El Papel

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El papel y la tinta

Había una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella,
cuando una pluma, bañada en negrísima tinta, la manchó completa y la
llenó de palabras.

– “¿No podrías haberme ahorrado esta humillación?”, dijo enojada la hoja


de papel a la tinta. “Tu negro infernal me ha arruinado para siempre”.

– “No te he ensuciado”, repuso la tinta. “Te he vestido de palabras. Desde


ahora ya no eres una hoja de papel sino un mensaje. Custodias el
pensamiento del hombre. Te has convertido en algo precioso”.

En ese momento, alguien que estaba ordenando el despacho, vio aquellas


hojas esparcidas y las juntó para arrojarlas al fuego. Sin embargo, reparó en
la hoja “sucia” de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien visible,
el mensaje de la palabra. Luego, arrojó el resto al fuego.

La sepultura del lobo


Hubo una vez un lobo muy rico pero muy avaro. Nunca dio ni un poco de
lo mucho que le sobraba. Sin embargo, cuando se hizo viejo, empezó a
pensar en su propia vida, sentado en la puerta de su casa. Un burrito que
pasaba por allí le preguntó:

–  “¿Podrías prestarme cuatro medidas de trigo, vecino?”. “Te daré ocho, si


prometes velar por mi sepulcro en las tres noches siguientes a mi entierro”.

– “Está bien”, dijo el burrito.

A los pocos días el lobo murió y el burrito fue a velar su sepultura. Durante
la tercera noche se le unió el pato que no tenía casa. Y juntos estaban
cuando, en medio de una espantosa ráfaga de viento, llego el aguilucho y
les dijo:

– “Si me dejáis apoderarme del lobo os daré una bolsa de oro”. “Será
suficiente si llenas una de mis botas”, le dijo el pato, que era muy astuto.

El aguilucho se marchó para regresar enseguida con un gran saco de oro,


que empezó a volcar sobre la bota que el sagaz pato había colocado sobre
una fosa. Como no tenía suela y la fosa estaba vacía no acababa de llenarse.
El aguilucho decidió ir entonces en busca de todo el oro del mundo. Y
cuando intentaba cruzar un precipicio con cien bolsas colgando de su pico,
cayó sin remedio.

– “Amigo burrito, ya somos ricos”, dijo el pato.

– “La maldad del aguilucho nos ha beneficiado. Y ahora nosotros y todos


los pobres de la ciudad con los que compartiremos el oro nunca más
pasaremos necesidades”, dijo el borrico.

Así hicieron y las personas del pueblo se convirtieron en las más ricas del
mundo.

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