Salmo 119 - 1

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“Bienaventurados los perfectos de camino,

Los que andan en la ley de Jehová”

(Salmo 119:1)

Este Salmo es una de las grandes joyas de las Escrituras. La composición en hebreo
es muy precisa. Se divide en veintidós estrofas, según el número de las letras del
alfabeto hebreo, y cada estrofa contiene ocho versículos, todos empezando con la
misma letra. No creo que hay algo misterioso en la intención del autor, sólo el
deseo de ayudarnos a retenerlo en la memoria.

Con la ayuda del Señor meditaré sobre cada uno de los versículos en el debido
orden, elaborando un sermón para cada texto.

El salmista comienza con una descripción del camino a la verdadera felicidad, tal
como Cristo comenzó Su Sermón del Monte, y como empieza el Libro de los
Salmos. Todos buscamos la felicidad; el problema es que somos ignorantes o
imprudentes en cuanto al camino que conduce a la felicidad. Por eso el Salmista
empieza dándonos un concepto de la persona que es verdaderamente feliz:
“Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová” (Sal.
119:1).

En estas palabras vemos:

1. El privilegio, “Bienaventurados”.
2. La manera en que se considera este privilegio; no tanto analizando su
naturaleza, sino describiendo el camino que conduce a ella.

Tenemos aquí, en primer lugar, el camino a la felicidad, en términos generales.

Luego tenemos la manera específica en que debemos buscar esta felicidad:


andando en la ley de Jehová.

En tercer lugar, tenemos las características de las personas que obtienen la


verdadera felicidad: son “perfectos” y constantes (“andan”).

PRIMERA ENSEÑANZA: Es muy importante tener una noción acertada de qué es


la verdadera felicidad y de quiénes la obtienen. El autor empezó con esto.

1. Todos desean esta felicidad. Tanto los cristianos, como los paganos; todos están
de acuerdo en esto. Cuando Pablo hablaba a los paganos, os animaba a tomar a
Dios en cuenta, usando dos argumentos. El primero está en Hechos 14:17, "Si bien
no se dejó a Sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y
tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones”; y el
segundo en Hechos 17:27. El primer pasaje indica que la lluvia y la productividad
tienen una causa, que es Dios; mientras que el segundo texto señala que si Dios no
existiere ¿por qué tantos lo buscan? Hay pocas veces en que los cristianos y los
incrédulos coinciden en algo, pero esta es una de ellas: todas las personas buscan
la felicidad, no la miseria. Como lo expresa el Salmo 4:6, “Muchos son los que
dicen: ¿Quién nos mostrará el bien?” ¡Este es el grito del mundo! Ahora bien,
cuando se desea algo, de hecho, lo que se desea es algo bueno porque nadie desea
lo malo. Tal como Dios colocó en nosotros el sentido de aversión para que evitemos

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cosas malas, del mismo modo implantó en nosotros el sentido de deseo para que
busquemos lo que es bueno. Eso significa que, bajo el principio del amor propio,
todos desean ser felices. Los animales son guiados por la Providencia divina a
buscar su propia preservación, comiendo buenos alimentos. Del mismo modo, los
seres humanos buscan contentamiento y satisfacción. Preguntarse a sí mismo si las
personas desean ser felices o no, es preguntarse si se aman o no. Aunque si nos
preguntamos si desean ser santos, es otra cosa.

2. Los que no han experimentado la gracia de Dios se equivocan mucho en cuanto


al tema de la verdadera felicidad.

(1) Se equivocan acerca del fin de la felicidad. Muchos desean aquella felicidad que
es común y corriente, que todos buscan; la felicidad que ofrece la riqueza,
los honores y los placeres. Al hacerlo, en lugar de acercarse a la verdadera
felicidad, se alejan de esta. Pretenden buscar la felicidad, pero escogen la miseria.
Son como el hombre rico en la parábola que el Señor contó, que a pesar de su
riqueza terminó atormentado en el Hades (Lc. 16:25). David reconoce la verdadera
fuente de la felicidad cuando exclama: “Tú diste alegría a mi corazón mayor que la
de ellos cuando abundaba su grano y mosto” (Sal. 4:7). El problema no era que las
personas tuvieran grano, aceite y mosto, sino que escogieran esas cosas como la
fuente de su felicidad.

(2) Se equivocan acerca de los medios. Desconocen cuál es la manera de alcanzar


la felicidad; y si la descubre, no es de su agrado o se desmayan al tratar de aplicar
el medio correcto para obtener la felicidad. Algunos llegan a ver los medios
correctos, pero dichos medios son como una aguja a la distancia; lo ven como
aquel ciego del Evangelio que vio a los hombres caminando como árboles. La luz de
la naturaleza es tan tenue, que los consideran débilmente y la mente es desviada
por otros objetos. Los desean, pero los afectos se ven interceptados y alterados por
las cosas que están a la mano. No se dedican con una determinación seria de
aplicar los medios correctos. Sus esfuerzos son muy fríos y flojos; no los persiguen
con esa seriedad, exactitud y uniformidad de esfuerzo que se requiere para obtener
la felicidad. Son como niños que parecen desear algo apasionadamente, pero
pronto se desaniman: "El alma del perezoso desea y no tiene nada, porque sus
manos se niegan para trabajar”. Cuando la verdadera felicidad se revela
suficientemente, no es de nuestro agrado por las condiciones que Dios exige. Por
ejemplo, los judíos, cuando nuestro Salvador les habló del pan de Dios que bajó del
cielo para dar vida al mundo, le dijeron: "Señor, danos siempre de este pan" (Jn.
6:34). Pero leemos que al oír las condiciones para obtenerlo “murmuraron, se
volvieron atrás, y no caminaron más con él” (Jn. 6:66). Todos quisieran vivir para
siempre; pero cuando deben seguir a un Cristo que es despreciado en la Tierra, y
tienen que soportar censuras y peligros, no les gusta nada de eso (Sal. 106:24-25).
La tierra de Canaán era una buena tierra, pero el camino hacia ella era a través de
un desierto espantoso. Cuando se enteraron de la fuerza y estatura de los
pobladores, y sus fortificaciones, decayeron en su ánimo y comenzaron a
murmurar, y desistieron de su deseo de ir a la tierra de Canaán. De igual modo, el
cielo es un excelente lugar, pero los hombres deben llegar a él con mucha
dificultad, y por lo tanto son reacios a estar pagando un precio tan alto. Los
hombres estarían contentos con la felicidad espiritual, que es la verdadera felicidad,
pero no de la manera que Dios propone obtenerla. Se considera una tontería tener
que confiar en Dios en medio de los conflictos y las tentaciones de esta vida. Como
declara el apóstol Pablo: "El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de
Dios, porque para él son una locura, y no puede conocer, porque se han de
discernir espiritualmente" (2 Co. 2:14). Hay más prejuicios contra los medios que
contra el fin; por lo tanto, en desesperación, las personas sientan que enfrentan
una elección difícil, y son como aquellos que siendo decepcionados de una

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alternativa toman la siguiente oferta. Como no pueden tener la felicidad de Dios,
resuelven elaborar la suya para hacerse tan felices como puedan en el disfrute de
las cosas presentes.

3. Nuestros errores al respecto de qué es la verdadera felicidad nos costarán caro.

Dios es muy celoso en cuanto a lo que escogemos para nuestra felicidad y se opone
a la elección carnal. Aquellos que experimentan con otras fuentes de felicidad
pagan un precio alto por hacerlo. Consideremos el caso de Salomón. “He visto
todas las obras que se hacen bajo el sol, y he aquí que todo es vanidad y aflicción
de espíritu” (Ecl. 1:14). Él tenía un gran corazón, y una gran finca, y se entregó a
los placeres para buscar la felicidad en las cosas materiales. Se propuso buscar la
satisfacción personal, pero no como aquellas personas que sólo actúan según la
lujuria y el apetito carnal. “Dije en mi corazón, ‘Ve ahora, te probaré con alegría;
por lo tanto, disfruta del placer’. Pero observé que esto también es vanidad” (Ecl.
2:1). Él se entregó a los placeres, no sólo a los sensuales, sino a cosas novedosas;
sin embargo, encontró que su corazón se alejaba secretamente de Dios. Cualquiera
que haga la prueba hallará lo mismo y terminará arrepentido.

APLICACIÓN. Debemos estudiar bien este tema por las siguientes razones.

1. Para que no gastemos tiempo buscando una falsa felicidad, o aceptemos placeres
temporales, como la grandeza del honor, la abundancia de riquezas, el favor de los
hombres, etc. Estas cosas tienen su lugar, y es innegable que alegran y consuelan
la vida de ser humano en cierta manera; sin embargo, no satisfacen a la persona
que ha puesto su felicidad en Dios. Uno puede disfrutar estos placeres, pero a la
larga no satisfacen; las podemos amar, pero tienden a contaminarnos; y si algún
día las perdemos, aumentan nuestros problemas y penas.

(1) Estas cosas no nos pueden satisfacer, debido a su imperfección e


incertidumbre. Dichos placeres no responden al deseo del ser humano. Para
que algo nos satisfaga tiene que estar a la altura de los deseos más
profundos y las aspiraciones más elevadas del alma, para que tanto la
conciencia como el corazón digan que están satisfechos. Sin embargo, la
triste realidad es que los placeres en las cosas materiales jamás pueden
darnos una verdadera paz y satisfacción. Por eso Dios pregunta a través del
profeta Isaías: "¿Por qué gastáis vuestro dinero en lo que no es pan y tu
trabajo en lo que no satisface?” (Is. 55:2) Hasta que la conciencia
hambrienta sea provista de una satisfacción perfecta, no podemos ser
felices. Pero además de su poco valor, consideremos la incertidumbre del
disfrute de estas cosas. Lo único que nos puede dar una paz sólida es lo que
nos hace eternamente felices. Nada más que el favor de Dios es desde la
eternidad hasta la eternidad. No tenemos una posesión segura de estas
cosas en el mundo. Si las tenemos, van acompañadas del temor de
perderlas. Por eso el apóstol Pablo aconseja: “…los que compran cosas,
como si no las poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo
disfrutasen; porque la apariencia de este mundo pasa” (1 Co. 7:30-31).
Todos debemos estar preparados para los cambios que la vida trae. “Con
castigos por el pecado corriges al hombre, y deshaces como polilla lo más
estimado de él; ciertamente vanidad es todo hombre” (Sal. 39:11). La vida
terrenal es como el cristal, cuanto más brillante sea, más frágil es.

(2) Si amamos demasiado las cosas de este mundo, nos contaminan. No sólo
hay hiel, sino también veneno en ellas. No pueden hacernos mejores
personas, pero fácilmente pueden hacernos peores, ya que contaminan y

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alejan el corazón de Dios, y nos esclavizan a nuestras propias lujurias.
"Pero los que quieren ser ricos, caen en tentación y en lazo, y en muchas
lujurias tontas e hirientes, que ahogan a los hombres en la destrucción y
perdición. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males, que,
codiciándolas algunos, se han apartado de la fe, y se han atravesado con
muchas penas” (1 Ti. 6:9-10).

(3) Si perdemos los bienes materiales, eso tiende a aumentar nuestros


problemas y penas en la vida. La persona que no ha aprendido a vivir en
sencillez o en abundancia descubre que la abundancia lo hace más
miserable, porque si pierde algo de ello, encuentra que es muy difícil dar
marcha atrás después de haber disfrutado muchas riquezas. Por lo tanto, es
probable que las muchas riquezas, lejos de satisfacer, traen más problemas
al corazón. Como afirma Salomón: “Todo es vanidad y aflicción de espíritu".
Cuanto más hacemos de las cosas materiales la fuente de nuestra felicidad,
más sufrimos por el temor de perderlas.

2. Para que no tengamos prejuicios contra la verdadera felicidad. Los hombres


piensan que sería una gran felicidad vivir sin el yugo de la ley de Dios, para poder
sentirse libre de hablar, pensar y hacer lo que les plazca sin temor de Dios. Ellos
consideran que la Biblia es una amenaza para el bienestar de la humanidad, porque
la toman como un yugo. "Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus
cuerdas" (Sal. 2:3). Al estudiar este punto, tomemos en cuenta lo siguiente

(1.) "No te apoyes en tu propio entendimiento" (Pr. 23:4), "No te esfuerces por ser
rico; deja tu propia sabiduría"; busca la dirección de Dios, por Su palabra y Su
Espíritu. Solo Dios puede determinar quién es el hombre dichoso, porque está en
Sus manos bendecirnos, no en las nuestras.

(2.) Toma la luz de la fe, porque el sentido y la razón carnal te engañarán. La


verdadera felicidad es un enigma que sólo puede ser descubierta por la fe, que es
“la evidencia de cosas que no se ven" (Heb. 11:1). El hecho de que un hombre muy
pobre, que es considerado por el mundo como una persona miserable y
despreciable, sea declarado en la Biblia dichoso, porque es temeroso de Dios, es
completamente paradójico; especialmente cuando la misma Biblia afirma que los
grandes hombres de este mundo son "pobres, ciegos, miserables y desnudos". Esta
gran verdad nunca entrará en el corazón del hombre natural, que sólo tiene la luz
del sentido y la razón carnal para juzgar las cosas.

(3.) Espera que la luz y el poder del Espíritu incline y atraiga tu corazón hacia Dios.
Muchas veces tenemos la doctrina correcta en cuanto a la verdadera felicidad, pero
no la experimentamos; así que, no nos contentemos con la mera noción. Lo
importante no es tener la doctrina correcta de la felicidad, sino la experiencia de
esta. Es fácil demostrar que es propio de las bestias disfrutar del placer sin
remordimientos, que las riquezas son inciertas, y que las cosas materiales no son
un buen fundamento para la verdadera felicidad; pero sacar estas cosas del
corazón humano es obra del Espíritu Santo. Muchas personas se paran sobre la
tumba de sus antepasados y dicen: “¡Ah! qué tontos fueron al perder su tiempo y
su fuerza en el placer, y en ir tras la grandeza mundana y la honra y el favor de los
hombres. ¿Qué les beneficia ahora?” Sin embargo, al continuar sus vidas, estas
personas comienzan a vivir según los mismos principios; son tan ávidas de las
satisfacciones mundanas como lo fueron los que han ido antes. Descuidan a Dios y
a las cosas celestiales, y terminan yendo a la tumba en las mismas condiciones de
aquellos a quienes antes criticaron. Esto se da, porque hasta que el Señor nos quite
del corazón las ansias por disfrutar las cosas materiales de este mundo, seguimos
siendo tan insensatos como ellos lo fueron.

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SEGUNDA ENSEÑANZA: El único camino para hallar la verdadera felicidad es por
medio de la obediencia sincera, constante y uniforme a la ley de Dios.

Esto es lo que el autor del Salmo 119 tiene en mente cuando habla del “camino”
(v.1a). Este camino es sinónimo de “la ley de Jehová” (v.1b), y debemos ser
“perfectos” en nuestra forma de andar por esta ley (v.1a). Esto no significa vivir en
absoluta pureza, cumpliendo todo lo que la ley dice en forma legalista, sino que
apunta a lo que podríamos llamar la ‘sinceridad evangélica’, que aclararemos en un
momento. La palabra “andan” apunta a una obediencia uniforme y constante, y que
debemos perseverar en esta manera de vivir si deseamos ser realmente felices.

Para entender bien lo que el salmista dice aquí hay tres temas que debemos aclarar
y ampliar:

1. La regla que debemos seguir, que es la ley de Dios.


2. La manera en que debemos seguir esta regla: debemos seguirla en forma
sincera, uniforme y constante.
3. En qué manera dicha forma de vida conducirá a la verdadera felicidad.

1. Primero, la regla es la ley de Dios.

Todos los seres creados tienen reglas o normas que conducen sus vidas. La
naturaleza humana de Cristo fue la forma de vida más alta que jamás se ha visto
en la Tierra; sin embargo, estuvo sujeta a la ley de Dios. “Dios envió a Su Hijo,
nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Ga. 4:4). Los ángeles son inmunes a
muchas cosas que afectan la naturaleza humana: son libres de la muerte, de la
necesidad de comer y beber, etc. Pero no están libres de la ley de Dios. David los
describe en la siguiente manera: “Bendecid a Jehová, vosotros Sus ángeles,
poderosos en fortaleza, que ejecutéis Su palabra, obedeciendo a la voz de Su
precepto” (Sal. 103:20). Hasta los astros celestes, como el sol, la luna y las
estrellas, todas están sujetas al gobierno de Dios, y están bajo un pacto de brillar
de día y de noche. El Salmista exhorta a los astros a alabar el nombre de Dios, y
declara que Dios “Les puso ley que no será quebrantada” (Sal. 148:4, 6). Por eso,
tienen sus cursos y movimientos designados, y se mantienen en los puntos que
Dios les ha asignado según las leyes de la gravedad, etc. En conclusión, toda la
creación de Dios está bajo una ley, según la cual los diversos elementos se mueven
y actúan. Esto es lo que produce orden y contribuye a la felicidad universal.

Por esta razón, no nos debe sorprender que todo ser humano está sujeto a la ley de
Dios, y la esencia del pecado es rebelarnos contra esa ley (1 Jn 3:4). La ley como
regla de vida es un gran privilegio, y de hecho Cristo no vino a disminuir o abolir los
privilegios de su pueblo. Dios dio a conocer Su estatus a Israel, y Moisés afirma que
las naciones, escuchando la Ley de Dios y viendo sus frutos en la vida de la nación
de Israel, serían movidas a exclamar: “Ciertamente pueblo sabio y entendido,
nación grande es esta…Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios
justos como es toda la ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Dt. 4:6, 8). Si
la ley puede ser anulada para los creyentes, bajo el nuevo pacto, entonces ¿por qué
el Espíritu de Dios la escribió con caracteres tan legibles en sus corazones? (Heb.
8:10). ¿Acaso vendrá Cristo a desfigurar y abolir lo que el Espíritu graba sobre el
corazón? La ley de Moisés fue escrita en tablas de piedra; pero la gran obra del
Espíritu es escribirla en las ‘tablas’ del corazón delo creyente. El arca del pacto fue
un cofre donde se guardaba la ley, y fue en alusión a ella que Dios dice, “Pondré mi
ley en su corazón”. Claramente, entonces, hay una regla para el creyente, y esta
regla es la ley de Dios. Por lo tanto, si queremos disfrutar una verdadera felicidad

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debemos consultar esta regla en todo tiempo, tanto para informarnos como para
asombrarnos.

a. Esto sirve para informarnos, para que no quedemos ‘cortos’, desobedeciendo la


ley de Dios; y tampoco para que vayamos más allá de la ley de Dios, añadiendo
cosas que no están en la ley divina.

(1) No hay que quedar ‘cortos’ de la ley de Dios. Hay muchas reglas o leyes falsas
con las que los hombres se complacen a sí mismos, pero que no son más que
tantos caminos que nos alejan de nuestra propia felicidad. Por ejemplo, una regla
falsa muy común es la de las buenas intenciones; tanta gente en el mundo vive
adivinando lo que Dios quiere de nosotros y haciendo un esfuerzo por cumplir esas
cosas. Pero, por seguir las buenas intenciones uno podría oponerse a los intereses
de Cristo y atacar a Sus siervos. El Señor advierte de ese peligro en Juan 16:2,
cuando indica que vendría un tiempo en el que los judíos expulsarían a los
creyentes de las sinagogas y llegarían a matarlos, todo bajo el criterio de estar
sirviendo a Dios. Pablo indica que por un buen tiempo él hacía esto, con la buena
intención de agradar a Dios (1 Ti. 1:13). Claramente es posible equivocarse
seriamente si uno solo tiene buenas intenciones.

Otra regla falsa es la costumbre o la tradición. No importa lo que los demás hayan
hecho antes que nosotros; lo que importa es lo que Cristo hizo antes que ellos. Si la
costumbre fuera lo determinante en nuestro comportamiento, las cosas que el
Señor instituyó ya estarían lejos de la Iglesia. lo llevaba, la mayor parte de los
las instituciones estarían fuera de las puertas. Una tercera regla falsa es el ejemplo
de otros. No nos compete caminar por donde otros han ido antes, sino por el
verdadero camino. Hay un camino ancho que conduce a la perdición, y muchos
transitan por ese camino (Mt. 7:13-14). El camino al infierno es el camino más
transitado; no siempre debemos andar por el sendero transitado. Los peces que
siguen la corriente son los peces muertos. No nos debemos dejar llevar por las
tradiciones de los hombres o andar por la ruta que ellos siguen. Nuestros propios
deseos e inclinaciones nunca deben ser nuestra regla de conducta. ¡Qué miserables
seríamos si nuestra lujuria fuera nuestra ley o si la inclinación de nuestros
corazones fuera nuestra regla! Judas 16 indica que los que “andan según sus
propios deseos” son aquellos falsos maestros que han cauterizado sus conciencias.

Las leyes de los hombres no son nuestra regla. Nunca nos recomendaríamos a Dios
siguiendo al pie de la letra las leyes humanas y nada más. “La ley de Jehová es
perfecta, que convierte el alma” (Sal. 19:7). La única regla que nos convencerá del
pecado, humillará nuestros corazones, y nos animará a volver a Dios, es la ley del
señor. Los hombres hacen leyes como los sastres hacen ternos; cada uno lo
adapta para los cuerpos de los clientes. Dichas leyes solo sirven para satisfacer los
humores del pueblo, nunca nos llevarán a la verdadera felicidad. Un ser humano
civil y bien ordenado es una cosa; pero una persona renovada por Dios es otra. Es
la prerrogativa de Dios dar una ley para la conciencia humana y para gobernar el
comportamiento de una persona que tiene un corazón renovado. Las leyes
humanas quizá sirven para establecer la convivencia humana, pero quedan cortas
para establecer la comunión con Dios. Por lo tanto, debemos consultar la verdadera
regla, que es la ley del Señor, para que alcancemos la verdadera felicidad.

(2) No hay que sobrepasar la ley de Dios. Hay una santidad supersticiosa y falsa
que es contraria a la santidad genuina y escritural; más bien, es, destructiva para
ella. Es como una concubina frente a la esposa: le quita el debido respeto a la
verdadera religión. ¿En qué consiste esta clase de santidad? Es una religión
temporal que satisface la carne, que consiste en la conformidad con los ritos
externos, y ceremonias y mortificaciones externas, como las que practican los
religiosos, siguiendo “los mandamientos y doctrinas de los hombres" (Col. 2:23).

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Según el apóstol Pablo, estas cosas tienen una muestra de sabiduría en la humildad
y el maltrato del cuerpo, pero que no tienen valor alguno en la mortificación de la
carne. Los que piensan darle a Dios más de lo que Él pide encontrarán que no lo
lograrán, porque estas cosas solo tienen la apariencia de sabiduría y espiritualidad.
Una moneda falsa puede brillar más que la verdadera, pero no por eso tiene más
valor. De igual modo, esta adoración ‘voluntaria’ y exagerada puede parecer de
gran valor, pero en realidad atenta contra la verdadera piedad que las Escrituras
mandan y que nos llevan a una comunión íntima con Dios. Cuando el celo religioso
de los hombres genera una santidad fingida, se apaga el fuego del Espíritu y se
destruye la verdadera piedad. El exceso de una santidad fingida es tan monstruoso,
como la ausencia del temor a Dios. Por lo tanto, siempre debemos consultar la ley
de Dios al respecto, para no quedemos cortos ni traspasar la verdadera santidad.

b. En segundo lugar, la ley de Dios sirve para asombrarnos y generar en nosotros


el debido temor a Dios. Como dijera el apóstol Pablo: "Por la ley es el
conocimiento del pecado" (Ro. 3:19).

Normalmente la mayoría de los cristianos viven de memoria y no estudian la ley de


Dios. ¿Adoraría un hombre a Dios tan fría y rutinariamente, si considerara
atentamente que la ley de Dios exige de nosotros fervor espiritual y suma diligencia
en nuestro acercamiento a Él? ¿Podría un hombre permitirse la libertad de hacer
discursos vanos, charlas ociosas, y que su lengua hable en forma descontrolada, si
consultara la ley de Dios y recordara que Dios pesa las palabras livianas en Su
balanza? Tal hombre estará condenado por la ley de la libertad. "Así hablad, y así
haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Stg. 2:12).
¿Cómo puede un hombre ser tan liviano en cuanto a sus deberes celestiales, o tan
desordenado e intemperante en el uso del placer y la búsqueda de bienes
materiales, si considerara la ley de Dios y Su exigencia de moderación en todas las
cosas?

2. Segundo, hay que conformarnos con esta regla.

Si quieres ser bendecido, debe haber una obediencia sincera, constante y uniforme
a la ley de Dios. La voluntad de Dios no sólo debe ser conocida sino también
practicada. Muchos aceptan, teóricamente, que la ley de Dios es la única dirección
hacia la verdadera bendición; sin embargo, ni uno en mil lo toman como su regla
de vida.

a. Lo primero que se requiere es una obediencia sincera.

El Salmista afirma: "Bienaventurado los perfectos de camino". Al escuchar estas


palabras un podría responder: ‘Si esta es la condición, nadie puede ser dichoso,
porque ¿quién puede decir que su corazón está limpio?’ La respuesta es que la
frase “perfectos de camino” debe entenderse según el espíritu del nuevo pacto, que
contempla la misericordia de Dios y la justificación de los pecadores que se
arrepienten. “Jah, si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse?
Pero en Ti hay perdón, para que seas reverenciado” (Sal. 130:3-4). Si Dios tratara
con nosotros según la justicia estricta, requiriendo una pureza absoluta, nadie se
escaparía del juicio de Dios y la condenación. Por consiguiente, esta condición o
requisito de ‘perfección’ debe ser entendida según el nuevo pacto. Estamos
hablando de la sinceridad de la santificación. Cuando una persona se esfuerza
cuidadosamente por mantener sus vestidos sin manchas del mundo y ser aprobada
por Dios; cuando el propósito de su vida constantemente es evitar toda ofensa
contra Dios y el hombre (Hch. 24:16), y es cautelosa y vigilante para que no sea
contaminada por el pecado; cuando se siente quebrantada por sus

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contaminaciones; cuando siempre está limpiando su corazón y se esfuerza
exitosamente para caminar por el camino de Dios, esta es la pureza evangélica. Es
posible vivir así; por lo tanto, no hay motivo por desesperarse. Esta forma de vida
nos llevará a la verdadera felicidad, siempre y cuando nos estamos preocupando
por nuestras faltas delante de Dios y hay un trabajo diligente en la purificación de
nuestros corazones.

b. En segundo lugar, debe haber una obediencia constante.

Los hombres malvados tienen sus momentos de alegría e instantes de piedad en el


camino al cielo, pero no son momentos duraderos. Ellos tomarán uno o dos pasos
en su andar con Dios, pero el Salmista habla aquí de caminar en la ley de Dios. Un
hombre malvado ora, pero se siente cansado de orar, y también se cansa en el
camino de la santidad. No obstante, cada persona es evaluada según el tenor de su
vida; no por una sola acción, sino por cómo se mantiene a lo largo de su vida.
Muchos corren bien por un tiempo, pero pronto se quedan sin aliento. ¡Qué
diferente fue Enoc, quien caminó con Dios durante trescientos sesenta y cinco años!

c. En tercer lugar, debe haber una obediencia uniforme y completa.

“Y habló Dios todas estas palabras, diciendo” (Ex. 20:1). Él ordena una cosa y otra,
y la conciencia asume la responsabilidad de obedecer en todo. Si vamos a señalar
lo que nos complace hacer, nos convertimos en dioses y dejamos de ser hombres.
Un siervo no elige su trabajo, sino el amo. Un hijo de Dios es uniforme en todo
lugar, sea en la iglesia o fuera de ella; y también en cada circunstancia de la vida:
en la prosperidad y adversidad, 'si abunda o si escasea' No es como Efraín, “una
torta no volteada” (Os. 7:8), quemada por un lado y cruda por el otro. Hay una
uniformidad y constancia en su vida cristiana. Manifiesta una buena conciencia en
la piedad y la adoración, y también en su trato honesto y justo con los hombres.
¿Hará conciencia de sus acciones y no de sus palabras? No se entrega a la
ociosidad y el discurso vano. Podemos soportar a un hipócrita por partes, pero un
hombre sincero es mejor cuando lo toman por completo. Un cristiano siempre es lo
mismo. Es interesante notar que en el relato de la creación Dios ve el trabajo de
cada día y pronuncia que era bueno; y al final de los seis días, contempló todo lo
que había hecho y vio que era bueno en gran manera. Contempló la
correspondencia que había entre sus obras, cómo se complementaban entre sí, y se
deleitó en todo lo que había hecho. Así el creyente debe deleitarse al repasar todo
lo que ha hecho a lo largo de su vida, andando en los caminos de la ley de Dios.

3. Tercero, la conformidad a la ley de Dios traerá una verdadera felicidad.

“Bienaventurados los… que andan en la ley de Jehová”. Veamos dos puntos que se
desprenden de esta afirmación y promesa divina.

a. La obediencia a la ley de Dios es el comienzo de la verdadera dicha.

La semejanza a Dios es el fundamento de la gloria venidera. Conformidad a Él nos


llevará "de gloria en gloria" (2 Co. 3:18). Conformidad a Él y comunión con Él en la
belleza de la santidad son las características de una vida dichosa. Como afirma
David: "En cuanto a mí, veré Tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando
despierte a Tu semejanza” (Sal. 17:15).

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b. La obediencia sincera y constante es la evidencia de nuestro derecho a esperar
un futuro de bendición.

Tenemos que evidenciar nuestro derecho a la felicidad, no solo reclamarla o


profesarla de labios para fuera. Cristo declaró: “Bienaventurados los de limpio
corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt. 5:8), y el autor del libro de Hebreos
concuerda: “Sin santidad nadie verá al Señor" (Heb. 12:14). Por consiguiente,
cuando esta sea nuestra manera de vivir, podemos esperar la felicidad en el futuro.

APLICACIÓN

Esta enseñanza es útil en las siguientes maneras:

1. Para demostrar que los hombres carnales viven como si buscaran la tristeza en
lugar de la felicidad. Hablando de la importancia de la sabiduría y el temor a
Dios, Salomón declara: “Mas el que peca contra mí, defraude su alma; todos los
que me aborrecen aman la muerte” (Pr. 8:36). Si un hombre viaja en la
dirección de la ciudad de York, en el norte de Inglaterra, ¿quién diría que su
objetivo es venir a Londres? Las personas que viven en desobediencia a Dios,
¿realmente estarán buscando la felicidad? Pues lo que conduce a la verdadera
felicidad es el camino de la ley de Dios.

2. Para animarte a vivir de acuerdo con esta regla, si deseas ser bendecido. Te
quisiera exhortar a tomar la ley de Dios como tu regla de vida, al Espíritu de
Dios como tu guía, a las promesas divinas para tu estímulo y la gloria de Dios
como tu fin.

i. Toma la ley de Dios como el gobierno de tu vida. Estudia la mente de Dios, y


conoce el camino para el cielo, y mantente exactamente en él sin desviarte.
Es una evidencia de sinceridad cuando un hombre tiene cuidado de practicar
todo lo que sabe, y de estudiar para saber más, incluso toda la voluntad de
Dios, y cuando el corazón se mantiene bajo el temor de la palabra de Dios. Si
un mandamiento se interpone en el camino, eso es más importante para un
corazón piadoso que si mil osos y leones estuvieran en el camino; más aún
que si un ángel se interpusiera en el camino con una espada de fuego.
¿Deseas tener las bendiciones de Dios? Teme el mandamiento. Dicha persona
no temerá la ira de Dios, o el castigo, los inconvenientes, los problemas del
mundo y los abusos de la carne; no. El que debe temer a Dios es el que se
atreve a amotinarse contra un mandamiento divino. Cuando el profeta
Jeremías probó a los recabitas, invitándolos a beber vino, ellos se negaron a
hacerlo, diciendo: “No beberemos vino; porque Jonadab hijo de Recab
nuestro padre nos ordenó diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni
vuestros hijos" (Jer. 35:6). Así debe razonar un hijo de Dios cuando el diablo
viene y le presenta una tentación; siendo celoso de Dios, no se atreve a
cumplir con los deseos y las pasiones de los hombres, aunque le prometan
paz, felicidad y abundancia. Al hombre malvado no lo importan los
mandamientos de Dios; pero un hombre piadoso, cuando está en una postura
correcta de espíritu, y el temor de Dios está sobre él, no se atreve a apartarte
de Dios a propósito y a sabiendas.

ii. Toma el Espíritu de Dios como tu guía. Nunca podemos andar en los caminos
de Dios sin la dirección del Espíritu Santo. No sólo debemos tener un camino,
sino una voz que nos dirija cuando estamos vagando por este mundo.
“Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino,

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andad por él” (Is. 30:21). Las ovejas no solo tienen un pastor, sino también
un redil, y los niños que aprenden a escribir debe tener un maestro y también
una copia de lo que deben escribir. Por lo tanto, no es suficiente tener una
regla, sino que debemos tener un guía, un monitor, para que nos haga
recordar nuestro deber. Los israelitas tenían una columna de nube de día y
una columna de fuego de noche para guiarlos. La Iglesia no está desprovista
de un guía: "Me guiarás con tu consejo, y después me recibirás en la gloria"
(Sal. 73:24). El Espíritu de Dios es la guía y el director para advertirnos de
nuestro deber.

iii. Las promesas para su estímulo. Si miras por otro lado y sigues tus sentidos
en vez de vivir por fe, tendrás bastantes desalientos. ¿Cómo puede un
hombre navegar en medio de las tentaciones del mundo, honrando a Dios, si
no es aferrándose a Sus promesas? "Por lo cual nos ha dado grandes y
preciosas promesas, para que por ellas podáis ser partícipes de la naturaleza
divina, habiendo escapado de las corrupciones que hay en el mundo a causa
de la concupiscencia" (2 P. 1:4). Cuando tenemos promesas que nos pueden
sostener, estas nos ayudarán a soportar las tentaciones, a actuar con
generosidad y a mantenernos cerca de Dios.

iv. Establece la gloria de Dios como tu mayor motivo en la vida; de lo contrario,


vivirás una vida carnal. La vida espiritual es una vida dedicada a Dios, cuando
hacemos de Dios el fin de nuestras vidas (Ga. 2:20). Tienes un viaje por
delante, y ya sea que duermas no estés despierto, tu viaje sigue en marcha.
En un barco, si los hombres están sentados, se acuestan o caminan, si comen
o duermen, es igual; el barco mantiene su curso y se dirige hacia su puerto.
Del mismo modo, todos nosotros vamos a otro mundo, ya sea al cielo o al
infierno, siguiendo el camino ancho o angosto. Solo piensa en lo bueno que se
sentirá al llegar al fin del viaje terrenal, en la hora de la muerte, saber que
has seguido el buen camino. En ese momento, los hombres malvados que se
contaminaron en su transitar por este mundo, anhelarán haberse mantenido
más cerca a Dios. Incluso aquellos que ahora cuestionan el celo espiritual de
los demás, cuando vean que pronto pasarán a otro mundo, anhelarán haber
sido más serios en la vida cristiana, haberse apegado más a la ley de Dios en
su vida diaria, en su conversación y en sus actitudes. En ese momento, las
personas tendrán otras nociones acerca de la santidad de las que tenían
antes. Desearán haber sido más circunspectos. Cristo elogió al mayordomo
injusto por tomar en cuenta que un día tendría que dejar su puesto de trabajo
y se preparó para ese momento. Dentro de poco tiempo nuestras vidas se
acabarán y cuando muramos nuestras almas desnudas y sin rumbo deben lanzarse
a otro mundo, e inmediatamente llegan a Dios. Qué bueno será en ese
momento haber andado en los caminos de Dios en esta vida.

TERCERA ENSEÑANZA: Que la persona que guarda la Palabra de Dios no sólo


será bendecida en el futuro, sino que ya es bendecida ahora.

¿Cómo es bendecida?

1. Es librada de la ira. Tiene su libertad y la bendición de ser una persona


perdonada. “El que cree en Cristo tiene vida eterna, y no entrará en
condenación, porque ha pasado de la muerte a la vida" (Jn. 5:24). Está fuera del
peligro de perecer, lo cual es una gran misericordia.

2. Tiene favor con Dios. "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os diga" (Jn.
15:14). Hay una verdadera amistad entre nosotros y Cristo, no sólo en cuanto a

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nuestras mentes y espíritus, sino también en un compañerismo mutuamente
placentero.
3. Está bajo el cuidado especial y la dirección de la providencia de Dios, para que
no fracase. Como afirma el apóstol Pablo: "Todas las cosas son suyas, y ustedes
son de Cristo, y Cristo es de Dios” (1 Co. 3:22-23). Todas las circunstancias de la
vida son ordenadas para bien del creyente; las bendiciones son santificadas y las
aflicciones medidas. “Y sabemos que todas las cosas ayudan para el bien de los que
aman a Dios, a los que son llamados según Sus propósitos” (Ro. 8:28).

4. Tiene el derecho a la gloria eterna asegurado por el nuevo pacto. "Amados,


ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser” (1 Jn.
3:2). ¿Carece de valor el hecho de tener el título de una propiedad antes de
poseerla? ¿No contamos a un heredero tan feliz como el que ya la posee? Y los
herederos de Dios, ¿no disfrutarán de antemano su herencia, sabiendo que ya
tienen el título?

5. Tiene experiencias sumamente gratas de la bondad de Dios hacia él aquí en este


mundo. “En cuanto a mí, veré Tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando
despierte a Tu semejanza” (Sal. 17:15). La alegría de la presencia de Dios y el
sentido del amor del Señor hará el contrapeso a cualquier alegría mundana que nos
falte.

6. Tiene mucha paz. “Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y
misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios" (Ga. 6:16). La obediencia y una vida
santa trae paz. “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos
tropiezo” (Sal. 119:165). Es como esa paz que existe en la naturaleza cuando todas
las cosas mantienen su lugar y orden. Nadie más puede tener esta paz. Hay una
gran diferencia entre un mar muerto y un océano tranquilo. Los incrédulos podrán
tener una conciencia insensata, más no una tranquila. Muy pronto el opio se
gastará y la conciencia se despertará de nuevo.

APLICACIÓN

¡Solicitemos tener una parte en esta bendición! Hay dos estímulos en el servicio de
Cristo, nuestro salario y nuestra esperanza. Nuestro salario debería ser suficiente;
es el eterno disfrute de Él mismo. Sin embargo, la verdad es que a veces nos
quejamos de lo difícil y tedioso que es el camino al cielo. Pero consideremos lo
siguiente. Si se le ofrece a un hombre un señorío o una granja, y él dice: "El
camino está lleno de lodo y es peligroso, y el clima es muy problemático; no iré a
verlo". ¿No acusaríamos a dicho hombre de ser insensato, que solo ama su felicidad
y placer? Y si a ese hombre se le asegurara un camino agradable y bueno, si tan
solo se esforzara un poco para ir a verla, sería una mayor locura rechazarla.
Nuestro Señor nos ha dado una herencia bendita según los términos del evangelio;
el problema es que estamos llenos de prejuicios en cuanto al camino a la vida
eterna, porque pensamos que nos podría traer problemas y privarnos de muchas
cosas buenas en este mundo. Sin embargo, estamos seguros de que el yugo del
Señor va acompañado de una gran bendición, y tenemos la promesa asegurada de
disfrutar de la presencia de Dios donde hay placeres para siempre. Esto debería
hacernos reaccionar y comprometernos más con el Señor.

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