Historia de Alemania

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Historia de Alemania

Durante la mayor parte de su historia, Alemania fue un conjunto


de principados y ciudades-estado semiindependientes. De
hecho, no fue un Estado-nación hasta 1871. No obstante, los
movimientos y acontecimientos asociados con su territorio
(desde la Liga Hanseática hasta la Reforma y el Holocausto) han
fraguado la historia de Europa desde la Alta Edad Media.
Carlomagno, Martín Lutero, Otto von Bismarck y Adolf Hitler son
solo algunas de las personalidades clave cuyo legado ha
pervivido hasta la actualidad, en que Alemania está atada a la
unidad de Europa que tanto defiende.

Raíces y romanos

Los primeros habitantes del territorio que hoy ocupa Alemania


fueron tribus celtas y germánicas nómadas. Bajo el dominio del
emperador Augusto, los romanos iniciaron la conquista de las
tierras alemanas en torno al 12 a.C. y alcanzaron el Rin y el
Danubio. Sus intentos por expandir su territorio más al este se
vieron frustrados el año 9, cuando el general romano Publio
Quintilio Varo perdió tres legiones (unos 20 000 hombres) en la
sangrienta batalla del Bosque de Teutoburgo. Las fuerzas
germánicas estuvieron encabezadas por Arminio, hijo de un jefe
local que había sido capturado y llevado a Roma como rehén.
Allí adoptó la ciudadanía romana y recibió la educación militar
que le permitiría vencer estratégicamente a Varo.

Durante muchos años se creyó que esta épica batalla tuvo lugar
en el monte Grotenburg, en el bosque homónimo, cerca de
Detmold (Renania del Norte-Westfalia), pero nadie sabe con
certeza dónde ocurrió. Lo más probable es que fuera en la colina
de Kalkriese, en la Baja Sajonia, al norte de Osnabrück. En los
años noventa un grupo de arqueólogos encontró allí yelmos,
corazas, huesos y otros restos. Hoy en día es un museo y
parque.

Tras la victoria de Arminio, los romanos no volvieron a intentar


conquistar tierras germánicas más allá del Rin y aceptaron este
río y el Danubio como fronteras naturales, tras lo cual
consolidaron su poder fundando colonias como Tréveris,
Colonia, Maguncia y Ratisbona. Mantuvieron la hegemonía en la
región hasta el 476.

Carlomagno y el reino de los francos

En la orilla occidental del Rin, el reino (o imperio) de los francos


existió entre los ss. V y IX y fue el Estado sucesor del Imperio
romano de Occidente, caído en el 476. Bajo el reinado de las
dinastías merovingia y carolingia, se convirtió en la mayor
potencia política de Europa en la Alta Edad Media. En su
apogeo, este reino abarcó los actuales países de Francia,
Alemania, Holanda, Bélgica y Luxemburgo, así como media
Península Itálica.

Su soberano más poderoso fue el carolingio Carlomagno [768-


814]. Desde su esplendorosa residencia de Aquisgrán conquistó
Lombardía, obtuvo territorios en Baviera, libró una guerra con los
sajones del norte durante treinta años y fue coronado emperador
por el papa en el 800, acto que se consideró el resurgir del
Imperio romano. Tras el entierro de Carlomagno en la catedral
de Aquisgrán, la capilla real se convirtió en un importante lugar
de peregrinación.

Después de su muerte, la lucha entre su hijo y tres de sus nietos


terminó por causar la disolución del reino de los francos en el
843. El Tratado de Verdún dividió el territorio en tres reinos:
Westfrankenreich (Francia Occidental), que evolucionó hasta
formar la Francia actual; Ostfrankenreich (Francia Oriental),
origen de la Alemania actual; y Mittlere Frankenreich
(Ostfrankenreich Media), que abarcaba el actual Benelux y otras
zonas situadas hoy en Francia y el norte de Italia.

La Edad Media

El fuerte regionalismo de Alemania tiene su origen en la Alta


Edad Media, marcada por disputas e intrigas por los territorios.
El corazón simbólico del poder durante esta época fue el lugar
de sepultura de Carlomagno, la catedral de Aquisgrán, que
acogió la coronación de 31 reyes germanos desde el 931 hasta
1531, empezando por Otón I (Otón el Grande). Otón demostró su
valía en el campo de batalla al derrotar a las tropas húngaras y,
más adelante, al conquistar el reino de Italia. En el 962 renovó la
promesa de Carlomagno de proteger el Papado, y el papa, en
agradecimiento, lo coronó emperador; así nació el Sacro Imperio
Romano Germánico. Durante los 800 años siguientes, el káiser y
el papa formarían una pareja extraña y, a menudo, incómoda.

Las disputas de poder entre el papa y el emperador, que también


debía lidiar con los príncipes y príncipes-obispo locales, fueron la
causa de muchas rebeliones en la Alta Edad Media. Un hito de la
época fue la Querella de las Investiduras entre Enrique IV [1056-
1106] y el papa Gregorio VI, en la que se discutió sobre si era el
papa o el monarca quien tenía derecho a designar los obispos,
abades y otros altos cargos eclesiásticos. La reacción del papa
fue excomulgar a Enrique en el 1076, tras lo cual el rey
emprendió un camino de penitencia hasta el castillo de Canossa
(Italia), residencia del papa. Arrepentido, Enrique permaneció
descalzo en la nieve durante tres días rogando que se retirara su
excomunión. Finalmente fue absuelto, pero la cuestión de la
investidura mantuvo al imperio al borde de la guerra civil hasta
que en 1122 se firmó un tratado que concedía derechos
limitados al emperador en la elección de obispos.

Enrique IV era miembro de la poderosa dinastía salia, una de las


que dominaron Alemania en la Alta Edad Media. Las otras fueron
las familias reales Hohenstaufen y Welf, la antigua Casa de
Baviera. Uno de los miembros más poderosos de esta última fue
Enrique el León, que reinó sobre los ducados de Sajonia y
Baviera, y extendió su influencia hacia el este en sus campañas
para germanizar y convertir a los eslavos.

Enrique, que tenía unas conexiones excelentes (su segunda


esposa, la inglesa Matilde, era hermana de Ricardo Corazón de
León), fundó Brunswick (donde yace enterrado), Múnich, Lubeca
y Luneburgo. En el apogeo de su reinado, su dominio se
extendía desde las costas del mar del Norte y del mar Báltico
hasta los Alpes y desde Westfalia hasta Pomerania (en la actual
Polonia). Sin embargo, los Hohenstaufen, bajo el reinado de
Federico I Barbarroja [1152-1190], acabaron recuperando el
poder y le arrebataron Sajonia y Baviera.

En 1254, tras la muerte del último emperador Hohenstaufen,


Federico II, el imperio se sumergió en una era conocida como el
Gran Interregno, en que ninguno de los sucesores lograba
apoyos suficientes y que duró hasta la elección de Rodolfo I en
1273. Rodolfo fue el primero de los 19 emperadores de la
dinastía Habsburgo que dominaron a la perfección el arte de los
matrimonios políticos y lograron mantener el cetro imperial hasta
principios del s. XIX, cuando Napoleón finiquitó el imperio.

En el s. XIV se consolidó la estructura básica del Sacro Imperio


Romano Germánico. Un documento clave fue la Bula de Oro de
1356 (así llamada por su sello dorado), decreto emitido por el
emperador Carlos IV que, en esencia, equivalía a una
Constitución imperial. Lo más importante es que estableció
reglas precisas para la elección de los emperadores al
especificar los siete Kurfürsten (príncipes-electores) encargados
de decidir quiénes serían los coronados por el papa. El privilegio
recayó en los gobernantes de Bohemia, Brandeburgo, Sajonia y
el Palatinado, así como en los príncipes-obispos de Tréveris,
Maguncia y Colonia. Para elegir al nuevo emperador bastaba la
mayoría simple.

La importancia de la pequeña nobleza fue decreciendo al tiempo


que aumentaba el poder económico de las ciudades, sobre todo
después de que muchas forjaran una estratégica alianza
comercial, la Liga Hanseática. A las urbes más poderosas, como
Colonia, Hamburgo, Núremberg y Fráncfort, se les concedió el
estatus de ciudad imperial libre, por lo que respondían
directamente ante el emperador (en oposición a las ciudades no
libres, subordinadas a un gobernante local).

Fueron tiempos difíciles para los alemanes de a pie, ya que


tuvieron que hacer frente al hambre, los pogromos contra los
judíos y la escasez de mano de obra, todo ello causado por la
peste que entre 1348 y 1350 exterminó al 25% de la población
europea. Sin embargo, en la misma época en que tantos
alemanes sucumbieron a la muerte, se fundaron universidades
por todo el país, la primera de ellas en Heidelberg en 1386.

La Reforma y la Guerra de los Treinta Años

En el s. XVI, las ideas humanistas y del Renacimiento suscitaron


críticas a los abusos generalizados de la Iglesia, en especial la
práctica de vender indulgencias para exonerar pecados. En
1517, en la ciudad universitaria de Wittenberg, el monje y
profesor de teología Martín Lutero (1483-1546) hizo públicas Las
95 tesis, que no solo criticaban las indulgencias, sino que
cuestionaban la infalibilidad papal, el celibato del clero y otros
elementos de la doctrina católica. Esta fue la chispa que
encendió la Reforma.

Aunque le amenazaron con ser excomulgado, Lutero se negó a


retractarse, rompió con la Iglesia católica y fue desterrado del
reino, por lo que tuvo que esconderse en el castillo de Wartburg,
a las afueras de Eisenach (Turingia). Allí se dedicó a traducir al
alemán el Nuevo Testamento.

Hubo que esperar hasta 1555 para que las ramas católica y
luterana de la Iglesia fueran tratadas como iguales, gracias a la
firma del emperador Carlos V [1520-1558] de la Paz de
Augsburgo, que permitía a los príncipes decidir la religión de su
principado. Los principados del norte, más seglares, adoptaron la
doctrina de Lutero, mientras que los clérigos del sur, el suroeste
y Austria se mantuvieron fieles al catolicismo.

A pesar de todo, el conflicto religioso no había terminado. En


1618 degeneró en la sangrienta Guerra de los Treinta Años, a la
que se acabaron uniendo Suecia y Francia en 1635. La calma
regresó con la Paz de Westfalia (1648), firmada en Münster y en
Osnabrück, pero convirtió al imperio (formado por entonces por
unos 300 estados y unos 1000 territorios más pequeños) en un
mero símbolo casi sin poder. Suiza y los Países Bajos obtuvieron
su independencia formal, Francia se hizo con Alsacia y Lorena, y
Suecia se extendió hasta la desembocadura de los ríos Elba,
Óder y Weser.

El auge de Prusia

A medida que el poder del Sacro Imperio Romano Germánico se


desvanecía, una nueva potencia empezaba a divisarse en el
horizonte: Brandeburgo-Prusia. Desde 1411, el ducado oriental
de Brandeburgo había estado en manos de la dinastía
Hohenzollern, pero ocupaba una posición marginal en el imperio.
La situación cambió en el s. XVII con Federico Guillermo [1640-
1688]; conocido como el Gran Elector, tomó varias medidas que
llevaron al ascenso de Brandeburgo a la categoría de potencia
europea. Convirtió Berlín en una plaza fuerte, impuso un nuevo
impuesto sobre las ventas, transformó la ciudad en un núcleo
comercial mediante la construcción de un canal que unía los ríos
Óder y Spree y promovió la acogida de refugiados hugonotes
franceses. Entre 1680 y 1710, la población de Berlín casi se
triplicó y se convirtió en una de las mayores urbes del Sacro
Imperio. En cuanto tuvo oportunidad, su hijo, Federico III de
Brandeburgo, se autoproclamó Federico I de Prusia (elector de
1688 a 1701 y rey de 1701 a 1713) y estableció en Berlín la
residencia real y la capital de Brandeburgo-Prusia.

El hijo de Federico, Federico Guillermo I [1713-1740], sentó las


bases del poderío militar prusiano. Los soldados eran la
obsesión del rey, que dedicó la mayor parte de su vida a reunir
un ejército de 80 000 efectivos, en parte mediante la instauración
del servicio militar (muy impopular ya entonces y finalmente
revocado) y también persuadiendo a otros gobernantes de que le
vendieran hombres. La historia lo recuerda con bastante acierto
como el Rey Sargento.

Irónicamente, dichos soldados no entraron en acción hasta el


ascenso al trono de su hijo y sucesor Federico II el Grande
[1740-1786]. Federico luchó a brazo partido durante dos décadas
para arrebatar Silesia (en la actual Polonia) a Austria y Sajonia.
También abrazó las ideas de la Ilustración y abolió la tortura,
garantizó la libertad religiosa e introdujo reformas legales. Varios
grandes pensadores (Moses Mendelssohn, Voltaire y Gotthold
Ephraim Lessing, entre otros) acudieron a Berlín, que floreció
como capital cultural y pasó a ser llamada “la Atenas del Spree”.

Napoleón y la época de las revoluciones

Tras los estragos de la Revolución Francesa de 1789, Napoleón


Bonaparte se hizo con el control de Europa y alteró
notablemente su destino en las precisamente llamadas Guerras
Napoleónicas. La derrota de las tropas austríacas y rusas en la
batalla de Austerlitz (1806) condujo a la desaparición del Sacro
Imperio Romano Germánico, a la abdicación del káiser Francisco
II y a un conjunto de reformas administrativas y judiciales.

La mayoría de los reinos, ducados y principados germanos se


unieron en la Confederación del Rin, auspiciada por el general
corso. Su reestructuración del mapa de Europa le fue muy bien a
Baviera, que casi dobló su tamaño y adquirió el estatus de reino
en 1806. Aun así, la confederación fue efímera, ya que muchos
de sus miembros volvieron a cambiar sus lealtades después de
que las tropas prusianas, rusas, austríacas y suecas aplastaran
a Napoleón en la sangrienta batalla de Leipzig (1813).

En el Congreso de Viena de 1815, Alemania quedó reorganizada


en la Confederación Germánica, formada por 39 estados y con
una asamblea central legislativa, el Reichstag, establecida en
Fráncfort. Austria y Prusia encabezaron esta alianza hasta que
un reguero de revoluciones democráticas se extendió por varias
ciudades alemanas en 1848 y dio pie a la primera delegación
parlamentaria elegida libremente en la historia del país, que se
reunió en la Paulskirche de Fráncfort. Mientras tanto, Austria se
separó de Alemania, creó su propia Constitución y volvió
inmediatamente al sistema monárquico. La revolución finalizó en
1850 y se restableció la confederación, con Prusia y Austria
como miembros dominantes.

Al mismo tiempo, en Baviera, las sacudidas revolucionarias


provocaron la reacción del rey Luis I, que era un católico
acérrimo; restauró los monasterios, introdujo la censura de
prensa y autorizó la detención de los estudiantes, periodistas y
profesores universitarios que consideraba subversivos. El reino
bávaro era cada vez más restrictivo, a pesar de que los ideales
democráticos florecían en el resto de Alemania.

El 22 de marzo de 1848, Luis I abdicó en su hijo, Maximiliano II


[1848-1864], quien por fin aplicó muchas de las reformas
constitucionales que su padre había ignorado, como abolir la
censura y conceder el derecho de asamblea. Su hijo Luis II
[1864-1886] introdujo medidas aún más progresistas al principio
de su reinado (prestaciones sociales para los pobres, leyes de
matrimonio más liberales y libertad de comercio), pero acabó
perdiéndose en un mundo de fantasía, preocupado por construir
espléndidos palacios como el castillo de Neuschwanstein en
lugar de ocuparse del gobierno. Murió ahogado en el lago de
Starnberg, hecho que aún suscita teorías conspirativas.

Bismarck y el nacimiento del Segundo Imperio

Crear una Alemania unificada liderada por Prusia fue la gloriosa


ambición de Otto von Bismarck (1815-1898), nombrado primer
ministro prusiano en 1862 por el rey Guillermo I. Militar de la
vieja guardia, se sirvió de una diplomacia compleja y de las
guerras con las vecinas Dinamarca y Francia para alcanzar sus
objetivos. En 1871, Berlín ya era la orgullosa capital del Segundo
Reich alemán, una monarquía constitucional bicameral. El 18 de
enero, el rey de Prusia fue coronado káiser en Versalles, con
Bismarck como su “canciller de hierro”.

El poder de Bismarck se basaba en el apoyo de los comerciantes


y de los Junkers, la antigua nobleza rural prusiana. Bismarck,
que era un diplomático diestro y una figura influyente, logró
muchas cosas mediante una política de dudosa honestidad, pues
negociaba acuerdos entre las potencias europeas y fomentaba
vanidades coloniales para distraer a los demás de sus propios
actos. Honró al Reich con unas cuantas joyas después de 1880
con la adquisición de colonias en el centro, el suroeste y el este
de África y de numerosos paraísos en el Pacífico, como Tonga.

Los primeros años del Segundo Imperio alemán, período


conocido como Gründerzeit (época de los fundadores),
estuvieron marcados por un enorme crecimiento económico,
propiciado en parte por un flujo continuo de indemnizaciones de
guerra de Francia. Centenares de miles de personas se
dirigieron a las ciudades en busca de trabajo en las fábricas. Los
nuevos partidos políticos dieron voz al proletariado, sobre todo el
Partido de los Trabajadores Socialistas de Alemania (SAP),
antecesor del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).

Bismarck trató de ilegalizar el partido, pero las presiones que


recibió lo llevaron a hacer concesiones al creciente y cada vez
más antagónico movimiento socialista y a instaurar las primeras
reformas sociales modernas de Alemania, aun en contra de su
naturaleza. Cuando Guillermo II [1888-1918] accedió al poder
tenía la intención de ampliar la reforma social, pero Bismarck
concebía leyes antisocialistas más estrictas. En marzo de 1890,
el káiser se hartó y apartó de la escena política a su renegado
canciller. El legado de Bismarck como diplomático quedó claro a
medida que una Alemania rica, unida y con una gran potencia
industrial se adentraba en un nuevo siglo.

La I Guerra Mundial y sus consecuencias

El asesinato el 28 de junio de 1914 del archiduque Francisco


Fernando, heredero al trono del imperio autrohúngaro, fue el
detonante de una serie de decisiones políticas que condujeron a
la I Guerra Mundial, el conflicto europeo más sangriento desde la
Guerra de los Treinta Años. La euforia inicial y la fe en obtener
una victoria rápida dieron paso enseguida a la desesperación,
mientras las víctimas se apilaban en las trincheras del campo de
batalla y los civiles pasaban hambre y frío en las ciudades. Tras
la derrota de 1918, se produjo un período de agitación y
violencia. El 9 de noviembre de 1918, el káiser Guillermo II
abdicó, lo que supuso el fin definitivo de la monarquía en
Alemania.

Las humillantes y desmedidas condiciones de paz impuestas a


Alemania tras la Gran Guerra sembraron las semillas del rencor
que llevaron a la II Guerra Mundial. Alemania, con el ejército
destruido, al borde de la revolución y a medio camino entre la
monarquía y la democracia, firmó el Tratado de Versalles (1919),
en que se la declaraba responsable de todas las muertes de la
contienda. Se recortó drásticamente su territorio y se le obligó a
pagar unas indemnizaciones exorbitantes.

La República de Weimar

En julio de 1919 se aprobó una Constitución federal y


republicana en la ciudad de Weimar, donde la asamblea
constituyente había buscado refugio del caos de Berlín. El primer
experimento serio de Alemania con la democracia trajo el
sufragio femenino y derechos sociales básicos, pero también dio
al canciller el derecho a gobernar por decreto, concesión que fue
clave en el posterior ascenso al poder de Hitler.

La República de Weimar (1920-1933) estuvo gobernada por una


coalición de partidos de izquierda y de centro, pero no agradaba
ni a comunistas ni a monárquicos. De hecho, los años veinte no
fueron nada “felices” en Alemania, pues estuvieron marcados por
la humillación de haber perdido la guerra, la hiperinflación, el
paro generalizado, el hambre y las enfermedades. La gente
moría de frío en las ciudades mientras el carbón de la cuenca
minera del Ruhr se enviaba a Francia.

La estabilidad económica fue recuperándose gradualmente tras


la introducción en 1923 de una nueva moneda, el Rentenmark, y
con el Plan Dawes de 1924, que limitó las abrumadoras
indemnizaciones impuestas a Alemania. Sin embargo, la
tendencia volvió a revertirse tras el crack del 29, que hundió al
mundo en la depresión económica. En cuestión de semanas,
millones de alemanes perdieron el empleo y los disturbios y las
manifestaciones volvieron a resonar en las calles.
El ascenso de Hitler al poder

El clima político inestable y cada vez más polarizado provocó


enfrentamientos entre los comunistas y los miembros de un
partido que había ido ganando protagonismo poco a poco: el
Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP;
Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei) o Partido Nazi,
liderado por un artista fracasado y cabo durante la I Guerra
Mundial llamado Adolf Hitler, de origen austríaco. Las botas
militares, las camisas marrones, la opresión y el miedo no
tardarían en dominar la vida cotidiana de los alemanes.

El NSDAP de Hitler obtuvo el 18% de los votos en las elecciones


de 1930. En los comicios de 1932, Hitler desafió al entonces
presidente de la República, Paul von Hindenburg, pero solo logró
obtener el 37% de los votos en la segunda vuelta. Sin embargo,
el 30 de junio de 1933, debido al fracaso de sus reformas
económicas y a la intervención persuasiva de los consejeros de
derechas, Hindenburg nombró canciller a Hitler.

Hitler actuó con celeridad para consolidar su poder absoluto y


convertir la democracia del país en una dictadura ejercida por su
partido. Utilizó el incendio del Reichstag como pretexto para
forzar la aprobación de la Ley Habilitante de 1933, que le
permitiría dictar leyes y cambiar la Constitución sin consultar al
Parlamento. Tras la muerte de Hindenburg un año después,
Hitler fusionó el cargo de presidente con el de canciller y se
proclamó Führer (líder, guía) del Tercer Reich.

El ascenso al poder de los nazis tuvo consecuencias inmediatas.


Tres meses después de que Hitler tomara el poder, todos los
partidos, organizaciones y sindicatos no nazis habían dejado de
existir. Los adversarios políticos, los intelectuales y los artistas
fueron perseguidos y detenidos sin juicio, y muchos se
escondieron o se exiliaron. Había una incipiente cultura del terror
y de la denuncia y se empezó a intensificar la intimidación a los
judíos.

Hitler recibió un gran apoyo de la clase media y media-baja al


invertir enormes sumas de dinero en programas de empleo,
muchos de ellos relacionados con el rearme y la industria
pesada. En Wolfsburgo (Baja Sajonia) empezaron a fabricarse
los primeros coches asequibles de la casa Volkswagen en el año
1938.

Ese mismo año, las tropas de Hitler entraron en Austria,


aclamadas como héroes. Las potencias extranjeras, en un
intento por evitar otra guerra, aceptaron el Anschluss o anexión.
Siguiendo la misma política de apaciguamiento, los líderes de
Italia, Gran Bretaña y Francia cedieron a Hitler el territorio,
poblado mayoritariamente por alemanes e históricamente
alemán, de los Sudetes (Sudetenland), en la entonces
Checoslovaquia, por los Acuerdos de Múnich, firmados en
septiembre de 1938. Pero la cosa no acabó ahí. En marzo de
1939 Hitler también se anexionó Bohemia y Moravia, y aquí
pocas excusas se podían esgrimir.

La persecución a los judíos

El pueblo judío fue víctima de una larga campaña de acoso


previa al genocidio. En abril de 1933, Joseph
Goebbels, Gauleiter, líder de zona de Berlín y jefe del Ministerio
de Propaganda, declaró un boicot a los negocios hebreos. Poco
después, los judíos fueron expulsados del servicio público y se
les prohibió ejercer muchas profesiones. Las Leyes de
Núremberg de 1935 despojaron a los “no arios” de la ciudadanía
alemana y de muchos otros derechos.

Mientras tanto, la comunidad internacional hizo la vista gorda a


lo que ocurría en Alemania, quizá porque muchos líderes
anhelaban ver un poco de orden en el país tras décadas de
tensiones políticas. Hitler fue muy admirado por su éxito al
estabilizar la frágil economía, en gran parte mediante la inversión
de dinero público en programas de empleo. Los JJ. OO. de
verano de Berlín 1936 fueron un triunfo de las relaciones
públicas, pues Hitler puso en marcha una ofensiva seductora. El
terror y las persecuciones se retomaron poco después de la
ceremonia de clausura.

La persecución a los judíos alcanzó un primer momento crítico el


9 de noviembre de 1938 con la Kristallnacht, la Noche de los
Cristales Rotos. Con la excusa del asesinato en París de un
funcionario del consulado alemán por parte de un judío polaco,
los matones nazis profanaron, quemaron y demolieron sinagogas
y cementerios, y saquearon propiedades y negocios judíos por
todo el país. Los judíos habían empezado a emigrar en 1933,
pero este acontecimiento provocó una estampida.

La suerte de los judíos que se quedaron empeoró después del


estallido de la II Guerra Mundial en septiembre de 1939. En
1942, por petición de Hitler, se celebró la Conferencia del
Wannsee, en la que se acordó la Endlösung (“solución final”): la
aniquilación sistemática, burocratizada y meticulosamente
documentada de los judíos de Europa. También se persiguió a
los sinti, los romaníes, los adversarios políticos, los curas, los
homosexuales y los criminales habituales. De los siete millones
de personas que fueron deportadas a campos de concentración,
solo sobrevivieron 500 000.

La resistencia contra Hitler fue sofocada rápidamente por la


poderosa máquina del terror nazi, pero nunca desapareció del
todo. El 20 de julio de 1944, Claus Schenk Graf von Stauffenberg
y otros altos oficiales del ejército intentaron asesinar a Hitler, por
lo que fueron ejecutados. En Múnich y en otras ciudades se
distribuyeron panfletos antinazis redactados por la Rosa Blanca,
un grupo de estudiantes universitarios cuyos intentos de
resistencia costó la vida a la mayoría de sus integrantes.

La II Guerra Mundial

La II Guerra Mundial se inició el 1 de septiembre de 1939 con la


invasión nazi de Polonia. Francia y Reino Unido declararon la
guerra a Alemania dos días después, pero ni siquiera esto pudo
evitar la rápida derrota de Polonia, Bélgica, Países Bajos y
Francia. Dinamarca y Noruega pronto cayeron también bajo el
dominio de los nazis.

En junio de 1941, Alemania rompió su pacto de no agresión con


Stalin y atacó la URSS. Aunque al principio tuvo éxito, la
Operación Barbarroja no tardó en topar con dificultades. Las
tropas alemanas fueron finalmente derrotadas en la batalla de
Stalingrado (la Volgogrado actual) al invierno siguiente y se
vieron forzadas a retirarse.
Con el desembarco de Normandía en junio de 1944, los aliados
se adentraron con formidable fuerza en el continente europeo,
ayudados por constantes y devastadores ataques aéreos que
destruyeron con saña las ciudades alemanas y su patrimonio
cultural y artístico, y mataron al 10% de la población civil. La
definitiva batalla de Berlín dio comienzo a mediados de abril de
1945. Más de 1,5 millones de soldados soviéticos se dirigieron a
la capital desde el este; llegaron el 21 de abril y la rodearon el
25. Dos días más tarde alcanzaron el centro de la ciudad y
libraron batallas callejeras con lo poco que quedaba del ejército
alemán, un desorganizado grupo de adolescentes y ancianos.

El 30 de abril, las bombas caían sobre el búnker de Hitler, donde


el Führer del “Reich de los Mil Años” se escondía junto a Eva
Braun, la que durante mucho tiempo había sido su amante y con
quien se había casado un día antes. Tras aceptar que la derrota
era inevitable, se suicidaron. Mientras sus cuerpos ardían en el
patio de la Cancillería, los soldados del Ejército Rojo izaban la
bandera soviética en el Reichstag.

El 7 de mayo de 1945, Alemania se rindió de forma


incondicional. La paz se firmó en los cuarteles del ejército
estadounidense en Reims (Francia) y en los del ejército soviético
en Berlín. La II Guerra Mundial en Europa terminó oficialmente el
8 de mayo de 1945.

El gran enfriamiento

En las conferencias de Yalta y Potsdam, celebradas en febrero y


julio de 1945, los aliados (EE UU, Reino Unido, la Unión
Soviética y Francia) redibujaron las fronteras de Alemania y
dividieron el país en cuatro zonas de ocupación.

Pronto surgieron roces entre los aliados occidentales y los


soviéticos. Los primeros pretendían que Alemania se recuperara
reconstruyendo su devastada economía; algo habían aprendido
del Tratado de Versalles. Los soviéticos insistían en recibir
cuantiosas indemnizaciones y empezaron explotar su zona de
ocupación. Decenas de miles de hombres físicamente capaces y
de prisioneros de guerra terminaron en gulags (campos de
trabajo) situados en lo más profundo de la Unión Soviética. La
inflación seguía castigando las economías locales, hubo escasez
de comida y el Partido Comunista de Alemania (KPD) y el
Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) se vieron forzados a
unirse en el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED).
Mientras tanto, en las zonas aliadas occidentales comenzó a
asentarse la democracia con la elección de los parlamentos
estatales alemanes (1946-1947).

La confrontación se produjo en junio de 1948, cuando los aliados


occidentales introdujeron el marco alemán en sus zonas. La
URSS lo consideró una infracción del Acuerdo de Potsdam, en
que las potencias habían decidido tratar Alemania como una sola
zona económica. Los soviéticos pusieron en curso su propia
moneda, el Ostmark, y anunciaron un bloqueo a gran escala de
Berlín Oeste, que se hallaba completamente rodeada por la zona
soviética. Los aliados occidentales respondieron con un
admirable puente aéreo: durante 11 meses, las flotas aéreas
británica y estadounidense descargaron comida, carbón,
maquinaria y otros recursos básicos en el aeropuerto de
Tempelhof de Berlín Oeste. Para cuando los soviéticos se
echaron atrás, los aliados ya habían realizado 278 000 vuelos,
recorrido una distancia equivalente a 250 viajes de ida y vuelta a
la Luna y entregado 2,5 millones de toneladas de mercancías.

Dos Alemanias

En 1949 se formalizó la división de Alemania (y de Berlín). Las


zonas occidentales formaron la Bundesrepublik Deutschland
(República Federal de Alemania, RFA) o Alemania Occidental;
Konrad Adenauer fue su primer canciller, y la capital se
estableció en Bonn, junto al Rin. El paquete de ayudas conocido
como Plan Marshall hizo posible el Wirtschaftswunder (milagro
económico alemán): la economía creció, de media, un 8% cada
año entre 1951 y 1961. La recuperación fue obra, sobre todo, del
ministro de Economía Ludwig Erhard, que compensó la grave
escasez de mano de obra acogiendo en Alemania a 2,3 millones
de trabajadores extranjeros, sobre todo turcos, yugoslavos,
españoles e italianos. Este hecho puso las bases de la sociedad
multicultural actual.

Por su parte, la zona soviética se convirtió en la Deutsche


Demokratische Republik (República Democrática Alemana,
RDA); Wilhelm Pieck fue su primer presidente y la capital se
estableció en Berlín Este. Las políticas económicas, judiciales y
de seguridad estuvieron bajo el control de un solo partido, el
Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), cuyo líder era
Walter Ulbricht. Para sofocar toda oposición, en 1950 se creó el
Ministerio para la Seguridad del Estado o Stasi.
La RDA entró en un estancamiento económico, en gran parte
debido a la incesante política soviética de especulación
financiera e indemnizaciones. El fallecimiento de Stalin en 1953
hizo crecer las esperanzas de reforma, pero solo estimuló al
Gobierno de la RDA a aumentar aún más los objetivos de
producción. El descontento latente estalló de forma violenta el 17
de junio de 1953, cuando el 10% de los trabajadores de la RDA
salieron a la calle. Las tropas soviéticas sofocaron la
sublevación, pero hubo muchas muertes y unas 1200
detenciones.

El Muro

En los años cincuenta, la diferencia entre las economías de las


dos Alemanias se hizo abismal, lo que llevó a 3,6 millones de
ciudadanos de la RDA (casi todos jóvenes e instruidos) a buscar
fortuna en Alemania Occidental, lo que dejó a la RDA al borde
del colapso económico y político. Al final, esta fuga de cerebros
permanente provocó que el Gobierno comunista, con el
consentimiento de los rusos, levantara un muro para mantener a
sus ciudadanos dentro de las fronteras. La construcción del Muro
de Berlín, el símbolo por antonomasia de la Guerra Fría, empezó
la noche del 13 de agosto de 1961.

Este acto furtivo dejó a los berlineses de piedra. Las protestas


formales de los aliados occidentales y las manifestaciones
masivas en Berlín Oeste fueron ignoradas. Llegaron tiempos
tensos. En octubre de 1961, los tanques estadounidenses y
soviéticos se encararon en el paso fronterizo de Berlín conocido
como Checkpoint Charlie en un acto de política suicida.
El nombramiento de Erich Honecker (1912-1994) como líder de
la RDA en 1971, en combinación con la Ostpolitik (política
amistosa con el Este) del canciller de Alemania Occidental Willy
Brandt (1913-1992), suavizaron las relaciones entre ambos
países. En septiembre del mismo año, los cuatro aliados firmaron
un acuerdo que regulaba el paso entre Berlín Oeste y Alemania
Occidental, garantizaba el derecho de los habitantes de Berlín
Oeste a visitar Berlín Este y la RDA e incluso daba permiso a los
ciudadanos de la RDA para viajar a la RFA en caso de
emergencia familiar.

El acuerdo también allanó el camino para la firma, un año


después, del Grundlagenvertrag (Tratado Básico), en que los dos
países reconocían la soberanía y las fronteras del otro y se
comprometían a llevar a cabo “misiones permanentes” en Bonn y
Berlín Este.

En 1974, Alemania Occidental entró a formar parte del G8. Sin


embargo, los años setenta también estuvieron marcados por el
terrorismo, y varios políticos y empresarios importantes fueron
asesinados por los anticapitalistas de la Baader-Meinhof, la
Fracción del Ejército Rojo (Rote Armee Franktion; RAF). En la
misma década surgieron la cuestión antinuclear y la ecologista,
que condujeron a la fundación del Die Grünen (Los Verdes) en
1980.

La caída

Los corazones y las mentes de Europa del Este llevaban mucho


tiempo esperando un cambio, pero la reunificación de Alemania
cogió por sorpresa hasta a los observadores políticos más
perspicaces. El llamado Wende, punto de inflexión de la caída
del comunismo, tuvo un desarrollo gradual que terminó con un
gran boom: el derrumbamiento del Muro de Berlín el 9 de
noviembre de 1989.

Antes de la caída del Muro, los habitantes de la RDA de nuevo


habían empezado a abandonar su país en tropel, esta vez a
través de Hungría, que había abierto sus fronteras con Austria.
El SED no pudo hacer nada por impedir el flujo de personas que
deseaban marcharse; algunas buscaron refugio en la embajada
de Alemania Occidental en Praga. Mientras tanto, las
manifestaciones masivas de Leipzig se extendieron a otras
ciudades, incluida Berlín Este.

Como la situación empeoraba, Erich Honecker dimitió y cedió el


poder a Egon Krenz, tras lo cual se abrieron las compuertas: la
trascendental noche del 9 de noviembre de 1989, el funcionario
Günter Schabowski informó a los ciudadanos de la RDA que
podían viajar directamente al Oeste, con efecto inmediato.
Aunque el anuncio era verdadero, se suponía que no debía
hacerse hasta el día siguiente, por lo que los guardias de
frontera se vieron desbordados. Decenas de miles de alemanes
del este se precipitaron, llenos de júbilo, hacia los pasos
fronterizos en Berlín y en el resto del país y pusieron fin a la
larga y fría era de la división alemana.

La reunificación

La actual Alemania reunificada, con 16 estados federales, se


forjó tras un delicado debate político y una serie de tratados para
terminar con las zonas de ocupación establecidas tras la guerra.
La ciudad reunificada de Berlín pasó a ser una ciudad-estado
(como Hamburgo o Bremen). La moneda única y la unión
económica se hicieron realidad en julio de 1990, y tan solo un
mes después se firmó en Berlín el Tratado de Unificación. En
septiembre del mismo año, los representantes de la RDA, la
RFA, la URSS, Francia, Reino Unido y EE UU se reunieron en
Moscú para firmar el Tratado Dos más Cuatro, que puso fin a las
zonas de ocupación de posguerra y allanó el camino para la
reunificación formal de Alemania. En octubre se disolvió la RDA
y en diciembre se celebraron las primeras elecciones de la
Alemania reunificada.

En 1991, con una pequeña diferencia (338 a 320 votos), los


miembros del Bundestag aprobaron el traslado del Gobierno a
Berlín y la volvieron a convertir en la capital de Alemania. El 8 de
septiembre de 1994, las últimas tropas aliadas que quedaban en
Berlín abandonaron la ciudad tras una ceremonia festiva.

La figura dominante durante el proceso de reunificación y los


años noventa fue Helmut Kohl, cuya coalición entre la Unión
Democrática Cristiana (CDU), la Unión Social Cristiana (CSU) y
el Partido Democrático Libre (FDP) fue reelegida en diciembre de
1990 en las primeras elecciones del país tras la reunificación.

Bajo el liderazgo de Kohl, se privatizaron los activos de Alemania


Oriental, se redujeron drásticamente los subsidios excesivos a
las industrias estatales (o bien se vendieron o se cerraron) y se
invirtió mucho (quizá demasiado) en la modernización de
infraestructuras para crear un boom que logró que la antigua
RDA creciera un 10% al año hasta 1995.
No obstante, el crecimiento se ralentizó muchísimo a mediados
de los noventa y dio pie a una Alemania formada por vencedores
y vencidos de la reunificación. A quienes tenían trabajo les iba
bien, pero la tasa de paro era alta y la falta de oportunidades en
varias regiones del este aún hacía que muchos jóvenes probaran
fortuna en el oeste de Alemania o en ciudades en desarrollo
como Leipzig. A pesar de su frágil economía, Berlín fue la
excepción. Muchos funcionarios públicos se trasladaron allí
desde Bonn para trabajar en los ministerios, mientras que los
jóvenes de todo el país acudían por su vibrante escena cultural.

La implicación de Kohl en un escándalo de financiación ilícita a


finales de la década de 1990 supuso una carga económica para
su partido y provocó que la CDU le despojara de su cargo de
presidente honorífico vitalicio. En 1998, la coalición entre el SPD
y Alianza 90/Los Verdes derrotó a la coalición CDU-CSU-FDP.

El nuevo milenio

Con la formación de un Gobierno de coalición entre el SPD y


Alianza 90/Los Verdes en 1998, Alemania logró otro hito. Por
primera vez un partido ecologista gobernaba un país. Dos figuras
protagonizaron los siete años de gobierno de esta alianza: el
canciller Gerhard Schröder y el vicecanciller de Los Verdes y
ministro de Exteriores Joschka Fischer. Este último, a pesar de
su pasado izquierdista en Fráncfort del Meno durante los años
setenta, gozó del respeto internacional y de gran popularidad
entre los alemanes de todas las ideologías políticas.

Con Schröder, Alemania adoptó una postura más independiente


en los asuntos exteriores; se negó a involucrarse militarmente en
la Guerra de Irak, pero dio su apoyo a EE UU, históricamente su
mayor aliado, en Afganistán y en Kosovo. Su posicionamiento en
cuanto a la invasión de Irak, que reflejaba los sentimientos de la
mayoría de los alemanes, tensó las relaciones con la
administración de George W. Bush.

El ascenso de Los Verdes y del partido democrático socialista


Die Linke (La Izquierda) ha modificado drásticamente el
panorama político de Alemania; ahora es mucho más difícil que
uno de los dos grandes (CDU/CSU y SPD) obtenga la mayoría
absoluta. Las elecciones del 2005 se saldaron con una gran
coalición entre la CDU/CSU y el SPD, con Angela Merkel como
canciller. Fue la primera mujer en ocupar este cargo, así como la
primera en haber nacido en la RDA, hablar ruso y ser licenciada
en Química. Aunque muchos alemanes esperaban que esto
solucionara el estancamiento político entre el Gobierno y el
Bundesrat (Consejo Federal), liderado por la oposición, las
negociaciones se apartaron del foco de atención y se llevaron a
cabo en segundo plano.

Con la crisis económica del 2008, el Gobierno alemán inyectó


cientos de miles de millones de euros en el sistema financiero
para respaldar a los bancos. Entre otras medidas, se permitió a
las empresas reducir la jornada laboral de los trabajadores sin
perder la paga y se idearon estrategias como animar a los
alemanes a cambiar de coche.

Las elecciones del 2009 confirmaron la tendencia a votar


partidos pequeños y el sistema político de Alemania quedó
repartido en cinco formaciones. La CDU/CSU y el SPD perdieron
una considerable cantidad de votos en favor del FDP, La
Izquierda y Los Verdes. La Izquierda había recibido mucho
apoyo en la zona oriental, pero el éxito del 2009 les permitió
establecerse a nivel federal. En las elecciones del 2013 se
invirtió ligeramente esta tendencia y los partidos grandes
recuperaron parte de los votos. En esa ocasión, el principal
perdedor fue el FDP, que obtuvo solo un 4,8% (un 9,8% menos
que en el 2009) y no alcanzó el mínimo del 5% necesario para
tener representación en el Bundestag.

En las elecciones del 2013 también se produjo un ascenso


meteórico de un nuevo partido conservador y escéptico con
Europa, Alternativa para Alemania (AfD). Fundado en abril del
2013, obtuvo el 4,7% de los votos abogando por la recuperación
del marco alemán y de las otras monedas nacionales, por un
impuesto fijo del 25% y por unas leyes más duras con la
inmigración. Los votantes de este partido pertenecían a todo el
espectro político, pero compartían una desilusión generalizada
con los partidos existentes.

Aunque se quedó a las puertas del 5% para entrar en el


Bundestag, el AfD ha obtenido representación en el Parlamento
Europeo y en los parlamentos estatales de Brandeburgo,
Sajonia, Turingia, Hamburgo y Bremen. Sin embargo, la elección
de la nacionalista conservadora Frauke Petry como líder en la
convención del AfD de julio del 2015 provocó que miles de sus
miembros más moderados, incluido el cofundador Bernd Lucke,
abandonaran el partido. Un par de semanas después, Lucke
fundó un nuevo partido llamado Alfa.

En el discurso que pronunció en la convención, Petry fue


especialmente ovacionada por su postura islamofóbica, la cual
explica su popularidad entre los detractores del islam y los
miembros de PEGIDA (Patriotas Europeos contra la Islamización
de Occidente), un movimiento populista fundado en Dresde en
octubre del 2014. Aunque recibió un aluvión de críticas por sus
lazos con la ultraderecha, PEGIDA consiguió atraer a miles de
seguidores y protagonizó varios titulares en el invierno del 2014-
2015 con sus manifestaciones semanales, que llegaron a contar
con 25 000 participantes en enero del 2015. Este hecho desató
numerosas manifestaciones aún mayores en su contra, así como
la condena pública de personajes famosos y políticos de peso
como Angela Merkel.

La cuestión que explica el apoyo recibido por PEGIDA y por el


AfD es la oleada de refugiados económicos y políticos que
intentan acceder a Europa. En Alemania, se calcula que en el
2015 la inmigración será la más alta en 20 años, con 300 000
peticiones de asilo (un 50% más que en el 2014). La xenofobia y
la frustración con las leyes y políticas de inmigración actuales
han ocasionado que se incendiaran intencionadamente unos
cuantos refugios donde viven los inmigrantes que solicitan asilo
mientras sus peticiones se estancan en el complejo sistema
burocrático alemán.

Entre todos estos acontecimientos serios hubo un momento de


alegría en el 2014, cuando la selección de fútbol de Alemania
ganó la Copa Mundial de la FIFA por cuarta vez (antes lo hizo en
1954, 1974 y 1990).

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