sucedió ante todo en los dos grandes Concilios Ecuménicos de
Nicea (325) y de Constantinopla (381). El fruto del magisterio de
estos Concilios es el ´Credo´ niceno-constantinopolitano, con el que,
desde aquellos tiempos, la Iglesia expresa su fe en el Dios uno y
trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Recordando la obra de los
Concilios, hay que nombrar a algunos teólogos especialmente
beneméritos, sobre todo entre los Padres de la Iglesia.
9. Del siglo V proviene el llamado Símbolo atanasiano, que comienza
con la palabra ´Quicumque´, y que constituye una especie de
comentario al Símbolo niceno-constantinopolitano.
El ´Credo del Pueblo de Dios´ de Pablo VI confirma la fe de la Iglesia
primitiva cuando proclama: ´Los mutuos vínculos que constituyen
eternamente las tres Personas, que son cada una el único e idéntico
Ser divino, son la bienaventurada vida íntima de Dios tres veces
Santo, infinitamente más allá de todo lo que nosotros podemos
concebir según la humana medida´ (Pablo VI. El Credo.): realmente,
"inefable y santísima Trinidad - único Dios!.

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Dios Padre 16.X.1985
1. ´Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy´ (Sal 2, 7). En el
intento de hacer comprender la plena verdad de la paternidad de
Dios, que ha sido revelada en Jesucristo, el autor de la Carta a los
Hebreos se remite al testimonio del Antiguo Testamento (Cfr. Heb 1,
4-14), citando, entre otras cosas, la expresión que acabamos de leer
tomada del Salmo 2, así como una frase parecida del libro de
Samuel:
´Yo ser para él un padre / y él será para mí un hijo´ (2 Sm 7, 14):
Son palabras proféticas: Dios habla a David de su descendiente. Pero,
mientras en el contexto del Antiguo Testamento estas palabras
parecían referirse sólo a la filiación adoptiva, por analogía con la
paternidad y filiación humana, en el Nuevo Testamento se descubre
su significado auténtico y definitivo: hablan del Hijo que es de la
misma naturaleza que el Padre, del Hijo verdaderamente engendrado
por el Padre. Y por eso hablan también de la paternidad real de Dios,
de una paternidad a la que le es propia la generación del Hijo
consubstancial al Padre. Hablan de Dios, que es Padre en el sentido
más profundo y más auténtico de la palabra. Hablan de Dios, que
engendra eternamente al Verbo eterno, al Hijo consubstancial al
Padre. Con relación a El Dios es Padre en el inefable misterio de su
divinidad.
´Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy´:
El adverbio ´hoy´ habla de la eternidad. Es el ´hoy´ de la vida íntima
de Dios, el ´hoy´ de la eternidad, el ´hoy´ de la Santísima e inefable
Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es Amor eterno y
eternamente consubstancial al Padre y al Hijo.
2. En el Antiguo Testamento el misterio de la paternidad divina
intratrinitaria no había sido aún explícitamente revelado. Todo el
contexto de la Antigua Alianza era rico, en cambio, de alusiones a la
verdad de la paternidad de Dios, tomada en sentido moral y
analógico. Así, Dios se revela como Padre de su Pueblo Israel, cuando
manda a Moisés que pida su liberación de Egipto: ´Así habla el
Señor: Israel es mi hijo primogénito. Yo te mando que dejes a mi hijo
ir.´ (Ex 4, 22-23).
Al basarse en la Alianza, se trata de una paternidad de elección, que
radica en el misterio de la creación. Dice Isaías: ´Tú eres nuestro
padre, nosotros somos la arcilla, y tú nuestro alfarero, todos somos
obra de tus manos´ (Is 64, 7; 63, 16).
Esta paternidad no se refiere sólo al pueblo elegido, sino que llega a
cada uno de los hombres y supera el vínculo existente con los padres
terrenos. He aquí algunos textos: ´Si mi padre y mi madre me
abandonan, el Señor me acogerá´ (Sal 26, 10). ´Como un padre
siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles´
(Sal 102, 13). ´El Señor reprende a los que ama, como un padre a su
hijo preferido´ (Prov 3, 12). En los textos que acabamos de citar está
claro el carácter analógico de la paternidad de Dios-Señor, al que se
eleva la oración: ´Señor, Padre Soberano de mi vida, no permitas
que por ello caiga. Señor, Padre y Dios de mi vida, no me abandones
a sus sugestiones´ (Sir 23, 1-4). En el mismo sentido dice también:
´Si el justo es hijo de Dios, El lo acogerá y lo librará de sus
enemigos´ (Sab 2, 18).
3. La paternidad de Dios, con respecto tanto a Israel como a cada
uno de los hombres, se manifiesta en el amor misericordioso.
Leemos, p.e., en Jeremías: ´Salieron entre llantos, y los guiar con
consolaciones. pues yo soy el padre de Israel, y Efraín es mi
primogénito´ (Jer 31, 9).
Son numerosos los pasajes del Antiguo Testamento que presentan el
amor misericordioso del Dios de la Alianza. He aquí algunos: ´Tienes
piedad de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de
los hombres para traerlos a penitencia. Pero a todos perdonas,
porque son tuyos, Señor, amador de las almas´ (Sab 11, 24-27).
´Con amor eterno te amé , por eso te he mantenido mi favor´ (Jer
31, 3). En Isaías encontramos testimonios conmovedores de cuidado
y de cariño:
´Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado
de mí. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no
compadecerse del hijo de sus entrañas.? Aunque ella se olvidare, yo
no te olvidaría´ (Is 49, 14-15. Cfr. también 54, 10). Es significativo
que en los pasajes del Profeta Isaías la paternidad de Dios se
enriquece con connotaciones que se inspiran en la maternidad (Cfr.
Dives in misericordia, nota 52).
4. En la plenitud de los tiempos mesiánicos Jesús anuncia muchas
veces la paternidad de Dios con relación a los hombres remitiéndose
a las numerosas expresiones contenidas en el Antiguo Testamento.
Así se expresa a propósito de la Providencia Divina para con las
criaturas, especialmente con el hombre: vuestro Padre celestial las
alimenta.´ (Mt 6, 26. Cfr. Lc 12, 24), ´sabe vuestro Padre celestial
que de eso ten is necesidad´ (Mt 6, 32. Cfr. Lc 12, 30). Jesús trata
de hacer comprender la misericordia divina presentando como propio
de Dios el comportamiento acogedor del padre del hijo pródigo (Cfr.
Lc 15, 11-32); y exhorta a los que escuchan su palabra: ´Sed
misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso´ (Lc 6, 36).
Terminar diciendo que, para Jesús, Dios no es solamente ´el Padre de
Israel, el Padre de los hombres´, sino ´mi Padre´.

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Paternidad divina 23.X.1985


1. En la catequesis precedente recorrimos, aunque velozmente,
algunos de los testimonios del Antiguo Testamento que preparaban a
recibir la revelación plena, anunciada por Jesucristo, de la verdad del
misterio de la Paternidad de Dios.
Efectivamente, Cristo habló muchas veces de su Padre, presentando
de diversos modos su providencia y su amor misericordioso.
Pero su enseñanza va más allá. Escuchemos de nuevo las palabras
especialmente solemnes, que refiere el Evangelista Mateo (y
paralelamente Lucas): ´Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las
revelaste a los pequeñuelos., e inmediatamente: ´Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie
conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quisiera
revelárselo´ (Mt 11, 25.27. Cfr. Lc 10, 21).
Para Jesús, pues, Dios no es solamente ´el Padre de Israel, el Padre
de los hombres´, sino ´mi Padre´. ´Mío´: precisamente por esto los
judíos querían matar a Jesús, porque ´llamaba a Dios su Padre´ (Jn
5, 18). ´Suyo´ en sentido totalmente literal: Aquel a quien sólo el
Hijo conoce como Padre, y por quien solamente y recíprocamente es
conocido. Nos encontramos ya en el mismo terreno del que más tarde
surgirá el Prólogo del Evangelio de Juan.
2. ´Mi Padre´ es el Padre de Jesucristo: Aquel que es el Origen de su
ser, de su misión mesiánica, de su enseñanza.
El Evangelista Juan ha transmitido con abundancia la enseñanza
mesiánica que nos permite sondear en profundidad el misterio de
Dios Padre y de Jesucristo, su Hijo unigénito.
Dice Jesús: ´El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha
enviado´ (Jn 12, 44). ´Yo no he hablado de mi mismo; el Padre que
me ha enviado es quien me mandó lo que he de decir y hablar´ (Jn
12,49). ´En verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer
nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque lo que éste
hace, lo hace igualmente el Hijo´ (Jn 5, 19). ´Pues así como el Padre
tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida en sí mismo´ (Jn 5,
26). Y finalmente: el Padre que tiene la vida, me ha enviado, y yo
vivo por el Padre´ (Jn 6, 57).
El Hijo vive por el Padre ante todo porque ha sido engendrado por El.
Hay una correlación estrechísima entre la paternidad y la filiación
precisamente en virtud de la generación: ´Tú eres mi Hijo: yo te he
engendrado´ (Heb 1, 5).
Cuando en las proximidades de Cesarea de Filipo, Simón Pedro
confiesa: ´Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo´, Jesús le responde:
´Bienaventurado tú. porque no es la carne ni la sangre quien esto te
ha revelado, sino mi Padre.´ (Mt 16, 16-17), porque ´sólo el Padre
conoce al Hijo´, lo mismo que sólo el ´Hijo conoce al Padre´ (Mt 11,
27). Sólo el Hijo da a conocer al Padre: el Hijo visible hace ver al
Padre invisible. ´El que me ha visto a mí, ha visto al Padre´ (Jn 14,
9).3.
De la lectura atenta de los Evangelios se saca que Jesús vive y actúa
constante y fundamental referencia al Padre. A El se dirige
frecuentemente con la palabra llena de amor filial: ´Abbá´; también
n durante la oración en Getsemaní le viene a los labios esta misma
palabra (Cfr. Mc 14, 36 y paralelos). Cuando los discípulos le piden
que les enseñe a orar, enseña el´ Padrenuestro´ (Cfr. Mt 6, 9-13).
Después de la resurrección, en el momento de dejar la tierra, parece
que una vez más hace referencia a esta oración, cuando dice: ´Subo
a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios´(Jn 1, 17).
Así, pues, por medio del Hijo (Cfr. Heb 1, 2), Dios se ha revelado en
la plenitud del misterio de su paternidad. Sólo el Hijo podía revelar
esta plenitud del misterio, porque sólo ´el Hijo conoce al Padre´ (Mt
11, 27). ´A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito, que está en el
seno del Padre, se le ha dado a conocer´ (Jn 1, 18).
4. ¿Quién es el Padre?. A la luz del testimonio definitivo que hemos
recibido por medio del Hijo, Jesucristo, tenemos la plena conciencia
de la fe de que la paternidad de Dios pertenece ante todo al misterio
fundamental de la vida íntima de Dios, al misterio trinitario. El Padre
es Aquel que eternamente engendra al Hijo, al Hijo consubstancial
con El. En unión con el Hijo, el Padre eternamente ´espira´ al Espíritu
Santo, que es el amor con el que el Padre y el Hijo recíprocamente
permanecen unidos (Cfr. Jn 14, 10).
El Padre, pues, es en el misterio trinitario el ´Principio-sin
principio´.´ El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni
engendrado´ (Símbolo ´Quicumque´). Es por sí solo el Principio de la
Vida, que Dios tiene en Sí mismo. Esta vida es decir, la misma
divinidad la posee el Padre en la absoluta comunión con el Hijo y con
el Espíritu Santo, que son consubstanciales con El.
Pablo, apóstol del misterio de Cristo, cae en adoración y plegaria
´ante el Padre, de quien toma su nombre toda familia en los cielos y
en la tierra´ (Ef 3, 15), principio y modelo.
Efectivamente hay ´un solo Dios y Padre de todos, que está sobre
todos, por todos y en todos´ (Ef 4, 6).

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Dios Hijo 30.X.1985


1. ´Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso. Creo en Jesucristo,
Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de
Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no
creado, de la misma naturaleza que el Padre.´.
Con estas palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano, expresión
sintética de los Concilios de Nicea y Constantinopla, que explicitaron
la doctrina trinitaria de la Iglesia, profesamos la fe en el Hijo de Dios.
Nos acercamos así al misterio de Jesucristo, el cual también n hoy, lo
mismo que en los siglos pasados, interpela e interroga a los hombres
con sus palabras y con sus obras. Los cristianos, animados por la fe,
le muestran amor y devoción. Pero tampoco faltan entre los no
cristianos quienes sinceramente lo admiran.
Dónde está, pues, el secreto de la atracción que Jesús de Nazaret
ejerce?. La búsqueda de la plena identidad de Jesucristo ha ocupado
desde los orígenes el corazón y la inteligencia de la Iglesia, que lo
proclama Hijo de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
2. Dios, que habló repetidamente ´por medio de los profetas y
últimamente. por medio del Hijo´, como dice la Carta a los Hebreos
(1, 1-2), se reveló a Sí mismo como Padre de un Hijo eterno y
consubstancial. Jesús a su vez, al revelar la paternidad de Dios, dio a
conocer también su filiación divina. La paternidad y la filiación divina
están en íntima correlación entre sí dentro del misterio de Dios uno y
trino. ´Efectivamente, una es la Persona del Padre, otra la del Hijo,
otra la del Espíritu Santo; pero la divinidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo es una, igual la gloria, coeterna la majestad. El Hijo no
es hecho, ni creado, sino engendrado por el Padre solo´ (Símb.
Quicumque).
3. Jesús de Nazaret que exclama: ´Yo te alabo, Padre, Señor del cielo
y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y
se las revelaste a los pequeñuelos´, afirma también con solemnidad:
´Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Padre
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo´ (Mt 11, 25,
27).
El Hijo que vino al mundo para ´revelar al Padre´ tal como El sólo lo
conoce, se ha revelado simultáneamente a Sí mismo como Hijo, tal
como es conocido sólo por el Padre. Esta revelación estaba sostenida
por la conciencia con la que, ya en la adolescencia, Jesús hizo notar a
María y a José ´que debía ocuparse de las cosas de su Padre´ (Cfr. Lc
2, 49). Su palabra reveladora fue convalidada además por el
testimonio del Padre, especialmente en circunstancias decisivas,
como durante el bautismo en el Jordán, cuando los que estaban allí
oyeron la voz misteriosa: ´Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis
complacencias´ (Mt 3, 17), o como durante la transfiguración en el
monte (Cfr. Mc 9, 7, y paral).
4. La misión de Jesucristo de revelar al Padre, manifestándose a Sí
mismo como Hijo, no carecía de dificultades. Efectivamente tenía que
superar los obstáculos derivados de la mentalidad estrictamente
monoteísta de los oyentes, que se habían formado por medio de la
enseñanza del Antiguo Testamento, en la fidelidad a la Tradición, la
cual se remontaba a Abrahán y a Moisés, y en la lucha contra el
politeísmo. En los Evangelios, y especialmente en el de Juan,
encontramos muchos indicios de esta dificultad que Jesucristo supo
supera con habilidad, presentando con suma pedagogía estos signos
de revelación a los que se dejaron abrir sus discípulos bien
dispuestos.
Jesús hablaba a sus oyentes de modo claro e inequívoco: ´El Padre,
queme ha enviado, da testimonio de mí´. Y a la pregunta: ´¿Dónde
está tu Padre?´, respondía: ´Ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si
me conocierais a mí conoceríais a mi Padre.´ ´Yo hablo lo que he
visto en el Padre.´. Luego a los oyentes que objetaban: ´Nosotros
tenemos por Padre a Dios.´, les rebatía: ´Si Dios fuera vuestro
Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios. es El
que me ha enviado.´, . en verdad, en verdad os digo: Antes que
Abrahán naciese, yo soy´ (Cfr. Jn 8, 12-59).
5. Cristo dice: ´Yo soy´, igual que siglos antes, al pie del monte
Horeb, había dicho Dios a Moisés, cuando le preguntaba el nombre;
´Yo soy el que soy´ (Cfr. Ex 3, 14). Las palabras de Cristo: ´Antes
que Abrahán naciese, Yo Soy´, provocaron la reacción violenta de los
oyentes que ´buscaban. matarlo, porque de Cía a Dios su Padre,
haciéndose igual a Dios´ (Jn 5, 18). En efecto, Jesús no se limitaba a
decir: ´Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también´
(Jn 5, 17), sino que incluso proclamaba: ´Yo y el Padre somos una
sola cosa´ (Jn 5, 64)
La tragedia se consuma y se pronuncia contra Jesús la sentencia de
muerte.
Cristo, revelador del Padre y revelador de Sí mismo como Hijo del
Padre, murió porque hasta el fin dio testimonio de la verdad sobre su
filiación divina.
Con el corazón colmado de amor nosotros queremos repetirle
también hoy con el Apóstol Pedro el testimonio de nuestra fe: ´Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo´ (Mt 16, 16).

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El Hijo, Dios-Verbo 6.XI.1985
1. La Iglesia basándose en el testimonio dado por Cristo, profesa y
anuncia su fe en Dios-Hijo con las palabras del Símbolo niceno-
constantinopolitano: ´Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de
Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que
el Padre.´.
Esta es una verdad de fe anunciada por la palabra misma de Cristo,
sellada con su sangre derramada en la cruz, ratificada por su
resurrección, atestiguada por la enseñanza de los Apóstoles y
transmitida por los escritos del Nuevo testamento.
Cristo afirma: ´Antes de que Abrahán naciese, yo soy´ (Jn 8, 58). No
dice: ´Yo era´, sino ´Yo soy´, es decir, desde siempre, en un eterno
presente. El Apóstol Juan, en el prólogo de su Evangelio, escribe: ´En
el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era
Dios. El estaba en el principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas
por El, y sin El no se hizo nada de cuanto ha sido hecho´ (Jn 1, 1-3).
Por lo tanto, ese ´antes de Abrahán´, en el contexto de la polémica
de Jesús con los herederos de la tradición de Israel, que apelaban a
Abrahán, significa: ´mucho antes de Abrahán´ y queda iluminado en
las palabras del prólogo del cuarto Evangelio: ´En el principio estaba
en Dios´, es decir, en la eternidad que sólo es propia de Dios: en la
eternidad común con el Padre y con el Espíritu Santo. Efectivamente,
proclama el Símbolo ´Quicumque´: ´Y en esta Trinidad nada es antes
o después, nada mayor o menor, sino que las tres Personas son entre
sí coeternas y coiguales´.
2. Según el Evangelio de Juan, el Hijo-Verbo estaba en el principio en
Dios, y el Verbo era Dios (Cfr. Jn 1, 2). El mismo concepto
encontramos en la enseñanza apostólica. Efectivamente, leemos en la
Carta a los hebreos que Dios ha constituido al Hijo ´heredero de
todo, por quien también hizo los siglos. Este Hijo. es irradiación de su
gloria y la impronta de su sustancia y el que con su poderosa palabra
sustenta todas las cosas´ (Heb 1, 2-3). Y Pablo, en la Carta a los
Colosenses, escribe: ´El es la imagen de Dios invisible, primogénito
de toda criatura´ (Col 1, 15).
Así, pues, según la enseñanza apostólica, el Hijo es de la misma
naturaleza que el Padre porque es el Dios-Verbo. En este Verbo y por
medio de El todo ha sido hecho, ha sido creado el universo. Antes de
la creación, antes del comienzo de ´todas las cosas visibles e
invisibles´, el Verbo tiene en común con el Padre el Ser eterno y la
Vida divina, siendo ´la irradiación de su gloria y la impronta de su
sustancia´ (Heb 1, 3). En este Principio sin principio el Verbo es el
Hijo, porque es eternamente engendrado por el Padre. El Nuevo
Testamento nos revela este misterio para nosotros incomprensible de
un Dios que es Uno y Trino: he aquí que en la ónticamente absoluta
unidad de su esencia, Dios es eternamente y sin principio el Padre
que engendra al Verbo, y es el Hijo, engendrado como Verbo del
Padre.
3. Esta eterna generación del Hijo es una verdad de fe proclamada y
definida por la Iglesia muchas veces (no sólo en Nicea y en
Constantinopla, sino también en otros Concilios, p.e., en el Concilio
Lateranense IV, año 1215), escrutada y también explicada por los
Padres y por los teólogos, naturalmente en cuanto la inescrutable
Realidad de Dios puede ser captada con nuestros conceptos
humanos, siempre inadecuados. Esta explicación la resume el
catecismo del Concilio de Trento, que dictamina exactamente: . es
tan grande la infinita fecundidad de Dios que, conociéndose a Sí
mismo, engendra al Hijo idéntico e igual´.
Efectivamente, es cierto que esta eterna generación en Dios es de
naturaleza absolutamente espiritual, porque ´Dios es Espíritu´. Por
analogía con el proceso gnoseológico de la mente humana, por el que
el hombre, conociéndose a sí mismo, produce una imagen de sí
mismo, una idea, un ´concepto´, es decir, una ´idea concebida´, que
del latín verbum es llamada con frecuencia verbo interior, nosotros
nos atrevemos a pensar en la generación del Hijo o ´concepto´
eterno y Verbo interior de Dios. Dios, conoci éndose a Sí mismo,
engendra al Verbo-Hijo, que es Dios como el Padre. En esta
generación, Dios es al mismo tiempo Padre, como el que engendra, e
Hijo, como el que es engendrado, en la suprema identidad de la
Divinidad, que excluye una pluralidad de ´Dioses´. El Verbo es el Hijo
de la misma naturaleza que el Padre y es con El el Dios único de la
revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento.
4. Esta exposición del misterio, para nosotros inescrutable, de la vida
íntima de Dios se contiene en toda la tradición cristiana. Si la
generación divina es verdad de fe, contenida directamente en la
Revelación y definida por la Iglesia, podemos decir que la explicación
que de ella dan los Padres y Doctores de la Iglesia, es una doctrina
teológica bien fundada y segura.
Pero con ella no podemos pretender eliminar las oscuridades que
envuelven, ante nuestra mente, al que ´habita una luz inaccesible´
(1 Tim 6,16). Precisamente porque el entendimiento humano no es
capaz de Comprender la esencia divina, no puede penetrar en el
misterio de la vida íntima de Dios. Con una razón particular se puede
aplicar aquí la frase: ´Si lo comprendes, no es Dios´.
Sin embargo, la Revelación nos hace conocer los términos esenciales
del misterio, nos da su enunciación y nos lo hace gustar muy por
encima de toda comprensión intelectual, en espera y preparación de
la visión celeste. Creemos, pues, que ´El Verbo era Dios´ (Jn 1, 1),
´se hizo carne y habitó entre nosotros´ (Jn 1, 14), y ´a cuantos le
recibieron, les dio potestad de venir a ser hijos de Dios´ (Jn 1, 12).
Creemos en el Hijo ´unigénito que está en el seno del padre´ (Jn 1,
18), y que, al dejar la tierra, prometió ´prepararnos un lugar´ (Jn 14,
2) en la gloria de Dios, como hijos adoptivos y hermanos suyos (Cfr.
Rom 8, 15; Gal 4, 5; Ef 1, 5).
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Espíritu Santo 13.XI.1985


1. ´Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del
Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria, y que habló por los Profetas.
También hoy, al comenzar la catequesis sobre el Espíritu Santo, nos
servimos, tal como hemos hecho hablando del Padre y del Hijo, de la
formulación del Símbolo niceno-constantinopolitano, según el uso que
ha prevalecido en la liturgia latin.
En el siglo IV, los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla
(381)contribuyeron a precisar los conceptos comúnmente utilizados
para presentar la doctrina de la Santísima Trinidad: Un único Dios
que es, en la unidad de su divinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La
formulación de la doctrina sobre el Espíritu Santo proviene en
particular del mencionado Concilio de Constantinopla.
2. Por esto, la Iglesia confiesa su fe en el Espíritu Santo con las
palabras antes citadas, la fe es la respuesta a la autorrevelación de
Dios: El se ha dado a conocer a Sí mismo ´por medio de los Profetas
y últimamente. por medio de su Hijo´ (Heb 1, 1). El Hijo, que nos ha
revelado al Padre, ha dado a conocer también al Espíritu Santo. ´Cual
Padre, tal Hijo, tal Espíritu Santo´, proclama el Símbolo
´Quicumque´, del siglo V. Ese ´tal´ viene explicado por las palabras
del Símbolo, que siguen, y quiere decir: ´increado, inmenso, eterno,
omnipotente. no tres omnipotentes, sino un solo omnipotente: así
Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. No hay tres Dioses, sino un
único Dios´
3. Es bueno comenzar con la explicación de la denominación Espíritu-
Santo. La palabra ´espíritu´ aparece desde las primeras páginas de
la Biblia:. el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las
aguas´ (Gen 1, 2), se dice en la descripción de la creación. El hebreo
traduce Espíritu por ´ruah´, que equivale a respiro, soplo, viento, y
se tradujo al griego por ´pneuma´ de ´pneo´, en latín por ´spiritus´
de ´spiro´ (.). Es importante la etimología, porque, como veremos,
ayuda a explicar el sentido del dogma y sugiere el modo de
comprenderlo.
La espiritualidad es atributo esencial de la Divinidad: ´Dios es
Espíritu.´, dijo Jesús en el coloquio con la Samaritana (Jn 24). (.). En
Dios ´espiritualidad´ quiere decir no sólo suma y absoluta
inmaterialidad, sino también acto puro y eterno de conocimiento y
amor.
4. La Biblia, y especialmente el Nuevo Testamento, al hablar del
Espíritu Santo, no se refiere al Ser mismo de Dios, sino a Alguien que
está en relación particular con el Padre y el Hijo. Son numerosos los
textos, especialmente en el Evangelio de San Juan, que ponen de
relieve este hecho: de modo especial los pasajes del discurso de
despedida de Cristo Señor, el jueves antes de la pascua, durante la
última Cena.
En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia
la venida de ´otro Consolador´. Dice así: ´Yo rogar al Padre y os
dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre: el
Espíritu de Verdad.´(Jn 14, 16). ´Pero el Consolador, el Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se os lo enseñará todo´
(Jn 14, 26). El envío del Espíritu Santo, a quien Jesús llama aquí
´Consolador´, será hecho por el Padre en el nombre del Hijo. Este
envío es explicado más ampliamente poco después por Jesús mismo:
´Cuando venga el Consolador, que yo os enviar de parte del Padre, el
Espíritu de Verdad que procede del Padre, El dará testimonio de mí.´
(Jn 15,26).
El Espíritu Santo, pues, que procede del Padre, será enviado a los
Apóstoles y a la Iglesia, tanto por el Padre en el nombre del Hijo,
como por el Hijo mismo una vez que haya retornado al Padre.
Poco más adelante dice también Jesús: ´El (Espíritu de Verdad) me
glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo lo
que tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío
y os lo dará a conocer´ (Jn 16, 14-15).
5. Todas estas palabras, como también los otros textos que
encontramos en el Nuevo Testamento, son extremadamente
importantes para la comprensión de la economía de la salvación. Nos
dicen quién n es el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo:
es decir, poseen un significado trinitario: dicen no sólo que el Espíritu
Santo es ´enviado´ por el Padre y el Hijo, sino también que
´procede´ del Padre.
Tocamos aquí cuestiones que tienen una importancia clave en la
enseñanza de la Iglesia sobre la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo
es enviado por el Padre y por el Hijo después que el Hijo, realizada su
misión redentora, entró en su gloria (Cfr. Jn 7, 39; 16, 7), y estas
misiones (Missiones) deciden toda la economía de la salvación en la
historia de la humanidad.
Estas ´misiones´ comportan y revelan las ´procesiones´ que hay en
Dios mismo. El Hijo procede eternamente del Padre, como
engendrado por El, y asumió en el tiempo la naturaleza humana por
nuestra salvación. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo,
se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús,
y luego el día de Pentecostés sobre sus discípulos; habita en los
corazones de los fieles con el don de la caridad.
Por eso, escuchemos la advertencia del Apóstol Pablo: ´Guardaos de
entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados
para el día de la redención´ (Ef 4, 30). Dejémonos guiar por El. El
nos guía por el ´camino´ que es Cristo, hacia el encuentro
beatificante con el Padre.

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El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo 20.XI.1985
1. El Espíritu Santo es ´enviado´ por el Padre y por el Hijo, como
también ´procede´ de ellos. Por esto se llama ´el Espíritu del Padre´
(P.e., Mt 10, 20; 1 Cor 2, 11; Jn 15, 26), pero también ´el Espíritu
del Hijo´ (Gal 4, 6), o ´el Espíritu de Jesús´ (Hech 16, 7), porque
Jesús mismo es quien lo envía (Cfr. Jn 15, 26). Por esto, la Iglesia
latina confiesa que el Espíritu Santo procede del Padre y el Hijo (qui a
Patre Filioque procedit), y las Iglesias ortodoxas proclaman que el
Espíritu Santo procede del Padre por medio del Hijo. Y procede ´por
vía de voluntad´, ´a modo de amor´ (per modum amoris), lo que es
´sentencia cierta´, es decir, doctrina teológica comúnmente aceptada
en la enseñanza de la Iglesia y, por lo mismo, segura y vinculante.
2. Esta convicción halla confirmación en la etimología del nombre
´Espíritu Santo´, a lo que aludí en la catequesis precedente:
Espíritus, spiritus, pneuma, ruah. Partiendo de esta etimología se
describe ´la procesión ´ del Espíritu del Padre y del Hijo como
´espiración´: spiramen, soplo de amor.
Esta espiración no es generación. Sólo el Verbo, el Hijo, ´procede´
del Padre por generación eterna. ´Dios, que eternamente se conoce a
Sí mismo y en Sí mismo a todo, engendra el Verbo. En esta
generación eterna, que tiene lugar por vía intelectual (per modum
intelligibilis actionis), Dios, en la absoluta unidad de su naturaleza, es
decir, de su divinidad, es Padre e Hijo. ´Es´ y no ´se convierte en´;
lo ´es´ eternamente. ´Es´ desde el principio y sin principio. Bajo este
aspecto la palabra ´procesión´ debe entenderse correctamente: sin
connotación alguna propia de un ´devenir´ temporal. Lo mismo vale
para la ´procesión´ del Espíritu Santo.
3. Dios, pues, mediante la generación, en la absoluta unidad de la
divinidad, es eternamente Padre e Hijo. El Padre que engendra, ama
al Hijo engendrado, y el Hijo ama al Padre con un amor que se
identifica con el del Padre. En la unidad de la Divinidad el amor es,
por un lado, paterno y, por otro, filial. Al mismo tiempo el Padre y el
Hijo no sólo están unidos por ese recíproco amor como dos Personas
infinitamente perfectas, sino que su mutua complacencia, su amor
recíproco procede en ellos y de ellos como persona: el Padre y el Hijo
´espiran´ el Espíritu de Amor consubstancial con ellos. De este modo
Dios, en la absoluta unidad de su Divinidad es desde toda la
eternidad Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Símbolo ´Quicumque´ proclama: ´El Espíritu Santo no es hecho, ni
creado, ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo´. Y la
´procesión´ es per modum amoris, como hemos dicho. Por esto, los
Padres de la Iglesia llaman al Espíritu Santo: ´Amor, Caridad,
Dilección, Vínculo de amor, Beso de Amor´. Todas estas expresiones
dan testimonio del modo de ´proceder´ del Espíritu Santo del Padre y
del Hijo.
4. Se puede decir que Dios en su vida íntima ´es amor´ que se
personaliza en el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo. El
Espíritu es llamado también Don.
Efectivamente, en el Espíritu Santo, que es el Amor, se encuentra la
fuente de todo don, que tiene en Dios su principio con relación a las
criaturas: el don de la existencia por medio de la creación, el don de
la gracia por medio de toda la economía de la salvación.
A la luz de esta teología del Don trinitario, comprendemos mejor las
palabras de los Hechos de los Apóstoles: . recibiréis el don del
Espíritu Santo´ (2, 38). Son las palabras con las que Cristo se
despide definitivamente de sus amigos, cuando va al Padre. A esta
luz comprendemos también las palabras del Apóstol: ´El amor de
Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu
Santo, que nos ha sido dado´ (Rom 5, 5).
Concluyamos, pues, nuestra reflexión invocando con la liturgia:
´Veni, Sancte Spiritus´, ´Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de
tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor´.

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Agustín, Obispo de la Iglesia Católica

Dios Uno y Trino 27.XI.1985


1. Unus Deus Trinitas.
En esta concisa formula el Sínodo de Toledo (675) expresó de
acuerdo con los grandes Concilios reunidos en el siglo IV en Nicea y
en Constantinopla, la fe de la Iglesia en Dios uno y trino.
En nuestros días, Pablo Vi en el ´Credo del Pueblo de Dios´, ha
formulado la misma fe con palabras que ya hemos citado durante las
catequesis precedentes: ´Los vínculos que constituyen eternamente
las tres Personas, siendo cada una el solo y el mismo Ser divino, son
la bienaventurada vida íntima de Dios tres veces Santo, infinitamente
superior a lo que podemos concebir con la capacidad humana´.
Dios es inefable e incomprensible, Dios es en su esencia un misterio
inescrutable, cuya verdad hemos tratado de iluminar en las
catequesis anteriores. Ante la Santísima Trinidad, en la que se
expresa la vida íntima del Dios de nuestra fe, hay que repetirlo y
constatarlo con una fuerza de Convicción todavía mayor. La unidad
de la divinidad en la Trinidad de las Personas es realmente un
misterio inefable e inescrutable. ´Si lo comprendes no es Dios´.
2. Por esto, Pablo VI, continúa diciendo en el texto antes citado:
´Damos con todo gracias a la Bondad divina por el hecho de que gran
número de Creyentes pueden atestiguar juntamente con nosotros
delante de los hombres la Unidad de Dios, aunque no conozcan el
misterio de la Santísima Trinidad´.
La Santa Iglesia en su fe trinitaria se siente unidas a todos los que
confiesan al único Dios. La fe en la Trinidad no destruye la verdad del
único Dios; por el contrario, pone de relieve su riqueza, su contenido
misterioso, su vida íntima.
3. Esta fe tiene su fuente -su única fuente- en la revelación del Nuevo
Testamento. Sólo mediante esta revelación es posible conocer la
verdad sobre Dios uno y trino. Efectivamente, éste es uno de los
´misterios escondidos en Dios, que -como dice el Conc. Vaticano I- si
no son revelados, no pueden ser conocidos´.
El dogma de la Santísima Trinidad en el cristianismo se ha
considerado siempre un misterio: el más fundamental y el más
inescrutable. Jesucristo mismo dice: ´Nadie conoce al Hijo sino el
Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el hijo
quiera revelárselo´ (Mt 11, 27).
Como enseña el Conc. Vaticano I: ´Los divinos misterios por su
naturaleza superan el entendimiento creado de tal modo que, aun
entregados mediante la revelación y acogidos por la fe, sin embargo
permanecen cubiertos por el velo de la misma fe y envueltos por una
especie de oscuridad, mientras en esta vida mortal estamos ´en
destierro lejos del Señor, porque caminamos en fe y no en visión´ (2
Cor 5, 6)´.
Esta afirmación vale de modo especial para el misterio de la
Santísima Trinidad : incluso después de la Revelación sigue siendo el
misterio más profundo de la fe, que el entendimiento por sí solo no
puede comprender ni penetrar. En cambio, el mismo entendimiento,
iluminado por la fe, puede, en cierto modo, aferrar y explicar el
significado del dogma. Y de este modo puede acercar al hombre al
misterio de la vida íntima del Dios uno y trino.
4. En la realización de esta obra excelsa -tanto por medio del trabajo
de muchos teólogos y ante todo de los Padres de la Iglesia, como
mediante las definiciones de los Concilios-, se demostró
particularmente importante y fundamental el concepto de ´persona´
como distinto del de ´naturaleza´ (o esencia). Persona es aquel o
aquella que existe como ser humano concreto, como individuo que
posee la humanidad, es decir, la naturaleza humana. La naturaleza (o
esencia) es todo aquello por lo que el que existe concretamente es lo
que es. Así, por ejemplo, cuando hablamos de ´naturaleza humana´,
indicamos aquello por lo que cada hombre es hombre, con sus
componentes esenciales y con sus propiedades.
Aplicando esta distinción a Dios, constatamos la unidad de la
naturaleza, esto es, la unidad de la Divinidad, la cual pertenece de
modo absoluto y exclusivo a Aquel que existe como Dios. Al mismo
tiempo -tanto a la luz del solo entendimiento, como, y todavía más, a
la luz de la Revelación- , alimentamos la convicción de que El es un
Dios personal. También a quienes no han llegado la revelación de la
existencia en Dios de tres Personas, el Dios Creador debe aparecerles
como un Ser personal. Efectivamente, siendo la persona lo que hay
de más perfecto en el mundo (´id quod est perfectissimum in tota
natura´ S.Th. I q, 29, a.3, c), no se puede menos de atribuir esta
calificación al Creador, aun respetando su infinita transcendencia (Cfr.
Ib. c, y ad 1). Precisamente por esto las religiones monoteístas no
cristianas entienden a Dios como persona infinitamente perfecta y
absolutamente transcendente con relación al mundo.
Uniendo nuestra voz a la de todo otro creyente, elevamos también en
este momento nuestro corazón al Dios viviente y personal, al único
Dios que ha creado los mundos y que está en el origen de todo lo que
es bueno, bello y santo. A El la alabanza y la gloria por los siglos.

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Tres personas distintas y un solo Dios verdadero 4.XII.85


1. ´Unus Deus Trinitas.´
Al final del largo trabajo de reflexión que llevaron adelante los Padres
de la Iglesia y que quedó consignado en las definiciones de los
Concilios, la Iglesia habla del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
como de tres ´Personas´, que subsisten en la unidad de la id idéntica
naturaleza divina.
Decir ´persona´ significa hacer referencia a un ente único de
naturaleza racional, como oportunamente esclarece ya Boecio en su
famosa definición (´Persona proprie dicitur rationalis naturae
individua substantia´, en De Duabus naturis et una persona Christi).
Pero la Iglesia antigua hace rápidamente la precisión de que la
naturaleza intelectual de Dios no se multiplica con las Personas;
permanece siendo única, de tal manera que el creyente puede
proclamar con el Símbolo Quicumque: ´No tres Dioses, sino un único
Dios´
El misterio aquí se hace profundísimo: tres Personas distintas y un
solo Dios. ¿Cómo es posible?. La razón comprende que no hay
contradicción, porque la trinidad es de las personas y la unidad de la
Naturaleza divina. Pero queda la dificultad: cada una de las Personas
es el mismo Dios, entonces cómo se distinguen realmente?.
2. La respuesta que nuestra razón balbucea se apoya en el concepto
de ´relación´. Las tres Personas divinas se distinguen entre sí
únicamente por las relaciones que tienen Una con Otra: y
precisamente por la relación de Padre a Hijo, de Hijo a Padre; de
Padre e Hijo a Espíritu, de Espíritu a Padre e Hijo. En Dios, pues, el
Padre es pura Paternidad, el Hijo pura Filiación, el Espíritu Santo puro
´Nexo de Amor´ de los Dos, de modo que las distinciones personales
no dividen la misma y única Naturaleza divina de los Tres.
El XI Conc. de Toledo (675) precisa con finura: ´Lo que es el Padre,
lo es no con referencia a Sí, sino con relación al Hijo; y lo que es el
Hijo, no lo es con referencia a Sí, sino con relación al Padre; del
mismo modo el Espíritu Santo, en cuanto es llamado Espíritu del
Padre y del Hijo, lo es no en referencia a Sí, sino relativamente al
Padre y al Hijo´.
El Conc. de Florencia (del año 1442) pudo, pues, afirmar: ´Estas tres
Personas son un único Dios (.) porque única es la sustancia de las
Tres, única la esencia, única la naturaleza, única la divinidad, única la
inmensidad, única la eternidad; efectivamente, en Dios todo es una
sola cosa, donde no hay oposición de relación´
3. Las relaciones que distinguen así al Padre, al hijo y al Espíritu
Santo, y que realmente los dirigen Uno al Otro en su mismo ser,
tienen en sí mismas todas las riquezas de luz y de vida de la
naturaleza divina, con la que se identifican totalmente. Son
Relaciones ´subsistentes´, que en virtud de su impulso vital salen al
encuentro uno de otra en una comunión, en la cual la totalidad de la
Persona es apertura a la otra, paradigma supremo de la sinceridad y
libertad espiritual a la que deben tender las relaciones interpersonales
humanas, siempre muy lejanas de este modelo transcendente.
A este respecto observa el Conc. Vaticano II: ´El Señor Jesús, cuando
ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros somos uno (Jn 17,
21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere
una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la
unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta
semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la
que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia
plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás´
(Gaudium et Spes 24).
4. Si la perfectísima unidad de la tres Personas divinas es el vértice
transcendente que ilumina toda forma de auténtica comunión entre
nosotros, seres humanos, es justo que nuestra reflexión retorne con
frecuencia a la contemplación de este misterio, al que tan
frecuentemente se alude en el Evangelio. Baste recordar las palabras
de Jesús: ´Yo y el Padre somos una sola cosa´ (Jn 10, 30); y
también: ´Creed al menos a las obras, para que sepáis y conozcáis
que el Padre está en mí y yo en el Padre´. Y en otro contexto: ´Las
palabras que yo os digo no las hablo de mí mismo; el Padre que mora
en mí, hace sus obras. Creedme, que yo estoy en el Padre y el Padre
en mí´ (Jn 14,10-11).
Los antiguos escritores eclesiásticos se detienen con frecuencia a
tratar de esta recíproca compenetración de las Personas divinas. Los
Griegos la definen como ´perichóresis´, en Occidente (especialmente
desde el siglo XI) como ´circumincesio´ (=recíproco compenetrarse)
o ´circuminsessio´ (=inhabitación recíproca). El Conc. de Florencia
expresó esta verdad trinitaria con las siguientes palabras: ´Por esta
unidad (.) el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el
Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo
está todo en el Padre, todo en el Hijo´. Las tres Personas divinas, los
tres ´Distintos´, siendo puras relaciones recíprocas, son el mismo
Ser, la misma Vida, el mismo Dios.
Ante este fulgurante misterio de comunión, en el que se pierde
nuestra pequeña mente, sube espontáneamente a los labios la
aclamación de la liturgia:
´Gloria Tibi, Trinitas Aequalis, una Deitas, et ante omnia saecula, et
nunc et in perpetuum´.
´Gloria a Ti, Trinidad igual (en las Personas), única Deidad, antes de
todos los siglos, ahora y por siempre´ (Primeras Vísperas de la Sma.
Trinidad).

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Tres veces santo 11.XII.1985


1 ´Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el
cielo y la tierra de tu gloria´ (Liturgia de la Misa).
Cada día la Iglesia confiesa la santidad de Dios. Lo hace
especialmente en la liturgia de la Misa, después del prefacio, cuando
comienza la plegaria eucarística. Repitiendo tres veces la palabra
´santo´, el Pueblo de dios dirige su alabanza al Dios uno y trino, cuya
suprema transcendencia e inasequible perfección confiesa.
Las palabras de la liturgia eucarística provienen del libro de Isaías,
donde se describe la teofanía, en la que el Profeta es admitido a
contemplar la majestad de la gloria de Dios, para anunciarla al
pueblo:
Vi al Señor sentado sobre su trono alto y sublime. Había ante El
Serafines. / Los unos a los otros se gritaban y respondían: / Santo,
Santo, Santo es el Señor de los ejércitos, / está llena la tierra de su
gloria´ (Is 6, 1-3).
La santidad de Dios connota también su gloria (kabod Yahvéh) que
habita el misterio íntimo de su divinidad y, al mismo tiempo, se
irradia sobre toda la creación.
2. El Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, que recoge
muchos elementos del Antiguo Testamento, propone de nuevo el
´Trisagio´ de Isaías, completado con los elementos de otra teofanía,
tomados del Profeta Ezequiel (Ez 1, 26). En este contexto, pues,
oímos proclamar de nuevo:
´Santo, Santo, Santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el
que es y el que viene´ (Ap 4, 8).
3. En el Antiguo Testamento a la expresión ´santo´ corresponde la
palabra hebrea ´gados´, en cuya etimología se contiene,, por un
lado, la idea de ´separación´ y, por otro, la idea de ´luz´: ´estar
encendido, ser luminoso´. Por esto, las teofanías del Antiguo
Testamento llevan consigo el elemento fuego, como la teofanía de
Moisés (Ex 3, 2), y la del Sinaí (Dt 4, 12), y también del resplandor,
como la visión de Ezequiel (Ez 1, 27-28), la citada visión de Isaías (Is
6, 1-3) y la de Habacuc (Hab 3, 4). En los libros griegos del Nuevo
Testamento a la expresión ´santo´ corresponde la palabra griega
´hagios´.
A la luz de la etimología veterotestamentaria se hace clara la
siguiente frase de la Carta a los Hebreos: . ´nuestro Dios es un fuego
devorador´ (Heb 12, 29. Cfr. Dt 4, 24), así como la palabra de San
Juan en el Jordán, respecto al Mesías: . El os bautizará en el Espíritu
Santo y en el fuego´ (Mt 3, 11). Se sabe también que en la venida
del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, que tuvo lugar en el Cenáculo
de Jerusalén, aparecieron ´lenguas como de fuego´ (Hech 2, 3).
4. Si los cultivadores modernos de la filosofía de la religión (por
ejemplo Rudolph Otto) ven en la experiencia que el hombre tiene de
la santidad de Dios los componentes del ´fascinosum´ y del
´tremendum´, esto encuentra comprobación tanto en la etimología,
que acabamos de recordar, del término veterotestamentario, como
en las teofanías bíblicas, en las cuales aparece el elemento del fuego.
El fuego simboliza, por un lado, el esplendor, la irradiación de la
gloria de Dios (´fascinosum´), por otro, el calor que abrasa y aleja,
en cierto sentido, el terror que suscita su santidad (´tremendum´). El
´gados´ del Antiguo Testamento incluye tanto el ´fascinosum´ que
atrae, como el ´tremendum´ que rechaza, indicando ´la separación´
y, por lo mismo, la inaccesibilidad.
5. Ya otras veces, en las catequesis anteriores de este ciclo, hemos
hecho referencia a la teofanía del libro del Éxodo. Moisés en el
desierto, a los pies del monte Horeb, vio una ´zarza que ardía sin
consumirse´ (Cfr. Ex 3, 2), y cuando se acerca a esa zarza, oye la
voz: ´No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en
que estás es tierra santa´ (Ex 3, 5). Estas palabras ponen de relieve
la santidad de Dios, que desde la zarza ardiente revela a Moisés su
Nombre (´Yo soy el que soy´), y con este Nombre lo envía a liberara
Israel de la tierra egipcia. Hay en esta manifestación el elemento del
´tremendum´: la santidad de Dios permanece inaccesible para el
hombre (´No te acerques´). Características semejantes tiene
también toda la descripción de la Alianza hecha en el monte Sinaí (Ex
19-20).
6. Luego, sobre todo en la enseñanza de los Profetas, este rasgo de
la santidad de Dios, inaccesible para el hombre, cede en favor de su
cercanía, de su accesibilidad, de su condescendencia.
Leemos en Isaías:
´Porque así dice el Altísimo, / cuya morada y cuyo nombre es santo:
/Yo habito en un lugar elevado y santo, / pero también con el contrito
y humillado, / para hacer revivir el espíritu de los humillados / y
reanimar los corazones contritos´ (Is 57, 15).
De modo parecido en Oseas: ´.soy Dios y no hombre, / soy santo en
medio de ti / y no llevar a efecto el ardor de mi cólera.´ (Os 11, 9).
7. El testimonio máximo de su cercanía, Dios lo ha dado, enviando a
la tierra a su Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el
cual tomó un cuerpo como el nuestro y vino a habitar entre nosotros.
Agradecidos por esta condescendencia de Dios, que ha querido
acercarse a nosotros, no limitándose a hablarnos por medio de los
Profetas, sino dirigiéndose a nosotros en la persona misma de su Hijo
unigénito, repitamos con fe humilde y gozosa: ´Tu solus Sanctus.´.
´Sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo, Jesucristo, con
el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén´.

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La santidad de Dios 18.XII.1985


1. En la catequesis pasada reflexionamos sobre la santidad de Dios y
sobre las dos características -la inaccesibilidad y la condescendencia-
que la distinguen. Ahora queremos ponernos a la escucha de la
exhortación que Dios dirige a la comunidad de los hijos de Israel a
través de las varias fases de la Antigua Alianza:
´Sed santos, porque santo soy yo, el Señor, / vuestro Dios´ (Lev 19,
2).
´Yo soy el Señor que os santifica´ (Lev 20, 8), etc.
El Nuevo Testamento, en el que Dios revela hasta el fondo el
significado de su santidad, acoge de lleno esta exhortación,
confiriéndole características propias, en sintonía con el ´hecho
nuevo´ de la cruz de Cristo. Efectivamente, Dios, que ´es Amor´, se
ha revelado plenamente a Sí mismo en la donación sin reservas del
Calvario. Sin embargo, también en el nuevo contexto, la enseñanza
apostólica propone de nuevo con fuerza la exhortación heredada de la
Antigua Alianza. Por ejemplo, escribía San Pedro: ´conforme a la
santidad del que os llamó, sed santos en todo vuestro proceder, pues
está escrito: Sed santos, porque yo soy santo´ (1 Ped 1, 15).
2. ¿Qué es la santidad de Dios?. Es absoluta ´separación´ de todo
mal moral, exclusión y rechazo radical del pecado y, al mismo
tiempo, bondad absoluta. En virtud de ella, Dios, infinitamente bueno
en Sí mismo, lo es también con relación a las criaturas (bonum
diffusivum sui), naturalmente según la medida de su ´capacidad´
óntica. En este sentido hay que entender la respuesta que da Cristo
al joven del Evangelio: ´Por qué me llamas bueno?. Nadie es bueno
sino sólo Dios´ (Mc 10, 18).
Ya hemos recordado en las catequesis precedentes la palabra del
Evangelio: ´Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto´ (Mt 5, 48). La exhortación que se refiere a la perfección de
Dios en sentido moral, es decir, a su santidad, expresa pues, el
mismo concepto contenido en las palabras del Antiguo Testamento
antes citadas, y que toma de nuevo la primera Carta de San Pedro.
La perfección moral consiste en la exclusión de todo pecado y en la
absoluta afirmación del bien moral. Para los hombres, para las
criaturas racionales, esta afirmación se traduce en la conformidad de
la voluntad con la ley moral. Dios es santo en Sí mismo, es la
santidad sustancial, porque su voluntad se identifica con la ley moral.
Esta ley existe en Dios mismo como en su eterna Fuente y, por eso,
se llama ley Eterna (Lex Aeterna) (Cfr. S. Th. I-II q.93, a.1).
3. Dios se da a conocer al hombre como Fuente de la ley moral y, en
este sentido, como la Santidad misma, antes del pecado original a los
progenitores (Gen 2, 16), y más tarde al Pueblo elegido, sobre todo
en la Alianza del Sinaí (Cfr. Ex 20, 1-20). La ley moral revelada por
Dios en la Antigua Alianza y, sobre todo, en la enseñanza evangélica
de Cristo, tiende a demostrar gradual, pero claramente, la sustancial
superioridad e importancia del amor. El mandamiento; ´amarás´ (Dt
6, 5; Lev 19, 18; Mc 12, 30-31, y paral.), hace descubrir que también
la santidad de Dios consiste en el amor. Todo lo que dijimos en la
catequesis titulada ´Dios es Amor´, se refiere a la santidad del Dios
de la Revelación.
4. Dios es la santidad porque es amor (1 Jn 4, 16). Mediante el amor
está separado absolutamente del mal moral, del pecado, y está
esencial, absoluta y transcendentalmente identificado con el bien
moral en su fuente, que es el mismo. En efecto, amor significa
precisamente esto: querer el bien, adherirse al bien. De esta eterna
voluntad de Bien brota la infinita bondad de Dios respecto a las
criaturas y, en particular, respecto al hombre. Del amor nace su
clemencia, su disponibilidad a dar y a perdonar, la cual ha
encontrado, entre otras cosas, una expresión magnífica en la
parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, que refiere Lucas (Lc 15, 11-
32). El amor se expresa en la providencia, con la cual Dios continúa y
sostiene la obra de la creación.
De modo particular el amor se manifiesta en la obra de la redención y
de la justificación del hombre, a quien Dios ofrece la propia justicia en
el misterio de la cruz de Cristo, como dice con claridad San Pablo
(Cfr. La Carta a los Romanos y la Carta a los Gálatas). Así, pues, el
amor que es el elemento esencial y decisivo de la santidad de Dios,
por medio de la redención y la justificación, guía al hombre a su
santificación con la fuerza del Espíritu Santo.
De este modo, en la economía de la salvación, Dios mismo, como
trinitaria Santidad (=tres veces Santo), toma, en cierto modo, la
iniciativa de realizar por nosotros y en nosotros lo que ha expresado
con las palabras: "Sed santos, porque santo soy yo el Señor, vuestro
Dios´ (Lev 19, 2).
5. A este Dios, que es Santidad porque es amor, se dirige el hombre
con la más profunda confianza. Le confía el misterio íntimo de su
humanidad, todo el misterio de su ´corazón´ humano:
´Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, / Señor, mi roca, mi alcázar,
mi liberador; / Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, / mi
fuerza salvadora, mi baluarte.´ (Sal 17, 2-3).
La salvación del hombre está estrechísimamente vinculada a la
santidad de Dios, porque depende de su eterno, infinito Amor.

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Jesucristo, el Mesías ungido por


el Espíritu Santo-05.08.1987

1. ´Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy


al Padre´ (Jn 16, 28). Jesucristo tiene el conocimiento de su origen
del Padre: es el Hijo porque proviene del Padre. Como Hijo ha venido
al mundo, mandado por el Padre. Esta misión (missio) que se basa en
el origen eterno del Cristo) Hijo, de la misma naturaleza que el Padre,
está radicada en El. Por ello en esta misión el Padre revela el Hijo y
da testimonio de Cristo como su Hijo, mientras que al mismo tiempo
el Hijo revea al Padre. Nadie, efectivamente ´conoce al Hijo sino el
Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo
quisiere revelárselo´ (Mt 11, 27). El Hijo, que ´ha salido del Padre´,
expresa y confirma la propia filiación en cuanto ´revea al Padre´ ante
el mundo. Y lo hace no sólo con las palabras del Evangelio, sino
también con su vida, por el hecho de que El completamente ´vive por
el Padre´, y esto hasta el sacrificio de su vida en la cruz.

2. Esta misión salvífica del Hijo de Dios como Hombre se lleva a cabo
´en la potencia´ del Espíritu Santo. Lo atestiguan numerosos pasajes
de los Evangelios y todo el Nuevo Testamento. En el Antiguo
Testamento, la verdad sobre la estrecha relación entre la misión del
Hijo y la venida del Espíritu Santo (que es también su ´misión´)
estaba escondida, aunque también, en cierto modo, ya anunciada. Un
presagio particular son las palabras de Isaías, a las cuales Jesús hace
referencia al inicio de su actividad mesiánica en Nazaret: ´El Espíritu
del Señor está sobre mi, porque me ungió para evangelizar a los
pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la
recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para
anunciar un año de gracia del Señor´ (Lc 4,17-19; cfr. Is 61, 1-2).
Estas palabras hacen referencia al Mesías: palabra que significa
´consagrado con unción´ (´ungido´), es decir, aquel que viene de la
potencia del Espíritu del Señor. Jesús afirma delante de sus paisanos
que estas palabras se refieren a El: ´Hoy se cumple esta Escritura
que acabáis de oír´ (Cfr. Lc 4, 21).

3. Esta verdad sobre el Mesías que viene en el poder del Espíritu


Santo encuentra su confirmación durante el bautismo de Jesús en el
Jordán, también al comienzo de su actividad mesiánica.
Particularmente denso es el texto de Juan que refiere las palabras del
Bautista: ´Yo he visto el Espíritu descender del cielo como paloma y
posarse sobre El. Yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar
en agua me dijo: Sobre quien vieres descender el Espíritu y posarse
sobre El, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo vi, y doy
testimonio de que éste es el Hijo de Dios´ (Jn 1, 32)34).
Por consiguiente, Jesús es el Hijo de Dios, aquel que ´ha salido del
Padre y ha venido al mundo´ (Cfr. Jn 16, 28), para llevar el Espíritu
Santo: ´para bautizar en el Espíritu Santo´ (Cfr. Mc 1, 8), es decir,
para instituir la nueva realidad de un nuevo nacimiento, por el poder
de Dios, de los hijos de Adán manchados por el pecado. La venida del
Hijo de Dios al mundo, su concepción humana y su nacimiento
virginal se han cumplido por obra del Espíritu Santo. El Hijo de Dios
se ha hecho hombre y ha nacido de la Virgen María por obra del
Espíritu Santo, en su potencia.

4. El testimonio que Juan da de Jesús como Hijo de Dios está en


estrecha relación con el texto del Evangelio de Lucas donde leemos
que en la Anunciación María oye decir que Ella ´concebirá y dará a
luz en su seno un hijo que será llamado Hijo del Altísimo´ (Cfr. Lc 1,
31-32). Y cuando pregunta: ´¿Cómo podrá ser esto, pues yo no
conozco varón?´, recibe la respuesta. ´El Espíritu Santo vendrá sobre
ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo
engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios´ (Lc 1, 34-35).
Si, entonces, el ´salir del Padre y venir al mundo´ (Cfr. Jn 16, 28) del
Hijo de Dios como hombre (el Hijo del hombre), se ha efectuado en el
poder del Espíritu Santo, esto manifiesta el misterio de la vida
trinitaria de Dios. Y este poder vivificante del Espíritu Santo está
confirmado desde el comienzo de la actividad mesiánica de Jesús,
como aparece en los textos de los Evangelios, sea de los sinópticos
(Mc 1, 10; Mt 3, 16; Lc 3, 22) como de Juan (Jn 1, 32-34).

5. Ya en el Evangelio de la infancia, cuando se dice de Jesús que ´la


gracia de Dios estaba en El´ (Lc 2, 40), se pone de relieve la
presencia santificante del Espíritu Santo. Pero es en el momento del
bautismo en el Jordán cuando los Evangelios hablan mucho más
expresamente de a actividad de Cristo en la potencia del Espíritu:
´enseguida (después del bautismo) el Espíritu le empujó hacia el
desierto´ dice Marcos (Mc 1, 12). Y en el desierto, después de un
período de cuarenta días de ayuno, el Espíritu de Dios permitió que
Jesús fuese tentado por el espíritu de las tinieblas, de forma que
obtuviese sobre él la primera victoria mesiánica (Cfr. Lc 4, 1-14).
También durante su actividad pública, Jesús manifiesta numerosas
veces la misma potencia del Espíritu Santo respecto a los
endemoniados. El mismo lo resalta con aquellas palabras suyas: ´si
yo arrojo los demonios con el Espíritu de Dios, entonces es que ha
llegado a vosotros el reino de Dios´ (Mt 12, 28). La conclusión de
todo el combate mesiánico contra las fuerzas de las tinieblas ha sido
el acontecimiento pascual: la muerte en cruz y la resurrección de
Quien ha venido del Padre en la potencia del Espíritu Santo.

6. También, después de la ascensión, Jesús permaneció, en la


conciencia de sus discípulos, como aquel a quien ´ungió Dios con el
Espíritu Santo y con poder´ (Hech 10, 38). Ellos recuerdan que
gracias a este poder los hombres, escuchando las enseñanzas de
Jesús, alababan a Dios y decían: ´un gran profeta se ha levantado
entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo´ (Lc 7, 16),´ Jamás
hombre alguno habló como éste´ (Jn 7, 46), y atestiguaban que,
gracias a este poder, Jesús ´hacia milagros, prodigios y señales´
(Cfr. Hech 2, 22), de esta manera ´toda la multitud buscaba tocarle,
porque salía de El una virtud que sanaba a todos´ (Lc 6, 19). En todo
lo que Jesús de Nazaret, el Hijo del hombre, hacía o enseñaba, se
cumplían las palabras del profeta Isaías (Cfr. Is 42, 1 ) sobre el
Mesías: ´He aquí a mi siervo a quien elegí; mi amado en quien mi
alma se complace. Haré descansar asar mi espíritu sobre él...´ (Mt
12, 1 8).
7. Este poder del Espíritu Santo se ha manifestado hasta el final en el
sacrificio redentor de Cristo y en su resurrección. Verdaderamente
Jesús es el Hijo de Dios ´que el Padre santificó y envió al mundo´
(Cfr. Jn 10, 36). Respondiendo a la voluntad del Padre, El mismo se
ofrece a Dios mediante el Espíritu como víctima inmaculada y esta
víctima purifica nuestra conciencia de las obras muertas, para que
podamos servir al Dios viviente (Cfr. Heb 9,14). El mismo Espíritu
Santo (como testimonio al Apóstol Pablo) ´resucitó a Cristo Jesús de
entre los muertos´ (Rom 8, 11), y mediante este ´resurgir de los
muertos´. Jesucristo recibe la plenitud de la potencia mesiánica y es
definitivamente revelado por el Espíritu Santo como ´Hijo de Dios con
potencia´ (literalmente): ´constituido Hijo de Dios, poderoso según el
Espíritu de Santidad a partir de la resurrección de entre los muertos´
(Rom 1, 4).

8. Así pues, Jesucristo, el Hijo de Dios, viene al mundo por obra del
Espíritu Santo, y como Hijo del hombre cumple totalmente su misión
mesiánica en la fuerza del Espíritu Santo. Pero si Jesucristo actúa por
este poder durante toda su actividad salvífica y al final en la pasión y
en la resurrección, entonces es el mismo Espíritu Santo el que revela
que El es el Hijo de Dios. De modo que hoy, gracias al Espíritu Santo,
la divinidad del Hijo, Jesús de Nazaret, resplandece ante el mundo. Y
´nadie (como escribe San Pablo) puede decir: ´Jesús es el Señor´,
sino en el Espíritu Santo´ (1 Cor 12,3).

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Jesucristo trae al Espíritu Santo (12.VIII.87)

1. Jesucristo, el Hijo de Dios, que ha sido mandado por el Padre al


mundo, llega a ser hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de
María, la Virgen de Nazaret, y en la fuerza del Espíritu Santo cumple
como hombre su misión mesiánica hasta la cruz y la resurrección.
En relación a esta verdad (que constituía el objeto de la catequesis
precedente), es oportuno recordar el texto de San Ireneo que
escribe: ´EL Espíritu Santo descendió sobre el Hijo de Dios, que se
hizo Hijo del hombre; habituándose junto a El a habitar en el género
humano, a descansar asar en los hombres, y realizar las obras de
Dios, llevando a cabo en ellos la voluntad del Padre, transformando
su vetustez en la novedad de Cristo´ (Adv. haer. III, 17,1).
Es un pasaje muy significativo que repite con otras palabras lo que
hemos tomado del Nuevo Testamento, es decir, que el Hijo de Dios
se ha hecho hombre por obra del Espíritu Santo y en su potencia ha
desarrollado la misión mesiánica, para preparar de esta manera el
envío y la venid las almas humanas de este espíritu, que ´todo lo
escudriña, hasta las profundidades de Dios´ (1 Cor 2, 10), para
renovar y consolidar su presencia y su acción santificante en la vida
del hombre. Es interesante esta expresión de Ireneo, según la cual, el
Espíritu Santo, obrando en el Hijo del hombre, ´se habituaba junto a
El a habitar en el género humano´.
2. En el Evangelio de Juan leemos que ´el último día, el día grande
de la fiesta, se detuvo Jesús y gritó diciendo: !Si alguno tiene sed,
venga a mí y beba. Al que cree en mi, según dice la Escritura, ríos de
agua viva manarán de sus entrañas!. Esto dijo del Espíritu, que
habían de recibir los que creyeran en El, pues aún no había sido dado
el Espíritu porque Jesús no había sido glorificado´. (Jn 7, 37)39).
Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo, sirviéndose de la metáfora
del ´agua viva´, porque ´el espíritu es el que da la vida...´ (Jn 6,
63). Los discípulos recibirán este Espíritu de Jesús mismo en el
tiempo oportuno, cuando Jesús sea ´glorificado´: el Evangelista tiene
en mente la glorificación pascual mediante la cruz y la resurrección.
3. Cuando este tiempo )o sea, la ´hora´ de Jesús) está ya cercana,
durante el discurso en el Cenáculo, Cristo repite su anuncio, y varias
veces promete a los Apóstoles la venida del Espíritu Santo como
nuevo Consolador (Paráclito).
Les dice así: ´yo rogaré al Padre y os dará otro Abogado que estará
con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, que el mundo no
puede recibir, porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis,
porque permanece con vosotros´ (Jn 14, 16)17). ´El Abogado, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo
enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho´
(Jn 14, 26). Y más adelante: ´Cuando venga el Abogado, que yo os
enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que procede del
Padre, El dará testimonio de mí...´ (Jn 15, 26).
Jesús concluye así: ´Si no me fuere, el Abogado no vendrá a
vosotros: pero, si me fuere, os lo enviaré. Y al venir éste, amonestará
al mundo sobre el pecado, la justicia y el juicio...´ (Jn 16, 7-8).
4. En los textos reproducidos se contiene de una manera densa la
revelación de la verdad sobre el Espíritu Santo, que procede del Padre
y del Hijo. (Sobre este tema me he detenido ampliamente en la
Encíclica ´Dominum et Vivificantem´). En síntesis, hablando a los
Apóstoles del cenáculo, la vigilia de su pasión, Jesús une su partida,
ya cercana, con la venida del Espíritu Santo. Para Jesús se da una
relación casual: El debe irse a través de la cruz y de la resurrección,
para que el Espíritu de su verdad pueda descender sobre los
Apóstoles y sobre la Iglesia entera como el Abogado. Entonces el
Padre mandará el Espíritu ´en nombre del Hijo´, lo mandará en la
potencia del misterio de la Redención, que debe cumplirse por medio
de este Hijo, Jesucristo. Por ello, es justo afirmar, como hace Jesús,
que también el mismo Hijo lo mandará: ´el Abogado que yo os
enviaré de parte del Padre´ (Jn 15,26).
5. Esta promesa hecha a los Apóstoles en la vigilia de su pasión y
muerte, Jesús la ha realizado el mismo día de su resurrección.
Efectivamente, el Evangelio de Juan narra que, presentándose a los
discípulos que estaban aún refugiados en el cenáculo, Jesús los
saludó y mientras ellos estaban asombrados por este acontecimiento
extraordinario, ´sopló y les dijo: !Recibid el Espíritu Santo; a quien
perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quien se los
retuviereis, les serán retenidos!´ (Jn 20, 22 -23).
En el texto de Juan existe un subrayado teológico, que conviene
poner de relieve: Cristo resucitado es el que se presenta a los
Apóstoles y les ´trae´ el Espíritu Santo, el que en cierto sentido lo
´da´ a ellos en los signos de su muerte en cruz (´les mostró las
manos y el costado´: Jn 20, 20). Y siendo ´el Espíritu que da la vida´
(Jn 6, 63), los Apóstoles reciben junto con el Espíritu Santo la
capacidad y el poder de perdonar los pecados.
6. Lo que acontece de modo tan significativo el mismo día de la
resurrección, los otros Evangelistas lo distribuyen de alguna manera a
lo largo de los días sucesivos, en los que Jesús continúa preparando a
los Apóstoles para el gran momento, cuando en virtud de su partida
el Espíritu Santo descenderá sobre ellos de una forma definitiva, de
modo que su venida se hará manifiesta al mundo.
Este será también el momento del nacimiento de la Iglesia:
´recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y
seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta
el extremo de la tierra´ (Hech 1,8). Esta promesa, que tiene relación
directa con la venida del Paráclito, se ha cumplido el día de
Pentecostés.
7. En síntesis, podemos decir que Jesucristo es aquel que proviene
del Padre como eterno Hijo, es aquel que ´ha salido´ del Padre
haciéndose hombre por obra del Espíritu Santo. Y después de haber
cumplido su misión mesiánica como Hijo del hombre, en la fuerza del
Espíritu Santo, ´va al al Padre´ (Cfr. Jn 14, 21). Marchándose allí
como Redentor del Mundo, ´da´ a sus discípulos y manda sobre la
Iglesia para siempre el mismo Espíritu en cuya potencia el actuaba
como hombre. De este modo Jesucristo, como aquel que ´va al
Padre´ por medio del Espíritu Santo conduce ´al Padre´´ a todos
aquellos que lo seguirán en el transcurso de los siglos.
8. ´Exaltado a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del
Espíritu Santo, (Jesucristo) le derramó´ (Hech 2, 33), dirá el Apóstol
Pedro el día de Pentecostés. ´Y, puesto que sois hijos, envió Dios a
vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abbá!, Padre!´
(Gal 4, 6), escribía el Apóstol Pablo. El Espíritu Santo, que ´procede
del Padre´ (Cfr. Jn 15, 26), es, al mismo tiempo, el Espíritu de
Jesucristo: el Espíritu del Hijo.
9. Dios ha dado ´sin medida´ a Cristo el Espíritu Santo, proclama
Juan Bautista, según el IV Evangelio. Y Santo Tomás de Aquino
explica en su claro comentario que los profetas recibieron el Espíritu
´con medida´, y por ello, profetizaban ´parcialmente´ Cristo, por el
contrario, tiene el Espíritu Santo ´sin medida´: ya como Dios, en
cuanto que el Padre mediante la generación eterna le da el espirar
(soplar) el Espíritu sin medida; ya como hombre, en cuanto que,
mediante la plenitud de la gracia, Dios lo ha colmado de Espíritu
Santo, para que lo efunda en todo creyente (Cfr Super Evang S
Ioannis Lectura, c. III, 1.6, nn. 541-544). El Doctor Angélico se
refiere al texto de Juan (Jn 3, 34): ´Porque aquel a quien Dios ha
enviado habla palabras de Dios, pues Dios no le dio el espíritu con
medida´ (según la traducción propuesta por ilustres biblistas)
Verdaderamente podemos exclamar con íntima emoción, uniéndolos
al Evangelista Juan: ´De su plenitud todos hemos recibido´ (Jn 1,
16); verdaderamente hemos sido hechos participes de la vida de Dios
en el Espíritu Santo
Y en este mundo de hijos del primer Adán, destinados a la muerte,
vemos erguirse potente a Cristo, el ´último Adán´, convertido en
´Espíritu vivificante´ (1 Cor 15, 45).

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Jesucristo revela la Trinidad (19.VIII.87)

1. Las catequesis sobre Jesucristo encuentran su núcleo en este tema


central que nace de la Revelación: Jesucristo, el hombre nacido de la
Virgen María, es el Hijo de Dios. Todos los Evangelios y los otros
libros del Nuevo Testamento documentan esta fundamental verdad
cristiana, que en las catequesis precedentes hemos intentado
explicar, desarrollando sus varios aspectos. El testimonio evangélico
constituye la base del Magisterio solemne de la Iglesia en los
Concilios, el cual se refleja en los símbolos de la fe (ante todo en el
niceno-constantinopolitano) y también, naturalmente, en la constante
enseñanza ordinaria de la Iglesia, en su liturgia, en la oración y en la
vida espiritual guiada y promovida por ella.
2. La verdad sobre Jesucristo, Hijo de Dios, constituye, en la
autorrevelación de Dios, el punto clave mediante el cual se desvela el
indecible misterio de un Dios único en la Santísima Trinidad. De
hecho, según la Carta a los Hebreos, cuando Dios, ´últimamente en
estos días, nos habló por su Hijo´ (Heb 1, 2), ha desvelado la
realidad de su vida íntima, de esta vida en la que El permanece en
absoluta unidad en la divinidad, y al mismo tiempo es Trinidad, es
decir, divina comunión de tres Personas. De esta comunión da
testimonio directo el Hijo que ´ha salido del Padre y ha venido al
mundo (Cfr. Jn 16, 28). Solamente El. El Antiguo Testamento, cuando
Dios ´habló por ministerio de los profetas´ (Heb 1, 1), no conocía
este misterio íntimo de Dios. Ciertamente, algunos elementos de la
revelación veterotestamentaria constituían la preparación de la
evangélica y, sin embargo, sólo el Hijo podía introducirnos en este
misterio. Ya que ´a Dios nadie lo vio jamás´: nadie ha conocido el
misterio íntimo de su vida. Solamente el Hijo: ´el Hijo unigénito, que
está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocen´ (Jn 1, 18).
3. En el curso de las precedentes catequesis hemos considerado los
principales aspectos de esta revelación, gracias a la cual la verdad
sobre la filiación divina de Jesucristo nos aparece con plena claridad.
Concluyendo ahora este ciclo de meditaciones, es bueno recordar
algunos momentos, en los cuales, junto a la verdad sobre la filiación
divina del Hijo del hombre, Hijo de María, se desvela el misterio del
Padre y del Espíritu Santo.
El primero cronológicamente es ya en el momento de a anunciación,
en Nazaret. Según el Ángel, de hecho quien debe nacer de la Virgen
es el Hijo del Altísimo, el Hijo de Dios. Con estas palabras, Dios es
revelado como Padre y el Hijo de Dios es presentado como aquel que
debe nacer por obra del Espíritu Santo: ´El Espíritu Santo vendrá
sobre ti´ (Lc 1, 35). Así, en la narración de a anunciación se contiene
el misterio trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Tal misterio está presente también en la teofanía ocurrida durante el
bautismo de Jesús en el Jordán, en el momento que el Padre, a
través de una voz de lo alto, da testimonio del Hijo ´predilecto´, y
ésta v acompañada por el Espíritu ´que bajó sobre Jesús en forma de
paloma´ (Mt 3, 16). Esta teofanía es casi una confirmación ´visiva´
de las palabras del profeta Isaías, a las que Jesús hizo referencia en
Nazaret, al inicio de su actividad mesiánica: ´El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ungió... me envió...´ (Lc 4, 18; cf. Is 61,
1).
4. Luego, durante el ministerio, encontramos las palabras con las
cuales Jesús mismo introduce a sus oyentes en el misterio de la
divina Trinidad, entre las cuales está la ´gozosa declaración´ que
hallamos en los Evangelios de Mateo (11, 25)27) y de Lucas (10,
21)22). Decimos ´gozosa´ ya que, como leemos en el texto de
Lucas, ´en aquella hora se sintió inundado de gozo en el Espíritu
Santo´ (Lc 10, 21 ) y dijo: ´Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las
revelaste a los pequeñuelos. Si, Padre, porque así te plugo. Todo me
ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre,
y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere
revelárselo´ (Mt 11, 25)27).
Gracias a esta inundación de ´gozo en el Espíritu Santo´, somos
introducidos en las ´profundidades de Dios´, en las ´profundidades´
que sólo el Espíritu escudriña: en la íntima unidad de la vida de Dios,
en la inescrutable comunión de las Personas.
5. Estas palabras, tomadas de Mateo y de Lucas, armonizan
perfectamente con muchas afirmaciones de Jesús que encontramos
en el Evangelio de Juan, como hemos visto ya en las catequesis
precedentes. Sobre todas ellas, domina la aserción de Jesús que
desvela su unidad con el Padre: ´Yo y el Padre somos una sola cosa´
(Jn 10, 30). Est afirmación se toma de nuevo y se desarrolla en la
oración sacerdotal (Jn 17) y en todo el discurso con el que Jesús en el
cenáculo prepara a los Apóstoles para su partida en el curso de los
acontecimientos pascuales.
6. Y propiamente aquí, en la óptica de esta ´partida´, Jesús
pronuncia las palabras que de una manera definitiva re velan el
misterio del Espíritu Santo y la relación en la que El se encuentra con
respecto al Padre y el Hijo El Cristo que dice: ´Yo estoy en el Padre y
el Padre está en mí´, anuncia al mismo tiempo a los Apóstoles la
venida del Espíritu Santo y afirma: Este es ´el Espíritu de verdad,
que procede del Padre´ (Jn 15, 26). Jesús añade que ´rogará al
Padre o para que este Espíritu de verdad sea dado a los Apóstoles,
para que ´permanezca con ellos para siempre´ como ´Consolador´
(Cfr. Jn 14,16). Y asegura a los Apóstoles: ´el Espíritu Santo que el
Padre enviará en mi nombre´ (Cfr. Jn 14, 26). Todo ello, concluye
Jesús, tendrá lugar después de su partida, durante los
acontecimientos pascuales, mediante la cruz y la resurrección: ´Si
me fuere, os lo enviaré´ (Jn 16, 7).
7. ´En aquel día vosotros sabréis que yo estoy en el Padre´, afirma
aún Jesús, o sea, por obra del Espíritu Santo se clarificará
plenamente el misterio de le unidad del Padre y del Hijo: ´Yo en el
Padre y el Padre en mí´. Tal misterio, de hecho, lo puede aclarar sólo
´el Espíritu que escudriña las profundidades de Dios´ (Cfr. 1 Cor 2,
10), donde en la comunión de las Personas se constituye la unidad de
la vida divina en Dios. Así se ilumina también el misterio de la
Encarnación del Hijo, en relación con los creyentes y con la Iglesia,
también por obra del Espíritu Santo. Dice de hecho Jesús: ´En aquel
día (cuando los Apóstoles reciban el Espíritu de verdad) conoceréis
(no solamente) que yo estoy en el Padre, (sino también que)
vosotros (estáis) en mi y yo en vosotros´ (Jn 14, 20). La Encarnación
es, pues, el fundamento de nuestra filiación divina por medio de
Cristo, es la base del misterio de la Iglesia como cuerpo de Cristo.
8. Pero aquí es importante hacer notar que la Encarnación, aunque
hace referencia directamente al Hijo, es ´obra´ de Dios Uno y Trino
(Concilio Lateranense IV). Lo testimonia ya el contenido mismo de a
anunciación (Cfr. Lc 1, 26-38). Y después, durante todas sus
enseñanzas, Jesús ha ido ´abriendo perspectivas cerradas a la razón
humana´ (Gaudium et Spes, 24), las de la vida íntima de Dios Uno en
la Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Finalmente,
cumplida su misión mesiánica, Jesús, al dejar definitivamente a los
Apóstoles, cuarenta días después del día de la resurrección, realizó
hasta el final lo que había anunciado: ´Como me envió mi Padre, así
os envío yo´ (Jn 20, 21). De hecho, les dice: ´Id, pues; enseñad a
todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo´ (Mt 28, 19).
Con estas palabras conclusivas del Evangelio, y antes de iniciarse el
camino de la Iglesia en el mundo, Jesucristo entregó a ella la verdad
suprema de su revelación: la indivisible Unidad de la Trinidad.
Y desde entonces, la Iglesia, admirada y adorante, puede confesar
con el evangelista Juan, en la conclusión del prólogo del IV Evangelio,
siempre con la íntima conmoción: ´A Dios nadie le vio jamás; Dios
unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer´
(Jn 1, 18).

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«¿No es una arrogancia hablar de verdad en cosas de religión y llegar
a afirmar haber hallado en la propia religión la verdad, la sola verdad,
que por cierto no elimina el conocimiento de la verdad en otras
religiones, pero que recoge las piezas dispersas y las lleva a la
unidad?». Card. + Joseph Ratzinger
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe
Leer: Fragmento de «La Unicidad y la Universalidad salvífica de
Jesucristo y de la Iglesia»

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Los cristianos deben defender sus convicciones “sin arrogancia pero


sin pusilanimidad” . Un requisito fundamental para el cristiano del
siglo XXI, es tener: "una conciencia moral recta, bien formada,
fiel al magisterio de la Iglesia".

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«Los islamistas sacralizan la violencia y consideran que la voluntad de


Dios es expandir el Islam por las buenas o por las malas»

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«El ‘corán’ enseña que el islam debe triunfar, la guerra es un modo


natural de conquista y quienes se resistan deben ser eliminados. El
musulmán acepta que Dios, Alá, le ha mandado a la conquista del
mundo y si alguien se resiste, hay que forzarle, y el hecho forzarle
significa la guerra».

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"Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero


enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el
momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso,
ciertamente, no resulta tan sencillo". Aristóteles

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Juan XXIII: «La autoridad es postulada por el orden moral y deriva de


Dios. Por lo tanto, si las leyes o preceptos de los gobernantes
estuvieran en contradicción con aquel orden y, consiguientemente, en
contradicción con la voluntad de Dios, no tendrían fuerza para obligar
en conciencia...; más aún, en tal caso, la autoridad dejaría de ser tal
y degeneraría en abuso» . (Carta enc. Pacem in terris l.c., 271. )

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Con un poco de ti, puedes salvar muchas vidas.
“Dar su propia sangre voluntaria y gratuitamente es un gesto de
elevado valor moral y cívico” Papa Juan Pablo II VATICANO, 13 Jun.
04

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Como dice un Padre de la Iglesia “No debemos avergonzarnos de las


cosas que Dios ha creado”. No sólo no debemos avergonzarnos de las
cosas que Dios ha creado, sino que debemos también defenderlas,
puesto que todo cuanto él ha creado es bueno. La sexualidad
humana, el amor conyugal, la responsabilidad, la libertad, la salud
corporal: se trata de dones de Dios que tenemos que atesorar.

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LA UNIVERSALIDAD SALVÍFICA DE JESUCRISTO HACE A SU


IGLESIA ‘CATÓLICA’ PORQUE SU ANUNCIO SALVÍFICO ES
CATÓLICO-UNIVERSAL.

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¡Laudetur Iesus Christus!

el cosmos obra de Dios creador


gracias por venir a visitarnos [tormenta de arena-China 04.19.2006]

Debido a la existencia de páginas excelentes sobre apologética y


formación, lo que se pretende desde aquí es contribuir muy
modestamente y sumarse a los que ya se interesan por el Evangelio de
Cristo de manera mucho más eficaz.

+++

Si alguna frase o proposición se hubiere deslizado en la presente Web, no del todo


conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al Supremo
Magisterio del Papa, jefe venerado de la Iglesia universal, en comunión con todos
los Obispos del mundo entero –efectiva catolicidad, universalidad tal como el Cristo
pidió. +

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