Lo Inclasificable
Lo Inclasificable
Lo Inclasificable
La cuestión diagnóstica
Me propongo servirme de El hombre de los lobos, no solo para trabajar su síntoma y soluciones
singulares, tal como haré a continuación, sino también para intentar formalizar, a partir de él, un
sintagma para la psicosis ordinaria. Esta idea se precipita luego de haber trabajado 13 clases sobre
El Hombre de los Lobos de J.–A. Miller.
Las diferentes investiduras libidinales del paciente freudiano nos llevan a bordear las estructuras
clínicas: neurosis, perversión y psicosis. Él ha sido la última presentación clínica exhaustiva que
encontramos en la obra de Freud. Allí se pone en tensión la elaboración teórica de la neurosis
infantil, el nominalismo de lo singular del caso y lo real de la estructura, lo cual podemos
entenderlo como un legado freudiano en la última enseñanza de Lacan, ya que a Freud la clínica,
en este caso, se le torna continuista, gradual y de difícil clasificación.
Podemos decir que el Hombre de los Lobos fue el primer inclasificable en la historia del
psicoanálisis. A tal punto, que las 13 clases dictadas en 1988 por J.–A. Miller fueron anteriores y, a
mi entender, uno de los puntapiés iniciales de las publicaciones Los inclasificables de la clínica
psicoanalítica (Conversaciones de Anger y Arcachón, 1996–1997) y La psicosis
ordinaria (Conversación de Antibes, 1998). Aunque el encuentro inaugural de esta serie que
concluye con el programa de trabajo psicosis ordinaria fue el estudio en la Sección Clínica de París
alrededor de 1981 en torno a las psicosis no desencadenadas.
La forclusión del Nombre del Padre produce en lo imaginario un efecto en dos tiempos. El primer
efecto, que vamos a llamar necesario, es la elisión del falo; y el segundo, que denominaremos
contingente, es la vía de la resolución elegida por el sujeto para resolver dicha elisión. J.–A. Miller
subraya en 13 clases sobre el Hombre de los Lobos que Lacan parece relativizar la relación de
causalidad directa entre forclusión del Padre y elisión del falo, P0– Φ0. La pregunta que atraviesa
el texto es si esos fenómenos de orden psicótico pueden situarse en una línea causal
independiente –o relativamente independiente– de la forclusión del Nombre del Padre.
Podemos introducir una hipótesis central: este texto lo ubicamos como un antecedente de lo que
será el programa de investigación Psicosis ordinaria en lo que respecta a la introducción de una
complicación en lo que concierne a P0 y Φ0. Es a partir de este desplazamiento de nuestro
concepto de psicosis que intentaré plantear un sintagma para la psicosis ordinaria.
Miller comienza a introducir una particularidadque me parece central para nuestra clínica actual,
no sólo en lo que concierne al quehacer del analista con las psicosis. Me refiero a aquellos casos
donde hay padre, por tal razón se los piensa como neuróticos, pero que existen fenómenos que se
producen a causa de Φ0. Sujetos en los cuales aún no se han precipitado las consecuencias de la
operatoria del Nombre del Padre, nos confrontan ante una clínica del lado de los trastornos del
goce más que de las sorpresas del inconsciente. Es de importancia destacar, que la bedeutung del
falo tiene, por consiguiente, un poder de localización y limitación del goce: éste se concentra en el
significante del falo y en el órgano; está casi perdido para el resto del cuerpo. Por ello, ante la
deflación del falo y en consecuencia una relación lábil con el inconsciente, tenemos
presentaciones clínicas del lado de la deslocalización del goce, como ser anorexias, bulimias,
adicciones, acciones desarticuladas del inconsciente, entre otras. Podemos precipitar el siguiente
sintagma para las neurosis extraordinarias: P y Φ0. Miller lo esboza, al cuestionar la linealidad
causal entre P y Φ, pero no lo desarrolla.
Una clínica diferencial no es simplemente etiquetar los casos. Esta clínica solo tiene interés
articulada a una causalidad diferencial que la soporte. "En la clínica hay un momento nominalista,
es ese en el que recibimos al paciente en su singularidad, sin compararlo con nadie, como lo
inclasificable por excelencia. Pero hay un segundo momento, el momento estructuralista, en que
lo referimos al tipo de síntomas (particular) y a la existencia de la estructura (universal agujereado
porque la estructura es no–toda)".[2] En el intersticio de estas dos categorías es donde se
posiciona el analista.
La complicación de la cuestión diagnóstica se debe, al menos, a dos razones. Por un lado, ante la
caída del padre en lo social y su impacto en la subjetividad, como en la constitución del sujeto,
conlleva una proliferación de psicosis ordinarias y neurosis extraordinarias. La división tajante que
se sostenía en la era victoriana, ya no es tal. Por otro lado, debemos considerar desde dónde y
cómo se leen las presentaciones clínicas cuando no son del lado de un síntoma en las neurosis ni
del lado de la invasión de goce en las psicosis. Esto es una de las razones por lo que El Hombre de
los Lobos tiene aún vigencia y no cesa de transmitir enseña.
Al tomar el trabajo de Freud sobre El Hombre de los Lobos no encontramos una invasión libidinal
que haga estallar los límites de su cuerpo, al modo de una psicosis extraordinaria. Por ello, este
caso pone en tensión la causalidad lineal entre P0 y Φ0.
Ya he introducido el par P y Φ0, que daría cuenta de las neurosis extraordinarias, ¿qué podemos
decir de las psicosis ordinarias? La psicosis ordinaria, no es una formación estable como la
neurosis, constituye un "fondo de pantalla" que se presenta en la clínica a través de pequeños
fenómenos de cuerpo, de identificaciones rígidas que dan cuenta de "desórdenes provocados en
la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto".[3] Los cuales son índice de que lo
simbólico no impuso su orden, jerarquía, estructura que estabilizaría al mundo imaginario
movedizo del sujeto.
Siguiendo este derrotero lógico, podemos introducir, a modo de hipótesis, el sintagma de psicosis
ordinaria: Po y Φ. Desde esta perspectiva, supone otra manera de entender las psicosis y sus
abrochamientos. Este sintagma, en el Hombre de los Lobos, lo podemos ubicar en su imagen
narcisista[4]. Podemos preguntarnos si lo que Miller denomina "Imaginarización fálica" en El
Hombre de los Lobos no sólo tiene valor de enganche que suple la significación fálica sino también
es índice de una modalidad de psicosis con semblante de Φ. Lo que nos permite introducir un
sintagma para las psicosis ordinarias, P0 y Φ.
Introducción
Luego de casi ya 100 años de su publicación, mucho se ha dicho sobre este caso controversial. El
interés de este trabajo es hacer hincapié en aquellos detalles que han llevado a varios autores de
nuestro campo freudiano, como fuera de él, a realizar formalizaciones clínicas bien contrapuestas
unas de otras. En este recorrido recién iniciado, el lector ya está advertido de que El Hombre de
los Lobos es una psicosis ordinaria, lo que sigue a continuación es el camino del cual he extraído
un saldo de saber que me ha llevado a precipitar esta lectura del caso y formalizar un sintagma
para la psicosis ordinaria.
Como punto de partida de este trayecto, me parece interesante ubicar cómo podemos pensar el
síntoma en las psicosis. El síntoma es lo real que irrumpe bajo la forma de "cadena fragmentada",
tal como lo plantea en Una cuestión preliminar…. Entonces, lo rechazado, forcluído desde lo
simbólico, vuelve como goce en lo real, en modalidades diversas –voces, alucinaciones, delirios–
imponiendo una discontinuidad radical en la articulación de la cadena.
Lacan el 16 de marzo de 1976 afirma todavía que si la forclusión puede resultar útil es en
correlación con el Nombre del Padre, aunque este demuestre ser "a fin de cuentas algo ligero"[5].
De este modo, hay una estructura unificada de las psicosis con polos entre los cuales se producirán
las maniobras posibles del psicótico sobre la invasión de goce. Intentará armar artificios de aquello
que no se produjo por estructura, el cifrado de goce del inconsciente. Por tal razón,
el sinthoma tiene su importancia en las psicosis pues, como sabemos, no cuenta con la operación
de la castración que instaura una barrera al goce. El sujeto no puede apoyarse ni sobre el NP ni
sobre la función fálica para construirlo, por tal razón, la localización de goce exige una
intervención completamente singular.
El joven Serguei Pankejeff de procedencia rusa, rico hasta la revolución de 1917, antes de llegar a
Freud había tenido diagnósticos contrapuestos entre sí. En sus palabras: "el síntoma principal de
mi estado había sido la carencia de relaciones y el vacío espiritual que ello me provocaba (…) la
vida me parecía vacía y todo se me había presentado como irreal, hasta el punto que las personas
se me aparecían como muñecos de cera".[6] Fue diagnosticado por Kraepelin de maníaco–
depresivo, quien luego confiesa, según el paciente, haber equivocado el diagnóstico; por Bleuler
de melancólico; y a los 21 años fue diagnosticado de neurastenia por el Profesor B. Es por medio
del Doctor D que llega a S. Freud.
Sus primeros encuentros con Freud fueron en Cottage Sanatorium. Es allí donde comienza su
análisis en Febrero de 1910, cuando tenía 23 años de edad, y lo finalizó en Julio de 1914. Freud
empezó a escribir el caso en Octubre de ese año y lo terminó a comienzos de Noviembre; sin
embargo, postergó su publicación hasta 1918. A diferencia de otros casos, este análisis se extiende
en el tiempo. Pankejeff realizó un segundo tratamiento con Freud entre Noviembre de 1919 y
Febrero de 1920. Luego de un episodio paranoico fue derivado por Freud a Ruth Mack Brunswick,
quien lo trató de Octubre de 1926 a Febrero de 1927. Como lo comprobamos en el texto El
hombre de los lobos por El hombre de los lobos se analizó prácticamente toda su vida, con varios
analistas. Luego de De la historia de una neurosis infantil, Freud no publicará más casos, sólo
indicaciones clínicas o pequeñas viñetas. A mi entender, Freud deja de formalizar exhaustivamente
casos clínicos paradigmáticos de cada tipo clínico –como ser Dora para la histeria, El hombre de las
Ratas para la obsesión, Schreber para la paranoia, etc.– debido a que se topa con lo inclasificable
en la praxis analítica.
El relato del caso está estructurado por Freud en torno al sueño de los lobos, la alucinación del
dedo cortado, el recuerdo encubridor del episodio de angustia frente a la mariposa amarilla. Freud
los interpreta en el sentido de la castración y reconstruye a partir de ellos la "historia" de la
neurosis infantil del sujeto. Desde esta lógica, Freud desprende de estas escenas del Hombre de
los Lobos, que la letra V o W juega un papel central. Freud la encuentra en la V del reloj que marca
la hora de la escena primaria, en la que luego caería en un estado depresivo; en el dibujo del
sueño que realiza 5 lobos; a los 5 años aparece la alucinación del dedo cortado; en el batir de las
alas de la mariposa, en la apertura de las piernas de las muchachas, o en las alas arrancadas de la
avispa (Wespe), que el Hombre de los Lobos pronuncia "Espe", castrándola de su W para
encontrar allí las iniciales de su nombre, S. P., arriesgándose a verla resurgir en los lobos (Wölfe), a
los que debe su nombre de goce. Freud lo piensa y lo trata como un neurótico, pero me parece
importante introducir en el debate aún vigente sobre este caso, que el escrito no lo construyó
como un historial, al modo de Dora o El hombre de las Ratas, sino que está forzado a demostrar a
Jung y Adler la existencia de las neurosis infantil como la predisposición de la neurosis adulta. De
hecho, al artículo lo nombra De la historia de una neurosis infantil. Es notable que no hable de la
novela familiar del Hombre de los Lobos sino de historia. Creo que allí quiere hacer énfasis en la
prehistoria de la neurosis, la neurosis infantil al punto de empujarlo a que recuerde lo que no es
posible recordarse, la escena primaria, la huella traumática. Recordemos que cuando escribe y
publica este artículo se encuentra en la segunda escansión de su obra, el levantamiento de las
resistencias, cuando ubica que todo lo inconsciente no es susceptible de devenir consciente
dándole a la fantasía el estatuto de traumático.
Freud atribuye al Hombre de los Lobos ciertos rasgos distintivos: una particular tenacidad de la
fijación, una fuerte inclinación a la ambivalencia y una aptitud para conservar investiduras
libidinales diversas y contradictorias unas junto a otras. En este trabajo me interesa introducir
algunos jirones de las diferentes lecturas que se han hecho del Hombre de los Lobos de Sigmund
Freud, Ruth Mack Brunswick, Muriel Gardiner, Jacques Lacan, Henry Rey–Flaud y Jacques–Alain
Miller. Estos autores nos permitan pensar a El Hombre de los Lobos tanto como una neurosis, un
perverso o un psicótico.
Corrientes libidinales contrapuestas, tres posibles respuestas: objeto del fantasma materno,
fetiche o falo materno.
Las diversas posiciones subjetivas presentes en el caso, punta del iceberg para elucidar la hipótesis
planteada, son las siguientes:
1– Verwerfung de la castración:
Tendencia más antigua.
Teoría anal de coito (no hay noción de no–pene).
2– Reconocimiento de la castración:
a) Resistir:
No castrado, como su padre.
Angustia al despertar del sueño de los lobos.
b) Ceder: ANAL
Posición femenina. (Noción de no–pene).
Identificación con la madre mediante el intestino:
Lacan se interesará especialmente en el pasaje De la historia de una neurosis infantil que dice: "…
la inicial toma de posición de nuestro paciente frente al problema de la castración. La desestimó y
se atuvo al punto de vista del comercio por el ano. Cuando dije que la desestimó, el significado
más inmediato de esta expresión es que no quiso saber nada de ella siguiendo el sentido de la
represión. Con ello, en verdad, no se había pronunciado ningún juicio sobre su existencia, pero era
como si ella no existiera".[7] Y también en otro pasaje en el cual Freud afirma: "Al final
subsistieron en él, lado a lado, dos corrientes opuestas, una de las cuales abominaba la castración,
mientras que la otra estaba pronta a aceptarla y a consolarse con la feminidad como sustituto. La
tercera corriente, más antigua y profunda, que simplemente había desestimado la castración, con
lo cual todavía no estaba en cuestión el juicio acerca de su realidad objetiva, seguía siendo sin
duda activable".[8]
A partir de este punto, Lacan realiza una operación que consiste en conectar la afirmación
freudiana referida al Hombre de los Lobos –"no quiso saber nada de ella en el sentido de la
represión"– con el texto La negación (1925), lo que le permite sentar las bases del diagnóstico
estructural a partir del mecanismo que los sujetos ponen en juego en relación a la
castración: Verwerfung (forclusión), Verleungung (renegación) o Verdrangung (represión).
Sin embargo, existen inconvenientes para ubicar la estructura subjetiva del Hombre de los Lobos
en el esquema I, ya que está pensado para un sujeto para el cual no hay significante del Nombre
del Padre, ni significación fálica. El Hombre de los Lobos no encaja en el esquema I por varios
motivos: en él lo forcluído pareciera estar en la castración y no el significante del Nombre del
Padre. En cuanto a la cuestión del padre, no hay existencia a nivel de lo simbólico en el Hombre de
los Lobos; al respecto Miller afirma que "el Nombre del Padre debe ser concebido como una causa
cuyo efecto está retenido".[11] Otra cuestión en relación al Esquema I es que "no hay elisión del
falo en el mismo sentido que en Schreber. (...) En el Hombre de los Lobos habría efectivamente
una relación con el falo, salvo que todos los signos de negación aplicados a éste provocarían una
desestabilización profunda".[12] En Schreber la significación fálica es reemplazada por la
significación de la muerte en el asesinato de almas, pero en otros sujetos psicóticos la solución
puede no ser la negación de la vida sino un "velo de la vida", identificación que conlleva una vida
deficitaria en obvia alusión al Hombre de los Lobos, señalando de este modo los diferentes
alcances que puede tomar ese desorden del sentimiento de la vida, que menciona Lacan en De
una cuestión preliminar…, nos hemos referido sobre esto en el apartado "La cuestión diagnóstica".
Por otra parte Miller advierte la dificultad de clasificación de este caso de la siguiente manera: "El
Hombre de los Lobos no es psicótico, porque no hay forclusión del Nombre del Padre, y al mismo
tiempo no es un neurótico como los otros, pues no existe uno para quien no valdría la función
fálica, es decir, no existe la excepción".[13] Miller no zanja la cuestión diagnóstica
estrepitosamente sino que mantiene una tensión entre P0– Φ y P – Φ0, que ya hemos despejado
en la introducción de este trabajo.
Para echar luz en este punto, me parece interesante ubicar las diferentes posiciones de los
analistas que han trabajado sobre El Hombre de los Lobos para luego precisar porqué sostenemos
que el sintagma en este caso refiere a P0– Φ.
Al decir de El Hombre de los Lobos, Freud nunca lo vio en un estado de depresión realmente
profunda tal como la que padecía cuando fue a ver a la Dra Ruth Mack Brunswick. Mack lo atendió
en dos períodos distintos: el primero de Octubre de 1926 a Febrero de 1927 y el segundo tramo de
análisis fue luego de dos años.
En el primer análisis presentaba una idea fija hipocondríaca: se lamentaba de ser víctima de un
daño irreparable en la nariz, allí aparecen las figuras del Otro del goce encarnada en los médicos. A
ese lugar advenía también su madre a quien acusaba de querer estafarlo. Para Mack el núcleo de
la nueva enfermedad consistía en un residuo no resuelto de su transferencia con Freud, el
paciente se hallaba completamente liberado de su fijación al padre. Esto último lo desarrollaremos
más adelante.
Muriel Gardiner quien fuera la impulsora para que El Hombre de los Lobos escriba sus Memorias
ubica que en el tiempo que lo conoció, entre el primer y segundo análisis con Ruth Mack
Brunswick hasta su muerte, no había observado signos o síntomas que pudieran considerarse
paranoides. Tanto el analista, a quien El Hombre de los Lobos vio cada tantos meses desde 1956,
como el que ha estado atendiéndolo más regularmente durante los últimos años han
diagnosticado su trastorno como una personalidad obsesivo–compulsiva. Gardiner se detiene en S.
Freud para localizar el diagnóstico: una neurosis obsesiva llegada a una curación incompleta.
H. Rey–Flaud en Como invento Freud el fetichismo… plantea un giro a cómo se viene pensando a El
Hombre de los Lobos: en la compulsión amorosa del paciente freudiano ubica un deseo perverso.
Algunas coordenadas que nos permiten circunscribir su planteo: al año de la escena primordial, la
observación del coito a tergo entre los padres, aparece la escena de seducción ante la criada que
se llama como su madre. Cuando la vio en el suelo lavando el piso, de rodillas, con las nalgas en
primer plano y la espalda horizontal, reencontró en ella la posición de la madre y la excitación
sexual se apoderó de él. Orinar en el piso era una tentativa de seducción de su parte. En esta
reproducción de la escena primaria se añade la actividad del lavado hacia el cual desencadenará el
poder de la libido en las ediciones futuras en diferentes episodios de su vida. La impulsión no
tendrá tanto que ver con el velo imaginario tejido por las diversos elementos sacados a la luz por
el análisis como ser la postura de la mujer, las nalgas y el lavado, sino que estará determinada por
la letra V y W que se localiza a través del recuerdo infantil, tal como lo hemos trabajado en el
apartado "Popurrí de El hombre de los Lobos". Se pregunta acerca de la naturaleza que tiene esa
letra: sostiene al fantasma del sujeto o bien es la cifra sin sentido que determina en la economía
del fantasma, ya no el deseo, sino el goce del sujeto?.[14] Desde esta perspectiva, en el sueño de
los lobos, el rechazo de la castración materna, que actúa en el feedback plantea que la clínica de El
Hombre de los Lobos demuestra lo que sucede cuando el fracaso de la operación de
metaforización del goce cumplida por los juegos del significante confiere al sujeto la cifra que le
asegura la posesión del goce absoluto del padre primordial. Según H. Rey–Flaud, lo que confirma
el análisis, al demostrar la serie compulsiva de flechazos traduce la reproducción idéntica del goce
paterno. Es decir, la compulsión amorosa se da aquí como goce petrificado, lo que revela que el
rasgo fetichista que la desencadena (la letra V) es un signo "objetificado", adecuado al goce que
suscita. El signo del objeto produce la presencia real del objeto: ninguna distancia, ningún tiempo
intervienen entre la percepción del objeto y el objeto mismo, lo que muestra que el proceso
psíquico se lleva a cabo aquí en una instantaneidad que da cuenta que el goce que desencadena
ante la señal enseña como el perverso está sometido por el lenguaje. La clínica de los neuróticos,
al contrario, descubre que la alienación por el significante toma el relevo del mandato antaño
ejercido por el signo, según un proceso inscripto en la estructura misma del lenguaje.
Rey–Flaud lee en el texto freudiano una equivalencia perfecta entre "repudio" y "rechazo", piensa
que el repudio de la castración restablece al Otro en su completad e integridad. Es decir, en el caso
no se inscribió nada que conservara la huella del reconocimiento de la castración materna. La letra
V es la cifra de goce, dado que es el signo de la castración desmentida. La fobia demuestra así que
si en una vertiente el sujeto recupera por su propia cuenta el goce del padre primitivo, en la otra
cae bajo el peso de ese goce, cuando el lobo se convierte en el animal fóbico. En esta dirección, el
autor no considera al sueño final de El Hombre de los Lobos como un "sueño de curación"[15] sino
subraya, al contrario, la fragilidad de la solución fóbica cuando esta equivale, para el sujeto, a
aceptar según la modalidad masoquista la castración recibida de parte de un otro imaginario para
sustraerse al goce del Otro simbólico. La precariedad de esta posición subjetiva es subrayada en el
sueño por el advenimiento del paciente a la nominación de la mutilación que aquel consiente. De
hecho, la historia ulterior de la vida de Serguei Pankejeff demuestra la inconsistencia del nombre
propio en un hombre cuya existencia se redujo a encarnar "el caso más célebre de Freud",
inscribiéndose para la posteridad: El Hombre de los Lobos. Al punto de, por ejemplo, firmar sus
tela de este modo. Retomaré esto al final del artículo.
El autor respecto de la alucinación del dedo cortado, sobre la cual volveré, sostiene que ese
pedacito de piel al que se mantiene unido el dedo traduce el hecho de que el sujeto es sostenido
"por un pelo" al borde del precipicio, ligado todavía por un hilo a lo que hay que concebir como un
pseudosimbólico que lo salva de la psicosis, porque en la alucinación verdaderamente psicótica el
dedo aparecería amputado. Constatación que da nuevo impulso a su hipótesis inicial de que es
posible sostener conjuntamente las tesis opuestas de Freud y Lacan, interpretando la visión del
paciente por un lado como "reconocimiento" y, por el otro, como forclusión de la castración.
Habrá que concederle a Lacan, dice Rey–Flaud, que la visión de Serguei manifiesta un "fenómeno"
de Verwerfung, sin descartar pese a ello la posibilidad de que el "rechazo", aquí patente, pueda
ser contrapesado por un reconocimiento simultáneo de la castración. Así, la visión del dedo
cortado debería considerarse como revelación de un corte "real" y por lo tanto, no simbolizado;
pero al mismo tiempo, el pedazo de piel que sostiene el dedo expresaría una forma de
reconocimiento, cuya naturaleza quedaría entonces por determinar. Este elemento sería en
consecuencia el "compromiso" hallado por el sujeto para sostener su posición contradictoria de
"rechazo" y reconocimiento de la castración.
Como sabemos, Lacan realiza un análisis detallado de la alucinación de El Hombre de los Lobos
que no es el sesgo que toma Rey–Flaud, como lo veremos. Para Lacan el paciente freudiano no
quiso saber nada de la castración, en el sentido de la represión, tal como Freud lo introduce en el
artículo; es porque saber algo de ella requeriría que se hubiera simbolizado previamente. Y en el
registro simbólico no encontramos ninguna huella de que esto haya sucedido. La única huella que
tenemos es la emergencia, no en su historia, sino en el mundo exterior, de una pequeña
alucinación. El rechazo implicado en la Verwerfung implica otra modalidad de retorno: "Lo que no
ha llegado a la luz de lo simbólico aparece en lo real".[16] Este real irrumpe, sin que pueda
encadenarse en un pensamiento. Lo real no espera, y en concreto no al sujeto, no espera nada de
la palabra. Marcas de goce sin encadenar, es decir, separadas del sentido (S1 S1 S1).
A los cinco años de edad el sujeto tiene una alucinación. Freud se refiere a este acontecimiento al
menos en dos ocasiones considerándolo como un hito que da cuenta de la relación del sujeto con
la castración. En "Acerca del fausse reconnaissance", refiere lo dicho por el paciente de este modo:
"teniendo cinco años estaba un día en el jardín con mi niñera, y jugaba con una navajita clavándola
en la corteza de uno de aquellos nogales que desempeñan también un papel en el sueño. De
repente advertí, con espanto indecible, que me había cortado de tal manera el dedo meñique (¿el
derecho o el izquierdo?), que sólo permanecía unido a la mano por un trozo de piel. No sentía
dolor ninguno, pero sí mucho miedo. Sin atreverme a decir nada a mi niñera, sentada a poca
distancia de mí, me desplomé sobre un banco y permanecí allí, incapaz de mirarme siquiera el
dedo. Por fin, al cabo de un rato, me serené, me miré la mano y comprobé con asombro que no
me había hecho herida ninguna".[17]
Lacan examina las características de este retorno de lo real en la alucinación del Hombre de los
Lobos:
–Sentimiento de catástrofe subjetiva, no hay Otro: Lacan, en su seminario[18], menciona que hay
una ruptura social en el caso del Hombre de los Lobos. Considera que una parte de su drama se
sitúa en esto: su posición en la sociedad es, por así decirlo, de desinserción. Miller agrega que "fue
muy precozmente separado de todo lo que en el plano social podía constituir un modelo".[19] Es
decir, un Ideal.
–El mutismo: La imposibilidad del Hombre de los Lobos de articular una palabra ante dicho suceso.
El sujeto ha perdido la disposición del significante y se detiene ante la extrañeza del "significado".
–El carácter extra temporal del fenómeno: Lacan reconoce el desfallecimiento del sujeto en tanto
tiempo, es decir, momentáneamente tragado por el "abismo temporal" o "embudo temporal":
"Un hecho en efecto se desprende del relato del episodio (...) es la imposibilidad en que el sujeto
se encontró de hablar de él en aquel momento (...) lo que describe de su actitud sugiere la idea de
que no es sólo en un estado de inmovilidad en lo que se hunde, sino en una especie de embudo
temporal de donde regresa sin haber podido contar las vueltas de su descenso y de su ascenso, y
sin que su retorno a la superficie del tiempo común haya respondido para nada a su esfuerzo (...)
El rasgo del abismo temporal no va a dejar de mostrar correlaciones significativas".[20]
Miller ubicará con mayor precisión el síntoma psicótico en el Hombre de los Lobos en lo anal más
que en la alucinación. Al respecto, Freud planteaba a "el velo tras el mundo" como el núcleo de su
sufrimiento. Freud nos revela la Verwerfung de la castración en la teoría anal del coito. Lo anal
está implicado ahí, pero también aparece en la adopción de la posición femenina sostenida por la
identificación con la posición de la mujer (madre) en el acto sexual (Escena primaria), se identifica
no con el padre sino con el objeto de elección del padre.
Es por ello que podemos localizar que la posición de goce primordial en el Hombre de los Lobos es
su pasividad, en su relación con el objeto anal. Lo femenino no es por la castración sino por lo anal,
de allí la importancia del síntoma del velo.
En relación a esto último, si el Hombre de los Lobos testimonia indudablemente de una relación al
padre y a una serie indefinida de sustitutos, ese mismo exceso de imágenes podría testimoniar, en
la multiplicidad desordenada de figuras paternas, de la ausencia en cuanto a su significante. La
función del Nombre del padre es la de atemperar la angustia, forma de dar cuenta que el padre
opera en lo simbólico teniendo incidencia en el goce. Miller nos propone que nos preguntemos si
este padre vale más que una madre devoradora. Tenemos así un padre imaginario, cruel,
devorador, es decir, una versión catastrófica de la castración. Si con la religión apacigua su
angustia, es lo que da lugar a pensar la función del padre como sinthome, pero "desde el
momento en que entra en la religión, su problema es saber si Dios tiene los medios de copular con
Cristo (…) encuentra al Dios cruel (…) las posibilidad de apaciguamiento se desvanecen".[22] Así
como también, cuando el Hombre de los Lobos se topa con un mendigo, tiene que protegerse. Se
trata de una amenaza totalmente directa para él. Esto no hace más que confirmar la hipótesis que
el padre simbólico no existe.
Cito a Freud: "El análisis sería insatisfactorio si no nos procurara la comprensión de aquel lamento
en el que el paciente sintetizaba sus padecimientos. De una vida deficitaria por su posición pasiva.
Era el de que el mundo se le aparecía envuelto en un velo, y nuestras experiencias psicoanalíticas
rechaza la posibilidad de que tales palabras carezcan de significación, habiendo sido casualmente
elegidas".[23] Ese es el núcleo de su padecimiento: el valor de síntoma del velo, la posición del
sujeto en la pasividad por su relación con el objeto anal. Como respuesta a la vacuidad o vacío que
sienten respecto al lugar en el Otro el sujeto puede identificarse al lugar de objeto de desecho –
llegando a realizar dicha posición – ó, como defensa a dicho vacío, constituirse una subjetividad
"manierista" con fragmentos de identificaciones tomadas de otros, Miller las llama identificaciones
"popurrí".
Freud plantea que cuando entra al tratamiento era una persona por completo dependiente e
incapaz de sobrellevar su existencia. Se atrinchero durante largo tiempo tras una impostura
inabordable de dócil apatía. Para Miller, Freud da crédito entonces a esa queja del Hombre de los
Lobos de que el mundo está cubierto por un velo que no se desgarraba –curiosamente– más que
en una situación; esto es cuando el contenido intestinal salía a través del ano con ayuda de una
irrigación (efectuada por un hombre). El sujeto se sentía entonces de nuevo bueno y sano y volvía
a ver claramente el mundo durante un breve espacio de tiempo.
Un significante en lo real, Glück
Para ensayar una respuesta sobre el efecto de las lavativas enlazaré "el mundo tras un velo" y un
significante que insiste, Glück.[24] Freud lee que el mundo está cubierto tras un velo con dos
interpretaciones que no son excluyentes, pero que se sitúan en distintos planos. La primera
interpretación es significante, mientras que la segunda se sitúa en el registro del objeto. Según la
primera interpretación, el velo es la cofia, Glück que el sujeto cree tener desde su nacimiento. Con
respecto a la segunda interpretación, podemos preguntarnos ¿por qué las irrigaciones valen como
un desgarramiento del velo? Freud insiste entonces, en el carácter sexuado del operador,
indicando que el Hombre de los Lobos, que sufre pasivamente esta operación, está en una
posición femenina y esta condición solo puede significar que el sujeto se ha identificado con su
madre, que el auxilio desempeña el papel del padre y que la irrigación repite la copula cuyo fruto
es la deposición, el niño excremental, o sea, el paciente mismo.
¿Qué valor le damos a ese "ser una mujer"?¿Cómo podemos traducirlo? Freud al desgarramiento
del velo tras las lavativas le confiere el estatuto de fantasía de nacimiento. Para Freud no era más
que un reflejo censurado, mutilado, de la fantasía de deseo homosexual. Podemos arrojar una
nueva hipótesis con Miller, quien ubica que la fantasía del nuevo nacimiento no es un fantasma,
sino "es una escena realizada que reproduce lo que Freud considera determinante para el sujeto, a
saber, un fantasma homosexual".[25] Al decir que no es un fantasma sino que se trata más bien de
ser una mujer (erotismo anal), no hay relación al inconsciente. Podemos decir que Freud nos
revela la Verwerfung de la castración en la teoría anal del coito, el erotismo anal sería la lengua en
la que se habla. En "la realización" se ubica su saber hacer con las irrigaciones como un intento de
extracción del objeto. En el artículo de Freud queda abierto el interrogante si la irrigación se la
puede pensar como un empuje a la mujer, el cual no se reduce a la emergencia de una figura del
goce desatado: a menudo contribuye a procurar, unificar el goce por medio del significante "la
mujer" ante la ausencia el falo que localiza el goce en el cuerpo. En el texto El hombre de los lobos
por El hombre de los lobos comprobamos que no se transforma en "la mujer que falta a todos los
hombres", que es el nombre de goce que no alcanza a designarse a través de "todos los hombres",
(salvo el dato que resalta Mack Brunswick de empolvarse la nariz y usar su espejo) sino que el
"nacimiento" que ha posibilitado Freud fue la nominación "El Hombre de los Lobos". Nominación
que lo convierte en El analizante de Freud y de todo su séquito, a través del cual ha pasado a la
historia y se ha hecho en lugar en el mundo analítico de ese entonces. A tal punto que Freud, tras
la revolución rusa, inicia una colecta de dinero durante 6 años por todo lo que El Hombre de los
Lobos había aportado a los fines teóricos del psicoanálisis.
El significante "El Hombre de los Lobos" tiene el valor neológico de un nombre que se dio Serguei
Pankejeff al tomarlo de Freud y al cual quedó fijado. A partir del mismo escribe sus Memorias, El
hombre de los lobos por El hombre de los lobos. Escribirla fue algo que le ha dado sentido y
propósito a su vida, es lo que le ha transmitido a Gardiner en uno de sus tantos intercambios
epistolares. De este modo relata su relación a Freud: "en mi análisis con Freud yo no me sentía
tanto en la situación de paciente como la de un colaborador, el camarada más joven de un
explorador experimentado que se embarca en el estudio de un territorio nuevo y recién
descubierto". Él mismo, en tanto caso, luego de 100 años, se ha convertido en un territorio, cada
vez, nuevo y recién descubierto… al punto que nombrarlo como una psicosis ordinaria no hace
más que dar a ver lo que no cesa de no de inscribirse: lo inclasificable en tanto tal. No sólo me
refiero a lo inclasificable puesto forma en su singularidad sino, a su vez, cómo eso hizo y hará
historia en el psicoanálisis de la orientación lacaniana.