Iatrogenia Documento Omc Sespas PDF
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Presentación
1) una definición conceptual del problema, sus tipos básicos y su alcance potencial 2) los
ámbitos de la iatrogenia: generales y específicos 3) las estimaciones de su impacto potencial y
sus costes sociales 4) una indagación preliminar acerca de sus causas y de sus eventuales
determinantes, y 5) unas consideraciones sobre su prevención y control, que incluyen
recomendaciones a corto y medio plazo. Además, en este documento se incorporan un glosario
de términos relacionados, una bibliografía y fuentes documentales.
La idea es dar a conocer la posición de SESPAS y de la OMC, así como de eventuales asociados,
respecto a la iatrogenia como problema de salud pública de nuestro país, mediante su
publicación como artículo en una revista sometida a revisión por pares como Gaceta Sanitaria.
Antes de lo cual se pretende debatirlo y en su caso compartirlo con cuantas instancias lo
deseen, ya sean otras sociedades científicas, particularmente las que hace tiempo que
participan activamente en el despliegue y consolidación de la Estrategia de Seguridad del
Paciente del Sistema Nacional de Salud, otras corporaciones profesionales (colegios de
enfermería, odontología, farmacia, veterinaria, etc.) y cuantas instituciones estén interesadas
en colaborar, así como organizaciones de la sociedad civil.
1
Introducción
En sentido estricto, estos últimos, conocidos como eventos adversos (adverse events) de las
intervenciones sanitarias, se definen como cualquier daño causado por la atención médica,
que no implica necesariamente error, negligencia ni calidad baja de dicha atención. Sólo
indican que se ha producido un resultado clínico no deseado como consecuencia de algún
elemento vinculado con el diagnóstico o el tratamiento y no con la enfermedad subyacente
que padece la persona afectada (1).
No es fácil distinguir los eventos adversos evitables de los inevitables. Unos se pueden atribuir
a errores médicos. Son errores que se cometen por hacer algo incorrecto (por comisión) o por
no hacer lo correcto (por omisión). Pero otros, como se explica más adelante, son virtualmente
consustanciales a los procesos diagnósticos, a los tratamientos, a las intervenciones de
prevención y a las de rehabilitación.
Por todo ello, es crucial entender que, afortunadamente, los errores y las negligencias no
siempre causan daño y que una fracción del daño atribuible a la atención médica es inevitable,
indisociable de ella. De estos hechos parte la definición clásica de seguridad del paciente: la
reducción del riesgo de daño innecesario asociado con la atención sanitaria hasta un mínimo
aceptable según los valores culturales colectivos, los conocimientos del momento, los recursos
disponibles y el contexto en que se presta la atención, ponderados frente al riesgo de no
prestar determinada asistencia sanitaria o de prestar otra (2).
Los eventos adversos de las intervenciones médicas y sanitarias tienen, según las estimaciones
disponibles, un impacto muy relevante sobre la salud, la organización de los servicios
sanitarios y la economía. Sin exagerar, se trata de un problema prioritario de salud pública
mundial, pero carecemos de sistemas de información integrales que nos permitan monitorizar
adecuadamente todo el daño asociado con la práctica médica y sanitaria.
En las dos últimas décadas, han aumentado la conciencia y la preocupación por la seguridad
del paciente en todo el mundo, como demuestra inequívocamente el gran número de
actuaciones desplegadas a escala internacional, algunas muy positivas y útiles, dirigidas a
mejorar la seguridad del paciente en el ámbito de la calidad asistencial, y otras negativas,
como el auge de la medicina defensiva.
En cualquier caso, el concepto de seguridad del paciente no abarca todos los ámbitos
relacionados con el daño sanitario. Se puede dañar no sólo como consecuencia de actuaciones
diagnósticas y de tratamientos, sino también con intervenciones preventivas como los
programas poblacionales de cribado y el tratamiento precoz o con las vacunaciones, así como
con los programas de protección y de promoción de la salud, sean de seguridad vial, laboral,
alimentaria, etc. De ahí que optemos por proponer un término más antiguo pero tal vez más
provocador como el de iatrogenia.
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términos griegos iatros (médico) y genus (generado), es decir aquello que genera el médico,
pero cuando lo que se produce es daño, es decir un efecto adverso.
La etimología del término iatrogenia ayuda a reconocer que todas las intervenciones médicas y
sanitarias tienen pros y contras, riesgos y beneficios, y que no es posible garantizar
absolutamente su inocuidad. Una intervención pertinente (administración de un medicamento
eficaz bien indicado) procurada de modo adecuado (por la vía adecuada a dosis correctas)
puede provocar unan reacción nociva (adversa) como consecuencia de su propia acción
farmacológica primaria (efecto secundario). Y, asimismo, una intervención inadecuada
(diagnóstica, profiláctica, terapéutica o rehabilitadora) por comisión u omisión no siempre
provoca daño1.
Hay eventos adversos graves, inequívocos, medibles y con frecuencia prevenibles que nunca
deberían ocurrir (never events) y ocurren. Entre ellos, los eventos centinelas (sentinel events)
(intervenir al paciente equivocado o la extremidad sana) son a todas luces inaceptables y
suelen revelar problemas graves de organización de los servicios o de los procedimientos
vigentes. Hay señales gatillo (triggers) que alertan sobre la posibilidad de que se haya
producido un daño (administrar vitamina K por haber dado una dosis excesiva de
anticoagulantes) (1). Ninguna actividad humana está exenta de errores: Errar es humano (3).
Cualquier análisis de las intervenciones y decisiones médicas debe incluir el de sus riesgos y
beneficios y al tiempo aceptar que el conocimiento obtenido nunca es absoluto por lo que
siempre persiste alguna incertidumbre asociada con ellos. Por todos estos motivos, el análisis
de la iatrogenia debe adoptar una perspectiva que englobe todas las formas de daño
relacionadas con la medicina y la asistencia sanitaria, las potenciales, las evitables y las
inevitables, causen daño leve, moderado o grave. El nivel de conocimiento que se alcance a la
postre sobre la iatrogenia dependerá en buena medida de la capacidad de extraer información
relevante del estudio de incidentes, casi--‐incidentes, eventos adversos, eventos centinelas y
gatillos, así como de otros sistemas de información y vigilancia.
Esta concepción nos lleva a considerar que el lema hipocrático Primum non nocere (Lo primero
no hacer daño) debe entenderse como un principio rector, no como un precepto, puesto que
de un Lo primero no hacer daño puede derivarse un y para ello no hacer nada, que podría ser
peor. Aunque el propósito legítimo de las intervenciones médicas es curar o aliviar a los
1
Cuando el coste está en el numerador y en el denominador el beneficio menos el daño, estas intervenciones
tienen un denominador que es o tiende a cero, en cuyo caso el coste por unidad de beneficio tiende a infinito y se
pueden denominar actividades adiabáticas. Si el denominador es negativo, porque el beneficio es menor que el
daño, la intervención es directamente inaceptable (véase:
(http://evalmedicamento.weebly.com/varios/competencia-‐mision-‐vs-‐culto-‐al-‐tramite-‐actividades-‐adiabaticas-‐y-‐
pseudociencia
http://evalmedicamento.weebly.com/varios/un-‐modelo-‐explicativo-‐de-‐las-‐intervenciones-‐sanitarias-‐mediante-‐las-‐
teorias-‐de-‐tipos-‐logicos-‐y-‐de-‐la-‐comunicacion-‐humana-‐galo-‐a-‐sanchez-‐grupo-‐evalmed-‐grade)
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enfermos, mejorar el pronóstico de las enfermedades, y promover y proteger la salud —lo que
en el ámbito de las poblaciones se concreta en la protección y la promoción colectiva de la
salud—, las consecuencias de tales intervenciones pueden ser tanto beneficiosas como
perjudiciales, una combinación de ambas, o no surtir efecto alguno. Así como la curación de
una enfermedad o el alivio de sus síntomas no siempre son consecuencia de las intervenciones
médicas (vis curatrix naturae), tampoco su empeoramiento o la aparición de complicaciones y
secuelas puede atribuirse siempre y forzosamente a tales intervenciones.
2. Ámbitos de la iatrogenia
Podemos hablar de iatrogenia en cada uno de los distintos ámbitos de la sanidad y del sistema
sanitario. Primero, en el de la asistencia clínica individual, que incluye también la prevención
de enfermedades (inmunizaciones, cribados) y la promoción de la salud (consejos higiénicos,
ejercicio, dieta saludable). Y, segundo, en el poblacional, el del colectivo de la salud pública
(saneamiento ambiental, seguridad vial, laboral, industrial). Asimismo, la iatrogenia se produce
en todos los niveles de la atención sanitaria: los de la atención primaria, especializada y
sociosanitaria.
Una visión complementaria de la iatrogenia la ofrece la imagen del iceberg (5). Los eventos
adversos más graves y notorios (su zona visible) sólo constituyen una novena parte del
problema global. En su zona sumergida (las ocho partes restantes), que con frecuencia pasa
desapercibida, se encuentran los mencionados incidentes, los casi--‐incidentes, los eventos
adversos más leves, así como factores y circunstancias latentes cuyo entramado y cuyas
interacciones pueden favorecer, y de hecho propician, la aparición de eventos adversos graves.
Entre dichos factores latentes se encuentran, por ejemplo, una cultura que sobrevalora el
intervencionismo médico, la fascinación tecnológica (expectativas infundadas en las
posibilidades de actuación de la medicina y la prevención), el sobrediagnóstico, los errores
diagnósticos, los tratamientos innecesarios o inadecuados, las deficiencias en la organización
de los servicios de salud, la naturaleza inadecuada de incentivos vigentes, la formación
insuficiente o sesgada, lagunas de información de los profesionales, problemas de
comunicación o las políticas de recursos humanos inapropiadas.
Otra parte insuficientemente explorada del iceberg son los daños que pueden producirse en el
ámbito de la prevención, de la promoción y de la protección de la salud (6). Las medidas
preventivas no están exentas de resultados adversos no previstos, con frecuencia carecen de la
evidencia científica necesaria para recomendarlas de forma general, y algunas están basadas
en intereses comerciales y promueven una innecesaria medicalización de la vida diaria y lo que
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podría llamarse, por extensión, un asedio preventivo carente de los requisitos éticos que
deben reunir las actuaciones del sistema sanitario en general, pero de forma muy particular las
de salud pública (7, 8). Al impacto sobre los pacientes hay que añadir el impacto sobre la
población indebidamente convertida o etiquetada como “paciente” y candidata estadística a
sufrir daños sin esperar beneficios.
El iceberg ilustra con claridad las dificultades que plantea el análisis de las causas de la
iatrogenia (casi siempre múltiples, casi nunca aisladas), su impacto real en la salud de los
pacientes (primeras víctimas), en el personal asistencial (segundas víctimas) y en la propia
organización y sistema sanitario (terceras víctimas), en el gasto (evitable) en salud, incluidos
litigios y demandas, así como en los valores institucionales, culturales y morales de la sociedad
en su conjunto (9-‐ 12).
La imprecisión terminológica del concepto de iatrogenia no es óbice para que nos planteemos
formas de estimar con suficiente, exactitud y precisión su magnitud y trascendencia y las de
sus condicionantes en los diferentes ámbitos de atención sanitaria. La transformación de los
datos disponibles de la iatrogenia en información y conocimiento obliga a responder a tres
cuestiones previas: ¿qué es lo que se pretende medir?, ¿cómo? y ¿qué información es
necesaria?
5
procedentes de diferentes disciplinas como la estadística, la epidemiología, la investigación de
operaciones o la economía, así como a diversas fuentes y registros de datos, ya que ninguno
de los anteriores permite por sí solo medir específica y directamente la iatrogenia y todos
tienen limitaciones (1, 2, 19--‐23).
En los análisis se adoptan, además, dos perspectivas complementarias: una colectiva y otra
individual, fundamentada en el análisis pormenorizado de casos concretos útiles para la
reflexión y el aprendizaje. Los centrados en individuos y en casos aislados pueden realizarse de
forma proactiva, antes de que ocurran, para prevenir eventos adversos (por ejemplo,
mediante el denominado análisis modal de fallos y efectos) o de forma retrospectiva, para
analizar un evento adverso grave que se haya producido y evitar que vuelva a producirse (por
ejemplo, mediante el llamado análisis causa--‐raíz) (1).
La investigación detallada de los eventos adversos, sobre todo de los que han causado daños
importantes o podrían causarlos, además de suponer una oportunidad de mejora, constituye,
si sus resultados y sus medidas de mejora se difunden adecuadamente, una oportunidad de
aprendizaje y de traslación de conocimiento a otros escenarios asistenciales bastante
desaprovechada a escala poblacional en nuestro entorno.
En cualquier caso, y tanto como instrumento de recogida de datos para estudios de base
poblacional, como para el análisis individual de casos, la historia clínica es, por su validez y
pese a previsibles deficiencias de la información que contiene, la fuente de datos considerada
como estándar de referencia (gold standard) de la información sobre la atención recibida por
los pacientes y sus consecuencias.
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4. Impacto de la iatrogenia
Según recientes estimaciones, los eventos adversos podrían ser la tercera causa de muerte en
los EEUU (13). Aunque a menudo estos eventos se atribuyen a errores o negligencias de
médicos y otro personal sanitario, se escamotea la percepción de que la medicina ha pasado
de ser simple, inefectiva y asumida como segura a saberse compleja, efectiva y potencialmente
peligrosa (aunque en menor medida que nunca antes) (37).
En el estudio ENEAS, la incidencia estimada de pacientes con eventos adversos fue 9,3%, en el
estudio APEAS, su prevalencia en las consultas de atención primaria, 11,2‰, mientras que el
riesgo de sufrir un evento adverso en unidades de cuidados intensivos fue 40% y en pacientes
atendidos en los servicios de urgencias, 7,2% (38--‐43).
Los eventos adversos graves también tienen consecuencias en las segundas víctimas, porque
los profesionales involucrados en ellos se preocupan por la evolución del paciente y, además,
por las repercusiones legales y profesionales que pudieran tener. Las consecuencias
emocionales más frecuentes en las segundas víctimas son: ansiedad, obnubilación, confusión,
dificultades de concentración y atención, despersonalización, frustración, sentimientos de
culpa, tristeza, cambios de humor, insomnio, reexperimentación del suceso de manera
repetida, dudas sobre la propia capacidad profesional y miedo a las consecuencias legales y a
la pérdida de reputación. Además, las organizaciones y los centros sanitarios (terceras
víctimas) pueden sufrir una pérdida de prestigio, reputación y, por ende, de confianza como
consecuencia de un incidente relacionado con la seguridad del paciente (9--‐12).
Entre los estudios más recientes realizados para estimar los costes de los daños relacionados
con la asistencia sanitaria debe destacarse, primero, un informe en el cual se estimó de forma
conservadora que el 15% del gasto y la actividad hospitalaria en los países de la OCDE pueden
atribuirse a los fallos de seguridad (22). Y, segundo, dos revisiones. En la primera, se estimó
que la cifra anual de eventos adversos hospitalarios a escala mundial asciende a más de 40
millones y se acompaña de la pérdida anual de 23 millones de años de vida ajustados por
discapacidad (AVAD), de los cuales dos terceras partes se producen en países de bajo nivel de
ingresos (32) y en la segunda, realizada en 30 países europeos para 2015, que de los 3,5
millones de AVAD perdidos, aproximadamente un millón y medio serían evitables (33).
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amplio al que se refiere este informe. Sin embargo, en varios países se han hecho
aproximaciones parciales a los costes de la iatrogenia debida a eventos adversos, a errores
médicos específicos, a efectos adversos de los medicamentos o a complicaciones quirúrgicas,
unos pocos en España (13, 15, 34).
Con todo, en la influyente publicación seminal del Institute of Medicine de 1999 To Err is
Human se advertía de que el enfoque de evaluación de los costes ha de ser amplio, pues
además de los costes contables se producen otros: "Los errores también son costosos en
términos de costes de oportunidad. El dinero gastado en la repetición de pruebas diagnósticas
o en contrarrestar las reacciones adversas a los medicamentos deja de estar disponible para
otros fines. La sociedad paga los errores cuando los costes de la asistencia sanitaria resultan
inflados por servicios que no habrían sido necesarios si se hubiera prestado la asistencia
adecuada". En este mismo informe se subrayaba, además, que hay que tener en cuenta la
relevancia y la magnitud de los costes indirectos (pérdida de productividad) y de los
intangibles: "No todos los costes se pueden medir directamente. También es costosa la
pérdida de confianza en el sistema de los pacientes y la insatisfacción de éstos y de los
profesionales de la salud. El precio que paga la sociedad puede expresarse como pérdida de
productividad de los trabajadores, reducción de la asistencia escolar de los niños y niveles más
bajos del estado de salud de la población” (3).
Por consiguiente, es evidente que, a pesar de las limitaciones señaladas de estos estudios y de
las lagunas de conocimiento respecto a los costes de la iatrogenia, la información disponible
hasta la fecha es suficiente para situar tanto la iatrogenia como la seguridad del paciente como
una prioridad internacional, aunque no lo es en modo alguno para conocer cabalmente los
costes de la iatrogenia del Sistema Nacional de Salud.
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Buena parte de la capacidad de dañar de la medicina procede también de la entusiasta
disposición de la población a someterse a todo tipo de pruebas, exploraciones, intervenciones,
tratamientos, recomendaciones o informaciones sin (re)conocer sus potenciales efectos
nocivos o sin considerar que la incidencia de eventos adversos aumenta cuanto mayor es la
población expuesta a sus riesgos.
Como la detección de las causas y consecuencias de los eventos adversos también depende,
por tanto, del contexto social y cultural, los factores sociales y culturales han de evaluarse en
el contexto histórico y cultural específico de cada sociedad donde se producen y prestando
especial atención al conocimiento disponible y las tecnologías médicas utilizadas.
El abordaje etiológico de la iatrogenia exige apuntar por añadidura hacia el origen de los
comportamientos de las personas que son necesarios y facilitan las acciones con potencial
iatrogénico, porque dicho potencial está arraigado en los valores y creencias que conforman
una determinada “cultura médica” hoy socialmente aceptada, así como en los dispositivos
culturales y sociales en que dicha cultura se inscribe. Un factor destacable en este sentido es a
tendencia por defecto de los profesionales y ciudadanos a sobrestimar los beneficios y
subestimar los riesgos de las tecnologías médicas y de las intervenciones sanitarias (45). Es por
todo ello que resulta imprescindible explorar colectivamente y en profundidad los
determinantes y causas de la iatrogenia.
Entre los indiscutibles motores (drivers) de nuestra actual exposición a la iatrogenia destaca
también la sinergia entre la cultura médica intervencionista prevaleciente y la galopante
cultura de la medicalización. La creencia generalizada en la supuesta infalibilidad de la ciencia
médica sustenta las expectativas de un resultado perfecto y tiende a aumentar el riesgo
de errores y fallos. Tales expectativas, generalmente exageradas, impulsan una utilización de
las prestaciones sanitarias frecuentemente innecesaria, nociva por su extensión y, por ello,
multiplicadora de los riesgos de iatrogenia (27--‐30, 35).
En su ayuda acuden otras falacias o creencias populares raramente cuestionadas por más que
muy cuestionables, como el "más es mejor", "la información es poder", "la tecnología puede
resolver todos nuestros problemas" y, en última instancia, "la muerte es evitable”. Y todo esto
encaja como vitola de habano en la cultura médica heredada, presidida por el mito de la
perfección (46), una insensata "búsqueda quijotesca de la certeza", el sentimiento de fracaso,
culpa y vergüenza cuando los pacientes resultan dañados (47) y una infundada creencia en que
el castigo de quienes cometen errores propicia que el conjunto de los sanitarios sea más
cuidadoso y vayan a cometer menos errores en el futuro.
A que estos elementos confluyan en las consultas y las instituciones sanitarias contribuyen
asimismo los esfuerzos comerciales que promueven un “salutismo interesado”, activador de
infundadas preocupaciones por nuestra salud que se traducen en modificaciones de estilos de
vida, hábitos alimentarios y de consumo de efectividad y seguridad cuestionables.
9
estimulando y avalando prácticas y comportamientos con daños potenciales asociados poco o
nada divulgados.
La conciencia de los riesgos asociados con las intervenciones médicas ha experimentado una
eclosión en este milenio, pero, a pesar de los beneficios que esta renovada preocupación ha
aportado, se corre el riesgo de escotomizar la mirada sobre la iatrogenia asociándola
inequívocamente al error y a su deseable evitación. Limitarse a orientar el control de la
iatrogenia simplemente abordando los eventos adversos de las prácticas vigentes en sus
actuales niveles de uso es un planteamiento miope y desenfocado del problema. Para afrontar
las complejidades de la iatrogenia es preciso, además, redefinir los modos de valorar la
aceptabilidad social de las practicas sanitarias —preventivas, diagnósticas, terapéuticas— y el
punto de equilibrio aceptado socialmente de su relación riesgo--‐beneficio y siempre adoptar un
enfoque sistémico.
Ya es hora de que todos los profesionales y la sociedad en su conjunto asuman que es mucho
más fácil poner un hombre en la luna que prevenir cualquier fallo del organismo; que la
información engañosa ( voluntariamente o no), la que se procura fuera de un contexto clínico
adecuado, como la que no entendemos, es más probable que cause daño que beneficio; que
lanzarse a la busca y captura de la “enfermedad temprana" no siempre se traduce en mejores
resultados para el paciente y que , por último, pero no menos importante, más no es siempre
mejor.
Con frecuencia, algunos médicos afirman que la medicina defensiva, definida como una
desviación de la buena práctica médica por temor al litigio, es la principal causa de los excesos
médicos. En Estados Unidos, más del 90% de los médicos de especialidades “de alto riesgo”
reconoce la práctica de medicina defensiva, principalmente en forma de solicitudes de pruebas
diagnósticas y procedimientos innecesarios, prescripción de más medicamentos de los
indicados y derivaciones de pacientes con más frecuencia de lo necesario. (Incluir cita). Algo
hay que hacer para minimizar el contagio paulatino que tales sistemas de responsabilidad
médica están teniendo en el SNS.
8. Propuestas y recomendaciones
Algunas de las medidas que han de implantarse para reducir la iatrogenia y seguir mejorando
la seguridad del paciente exigen indefectiblemente realizar cambios estructurales en el
sistema de salud. Las dificultades que ello entraña no han de ser óbice para excluir propuestas
o acallar recomendaciones. La misma ética médica obliga a explicitarlas. No hacer nada y
mantener el statu quo también puede acarrear eventos adversos y costes de oportunidad
socialmente inadmisibles.
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intereses cortoplacistas de grupos de presión y corporaciones. La falta de visibilidad política
sobre los determinantes de la iatrogenia y sus consecuencias limita las posibilidades de
prevención y control. Esto justifica con creces la inclusión urgente en la agenda política
sanitaria de la iatrogenia como elemento muy destacado, sobre todo porque, como tal, no
consta con realce alguno entre las prioridades explícitas de la política sanitaria ni en las de
investigación ni en los programas de formación.
Es necesario poner en tela de juicio la cultura sanitaria actual en la cual cierta banalización de
la medicina convive con unas expectativas exageradas sobre sus posibilidades, lo que incentiva
el sobrediagnóstico y el sobretratamiento. Conviene, asimismo, modificar los incentivos
explícitos y tácitos a los profesionales sanitarios para que afrontar el problema de los posibles
errores compense y, por el contrario, ocultar los errores por temor a la vergüenza pública y a
posibles demandas se convierta en la peor opción personal.
Como la reforma de las leyes sobre mala práctica médica está muy rezagada y resulta
insuficiente para evitar el sobrediagnóstico y el sobretratamiento, además de seguir
demandando dicha reforma, deben investigarse formas adicionales de superar los “motores”
del exceso médico. Es preciso continuar esforzándonos en cambiar la cultura de la medicina, e
incluso la cultura en un sentido más amplio, lo que requerirá estar más dispuestos a aceptar la
ocasional inevitabilidad del fracaso, e incluso del error.
Es necesario instaurar una cultura de evaluación en el ámbito médico, que incluya la valoración
de los resultados clínicos y la detección de la iatrogenia en la práctica clínica habitual. Tal y
como documentos previos de la OMC y la SESPAS han recomendado con anterioridad, esa
cultura también conlleva asegurar la evaluación completa, fiable, transparente y apropiada de
esas tecnologías antes de aplicarlas asistencialmente, la mejora del proceso de adopción de las
tecnologías sanitarias, y el fomento de su uso apropiado.
Aunque es muy necesario también evaluar con rigor la efectividad y la eficiencia de las
intervenciones tal como están implantadas y se están desplegando en nuestro país para
mejorar la seguridad del paciente, porque las evaluaciones son escasas, no cabe escudarse en
la inacción apelando a la ausencia de intervenciones de demostrada efectividad y coste-‐
efectividad.
Es imprescindible saber si, realmente, como se sospecha, los recursos destinados a prevenir y
controlar la iatrogenia son insuficientes y, en este caso, estimar los necesarios y urgir a las
autoridades a asignarlos de forma eficiente, evaluar las actuaciones y rendir cuentas adecuada
y oportunamente.
Todos los órganos responsables de la seguridad del paciente de los servicios de salud de las
comunidades autónomas y sus comisiones de bioética, así como las universidades
responsables de la formación de grado y postgrado de las consideradas ciencias de la salud y,
sin duda, los organismos de promoción y financiación de la investigación médica y sanitaria,
han de incluir en sus agendas la iatrogenia como una de sus prioridades y obrar en
consecuencia en sus respectivos ámbitos de actuación.
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Recomendaciones
Referencias
12
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Anexo. Miembros del grupo de trabajo SESPAS--‐OMC sobre iatrogenia
Por la OMC:
Víctor Abraira
Pepe Conde Olasagasti
Javier de Teresa
Javier Font
Juan Manuel Garrote
Jose Luis Jimenez
Santiago Kovacs
Eugenio Laborda
David Larios
Bernardo Perea
Juan José Rodriguez Sendin
Serafín Romero
Galo Sanchez
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