BENEDICTO XVI Mistagogía
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La Santa Sede
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Nuestra atención se concentra hoy en san Cirilo de Jerusalén. En su vida se entrecruzan dos
dimensiones: por una parte, la solicitud pastoral; y, por otra, la implicación, a su pesar, en las
intensas controversias que afligían entonces a la Iglesia de Oriente.
San Cirilo, nacido alrededor del año 315 en Jerusalén o en sus cercanías, recibió una óptima
formación literaria, que constituyó la base de su cultura eclesiástica, centrada en el estudio de la
Biblia. Ordenado presbítero por el obispo Máximo, cuando este murió o fue depuesto, en el año
348 fue ordenado obispo por Acacio, influyente metropolita de Cesarea de Palestina, filo-arriano,
convencido de que Cirilo era su aliado. Por eso, se sospechó que había obtenido el
nombramiento episcopal mediante concesiones al arrianismo.
En realidad, muy pronto san Cirilo chocó con Acacio, no sólo en el campo doctrinal, sino también
en el jurisdiccional, porque san Cirilo reivindicaba la autonomía de su sede con respecto a la
metropolitana de Cesarea. En dos décadas san Cirilo sufrió tres destierros: el primero en el año
357, cuando fue depuesto por un Sínodo de Jerusalén; el segundo, en el año 360, por obra de
Acacio; y el tercero, el más largo -duró once años- en el año 367 por iniciativa del emperador filo-
arriano Valente. Sólo en el año 378, después de la muerte del emperador, san Cirilo pudo volver a
tomar definitivamente posesión de su sede, devolviendo a los fieles unidad y paz.
Su ortodoxia, puesta en duda por algunas fuentes de aquel tiempo, la atestiguan otras fuentes
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igualmente históricas. La más autorizada de ellas es la carta sinodal del año 382, después del
segundo concilio ecuménico de Constantinopla (381), en el que san Cirilo había participado con
un papel cualificado. En esa carta, enviada al Pontífice romano, los obispos orientales reconocen
oficialmente la más absoluta ortodoxia de san Cirilo, la legitimidad de su ordenación episcopal y
los méritos de su servicio pastoral, que concluyó con su muerte en el año 387.
De san Cirilo conservamos veinticuatro célebres catequesis, que impartió como obispo hacia el
año 350. Introducidas por una Procatequesis de acogida, las primeras dieciocho están dirigidas a
los catecúmenos o iluminandos ((photizomenoi); las pronunció en la basílica del Santo Sepulcro.
Las primeras (1-5) tratan cada una, respectivamente, de las disposiciones previas al bautismo, de
la conversión de las costumbres paganas, del sacramento del bautismo, de las diez verdades
dogmáticas contenidas en el Credo o Símbolo de la fe.
Las sucesivas (6-18) constituyen una "catequesis continua" sobre el Símbolo de Jerusalén, en
clave antiarriana. De las últimas cinco (19-23), llamadas "mistagógicas", las dos primeras
desarrollan un comentario a los ritos del bautismo; y las tres últimas versan sobre la
Confirmación, sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y sobre la liturgia eucarística. En ellas se
incluye la explicación del padrenuestro (Oración dominical): con ella se comienza un camino de
iniciación en la oración, que se desarrolla paralelamente a la iniciación en los
tres sacramentos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.
La base de la instrucción sobre la fe cristiana se realizaba también en función polémica contra los
paganos, los judeocristianos y los maniqueos. La argumentación se fundaba en el cumplimiento
de las promesas del Antiguo Testamento, con un lenguaje lleno de imágenes. La catequesis era
un momento importante, insertado en el amplio contexto de toda la vida, especialmente litúrgica,
de la comunidad cristiana, en cuyo seno materno tenía lugar la gestación del futuro fiel,
acompañada de la oración y el testimonio de los hermanos.
En su conjunto, las homilías de san Cirilo constituyen una catequesis sistemática sobre el nuevo
nacimiento del cristiano mediante el bautismo. Dice san Cirilo al catecúmeno: "Has caído dentro
de las redes de la Iglesia (cf. Mt 13, 47). Por tanto, déjate captar vivo; no huyas, porque es Jesús
quien te pesca con su anzuelo, no para darte la muerte, sino la resurrección después de la
muerte. En efecto, debes morir y resucitar (cf. Rm 6, 11.14)... Desde hoy mueres al pecado y
vives para la justicia" (Procatequesis 5).
Desde el punto de vista doctrinal, san Cirilo comenta el Símbolo de Jerusalén recurriendo a la
tipología de las Escrituras, en una relación "sinfónica" entre los dos Testamentos, desembocando
en Cristo, centro del universo. La tipología será incisivamente descrita por san Agustín de
Hipona: "El Antiguo Testamento es el velo del Nuevo; y en el Nuevo Testamento se manifiesta el
Antiguo" (De catechizandis rudibus 4, 8).
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Por lo que atañe a la catequesis moral, se funda, con una profunda unidad, en la catequesis
doctrinal: el dogma se va introduciendo progresivamente en las almas, las cuales así se ven
impulsadas a cambiar los comportamientos paganos de acuerdo con la nueva vida en Cristo, don
del bautismo.
Por último, la catequesis "mistagógica" constituía el vértice de la instrucción que san Cirilo
impartía, ya no a los catecúmenos, sino a los recién bautizados o neófitos, durante la semana de
Pascua. Esa catequesis los llevaba a descubrir, bajo los ritos bautismales de la Vigilia pascual,
los misterios encerrados en ellos, aún sin desvelar. Iluminados por la luz de una fe más profunda
gracias al bautismo, los neófitos podían por fin comprenderlos mejor, habiendo celebrado ya sus
ritos.
En particular con los neófitos de origen griego, san Cirilo se apoyaba en la facultad visiva, muy
natural en ellos. Era el paso del rito al misterio, que valoraba el efecto psicológico de la sorpresa y
la experiencia vivida en la noche pascual. He aquí un texto que explica el misterio del bautismo:
"Tres veces habéis sido sumergidos en el agua y otras tantas habéis emergido, para simbolizar
los tres días de la sepultura de Cristo, es decir, imitando con este rito a nuestro Salvador, que
pasó tres días y tres noches en el seno de la tierra (cf. Mt 12, 40). Con la primera emersión del
agua habéis celebrado el recuerdo del primer día que pasó Cristo en el sepulcro, como con la
primera inmersión habéis confesado la primera noche que pasó en el sepulcro: del mismo modo
que quien está en la noche no ve nada, y en cambio quien está en el día goza de luz, así también
vosotros antes estabais inmersos en la noche y no veíais nada, pero al emerger os habéis
encontrado en pleno día. Esta agua de salvación, misterio de la muerte y del nacimiento, ha sido
para vosotros tumba y madre... Para vosotros (...) el tiempo de morir coincidió con el tiempo de
nacer: en el mismo tiempo han tenido lugar ambos acontecimientos" (Segunda Catequesis
mistagógica, 4).
El misterio que se debe captar es el plan de Dios, que se realiza mediante las acciones salvíficas
de Cristo en la Iglesia. A su vez, la dimensión mistagógica va acompañada por la de los símbolos,
que expresan la vivencia espiritual que entrañan. Así la catequesis de san Cirilo, basándose en
las tres dimensiones descritas -doctrinal, moral y mistagógica- es una catequesis global en el
Espíritu. La dimensión mistagógica lleva a cabo la síntesis de las dos primeras, orientándolas a la
celebración sacramental, en la que se realiza la salvación de todo el hombre.
En definitiva, se trata de una catequesis integral que, al implicar el cuerpo, el alma y el espíritu, es
emblemática también para la formación catequética de los cristianos de hoy.
Saludos
En la sala Pablo VI
(En italiano)
(A los participantes en un congreso internacional sobre células madres adultas, organizado por la
Universidad "La Sapienza" de Roma)
La posición de la Iglesia, confirmada por la razón y por la ciencia, es clara: se debe incentivar y
promover la investigación científica, pero siempre que no vaya en detrimento de otros seres
humanos, cuya dignidad es intangible desde las primeras fases de la existencia.
Mi pensamiento va, por ultimo, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Ya hemos
entrado en el verano, para muchos tiempo de vacaciones y de descanso. Queridos jóvenes, que
para vosotros sea una ocasión para útiles experiencias sociales y religiosas; para vosotros,
queridos recién casados, un período oportuno para consolidar vuestra unión y profundizar vuestra
misión en la Iglesia y en la sociedad. Deseo, además, que a vosotros, queridos enfermos, no os
falte durante estos meses de verano la cercanía de vuestros seres queridos.