Sau - El Vacío de La Maternidad

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Sau, Victoria. El vacío de la maternidad. Madre no hay más que ninguna.

Buenos
Aires: Madreselva, 2013.

PRÓLOGO
Dice Victoria:
La maternidad biológica (concepción, embarazo y parto) así como por extensión, la
crianza, no puede ser considerada ´maternidad´ desde una perspectiva de rango humano,
si no va seguida de su correspondiente trascendencia en lo económico, político y social.
(El Vacío… pag.21 ed. Icaria 1995) (p.9)

INTRODUCCIÓN
¿Cómo era posible que dar la Vida no fuera un riesgo; un riesgo, además
trascendental? Riesgo de muerte, por supuesto, como está demostrado a través de toda
la historia la humanidad. Riesgo de enfermedades asociadas; riesgo de secuelas físicas a
corto, medio y largo plazo. Pero, sobre todo, riesgo por establecer un compromiso tan
fuerte, el más fuerte, con otra persona por amor de esa donación significativa. Riesgo por
el paso de un ser solo, aislado, solitario, que no tiene que rendir cuentas más que a sí
mismo, a un estado relacional, comunicante, cuajado de responsabilidades. (p. 20)
El paradigma o modelo desde el que se aborda un objeto de estudio es importante
para entender el texto: cómo se posiciona quien investiga. La mirada es este caso es de
hija. Como podría serlo el hijo. No es seguro que todas las mujeres sean madres o vayan
a serlo un día; ni que todos los hombres sean padres o lleguen a serlo. Pero en cambio sí
que es universal que todo ser humano viviente, de cualquier edad, sexo y condición, ha
nacido de mujer y es hija o hijo. Y es la universalidad de esta mirada y su derecho a ver lo
que ha inspirado estas páginas. (p. 20)

I. FAGOCITACIÓN
De fagocito: De las raíces fag, comer, y cit, célula. “Célula emigrante que existe en
todos los organismos, la cual tiene la propiedad de englobar y digerir cuerpos extraños,
especialmente microbios.” (María Moliner, 1984, Diccionario de uso del español). (p. 23)
El patriarcado responde a este símil: en un momento dado del devenir humano el
hombre aumenta de tamaño y se comporta como la célula emigrante: engloba, engulle y
hasta digiere el cuerpo extraño, la Madre. Esta, fagocitada, queda reducida a madre
mientras la célula devoradora asciende a la categoría de Padre. (p. 23)
En Oriente Medio, nos dice Amaury Riencourt (1974), la Madre Tierra era
supuestamente creadora por partenogénesis sin necesidad de ser fecundada por una
entidad masculina, y esta creencia perduró hasta bien entrada la era clásica de Grecia. (p.
23)
En este simbolismo matriarcal de la Edad de Bronce no había lugar para el pecado
original ni para la cólera divina ni para una divinidad todopoderosa; los dioses masculinos
eran sólo hijos, después promovidos a consortes de las Grandes Diosas. 1 (p. 23)
El conocimiento del protagonismo físico en la procreación debió de dar a la vida del
hombre otro sentido. Quizá le hizo ya un nacido, siguiendo la metáfora de Mircea Eliade,
puesto que la ignorancia de antes era a la vez su incompletud. Dicho de otro modo, la
mujer supo de sí misma antes, y la vida social se había organizado alrededor de este
único saber. El reciente y nuevo saber obligaba a un reajuste y es lógico que supusiera
algún cambio. Pero este cambio, dice Riencourt, fue enorme en el aspecto psicológico. “Y
se desintegró la hasta entonces prevaleciente visión femenina del Mundo”. (p. 24)
Con anterioridad a M. Eliade fue un psicoanalista heterodoxo, Gregory Zilboorg
(1994) quien “explica” cómo debieron de suceder las cosas; el hombre, dice, “no
pertenecía a parte alguna” (en tanto que varón diferenciado de mujer). La selección
natural controlada sólo por la mujer hasta entonces había hecho de él, en genérico
hombre, un individuo fuerte y sano, con impulsos sexuales fuertes y vigorosos.
Consciente de su implicación en la procreación y seguro de su fuerza, se atrevió un día a
dominar a la mujer y violarla. Esta “violación primordial” es para Zilboorg anterior al
parricidio primitivo en el que Freud sitúa el comienzo de la cultura. El ataque a la mujer ni
siquiera estuvo motivado por el deseo de fecundarla o ansia de paternidad: éste es un
desarrollo cultural posterior. A la sexualidad masculina propia de ese período (marcado
incluso por el infanticidio) Zilboorg lo denomina sexualidad orgánica. Dicho de otra
manera, descarga sádica de impulsos no desarrollados ni orientados todavía hacia
estadios mentales y afectivos de orden superior. (Que la psicología clínica sigue
encontrando con demasiada frecuencia en hombres actuales). (p. 24)
Esto permite entender que la toma de conciencia masculina, su deber de sí mismo,
no sólo es posterior al de la mujer sino que además irrumpe contra ésta, y lo que podía
ser un diálogo con ella se transforma en brutal posesión. (p. 24)
Otros cambios había habido en el devenir de los humanos antes del asalto a la
mujer. El lenguaje, el paso de lo crudo a lo cocido, la domesticación de animales y el
desarrollo de la agricultura, por no poner sino unos pocos ejemplos debieron provocar
“sacudidas” culturales de importancia. Pero en esta ocasión se trataba de un problema
interno de la especie humana, un problema intraespecie. Si los hombres habían de
mantener la posición conseguida a raíz del asalto, tenían que abolir un aspecto de la
cultura primitiva que no podía ser absorbido, era contradictorio con la nueva situación.
Ese aspecto, escribe R. Eisler (1987), “era el núcleo sexual y socialmente igualitario y
pacífico del anterior modelo solidario de sociedad” 2. Para consolidar el poder de los
gobernantes era necesario:
1) Despojar a las mujeres de su poder de toma de decisión.
2) Privar a las sacerdotisas de su autoridad espiritual.
3) Sustituir el matrilinaje por el patrilinaje
4) Basar el sistema socioeconómico en la jerarquización. (pp. 24-25)
Hasta aquí los cuatro puntos señalados por Eisler (op. cit.) pero que convendría
ampliar y matizar: los hombres empiezan a rivalizar entre sí por tener el mejor lugar
(jerarquización) en esa cima recién alcanzada. Y ello comporta el robo. Robo de ganado,
1
A. Riencourt, 1977, 57.
2
R. Eisler, 1990, 102, 103
de tierras y robo de mujeres. Todo posiblemente porque ni ellos en tanto que hijos, ni las
mujeres avasalladas en tanto que hijas, cuentan con un poder materno capaz de impedir
la felonía de los primeros y la humillación de las segundas. La Madre ha muerto, ¡viva el
Padre! (p. 25)
Es probable que, al estilo de como lo hicieron más tarde las Sabinas, las primeras
generaciones de hijas sin Madre pero con el recuerdo vivo de la misma, les negaran a los
hombres por rebeldía su maternidad, bien haciéndose estériles, bien practicando el
aborto, bien el aborto diferido o infanticidio perinatal. Las Sabinas acabaron siendo
madres a latigazos de sus raptores como probablemente las primeras generaciones de
mujeres nacidas en el nuevo orden. Al menos así ocurrió desde entonces y hasta
nuestros días, como lo avala la historia: la incapacidad jurídica de las mujeres para decidir
libremente ser o no ser madres. ¿Por qué, sino, la posibilidad de interrumpir un embarazo
ha sido materia legislativa, judicial y ejecutiva sólo de los varones durante milenios? ¿Y
del poder religioso? ¿Acaso las escasas mujeres que quisieron actuar por cuenta propia
no fueron castigadas con la tortura, la prisión y la muerte? La deglución de la Madre en
madre-función-del-Padre o [m = f (P)]. De ahí que no sea ninguna paradoja que para
recuperar los fueros maternos sea condición indispensable restituir a las mujeres sus
derechos en este sentido. La maternidad quedó arrumbada, secuestrada, en el espacio de
lo biofisiológico, y es desde ese estadio que hay que desobstaculizar el proceso
trascendente a otros planos superiores de orden simbólico y cultural. (pp. 25 -26)
Este secuestro, llamado eufemísticamente por Freud “represión”, significa, como
amplía Horst Kurnitzky (1974), que la mujer es identificada con la naturaleza exterior
(podríamos poner a modo de ejemplo, la fauna, la flora, los ríos, los manantiales, los
minerales, etc.), la prima materia que junto con el dinero había de convertirse en fuente de
toda riqueza "al servir al hombre3, en calidad de naturaleza elaborable, como medio de
vida”4. Es característica de las sociedades dominadoras, nos recuerda Eisler (op. cit.) dar
prioridad máxima a las tecnologías de destrucción. (p. 26)
El poder de vida y muerte, ostentado simbólicamente por la Madre, pasó a menos
del Padre, el cual lo ejerció sin reparos y arbitrariamente desde entonces. Desde el control
de nacimientos hasta el infanticidio programado, la pena de muerte y la guerra, nadie ha
vuelto a escapar del absolutismo paterno. Ni tampoco los bienes de la Naturaleza. (p. 26)
Fagocitada la madre, pasan por el mismo proceso sus contenidos, los hijos, que ya
no son tenidos por amor entre la pareja, amor a uno mismo, a algún otro sentimiento
generoso (el amor propio también lo es) sino por razones espurias y malevolentes:
1- Demostrar el hombre su virilidad por medio de “hacerle hijos” a su mujer y/o a
otras.
2- Ganar status ante los demás hombres.
3- Liberar impulsos sádicos hacia la mujer sometiéndola a los procesos “naturales” de
la maternidad en tanto que trabajo deleznable que él no puede hacer porque la
naturaleza se lo impide, pero que ha reconvertido en uno de los que no quiere
hacer porque forma parte de los que un grupo dominante impone al grupo inferior o
dominado.
4- Impedir por efecto de maternidades naturales continuadas que la mujer tenga
tiempo disponible que le permita liberar su potencial humano en otras tareas o
actividades.
3
Hombre en este texto solo significa lo que dice: hombre.
4
H. Kurnitzki, 1978. 111, 112.
5- Asegurarse la continuación clónica de sí mismo (el mismo sexo, el mismo deporte
favorito, el mismo partido político, los mismos ritos de iniciación, el mismo sentido
de la agresividad…)
6- A escala colectiva, moverlos como fichas de un damero para todos y cada uno de
los intereses y fines de los Padres, que juegan entre ellos pero por medio de ellos
sus inacabables partidas. (p. 27)
Por otra parte el progreso humano quedó estancado. Las mujeres, aisladas en una
especie de burbuja que flota en el interior del Padre. Y el Padre, ascendido bruscamente a
ese cargo cuando era sólo un adolescente, impedido por él mismo de crecer ya que
necesitó todas sus energías para simplemente mantener el status quo bajo las diferentes
formas que el transcurso del tiempo requería. (p. 27)
- Seguir manteniendo a las mujeres en la burbuja, condición sine qua non para
continuar en el poder. (p. 27)
Pero una vez cumplida la fagocitación, sólo un miembro de la especie pasa a ser
nombrado: el hombre en tanto lo que le pertenece, empezando por esa mujer puesta a ser
madre, una vez empequeñecida y devorada. Nombre sin el cual nada existe, pues sólo
existe, valga la redundancia, lo que puede ser nombrado. Como la marca de fuego que
diferencia las reses de una u otra ganadería, de uno u otro amo, las madres-función-del-
Padre y sus descendientes aparecen rotuladas con el nombre del que las posee. (p. 28)
A partir de aquí la Madre ha quedado rebajada a pura metonimia, a la realidad
coyuntural no trascendente del fenómeno visible del embarazo y el parto, la maternidad
“natural”, objeto de manipulación del Padre. Mientras éste queda elevado a la categoría
de metáfora. Se ha perdido el orden simbólico de la Madre. (p. 28)
Las dicotomías, parejas de conceptos opuestos, sin relación punible, jerarquizados
(mejor vs. peor) se encabalgan a partir de aquí unas a otras como nos hizo observar Calia
Amorós, de modo que
Metáfora es a Metonimia (el orden de la representación es al orden de la
contigüidad) lo que Cultura es a Naturaleza y lo que Hombre a Mujer. 5 (pp. 28 –
29)
Pero esto tendrá un final. No forzosamente feliz, por supuesto. Si este Padre
adolescente, ensoberbecido de poder, no crece; si prefiere seguir siendo el ogro a quien
sólo excita la sangre, el odio y la rivalidad con la mujer, nada positivo es predecible. Sólo
si el Padre vomita, devuelve, a la Madre, podrá él seguir su desarrollo. Sólo si la madre
sale al exterior del Padre, ella también podrá proseguir el suyo. (p. 29)

III. FUENTES DE EVIDENCIA


Se consideran fuentes de evidencia en el sentido de que sirven de prueba de la
teoría sobre la que se estructura la tesis de este libro: la no existencia de la Madre y, por
ende, de la Maternidad. (p. 33)
La maternidad biológica (concepción, embarazo y parto) así como por extensión la
crianza, no puede ser considerada “maternidad” desde una perspectiva de rango humano

5
Hacia una crítica de la razón patriarcal, C. Amorós (1983). Barcelona, Anthropos, 165.
si no va seguida de su correspondiente trascendencia en lo económico, político y social.
(p. 33)
[…] En alguna ocasión ha escrito V. Sau que la mujer no está “más cerca de la
naturaleza” que los varones, como el discurso sexista ha pretendido y pretende, por estar
en posesión de esas funciones biofisiológicas así como del ciclo menstrual que las
permite, sino al contrario: puesto que el ser humano es cultural en tanto en cuanto hace
operativos y usa a discreción los fenómenos naturales, traduciéndolos además a un
código simbólico, resulta que de cuantas más ocasiones (léase funciones naturales)
dispone un individuo para esa traslación, se desprende que tanta mayor inversión cultural
habrá tenido que efectuar sobre sí. (p. 33)
Lo que sí aparta la maternidad y la sitúa del lado de la naturaleza o, dicho con todos
los respetos, de la animalidad, perpetuando la escisión entre naturaleza y cultura, es
haber impedido que aquélla continuase su trayectoria lógica de lo individual a lo colectivo,
de lo particular a lo general, de lo privado a lo público, de lo inmediato lo mediato. (p. 33)
Esta trayectoria sí la realizó en cambio el varón por mediación de la Paternidad.
Paternidad, pero en solitario, absolutista; teocrática, monárquica, caudillista,
androcéntrica. Es a esta Paternidad en solitario, que mantiene la maternidad secuestrada
en el recinto de la Naturaleza (y para ello ha de mantener en compartimientos estancos
los espacios Naturaleza/Cultura), a la que llamamos Patriarcado, o sea, abuso de poder
de la paternidad. (pp. 33-34)
Las mujeres-madres-naturales pasan así a ser una fusión del Padre. Subordinadas a
éste tienen una posición de figuras intermediarias entre dicho Padre y sus –de Él-
hijas/os. Pero el Padre las hace llamar “madres” y a su función “maternidad”, creando la
gran confusión entre significante y significado. Hijas e hijos creen tener una madre e
interiorizan un cierto estereotipo de maternidad acorde con el tiempo y el lugar que les ha
tocado vivir, pero lo cierto es que esas palabras son mera apariencia, sin existencia real.
(p. 34)
La madre ha sido rebajada a la condición de funcionaria del Padre. Cumple las
funciones de las que la naturaleza le excluyó pero sobre las que detenta el control, y las
de crianza y maternaje que la compensan, engañosamente, del daño sufrido en el origen.
Funciones, las demás que el Padre declina porque cuanto menores son las hijas/os más
próximos están ambos de la Naturaleza, como él mismo dice que lo está la mujer y por
extensión esa maternidad de la que se ha hecho cargo. Esas funciones, desde el
supuesto patriarcal, contaminarían al Padre de la suciedad que impregna el Caos, lo sin
cultivar, el magma del origen. (p. 34)
1. Voces en la sombra: las hijas
Son mujeres-hija todas las mujeres sin distinción de edad, hayan caído o no en ser
función del Padre. Del mismo modo que son hombres-hijo todos los hombres, sean o no
sucesores o delegados del Padre. Dicho de otro modo, no hay ser humano que no haya
nacido de mujer. La condición de hija e hijo es inexorable. (p. 35)
La madre, en tanto no-madre, está obligada a transmitir lo que Freud llama la
“feminidad secundaria” de las niñas. Y las hijas odian doblemente a su supuesta madre:
por rechazo del modelo de mujer que ella representa, y por el autoritarismo con el que les
es impuesto. Este sentimiento de rebeldía es el que recoge Adriane Rich (1976) bajo el
nombre de matrofobia, tomado a su vez de la poetisa Lynn Sukenick. (p. 36)
La matrofobia se puede considerar la escisión femenina del yo, el deseo de expiar
de una vez por todas la esclavitud de nuestras madres y convertirnos en individuos
libres. La madre representa a la víctima que hay en nosotras, a la mujer sin libertad,
a la mártir.
Y añade:
La ansiedad de una mujer por otra para adaptarse a un papel degradante y
desalentador apenas puede llamarse ser madre, aunque crea que hace esto
para ayudar a su hija a sobrevivir. (p. 36)
El libro de Rich, Nacida de mujer es uno de los textos más lúcidos de los últimos
tiempos sobre la no-maternidad. (p. 36)
Christiane Oliver (Los hijos de Yocasta, 1980) expresa su orfandad casi en un grito.
Una serie de indicios ponen de manifiesto al hombre que en casa se le está esperando.
Pero ¿y a ella? (p. 38)
¿Quién se ocupa de mi regreso al hogar, de mi confort, de mi ropa interior, de mi
cubierto? Nadie como sea yo misma. Yo me hago de madre, increíble anzuelo con el
que me atrapó un hombre en cuyos grandes brazos me hizo creer que yo sería por
fin pequeña, que tendría por fin una madre amante y deseosa de mi persona. Pero
es él quien regresa y no yo; él quien sigue movido por su propio impulso, y yo la que
tengo que dejarle lugar pues para mí no hay refugio posible, ni siquiera aquí en mi
casa, ya que no tengo a nadie que represente el papel de mi Madre. Soy la única
bajo este techo que no llene Madre.6 (p. 38)
Esta Madre ausente o inexistente es escrita por Oliver en mayúscula. Coherencia
total con la minúscula con la que se refiere Anne Marie de Vilaine a la otra, la aparente,
aquella de la que dice lo que sigue en la novela biográfica La mére interieure (1982):
Durante su vida, la madre está en eclipse. Eclipse del sexo, eclipse del sentir.
¿Es la docilidad o la rebelión lo que me ha hecho renegar de ti?
¿O bien la angustia?7 (p. 39)
El vínculo madre-hija está roto. La hija observa a la madre con horror porque es un
mal augurio de futuro. La madre ve a la hija con desprecio porque le hace extensivo su
autodesprecio mismo y la educa para el sacrificio del que ella misma es un triste
resultado. Pocas palabras bastan a veces para dar cuenta de una situación. La condesa
de Campo Alange (María Reyes Laffite) las tuvo en 1948, en su libro La secreta guerra de
los sexos, al escribir:
En general nunca se concedió a la mujer la facultad de liberar su energía
materna para emplearla en alguna actuación extra-materna. 8 (p. 39)
2. Voces en la claridad: las/os profesionales
Phyllis Chesler, psiquiatra norteamericana, publicó en 1972 un libro, que ya es un
clásico, sobre las mujeres y la locura (Women and Madness) y escribe en el capítulo
primero: (p. 39)

6
Ch. Oliver, 1978. 211.
7
A. M. Vilaine, 1982. 7. Trad. ad hoc V.S.
8
Condesa de Campo Alange, op. cit. 114.
Las mujeres, en las sociedades modernas judeo-cristianas, son hijas sin madre.
(…)
Las “madres están condicionadas para no amar a las mujeres y/o al cuerpo de la
mujer. 9 (p. 40)
Silvia Tubert (1991), psicoanalista, se manifiesta en la misma línea, sólo que pone el
énfasis en el determinismo: Se debe negar a Eva la libertad de tomar sus propias
decisiones con respecto a su deseo sexual o a su vida corporal. Como madre de
todo lo viviente tiene el poder de dar y de negar la vida, pero la ley religiosa y civil
debe convencerla de que no puede elegir. Su destino, más allá de su deseo, es la
maternidad.10 (p. 40)
Luce Irigaray (1990) en un texto titulado “Le mystère oublié des gènealogies
féminines” comenta que el camino del amor recíproco entre las personas se ha perdido
completamente en lo que se refiere al erotismo. Este en lugar de servir para la
individualización o recreación de las formas humanas, sirve a la pérdida de identidad de la
fusión. Este concepto del amor ha arrastrado a las mujeres al olvido de sí mismas, a la
sumisión infantil o esclava a la sexualidad masculina. El consuelo de ese exilio de sí
mismas es la maternidad. (p. 40)

Esta maternidad promovida por los jefes espirituales como el único destino válido
para las mujeres significa casi siempre perpetuar una genealogía de tipo patriarcal
haciéndole hijos al marido, al Estado, a los poderes culturales masculinos. 11 (p. 41)
[…] Y aquí está para decirlo Jane Swigart (1990) en su obra Le mythe de la
mauvaise mère:
Las madres son despreciadas en tanto que madres, desvaloradas, excluidas de
los centros de decisión; ellas deben asumir la entera responsabilidad de sus
hijos sin recibir ningún apoyo, y aceptan los reproches cuando estos tienen
problemas.12 (p. 41)
Los delegados del padre primordial, del Padre son mayúscula que secuestró a la
Madre, suelen ser los de siempre con algunos añadidos a tenor de los tiempos. Escribe
Ivonne Knibielher (1993):
El médico, el psy, el juez: tales son los nuevos padres. Ellos han heredado el poder
sobre el hijo/a por medio de instituciones tutelares pero inquisitoriales. Las leyes,
pues han acordado a las madres un poder en gran parte vaciado de su sustancia. 13
(p. 41)
Todavía le queda el poder de mandar en el interior de la casa, dicen algunos; o
sobre el marido a través de la intimidad de la alcoba, aducen otros. Pero, ¿es esto poder?
(p. 41)
Denis Berger (1993) opina lo siguiente:
La mujer-madre, excluida y además inferiorizada en el dominio público, puede
pesar sobre las decisiones del marido. Pero este poder, que escritores y

9
Ph. Chesler, 1975. 33. Trad. ad hoc V.S.
10
S. Tubert, 1991. 77.
11
L. Irigaray, 1989. 111.
12
L. Irigaray, 1992. 183.
13
I. Knibieler y D. Berger, 1993, 42. Trad. ad hoc V.S.
sociólogos tienden a magnificar, no deja de ser un poder complementario, un
poder aparte. La realidad del marco en el que la infancia adquiere su
conciencia del mundo, es una realidad de lo desigual. (La cursiva es de la
autora).14 (p. 41)
Para contestarle recurrimos a un texto del siciólogo Martin Sagrera tomado del libro
El mito de la maternidad en la lucha contra el patriarcado:
Pero al conocerse la paternidad se pasa del androcado al patriarcado, el
hombre se apropia no sólo de la jefatura de la sociedad sino también de la
familia, llegando a imponer la idea de que los hijos no son de las mujeres sino
suyos.15 (p. 42)
Así el orden simbólico y el orden biológico se integran en la función de la paternidad.
La maternidad es el recinto de ese orden, pero el eje significativo es la paternidad. 16
(p. 42)
Françoise Collin, doctora en filosofía, escritora y profesora, se refiere a la maternidad
en los siguientes términos:
La madre es una invención del padre. La madre (como mater) está puesta por
el patriarcado para asegurar su perennidad: es una mpére (sic). En la madre, la
mujer es amordazada, reducida al silencio, hecha inofensiva. Se le cierra la
boca con un pene o un hijo. Después se la hace hablar ventriloquia un lenguaje
que no es el suyo… Por medio de este lenguaje ella envía a su hijo a la
escuela, a la iglesia, al ejército, al asilo, al despacho, a la fábrica, a la cárcel, a
la muerte. La maternidad es una mpaternité (sic).17 (p. 43)
“La madre es pues una mujer fálica; no es una mujer, es un hombre reducido a la
impotencia”.18 (p. 43)
3. Voces esquizoides: los hijos
Según el Padre del psicoanálisis, cuando el niño, en la fase edípica, se da cuenta de
la diferencia de los sexos, se aleja afectivamente de su madre al reconocerla como
inferior al padre... pero le permanece agradecido porque a él lo ha hecho del sexo
superior o mejor considerado. (Durante la infancia se le atribuye a la madre poder de dar
el sexo). En 1925, refiriéndose a las consecuencias psíquicas derivadas de dicha
diferencia, afirma que surgirán dos reacciones que a lo largo de la vida pueden llegar a
fijarse de forma separada o bien conjuntamente, y que “determinarán permanentemente
sus relaciones con la mujer: el horror ante esa criatura mutilada o bien el triunfante
desprecio de la misma”. (p. 47)
La madre no es una excepción de este proceso sino que está en el origen del
mismo. El amor obligado por tratarse de la madre y/o el agradecimiento correrán paralelos
con el horror y/o el desprecio. Palabra de Freud-hijo. (p. 47)

14
Op. supra, Trad. ad hoc V.S.
15
M. Sagrega, 1972. 145.
16
El orden femenino, J. Lorite Mena. Barcelona, 1987. Anthropos. 208.
17
Les enfants des femmes, Franfoise Collin. “Des enfants de femmes ou assez mómifié”. En Cahiers du Grlf
(comp.). Ed. Complexe, 1992. 81. Trad. ad hoc VS.
18
Collin, op. supra. 82. Trad. ad hoc V.S.
La conjunción pero, sinónimo de conflicto, preside las reacciones hijo-madre
expuestas. Y no es extraño, porque la maternidad aparente, más que una función, es una
disfunción. (p. 51)
4. Evidencia lingüística: las palabras
Es de sobra sabido que el lenguaje es la función primordial por medio de la cual toda
sociedad se ve representada a sí misma, y el vehículo cultural más importante para
asegurar la transmisión de sus sistemas de valores a las generaciones siguientes, así
como el sistema o conjunto de relaciones posibles: mujer/hombre; adulto/infancia; clases
sociales; grupos étnicos y culturales; individuo y/o colectividad con Dios; individuo y/o
colectividad con el Estado. (p. 51)
La lengua de cada pueblo refleja por lo tanto las diferencias jerarquizadas entre los
sexos y sus géneros correspondientes. No hay más que apelar a la voz "hombre" que
tantas veces subsume a la voz "mujer", para darse cuenta de que la voracidad masculina
se ha comido, literalmente, lo femenino. Especialistas hay que han trabajado el tema con
ahínco y eficacia. (p. 51)
DRAE.
PADRE (1 columna y 14 líneas) Seis primeras acepciones.
1. Varón o macho que ha engendrado.
2. Primera persona de la Santísima Trinidad que engendró y eternamente engendra
a su unigénito Hijo.
3. Varón o macho respecto a sus hijos.
4. Macho destinado en el ganado para la generación y procreación.
5. Principal y cabeza de una descendencia, familia o pueblo. Abraham fue PADRE
de los creyentes.
6. Religioso o sacerdote en señal de veneración y respeto. (p. 52)
En sentido figurado consta quien es autor de una obra de ingenio; quien ha
adelantado notablemente una ciencia o facultad; padre de la patria; jefe o cabeza de una
casa o familia tenga o no hijos; título de honor dado a los emperadores romanos y
después a otros monarcas por su mérito o por adulación; padre espiritual, y otros. (p. 52)
MADRE (3/4 columna) Cinco primeras acepciones.
1. Hembra que ha parido. (p. 52)
“Padres” por padre y madre es de uso frecuente. El término ha deglutido (incluido) a
“madre” de modo que por “madres” nunca entenderíamos que están incluidos los padres.
(p. 56)
Es muy numerosa también la cantidad de veces que la voz “hombre” subsume la voz
“mujer”. (p. 56)
La fagocitación lingüística es la expresión y representación en lo verbal de la
fagocitación de la Madre por el Padre y, por extensión, de la mujer por el hombre. (p. 56)
Al hablar, como dice Collin (1992) como por ventriloquia del varón, las mujeres no
transforman la realidad con sus palabras porque son palabras sin agenticidad social, sin
poder de ejecución. Son palabras que ya nacen muertas, tanto si son portadoras de
contenidos primarios como secundarios. (p. 58)
5. Evidencia histórica: la línea judeocristiana
El autor J. Campbell escribió en 1962 en el libro titulado Oriental Mythology: “Los
hombres han buscado visiblemente aniquilar totalmente la concepción de la creación por
la mujer”. En los orígenes, nos dice W. Lederer (1968), autor de la cita, en una obra sobre
“el miedo a las mujeres” cuya extensión y documentación la convierten en un clásico, la
creencia era que todo lo contenido en este mundo, incluidos los hombres, era obra de la
Gran Diosa, sea cual fuese el hombre que tomara. Ella lo había hecho todo… sola. Con el
tiempo se modificó este último punto dotándola de un esposo fecundante (Isis-Osiris;
Ishtar-Tammuz, etc.), si bien esto no ocurrió en todos los países en las mismas épocas, o
sea, de forma simultánea. La decisión siguiente fue argüir que el mundo había sido
creado en el cuerpo de la Diosa por un guerrero macho. El último paso consistió en
“explicar el mundo como el acto de creación debido al único poder de un dios macho”.
(pp. 59-60)
[..] la hebrea (con el añadido posterior del cristianismo) y la griega. Se ha prestado
más atención a esta última por ser la portadora de logos, concepto que se cuaja en
masculino-patriarcal desde el principio. (p. 60)
Tomando el libro hebreo por excelencia, la Biblia (en este caso el Antiguo
Testamento) se puede observar cómo la mujer está muda en el Génesis: ya no tiene la
palabra, ni el nombre, ni el linaje. Nace ya muerta (de varón y no de mujer), indefensa y
condenada por una supuesta infracción, lo que la pone bajo la férula del varón. Eva no
tiene madre ni es madre ni es madre en el sentido pleno de la palabra. (p. 60)
Lothar Perlitt (1976) experto en el Antiguo Testamento, explica cómo en el Génesis
el padre es un principio fundacional genealógico. Los linajes estaban reunidos en tribus
cuyas dimensiones se determinaban por la organización de la alimentación y la defensa
frente a las amenazas. Todo este sistema descansaba sobre la paternidad. Más allá de la
exactitud histórica, las tradiciones expresan la creencia en ancestros comunes, con el
significado de una sangre común. Los hijos de un “padre” son hermanos y en tanto que
tales se deben fraternidad. (“Hijos”, “hermanos”, sólo en masculino). El padre es el
portador y mediador de la sangre, las tradiciones históricas y religiosas, de modo que toda
la vida, tanto la sagrada como la profana, pasa por él y se transmite a los hijos varones,
los cuales se consideran padres virtuales. No hay trazas de sucesión matrilineal en la
genealogía, recalca Perlitt por si hubiera alguna duda. “Las madres dan a luz y los padres
engendran. En el AT un/a menor nunca es nombrado/a según su madre: “hijo de la
tal…”.19 (p. 65)
Este padre (patriarca) administra todos los bienes, decide los matrimonios, programa
la defensa, bendice… y maldice a los miembros de la Casa según su comportamiento,
etc. (p. 66)
Paradójicamente Perlitt dice que el concepto patriarcal de base no excluía en
absoluto la influencia y el respeto inherentes a la esposa y la madre. Los padres son
nombrados expresamente padre y madre (subrayando la y); se habla de llorar a una y a
otra en caso de muerte; se obedece a uno y a otra, etc. Hay una igualdad jerárquica entre
marido y mujer puesto que Dios creó como tales; si uno abandona la casa de su padre
para casarse también lo hace la otra, para hacer nacer una nueva casa… del padre. Que
la mujer pariera descendientes a su marido la hacía respetable, y el trabajo doméstico que
realizaba gozaba de consideración. Pero esto no podía ser de otro modo puesto que “los
19
L. Perlitt, 1983, 71-128, 84. Trad. ad hoc V.S.
hijos en masculino aportan al padre consideración, protección y alegría”. La
maternidad derrotada no tiene otra opción que “colaborar” con el Padre, de buen grado a
veces y otras a regañadientes, como todo grupo vencido en tanto que no se sacude el
yugo. (p. 66)
El autor se esfuerza en recalcar que el padre-marido “no es que sienta gusto por la
dominación”, “no es que sea un tirano”, “no es un déspota” pero… “de él procede toda la
fuerza que penetra toda la esfera a la cual pertenece y que le pertenece”. Después de
todo él es “el señor de las mujeres, las criaturas, los servidores”, pero llama “Señor” al
dios de Israel. Lo que no dice Perlitt es que esta supuesta servidumbre a dios no es tal en
el fondo, pues respecto a ese Señor, también masculino y Padre en tanto que cima de la
estructura patriarcal, él es un hijo virtual de dios como sus hijos varones lo son respecto
de él mismo. El dios de Israel ante el que se inclina es el garante de su propio poder
patriarcal. (p. 66)
Las mujeres no pueden sentirse madres virtuales porque la maternidad no es un
referente co-constituyente de la comunidad, ni una categoría a alcanzar en el futuro. Es
sólo una función, la de gestar, parir y criar para el Padre, hasta el tiempo que sea
necesario, a los hijos-padres virtuales o aprendices de Padre,y a las hijas necesarias
para el relevo generacional.20 (p. 66)
[…] Y “sierva” se proclama María cuando le es anunciada por el ángel su maternidad
corporal. La Dolorosa, con las siete espadas de dolor clavadas en el corazón según nos la
presenta la Iglesia Católica a los pies de la cruz, es la metáfora de todas las madres
desposeídas que han visto a sus hijos/as conducidos a la muerte (guerras, hambrunas,
genocidios) y a la prostitución, según la estructura patriarcal de la sociedad. (p. 67)
La prepotencia de Padre infantiliza a perpetuidad al hijo, que vive permanentemente
como “aspirante a”. El Padrenuestro, la oración cristiana por excelencia pues fue el propio
Jesús quien la enseñó, está constituida por tres partes que así lo demuestran: la
alabanza, el que se haga su voluntad en un continuum que va del cielo a la tierra, y la
imploración de ser perdonados. (p. 67)
Los hijos no tienen Madre pero se les educa para que crean no sólo que no a
necesitan sino que sería un estorbo; las hijas no tienen Madre pero se las educa en la
convicción de que las mujeres no tuvieron nunca esta aptitud, como si fueran de otra
“raza” (concepto que desarrollan los griegos) por supuesto inferior. La esclavitud al Padre
en sus múltiples manifestaciones (Padre, hermano, marido, hijo, suegro, cuñado, etc.)
queda garantizada. Y la coherencia interna del sistema es tal que no deja, sino después
de muchos siglos, lugar para las filtraciones. (pp. 67 - 68)
Entre las normas de la coherencia interna está la de la ruptura de la díada Madre-
Hija, que ponía en peligro la genealogía masculina y que daba por supuesto que la Madre
tenía algo que transmitir al vástago de su mismo sexo. En el Nuevo Testamento, a
diferencia del Antiguo, María sí tiene madre, Ana, pero ésta nunca aparece en el
Evangelio. Además de que la representación pictórica o iconográfica de Ana y María, con
el Niño o sin él, es muy reducida (Leonardo da Vinci es una de las excepciones) María a
quien da cuenta de su embarazo no es a su madre sino a su prima Isabel, como bien nos
lo hace notar Luce Irigaray (1989) en Le mystére oublié des généalogies féminines.

20
V. Sau 1994. 2, 109.
Tampoco aparece la abuela de Jesús en la presentación del Niño en el templo; ni Jesús,
durante su vida pública, la pone nunca en su boca. (p. 68)
Bien es verdad que María, en tanto que medio humano para que el Hijo de Dios
viniera al mundo, podía haber quedado pronto relegada a un relativo anonimato. Pero fue
el clamor popular el que obligó a que la Iglesia romana la enalteciera a la categoría de
Madre de Dios en el Concilio de Éfeso (a. 431). Como dice una de las biógrafas de María,
Hilda Graef “la theotokos había venido a ocupar el lugar de la pagana Artémide (Diana)”.
Acostumbrados los antiguos a la pluralidad de diosas y dioses, no concebían un Dios-
Único sin la parte femenina. La idea abstracta del Dios-Padre cristiano no hubiera sido
asimilable. Y no por falta de capacidad de abstracción, sino porque la raza humana
requiere una representación de dos, y si sólo hay Uno es que se ha secuestrado a la Otra.
(p. 68)
La necesidad no demasiado consciente de la Madre perdida empujó al pueblo
cristiano a un fervor tal hacia la Virgen María que la Iglesia tuvo que intervenir para
diferenciar la adoración (latría) debida a Dios y a su Hijo Jesucristo, de la veneración
(hiperdulía) permitida a su Madre. (p. 68)
La Reforma elimina la importancia de la Virgen María que la Iglesia tuvo que
intervenir para diferenciar la adoración (latría) debida a Dios y a su Hijo Jesucristo, de la
veneración (hiperdulía) permitida a su Madre.
La Reforma elimina la importancia de la Virgen María cuando las diversas iglesias
cristianas se van multiplicando desde el siglo XV hasta el XIX. La desaparición de esta
figura femenina emblemática a pesar de “medianera” responde a un plan preconcebido.
La Madre, emergente aunque en condiciones precarias, tiene que ser hundida de nuevo
en el olvido, reducida a los fogones como una Cenicienta (huérfana de madre también). El
patriarcado burgués y capitalista que viene anunciándose con la Reforma, considera un
estorbo a esa madre simbólica que intercede a Dios-Padre por sus hijos e hijas poniendo
de manifiesto la miseria y el sufrimiento en que los obliga a vivir. El absolutismo paterno
no puede permitirse esa sombra amenazadora a espaldas del Padre. La ancestral división
del Génesis entre “hijos de Dios” e “hijos de los hombres” que un cristianismo incipiente
intentaba borrar, aunque fuese de cara a un supuesto “cielo”, vuelve a implantarse. (pp.
68-69)
Sostiene Rosolato que la presencia manipulada de lo femenino en el catolicismo por
medio de la representación de María impide más que favorece el advenimiento real de la
mujer. No parece que los tiempos le den la razón. (p. 69)
6. Evidencia histórica: línea griega. La última vez que nuestra madre habló.
El consejo democrático de seis contra seis, cada uno con su representante humano,
fue destruido al principio de la era clásica por medio del desplazamiento de Hestia, diosa
del hogar, ya mencionada, por Dionisio. Desde entonces las mujeres estuvieron en
minoría cinco frente a siete y aunque conservaron algunos privilegios específicos ya
no volvieron a participar en el gobierno. (p. 73)
Temeroso del dios, en uno de sus encuentros sexuales con Metis la traga, la devora,
la ingiere, de modo que el resto del embarazo se produce en el vientre de Zeus. Llegado
el momento del alumbramiento, fuertes dolores de cabeza le aquejan, y después de ser
sometido a una, podríamos llamar, “trepanación”, surge Atenea, ataviada con lanza y
escudo y llamándole “padre”. Dejamos a la interpretación libre de las/os lectores la
metáfora de este nacimiento, que hace de la antigua deidad que matrocinaba la artesanía,
una diosa de la Sabiduría… sin madre. Y cuyo papel es decisivo en el matricidio real del
que hablaremos más adelante. (p. 74)
Por otra parte, la nueva Athenea está condenada a no tener hijos. (p. 74)
Amante Zeus de una bella mortal llamada Sémele, y herida de celos y humillación su
esposa Hera, esta, con ardides, convence a la joven, ya embarazada, para que le pida al
dios que se le manifieste con todo su esplendor divino. Por tratarse ella de una mortal
dicha visión le es por sí misma irresistible, pero Sémele le hace prometer al dios que le
concederá lo que le pida, sin advertirle de qué se trata. Cuando Zeus lo sabe ya no puede
incumplir su palabra y Sémele muere fulminada por el espectáculo del dios. El hijo que
esperaba se fija al muslo de Zeus y allí sigue la gestación hasta llegado su día: es el dios
Dyonisos. En su religión mistérica arrastrará especialmente a las mujeres. A ese dios se
le llama “dos veces nacido”. (p. 74)
Deméter gobierna pues sobre los cultivos; se la llama a veces “diosa de la cebada” y
representa la agricultura, el alimento, la vida. “Diosa-madre” significa su nombre (más
tarde en Roma, se la conocerá por Ceres). Es la única mujer de este tetravirato ya que los
tres hermanos restantes son varones. Ella tiene varias hijas, una de ellas llamada
Perséfone, cuyo padre y tío materno a la vez es Zeus. El vínculo con la Madre es en
cambio el más importante porque la díada Madre-Hija está vigente todavía, aunque en
trance de desaparición. (p. 75)
Una mañana, mientras Proserpina y sus hermanas están en un prado cogiendo
flores, pasa a gran velocidad Hades en su carro y arrebata a la muchacha para llevarla a
su dominio y hacerla su esposa en el reino del no-ser. “Había venido a cometer el primer
acto de violencia que los/las hijos/as de la tierra hubieran jamás conocido”, dice Phylis
Chesler (1972). El matrimonio por rapto y violación (primero se rapta y más tarde se
negocian las condiciones del matrimonio) y la diferencia de edad entre hombre y mujer
(edad de padre, él; edad de hija, ella) quedan fijados como modelo, se puede añadir. El
rapto de la joven contó además con la complicidad y posterior consentimiento de Zeus.
Complicidad entre varones que no dejará de repetirse a través de los siglos. (p. 75)
Las hermanas volvieron junto a su madre y le contaron lo ocurrido. Deméter lloró,
ató sus cabellos y vagabundeó por la tierra, desolada, buscando a su hija. Cuando otra
deidad masculina, sabedora de lo ocurrido, le dijo que no había que lamentarse tanto
sobre el destino natural de las hijas, el cual era dejar la casa de su madre, perder la
virginidad, casarse y traer hijos al mundo, Deméter no quedó pasiva. Tan lejana todavía
de la suegra del patriarcado que educa hijas dóciles para el yerno, o las adiestra en
buscar maridos pudientes que cubran la pobreza endémica de la mujer, o las recrimina si
han desobedecido la ley del Padre poniéndola a ella en evidencia en tanto que
educadora, Deméter toma la palabra, y su palabra se cumple, se hace Acto. 21 (p. 75)
Y bien, si tal debe ser el destino natural de las hijas, que perezca toda la
humanidad. Que no haya más cosecha, ni grano, ni trigo, si esta hija no me es
devuelta. (p. 76)
La última vez que nuestra Madre habló fue para demostrar que las hijas no estaban
inermes, en estado de indefensión, sino protegidas y cobijadas por un derecho materno.
21
La cita es de Ph. Chesler, 1975. 12.
La amenaza de Deméter se cumplió y la Tierra ya no daba sus frutos. La negociación fue
larga. Perséfone (a veces llamada Koré) no pudo dejar definitivamente el reino de Hades
(había comido con engaño algunos granos de granada) pero sí volver a la tierra con su
madre, la mitad del año según unos autores, nueve meses según otros. (p. 76)
Si las mujeres están siendo degradadas a un nivel inferior es lógico que los hombres
no quieran ser nacidos de ellas sino de un ser superior: otro hombre. Con Pandora se
inicia para los griegos el concepto de “raza” de las mujeres: un colectivo aparte que
recibirá a su vez un trato socio-políticamente discriminatorio. Dos versos de la Teogonía,
nos señala Loraux, hacen las veces de partida de nacimiento de la mujer: (p. 76)
No por casualidad sabemos, por lo menos desde Simone de Beauvoir, que detrás de
todo racismo hay un sexismo. (p. 77)
…los hombres se vieron obligados a imponer a sus mujeres un triple castigo:
primero fueron condenadas a perder su derecho al sufragio, después
desautorizaron a los hijos para que siguieran llevando el nombre de la madre, y
se obligó a éstas, por último, a renunciar al nombre de atenieses. Perdieron
pues sus derechos de ciudadanía y no fueron más que las mujeres de los
atenienses” (cursiva de la autora).22 (p. 77)
Por el desarrollo de los hechos no había sido tan fácil. La ciudad, además el nombre,
necesitaba un fundador. Este fue Erictonio, hijo adoptivo de Athenea. Un nacimiento fuera
de lo ordinario brotó directamente de la Tierra, sobre la que había caído el semen de un
dios, o sea que no tiene madre, hizo que la diosa lo criara en su templo como madre
adoptiva y fuera en razón de todo ello elegido como el autóctono, el rey fundador de la
polis “gracias al cual el presente de la ciudad hereda si ruptura el inmemorial pasado”
(Loraúx, op. cit.). (p. 78)
Anular a la madre, negarla, es desmarcarse de la mujer, es condenar al colectivo
femenino a la inanidad, al no-ser, y hacer realidad su preferencia: sólo ellos y ellos solos
desde el comienzo del mundo. (p. 78)
[…] La hembra, la madre de la que todo individuo ha nacido, ahora es sustituida por
la tierra, la negación de haber nacido de mujer libera al ego masculino del vínculo de
dependencia más natural y más básico. (p. 79)
Los dioses se van repartiendo sus espacios públicos y lugares de poder (los
templos) en función de los ministerios entre los que se distribuye el trabajo de ordenación
de la sociedad: Ares, la guerra (hoy llamada Defensa); Hermes la información (hoy,
Diplomacia); Apolo, la profecía (hoy, la ciencia), etc. Las diosas, subordinadas de grado o
por fuerza al poder de Zeus, detentan ministerios “menores”, no porque lo sean en sí
mismos sino porque en el nuevo orden patriarcal cumplen funciones que a éste le
convienen. Atenea la Sabiduría, se inclina por la causa del Padre. Afrodita, el amor
sensual, le proporciona jovencitas a su hijo Eros, el de las flechas y el carcaj, y es la
pésima suegra de Psiché, otra de las hijas de Deméter. Las Musas tienen que “soplarle”
alguna idea a los hombres para que ellos piensen algo interesante. Lucina se encarga de
los partos. Y Eco repite lo que han dicho otros; puede que hoy sea periodista y trabaje en
“ecos de sociedad”. O es la noticia no legítima por la Agencia: el rumor. (p. 79)

22
Lafargue, 197, 50.
De la tragedia hay que resaltar necesariamente a una mujer que ejerce de Madre en
la misma medida que lo hizo Deméter en tanto que diosa: Clitemnestra. También en ella
tenemos un ejemplo de la última vez que nuestra Madre habló. La obra es de Esquilo, el
escritor más lejano, y es una trilogía titulada La Orestiada. El escenario es una guerra real
que hubo entre griegos y troyanos. Los/as protagonistas, una familia real cuyo padre se
llama Agamenón y es almirante de la armada griega, y su esposa, Clitemnestra, mujer
poderosa y de valiente espíritu. Tienen dos hijas y un hijo: Efigenia, Electra y Orestes. (p.
79)
[…] Marido y esposa no son parientes, no son de una misma sangre, de modo que
ella cumple con su deber de Madre, según la costumbre, al quitarle la vida al filicida. Es
más, de no hacerlo, las Erinias, figuras femeninas en número de tres que velan para que
se cumpla lo pactado, la perseguirían implacables. Clitemnestra habla pues con sus
lágrimas, su protesta y su espada. Pero el orden patriarcal en ascenso la dejará muda
mucho después, no sólo físicamente sino en lo jurídico y en lo simbólico: será lisa y
llanamente eliminada. (p. 80)
[…] Refugiado en el templo de Apolo, el hijo de Zeus que se ha hecho dueño del
oráculo de Delfos después de asesinar el principio femenino allí reinante en forma de
Serpiente Pitón, espera Orestes el primer juicio de la historia; un tribunal supuestamente
imparcial, que escuchará a acusadores y defensores, y dictará una sentencia que venga a
sustituir la auténtica “venganza de sangre”: el Aerópago. (pp. 80-81)
La sentencia parecía insoslayable pues Orestes era confeso de haber matado a su
madre. ¿Cómo podía pues ser absuelto? La “sabiduría” patriarcal tenía la respuesta:
Orestes ha matado a una mujer, sí, pero ésta no era su madre: la madre no existe. La
mujer sólo pone su organismo, su biología natural (animal) para que en ella crezca la
semilla del hombre. El discurso queda sellado para milenios. Las madres son mujeres
porteadoras, úteros extracorporales de los hombres, redomas de laboratorio masculino
donde ellos deciden sobre la vida y sobre la muerte. (p. 81)
Apolo, hijo de Zeus, divinidad poderosa en el nuevo orden proclama:
“…Reconoce tú (al coro) la verdad de mis razones. No es la madre
engendradora del que llaman su hijo, sino sólo nodriza del germen sembrado
en sus entrañas. Quien con ella se junta es el que engendra. La mujer es como
huéspeda que recibe en hospedaje el germen de otro y le guarda, si el cielo no
dispone otra cosa”.23 (p. 81)
Y Atenea, re-nacida de la cabeza de Zeus, proclama sin ambages:
No tengo madre a quien deber la vida; favorezco siempre al sexo viril… Estoy
completamente por la causa del padre. No puedo interesarme, pues, por la
suerte de la mujer que ha matado a su esposo, dueño de la casa. 24 (p. 81)
Mientras que verter la sangre materna era hasta entonces el mayor de los crímenes,
a partir de este primer juicio, simultáneo a la creación del Aerópago, ya no va a merecer
castigo. Nos recuerda Paul Lafargue (El matriarcado) que ni Homero ni Virgilio ni Dante, ni
ninguno de los visionarios cristianos que bajaron a los infiernos, nos hablan del suplicio
reservado a los matricidas. No lo hay porque ha desaparecido del catálogo de torturas
infernales desde que la madre deja de ser el fundamento de la familia, y desaparece
fagocitada por el Padre. (p. 81)
23
Las Euménides, cuadro segundo. Esquilo
24
Ibidem.
[…] El ascenso a la Paternidad absoluta no le fue fácil al hombre ni siquiera después
del matricidio. (p. 83)
Hemos visto a Agamenón asesinado como castigo a su abuso de poder paterno y
privado incluso e las honras fúnebres propias de su rango. (p. 83)
Jasón, el protagonista masculino de Medea (Eurípides, necesita toda la ayuda de
esta mujer poderosa y maga, de origen asiático, para cumplir sus hazañas. Ella le eleva a
la categoría de Padre pues tiene con él un hijo y una hija. Pero cuando más fuerte se
siente Jasón, presto a deshacerse de aquella que se lo dio todo, pagando con la traición y
el destierro los bienes recibidos, Medea lo reduce al más miserable de los estados al
privarle de aquella princesa con la que aspiraba a tener otros hijos… y privándole también
de los ya habidos, de los que ha tenido con ella misma. Este es el quid de la tragedia:
Medea sólo puede desposeer de la paternidad a Jasón matando a los hijos de ambos…
Cuando logra escapar, llevando consigo a sus hijos muertos, anuncia triunfante que aún
puede tener más. No hay mujer, en cambio, para dar descendencia a Jasón, que acaba
en la inanidad. (pp. 83-84)
El diálogo Antígona-Creonte, en el que él le reprocha airadamente y con
menosprecio que el gobierno de la ciudad no es asunto de mujeres, está atascado en un
punto del que sólo acontecimientos todavía no ocurridos lo pueden desencallar. Cada uno
respeta un mundo: ella, el que se acaba; él, el que comienza, el patriarcal. Este último,
como en todo acto reciente de asalto al poder, está más endurecido, y no le cabe la
posibilidad del diálogo con el otro, del “ir al encuentro de”. El antiguo, golpeado de muerte,
sólo puede defenderse… o morir. Y ahí siguen Antígona y Creonte, inmortalizados por su
discusión sin fin, a la espera de que sus mundos separados puedan reunirse un día y
ellos descansar en paz. (p. 85)
“De aquellos polvos vinieron estos lodos” según bien dice el refrán, y en la Grecia
clásica las mujeres son ya menores durante toda la vida. La familia (oikos) es la célula
básica de la sociedad, por su función también económica. Pero quien sabe y decide cómo
gobernarla es el hombre. La mujer, si se casa, es adiestrada por el marido como lo sería
una empleada de confianza por el amo. La continuidad del oikos un hombre le puede
conseguir incluso sin casarse, adoptando un hijo (Elisa Ruiz, 1981). (p. 85)
La kirieia (tutela) es el término jurídico por el cual desde la pubertad toda mujer es
puesta bajo la vigilancia protegida de un hombre. Este si permanece soltera es el padre,
en su defecto el hermano consanguíneo o el abuelo paterno. Al casarse la kirieia pasa al
marido. En cualquier caso y por parte de quien sea, la sufre toda la vida. La finalidad
principal, dice Elisa Ruiz, es “disponer de una autoridad legal sobre el mundo femenino a
fin de poder conservar el patrimonio en una línea genealógica”. Las principales
atribuciones del kirios son: (p. 85)
 Dar a la pupila en matrimonio sin necesitar su consentimiento.
 Dejarla sin casar.
 Disolver su matrimonio.
 Oponerse a su divorcio
 Cuando el kirios es su marido éste tiene la capacidad legal de dar a su mujer
a un tercero.25 (p.86)

25
E. Ruiz, 1981. 55.
En general no tenemos noticias de nuestras bisabuelas y tatarabuelas, ni
información de cómo se conformaron sus vidas en el seno de la sociedad patriarcal. De
las diosas y heroínas e cambio, sí tenemos noticia; de su esplendor y de sus decadencia,
y aunque no se trata de rehacer los tiempos prepatriarcales, sí que ellos nos enseñan la
situación en que el devenir de las mujeres quedó paralizado. Aquel momento se convierte
en referente, en punto de partida para seguir caminando hacia adelante. Tomando el
ejemplo de Bovenschen, lo de menos es la forma de abordar sino que sean las propias
mujeres las que deciden hacerlo si lo consideran pertinente, sin que tenga que
manifestarse todavía hoy por las calles para reclamar a otros su derecho. Este hecho por
sí solo, pone de manifiesto que entre el ayer y el hoy no hay tantas diferencias. El vacío
de la maternidad es una infamia que sigue ahí y que entra en colisión con una auténtica
democracia, con los Derechos Humanos, con la inteligencia incluso si no es capaz de
pensar un mundo a dos (hombre y mujer); o a tres (incluyamos a los menores); o a cuatro
(también la ancianidad); o a cinco o a seis: a todas y todos. (p. 87)

IV. DESPUÉS DE LA TRAGEDIA


Mientras las mujeres vayan de enfermeras, de cantineras, de prostitutas, a las
guerras que los hombres organizan sin haberlas consultado, y contando además con los
recursos humanos salidos de sus entrañas, está claro que están actuando como refuerzo
positivo de aquellas. Más hipócritas que los varones, fingen estar horrorizadas por aquello
que contribuyen a perpetuar al cumplir con la piedad impuesta. (p. 94)
Y mientras las madres, las hermanas, las novias, las esposas, los reciban
piadosamente también si son los vencidos, clamorosamente si son los vencedores, la
guerra perpetua, la matanza perpetua, están garantizadas. (p. 94)

VI. ¿DÓNDE ESTABAS, MADRE?


¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres firmaron el Contrato Social Masculino a
tus espaldas y a la de todas tus descendientes?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres se repartieron la Tierra en Imperios o
Grnades Potencias, como en los tiempos de Zeus, Hades y Poseidón?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres decidieron que otros seres humanos
que no eran ellos mismos se podían trasladar, exponer, vender, alquilar, prestar y hasta
matar?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres proveyeron que el trigo no crecía para
todos los hombres y que las tierras que dan leche y miel sólo son para unos pocos?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres decretaron la(s) matanza(s) de los
Inocentes?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres acordaron que la Ley iría por un lado y
la Justicia por otro?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres prohibieron que los Sentimientos fueran
tenidos en cuenta al mismo tenor que la Razón, para evitar remordimientos?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres inventaron la mentira infame de que la
prostitución es el oficio más viejo del mundo?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres se reunieron en el proyecto Manhattan
para dar a luz la bomba atómica?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres consintieron qué el comandante del
avión B-52 que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima lo bautizara con el nombre de su
madre, Enola Gay, y la bomba con el de little boy (muchachito)?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres alumbraron la solución final?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres invirtieron el sentido de las palabras
para perdernos y a la Mentira la llamaron Verdad, al Caos, Orden a la Guerra, Paz?
¿Dónde estabas, Madre, cuando los Padres sodomizaron el Amor y lo llamaron
después Debilidad?
¿Dónde estabas, ahora mismo, Madre? (p. 99)

VII. LA IMPOSTURA
I. Las religiones en el patriarcado son cuerpos doctrinales diseñados y pensados por
hombre-Padre, para ordenamiento de la sociedad. Como es sabido, hasta tiempos
recientes las leyes no han sido sociales sino divinas, o sea, indiscutibles, como todavía
ocurre en buena parte del mundo, de modo que sus contenidos eran en forma obligada de
vida. En este cuerpo doctrinal está explícita o implícitamente indicado que las mujeres
forman un colectivo subordinado. Dos religiones significativas por su extensión en el
mundo, cristianismo e islamismo, así lo expresan. En la primera basta referirse a los
mandamientos de la ley de “Dios”, uno de los cuales dice expresamente “No desearás a la
mujer del prójimo”. Queda descartado que la frase fuera redactada para el sexo femenino;
queda claro también que ella es la “mercancía” que nos han descrito tantos autores ya
autoras desde Levi-Strauss, y que la mujer es una propiedad y el acceso a ella por parte
de otro que no sea su propietario. Un robo. La pregunta que sigue es: este mandamiento
que se da sólo a los hombres, ¿es el único entre los diez o las mujeres han de pensar que
ninguno de los otros nueve le competen? (pp. 101-102)
Incluye las conductas de voluntariado en múltiples niveles, desde lo local hasta lo
internacional. Se caracteriza por la naturalidad y gratuidad del servicio prestado, como
ocurre con la maternidad misma. Sirve para taponar los agujeros que crea el fracaso del
Estado del Bienestar. Es una vez más una “maternidad sumergida”, de pura
supervivencia. (p. 104)
Hay toda una red de ayuda social, con una carga muy fuerte de energía afectiva y
capacidad altruista de dar, que pasa por familiares, vecindario, amistades y gente
desconocida, que da testimonio de que el ser humano no ha sido pervertido por el Padre
en términos absolutos, pero que al mismo tiempo sostiene la sociedad del Padre que sin
su ayuda se derrumbaría. (p. 104)
II. Resulta obvio que el Padre necesita hijos hechos y derechos, como se dice, y también
que una vez nacidos no iba a entretenerse con las labores de la crianza, de la puesta a
punto. Pero esto estaba la propia madre, porteadora biológica primero y ahora porteadora
de los valores de la crianza y la educación. (p. 104)
Sin amor no hay vida posible, esto ya quedó dicho. La psicología sabe muy bien que
el alimento afectivo es imprescindible para que un bebé y luego un niño o una niña
sobrevivan. Salvo casos especiales tales como ciertos miembros de la realeza y la
aristocracia, o niños varones cuyo alto destino en el futuro así lo requería, la infancia ha
pasado por el maternaje femenino: madres, abuelas, criadas, nodrizas, ayas… Toda clase
de mujeres han enseñado a la infancia a hablar, caminar, comer, comportarse. Y la han
socializado poniendo en ello amor. (p. 104)
Mabel Burín (1987) habla de la maternidad como de “el otro trabajo invisible”. El
primero es la tención física, material; el otro, la psicológica: que un sujeto psíquico, la
madre, haga de esta o este menor otro sujeto psíquico. Sin esta categoría, un ser humano
no sería propiamente esto: humano. (p. 105)
Burín sigue diciendo que el trabajo maternal tiene una lógica, la de producción de
sujetos, mientras que hay otra lógica que se dedica a la producción de objetos. La primera
se rige predominantemente por la lógica de los afectos: el amor. La segunda por las leyes
de la lógica racional. La configuración de ambas lógicas se produce en un momento
histórico-social en que las mujeres y niños pasan a depender de los hombres. No
obstante sería preferible decir que no es en este punto donde se configuraron sino donde
se separaron, de modo que la producción de sujetos quedó devaluada ante la producción
de objetos (bienes materiales) a que se dedicaron los padres. En la organización
patriarcal se puede afirmar pues que los objetos no están hechos para los sujetos sino los
sujetos para los objetos y que son estos últimos, por tratarse del producto de los Padres,
a los que tienen que subordinarse los sujetos producidos por las madres-función-del-
Padre. (p. 105)
Los sujetos psíquicos producidos por la madre adolecerán no obstante de falta de
completud, porque la propia madre no es un sujeto completo en la medida que ha sido
reducida a objeto que circula como mercancía entre el colectivo masculino. Lo cual
explicaría la infantilización de toda la sociedad. (p. 105)
Nicole-Claude Mathieu (1977) ya hizo notar que la madre no era el sujeto de la
maternidad sino objeto de la misma. Y Susana Velázquez (“Hacia una maternidad
participativa”) en el libro de Burín critica la biologización de la maternidad centrada en un
cuerpo reproductor y cita el siguiente párrafo de un Documento del Centro de Estudios de
la Mujer de Buenos Aires. (p. 105)
“Habitualmente la salud de la mujer cobra sentido y es cuidada en función de su
gesta (en las embarazadas, se refiere). Pero en estos cuidados indispensables ella es
pensada más como un objeto que como verdadero sujeto de la maternidad”. 26
Tomando como referencia la teoría de las dos lógicas de Burín (op. cit.) queda claro
que el pensamiento racional se apodera por completo de la inteligencia y se sitúa del lado
de lo masculino, mientras que la intuición se deja a las mujeres. Puesto que la producción
de sujetos es inferior a la de los objetos, se da por supuesto que ni para el trabajo físico ni
para el psíquico de la maternidad es necesaria la inteligencia y basta con la intuición. Y el
círculo vicioso queda cerrado. También la inteligencia queda dividida, sobrevalorada una
parte y desvalorizada la otra. (p. 106)
El amor maternal, como representación de lo femenino permitido, resulta paradójico:
 Se infravalora al declararlo instintivo (a pesar de que está demostrado que no lo
es). No cuesta, no requiere esfuerzo, por tanto no tiene valor.
 Es una exigencia para las mujeres, a las que se acusará de “malas madres” y
“desnaturalizadas” si no demuestran las formas de amor esperadas.
 Se ridiculiza con benevolencia paternalista cuando las demostraciones maternales
de afecto (orgullo materno, preocupación juzgada excesiva, expresividad que se
considera exagerada, etc.) sobrepasan las expectativas paternas (pediatras, maestros,
psicólogos).

26
En M. Burín 1987. 335.
Es la maternidad bajo vigilancia. (p. 106)
III. […]
Una de las piedras angulares de la resistencia es la libertad de pensamiento.
Cuando el pensamiento dominante lo invade todo, lo penetra todo, al dominado le resulta
casi imposible tener pensamientos aparte, de un orden diferente, porque no hay espacios
mentales para ello. Lo más probable es que se piense en contra de, pero esto no es
pensamiento libre todavía porque se apoya en lo dado sólo que para rebatirlo. (p. 107)
Para restablecer una elemental justicia social, para salvar la tierra de una total
sumisión a los valores masculinos (que violencia, el poder, el dinero), es necesario
restaurar este pilar ausente en nuestra cultura: la relación madre-hija y el respeto de la
palabra y la virginidad femeninas. Ello requiere una modificación de los códigos
simbólicos, en particular del lenguaje, del derecho, de la religión. 27
Es un caso paradójico, en este sentido, lo que ocurre en el seno de la prostitución,
institución patriarcal destinada exclusivamente al sexo y de la que no se espera
procreación. Muchas prostitutas, en cambio, tienen hijos. El mito de la maternidad aquí se
estrella porque los hijos sin padre son considerados inferiores y tanto ellos como sus
madres constituyen, en general, una población marginal que no sólo causa
preocupaciones sociales y económicas al Padre, sino que pone de manifiesto lo que se
quería ocultar:
1) Un modelo que toma a unos seres humanos y desecha a otros;
2) Un individuo no es nadie si sólo tiene madre, porque ésta no tiene el poder de dar
cobertura simbólica a sus hijos. (p. 108)
A la incómoda decisión para el Padre de que las prostitutas decidan tener hijos se
opone la decisión de interrumpir su embarazo de tantas mujeres que no pensaron o
eligieron libremente, o simplemente se equivocaron y deciden rectificar. (p. 108)
La historia del control de los nacimientos por parte del Padre, con absoluto desprecio
de la madre, es tan larga como el patriarcado mismo y permanecerá mientras éste exista.
Es el pode de vida y muerte del Padre impidiendo el poder de dar la vida o no darla de la
madre. (p. 109)

IX. EL FUTURO ES MUJER28


[…] Referido este hecho a la procreación, es posible que durante mucho tiempo se
intuyera que la generación era cosa de dos, pero la cognición acerca del proceso tal cual
es fuese posterior. En la fase intuitiva el otro de la mujer era un misterio inaprensible –un
espíritu, un designio mágico, etc.-de modo que sólo la Madre contaba como realidad
palpable y la sociedad se organizaba alrededor de esta figura paradigmática. (p. 118)
La cognición de la contribución del padre, a pesar de que éste estuviera presente
como genitor desde el principio, secuencialmente viene más tarde, de modo que
diacrónicamente hablando los humanos no se sienten nacidos de hombre y mujer de una
27
Luce Irigaray, 1989. 23. Trad. ad hoc Victoria Sau.
28
Este trabajo fue presentado verbalmente en las Jornadas Feministas que organizó la Casa de la Mujer de
Zaragoza en 1992, y ha sido publicado en lengua gallega en la revista Festa da Palabra Silenciada, 1994.
10, 6-9.
sola vez sino que se sienten hijos/as de madre primero y de padre después. El paso de la
paternidad conocida al patriarcado es un movimiento de reacción en el sentido en que lo
toma una de las acepciones del diccionario: “movimiento de oposición contrario a otro
anterior”. La cognición del padre como genitor no es un saber acumulado más, sino que
se revuelve contra el pasado considerándolo imperfecto. Y no sólo saca provecho de este
nuevo conocimiento para el desarrollo de lo social, sino que lo hace reaccionariamente,
esto es, contra el pasado cuyo referente primordial es la Madre. Así, a un tiempo de mujer
profundamente matrístico le sucede un tiempo de hombre profundamente patriarcal-
reaccional, con todo el montaje cultural que requiere para su mantenimiento a la vez con
una fuerte carga irracional. (p. 118)
Resulta lógico, psicológicamente hablando, que un poder adquirido por la fuerza y
mantenido durante milenios merced a una impostura la supuesta imperfección de la
mujer con respecto al varón suscite temor en el grupo dominante, tanto más tiempo
transcurra, a la espera de que el grupo oprimido se tome su venganza. Más aún si
tenemos en cuenta que quien ejerce de opresor no puede darse cuenta de cómo es
realmente el oprimido por estar mediatizado por el miedo a la imaginaria respuesta de
éste. (p. 118)
El patriarcado empezó con un capitalismo de base humana (la madre como
mercancía y el/la hijo/a como plusvalía) y territorial, y ahora sobrevive, ampliado y
generalizado, a muchos objetos de codicia, así como a grupos humanos que ya no son en
sentido estricto la madre y el/la hijo/a, pero manteniendo en su núcleo las mismas
premisas patriarcales de entonces. El modelo, en este sentido, sigue siendo pues
psicológicamente reaccional y políticamente reaccionario, lo cual es su herida de muerte,
aunque la agonía sea larga. (p. 119)
A la primera fase del proceso que vamos describiendo se la puede llamar de
indiferenciación (la madre no tiene otro, el padre, de quien diferenciarse, y ella es una
especie de absoluto); la segunda fase, la patriarcal, es la que marca la diferencia de los
sexos, pero para jerarquizarla y anular a uno en beneficio del otro. Vuelve pues a haber
un absoluto, esta vez masculino y cultural: el Padre en tanto que patriarca, es decir,
detentador de un poder que él mismo se encarga de autolegitimar. Pero esta segunda
fase no es equivalente a la primera. En la indiferenciación las cosas son como son no por
estar contra de, así que no fue un período reaccional. El patriarcal sí lo es, y esto lo hace
perecedero; no se puede vivir sine die en reacción: o hay cambio o hay muerte; el propio
cambio es una muerte simbólica del modelo. La tercera fase puede ser llamada
reconciliación.29 Se reconocen las diferencias, se asumen por ambas partes, se
desjerarquizan. Cada cual tiene capacidad para legitimar al otro; las personas no son
idénticas pero sí equivalentes. La economía, las leyes, las instituciones han de adecuarse
al nuevo modelo de relaciones humanas, de sociedad, en definitiva. (p. 120)
Baguenard, Maisondie y Métayer (1983) detectan tres cambios o transformaciones
fundamentales que se están produciendo ya en la sociedad y que, bien entendidas, son
variantes de uno solo que los engloba: (p. 120)
a) La desacrilización de la imagen paterna.
b) El “descubrimiento” de la infancia, como grupo social con derechos.
c) La revalorización de la mujer. (p. 121)

29
Hegel denomina así el tercer paso de la dialéctica.
Todos se producen a la vez, de forma sistemática, están interrelacionados. Sin
madre madre desplazada y/o fagocitada por el padre no hay seguridad para el hijo.
(p. 121)
Dice Lorite Mena: “La domesticación del hijo siempre ha tenido como supuesto
(inconsciente quizás; incuestionable, ciertamente) la domesticación de la mujer como
propiedad” (1987). (p. 121)
Sólo desacralizando al patriarca podrá ejercer la Madre, y sólo si emerge la Madre
será revalorizada la mujer, en tanto que hija. Y la infancia en general no tendrá que ser
domesticada para que siga perpetuando el mismo estado de cosas. Es más, podrá
aparecer el padre no como patriarca sino como par de la madre. (p. 121)
1. La instauración de la maternidad cojo hecho psico-socio-cultural, trascendente.
La sociedad es tal porque hay grupos de edad menores a socializar, sólo que
hasta ahora sólo se socializa, se hace ingresar a cada nuevo ser en la cultura, en
nombre exclusivamente del Padre, a cuya única medida está hecha demás esta
cultura a la que deben adaptarse todas/os. El debate sobre Una maternidad
entendida no biológicamente sino trascendencia a lo económico, político, social,
etc., es la gran apuesta de las mujeres para que deje de ser verdad la afirmación
de Beauvoir de que los hombres detentan el poder porque arriesgan la vida,
mientras las mujeres no la arriesgan sino que sólo la “dan”. Temas como la
interrupción del embarazo, las nuevas técnicas en reproducción humana, la
demografía y la distribución del trabajo y los recursos entran en este apartado. (p.
121)
2. Las mujeres deben darse un Nombre; hay que trascender de la esencia a la
existencia. No se puede seguir siendo el apósito de otro. El nombre, a su vez,
permitirá la genealogía de la que ahora se carece: esto significa ser personas de
derecho, ser sujetos históricos, ser agentes socio-culturales. Temas como la
división del trabajo por sexos, la coeducación, la filtración, el sistema de
representaciones, son propios de este apartado. (p. 121)
3. Desembrazarse de la “personalidad modal”, propia de los grupos oprimidos, que
consiste en una cierta homogenización de sus componentes en función de las
características que les atribuye el grupo dominante.
Esta “personalidad modal” ha dado a las mujeres la comprensión de que pertenecen
a un colectivo con problemas comunes a resolver, y la posibilidad de una puesta en
común de los mismos para su solución. Ambos fenómenos repercuten en la aparición de
las diferencias individuales entre las mujeres, por encima de la semejanza global;
diferencias que hay no sólo que aceptar sino celebrar, y que llevan al diálogo, y al debate
si es necesario, para la consecución de objetos que de antemano se sabe que no han de
ser de carácter rígido ni autoritario. (p. 122)
Temas como la sexualidad, la maternidad, los intereses vocacionales y
profesionales, el estilo de vida, las diferencias transculturales, son características del
tercer aspecto. (p. 122)

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