2020-Erotomanía y Transferencia-Baur
2020-Erotomanía y Transferencia-Baur
2020-Erotomanía y Transferencia-Baur
“Ya sé que vos y todas las psicólogas del hospital pasan y dicen
“qué bueno está el pibe”, pero no insistas, no me voy a casar con vos,
mi novia es Pampita”
(Federico, 23 años)
Estos ejemplos de decires de pacientes son frecuentes en la clínica de las psicosis y no responden a un
único tipo clínico, sin embargo pueden ponerse en una serie más allá del contenido entre erótico y amoroso
que ponen de manifiesto. Dentro del abordaje clínico de las psicosis con el cual trabajamos me interesa
situar una particular posición del sujeto en relación con el Otro, que ha merecido un nombre en la semiología
psiquiátrica: erotomanía. En la psiquiatría clásica, la caracterización semiológica de la erotomanía se
extiende entre la de un Síndrome -que tendría una forma pura- y la de un mero contenido delirante. El
psicoanálisis se apropia de este término, dando lugar a un uso específicamente analítico del mismo, al punto
de que se entrama con la transferencia como una posibilidad que algunos autores postulan como ineludible
en el tratamiento.
Erotomanía de transferencia
Comienzo planteando esta relación consustancial a la clínica con una afirmación: la erotomanía indica
una dirección al Otro al que, por esa maniobra se hace consistir. Otro como paradójico lugar cuya in-
existencia arrastra consigo la del sujeto… aunque su existencia lo mortifique. Schreber nos informa al detalle
la necesidad de que Dios lo amarre, le hable, le exija esas pruebas tortuosas a las que está sometido;
cuando se aleja (cuando Schreber no piensa y en consecuencia no lo atrae) aparece el milagro del alarido,
el viento, los llamados de socorro (cfr. el capítulo XV de las Memorias…). Aimée se dirigía al Príncipe de
Gales esperando su protección en un impulso que Lacan denomina necesidad de benevolencia. En este
sentido, casi que podríamos decir que la erotomanía es de transferencia 1.
Apreciamos -como veremos esbozarse en el caso de Aimée- que la erotomanía se desliza del contenido
o tema delirante para dar cuenta de una posición del sujeto respecto del Otro. En la relación con el Otro el
sujeto se expone a un fenómeno de suposición de goce, y esto implica un riesgo para el analista si se aviene
a ocupar ese lugar: convertirse en ese Otro que toma la iniciativa para el sujeto y ante el cual éste no
encuentra reconocimiento. Este es un riesgo del que estamos advertidos y que justifica la sugerencia clínica
de ubicarnos en el lugar de testigos (aquel al que se le supone no gozar, parafraseando la conocida
expresión de C. Soler, 1991). Sin embargo, es posible dialectizar la noción misma de erotomanía en
transferencia.
Su aparición en el curso de un tratamiento puede ser leída por parte del analista como un movimiento
propio de la transferencia que indica el punto en que el analista se ha corrido de su función. Recuerdo un
paciente que escuchaba en mis años de residente y me resultaba muy interesante como “caso”; era un joven
que leía mucho y hacía apropiaciones delirantes de la mayoría de sus lecturas. Mi fascinación por el
contenido de su pensamiento tuvo una respuesta: el surgimiento de una erotomanía que logró ser pasajera.
Trabajando con colegas en espacios de supervisión, hemos podido localizar que los episodios erotómanos
surgen o se manifiestan en momentos en que el analista se encuentra fatigado, a veces impotentizado por
las dificultades de hacer con el síntoma psicótico. Y este rechazo, al que el psicótico es muy sensible, es
restituido con la certeza de hallar un deseo en el lugar del Otro.
Además, existe otra declinación de la erotomanía de transferencia que se localiza en la pendiente
amorosa y en la posición de amador del paciente. Por ejemplo, el caso de Víctor 2, un hombre que se ubica
transferencialmente demandando amor a su analista. Al menos eso es lo que leemos en la declaración
amorosa que le dirige y que es reedición de una situación similar con su anterior psicóloga, ocasión en que
su declaración fue rechazada por ser “sólo transferencia” y se articuló con un pasaje al acto suicida. La
analista que recibe esa nueva declaración-demanda no la desestima, sólo le sugiere “ponerla entre
paréntesis” en el tratamiento, y continúa trabajando; aceptando también los regalos de connotación amorosa
(bombones, flores, etc.) que el paciente venía haciéndole en cada sesión. En la supervisión ubicamos que
1
Me refiero al desarrollo de los casos Schreber y Aimée en el apartado siguiente.
2 Se trata de un caso trabajado por la Lic. Carolina Ermiaga, a quien agradezco permitirme su mención en estas páginas.
esa circulación de objetos permitía recubrir una dimensión enigmática (y potencialmente desestabilizante
para este paciente) del deseo femenino: el sujeto brinda lo que la mujer quiere, y eso forma parte de un
dispositivo amoroso “platónico”. Para Víctor el amor comienza a funcionar como pantalla respecto de la
agresividad con la que responde a la amenaza de fragmentación corporal, y se articula en transferencia sin
por ello configurar una erotomanía mortificante. Para ampliar este asunto, sugiero la lectura de un clásico
artículo de Michel Silvestre, “Transferencia e interpretación en las psicosis”, en el que otorga un lugar a la
demanda de amor del psicótico en análisis.
El estudio de la erotomanía tiene sus antecedentes en la psiquiatría. El autor que delimita a la erotomanía
como síndrome es G. G. de Clérambault3, quien en la década de 1920 ubicó este cuadro dentro de las
psicosis pasionales -junto a los delirios de reivindicación y los delirios de celos-, cuya expansión
característica es en sector (es decir, los síndromes pasionales se encuentran polarizados en torno a un
concepto director único, a diferencia de los delirios interpretativos, cuya expansión se produce en todas
direcciones). Destacó el origen del Síndrome erotomaníaco en un Postulado generador “de los razona-
mientos, de las quimeras, de los actos que de ellos derivan, y de la evolución ulterior” (de Clérambault, 1942,
38). El postulado puede ser enunciado de la siguiente manera: “es el Objeto quien ha comenzado y que ama
o el único que ama” (de Clérambault, 1942, 42). Este postulado se encuentra fundado en el orgullo sexual;
a partir de aquí el psiquiatra francés discutía a sus colegas por el acento puesto en el platonismo de la
relación erotómana, a la que no consideró en modo alguno esencial: “… aunque no lo parezca, el Amor no
es la fuente principal sino tan solo una fuente accesoria del Delirio Erotomaníaco; la fuente principal de éste,
es el orgullo; Orgullo Sexual, por cierto, pero ante todo, Orgullo 4” (de Clérambault, 1942, 38). Con orgullo
parece referirse a una posición megalómana que no llega a ser “global o absurda” (de Clérambault, 1942,
42).
El rechazo del platonismo –el que era considerado central en los clínicos contemporáneos a de
Clérambault– no se funda en un desconocimiento de la participación del fenómeno (incluso las pacientes
presentadas en sus conferencias enuncian delirios platónicos). Antes bien considera que el elemento de
platonismo es inconstante, inestable, incluso accesorio y no responde a los requisitos metodológicos para
delimitar una entidad clínica: ser determinante de otros síntomas, contribuir a su asociación, dirigir la
evolución del delirio. Estas características sí son encontradas en el Postulado “el elemento que reúne a
todos los otros, los vivifica y, bien mirado, los engendra” (de Clérambault, 1942, 37).
El mismo síndrome reconoce una evolución en estadios: esperanza, despecho, rencor. Pero el amor
siempre puede volver al lugar central si se dan las condiciones. Y su diferencia crucial con un pasional
normal y desgraciado (sic) reside en la ausencia del Postulado del que parten las deducciones. El pasional
3
Psiquiatra francés que se desempeñaba en la Prefectura de Policía. Acuñó también el término “automatismo mental” y la
descripción de su funcionamiento. Si bien su explicación era organicista, sus descripciones clínicas y el reconocimiento de lo
irreductible a la comprensión en las psicosis hicieron que Lacan lo considerara su único maestro.
4
La mayúscula es del original, su abundancia ha sido señalada como una nota característica de la escritura de de Clérambault.
normal podrá esforzarse en hacerse amar… justamente el punto de partida que no está en discusión para
el delirante, gracias al postulado que sostiene su relación con el Objeto.
Freud supo hacer también uso del término erotomanía en su sentido más descriptivo e incluso dando
cuenta de lo que considero como uno de los rasgos del concepto: su deslizamiento hacia un fenómeno de
goce, tal como se verifica en las relaciones de Schreber con quien fue su médico tratante, Flechsig, y con
Dios. Freud incorpora al delirio erotómano como una de las modificaciones de la frase gramatical base del
delirio: yo lo amo5. El Postulado “X (el objeto) me ama” –que en de Clérambault aparece como generador–
no se encuentra en el origen, sino que es efecto de un complejo proceso. En el delirio de persecución, la
afirmación yo lo odio no se formula conscientemente, apareciendo así solo el odio del otro como retorno en
la frase “me odia, me persigue”. Esto se diferencia de la formación de la erotomanía, en la cual la
contradicción a través de afirmar “yo la amo” puede ser consciente. Así, incluso el retorno “porque ella me
ama”, puede faltar, caso en que escuchamos posiciones de amadores certeros, con independencia de la
reciprocidad (o de algún tipo de relación) respecto del ser amado. Esta es una de las observaciones que
realiza Lacan en 1932, en sus primeros contactos con el psicoanálisis en la redacción de la Tesis de
Doctorado publicada como De la psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad.
En los escritos del joven Lacan encontramos un abordaje psiquiátrico de la clínica de las psicosis: un
estudio metódico del estado de la cuestión de la paranoia en su tiempo, y el análisis del caso paradigmático
que le permitiría dar cuenta de sus hipótesis acerca de la peculiaridad de una paranoia pariente del delirio
de reivindicación, en tanto encuentra su génesis en la tendencia concreta de la pulsión autopunitiva. La Tesis
doctoral aborda la clínica de la paciente denominada Aimée6 -el caso estudiado en profundidad- desde esta
perspectiva psiquiátrica, y le permitirá a Lacan dar cuenta de una observación realizada en forma casi diaria
durante un año y medio. Su referencia, al describir el caso, a las “relaciones con el médico” es una oración
de la que no se extraen consecuencias en términos de transferencia respecto de su operatividad en el
tratamiento: “sus relaciones con el médico no están exentas de un eretismo 7 imaginativo vagamente
erotomaníaco” (Lacan, 1932, 143). Es al rasgo del ser amada, al que Lacan volverá en años posteriores, en
mayor medida que a la cuestión de la semiología o la estructura de la paranoia de Aimée. En 1976 Lacan
se detiene en el nombre que otorgó a su paciente, señalando que “ella tenía necesidad de serlo (amada).
Tanta necesidad tenía que lo creía…”
5
Me refiero a la tesis freudiana que ordena las formas de la paranoia como transformaciones gramaticales respecto de un
postulado inconciliable para el sujeto y que se enuncia como “Yo lo amo”. Esta afirmación es el correlato de una pulsión que se
rechaza a través de las contradicciones y el retorno proyectivo. Cfr. Freud, S. “Sobre un caso de paranoia descripto
autobiográficamente” pp. 58, 60.
6
Amada en francés. Es el nombre con el que Lacan la presenta en su tesis, tomándolo del que ella dio al personaje de la novela
que escribió. Aimée fue internada luego de un pasaje al acto en el cual agredió con un cuchillo a una actriz de teatro a la salida
de un espectáculo, ya que había entrado en la serie de las perseguidoras de su delirio. En este se trataba de que la vida de su
pequeño hijo estaba amenazada por perseguidores que se iban expandiendo desde su entorno íntimo (ex-compañeras de trabajo)
hasta personajes públicos como periodistas y actrices. En tanto su delirio se expandía metonímicamente, Aimée desarrollaba
ideas erotómanas en relación con el Príncipe de Gales, a quien enviaba apasionadas cartas e incluso le envió la novela de su
autoría. Lacan estudia el caso en relación con el descenso del delirio posterior al pasaje al acto que derivó en su encarcelamiento
y posterior internación (de allí la idea de “autopunición”), más que en función de la erotomanía.
7
Eretismo, según el DRAE, es un término de la medicina que alude a la actividad muy intensa y limitada en el tiempo, de un
organismo o parte de él. Su origen griego remite a excitación
La erotomanía no es el tema central de la Tesis, en la cual sitúa su funcionamiento en Aimée como uno
de los temas delirantes, subsidiario en una primera instancia de los temas de grandeza (junto a las ensoña-
ciones y a los idealismos altruistas). Su forma consumada y susceptible del diagnóstico, tal como fue aislado
por los clásicos, es la forma platónica que asume con el Príncipe de Gales. La elección del personaje habría
estado teñida por la necesidad de benevolencia de un protector poderoso al avanzar las persecuciones
delirantes y el príncipe llega a convertirse en el último recurso ante la inminencia del pasaje al acto.
Además, en la reconstrucción de la historia de Aimée, Lacan se detiene en el dato de su primer amor, un
seductor con quien no habría tenido más que pocos encuentros luego de los cuales quedó prendada, hasta
que súbitamente el amor se transformó en desprecio. La significación de este episodio será elucidada por
Lacan al abordar desde una perspectiva freudiana las transformaciones de la lógica delirante. Pero la
calificación de erotomanía extiende su alcance, ya que al abordar la génesis de las perseguidoras en el
delirio de Aimée, Lacan ubica una estructura de sustituciones que le permiten afirmar que se trata de “una
auténtica erotomanía homosexual” (Lacan, 1932, 238). Especificación que encuentra en el tema
persecutorio su profunda determinación amorosa. Distingue, entonces, esta última posición del tema fran-
camente erotomaníaco (cuyo objeto era el Príncipe de Gales): con características de puro platonismo,
formado tardíamente y que se esclarece en cuanto a su sentido al compararlo con aquel primer amor, el que
fue oportuno para evitar las relaciones sexuales a las que Aimée era poco afín. De esta manera, la situación
superior del objeto queda explicada por ser “la expresión del deseo inconsciente de la no realización del
acto sexual y de la satisfacción que se encuentra en un platonismo radical” (Lacan, 1932, 239). Aquí señala
el punto en que el platonismo es recurso del sujeto, transaccional, para evitar el acto sexual.
Años después, ya en el marco de su enseñanza analítica, Lacan se aboca a la lectura de las Memorias
de Schreber. En el Seminario 3. Las psicosis (1955-56), se refiere a la relación de Schreber con ese Dios
absoluto en términos de erotomanía divina. Las relaciones aquí distan mucho de ser platónicas: Schreber
está tomado por toda clase de fenómenos de goce en el cuerpo, de intrusiones de nervios divinos y de
sensaciones de voluptuosidad. Esta fenomenología parece carecer de resortes amorosos más que en un
aspecto ligado al significante: las intenciones de Dios no son claras, pero puede “dejarlo plantado” (lieger
lassen) y ese retiro de la presencia divina acarrea un estallido de fenómenos internos “de desgarramiento,
de dolor, diversamente intolerables” (Lacan, 1955-56, 183). Dejar plantado es un decir bastante cercano a
la dramática de las relaciones amorosas y ese es el sentido que le otorga Lacan en esta lectura; a la que
podemos agregar que no los une el amor sino el espanto. Y que no es amorosa la pacificación de la relación
Schreber-Dios, sino que se produce bajo el signo de la reconciliación-redención-ser la mujer que falta a dios
para dar a luz una nueva humanidad.
El uso del término erotomanía es retomado por Lacan en 1966, con una nueva adjetivación: erotomanía
mortificante. En la “Presentación de la traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber” lo
aplica a la relación de Schreber con Flechsig, cuyo efecto nocivo ya había señalado en “De una cuestión
preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” (1959):
Porque el así llamado clínico debe acomodarse a una concepción del sujeto, de la cual se
desprenda que como sujeto no es ajeno al vínculo que para Schreber, con el nombre de Flechsig,
lo coloca en posición de objeto de cierta erotomanía mortificante y que el lugar que ocupa en la
fotografía sensacional con que se abre el libro de Ida Macalpine, o sea, ante la imagen mural
gigantesca de un cerebro, tiene un sentido en todo el asunto (Lacan, 1966, 32-33, las cursivas son
mías).
La apropiación psicoanalítica del concepto de erotomanía muestra uno de los atolladeros del amor para
la psicosis, ese borde en el cual el amor se hace platónico o bien vira en otro sentido y se torna fenómeno
de goce proveniente de un Otro. La enunciación del Postulado es releída por Lacan como una posición del
sujeto en la cual es objeto del goce en el lugar del Otro: posición mortífera y un riesgo abierto en las psicosis.
La perspectiva lacaniana respecto de la erotomanía la ubica definitivamente lejos de las preocupaciones por
el contenido delirante. Si es una posición del sujeto respecto del Otro, es una posibilidad abierta para las
psicosis en tanto afectadas por la ausencia de regulación a través de la referencia metafórica del padre. A
su vez, la erotomanía no se confunde con el amor, al cual encontramos ligado al platonismo y en una función
que podemos considerar “defensiva”. Incluso cierto carácter de “demanda amorosa” se desliza en la
denominación misma de Aimée.
C. Soler en su libro de 2004 “El inconsciente a cielo abierto de las psicosis”, propone una distinción en
los funcionamientos de la erotomanía en las psicosis: por un lado la vertiente más platónica, que funciona
como prótesis de los efectos de la forclusión; por el otro la vertiente más ligada al goce invasivo, a la que
denomina erótico-manía.
Ahora bien, respecto a quien oficia de objeto “amoroso” ¿es pareja del erotómano? El partenaire del
erotómano parece ser ajeno al encuentro de los síntomas y participar más bien del registro del Otro.
Retomando el planteo inicial de este escrito, la posición erotómana pone en relación al sujeto con el Otro,
asumiendo éste las características propias del Otro en las psicosis y la consecuente mortificación del sujeto.
Las evidencias clínicas de este funcionamiento se encuentran en esos momentos transferenciales en que
comienza a aparecer o ser confesado un amor certero, pero cuya lectura en el espacio de supervisión o
análisis de control permite ubicar la precisa coordenada en que la posición del analista vaciló. Ocupó el lugar
del Otro del goce, se diría, pero se trata de una posición que no es necesaria en términos lógicos, o que es
contingente clínicamente.
Bibliografía