El Miedo Liquido en Zygmunt Bauman

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El miedo liquido en Zygmunt Bauman

En su libro el Miedo liquido, Z. Bauman re-examina la idea aristotélica sobre el miedo, pero tiene en
cuenta la distinción entre estímulo y respuesta simbólico-cultural; en efecto, Bauman sostiene la
idea que, a diferencia de los seres vivos (que sienten miedo como una especie de impulso que los
ayuda hacia la huida en contextos amenazantes), el hombre tiene la posibilidad de sentir un miedo
diferente, dicho de otra forma, un miedo en segundo grado, según palabras del autor ,“reciclado
social y culturalmente”. El “miedo” se hace más profundo cuando es disperso, poco claro y no
puede ser identificado a objeto o lugar concreto (Bauman, 2007: 10).

Los seres humanos intentamos por todos los medios reducir las consecuencias indeseables de los
eventos, transformando los miedos en riesgos. Los riesgos tienen la característica de ser
calculables –a diferencia de los temores incalculables que no sólo son imprevistos sino también
incontrolables–; así, la certeza centra su ámbito de acción dentro de los “peligros visibles”. Lo
cierto, como señala Bauman, es que ninguna catástrofe es tan dura o siniestra como aquella que
se piensa imposible. Cuando la “civilización” cae, adviene el estado de naturaleza en donde (según
la idea hobbesiana) los hombres se matan unos a otros en lucha por los mismos recursos. Esa vida
organizada y civilizada se nos presenta en forma de una lámina, más allá de ella se encuentra el
desorden y la barbarie. En el “síndrome Titanic” dice Bauman, explica gran parte de la paradoja
humana que se vive en la modernidad líquida. El Titanic, como lujoso transatlántico, representa el
orden civilizatorio mientras que el iceberg en su estado natural y oculto recuerda a la humanidad su
propia vulnerabilidad. En realidad, no es la historia de Titanic tan extraordinaria como para tener
que ser rememorada por sobre otras tragedias, mas sí ha sido repentina y por ese motivo
impactante.

Básicamente, en Bauman es claro que no sólo cada sociedad e individuo dentro de ella
experimenta sus propios temores, sino que además existen miedos universales comunes a la
mayoría de las sociedades occidentales. No obstante, debido al egoísmo y a la progresiva
desvinculación social, cada uno de estos temores es tratado por cada uno de una manera
individual. En su capítulo segundo, “el terror a la muerte”, el autor explica por medio de un ejemplo
televisivo, como es “el gran hermano”, el vínculo entre el hombre y la muerte. Aun cuando temida
por todos, ésta (como la expulsión de la casa) es inevitable. El mensaje de estos programas
televisivos es claro a grandes rasgos, demostrar la debilidad humana en forma pública y su
posterior “exterminio”; en efecto, todos menos uno –el elegido– irán siendo paulatinamente
degradados o proclamados los “más débiles” y, en consecuencia, serán condenados a ser
“eliminados”. La supervivencia le pertenece sólo a uno mientras la condena a la mayoría. Una vez
tomada la decisión, el participante admite y hasta justifica su supuesta debilidad ante la
incuestionable voluntad del público. Estas escenificaciones televisivas funcionan según Bauman
como verdaderos “cuentos morales” en los cuales el castigo y la recompensa pasan a ser la norma
a la vez que los vínculos entre virtud y pecado se debilitan. El contenido de estas narraciones nos
lleva a suponer que los “golpes en la vida” son algo aleatorio y no siempre tienen una explicación
detrás. Los hombres poco pueden hacer para detener el porvenir y el destino. Podríamos,
entonces, afirmar que los reality shows son mitológicamente escatológicos.

De todos los animales en la tierra, sólo el hombre teme a la muerte. Este temor no sólo es innato,
además sugiere la idea de una conciencia que busca conocer. La muerte es, precisamente,
incognoscible por naturaleza y por ende temida. De las cosas que no se conocen, la muerte será,
es y fue la menos conocida. La propia cultura es un artefacto que ayuda a los hombres a vivir con
la conciencia de la propia mortalidad. Su presencia indudablemente moldea los comportamientos
humanos en el mundo profano. El “pecado original”, “la redención” y posterior “salvación” son
puntos importantes de la vida en sociedad. Cada hombre mortal puede y elige vivir su vida en la
tierra con miras a un “más allá” en donde sus acciones serán premiadas o castigadas. En
concordancia con Beck, Bauman considera que la modernidad (liquida) es la responsable del
estado continúo de temor. La sociedad liquida de consumidores se caracteriza por una estrategia
que consiste en marginar y menospreciar todas aquellas cosas que tienen una duración longeva.
De esta manera, se busca inevitablemente devaluar parte de las experiencias que conforman la
inmortalidad. En otras palabras, la preocupación por lo eterno debe ser olvidada pasando de lo
duradero a lo transitorio. En la deconstrucción de la muerte, la humanidad la despoja finalmente de
su carácter tremendo y trágico; en este proceso, se intensifica el volumen de terror hacia la misma
debido a que aumenta su potencia de destrucción. Por el contrario, existe un segundo proceso
(que es complementario) al cual el autor llama la banalización de la muerte, en el cual se trae a la
vida diaria la experiencia de la muerte transformando a la misma en un ensayo rutinario en el que
se muere todos los días. En realidad el miedo a la muerte en un segundo grado, es el miedo a ser
excluido, al quiebre de la relación, a ser dejado o abandonado. Si la comunidad mantiene
inalterable la idea de inmortalidad por medio del refuerzo de los lazos sociales considerando a la
muerte como inevitable y única, la fragmentación vincular y la irrupción del individualismo sugiere la
idea de una cotidianización de la muerte en la vida diaria con la obsesión de hacerla evitable.

Los seres humanos tienden a temer aquellas consecuencias negativas de sus actos, pero no sólo
eso, además se horrorizan ante ciertos hechos catastróficos o desastres imprevistos. La
concepción del mal funcionaría como una especie de explicación racional por la cual el hombre
comprende la voluntad divina y se presenta responsable moralmente; por lo general, la avaricia, el
egoísmo y la corrupción de las costumbres humanas justifican y explican las grandes catástrofes
producidas por el azar. En el fondo, el punto central en el temor humano al mal no radica sobre su
acción, sino sobre el poder que éste ejerce sobre el ser humano. Las relaciones humanas se han
convertido en lugares prolíficos de ansiedad agravada por la búsqueda constante de nuevos
vínculos superficiales. A su vez, los miedos postmodernos pueden clasificarse en tres tipos: los
propios de la naturaleza, las amenazas contra los puntos débiles de nuestro cuerpo y por último los
peligros que emanan de otras personas.

Citando a R. Castels, y en concordancia también con Beck, Bauman sugiere que la creciente
sensación de inseguridad no procede de la escasez de protección sino de su falta de claridad en lo
que respecta a la proyección; la motivación malévola se convierte en la contracara de nuestra
propia imposibilidad de realizar lazos duraderos y condicionados por un mercado de consumo cada
vez más impersonal. Los miedos han acompañado a los hombres en toda su historia, pero es en la
modernidad líquida cuando son netamente comercializables e intercambiables por mercancías.
Estas fuerzas sociales se ubican por sobre los Estados dejándolos impotentes en la protección de
sus propios ciudadanos; por otro lado, es la misma competencia del mercado el factor que
desencadena la posterior desconfianza y falta de solidaridad entre los hombres. Esta no conexión
deriva en un sentimiento paranoico de supuesta agresión. La imprevisibilidad no se afronta en
comunidad sino por separado, lo cual obviamente la hace más rentable.

En definitivas cuentas el tratamiento de Bauman con respecto al miedo líquido versa acerca de los
siguientes puntos principales: a) la modernidad tecnológica reduce la capacidad de respuesta
moral frente a las acciones; b) tememos aquello que no podemos manejar y excede nuestro
conocimiento, como es el caso de la globalización; c) los riesgos tienden a disminuir cuando
espacialmente más cerca se encuentran de los hombres, a la vez que las incertidumbres aumentan
a medida que aumenta la lejanía; d) el fin de las profecías anuncia un colapso real y e) los miedos
globales o producto de la globalización negativa tienen estrecha relación con la lógica (líquida) de
mercado y disminución de la confianza en los lazos sociales. De resumir los alcances y la
contribución del autor al tema en estudio, sin lugar a dudas es la identificación de las propias
acciones en el otro. Al estar inmersos en un mercado que promueve la competencia individual en
detrimento de los valores sociales, los hombres no sólo temen las acciones de otros hombres, sino
que se sienten indefensos ante los estímulos de un mundo cada vez más impredecible; hecho este
último que potencia el miedo en forma global. Luego de aclarado los aspectos principales de la
obra de Bauman sobre los miedos, cabe destacar ciertos puntos en lo que respecta a su desarrollo
metodológico. En primera instancia, no queda del todo claro cómo es que el mercado capitalista
moderno genera un debilitamiento en los lazos sociales y, en una segunda, cómo es que ese
debilitamiento compromete las defensas sociales frente a las amenazas del medio exterior o de su
propio imaginario.
En un trabajo de reciente publicación, Bauman (2009) retoma el tema del mercado y sus
implicancias en la responsabilidad y la angustia que siente el consumidor una vez que fue tomada
su decisión. En efecto, la tesis central del filósofo apunta a que una de las angustias que aqueja a
los jóvenes no es el exceso de realidad por coacción jerárquica –como hace unas décadas– sino la
abundancia de ofertas y la libertad del mercado de consumo. El temor a seguir o aceptar una mala
decisión tiene un gran peso en la mentalidad del consumidor moderno. Desde esta perspectiva,
Bauman enfatiza que “el principio de realidad parece ser culpable antes de poder demostrar lo
contrario” (Bauman, 2009: 8). Este estado de perpetua emergencia se encuentra constantemente
orientado a la novedad. Lo novedoso, en un mundo caracterizado por la liquidez, la fragmentación
social y la dinámica, parece lo suficientemente irritante como para ser olvidado.

En revisión al trabajo de Bauman, la socióloga australiana Keith Tester considera que lo novedoso
en el mundo moderno es un producto de la relación dialéctica entre el principio freudiano de
realidad y el placer. En este sentido, el proceso de globalización ha generado un momento de
colapso o de interregnum en donde las grandes masas han sido desposeídas de sus sistemas de
ideas y creencias; precisamente este estadio de crisis consiste en que “el viejo orden” yace
moribundo mientras el “nuevo” aún no ha nacido. En este contexto, surgen 5 síntomas
característicos que son: liberación del placer, la depresión, la obsesión, la colección y por último la
infantilización. Tester ve en los deportes extremos y otras prácticas una propensión a valorar más
la gratificación del placer que en evaluar los riesgos de supervivencia; asimismo, la depresión tan
característica del mundo occidental, resulta de la brecha que surge entre la cognición y el mundo
externo (Tester, 2009:24).

En efecto, “el principio de realidad” de los modernos ha sido derrumbado y no se ha creado una
imagen de reemplazo. Siguiendo esta misma línea de razonamiento, la autora sugiere que la
obsesión representa un intento más o menos desesperado de encontrar algo/alguien en donde la
identificación pueda ser posible. Este síntoma se encuentra vinculado a otro fenómeno subyacente
que es la alienación (Tester, 2009:25). Para el cuarto síntoma –la colección– Tester afirma “que
todo puede ser coleccionable desde una relación sentimental hasta un juguete” lo cual deriva en
una imposibilidad en ver la realidad y la relación con los otros como un referente externo al sujeto.
La necesidad de colección lleva a cosificar y a desdibujar las fronteras entre el placer y el principio
de realidad. Por último, la infantilización permite reproducir las estructuras del “nuevo capitalismo” e
invertir la lógica “del ethos protestante” weberiano basado inicialmente en el trabajo y el sacrificio.
La infantilización no sólo opera “desde el consumo impetuoso” caracterizándose por su falta de
responsabilidad sino que sustituye “lo duro” por lo “fácil” (Tester, 2009: 26). Este interesante
abordaje de K. Tester permite comprender la relación que existe entre el mercado “moderno” y la
novedad como aspecto principal del consumo. La constante necesidad por “lo nuevo” y la falta de
responsabilidad en las decisiones generan situaciones liminares en donde siguiendo al
existencialismo clásico subyacen la angustia y la alienación, puntos que serán abordados en las
siguientes secciones.

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