Historia y Medio Ambiente en La Isla de Santo Domingo
Historia y Medio Ambiente en La Isla de Santo Domingo
Historia y Medio Ambiente en La Isla de Santo Domingo
Abril 1994
Lo primero que conviene tener en cuenta es que la isla de Santo Domingo –llamada Haití por los
indios taínos que la habitaban– era un espacio relativamente domesticado cuando llegaron los
primeros europeos hace 500 años. Cuando Colón desembarcó en la isla en 1492, el espacio
insular había experimentado los efectos de la acción humana continua a lo largo de casi 4,000
años.
En las cartas de Colón y en las crónicas españolas del siglo se hace notar que los taínos
componían una sociedad que practicaba extensamente la agricultura de "tumba y quema" con
una tecnología de coa. Los taínos cultivaban extensamente yuca, maíz, batata, maní, tabaco, ají
y piña, entre otras plantas, y utilizaban ténicas de amontonamiento de la tierra en canteros
especiales para facilitar la fertilización, el reguío y la oxigenación.
En las crónicas hay indicios de que algunas de las extensas sabanas de la isla eran el resultado
del fuego inducido por seres humanos. También existen noticias de que había zonas de la isla
que estaban intensamente cultivadas. Al observar la intensidad de los cultivos, Colón comparó la
zona norte de Haití con los campos agrícolas de Granada.
Como se ve, los españoles no ocupan una isla virgen y primitiva, sino todo lo contrario, una isla
cuyo espacio había estado sujeto a la intervención humana durante un largo período de tiempo.
A juzgar por lo que sabemos de las crónicas, debió haber nichos ecológicos de larga ocupación
humana en los cuales la naturaleza había sido transformada por la sustitución de plantas nativas
por plantas importadas de América del Sur. Sabemos que el maíz, el tabaco y la yuca no eran
plantas nativas y, por lo tanto, su introducción en la isla, varios miles de años antes de la llegada
de Colón, marca el inicio de la agricultura aborigen.
La antigüedad de la agricultura aborigen no debe, sin embargo, llevarnos al error de creer que
toda la isla estaba habitada homogéneamente, como creen algunos historiadores
contemporáneos. Lo que sabemos es que la distribución de la población aborigen era bastante
extensa, pero que las comunidades tendían a concentrarse en aquellos puntos en donde había
agua, pesca y cacería abundante, y en donde esos recursos podían combinarse fácilmente con
buenos suelos para cultivar yuca y maíz, que eran las principales fuentes de carbohidratos de los
taínos.
El impacto de la población nativa sobre el medio ambiente fue más duradero debido a su
antigüedad y continuidad que debido a su intensidad. Es importante recordar que en 1492 la
población taína no sobrepasaba el medio millón de personas y, por lo tanto, la relación
hombre/tierra era extremadamente baja. Esta baja relación hombre/tierra permitía la
recuperación de terrenos afectados por los desmontes y los fuegos, y por ello la isla que
encontraron los españoles en 1492 – al tiempo que era una isla domesticada – también contenía
grandes espacios vírgenes y deshabitados.
El choque de la dominación española hizo desaparecer casi todos los indios en menos de treinta
años. Ya en 1520 apenas quedaban menos de 1,000 indios en toda la isla. Para entonces, la
población española apenas pasaba de 4,500 perosnas, pues ante la crisis de la desaparición de la
mano de obra muchos españoles decidieron abandonar la isla.
El efecto más importante de la primera industria azucarera colonial sobre el medio ambiente fue
la deforestación de las zonas en donde se establecieron las plantaciones. Hubo que tumbar
montes para sembrar la caña y hubo también que tumbar montes para abastecer la leña a las
casas de caldera de los ingenios. Aunque los pequeños ingenios eran pequeñas unidades que no
producían más de 100 toneladas de azúcar por año, su continua operación durante casi todo el
siglo 16 contribuyó a la deforestación de las zonas periféricas de las plantaciones.
Al desaparecer la industria azucarera a principios del siglo 17, los espacios naturales que habían
sido afectados por la acción humana empezaron a recuperarse. Sin embargo, no todo el territorio
insular se cubrió nuevamente de bosques pues todavía quedaban las antiguas sabanas cubiertas
de pasto, ahora utilizadas por el ganado. La documentación de la época menciona que durante el
siglo 17 la cacería de ganado cimarrón se convirtió en la actividad principal de los habitantes de
la isla. Al quedar la isla casi despoblada (un máximo de 7,5000 habitantes a mediados del siglo
17), el ganado tuvo la oportunidad de multiplicarse ampliamente.
Así tuvo lugar el poblamiento de la parte occidental de la isla en la segunda mitad del siglo 17,
pues a medida que el ganado se fue extinguiendo los bucaneros se fueron sedentarizando y se
fueron convirtiendo en cultivadores de tabaco.
En la parte oriental controlada por los españoles, entretanto, el único cultivo en gran escala que
se quiso introducir fue el cacao en las cuencas de algunos ríos cercanos a las ciudades de Santo
Domingo, Higüey y El Seibo. Las plagas acabaron con esas primeras plantaciones de cacao, que
tuvieron una vida bastante corta, pues las más antiguas comenzaron en 1640 y no llegaron a
persistir más allá de 1666.
En la parte occidental, el tabaco fue la actividad agrícola predominante durante la segunda mitad
del siglo 17. Los franceses, que terminaron dominando ese territorio, fueron inicialmente pocos y
su actividad agrícolas apenas afectó el medio ambiente. Estando despoblada la parte occidental
de la isla, los pioneros franceses se asentaron en las zonas más fértiles, en donde mantenían sus
cultivos. Algunos incluso aprovecharon las sabanas para criar ganado manso y vender carne a
los demás cultivadores.
Esta situación empezó a cambiar en 1698 cuando se instalaron los primeros ingenios azucareros
franceses en la parte occidental de la isla. A partir de entonces, todo cambió.
Puede decirse que el siglo 18 es el período de la gran depredación francesa de la isla, pues no
solamente sucumbieron los bosques a la demanda de leña de los ingenios azucareros, sino
también a la demanda de madera preciosa de los ebanistas y constructores europeos que
descubrieron la caoba de la isla y demandaban cada vez mayores cantidades de ésta y otras
maderas.
Por otra parte, la actividad principal de la población española durante todo el siglo 18 fue la
crianza de ganado, aunque algunos campesinos cultivaban tabaco en las afueras de Santiago.
Ninguna de estas dos actividades ejerció un impacto significativo sobre el medio ambiente en
este período.
La revolución haitiana que estalló en 1791 y las guerras que le sucedieron alteraron por
completo el curso histórico de la isla. Las poblaciones de ambas partes de la isla fueron
sustancialmente reducidas después de un largo período de casi 20 años de calamidades. Toda la
población blanca, así como numerosos mulatos y más de 150,000 negros perdieron la vida en la
parte francesa. En 1805, la población de la parte francesa, ahora convertida en el estado
independiente de Haití, era de apenas 305,000 personas. En la parte española, entretanto, la
población emigró masivamente a Cuba, Puerto Rico y Venezuela, quedando reducida a 63,000
personas en 1812.
Acabadas las guerras, las poblaciones de ambas partes de la isla empezaron a recuperarse,
siguiendo ambas dos modelos de crecimiento bastante similares en el curso del siglo 19 que
empezaron a diferenciarse en el curso del siglo 20, debido a las diferentes dotaciones de
recursos de ambas partes de la isla y debido, también, a los diferentes coeficientes
hombre/tierra en Haití y la República Dominicana.
En la República Dominicana [...] las cosas evolucionaron en forma diferente [a Haití] debido a la
diferente dotación de recursos de ambas zonas de la isla, a la escasez inicial de población y a la
diferente herencia colonial.
Ya hemos mencionado que la colonia española de Santo Domingo no fue una colonia de
plantaciones que demandó leña para fabricar azúcar, ya que sus empresarios no se interesaron
por sus bosques de maderas preciosas como hicieron los franceses en Saint-Domingue. En
realidad, las primeras exportaciones de caoba comenzaron a realizarse en Santo Domingo entre
los años de 1805 y 1809 bajo el gobierno francés de Louis Ferrand, quien, necesitando moneda
fuerta para pagar importaciones, abrió los primeros cortes de caoba dominicana.
A partir de la independencia, en 1844, y durante los 30 años siguientes, los cortes de caoba
continuaron, aunque cada vez más alejados de los cauces de los ríos o de los centros poblados
más importantes. Los documentos del siglo 19 muestran que los cortes de caoba que se iniciaron
en las cuencas de los ríos del sur de la isla, luego se movieron al norte y más adelante al oeste.
Todavía en 1870 y 1880 había empresarios que estaban abriendo nuevos cortes de caoba en el
norte y noroeste de la República.
La escasa población de la parte dominicana y su concentración en las tierras llanas del país
favoreció la preservación de los suelos en las zonas madereras durante el siglo 19 pues
solamente muy pocos individuos se quedaban viviendo en las áreas deforestadas y éstas eran
subsecuentemente cubiertas de vegetación y bosque secundario poco tiempo después. Las
tierras llanas, en cambio, sí estuvieron sujetas a un intenso proceso de cultivo, particularmente
en las zonas tabacaleras inmediatamente al oeste de Santiago y en las zonas productoras de
alimentos en el Cibao Central.
A finales del siglo 19, cuando se iniciaron los grandes desmontes en el Cibao Central y Oriental
para dar paso a la creación de inmensos cacaotales y cafetales, el bosque primitivo fue sustituido
por los nuevos bosques de cacao y café que crecían al amparo de árboles de amapola y gina,
especialmente sembrados para dar sombra a las nuevas plantas. En las zonas de café y cacao, la
deforestación no llevó necesariamente a la erosión catastrófica, como ocurrió en Haití y como
ocurriría más tarde en muchos de la República Dominicana.
Con todo, poco a poco, a medida que la población dominicana fue creciendo y que se ampliaron
sus necesidades económicas, la demanda de madera para leña y carbón, así como la necesidad
de espacio para plantaciones comerciales y para la producción de alimentos, fueron afectando los
bosques. En la segunda mitad del siglo 19, por ejemplo, los dominicanos residentes en las zonas
llanas de Azua, Baní y San Cristóbal desarrollaron una vigorosa industria de aguardiente y
raspaduras y llegaron a mantener funcionando unos 240 trapiches azucareros que consumían
grandes cantidades de leña de los bosques circundantes.
A partir de 1875, con la entrada de los primeros ingenios semimecanizados que funcionaban con
máquinas de vapor, la demanda de leña fue aún mayor. Bajo el empuje de los grandes ingenios
modernos, los bosques de las grandes llanuras del este de la isla empezaron a desaparecer. Una
parte desapareción para dar paso a las plantaciones de caña, mientras otra fue consumida en las
calderas de los centrales azucareros y de las locomotoras que movían sus trenes.
Mientras tanto, los bosques del interior del país quedaron virtualmente intocados, apenas
explotados por los artesanos del Cibao que requerían madera de pino para fabricar muebles y
viviendas urbanas pues las viviendas rurales se fabricaban de tablas de palma. Aunque hubo
algunos esuferzos en Santiago y La Vega orientados a explotar los bosques de pino de la
Cordillera Central en la segunda mitad del siglo 19, esa explotación fue mínima y todavía en
1910 los viajeros se admiraban del estado prístino de los pinares dominicanos. Según informes
de la época, en 1916 había 46 millones de tareas de bosques de distintos tipos en el país.
Trujillo descubrió el verdadero valor económico de los bosques dominicanos después de los
cálculos que realizó Carlos Chardón, un experto puertorriqueño que preparó para el gobierno un
informe en el cual evaluaba la situación y valor de los recursos naturales del país en 1939. A
partir de entonces, Trujillo se hizo también industrial maderero asociándose con personas que ya
estaban en el negocio o colocando testaferros al frente de nuevos aserraderos de su propiedad.
La Era de Trujillo fue la catástrofe para los bosques dominicanos que cayeron en manos de una
oligarquía de aserradores asociados con Trujillo, quienes devastaron en menos de 20 años varios
millones de tareas de bosques que habían tomado miles de años en formarse. Estos individuos y
sus compañías madereras deforestaron las zonas de San José de las Matas, Jarabacoa, Tireo, El
Río, Constanza, La Horma, El Rubio, San Juan de la Maguana y Restauración, entre otras, y no
se molestaron en replantar el bosque que talaban.
Así fue despoblándose la Cordillera Central de sus pinos originales, que fueron suplantados
gradualmente por pastizales que secaron las fuentes de agua e hicieron morir las cañadas y los
arroyos en un proceso que se repite y se ha repetido durante años en toda América Latina.
Durante años, los dominicanos pudimos presenciar como en tiempos de cuaresma, que es una
época de sequía estacional, las montañas dominicanas quedaban a merced de los fuegos
intencionales pegados por los campesinos y ganaderos en una lucha sin cuartel contra el bosque
para convertirlo en pastizal. Este proceso se repitió miles de veces en todas partes del país y
para finales de la Era de Trujillo ya sus efectos eran evidentes: las montañas sin bosques y los
ríos sin agua. En 1967, seis años después de la muerte de Trujillo, se calculó que apenas
quedaban 9 millones de tareas de bosques en la República Dominicana, en contraste con los 46
millones que había en 1916.
Los pinares fueron los bosques que más sufrieron la acción de los aserraderos. En el 1939,
Chardón calculó que había en el país 12 millones de tareas de pinos. En 1967, cuando el
gobierno dominicano por fin clausuró los aserraderos, apenas quedaban 3.5 millones de tareas
de pino.
Con todo, la República Dominicana todavía goza de ciertas ventajas en relación con Haití. Su
territorio es más llano y recibe más lluvias; sus tierras están mejor conservadas y son todavía
más fértiles; su economía es más diversificada y su población es más rica; y sus gobiernos han
tenido más éxito en controlar la depredación de los bosques, aún cuando las evidencias indican
que son precisamente las autoridades y los grupos asociados a ellas quienes más han participado
en la devastación forestal en los últimos 25 años.
Aunque el bosque ha sido sustituído por el pastizal en numerosos lugares de las montañas, y
aunque este fenómeno ha sido detrimental para la preservación de los ríos y otras fuentes de
agua, sus efectos han sido menos catastróficos que en Haití, en donde las necesidades de tierra
de una población campesina urgida por zonas de cultivo han contribuído a reemplazar la
vegetación o el pasto por cultivos de ciclo corto que exponen los suelos a una mayor erosión.
Con todo, no puede decirse que la República Dominicana ha logrado controlar el proceso de
deterioro de su medio ambiente. Frente a Haití, la situación luce menos deteriorada, pero en
realidad dista mucho de ser un modelo de conservación de recursos naturales. En realidad, hace
ya muchos años que se observan indicios de que la República Dominicana podría adentrarse en
un proceso similar al que ocurrió en la República de Haití si no se adoptan medidas eficaces de
preservación de aguas y suelos.