Salmo 119 - 1
Salmo 119 - 1
Salmo 119 - 1
(Salmo 119:1)
Este Salmo es una de las grandes joyas de las Escrituras. La composición en hebreo
es muy precisa. Se divide en veintidós estrofas, según el número de las letras del
alfabeto hebreo, y cada estrofa contiene ocho versículos, todos empezando con la
misma letra. No creo que hay algo misterioso en la intención del autor, sólo el
deseo de ayudarnos a retenerlo en la memoria.
Con la ayuda del Señor meditaré sobre cada uno de los versículos en el debido
orden, elaborando un sermón para cada texto.
El salmista comienza con una descripción del camino a la verdadera felicidad, tal
como Cristo comenzó Su Sermón del Monte, y como empieza el Libro de los
Salmos. Todos buscamos la felicidad; el problema es que somos ignorantes o
imprudentes en cuanto al camino que conduce a la felicidad. Por eso el Salmista
empieza dándonos un concepto de la persona que es verdaderamente feliz:
“Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová” (Sal.
119:1).
1. El privilegio, “Bienaventurados”.
2. La manera en que se considera este privilegio; no tanto analizando su
naturaleza, sino describiendo el camino que conduce a ella.
1. Todos desean esta felicidad. Tanto los cristianos, como los paganos; todos están
de acuerdo en esto. Cuando Pablo hablaba a los paganos, os animaba a tomar a
Dios en cuenta, usando dos argumentos. El primero está en Hechos 14:17, "Si bien
no se dejó a Sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y
tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones”; y el
segundo en Hechos 17:27. El primer pasaje indica que la lluvia y la productividad
tienen una causa, que es Dios; mientras que el segundo texto señala que si Dios no
existiere ¿por qué tantos lo buscan? Hay pocas veces en que los cristianos y los
incrédulos coinciden en algo, pero esta es una de ellas: todas las personas buscan
la felicidad, no la miseria. Como lo expresa el Salmo 4:6, “Muchos son los que
dicen: ¿Quién nos mostrará el bien?” ¡Este es el grito del mundo! Ahora bien,
cuando se desea algo, de hecho, lo que se desea es algo bueno porque nadie desea
lo malo. Tal como Dios colocó en nosotros el sentido de aversión para que evitemos
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cosas malas, del mismo modo implantó en nosotros el sentido de deseo para que
busquemos lo que es bueno. Eso significa que, bajo el principio del amor propio,
todos desean ser felices. Los animales son guiados por la Providencia divina a
buscar su propia preservación, comiendo buenos alimentos. Del mismo modo, los
seres humanos buscan contentamiento y satisfacción. Preguntarse a sí mismo si las
personas desean ser felices o no, es preguntarse si se aman o no. Aunque si nos
preguntamos si desean ser santos, es otra cosa.
(1) Se equivocan acerca del fin de la felicidad. Muchos desean aquella felicidad que
es común y corriente, que todos buscan; la felicidad que ofrece la riqueza,
los honores y los placeres. Al hacerlo, en lugar de acercarse a la verdadera
felicidad, se alejan de esta. Pretenden buscar la felicidad, pero escogen la miseria.
Son como el hombre rico en la parábola que el Señor contó, que a pesar de su
riqueza terminó atormentado en el Hades (Lc. 16:25). David reconoce la verdadera
fuente de la felicidad cuando exclama: “Tú diste alegría a mi corazón mayor que la
de ellos cuando abundaba su grano y mosto” (Sal. 4:7). El problema no era que las
personas tuvieran grano, aceite y mosto, sino que escogieran esas cosas como la
fuente de su felicidad.
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alternativa toman la siguiente oferta. Como no pueden tener la felicidad de Dios,
resuelven elaborar la suya para hacerse tan felices como puedan en el disfrute de
las cosas presentes.
Dios es muy celoso en cuanto a lo que escogemos para nuestra felicidad y se opone
a la elección carnal. Aquellos que experimentan con otras fuentes de felicidad
pagan un precio alto por hacerlo. Consideremos el caso de Salomón. “He visto
todas las obras que se hacen bajo el sol, y he aquí que todo es vanidad y aflicción
de espíritu” (Ecl. 1:14). Él tenía un gran corazón, y una gran finca, y se entregó a
los placeres para buscar la felicidad en las cosas materiales. Se propuso buscar la
satisfacción personal, pero no como aquellas personas que sólo actúan según la
lujuria y el apetito carnal. “Dije en mi corazón, ‘Ve ahora, te probaré con alegría;
por lo tanto, disfruta del placer’. Pero observé que esto también es vanidad” (Ecl.
2:1). Él se entregó a los placeres, no sólo a los sensuales, sino a cosas novedosas;
sin embargo, encontró que su corazón se alejaba secretamente de Dios. Cualquiera
que haga la prueba hallará lo mismo y terminará arrepentido.
APLICACIÓN. Debemos estudiar bien este tema por las siguientes razones.
1. Para que no gastemos tiempo buscando una falsa felicidad, o aceptemos placeres
temporales, como la grandeza del honor, la abundancia de riquezas, el favor de los
hombres, etc. Estas cosas tienen su lugar, y es innegable que alegran y consuelan
la vida de ser humano en cierta manera; sin embargo, no satisfacen a la persona
que ha puesto su felicidad en Dios. Uno puede disfrutar estos placeres, pero a la
larga no satisfacen; las podemos amar, pero tienden a contaminarnos; y si algún
día las perdemos, aumentan nuestros problemas y penas.
(2) Si amamos demasiado las cosas de este mundo, nos contaminan. No sólo
hay hiel, sino también veneno en ellas. No pueden hacernos mejores
personas, pero fácilmente pueden hacernos peores, ya que contaminan y
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alejan el corazón de Dios, y nos esclavizan a nuestras propias lujurias.
"Pero los que quieren ser ricos, caen en tentación y en lazo, y en muchas
lujurias tontas e hirientes, que ahogan a los hombres en la destrucción y
perdición. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males, que,
codiciándolas algunos, se han apartado de la fe, y se han atravesado con
muchas penas” (1 Ti. 6:9-10).
(1.) "No te apoyes en tu propio entendimiento" (Pr. 23:4), "No te esfuerces por ser
rico; deja tu propia sabiduría"; busca la dirección de Dios, por Su palabra y Su
Espíritu. Solo Dios puede determinar quién es el hombre dichoso, porque está en
Sus manos bendecirnos, no en las nuestras.
(3.) Espera que la luz y el poder del Espíritu incline y atraiga tu corazón hacia Dios.
Muchas veces tenemos la doctrina correcta en cuanto a la verdadera felicidad, pero
no la experimentamos; así que, no nos contentemos con la mera noción. Lo
importante no es tener la doctrina correcta de la felicidad, sino la experiencia de
esta. Es fácil demostrar que es propio de las bestias disfrutar del placer sin
remordimientos, que las riquezas son inciertas, y que las cosas materiales no son
un buen fundamento para la verdadera felicidad; pero sacar estas cosas del
corazón humano es obra del Espíritu Santo. Muchas personas se paran sobre la
tumba de sus antepasados y dicen: “¡Ah! qué tontos fueron al perder su tiempo y
su fuerza en el placer, y en ir tras la grandeza mundana y la honra y el favor de los
hombres. ¿Qué les beneficia ahora?” Sin embargo, al continuar sus vidas, estas
personas comienzan a vivir según los mismos principios; son tan ávidas de las
satisfacciones mundanas como lo fueron los que han ido antes. Descuidan a Dios y
a las cosas celestiales, y terminan yendo a la tumba en las mismas condiciones de
aquellos a quienes antes criticaron. Esto se da, porque hasta que el Señor nos quite
del corazón las ansias por disfrutar las cosas materiales de este mundo, seguimos
siendo tan insensatos como ellos lo fueron.
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SEGUNDA ENSEÑANZA: El único camino para hallar la verdadera felicidad es por
medio de la obediencia sincera, constante y uniforme a la ley de Dios.
Esto es lo que el autor del Salmo 119 tiene en mente cuando habla del “camino”
(v.1a). Este camino es sinónimo de “la ley de Jehová” (v.1b), y debemos ser
“perfectos” en nuestra forma de andar por esta ley (v.1a). Esto no significa vivir en
absoluta pureza, cumpliendo todo lo que la ley dice en forma legalista, sino que
apunta a lo que podríamos llamar la ‘sinceridad evangélica’, que aclararemos en un
momento. La palabra “andan” apunta a una obediencia uniforme y constante, y que
debemos perseverar en esta manera de vivir si deseamos ser realmente felices.
Para entender bien lo que el salmista dice aquí hay tres temas que debemos aclarar
y ampliar:
Todos los seres creados tienen reglas o normas que conducen sus vidas. La
naturaleza humana de Cristo fue la forma de vida más alta que jamás se ha visto
en la Tierra; sin embargo, estuvo sujeta a la ley de Dios. “Dios envió a Su Hijo,
nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Ga. 4:4). Los ángeles son inmunes a
muchas cosas que afectan la naturaleza humana: son libres de la muerte, de la
necesidad de comer y beber, etc. Pero no están libres de la ley de Dios. David los
describe en la siguiente manera: “Bendecid a Jehová, vosotros Sus ángeles,
poderosos en fortaleza, que ejecutéis Su palabra, obedeciendo a la voz de Su
precepto” (Sal. 103:20). Hasta los astros celestes, como el sol, la luna y las
estrellas, todas están sujetas al gobierno de Dios, y están bajo un pacto de brillar
de día y de noche. El Salmista exhorta a los astros a alabar el nombre de Dios, y
declara que Dios “Les puso ley que no será quebrantada” (Sal. 148:4, 6). Por eso,
tienen sus cursos y movimientos designados, y se mantienen en los puntos que
Dios les ha asignado según las leyes de la gravedad, etc. En conclusión, toda la
creación de Dios está bajo una ley, según la cual los diversos elementos se mueven
y actúan. Esto es lo que produce orden y contribuye a la felicidad universal.
Por esta razón, no nos debe sorprender que todo ser humano está sujeto a la ley de
Dios, y la esencia del pecado es rebelarnos contra esa ley (1 Jn 3:4). La ley como
regla de vida es un gran privilegio, y de hecho Cristo no vino a disminuir o abolir los
privilegios de su pueblo. Dios dio a conocer Su estatus a Israel, y Moisés afirma que
las naciones, escuchando la Ley de Dios y viendo sus frutos en la vida de la nación
de Israel, serían movidas a exclamar: “Ciertamente pueblo sabio y entendido,
nación grande es esta…Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios
justos como es toda la ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Dt. 4:6, 8). Si
la ley puede ser anulada para los creyentes, bajo el nuevo pacto, entonces ¿por qué
el Espíritu de Dios la escribió con caracteres tan legibles en sus corazones? (Heb.
8:10). ¿Acaso vendrá Cristo a desfigurar y abolir lo que el Espíritu graba sobre el
corazón? La ley de Moisés fue escrita en tablas de piedra; pero la gran obra del
Espíritu es escribirla en las ‘tablas’ del corazón delo creyente. El arca del pacto fue
un cofre donde se guardaba la ley, y fue en alusión a ella que Dios dice, “Pondré mi
ley en su corazón”. Claramente, entonces, hay una regla para el creyente, y esta
regla es la ley de Dios. Por lo tanto, si queremos disfrutar una verdadera felicidad
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debemos consultar esta regla en todo tiempo, tanto para informarnos como para
asombrarnos.
(1) No hay que quedar ‘cortos’ de la ley de Dios. Hay muchas reglas o leyes falsas
con las que los hombres se complacen a sí mismos, pero que no son más que
tantos caminos que nos alejan de nuestra propia felicidad. Por ejemplo, una regla
falsa muy común es la de las buenas intenciones; tanta gente en el mundo vive
adivinando lo que Dios quiere de nosotros y haciendo un esfuerzo por cumplir esas
cosas. Pero, por seguir las buenas intenciones uno podría oponerse a los intereses
de Cristo y atacar a Sus siervos. El Señor advierte de ese peligro en Juan 16:2,
cuando indica que vendría un tiempo en el que los judíos expulsarían a los
creyentes de las sinagogas y llegarían a matarlos, todo bajo el criterio de estar
sirviendo a Dios. Pablo indica que por un buen tiempo él hacía esto, con la buena
intención de agradar a Dios (1 Ti. 1:13). Claramente es posible equivocarse
seriamente si uno solo tiene buenas intenciones.
Otra regla falsa es la costumbre o la tradición. No importa lo que los demás hayan
hecho antes que nosotros; lo que importa es lo que Cristo hizo antes que ellos. Si la
costumbre fuera lo determinante en nuestro comportamiento, las cosas que el
Señor instituyó ya estarían lejos de la Iglesia. lo llevaba, la mayor parte de los
las instituciones estarían fuera de las puertas. Una tercera regla falsa es el ejemplo
de otros. No nos compete caminar por donde otros han ido antes, sino por el
verdadero camino. Hay un camino ancho que conduce a la perdición, y muchos
transitan por ese camino (Mt. 7:13-14). El camino al infierno es el camino más
transitado; no siempre debemos andar por el sendero transitado. Los peces que
siguen la corriente son los peces muertos. No nos debemos dejar llevar por las
tradiciones de los hombres o andar por la ruta que ellos siguen. Nuestros propios
deseos e inclinaciones nunca deben ser nuestra regla de conducta. ¡Qué miserables
seríamos si nuestra lujuria fuera nuestra ley o si la inclinación de nuestros
corazones fuera nuestra regla! Judas 16 indica que los que “andan según sus
propios deseos” son aquellos falsos maestros que han cauterizado sus conciencias.
Las leyes de los hombres no son nuestra regla. Nunca nos recomendaríamos a Dios
siguiendo al pie de la letra las leyes humanas y nada más. “La ley de Jehová es
perfecta, que convierte el alma” (Sal. 19:7). La única regla que nos convencerá del
pecado, humillará nuestros corazones, y nos animará a volver a Dios, es la ley del
señor. Los hombres hacen leyes como los sastres hacen ternos; cada uno lo
adapta para los cuerpos de los clientes. Dichas leyes solo sirven para satisfacer los
humores del pueblo, nunca nos llevarán a la verdadera felicidad. Un ser humano
civil y bien ordenado es una cosa; pero una persona renovada por Dios es otra. Es
la prerrogativa de Dios dar una ley para la conciencia humana y para gobernar el
comportamiento de una persona que tiene un corazón renovado. Las leyes
humanas quizá sirven para establecer la convivencia humana, pero quedan cortas
para establecer la comunión con Dios. Por lo tanto, debemos consultar la verdadera
regla, que es la ley del Señor, para que alcancemos la verdadera felicidad.
(2) No hay que sobrepasar la ley de Dios. Hay una santidad supersticiosa y falsa
que es contraria a la santidad genuina y escritural; más bien, es, destructiva para
ella. Es como una concubina frente a la esposa: le quita el debido respeto a la
verdadera religión. ¿En qué consiste esta clase de santidad? Es una religión
temporal que satisface la carne, que consiste en la conformidad con los ritos
externos, y ceremonias y mortificaciones externas, como las que practican los
religiosos, siguiendo “los mandamientos y doctrinas de los hombres" (Col. 2:23).
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Según el apóstol Pablo, estas cosas tienen una muestra de sabiduría en la humildad
y el maltrato del cuerpo, pero que no tienen valor alguno en la mortificación de la
carne. Los que piensan darle a Dios más de lo que Él pide encontrarán que no lo
lograrán, porque estas cosas solo tienen la apariencia de sabiduría y espiritualidad.
Una moneda falsa puede brillar más que la verdadera, pero no por eso tiene más
valor. De igual modo, esta adoración ‘voluntaria’ y exagerada puede parecer de
gran valor, pero en realidad atenta contra la verdadera piedad que las Escrituras
mandan y que nos llevan a una comunión íntima con Dios. Cuando el celo religioso
de los hombres genera una santidad fingida, se apaga el fuego del Espíritu y se
destruye la verdadera piedad. El exceso de una santidad fingida es tan monstruoso,
como la ausencia del temor a Dios. Por lo tanto, siempre debemos consultar la ley
de Dios al respecto, para no quedemos cortos ni traspasar la verdadera santidad.
Si quieres ser bendecido, debe haber una obediencia sincera, constante y uniforme
a la ley de Dios. La voluntad de Dios no sólo debe ser conocida sino también
practicada. Muchos aceptan, teóricamente, que la ley de Dios es la única dirección
hacia la verdadera bendición; sin embargo, ni uno en mil lo toman como su regla
de vida.
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contaminaciones; cuando siempre está limpiando su corazón y se esfuerza
exitosamente para caminar por el camino de Dios, esta es la pureza evangélica. Es
posible vivir así; por lo tanto, no hay motivo por desesperarse. Esta forma de vida
nos llevará a la verdadera felicidad, siempre y cuando nos estamos preocupando
por nuestras faltas delante de Dios y hay un trabajo diligente en la purificación de
nuestros corazones.
“Y habló Dios todas estas palabras, diciendo” (Ex. 20:1). Él ordena una cosa y otra,
y la conciencia asume la responsabilidad de obedecer en todo. Si vamos a señalar
lo que nos complace hacer, nos convertimos en dioses y dejamos de ser hombres.
Un siervo no elige su trabajo, sino el amo. Un hijo de Dios es uniforme en todo
lugar, sea en la iglesia o fuera de ella; y también en cada circunstancia de la vida:
en la prosperidad y adversidad, 'si abunda o si escasea' No es como Efraín, “una
torta no volteada” (Os. 7:8), quemada por un lado y cruda por el otro. Hay una
uniformidad y constancia en su vida cristiana. Manifiesta una buena conciencia en
la piedad y la adoración, y también en su trato honesto y justo con los hombres.
¿Hará conciencia de sus acciones y no de sus palabras? No se entrega a la
ociosidad y el discurso vano. Podemos soportar a un hipócrita por partes, pero un
hombre sincero es mejor cuando lo toman por completo. Un cristiano siempre es lo
mismo. Es interesante notar que en el relato de la creación Dios ve el trabajo de
cada día y pronuncia que era bueno; y al final de los seis días, contempló todo lo
que había hecho y vio que era bueno en gran manera. Contempló la
correspondencia que había entre sus obras, cómo se complementaban entre sí, y se
deleitó en todo lo que había hecho. Así el creyente debe deleitarse al repasar todo
lo que ha hecho a lo largo de su vida, andando en los caminos de la ley de Dios.
“Bienaventurados los… que andan en la ley de Jehová”. Veamos dos puntos que se
desprenden de esta afirmación y promesa divina.
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b. La obediencia sincera y constante es la evidencia de nuestro derecho a esperar
un futuro de bendición.
APLICACIÓN
1. Para demostrar que los hombres carnales viven como si buscaran la tristeza en
lugar de la felicidad. Hablando de la importancia de la sabiduría y el temor a
Dios, Salomón declara: “Mas el que peca contra mí, defraude su alma; todos los
que me aborrecen aman la muerte” (Pr. 8:36). Si un hombre viaja en la
dirección de la ciudad de York, en el norte de Inglaterra, ¿quién diría que su
objetivo es venir a Londres? Las personas que viven en desobediencia a Dios,
¿realmente estarán buscando la felicidad? Pues lo que conduce a la verdadera
felicidad es el camino de la ley de Dios.
2. Para animarte a vivir de acuerdo con esta regla, si deseas ser bendecido. Te
quisiera exhortar a tomar la ley de Dios como tu regla de vida, al Espíritu de
Dios como tu guía, a las promesas divinas para tu estímulo y la gloria de Dios
como tu fin.
ii. Toma el Espíritu de Dios como tu guía. Nunca podemos andar en los caminos
de Dios sin la dirección del Espíritu Santo. No sólo debemos tener un camino,
sino una voz que nos dirija cuando estamos vagando por este mundo.
“Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino,
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andad por él” (Is. 30:21). Las ovejas no solo tienen un pastor, sino también
un redil, y los niños que aprenden a escribir debe tener un maestro y también
una copia de lo que deben escribir. Por lo tanto, no es suficiente tener una
regla, sino que debemos tener un guía, un monitor, para que nos haga
recordar nuestro deber. Los israelitas tenían una columna de nube de día y
una columna de fuego de noche para guiarlos. La Iglesia no está desprovista
de un guía: "Me guiarás con tu consejo, y después me recibirás en la gloria"
(Sal. 73:24). El Espíritu de Dios es la guía y el director para advertirnos de
nuestro deber.
iii. Las promesas para su estímulo. Si miras por otro lado y sigues tus sentidos
en vez de vivir por fe, tendrás bastantes desalientos. ¿Cómo puede un
hombre navegar en medio de las tentaciones del mundo, honrando a Dios, si
no es aferrándose a Sus promesas? "Por lo cual nos ha dado grandes y
preciosas promesas, para que por ellas podáis ser partícipes de la naturaleza
divina, habiendo escapado de las corrupciones que hay en el mundo a causa
de la concupiscencia" (2 P. 1:4). Cuando tenemos promesas que nos pueden
sostener, estas nos ayudarán a soportar las tentaciones, a actuar con
generosidad y a mantenernos cerca de Dios.
¿Cómo es bendecida?
2. Tiene favor con Dios. "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os diga" (Jn.
15:14). Hay una verdadera amistad entre nosotros y Cristo, no sólo en cuanto a
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nuestras mentes y espíritus, sino también en un compañerismo mutuamente
placentero.
3. Está bajo el cuidado especial y la dirección de la providencia de Dios, para que
no fracase. Como afirma el apóstol Pablo: "Todas las cosas son suyas, y ustedes
son de Cristo, y Cristo es de Dios” (1 Co. 3:22-23). Todas las circunstancias de la
vida son ordenadas para bien del creyente; las bendiciones son santificadas y las
aflicciones medidas. “Y sabemos que todas las cosas ayudan para el bien de los que
aman a Dios, a los que son llamados según Sus propósitos” (Ro. 8:28).
6. Tiene mucha paz. “Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y
misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios" (Ga. 6:16). La obediencia y una vida
santa trae paz. “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos
tropiezo” (Sal. 119:165). Es como esa paz que existe en la naturaleza cuando todas
las cosas mantienen su lugar y orden. Nadie más puede tener esta paz. Hay una
gran diferencia entre un mar muerto y un océano tranquilo. Los incrédulos podrán
tener una conciencia insensata, más no una tranquila. Muy pronto el opio se
gastará y la conciencia se despertará de nuevo.
APLICACIÓN
¡Solicitemos tener una parte en esta bendición! Hay dos estímulos en el servicio de
Cristo, nuestro salario y nuestra esperanza. Nuestro salario debería ser suficiente;
es el eterno disfrute de Él mismo. Sin embargo, la verdad es que a veces nos
quejamos de lo difícil y tedioso que es el camino al cielo. Pero consideremos lo
siguiente. Si se le ofrece a un hombre un señorío o una granja, y él dice: "El
camino está lleno de lodo y es peligroso, y el clima es muy problemático; no iré a
verlo". ¿No acusaríamos a dicho hombre de ser insensato, que solo ama su felicidad
y placer? Y si a ese hombre se le asegurara un camino agradable y bueno, si tan
solo se esforzara un poco para ir a verla, sería una mayor locura rechazarla.
Nuestro Señor nos ha dado una herencia bendita según los términos del evangelio;
el problema es que estamos llenos de prejuicios en cuanto al camino a la vida
eterna, porque pensamos que nos podría traer problemas y privarnos de muchas
cosas buenas en este mundo. Sin embargo, estamos seguros de que el yugo del
Señor va acompañado de una gran bendición, y tenemos la promesa asegurada de
disfrutar de la presencia de Dios donde hay placeres para siempre. Esto debería
hacernos reaccionar y comprometernos más con el Señor.
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