Gramática y Política Del Insulto PDF
Gramática y Política Del Insulto PDF
Gramática y Política Del Insulto PDF
“No hay edición de la Gramática de la Real Academia que no pondere ‘el envidiado tesoro de
voces pintorescas, felices y expresivas de la riquísima lengua española’, pero se trata de una
mera jactancia, sin corroboración”, observó Jorge Luis Borges en “El idioma analítico de John
Wilkins”. Más allá de la jactancia, me interesa la insistente analogía que ve al léxico del español
como un tesoro y que tiene, indudablemente, resonancias mortuorias. Igual que los tesoros, los
cadáveres suelen estar enterrados; así, a través de muchos siglos y muchos diccionarios, la
RAE se ha dedicado pacientemente a exhumar palabras desaparecidas, décadas o siglos
antes, de la boca de los hablantes. Según esa concepción, el léxico sería un inmenso
cementerio que se extiende incluso más allá de la vista de la lengua (ya que luego de los
límites estrictos de lo que podemos llamar español están las palabras del latín y del griego y el
sánscrito en un camposanto que se vuelve potencialmente infinito).
¿Por qué esa manía mortuoria? Los léxicos muertos –supongo– tienen el atractivo del orden,
de la prolijidad, igual que los cementerios. Nada se sale de su lugar allí. Los léxicos vivos, en
cambio, son desordenados, cambiantes, imprevisibles, difíciles de dominar y de clasificar. En
esa concepción de la lengua, el lugar de un lingüista sería el de las lloronas que, en el velorio,
se lamentan de todo lo bueno que se perdió… porque, al fin de cuentas, todo tiempo pasado
fue mejor.
A diferencia de esa concepción tradicional, la lingüística moderna tiene, por principio, un
irrefrenable impulso vital que la aleja de los cementerios. En el interés de la gramática
generativa por los aspectos creativos del lenguaje, por ejemplo, no hay, nunca, siquiera una
mínima valoración normativa. Ninguna lengua, ningún dialecto, sociolecto o cronolecto es más
valioso que otro desde esta perspectiva: todos encarnan igualmente bien las sorprendentes
propiedades de los lenguajes humanos, propiedades que, como advierte Noam Chomsky, nos
definen como especie biológica y dicen mucho sobre cómo está estructurada nuestra mente.
En este ensayo pretendo ocuparme de una porción del vocabulario del español de la Argentina
que no corre absolutamente ningún peligro de quedar bajo tierra: los insultos. Lo haré por
intermedio de Puto el que lee [PeqL], el diccionario “de insultos, injurias e improperios” de la
revista Barcelona, aparecido en el año 2006, que, según creo, ofrece una inmejorable ocasión
para reflexionar acerca de ese sector de nuestro léxico. La reflexión que propongo aquí supone
dos niveles: primero, me referiré a los procesos de formación de palabras y a los usos
sintácticos de los insultos, para reconstruir la gramática que puede inferirse a partir de PeqL.
En la segunda parte, me centraré en la funcionalidad lingüística-estética-política de los insultos
en la revista Barcelona y, particularmente, PeqL y trataré de sostener que la revista construye
una de las políticas del lenguaje más coherentes e interesantes que se hayan presenciado en
la última década en la Argentina. Este ensayo constituye, además, un rotundo elogio a ese
diccionario magnífico que es la envidia de cualquier lingüista honesto que se preocupe por la
lengua que realmente se habla (y no por la que debería ser o la que fue alguna vez),
desmintiendo, así, la entrada de cagatintas en PeqL que aparece a modo de epígrafe.
Una mención especial merece la llamada morfología apreciativa, que aporta un significado
básicamente afectivo y que, por eso mismo, se revela en toda su riqueza en PeqL, ya. Así,
aparece un amplio abanico de sufijos de significado aumentativo o diminutivo (-azo, -ón, -udo, -
ito, -ín, -acho, -uelo, -eli), que se ve representado en diversas palabras que se registran como
entradas independientes de sus bases: balín, bienudo, bobalicón, bocazas, bocón, boludazo,
boludón, cabezón, cagón, calzonudo, caretón, chauchón, comunacho, cornudo, chinchudo,
destrozón, dormilón, fumón, gilún, ladronazo, machona, malandrín, mariposón, mujerzuela,
segundón, trolín, zurdelli, zurdito. En algunos casos, los sufijos modifican el significado de la
palabra de base (balín, bienudo, bocazas, bocón) o, si no, le agregan un valor expresivo
particular que justifica su registro independiente (bobalicón, boludazo, boludón). En cambio, los
prefijos de valor ponderativo, como super, re, archi, ultra, se registran como entradas
separadas, por ejemplo:
súper. Prefijo que antepuesto al adjetivo indica que éste es la máxima calificación en su
especie ‘superboludo’, ‘superimbécil’, ‘superputa’, etc. (p. 190)
re. pref. col. Indica intensidad cuando se antepone tanto a un adjetivo ‘reboludo’,
‘reforro’, ‘repelotudo’, ‘reputa’, etc., cuanto a un verbo ‘recoger’, ‘recagar’, etc. ׀Bordelois
desaconseja la fórmula ‘rerreventar’ por encontrarla cafofónica. (p. 174)
De este modo, queda en claro que los autores del diccionario son conscientes de la enorme
productividad de los prefijos apreciativos, que virtualmente pueden sumarse a cualquier
adjetivo calificativo que funcione como insulto (6), lo que hace que carezca de sentido registrar
cada una de las formas que se podría crear a partir de ellos.
Al margen de los procedimientos morfológicos y sintácticos, pueden crearse insultos por medio
de recursos semánticos. Al contrario de los casos que hemos revisado previamente, los
procedimientos semánticos no suponen la creación de una nueva forma, sino que se produce
un cambio de significado que afecta a una palabra ya existente, generalmente por aplicación
metafórica del concepto original a otro ámbito, como ocurre en PeqL con las entradas abrojo,
adoquín, berenjena, bufón, dinosaurio, insecto, rata entre los nombres, con engrasar, engullir,
entregar, levantar, liquidar, llenar, serruchar, surtir entre los verbos o con carroñero, carnicero,
muerto, negrero entre los adjetivos. Más ocasionalmente, se advierten casos de metonimia, en
los que una parte sirve para caracterizar al todo (buche, botón), o de especialización
semántica, en que un concepto general se aplica a un concepto más específico (cfr. bulto, al
que luego se le aplica el “vesre” tobul).
También se registran en PeqL un número significativo de préstamos de otras lenguas, por lo
general incorporados hace mucho tiempo al español de la Argentina, a través del lunfardo,
excepto en algunos préstamos más recientes del inglés (bluff, nerd). Muchos de los préstamos
provienen del italiano (bacán, bagayo, berreta, cafisho, chamuyar, chicato, cualunque,
cuatrochi, diletante, estronzo, fato, fayuto, gamba, punga, linyera, jettatore, yuta), aunque
también hay voces de origen francés (cana, gigoló), idisch (moishe, potz, schwartz, tujes) o de
lenguas indígenas (opa, upite, ura) y africanas (catinga), que dan cuenta de la conformación
histórica del español de la Argentina.
En (i) el insulto gallina puta funciona como vocativo o apelativo, que sirve para nombrar al
destinatario a quien se dirige el hablante. En (ii) gallego imbécil es el predicativo encabezado
por el artículo indefinido, como suele suceder cuando aparece ser como verbo principal (sos /
es un X). Finalmente, en (iii) eunuco participa de una construcción con la forma N +de + N (que
suele denominarse epíteto), en la que el insulto se ubica siempre como primer nombre, igual
que la bestia peluda de tu primo, la rayada de tu novia, el corrupto de tu viejo (también
extraídos de PeqL). No es imposible encontrar insultos nominales en posiciones sintácticas
distintas, como sujetos o complementos, pero son mucho menos frecuentes:
iv. ‘Che, a la fiesta, ¿el Cabezón viene con la jermu o con el fato?’ (p.87)
v. ‘A mí también me parece deplorable ver a ese mamado’ (p. 125)
Por su parte, los adjetivos insultantes, simples o derivados, serán necesariamente calificativos,
que son aquellos que atribuyen una determinada cualidad a la entidad designada por el nombre
al que modifican, y que pueden recibir el refuerzo de elementos de grado (como muy, bastante,
un poco: ver vi-vii) , funcionar en los contextos de epítetos que hemos nombrado antes (viii),
combinarse con el pronombre exclamativo qué (ix), participar de construcciones comparativas
con más o tan (ver x) o recibir morfología apreciativa u otros procedimientos formales
semejantes (ix-xi):
vi. ‘Usted es muy estrecho, ingeniero’ (p.84)
vii. ‘Me parece que estás un poco jovata para esas calzas’ (p. 114)
viii. ‘¿Cómo se te ocurre dejar a nuestra hija en lo del fumón de tu hermano?’ (p. 92)
ix. ‘Qué boludazo’ (p. 46)
x. ‘Yo no sé quién estaba más duranga’ (p. 78)
xi. Señala Aguinis: “en caso de ser imputado a alguien muy pero muy buchón, adopta la forma
aumentativa botonazo” (p. 48)
En contraste, no aparecen registrados como insultos los llamados adjetivos relacionales, como
petrolero o nominal, que difícilmente puedan sufrir un desplazamiento de significado en un
sentido injuriante, ya que designan propiedades “objetivas” relativas a la clase a la que
pertenece el nombre al que modifican: un buque petrolero es un buque que carga petróleo, un
sintagma nominal es un sintagma nucleado por un nombre. Sin embargo los adjetivos
gentilicios, de nacionalidad, raza o religión (que gramaticalmente corresponden a la misma
clase de los adjetivos relacionales, ya que designan una propiedad que en principio no supone
subjetividad alguna por parte del hablante) suelen ser resemantizados como insultos al
asociarse con cualidades negativas. Los dos contextos que se muestran a continuación indican
la conversión de adjetivos gentilicios (relacionales) a adjetivos calificativos graduables (8), que
pueden ser modificados por medio de sufijos apreciativos, del acortamiento o de otro
procedimiento lúdico: bolita, chilote, paragua, brasuca, moishe:
xii. ‘No podés ser tan judío’ (p. 114)
xiii. “no seas negro” (“Guía para padres”, p. 241)
En cuanto a la sintaxis de los verbos, al revisar PeqL queda claro que, en tanto insultos, son
sensiblemente menos habituales que los nombres y los adjetivos. En el caso de los verbos
derivados que tienen un significado transparente con respecto a sus bases, a menudo se aplica
el adjetivo o nombre de base, que es en sí un insulto, a alguno de los participantes en el
evento. Para dar ejemplos concretos, en las oraciones siguientes se presupone que el joven es
baboso (xiv), que el interlocutor es tratado de forro (xv) o que Juan se transformó en un ortiva
(xvi):
xiv. ‘Joven, deje de babosearme’ (p.37)
xv. ‘Sos un imbécil que se deja forrear por cualquier pelotudo’ (p. 90)
xvi. Juan se ortivó.
Sin embargo, la mayor parte de los verbos insultantes se usan en contextos de órdenes
(imperativos), amenazas o en los llamados “insultos de invitación”. Los imperativos pueden ser
afirmativos (xvii-xix) o negativos (xx), mientras que las amenazas contienen sistemáticamente
la fórmula te voy a (también te viá), como se ve en (xxi-xxii):
xvii. ‘Entregá el marrón, entregalo de una vez’ (Auténticos Decadentes) (p.83)
xviii. ‘Dejá de escorchar’ (p.83)
xix. ‘Pará de romper o te reviento’ (p.180)
xx. ‘Loco, estoy laburando, no me mexicaniés’ (p. 134)
xxi. ‘Te voy a echar un polvo’ (p. 163)
xxii. ‘Te voy a partir la cara’ (p. 154)
Dentro de los contextos que PeqL reúne bajo el nombre de “insultos de invitación” se
encuentran contextos condicionales y (algunos) imperativos, a los que dedica un anexo: “Cómo
se construye un insulto”, en el que, en forma de cuadro, se indican posibles combinaciones (ver
p. 235-238). Los condicionales incluyen el encabezador más convencional si (xxiii), pero
también otras fórmulas como querés..., vení..., qué tal si..., por qué no..., como en xxiv:
xxiii. ‘Si la pendeja me sale quilombera, la voy a estrolar contra la pared’, (p. 84)
xxiv. ¿por qué no + -? Fórmula que invita a realizar la acción que se indica a continuación
‘¿Por qué no me acariciás gentilmente la chota?’ Constituye la base de los insultos de
invitación que Barthes cataloga como “condicionales” por distinguirlos de otros, como ‘Andá
a lavarte el orto’, donde no hay tal condición. Posición de la que disiente Kovacci por
entender a estos últimos como una mera orden, llamándolos, así, “insultos de mandato” (p.
163)
Como resultado de las construcciones sintácticas en las que suelen aparecer los insultos, son
muy habituales distintos procesos de conversión categorial, que suponen la creación de una
nueva palabra a partir del cambio de categoría léxica, sin agregado de morfología. Uno de los
procedimientos más productivos es el que da lugar a nuevos nombres a partir de adjetivos, lo
que supone la caracterización de una clase a partir de una propiedad saliente. Es decir, un
adjetivo que originalmente sirve para calificar personas o sus comportamientos se convierte en
un nuevo nombre, al utilizarse para designar a una clase de personas que comparten esa
característica. Así, se registra en PeqL, por ejemplo, que la misma palabra conventillero puede
ser usada como adjetivo (xxv) y como nombre (xxvi):
xxv. ‘Hablá un poco más bajo, no seas conventillero, esto es una biblioteca pública’
xxvi. ‘no le cuentes nada que después va y se lo chimenta a todo el mundo, es un conventillero’
(p. 66)
Esos casos ilustran el hecho de que, en términos de Bosque, “Las clases no son meros
conjuntos de propiedades, sino etiquetas denominativas que tienen sentido cuando se
considera, por razones sumamente variadas, que esas propiedades identifican un tipo de
persona o de objeto aislable por el hecho de poseerlas” (8). Otros casos semejantes de
adjetivos usados como nombres, todos de PeqL, son amargo, culón, gil, guarango, imberbe,
lelo, loca, opa, vago, vivo. Una mención aparte merecen las constantes reconversiones de
gentilicios o adjetivos relativos a raza, nacionalidad, religión, etc. (comparar el uso sustantivo
de xxvii con el adjetivo de xiii):
xxvii. “No te juntes con esos negritos” (“Guía para padres”, p. 241)
xxviii. “No sé cómo pude aguantarlo a ese gallego bruto en el almacén”
xxix. “Tenía ganas de decirle: ‘Tano de mierda, aprendé a hablar castellano’” (“Guía para
padres”, p. 242)
También se encuentran en PeqL instancias del proceso contrario al que acabamos de describir,
es decir, nombres que se ven reconvertidos en adjetivos. Entre otros muchos ejemplos de este
procedimiento, en PeqL se cuentan burro, banana, caballo, cabeza, forro, grasa, lechuza,
madera, papafrita, pescado, rata, ratón, zanahoria. Se trata originalmente de nombres con un
significado variado (aunque abundan los referidos a animales, plantas o comidas) que pueden
usarse con significados metafóricos insultantes (como en xxx, un contexto puramente nominal),
para devenir con toda facilidad adjetivos en usos como los de (xxxi-xxxii):
xxx. Sos un nabo/ forro/ zanahoria.
xxxi. ‘Es tan nabo que todavía no se dio cuenta que este es un diccionario de insultos’ (p. 141)
xxxii. ‘vas a ver que voy a empezar a tener clientes mucho menos ratones’ (p.174)
Otro tipo de conversión categorial productivo en el español general, y que está muy bien
representado en PeqL, es el que da lugar a adjetivos a partir de participios verbales, como en
los siguientes casos (véase también abombado, aburguesado, achanchado, afeminado,
agarrado, agrandado, baqueteado, cortado, negado, quemado, sacado, tocado):
xxxiii. ‘Ese pendejo está tan limado que se inyecta hasta café con leche’ (p.118)
xxxiv. ‘¿Qué te hacés el que invitás, si estás más tirado que calzón de puta’ (p. 196)
Por último, si bien los vocabularios especializados tienden a reflejar centralmente palabras que
corresponden a clases léxicas /verbos, nombres, adjetivos, adverbios), en PeqL encontramos
también algunas expresiones que cumplen funciones puramente gramaticales. Es el caso de
unidades complejas gramaticalizadas que funcionan en la sintaxis como cuantificadores
nominales que deben (o pueden) combinarse con insultos, como manga de, flor de y pedazo
de, como se puede ver en las respectivas definiciones:
xxxvii. manga. f. Grupo de personas unidas por una condición despreciable. El insulto se
construye con de + s plural ‘manga de soretes’, ‘manga de hijos de puta’, ‘manga de
trolos’. (p. 127)
xxxviii. flor de - + s. Construcción con la que se pondera la importancia de lo nombrado por el
s. o la intensidad de la cualidad a la que se alude. Ú. acompañado de insultos para
reforzar la afrenta ‘flor de pavito’, ‘flor de mina’, ‘flor de pija’, pero tb ‘flor de nabo’, ‘flor de
boludo’, ‘flor de hijo de puta’. (p. 90)
xxxix. pedazo 2. [...] - de - s. Construcción que subraya la importancia de lo designado por el
nombre o la intensidad de la cualidad a la que se refiere ‘pedazo de animal’, ‘pedazo de
bestia’, ‘pedazo de pelotudo’, ‘pedazo de hijo de puta’, etc. (p. 156)
Con una función gramatical distinta, se registra las tarlipes, sobre la cual se anota la posibilidad
de usarla como marcador de modalidad de significado negativo enfático.
xl. tarlipes. f. pop.pl. [...] Colocado al final de una afirmación o una proposición niega a estas
convirtiéndolas en negaciones categóricas y volviendo la frase insulto ofensivo ‘Ah, así
que ahora querés que te pague el arreglo del auto... ¡las tarlipes! (p. 193)
La ambigüedad señalada aquí (la capacidad liberadora del insulto vs. su potencial destructivo)
se percibe en todo PeqL. En algunos pasajes del diccionario se advierte una clara distancia,
cargada de ironía, con la ideología puesta en juego al insultar, como en la “Guía para padres”
destinada a “adoctrinar al infante en el insulto”, que presenta todo el abanico de prejuicios
nacionales, raciales, religiosos o sexuales al que, como sociedad, estamos habituados. En
otros pasajes, en cambio, se advierte un regodeo feliz en la función liberadora del insulto, como
en los ejemplos de uso, que juegan alternativamente con lo verosímil y con lo hiperbólico, al
ilustrar la virulencia que puede alcanzar un insulto.
En ambas versiones de esa ambigüedad, se respeta una de las premisas del credo de la
Barcelona: desdeñar las mentiras y las cortesías y, en particular, poner en cuestión la versión
edulcorada y amable de nuestra realidad nacional, los lugares comunes autocomplacientes,
como la existencia de un armónico “crisol de razas” en la conformación de la nación / el Estado
argentino (10).
En la misma línea, una lectura, aun superficial, de la Barcelona, muestra que entre sus blancos
preferidos se encuentran la corrección política y (palo y astilla) la corrección lingüística.
Entendidas ambas como mero gesto mentiroso o hipócrita, detrás del cual no hay sustento
ideológico alguno, solo el puro vacío del lugar común automático. Ejemplos explícitos de los
disparos por elevación contra la corrección lingüística son los siguientes títulos:
Que va’cer
Confirman que las expresiones “afro”, “pueblo originario” y “persona con otras capacidades” no
han modificado la situación de negros, indios y mogólicos (titular de tapa, no. 125, 4 de enero
de 2008)
Olla de teflón: los golpeadores de ollas y sartenes no serían “garcas” ni “imbéciles”, sino
“personas con capacidades de análisis político diferentes” (no. 137, 20 de junio de 2008)
Se pone en juego aquí una verdadera pugna por los significantes y los significados. Que los
nombres que les damos a las cosas no son triviales e involucran ideología lo sabemos todos;
ahora bien –retruca Barcelona-, los nombres tampoco cambian por sí mismos las realidades.
La discriminación, la pobreza, la injusticia o la violencia social son males que existen más allá
de las palabras que usemos para nombrarlos. Caer en la trampa de la corrección lingüística,
advierte la revista, solo nos conduciría a un lenguaje homogeneizador, lavado, plano, sin
rispideces, como las categorías “naturales” del tipo la gente (o su equivalente implícito en dicen
/ temen que) que los grandes medios buscan instaurar. Frente a la corrección lingüística, se
agiganta el papel de los insultos (viscerales, afectivos, cargados de peso y de dimensiones),
hasta transformarlos en un verdadero escudo que nos protege de esa trampa.
Notemos, entonces, que la advertencia de Joan Marí Carbonell i Figueres respecto de las dos
caras de los insultos encuentra un correlato en el humor que propone la Barcelona, que
generalmente atañe a temas álgidos de la realidad nacional. La revisa propone reírnos de las
locuras, falencias o deudas que tenemos como sociedad y que son motivo de dolor: si
fuéramos un país más justo, más equitativo, más tolerante, menos violento (para retomar las
palabras del prólogo) tendríamos menos de lo que reírnos. Como contrapartida, la risa (igual
que el insulto) es, ciertamente, liberadora. Y (esto es central en la ideología de la revista) se
asume que el humor nunca agrava el dolor: a lo sumo, puede aliviarlo. En ese punto la
Barcelona es impiadosa inclusive con sus lectores, a los que exige un distanciamiento afectivo
respecto del discurso. El conflicto generado se percibió durante años en las cartas de lectores
(sección que fue tomando creciente importancia en la revista): número tras número se
encontraban mensajes que anunciaban “A mí me gustaba la revista y los compraba siempre,
pero la última vez se zarparon. No se pueden reír de los mogólicos/ la pedofilia / las violaciones
/ los desaparecidos / la pobreza...”. A menudo, ese planteo general venía reforzado por alguna
anécdota personal (“tengo un sobrino mogólico”, “a mi hermana la violaron...”), que funcionaba
como argumento secundario. Una y otra vez, palabras más, palabras menos, la respuesta que
daba la revista a este tipo de planteo era la misma: ¿el problema es la pedofilia / el mongolismo
/ las violaciones / los desaparecidos / la pobreza o los chistes sobre el tema? La continua
repetición del mismo argumento, parece, no disuadía a otros lectores de formular el mismo
reproche, casi con las mismas palabras (10).
En suma, la respuesta implícita de la Barcelona a la pregunta “¿Se puede hacer chistes con un
tema álgido?” (o su variante 6 7 8: “¿Hay límites para el humor?”) es un sí gigante: se puede,
no hay límites y nunca será la risa lo que empeore los síntomas, sino, más bien, la sarta de
mentiras solemnes, los vestidos elegantes que nunca pueden ocultar el olor a podredumbre (se
entienda como corrupción o como injusticia) o, más llanamente, el olor a la verdad. Las
palabras de otro catalán vienen a cuento: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es
remedio”... que no quiere decir, por cierto, que no tratemos de cambiar la realidad, pero sí que
construir algo sobre la base de mentiras es como hacerlo sobre arenas movedizas: garantía
segura de fracaso.
A través del humor o de los insultos, en resumen, la Barcelona (y también PeqL) apuesta por
luchar contra el sentido común y los consabidos lugares comunes y, allí donde los grandes
medios achatan, realizar el movimiento contrario: complejizar la perspectiva sobre la realidad y
sobre los discursos para otorgarles peso y dimensión y así cuestionarlos.
De este modo, la Barcelona propone una carcajada carnavalesca (en el sentido bajtiniano), que
pretende desenmascarar el país que nos duele, que nos gustaría cambiar y del que a menudo
quisiéramos huir (a esa utopía mal entendida llamada Barcelona o a cualquier otro paraíso
privado). País pacato, caretón, más preocupado por las formas que por el contenido. País
psicopatero de tipos que tiran la piedra y esconden el puño, donde las causas se desgajan de
las consecuencias. País simplificador, donde las cosas se ponen en blanco o negro, sin
variantes de matices o colores.
En esa identificación del país que nos duele (pero del que -y esto es central- formamos parte),
en ese “poner el dedo en la llaga”, es que Barcelona consigue sus mejores logros. Si bien se
ha reivindicado como una revista de análisis político (11), el posicionamiento y la actitud que
exige a sus lectores revelan una búsqueda que coquetea con el arte y que sintoniza con el
trabajo lingüístico-político-estilístico que subyace a los personajes de Peter Capusotto o a las
canciones de Leo Masliah más que con cualquier otra publicación periodística presente. Al
igual que Capusotto o Masliah, la Barcelona elude la complicidad lineal con el lector, para
adentrarse en aguas más farragosas, en las que el lector/ espectador/ oyente se siente
involucrado (aunque sea parcialmente) con el costado oscuro de las cosas. La posición que
adopta no es, así, la mera denuncia o el señalamiento de los errores y defectos ajenos, sino
una autocrítica lúcida y feroz (y por lo tanto incómoda) sobre esa entidad tan poco fiable a la
que solemos llamar “nosotros mismos”.
Notas
(1) Véanse, por ejemplo, sus comentarios en http://www.youtube.com/watch?v=mcYqfk1Kfo0.
(2) Estrasnoy crea, así, un contrasentido que no todos los espectadores fueron capaces de captar; basta
leer los comentarios a los videos con ese sketch subidos al sitio Youtube (véase, por ejemplo,
http://www.youtube.com/watch?v=U3cBmbSAm-I).
(3) Este uso casi excluyente del sufijo verbalizador –ear (aunque hay algún ejemplo con –ar, como ortivar)
y de los circunfijos revela la ausencia de otros sufijos que son muy productivos en el léxico común, como
–izar o –ificar, que se adjuntan también a adjetivos o nombres con un significado semejante (véanse, por
ejemplo, los neologismos dolarizar, ficcionalizar, pesificar).
(4) Una comparación con los recursos utilizados en la formación de palabras del español estándar
muestra que en PeqL no aparece ninguna instancia de nominalización en –ción o –miento, pese a que
ambos procesos son muy productivos y dan lugar a numerosos neologismos (pesificación,
desabastecimiento). Tampoco hay un registro sistemático de formas en –idad o –ez, ya que la forma
productiva se presupone: así, se encuentra hijaputez o pelotudez, pero no imbecilidad, idiotez o boludez
(que se registra, sin embargo, bajo la entrada boludo). Algo semejante sugiere la ausencia de nombres en
–ismo, como menemismo, uranismo, menefreguismo, petardismo, pese a que se encuentran las
correspondientes formas en –ista.
(5) El adverbio es siempre mal; si bien se registran en la lengua general el mismo tipo de compuestos
formados por bien (e.g., bienpensante, bienaventurado), por razones obvias estos no forman parte de los
compuestos que constituyen insultos y que interesan a PeqL.
(6) En cambio, entre los prefijos no apreciativos, solo aparecen los que suponen algún significado
negativo, como anti–, y, principalmente, des– o in– aplicados a adjetivos (ver Costa 2000): antichorro,
desubicado, desagradable, descontrolado, desabrido, insufrible,imberbe, impotente, inaguantable,
intolerable, inútil. Están ausentes los que carecen de significado negativo o apreciativo (cfr. Varela &
García 1999 para un panorama completo).
(7) Cfr., por ejemplo, el capítulo sobre composición de Francisco Val Álvaro en la Gramática Descriptiva
de la Lengua Española.
(8) Cita extraída de Las categorías gramaticales (1990, p. 109).
(9) Con ideología estilística pienso en las constantes chanzas con el lugar de Clarín como “enemigo del
idioma castellano” (véase el aviso fúnebre de la RAE en el número 169, del 11/09/2009), así como la
paródica utilización de expresiones propias del periodismo más degradado, como “Ahora dicen que...”,
“Temen...”, “El drama de...” o el uso extensivo del condicional (“Habrían iniciado...”).
(10) Uso el pasado en esta descripción porque, a mi modo de ver, en los últimos tiempos se advierte una
disminución de esa tendencia al reproche.
(11) Véase las declaraciones de su director, Pablo Marchetti, en el programa 6 7 8 el 04/08/2010.
Referencias bibliográficas
Bosque, I. (1990) Las categorías gramaticales. Relaciones y diferencias. Madrid: Síntesis.
[PeqL] Puto el que lee. Buenos Aires: Barcelona, 2006.
Val Alvaro, J.F. (1999) “La composición”, en: Bosque, I. & V. Demonte (eds.) Gramática
Descriptiva de la Lengua Española. Madrid: Espasa, tomo 3, capítulo 73, 4757-4841.
Varela, S. & J. García (1999) “La prefijación”, en: Bosque, I. & V. Demonte (eds.) Gramática
descriptiva de la lengua española. Madrid: Espasa, tomo 3, capítulo 76, 4992-5039.